¡Dios te salve María!
 

 

sábado 4 de julio de 2009

La indisoluble unión de Jesús y María

Jesús es Dios, pero desde su lado humano: ¿Cómo puede resistirse a los pedidos de Su Mamá?.
 
La indisoluble unión de Jesús y María
En los Evangelios queda muy claro que María, con absoluta humildad, ha dejado TODO el lugar para que sea Su Hijo Dios quien nos regale con Su Vida y Su Palabra, el ejemplo y el testimonio necesarios para entender como tenemos que vivir nuestra vida. Por eso es que hay tan escasas referencias a la Madre de Dios en las escrituras.

¿Porqué entonces María ha acentuado en los últimos siglos su influencia sobre nosotros, con sus diversas apariciones y manifestaciones?. ¿Porqué éste cambio, frente a la reducida participación directa que Ella tiene en las Escrituras?.

La clave está en la Santa Biblia: desde el Génesis al Apocalipsis (del inicio al fin de las Escrituras) se hace permanente referencia a la Mujer que vencerá a la serpiente antigua, al dragón. Parece muy claro que en el plan de Dios María es una puerta fundamental en el camino de lucha contra el mal que invade al mundo. Mientras satán lucha por arrancarnos de nuestro destino de realeza, como hijos legítimos del Padre, es un misterio el porqué es una Criatura “asunta” al Reino de los Cielos (por el poder de Dios) quien debe liderar semejante batalla.

Es que Jesús y María están unidos en el plan celestial desde el mismo Fíat de la Creación.

Jesús es Dios hecho hombre, mostrándonos cómo debe ser vivida la vida, como ejemplo supremo a imitar. El nos redimió con Su muerte en la Cruz. Y con Su Resurrección, nos reafirmó en la esperanza de la vida eterna, derrotando al mal.

María, entregada desde su propia Inmaculada Concepción a la Voluntad de Dios, venció al mal manteniéndose pura en su paso por la vida de criatura. Así, lo que Adán y Eva no pudieron hacer en el paraíso terrenal (obedecer a la Voluntad de Dios) lo logra María, como señal de triunfo en la entrega de la Criatura al querer del Dios Creador.
Así María es la Criatura perfecta que nos muestra como desde un origen humano, se llega a vivir una vida de total entrega a la Voluntad de Dios, derrotando al mal.

Ambos, inseparablemente, nos muestran un lado Divino que da testimonio de nuestra Realeza como hijos de Dios, y un lado humano a través del cual debemos encontrar el sendero de regreso a la Patria Celestial. Nos muestran como derrotar al mal.

No hay que olvidar que después de la Ascensión de Cristo, María tuvo un liderazgo poco visible pero efectivo sobre los apóstoles. Después del Cenáculo, cuando descendió el Espíritu Santo, todos quedaron unidos en la nueva Iglesia alrededor de la figura de la Madre de Dios. ¡Como no estarlo!.

Como nos recomendó San Luis de Montfort: nosotros debemos ser los apóstoles de estos tiempos.

No nos sorprendamos entonces de ver a Jesús y María indisolublemente unidos y activamente presentes en estos tiempos. Y tampoco de ver a María como incansable trabajadora, ya que Ella es, por mandato Celestial, Capitana del Ejército de Luz en la lucha contra las tinieblas que intentan oscurecer los corazones.

María es nuestra embajadora ante la Santísima Trinidad. Es nuestra intercesora y abogada, defensora de nuestras almas, tolerante frente a nuestras debilidades, Madre de la Misericordia.

Jesús es Dios, pero desde su lado humano: ¿Cómo puede resistirse a los pedidos de Su Mamá?.
 

domingo 28 de junio de 2009

Los obispos de los países del G-8 hacen un llamamiento por los pobres


Envían un mensaje a los líderes políticos del mundo




WASHINGTON, jueves 25 de junio de 2009 (ZENIT.org).-

Los presidentes de las Conferencias Episcopales del grupo de ocho naciones más ricas del mundo, conocido como G8, han enviado un mensaje conjunto a los líderes de sus respectivas naciones, pidiéndoles que ayuden a los más afectados por la pobreza y el cambio climático.

La carta, fechada el 22 de junio, se envió a lo jefes de Estado de Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, la Federación Rusa, Reino Unido y Estados Unidos. En ella, los obispos subrayan las palabras de Benedicto XVI en favor de los países en vías de desarrollo.

"Irónicamente, los países pobres son los que menso han contribuido a la crisis económica que está afrontando nuestro mundo -afirman-, pero sus vidas y estilos de vida van a sufrir la mayor devastación porque se debaten en los márgenes de la pobreza extrema".

Los prelados piden a sus naciones que asuman su responsabilidad y "promuevan el diálogo con otras economías poderosas para ayudar a prevenir otras crisis económicas".

La carta subraya la importancia del "mantenimiento de la paz, para que los conflictos armados no sigan sustrayendo a los países los recursos que necesitan para su desarrollo".

Los obispos muestran una particular preocupación en el problema del cambio climático, que constituye un riesgo mayor para los países y los pueblos más pobres.

"Proteger a los pobres y al planeta no son asuntos contrapuestos; son prioridades morales para todos los habitantes de este mundo", añaden.

La carta expresa las confianza en que la cumbre del G8 "sea una luz de esperanza para nuestro mundo".

"Preguntándose en primer lugar cómo una política determinada afectará a los más pobres y vulnerables, se puede ayudar a asegurar que se buscará el bien común para todos. Como cualquier familia humana, seremos tan sanos como lo sean sus miembros más débiles".

La cumbre del G8 tendrá lugar entre el 8 y el 10 de julio en L'Aquila, Italia. Como es cada vez más habitual, se celebró una cumbre religiosa paralela a la reunión del G-8 y, por tanto, los líderes eclesiales se reunieron durante dos días la semana pasada.

sábado 20 de junio de 2009

Benedicto XVI inaugura el Año Sacerdotal pidiendo presbíteros santos


El mayor sufrimiento de la Iglesia, el pecado de sus sacerdotes


CIUDAD DEL VATICANO, viernes 19 de junio de 2009 (ZENIT.org).-

Benedicto XVI inauguró en la tarde de este viernes el Año Sacerdotal constando la necesidad que tiene la Iglesia de santos sacerdotes.

Al mismo tiempo, al presidir las segundas vísperas en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en la Basílica Vaticana, reconoció que el mayor sufrimiento para la Iglesia es el pecado de los sacerdotes.

La celebración comenzó cuando el Papa se dirigió a la Capilla del Coro de la Basílica de San Pedro para venerar en silencio el corazón del santo cura de Ars, san Juan María Vianney. Este año se celebra precisamente en el 150 aniversario de su fallecimiento.

"La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes santos --dijo el Papa en la homilía--; de ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean sus testigos convencidos".

Por eso, invitó a los creyentes a pedir "al Señor que inflame el corazón de cada presbítero" de amor por Jesús.

"¿Cómo olvidar que nada hace sufrir más a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que los pecados de sus pastores, sobre todo de aquellos que se convierten en 'ladrones de ovejas', ya sea porque las desvían con sus doctrinas privadas, ya sea porque las atan con los lazos del pecado y de muerte?", se preguntó el Papa.

"También para nosotros queridos sacerdotes se aplica el llamamiento a la conversión y a recurrir a la Misericordia Divina, e igualmente debemos dirigir con humildad incesante la súplica al Corazón de Jesús para que nos preserve del terrible riesgo de dañar a aquellos a quienes debemos salvar", dijo el Papa a los numerosos presbíteros y obispos presentes.

Por eso, afirmó: "Nuestra misión es indispensable para la Iglesia y para el mundo, que exige fidelidad plena a Cristo y una incesante unión con Él; es decir, exige que busquemos constantemente la santidad como hizo san Juan María Vianney".

La homilía completa puede leerse en la sección de Documentos de la página web de ZENIT (www.zenit.org).

domingo 14 de junio de 2009

Corpus Christi: La Procesión continúa



Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca


HUESCA, sábado, 13 junio 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del Domingo de Corpus Christi (Mc 14,12-16.22-26), que ha compuesto monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca, con el título "La Procesión continúa".

* * *

Hasta en los pueblos más humildes donde se celebra la procesión del Corpus, se engalanan balcones, se esparcen tomillos por las calles, porque el que viene es bendito, es Dios. La fiesta del Corpus Christi pertenece a la historia de nuestro pueblo creyente, que ha recordado, honrado y agradecido la Presencia del Señor entre nosotros: la santísima Eucaristía.

Él prometió no dejarnos solos; nos dijo que estaría con nosotros todos los días. Y esta presencia de Aquel que ha sido más fuerte que la muerte, se concreta en el memorial de su amor y su entrega, en el recuerdo vivo de su muerte y resurrección. Como nos dice el Evangelio de este domingo de Corpus, Jesús se ha hecho nuestra comida y nuestra bebida, su Cuerpo y su Sangre dados en alimento inesperado e inmerecido... siempre. La carne y la sangre de la que habla Jesús no es una invitación a una extraña antropofagia, sino un modo plástico de indicar que Él no es un fantasma. Comer este Pan que sacia todas las hambres significa adherirse a Jesús, es decir, entrar en comunión de vida con Él, compartiendo su destino y su afán, hacerse discípulo suyo, vivir con Él y seguirle.

Atender a Jesús, seguirle, nutrirse en Él, no significa desatender y abandonar a los demás. Torpe coartada sería ésa de no amar a los prójimos porque estamos "ocupados" en amar a Dios. Jamás los verdaderos cristianos y nunca los auténticos discípulos que han saciado las hambres de su corazón en el Pan de Jesús, se han desentendido de las otras hambres de sus hermanos los hombres. Por eso comulgar a Jesús no es posible sin comulgar también a los hermanos. No son la misma comunión, pero no se pueden separar. Y esto lo ha entendido muy bien la Iglesia cuando al presentarnos hoy la fiesta del Corpus Christi en la cual adoramos a Jesús en el sacramento de la Eucaristía, nos presenta al mismo tiempo a los pobres e indigentes, en el día nacional de Cáritas. Difícil es comulgar a Jesús, ignorando la comunión con los hombres. Dificil es saciar el hambre de nuestro corazón en su Pan vivo, sin atender el hambre básica de los hermanos.

Hemos de adorar a Jesús-Eucaristía y hemos de reconocerlo también en ese sagrario de carne que son los hermanos, especialmente los más desheredados. Venid adoradores y adoremos. La procesión del Corpus no sólo debe ser en este día, y no sólo en lo extraordinario de unas calles engalanadas al efecto. También mañana, también en los días laborables, en el surco de lo cotidiano, los cristianos debemos seguir nuestra procesión de la Presencia de Jesús en nosotros y entre nosotros. Él está ahí, esperando que le llevemos y que le reconozcamos.

domingo 7 de junio de 2009

Predicador del Papa: La Trinidad revela el secreto de relaciones humanas bellas


Comentario del padre Cantalamessa a la liturgia del próximo domingo


ROMA, , viernes, 6 junio 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. --predicador de la Casa Pontificia-- a la Liturgia de la Palabra del próximo domingo, Solemnidad de la Santísima Trinidad.

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Domingo de la Trinidad

Éxodo 34, 4b-6.8-9; 2 Corintios 13, 11-13; Juan 3, 16-18

 

La Trinidad, escuela de relación

¿Por qué los cristianos creen en la Trinidad? ¿No es ya bastante difícil creer que existe Dios como para añadirnos el enigma de que es «uno y trino»? A diario aparece quien no estaría a disgusto con dejar aparte la Trinidad, también para poder así dialogar mejor con judíos y musulmanes que profesan la fe en un Dios rígidamente único.

La respuesta es que los cristianos creen que Dios es trino ¡porque creen que Dios es amor! Si Dios es amor debe amar a alguien. No existe un amor al vacío, sin dirigirlo a nadie. Nos interrogamos: ¿a quién ama Dios para ser definido amor? Una primera respuesta podría ser: ¡ama a los hombres! Pero los hombres existen desde hace algunos millones de años, no más. Entonces, antes, ¿a quién amaba Dios? No puede haber empezado a ser amor desde cierto momento, porque Dios no puede cambiar. Segunda respuesta: antes de entonces amaba el cosmos, el universo. Pero el universo existe desde hace algunos miles de millones de años. Antes de entonces, ¿a quién amaba Dios para poderse definir amor? No podemos decir: se amaba a sí mismo, porque amarse a uno mismo no es amor, sino egoísmo, o como dicen los psicólogos, narcisismo.

He aquí la respuesta de la revelación cristiana. Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo un Hijo, el Verbo, a quien ama con amor infinito, que es el Espíritu Santo. En todo amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado y el amor que les une. Allí donde Dios es concebido como poder absoluto, no existe necesidad de más personas, porque el poder puede ejercerlo uno solo; no así si Dios es concebido como amor absoluto.

La teología se ha servido del término naturaleza, o sustancia, para indicar en Dios la unidad, y del término persona para indicar la distinción. Por esto decimos que nuestro Dios es un Dios único en tres personas. La doctrina cristiana de la Trinidad no es un retroceso, un pacto entre monoteísmo y politeísmo. Al contrario: es un paso adelante que sólo el propio Dios podía hacer que lo diera la mente humana.

La contemplación de la Trinidad puede tener un precioso impacto en nuestra vida humana. Es un misterio de relación. Las personas divinas son definidas por la teología «relaciones subsistentes». Significa que las personas divinas no tienen relaciones, sino que son relaciones. Los seres humanos tenemos relaciones -entre padre e hijo, entre esposa y esposo, etcétera--, pero no nos agotamos en esas relaciones; existimos también fuera y sin ellas. No así el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

La felicidad y la infelicidad en la tierra dependen en gran medida, lo sabemos, de la calidad de nuestras relaciones. La Trinidad nos revela el secreto para tener relaciones bellas. Lo que hace bella, libre y gratificante una relación es el amor en sus diferentes expresiones. Aquí se ve cuán importante es que se contemple a Dios ante todo como amor, no como poder: el amor dona, el poder domina. Lo que envenena una relación es querer dominar al otro, poseerle, instrumentalizarlo, en vez de acogerle y entregarse.

Debo añadir una observación importante. ¡El Dios cristiano es uno y trino! Ésta es, por lo tanto, asimismo la solemnidad de la unidad de Dios, no sólo de su trinidad. Los cristianos también creemos «en un solo Dios», sólo que la unidad en la que creemos no es una unidad de número, sino de naturaleza. Se parece más a la unidad de la familia que a la del individuo, más a la unidad de la célula que a la del átomo.

La primera lectura de la Solemnidad nos presenta al Dios bíblico como «misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad». Éste es el rasgo que reúne más al Dios de la Biblia, al Dios del Islam y al Dios (mejor dicho, la religión) budista, y que se presta más, por ello, a un diálogo y a una colaboración entre las grandes religiones. Cada sura del Corán empieza con la invocación: «En el nombre de Dios, el Misericordioso, el Compasivo». En el budismo, que desconoce la idea de un Dios personal y creador, el fundamento es antropológico y cósmico: el hombre debe ser misericordioso por la solidaridad y la responsabilidad que le liga a todos los vivientes. Las guerras santas del pasado y el terrorismo religioso del presente son una traición, no una apología, de la propia fe. ¿Cómo se puede matar en nombre de un Dios al que se continúa proclamando «el Misericordioso y el Compasivo»? Es la tarea más urgente del diálogo interreligioso que juntos, los creyentes de todas las religiones, deben perseguir por la paz y el bien de la humanidad.

[Traducción del original italiano por Marta Lago]

domingo 31 de mayo de 2009

PENTECOSTÉS Y EL INICIO DE LA IGLESIA


Pentecostés, inicio del nuevo Pueblo de Dios (16.VIII.89)

1. El día de Pentecostés en Jerusalén los Apóstoles, y con ellos la primera comunidad de los discípulos de Cristo, reunidos en el Cenáculo en compañía de María, Madre del Señor, reciben el Espíritu Santo. Se cumple así por ellos la promesa que Cristo les confió al partir de este mundo para volver al Padre. Ese día se revela al mundo la Iglesia, que había brotado de la muerte del Redentor. Hablaré de esto en la próxima catequesis.

Ahora quisiera mostrar que la venida del Espíritu Santo, como realización de la Nueva Alianza «en la sangre de Cristo», da inicio al nuevo Pueblo de Dios Este Pueblo es la comunidad de aquellos que han sido «santificados en Cristo Jesús» (1 Cor 1, 2); de aquellos de los que Cristo hizo «un reino de sacerdotes para su Dios y padre» (Ap 1, 6; cfr. 5, 10; 1 Pe 2, 9). Todo esto sucedió en virtud del Espíritu Santo.

2. Para captar plenamente el significado de esta verdad, anunciada por los apóstoles Pedro y Pablo y por el Apocalipsis, es preciso volver un momento a la institución de la antigua Alianza entre Dios-Señor e Israel, representado por su jefe Moisés, tras la liberación de la esclavitud de Egipto. Los textos que nos hablan de ella indican claramente que la alianza establecida entonces no se reducía sólo a un pacto fundado sobre compromisos bilaterales: Dios-Señor es quien elige a Israel como su pueblo, de forma que el pueblo se convierte en su propiedad, mientras El mismo será de ahora en adelante «su Dios».

Por tanto, leemos: «Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra: seréis para mi un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19, 5). En el libro del Deuteronomio encontramos la repetición y la confirmación de lo que Dios proclama en el Éxodo. «Tú (Israel) eres un pueblo consagrado a Yahvéh; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra» (Dt 7, 6; análogamente 26, 18). (Conviene notar que la expresión «segullah» significa «tesoro personal del rey»).

3. Esta elección por parte de Dios brota total y exclusivamente de su amor: un amor del todo gratuito. Leemos: «No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahvéh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres, por eso os ha sacado Yahvéh con mano fuerte y os ha librado de la casa de servidumbre» (Dt 7, 7-8). Lo mismo expresa con lenguaje imaginativo el Libro del Éxodo: «Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí» (Ex 19, 4).

Dios actúa por amor gratuito. Este amor vincula a Israel con Dios-Señor de modo especial y excepcional. Por él Israel se ha convertido en propiedad de Dios. Pero este amor exige la reciprocidad, y por tanto una respuesta de amor por parte de Israel: «Amarás a Yahvéh tu Dios» (Dt 6, 5).

4. Así, en la alianza nace un nuevo pueblo que es el Pueblo de Dios. Ser «Propiedad» de Dios-Señor quiere decir estar «consagrado» a El, ser un «pueblo santo». Y lo que, por intermedio de Moisés, Dios-Señor hace saber a toda la comunidad de los israelitas: «Sed santos, porque Yo, Yahvéh, vuestro Dios, soy santo» (Lv 19, 2). Con la misma elección Dios se d su pueblo en lo que le es más propio, la santidad, y la pide a Israel como cualidad de vida.

Como pueblo «consagrado» a Dios, Israel está llamado a ser un «pueblo de sacerdotes»: «Vosotros seréis llamados «sacerdotes de Yahvéh», «ministros de nuestro Dios se os llamará» (Is 61, 6).

5. La Nueva Alianza (nueva y eterna) es establecida «en la sangre de Cristo» (Cfr. 1 Cor 11, 25). En virtud de este sacrificio redentor, el «nuevo Consolador» «Parákletos» (Cfr. Jn 14, 16) )el Espíritu Santo) es dado a aquellos «que han sido santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos» (1 Cor 1, ). «A todos los amados de Dios... y santos por vocación» (Rom 1, 7), como escribe San Pablo al dirigir su Carta a los cristianos de Roma. De igual forma se expresará también con los corintios: « a la Iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya» (2 Cor 1, 1 ); con los filipenses: «a todos los santos en Cristo Jesús, que están en Filipos» (Flp 1, 1); con los colosenses: «a los santos de Colosas, hermanos fieles en Cristo» (Col 1, 2); o con los de Éfeso: «a los santos y fieles en Cristo Jesús» (Ef 1, 1).

Encontramos el mismo modo de hablar en los Hechos de los Apóstoles: «Pedro... bajó también a visitar a los santos que habitaban en Lida» (Hech 9, 32; cfr. 9, 41; y también 9, 13 «a tus santos en Jerusalén»).

En todos estos casos se trata de los cristianos, o de los «fieles», es decir, de los «hermanos» que han recibido el Espíritu Santo. Es precisamente El, el Espíritu Santo, el artífice directo de aquella santidad, sobre la que -mediante la participación en la santidad de Dios mismo-, se edifica toda la vida cristiana: (Tes 2, 13; 1 Pe 1, 2).

6. Lo mismo hay que decir de la consagración que, en virtud del Espíritu Santo, hace que los bautizados se conviertan en un reino de sacerdotes para su Dios y Padre (Cfr. Ap 1, 6; 5, 10; 20, 6). La primera Carta a de Pedro desarrolla ampliamente esta verdad: «También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1 Pe 2, 5). « Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, par anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (1 Pe 2, 9). Y sabemos que «los ha llamado» con la voz del Evangelio «en el Espíritu Santo, enviado desde el cielo» (1 Pe 1, 12).

7. La Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II ha enunciado esta verdad con las siguientes palabras: «Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (Cfr. Hb 5, 1-5), de su nuevo pueblo hizo... un reino y sacerdotes para Dios, su Padre (Ap 1, 6; cfr. 5, 9-10). Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan a sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz (Cfr. 1 Pe 2, 4-10) (n.10).

Tocamos aquí la esencia más intima de la Iglesia como «Pueblo de Dios» y comunidad de santos, sobre la cual volveremos en la próxima catequesis. Los textos citados, sin embargo, aclaran desde ahora que en la condición de santidad y de consagración del «Pueblo nuevo» se expresa «la unción», es decir, el poder y la acción del Espíritu Santo.

 

 


 


domingo 24 de mayo de 2009

Pedid y recibiréis.


Juan 16, 23-28


En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado. Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre.

Reflexión


¿Para qué rezar, si no conseguimos nada? ¿Para qué rezar, si a veces sentimos un muro de soledad a nuestro alrededor? Puede ser que no recemos con fe, o que no pidamos lo que nos conviene.

Santa Teresa del Niño Jesús escribía lo siguiente: "Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría" (Santa Teresa del Niño Jesús, ms. autob. C 25r).

Entonces sí vale la pena rezar, pues sólo se ve la luz en medio de la oscuridad cuando miramos hacia delante, cuando descubrimos que Cristo pasó antes que nosotros por la prueba de la cruz, y ahora está con Dios Padre, y nos espera, y nos prepara un lugar.

También el cristiano puede ganar mucho si sabe orar en el nombre de Cristo, si no se deja aplastar por el dolor o el fracaso.

Toca a Dios decidir si nos concede eso que pedimos desde lo más profundo del corazón. Pero incluso cuando no llega el regalo que pedimos, no nos faltará el consuelo de saber que estamos en sus manos. ¿No es eso ya vivir en oración, el mejor regalo que podemos recibir de nuestro Padre de los cielos?

 

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

 


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