¡Dios te salve María!
 

En el camino de regreso de Bélgica a Roma, tuve la suerte de detenerme en Ars.

Era al final del mes de octubre de 1947, el domingo de Cristo Rey. Con gran emoción

visité la vieja iglesita donde San Juan María Vianney confesaba, enseñaba el catecismo

y predicaba sus homilías. Fue para mí una experiencia inolvidable. Desde los años del

seminario había quedado impresionado por la figura del Cura de Ars, sobre todo por la

lectura de su biografía escrita por Mons. Trochu. San Juan María Vianney sorprende en

especial porque en él se manifiesta el poder de la gracia que actúa en la pobreza de los

medios humanos. Me impresionaba profundamente, en particular, su heroico servicio en

el confesionario. Este humilde sacerdote que confesaba mas de diez horas al día,

comiendo poco y dedicando al descanso apenas unas horas, había logrado, en un difícil

período histórico, provocar una especie de revolución espiritual en Francia y fuera de

ella. Millares de personas pasaban por Ars y se arrodillaban en su confesionario. En

medio del laicismo y del anticlericalismo del siglo XIX, su testimonio constituye un

acontecimiento verdaderamente revolucionario.

 

 

 

Del encuentro con su figura llegué a la convicción de que el sacerdote realiza una

parte esencial de su misión en el confesionario, por medio de aquel voluntario "hacerse

prisionero del confesionario". Muchas veces, confesando en Niegowic, en mi primera

parroquia, y después en Cracovia, volvía con el pensamiento a esta experiencia

inolvidable. He procurado mantener siempre el vínculo con el confesionario tanto

durante los trabajos científicos en Cracovia, confesando sobre todo en la Basílica de la

Asunción de la Santísima Virgen María, como ahora en Roma, aunque sea de modo casi

simbólico, volviendo cada año al confesionario el Viernes Santo en la Basílica de San

Pedro.

 

 

 

Un "gracias" sincero 

 

No puedo terminar estas consideraciones sin expresar un cordial agradecimiento a

todos los componentes del Colegio Belga de Roma, a los Superiores y a los compañeros

de entonces, muchos de los cuales ya han fallecido; en particular al Rector, P.

Maximilien de Furstenberg, que después fue cardenal. ¿¡Cómo no recordar que, durante

el cónclave, en 1978, el Cardenal de Furstenberg, en un determinado momento, me dijo

estas significativas palabras: Dominus adest et vocat te. Era como una misteriosa

alusión a la culminación de su trabajo formativo, come Rector del Colegio Belga, en

favor de mi sacerdocio.

 

 

 

El regreso a Polonia 

 

A principios de julio de 1948 defendí la tesis doctoral en el Angelicum e

inmediatamente después me puse en camino de regreso a Polonia. He aludido antes a

que en los dos años de permanencia en la Ciudad Eterna había "aprendido"

intensamente Roma: la Roma de las catacumbas, la Roma de los mártires, la Roma de

Pedro y Pablo, la Roma de los confesores. Vuelvo a menudo a aquellos años con la

memoria llena de emoción. Al regresar llevaba conmigo no sólo un mayor bagaje de

cultura teológica, sino también. la consolidación de mi sacerdocio y la profundización


 

 

 

de mi visión de la Iglesia. Aquel período de intenso estudio junto a las Tumbas de los

Apóstoles me había dado tanto desde todos los puntos de vista.

 

 

 

Ciertamente podría añadir muchos otros detalles acerca de esta experiencia

decisiva. Prefiero, sin embargo, resumirlo todo diciendo que gracias a Roma mi

sacerdocio se había enriquecido con una dimensión europea y universal. Regresaba de

Roma a Cracovia con el sentido de la universalidad de la misión sacerdotal, que sería

magistralmente expresado por el Concilio Vaticano II, sobre todo en la Constitución

dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium. No sólo el obispo, sino también cada

sacerdote debe vivir la solicitud por toda la Iglesia y sentirse, de algún modo,

responsable de ella.

 

 

 

 

 

 

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VI

 

Niegowic: una parroquia rural 

 

Apenas llegado a Cracovia, encontré en la Curia Metropolitana el primer

"destino'', la llaltlada aplikata. El arzobispo estaba entonces en Roma, pero me había

dejado por escrito su decisión. Acepté el cargo con alegría. Me informé enseguida de

cómo llegar a Niegowic y me preocupé por estar allí el día señalado. Fui desde Cracovia

a Gdow en autobús, desde allí un campesino me llevó en carreta a la campiña de

Marszowice y después me aconsejó caminar a pie por un atajo a través de los campos.

Divisaba a lo lejos la iglesia de Niegowic. Era el tiempo de la cosecha. Caminaba entre

los campos de trigo con las mieses en parte ya cosechadas, en parte aún ondeando al

viento. Cuando llegué finalmente al territorio de la parroquia de Niegowic, me arrodillé

y besé la tierra. Había aprendido este gesto de San Juan María Viarmey. En la iglesia

me detuve ante el Santísimo Sacramento; despues me presenté al párroco, Mons.

Kazimierz Buzala, arcipreste de Niepolomice y párroco de Niegowic, quien me acogió

muy cordialmente y después de un breve coloquio me mostró la habitación del vicario.

 

 

 

Así empezó el trabajo pastoral en mi primera parroquia. Duró un año y consistía

en las funciones típicas de un vicario y profesor de religión. Se me confiaron cinco

escuelas elementales en las campiñas pertenecientes a la parroquia de Niegowic. Allí

me Ilevaban en un pequeño carro o en la calesa. Recuerdo la cordialidad de los maestros

y de los feligreses. Los grupus eran muy diversos entre sí: algunos bien educados y

tranquilos, otros muy vivaces. Aún hoy me sucede que vuelvo con el pensamiento al

recogido silencio que reinaba en las clases, cuando, durante la cuaresma, hablaba de la

pasión del Señor.


 

 

 

 

 

 

En ese tiempo la parroquia de Niegowic se preparaba para la celebración del

quincuagésimo aniversario de la Ordenación sacerdotal del párroco. Como la vieja

iglesia era ya inadecuada para las necesidades pastorales, los feligreses decidieron que

el regalo más hermoso para el homenajeado sería la construcción de un nuevo templo.

Pero yo fui trasladado pronto de aquella agradable comunidad.

 

 

 

En San Florián de Cracovia 

 

En efecto, después de un año fui destinado a la parroquia de San Florián de

Cracovia. El parroco, Mons. Tadeusz Kurowski, me encargó la catequesis en los cursos

superiores del instituto y la acción pastoral entre los estudiantes universitarios. La

pastoral universitaria de Cracovia tenía entonces su centro en la iglesia de Santa Ana,

pero con el desarrollo de nuevas facultades se sintió la necesidad de crear una nueva

sede precisamente en la parroquia de San Florián. Comencé allí las conferencias para la

juventud universitaria; las tenía todos los jueves y trataban de los problemas

fundamentales sobre la existencia de Dios y la espiritualidad del alma humana, temas de

particular impacto en el contexto del ateísmo militante, propio del régimen comunista.

 

 

 

El trabajo científico 

 

Durante las vacaciones de 1951, después de dos años de trabajo en la parroquia de

San Florián, el Arzobispo Eugeniusz Baziak, que había sucedido en el gobierno de la

Archidiócesis de Cracovia al Cardenal Sapieha, me orientó hacia la labor científica.

Debí prepararme para la habilitación a la enseñanza pública de la ética y de la teología

moral. Esto supuso una reducción del trabajo pastoral, tan querido por mí. Me costó,

pero desde entonces me preocupé de que la dedicación al estudio científico de la

teología y de la filosofía no me indujera a "olvidarme'' de ser sacerdote; mas bien debía

ayudarme a serlo cada vez más.

 

 

 

 

 

 

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VII

 

¡Gracias, Iglesia que estás en Polonia! 

 

En este testimonio jubilar tengo que expresar mi gratitud a toda la Iglesia polaca,

en cuyo seno naci6 y maduró mi sacerdocio. Es una Iglesia con una herencia milenaria

de fe; una Iglesia que ha engendrado a lo largo de los siglos numerosos santos y beatos,

y está confiada al patrocinio de dos Santos Obispos y Mártires, Wojciech y Stanislaw.

Es una Iglesia profundamente unida al pueblo y a su cultura; una Iglesia que siempre ha


 

 

 

sostenido y defendido al pueblo, especialmente en los momentos trágicos de su historia.

Es también una Iglesia que en este siglo ha sido duramente probada: ha tenido que

sostener una lucha dramática por la supervivencia contra dos sistemas totalitarios:

contra el régimen inspirado en la ideología nazi durante la segunda guerra mundial; y

después, en los largos decenios de la posguerra, contra la dictadura comunista y su

ateísmo militante.

 

 

 

De ambas pruebas ha salido victoriosa, gracias al sacrificio de obispos, sacerdotes

y de numerosos laicos; gracias a la familia polaca "fuerte en Dios". Entre los obispos

del período bélico he de mencionar la figura inquebrantable del Príncipe Metropolitano

de Cracovia, Adam Stefan Sapieha, y entre los del período de la posguerra, la figura del

siervo de Dios Cardenal Stefan Wyszynski. Es una Iglesia que ha defendido al hombre,

su dignidad y sus derechos fundamentales, una Iglesia que ha luchado valientemente

por el derecho de los fieles a profesar su fe. Una Iglesia extraordinariamente dinámica, a

pesar de las dificultades y los obstáculos que se interponían en el camino.

 

 

 

En este intenso clima espiritual se fue desarrollando mi misi6n de sacerdote y de

obispo. He podido conocer, por decirlo así, desde dentro, los dos sistemas totalitarios

que han marcado trágicamente nuestro siglo: el nazismo de una parte, con los horrores

de la guerra y de los campos de concentración, y el comunismo, de otra, con su régimen

de opresión y de terror. Es fácil comprender mi sensibilidad por la dignidad de toda

persona humana y por el respeto de sus derechos, empezando por el derecho a la vida.

Es una sensibilidad que se formó en los primeros años de sacerdocio y se ha afianzado

con el tiempo. Es fácil entender también mi preocupación por la familia y por

lajuventud: todo esto ha crecido en mí de forma orgánica gracias a aquellas dramáticas

experiencias.

 

 

 

El presbiterio de Cracovia 

 

En el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal me dirijo con el

pensamiento de modo particular al presbiterio de la Iglesia de Cracovia, del cual he sido

miembro como sacerdote y después cabeza como Arzobispo. Me vienen a la memoria

tantas figuras eminentes de párrocos y vicarios. Sería demasiado largo menciorlarlos a

todos uno a uno. A muchos de ellos me unían y me unen vínculos de sincera amistad.

Los ejemplos de su santidad y de su celo pastoral han sido para mí de gran edificación.

Indudablemente han tenido una influencia profunda sobre mi sacerdocio. De ellos he

aprendido qué quiere decir en concreto ser pastor.

 

 

 

Estoy profundamente convencido del papel decisivo que el presbiterio diocesano

tiene en la vida personal de todo sacerdote. La comunidad de sacerdotes, basada en una

verdadera fraternidad sacramental, constituye un ambiente de primera importancia para

la formación espiritual y pastoral. El sacerdote, por principio, no puede prescindir de la

misma. Le ayuda a crecer en la santidad y constituye un apoyo seguro en las


 

 

 

dificultades. ¿Cómo no expresar, con ocasión de mi jubileo de oro, mi gratitud a los

sacerdotes de la Archidiócesis de Cracovia por su contribución a mi sacerdocio?

 

 

 

El don de los laicos 

 

Estos días pienso también en todos los laicos que el Señor me ha hecho encontrar

en mi misión de sacerdote y de obispo. Han sido para mí un don singular, por el cual no

ceso de dar gracias a la Providencia. Son tan numerosos que no es posible citarlos a

todos por su nombre, pero los llevo a todos en el corazón, porque cada uno de ellos ha

ofrecido su propia aportación a la realización de mi sacerdocio. En cierto modo me han

indicado el camino, ayudándome a comprender mejor mi ministerio y a vivirlo en

plenitud. Ciertamente, de los frecuentes contactos con los laicos siempre he sacado

mucho provecho. Entre ellos había simples obreros, hombres dedicados a la cultura y al

arte, grandes científicos. De estos encuentros han nacido cordiales amistades, muchas

de las cuales perduran aún. Gracias a ellos mi acción pastoral se ha multiplicado,

superando barreras y penetrando en ambientes que de otro modo hubieran sido muy

difíciles de alcanzar.

 

 

 

En verdad, me ha acompañado siempre la profunda conciencia de la necesidad

urgente del apostolado de los laicos en la Iglesia. Cuando el Concilio Vaticano II habló

de la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, pude experimentar una

gran alegría: lo que el Concilio enseñaba respondía a las convicciones que habían

guiado mi acción desde los primeros años de mi ministerio sacerdotal.

 

 

 

 

 

 

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VIII

 

¿Quién es el sacerdote? 

 

En este testimonio personal no puedo limitarme al recuerdo de los

acontecimientos y de las personas, sino que quisiera ir más allá para fijar la mirada mas

profundamente, como para escrutar el misterio que desde hace cincuenta años me

acompaña y me envuelve.

 

 

 

¿Qué significa ser sacerdote? Según San Pablo significa ante todo ser

administrador de los misterios de Dios: "servidores de Cristo y administradores de los

misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los admimstradores

es que sean fieles'' (1 Co 4, 1-2). La palabra "administrador" no puede ser sustituida por

ninguna otra. Está basada profundamente en el Evangelio: recuérdese la parábola del


 

 

 

administrador fiel y del infiel (of. Lc 12, 41-48). El administrador no es el propietario,

sino aquel a quien el propietario confía sus bienes para que los gestione con justicia y

responsabilidad. Precisamente por eso el sacerdote recibe de Cristo los bienes de la

salvación para distribuirlos debidamente entre las personas a las cuales es enviado. Se

trata de los bienes de la fe. El sacerdote, por tanto, es el hombre de la palabra de Dios,

el hombre del sacramento, el hombre del "misterio de la fe''. Por medio de la fe accede a

los bienes invisibles que constituyen la herencia de la Redención del mundo llevada a

cabo por el Hijo de Dios. Nadie puede considerarse "propietario'' de estos bienes. Todos

somos sus destinatarios. El sacerdote, sin embargo, tiene la tarea de administrarlos en

virtud de lo que Cristo ha establecido.

 

 

 

Admirabile commercium!

 

La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un "maravilloso

intercambio" -admirabile commercium- entre Dios y el hombre. Este ofrece a Cristo su

humanidad para que El pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi

haciendo de este hombre otro sí mismo. Si no se percibe el misterio de este

"intercambio" no se logra entender como puede suceder que un joven, escuchando la

palabra ' ¡sígueme!'', llegue a renunciar a todo por Cristo, en la certeza de que por este

camino su personalidad humana se realizará plenamente.

 

 

 

¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad que poder

representar cada día in persona Christi el Sacrificio redentor, el mismo que Cristo llevó

a cabo en la Cruz? En este Sacrificio, por una parte, está presente del modo más

profundo el mismo Misterio trinitario, y por otra está como "recapitulado'' todo el

universo creado (cf. Ef 1, 10). La Eucaristía se realiza también para ofrecer "sobre el

altar de la tierra entera el trabajo y el sufrimiento del mundo'', según una bella expresión

de Teilhard de Chardin. He ahí por qué, en la acción de gracias después de la Santa

Misa, se recita también el Cántico de los tres jóvenes del Antiguo Testamento:

Benedicite omnia opera Domini Domino... En efecto, en la Eucaristía todas las criaturas

visibles e invisibles, y en particular el hombre, bendicen a Dios como Creador y Padre y

lo bendicen con las palabras y la acción de Cristo, Hijo de Dios.

 

 

 

Sacerdote y Eucaristía 

 

"Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas

cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños (...) Nadie conoce quién

es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo

quiera revelar'' (Lc 10, 21-22). Estas palabras del Evangelio de San Lucas,

introduciéndonos en la intimidad del misterio de Cristo, nos permiten acercarnos

también al misterio de la Eucaristía. En ella el Hijo consustancial al Padre, Aquel que

sólo el Padre conoce, le ofrece el sacrificio de sí mismo por la humanidad y por toda la

creación. En la Eucaristía Cristo devuelve al Padre todo lo que de El proviene. Se

realiza así un profundo misterio de justicia de la criatura hacia el Creador. Es preciso

que el hombre de honor al Creador ofreciendo, en una acción de gracias y de alabanza,


 

 

 

todo lo que de El ha recibido. El hombre no puede perder el sentido de esta deuda, que

solamente él, entre todas las otras realidades terrestres, puede reconocer y saldar como

criatura hecha a imagen y semejanza de Dios. Al mismo tiempo, teniendo en cuenta sus

límites de criatura y el pecado que lo marca, el hombre no sería capaz de realizar este

acto de justicia hacia el Creador si Cristo mismo, Hijo consustancial al Padre y

verdadero hombre, no emprendiera esta iniciativa eucarística.

 

 

 

El sacerdocio, desde sus raíces, es el sacerdocio de Cristo. Es El quien ofrece a

Dios Padre el sacrificio de sí mismo, de su carne y de su sangre, y con su sacrificio

justifica a los ojos del Padre a toda la humanidad e indirectamente a toda la creación. El

sacerdote, celebrando cada día la Eucaristía, penetra en el corazón de este misterio. Por

eso la celebración de la Eucaristía es, para él, el momento más importante y sagrado de

la jornada y el centro de su vida.

 

 

 

In persona Christi 

 

Las palabras que repetimos al final del Prefacio -"Bendito el que viene en nombre

del Señor...''- nos llevan a los acontecimientos dramáticos del Domingo de Ramos.

Cristo va a Jerusalén para afrontar el sacrificio cruento del Viernes Santo. Pero el día

anterior, durante la Ultima Cena, instituye el sacramento de este sacrificio. Pronuncia

sobre el pan y sobre el vino las palabras de la consagración: "Esto es mi Cuerpo que

será entregado por vosotros (...) Este es el cáliz de mi Sangre, de la nueva y eterna

alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los

pecados. Haced esto en conmemoración mía''.

 

 

 

¿Qué "conmemoración"? Sabemos que a esta palabra hay que darle un sentido

fuerte, que va más alla del simple recuerdo histórico. Estamos en el orden del

"memorial" bíblico, que hace presente el acontecimiento mismo. ¡Es memoria-

presencia! EI secreto de este prodigio es la acción del Espíritu Santo, que el sacerdote

invoca mientras extiende las manos sobre los dones del pan y del vino: "Santifica estos

dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros el Cuerpo y

Sangre de Jesucristo Nuestro Señor". Así pues, no sólo el sacerdote recuerda los

acontecimientos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, sino que el Espíritu

Santo hace que estos se realicen sobre el altar a través del ministerio del sacerdote. Este

actúa verdaderamente in persona Christi. Lo que Cristo ha realizado sobre el altar de la

Cruz, y que precedentemente ha establecido como sacramento en el Cenáculo, el

sacerdote lo renueva con la fuerza del Espíritu Santo. En este momento el sacerdote está

como envuelto por el poder del Espíritu Santo y las palabras que dice adquieren la

misma eficacia que las pronunciadas por Cristo durante la Ultima Cena.

 

 

 

Mysterium fidei 


 

 

 

Durante la Santa Misa, después de la transubstanciación, el sacerdote pronuncia

las palabras: Mysterium fidel, ¡Misterio de la fe! Son palabras que se refieren

obviamente a la Eucaristía. Sin embargo, en cierto modo, conciernen también al

sacerdocio. No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no hay sacerdocio sin Eucaristía.

No sólo el sacerdocio ministerial está estrechamente vinculado a la Eucaristía; también

el sacerdocio común de todos los bautizados tiene su raíz en este misterio. A las

palabras del celebrante los fieles responden: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu

resurrección, ven Señor Jesús''. Participando en el Sacrificio eucarístico los fieles se

convierten en testigos de Cristo crucificado y resucitado, comprometiéndose a vivir su

triple misión -sacerdotal, profética y real- de la que están investidos desde el Bautismo,

como ha recordado el Concilio Vaticano II.

 

 

 

El sacerdote, como administrador de los ' misterios de Dios", está al servicio del

sacerdocio común de los fieles. Es él quien, anunciando la Palabra y celebrando los

sacramentos, especialmente la Eucaristía, hace cada vez más consciente a todo el

Pueblo de Dios su participación en el sacerdocio de Cristo, y al mismo tiempo lo mueve

a realizarla plenamente. Cuando, después de la transubstanciación, resuena la expresión:

Mysterium fidei, todos son invitados a darse cuenta de la particular densidad existencial

de este anuncio, con referencia al misterio de Cristo, de la Eucaristía y del Sacerdocio.

 

 

 

¿No encuentra aquí, tal vez, su motivación más profunda la misma vocación

sacerdotal? Una motivación que está totalmente presente en el momento de la

Ordenación, pero que espera ser interiorizada y profundizada a lo largo de toda la

existencia. Sólo así el sacerdote puede descubrir en profundidad la gran riqueza que le

ha sido confiada. Cincuenta años después de mi Ordenación puedo decir que el sentido

del propio sacerdocio se redescubre cada día más en ese Mysterium fidei. Esta es la

magnitud del don del sacerdocio y es también la medida de la respuesta que requiere tal

don. ¡El don es siempre más grande! Y es hermoso que sea así. Es hermoso que un

hombre nunca pueda decir que ha respondido plenamente al don. Es un don y también

una tarea: ¡siempre! Tener conciencia de esto es fundamental para vivir plenamente el

propio sacerdocio.

 

 

 

Cristo, Sacerdote y Víctima 

 

A través de las Letanías que había costumbre de recitar en el seminario de

Cracovia, especialmente la víspera de la Ordenación presbiteral, he tenido siempre

presente la verdad sabre el sacerdocio de Cristo. Me refiero a las Letanías a Cristo

Sacerdote y Víctima. ¡Qué profundos pensamientos provocaban en mí! En el sacrificio

de la Cruz, representado y actualizado en cada Eucaristía, Cristo se ofrece a sí mismo

para la salvación del mundo. Las invocaciones litánicas recorren los diversos aspectos

del misterio. Me recuerdan el simbolimo evocador de las imágenes bíblicas que están

entretejidas. Me vienen a los labios en latín, como las he recitado en el seminario y

después tantas veces en los años sucesivos:


 

 

 

Iesu, Sacerdos et Victima, 

 

Iesu, Sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchisedech, ... 

 

Iesu, Pontifex ex hominibus assumpte, 

 

Iesu, Pontifex pro hominibus constitute, ... 

 

Iesu, Pontifex futurorum bonorum, ...

 

Iesu, Pontifex fidelis et misericors, ... 

 

Iesu, Pontifex qui dilexisti nos et lavisti nos a peccatis in sanguine tuo, ...

 

Iesu, Pontifex qui tradidisti temetipsum Deo oblationem et hostiam, ... 

 

Iesu, Hostia sancta et immaculata, ... 

 

Iesu, Hostia in qua habemus fiduciam et accessum ad Deum, ... 

 

Iesu, Hostia vivens in saecula saeculorum.

 

 

 

(EI texto completo de las Letanías se encuentra en el Apéndice)

 

 

 

¡Cuánta riqueza teológica hay en estas expresiones! Se trata de letanías

profundamente basadas en la Sagrada Escritura, sobre todo en la Carta a los Hebreos. Es

suficiente releer este pasaje: "Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, (...)

penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de

novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la

sangre de machos cabríos y de toros (...) santifica con su aspersión a los contaminados,

en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el

Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas

nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!" (Hb 9, 11-14). Cristo es sacerdote

porque es el Redentor del mundo. En el misterio de la Redención se inscribe el

sacerdocio de todos los presbíteros. Esta verdad sobre la Redención y sobre el Redentor

está enraizada en el centro mismo de mi conciencia, me ha acompañado en todos estos

años, ha impregnado todas mis experiencias pastorales y me ha mostrado contenidos

siempre nuevos.

 

 

 

En estos cincuenta años de vida sacerdolal me he dado cuenta de que la

Redención, el precio que debía pagarse por el pecado, lleva consigo también un

renovado descubrimiento, coma una "nueva creación", de todo lo que ha sido creado: el

redescubrimiento del hombre como persona, del hombre creado por Dios varón y mujer,

el redescubrimiemo, en su verdad profunda, de todas las obras del hombre, de su cultura

y civilización, de todas sus conquistas y actuaciones creativas.


 

 

 

 

 

 

Después de mi elección como Papa, mi primer impulso espiritual fue dirigirme a

Cristo Redentor. Nacióo así la Encíclica Redemptor hominis. Reflexionando sobre todo

este proceso veo cada vez mejor la íntima relación que hay entre el mensaje de esta

Encíclica y todo lo que se inscribe en el corazón del hombre por la participación en el

sacerdocio de Cristo.

 

 

 

 

 

 

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IX

 

Ser sacerdote hoy 

 

Cincuenta años de sacerdocio no son pocos. ¡Cuántas cosas han sucedido en este

medio siglo de historia! Han surgido nuevos problemas, nuevos estilos de vida, nuevos

desafíos. Viene espontáneo preguntarse: ¿qué supone ser sacerdote hoy, en este

escenario en continuo movimiento mientras nos encaminamos hacia el tercer Milenio?

 

 

 

No hay duda de que el sacerdote, con toda la Iglesia, camina con su tiempo, y es

oyente atento y benévolo, pero a la vez crítico y vigilante, de lo que madura en la

historia. El Concilio ha mostrado como es posible y necesaria una auténtica renovación,

en plena fidelidad a la Palabra de Dios y a la Tradición. Pero más allá de la debida

renovación pastoral, estoy convencido de que el sacerdote no ha de tener ningún miedo

de estar "fuera de su tiempo", porque el "hoy" humano de cada sacerdote está insertado

en el "hoy" de Cristo Redentor. La tarea más grande para cada sacerdote en cualquier

época es descubrir día a día este "hoy" suyo sacerdotal en el "hoy" de Cristo, aquel

"hoy" del que habla la Carta a los Hebreos. Este "hoy" de Cristo está inmerso en toda la

historia, en el pasado y en el futuro del mundo, de cada hombre y de cada sacerdote.

"Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre'' (Hb 13,8). Así pues, si

estamos inmersos con nuestro "hoy'' humano y sacerdotal en el "hoy" de Cristo, no hay

peligro de quedarse en el "ayer", retrasados... Cristo es la medida de todos los tiempos.

En su "hoy" divino-humano y sacerdotal se supera de raíz toda oposición -antes tan

discutida- entre el "tradicionalismo" y el "progresismo' .

 

 

 

Las aspiraciones profundas del hombre 

 

Si se analizan las aspiraciones del hombre contemporáneo en relación con el

sacerdote se verá que, en el fondo, hay en el mismo una sola y gran aspiración: tiene sed

de Cristo. El resto -lo que necesita a nivel económico, social y político- lo puede pedir a

muchos otros. ¡Al sacerdote se le pide Cristo! Y de él tiene derecho a esperarlo, ante


 

 

 

todo mediante el anuncio de la Palabra. Los presbíteros -enseña el Concilio- "tienen

como primer deber el anunciar a todos el Evangelio de Dios'' (Prebyterorum Ordinis, 4).

Pero el anuncio tiende a que el hombre encuentre a Jesús, especialmente en el misterio

eucarístico, corazón palpitante de la Iglesia y de la vida sacerdotal. Es un misterioso y

formidable poder el que el sacerdote tiene en relación con el Cuerpo eucarístico de

Cristo. De este modo es el administrador del bien más grande de la Redención porque

da a los hombres el Redentor en persona. Celebrar la Eucaristía es la misión más

sublime y más sagrada de todo presbítero. Y para mí, desde los primeros años de

sacerdocio, la celebración de la Eucaristía ha sido no sólo el deber más sagrado, sino

sobre todo la necesidad más profunda del alma.

 

 

 

Ministro de la misericordia 

 

Como administrador del sacramento de la Reconciliación, el sacerdote cumple el

mandato de Cristo a los Apóstoles después de su resurrección: "Recibid el Espíritu

Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los

retengáis, les quedan retenidos'' (Jn 20, 22-23). ¡El sacerdote es testigo e instrumento de

la misericordia divina! ¡Qué importante es en su vida el servicio en el confesionario!

Precisamente en el confesionario se realiza del modo más pleno su paternidad espiritual.

En el confesionario cada sacerdote se convierte en testigo de los grandes prodigios que

la misericordia divina obra en el alma que acepta la gracia de la conversión. Es

necesario, no obstante, que todo sacerdote al servicio de los hermanos en el

confesionario tenga él mismo la experiencia de esta misericordia de Dios a través de la

propia confesión periódica y de la dirección espiritual.

 

 

 

Administrador de los misterios divinos, el sacerdote es un especial testigo del

Invisible en el mundo. En efecto, es administrador de bienes invisible e

inconmensurables que pertenecen al orden espiritual y sobrenatural.

 

 

 

Un hombre en contacto con Dios 

 

Como administrador de tales bienes, el sacerdote está en permanente y especial

contacto con la santidad de Dios. "¡ Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo!

Los cielos y la tierra están llenos de tu gloria''. La majestad de Dios es la majestad de la

santidad. En el sacerdocio el hombre es como elevado a la esfera de esta santidad, de

algún modo llega a las alturas en las que una vez fue introducido el profeta Isaías. Y

precisamente de esa visión profética se hace eco la liturgia eucarística: Sanctus,

Sanctus, Sanctus, Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt caeli et terra gloria tua. Hosanna

in excelsis.

 

 

 

Al mismo tiempo, el sacerdote vive todos los días, continuamente, el descenso de

esta santidad de Dios hacia el hombre: benedictus qui venit in nomine Domini. Con

estas palabras las multitudes de Jerusalén aclamaban a Cristo que llegaba a la ciudad


 

 

 

para ofrecer el sacrificio por la redención del mundo. La santidad trascendente, de

alguna manera "fuera del mundo" llega a ser en Cristo la santidad "dentro del mundo".

Es la santidad del Misterio pascual.

 

 

 

Llamado a la santidad 

 

En contacto continuo con la santidad de Dios, el sacerdote debe llegar a ser él

mismo santo. Su mismo ministerio lo compromete a una opción de vida inspirada en el

radicalismo evangélico. Esto explica que de un modo especial deba vivir el espíritu de

los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. En esta perspectiva se

comprende también la especial conveniencia del celibato. De aquí surge la particular

necesidad de la oración en su vida: la oración brota de la santidad de Dios y al mismo

tiempo es la respuesta a esta santidad. He escrito en una ocasión: ' La oración hace al

sacerdote y el sacerdote se hace a través de la oración''. Sí, el sacerdote debe ser ante

todo hombre de oración, convencido de que el tiempo dedicado al encuentro íntimo con

Dios es siempre el mejor empleado, porque además de ayudarle a él, ayuda a su trabajo

apostó1ico. Si el Concilio Vaticano II habla de la vocación universal a la santidad, en el

caso del sacerdote es preciso hablar de una especial vocación a la santidad. ¡Cristo tiene

necesidad de sacerdotes santos! ¡El mundo actual reclama sacerdotes santos! Solamente

un sacerdote santo puede ser, en un mundo cada vez mas secularizado, testigo

transparente de Cristo y de su Evangelio. Solamente así el sacerdote puede ser guía de

los hombres y maestro de santidad. Los hombres, sobre todo los jóvenes, esperan un

guía así. ¡El sacerdote puede ser guía y maestro en la medida en que es un testigo

auténtico!

 

 

 

La cura animarum

 

En mi ya larga experiencia, a través de situaciones tan diversas, me he afianzado

en la convicción de que sólo desde el terreno de la santidad sacerdotal puede

desarrollarse una pastoral eficaz, una verdadera "cura animarum". El auténtico secreto

de los éxitos pastorales no está en los medios materiales, y menos aún en la "riqueza de

medios''. Los frutos duraderos de los esfuerzos pastorales nacen de la santidad del

sacerdote. ¡Este es su fundamento! Naturalmente son indispensables la formación, el

estudio y la actualización; en definitiva. una preparación adecuada que capacite para

percibir las urgencias y definir las prioridades pastorales. Sin embargo, se podría

afirmar que las prioridades dependen también de las circunstancias, y que cada

sacerdote ha de precisarlas y vivirlas de acuerdo con su obispo y en armonía con las

orientaciones de la Iglesia universal. En mi vida he descubierto estas prioridades en el

apostolado de los laicos, de modo especial en la pastoral familiar -campo en el que los

mismos laicos me han ayudado mucho-, en la atención a los jóvenes y en el diálogo

intenso con el mundo de la ciencia y de la cultura. Todo esto se ha reflejado en mi

actividad científica y literaria. Surgió así el estudio Amor y responsabilidad y, entre

otras cosas, una obra literaria: El taller del orfebre, con el subtítulo Meditaciones sobre

el sacramento del matrimonio.


 

 

 

Una prioridad ineludible es hoy la atención preferencial a los pobres, los

marginados y los emigrantes. Para ellos el sacerdote debe ser verdaderamente un

"padre". Ciertamente los medios materiales son indispensables, como los que nos ofrece

la moderna tecnología. Sin embargo, el secreto es siempre la santidad de vida del

sacerdote que se expresa en la oración y en la meditación, en el espíritu de sacrificio y

en el ardor misionero. Cuando pienso en los años de mi servicio pastoral como

sacerdote y como obispo, más me convenzo de lo verdadero y fundamental que es esto.

 

 

 

Hombre de la Palabra 

 

Me he referido ya al hecho de que para ser guía auténtico de la comunidad,

verdadero administrador de los misterios de Dios, el sacerdote está llamado a ser

hombre de la palabra de Dios, generoso e incansable evangelizador. Hoy, frente a las

tareas inmensas de la "nueva evangelización'', se ve aún más esta urgencia.

 

 

 

Después de tantos años de ministerio de la Palabra, que especialmente como Papa

me han visto peregrino por todos los rincones del mundo, debo dedicar algunas

consideraciones a esta dimensión de la vida sacerdotal. Una dimensión exigente, ya que

los hombres de hoy esperan del sacerdote antes que la palabra "anunciada" la palabra

"vivida". El presbítero debe "vivir de la Palabra''. Pero al mismo tiempo, se ha de

esforzar por estar también intelectualmente preparado para conocerla a fondo y

anunciarla eficazmente. En nuestra época, caracterizada por un alto nivel de

especialización en casi todos los sectores de la vida, la formación intelectual es muy

importante. Esta hace posible entablar un diálogo intenso y creativo con el pensamiento

contemporáneo. Los estudios humanísticos y filosóficos y el conocimiento de la

teología son los caminos para alcanzar esta formación intelectual, que deberá ser

profundizada durante toda la vida. El estudio, para ser auténticamente formativo, tiene

necesidad de estar acompañado siempre por la oración, la meditación, la súplica de los

dones del Espíritu Santo: la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la ciencia,

la piedad y el temor de Dios. Santo Tomás de Aquino explica como, con los dones del

Espíritu Santo, todo el organismo espiritual del hombre se hace sensible a la luz de

Dios, a la luz del conocimiento y tambienéa la inspiración del amor. La súplica de los

dones del Espíritu Santo me ha acompañado desde mi juventud y a ella sigo siendo fiel

hasta ahora.

 

 

 

Profundización científica 

 

Ciertamente, como enseña el mismo Santo Tomás, la "ciencia infusa", que es fruto

de una intervención especial del Espíritu Santo, no exime del deber de procurarse la

"ciencia adquirida".

 

 

 

Por lo que a mí respecta, como he dicho antes, inmediatamente después de la

ordenación sacerdotal fui enviado a Roma para perfeccionar los estudios. Más tarde, por


 

 

 

decisión de mi obispo, tuve que ocuparme de la ciencia como profesor de ética en la

Facultad teológica de Cracovia y en la Universidad Católica de Lublin. Fruto de estos

estudios fueron el doctorado sobre San Juan de la Cruz y después la tesis sobre Max

Scheler para la enseñanza libre: más en concreto, sobre la aportación que su sistema

ético de tipo fenomenológico puede dar a la formación de la teología moral. Debo

verdaderamente mucho a este trabajo de investigación. Sobre mi precedente formación

aristotélico-tomista se injertaba así el método fenomenológico, lo cual me ha permitido

emprender numerosos ensayos creativos en este campo. Pienso especialmente en el

libro "Persona y acción De este modo me he introducido en la corriente contemporánea

del personalismo filosófico, cuyo estudio ha tenido repercusión en los frutos pastorales.

A menudo constato que muchas de las reflexiones maduradas en estos estudios me

ayudan durante los encuentros con las personas, individualmente o en los encuentros

con las multitudes de fieles con ocasión de los viajes apostó1icos. Esta formación en el

horizonte cultural del personalismo me ha dado una conciencia más profunda de cómo

cada uno es una persona única e irrepetible, y considero que esto es muy importante

para todo sacerdote.

 

 

 

El diálogo con el pensamiento contemporáneo

 

 

 

Gracias a los encuentros y coloquios con naturalistas, físicos, biólogos y también

con historiadores, he aprendido a apreciar la importancia de las otras ramas del saber

relativas a las materias científicas, desde las cuales se puede llegar a la verdad partiendo

de perspectivas diversas. Es preciso, pues, que el esplendor de la verdad -Veritatis

Splendor- las acompañe continuamente, permitiendo a los hombres encontrarse,

intercambiar las reflexiones y enriquecerse recíprocamente. He traído conmigo desde

Cracovia a Roma la tradición de encuentros interdisciplinares periódicos, que tienen

lugar de modo regular durante el verano en Castel Gandolfo. Trato de ser fiel a esta

buena costumbre.

 

 

 

"Labia sacerdotum scientiam custodiant..." (cf. Ml 2, 7). Me gusta recordar estas

palabras del profeta Malaquías, citadas en las Letanías a Cristo Sacerdote y Víctima,

porque tienen una especie de valor programático para quien está llamado a ser ministro

de la Palabra. Este debe ser verdaderamente hombre de ciencia en el sentido más alto y

religioso del término. Debe poseer y transmitir la "ciencia de Dios" que no es sólo un

depósito de verdades doctrinales, sino experiencia personal y viva del Misterio, en el

sentido indicado por el Evangelio de Juan en la gran oración sacerdotal: "Esta es la vida

eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado,

Jesucristo" (17, 3).

 

 

 

 

 

 

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X

 

A los Hermanos en el sacerdocio 

 

Al concluir este testimonio sobre mi vocación sacerdotal, deseo dirigirme a todos

los Hermanos en el sacerdocio: ¡a todos sin excepción! Lo hago con las palabras de San

Pedro: "Hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra

elección. Obrando así nunca caeréis" (2 Pe I, 10). ¡Amad vuestro sacerdocio! ¡Sed fieles

hasta el final! Sabed ver en él aquel tesoro evangélico por el cual vale la pena darlo todo

(cf. Mt 13, 44).

 

 

 

De modo particular me dirijo a aquellos de entre vosotros que viven un período de

dificultad o incluso de crisis de su vocación. Quisiera que este testimonio personal mío -

testimonio de sacerdote y de Obispo de Roma, que celebra las Bodas de Oro de la

Ordenación- fuese para vosotros una ayuda y una invitación a la fidelidad. He escrito

esto pensando en cada uno de vosotros, abrazándoos a todos con la oración.

 

 

 

Pupilla oculi 

 

He pensado también en tantos jóvenes seminaristas que se preparan al sacerdocio.

¡Cuantas veces un obispo va con la mente y el corazón al seminario! Este es el primer

objeto de sus preocupaciones. Se suele decir que el seminario es para un obispo la

"pupila de sus ojos". El hombre defiende las pupilas de sus ojos porque le permiten ver.

Así, en cierto modo, el obispo ve su Iglesia a través del seminario, porque de las

vocaciones sacerdotales depende gran parte de la vida eclesial. La gracia de numerosas

y santas vocaciones sacerdotales le permite mirar con confianza el futuro de su misión.

 

 

 

Digo esto basándome en los muchos años de mi experiencia episcopal. Fui

nombrado obispo doce años después de mi Ordenación sacerdotal: buena parte de estos

cincuenta años ha estado precisamente marcada por la preocupación por las vocaciones.

La alegría del obispo es grande cuando el Señor da vocaciones a su Iglesia; su falta, por

el contrario, provoca preocupación e inquietud. El Señor Jesús ha comparado esta

preocupacióm a la del segador: "La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al

Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 37).

 

 

 

Deo gratias! 

 

No puedo terminar estas reflexiones, en el año de mis Bodas de Oro sacerdotales

sin expresar al Señor de la mies la más profunda gratitud por el don de la vocación, por

la gracia del sacerdocio, por las vocaciones sacerdotales en todo el mundo. Lo hago en

unión con todos los obispos, que comparten la misma preocupación por las vocaciones


 

 

 

y sienten la misma alegría cuando aumenta su número. Gracias a Dios, está en vías de

superación una cierta crisis de vocaciones sacerdotales en la Iglesia. Cada nuevo

sacerdote trae consigo una bendición especial: "Bendito el que viene en nombre del

Señor''. En efecto, es Cristo mismo quien viene en cada sacerdote. Si San Cipriano ha

dicho que el cristiano es "otro Cristo" -Christianus alter Christus-, con mayor razón se

puede decir: Sacerdos alter Christus.

 

 

 

Que Dios mantenga en los sacerdotes una conciencia agradecida y coherente del

don recibido, y suscite en muchos jóvenes una respuesta pronta y generosa a su llamada

a entregarse sin reservas por la causa del Evangelio. De ello se beneficiarán los hombres

y mujeres de nuestro tiempo, tan necesitados de sentido y de esperanza. De ello se

alegrará la comunidad cristiana, que podrá afrontar con confianza las incógnitas y

desafíos del tercer Milenio que ya está a las puertas.

 

 

 

Que la Virgen María acoja este testimonio mío como una ofrenda filial, para

gloria de la Santísima Trinidad. Que la haga fecunda en el corazón de los hermanos en

el sacerdocio y de tantos hijos de la Iglesia. Que haga de ella una semilla de fratemidad

también para quienes, aun sin compartir la misma fe, me hacen con frecuencia el don de

su escucha y del diálogo sincero.

 

 

 

 

 

 

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APENDICE

 

Letanías de Nuestro Señor Jesucristo Sacerdote y Víctima

 

Kyrie, eleison ...... Kyrie, eleison

 

Christe, eleison ...... Christe, eleison

 

Kyrie, eleison ...... Kyrie, eleison

 

 

 

 

 

 

Christe, audi nos ...... Christe, audi nos

 

Christe, exaudi nos ...... Christe, exaudi nos

 

Pater de caelis, Deus, ...... miserere nobis


 

 

 

Fili, Redemptor mundi, Deus, ..... miserere nobis

 

Spiritus Sancte, Deus, ...... miserere nobis

 

Sancta Trinitas, unus Deus, ...... miserere nobis

 

 

 

 

 

 

Iesu, Sacerdos et Victima, ...... miserere nobis

 

Iesu, Sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchisedech, ..... miserere nobis

 

Iesu, Sacerdos quem misit Deus evangelizare pauperibus, .... miserere nobis

 

Iesu, Sacerdos qui in novissima cena formam sacrificii perennis instituisti, .....

miserere nobis

 

Iesu, Sacerdos semper vivens ad interpellandum pro nobis, ..... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex quem Pater unxit Spiritu Sancto et virtute, .... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex ex hominibus assumpte, ..... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex pro hominibus constitute, .... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex confessionis nostrae, ..... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex amplioris prae Moysi gloriae, .... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex tabernaculi veri, ... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex futurorum bonorum, ..... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex sancte, innocens et impollute, .... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex fidelis et misericors, ..... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex Dei et animarum zelo succense, ..... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex in aeternum perfecte, ...... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex qui per proprium sanguinem caelos penetrasti, ..... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex qui nobis viam novam initiasti, ..... miserere nobis

 

Iesu, Pontifex qui dilexisti nos et lavisti nos a peccatis in sanguine tuo, ......

miserere nobis

 

Iesu, Pontifex qui tradidisti temetipsum Deo oblationem et hostiam, ....... miserere

nobis


 

 

 

Iesu, Hostia Dei et hominum, ....... miserere nobis

 

Iesu, Hostia sancta et immaculata, ...... miserere nobis

 

Iesu, Hostia placabilis, ..... miserere nobis

 

Iesu, Hostia pacifica, ..... miserere nobis

 

Iesu, Hostia propitiationis et laudis, ..... miserere nobis

 

Iesu, Hostia reconciliationis et pacis, ..... miserere nobis

 

Iesu, Hostia in qua habemus fiduciam et accessum ad Deum, ..... miserere nobis

 

Iesu, Hostia vivens in saecula saeculorum, ...... miserere nobis

 

 

 

 

 

 

Propitius esto! ...... parce nobis, Iesu

 

Propitius esto! ..... exaudi nos, Iesu

 

 

 

A temerario in clerum ingressu, ..... libera nos, Iesu

 

A peccato sacrilegii, ..... libera nos, Iesu

 

A spiritu incontinentiae, ..... libera nos, Iesu

 

A turpi quaestu, ...... libera nos, Iesu

 

Ab omni simoniae labe, ...... libera nos, Iesu

 

Ab indigna opum ecclesiasticarum dispensatione, ...... libera nos, Iesu

 

Ab amore mundi eiusque vanitatum, ....... libera nos, Iesu

 

Ab indigna Mysteriorum tuorum celebratione, ....... libera nos, Iesu

 

 

 

Per aeternum sacerdotium tuum, ...... libera nos, Iesu

 

Per sanctam unctionem, qua a Deo Patre in sacerdotem constitutus es, ...... libera

nos, Iesu

 

Per sacerdotalem spintum tuum, ...... libera nos, Iesu

 

Per ministerium illud, quo Patrem tuum super terram clarificasti, ...... libera nos,

Iesu


 

 

 

Per cruentam tui ipsius immolationem semel in cruce factam, ...... libera nos, Iesu

 

Per illud idem sacrificium in altari quotidie renovatum, ...... libera nos, Iesu

 

Per divinam illam potestatem, quam in sacerdotibus tuis invisibiliter exerces, ......

libera nos, Iesu

 

 

 

Ut universum ordinem sacerdotalem in sancta religione conservare digneris, ......

Te rogamus, audi nos

 

Ut pastores secundum cor tuum populo tuo providere digneris, ..... Te rogamus,

audi nos

 

Ut illos spiritus sacerdotii tui implere digneris, ..... Te rogamus, audi nos

 

Ut labia sacerdotum scientiam custodiant, ...... Te rogamus, audi nos

 

Ut in messem tuam operarios fideles mittere digneris, ..... Te rogamus, audi nos

 

Ut fideles mysteriorum tuorum dispensatores multiplicare digneris, ..... Te

rogamus, audi nos

 

Ut eis perseverantem in tua voluntate famulatum tribuere digneris, ..... Te

rogamus, audi nos

 

Ut eis in ministerio mansuetudinem, in actione sollertiam et in orationem

constantia concedere digneris, ... Te rogamus, audi nos

 

Ut per eos sanctissimi Sacramenti cultum ubique promovere digneris, ...... Te

rogamus, audi nos

 

Ut qui tibi bene ministraverunt, in gaudium tuum suscipere digneris, ...... Te

rogamus, audi nos

 

 

 

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, ...... parce nobis, Domine

 

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, ...... exaudi nos, Domine

 

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, ...... miserere nobis, Domine

 

 

 

Iesu, Sacerdos, ...... audi nos

 

Iesu, Sacerdos, ...... exaudi nos.

 

 

 

Oremus


 

 

 

Ecclesiae tuae, Deus, sanctificator et custos, suscita in ea per Spiritum tuum

idoneos el fideles sanctorum mysteriorum dispensatores, ut eorum ministerio el

exemplo christiana plebs in viam salutis te protegente dirigatur. 

 

Per Christum Dominum nostrum. Amen.

 

 

 

Deus, qui ministrantibus et ieiunantibus discipulis segregari iussisti Saulum et

Barnabam in opus ad quod assumpseras eos, adesto nunc Ecclesiae tuae oranti, et tu, qui

omnium corda nosti, ostende quos elegeris in ministerium.

 

Per Christum Dominum nostrum. Amen.

 

 

 

 

 

 

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