¡Dios te salve María!
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En el camino de regreso de Bélgica a Roma, tuve la suerte de detenerme en Ars. Era al final del mes de octubre de 1947, el domingo de Cristo Rey. Con gran emoción visité la vieja iglesita donde San Juan María Vianney confesaba, enseñaba el catecismo y predicaba sus homilías. Fue para mí una experiencia inolvidable. Desde los años del seminario había quedado impresionado por la figura del Cura de Ars, sobre todo por la lectura de su biografía escrita por Mons. Trochu. San Juan María Vianney sorprende en especial porque en él se manifiesta el poder de la gracia que actúa en la pobreza de los medios humanos. Me impresionaba profundamente, en particular, su heroico servicio en el confesionario. Este humilde sacerdote que confesaba mas de diez horas al día, comiendo poco y dedicando al descanso apenas unas horas, había logrado, en un difícil período histórico, provocar una especie de revolución espiritual en Francia y fuera de ella. Millares de personas pasaban por Ars y se arrodillaban en su confesionario. En medio del laicismo y del anticlericalismo del siglo XIX, su testimonio constituye un acontecimiento verdaderamente revolucionario. Del encuentro con su figura llegué a la convicción de que el sacerdote realiza una parte esencial de su misión en el confesionario, por medio de aquel voluntario "hacerse prisionero del confesionario". Muchas veces, confesando en Niegowic, en mi primera parroquia, y después en Cracovia, volvía con el pensamiento a esta experiencia inolvidable. He procurado mantener siempre el vínculo con el confesionario tanto durante los trabajos científicos en Cracovia, confesando sobre todo en la Basílica de la Asunción de la Santísima Virgen María, como ahora en Roma, aunque sea de modo casi simbólico, volviendo cada año al confesionario el Viernes Santo en la Basílica de San Pedro. Un "gracias" sincero No puedo terminar estas consideraciones sin expresar un cordial agradecimiento a todos los componentes del Colegio Belga de Roma, a los Superiores y a los compañeros de entonces, muchos de los cuales ya han fallecido; en particular al Rector, P. Maximilien de Furstenberg, que después fue cardenal. ¿¡Cómo no recordar que, durante el cónclave, en 1978, el Cardenal de Furstenberg, en un determinado momento, me dijo estas significativas palabras: Dominus adest et vocat te. Era como una misteriosa alusión a la culminación de su trabajo formativo, come Rector del Colegio Belga, en favor de mi sacerdocio. El regreso a Polonia A principios de julio de 1948 defendí la tesis doctoral en el Angelicum e inmediatamente después me puse en camino de regreso a Polonia. He aludido antes a que en los dos años de permanencia en la Ciudad Eterna había "aprendido" intensamente Roma: la Roma de las catacumbas, la Roma de los mártires, la Roma de Pedro y Pablo, la Roma de los confesores. Vuelvo a menudo a aquellos años con la memoria llena de emoción. Al regresar llevaba conmigo no sólo un mayor bagaje de cultura teológica, sino también. la consolidación de mi sacerdocio y la profundización de mi visión de la Iglesia. Aquel período de intenso estudio junto a las Tumbas de los Apóstoles me había dado tanto desde todos los puntos de vista. Ciertamente podría añadir muchos otros detalles acerca de esta experiencia decisiva. Prefiero, sin embargo, resumirlo todo diciendo que gracias a Roma mi sacerdocio se había enriquecido con una dimensión europea y universal. Regresaba de Roma a Cracovia con el sentido de la universalidad de la misión sacerdotal, que sería magistralmente expresado por el Concilio Vaticano II, sobre todo en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium. No sólo el obispo, sino también cada sacerdote debe vivir la solicitud por toda la Iglesia y sentirse, de algún modo, responsable de ella. -------------------------------------------------------------------------------- VI Niegowic: una parroquia rural Apenas llegado a Cracovia, encontré en la Curia Metropolitana el primer "destino'', la llaltlada aplikata. El arzobispo estaba entonces en Roma, pero me había dejado por escrito su decisión. Acepté el cargo con alegría. Me informé enseguida de cómo llegar a Niegowic y me preocupé por estar allí el día señalado. Fui desde Cracovia a Gdow en autobús, desde allí un campesino me llevó en carreta a la campiña de Marszowice y después me aconsejó caminar a pie por un atajo a través de los campos. Divisaba a lo lejos la iglesia de Niegowic. Era el tiempo de la cosecha. Caminaba entre los campos de trigo con las mieses en parte ya cosechadas, en parte aún ondeando al viento. Cuando llegué finalmente al territorio de la parroquia de Niegowic, me arrodillé y besé la tierra. Había aprendido este gesto de San Juan María Viarmey. En la iglesia me detuve ante el Santísimo Sacramento; despues me presenté al párroco, Mons. Kazimierz Buzala, arcipreste de Niepolomice y párroco de Niegowic, quien me acogió muy cordialmente y después de un breve coloquio me mostró la habitación del vicario. Así empezó el trabajo pastoral en mi primera parroquia. Duró un año y consistía en las funciones típicas de un vicario y profesor de religión. Se me confiaron cinco escuelas elementales en las campiñas pertenecientes a la parroquia de Niegowic. Allí me Ilevaban en un pequeño carro o en la calesa. Recuerdo la cordialidad de los maestros y de los feligreses. Los grupus eran muy diversos entre sí: algunos bien educados y tranquilos, otros muy vivaces. Aún hoy me sucede que vuelvo con el pensamiento al recogido silencio que reinaba en las clases, cuando, durante la cuaresma, hablaba de la pasión del Señor. En ese tiempo la parroquia de Niegowic se preparaba para la celebración del quincuagésimo aniversario de la Ordenación sacerdotal del párroco. Como la vieja iglesia era ya inadecuada para las necesidades pastorales, los feligreses decidieron que el regalo más hermoso para el homenajeado sería la construcción de un nuevo templo. Pero yo fui trasladado pronto de aquella agradable comunidad. En San Florián de Cracovia En efecto, después de un año fui destinado a la parroquia de San Florián de Cracovia. El parroco, Mons. Tadeusz Kurowski, me encargó la catequesis en los cursos superiores del instituto y la acción pastoral entre los estudiantes universitarios. La pastoral universitaria de Cracovia tenía entonces su centro en la iglesia de Santa Ana, pero con el desarrollo de nuevas facultades se sintió la necesidad de crear una nueva sede precisamente en la parroquia de San Florián. Comencé allí las conferencias para la juventud universitaria; las tenía todos los jueves y trataban de los problemas fundamentales sobre la existencia de Dios y la espiritualidad del alma humana, temas de particular impacto en el contexto del ateísmo militante, propio del régimen comunista. El trabajo científico Durante las vacaciones de 1951, después de dos años de trabajo en la parroquia de San Florián, el Arzobispo Eugeniusz Baziak, que había sucedido en el gobierno de la Archidiócesis de Cracovia al Cardenal Sapieha, me orientó hacia la labor científica. Debí prepararme para la habilitación a la enseñanza pública de la ética y de la teología moral. Esto supuso una reducción del trabajo pastoral, tan querido por mí. Me costó, pero desde entonces me preocupé de que la dedicación al estudio científico de la teología y de la filosofía no me indujera a "olvidarme'' de ser sacerdote; mas bien debía ayudarme a serlo cada vez más. -------------------------------------------------------------------------------- VII ¡Gracias, Iglesia que estás en Polonia! En este testimonio jubilar tengo que expresar mi gratitud a toda la Iglesia polaca, en cuyo seno naci6 y maduró mi sacerdocio. Es una Iglesia con una herencia milenaria de fe; una Iglesia que ha engendrado a lo largo de los siglos numerosos santos y beatos, y está confiada al patrocinio de dos Santos Obispos y Mártires, Wojciech y Stanislaw. Es una Iglesia profundamente unida al pueblo y a su cultura; una Iglesia que siempre ha sostenido y defendido al pueblo, especialmente en los momentos trágicos de su historia. Es también una Iglesia que en este siglo ha sido duramente probada: ha tenido que sostener una lucha dramática por la supervivencia contra dos sistemas totalitarios: contra el régimen inspirado en la ideología nazi durante la segunda guerra mundial; y después, en los largos decenios de la posguerra, contra la dictadura comunista y su ateísmo militante. De ambas pruebas ha salido victoriosa, gracias al sacrificio de obispos, sacerdotes y de numerosos laicos; gracias a la familia polaca "fuerte en Dios". Entre los obispos del período bélico he de mencionar la figura inquebrantable del Príncipe Metropolitano de Cracovia, Adam Stefan Sapieha, y entre los del período de la posguerra, la figura del siervo de Dios Cardenal Stefan Wyszynski. Es una Iglesia que ha defendido al hombre, su dignidad y sus derechos fundamentales, una Iglesia que ha luchado valientemente por el derecho de los fieles a profesar su fe. Una Iglesia extraordinariamente dinámica, a pesar de las dificultades y los obstáculos que se interponían en el camino. En este intenso clima espiritual se fue desarrollando mi misi6n de sacerdote y de obispo. He podido conocer, por decirlo así, desde dentro, los dos sistemas totalitarios que han marcado trágicamente nuestro siglo: el nazismo de una parte, con los horrores de la guerra y de los campos de concentración, y el comunismo, de otra, con su régimen de opresión y de terror. Es fácil comprender mi sensibilidad por la dignidad de toda persona humana y por el respeto de sus derechos, empezando por el derecho a la vida. Es una sensibilidad que se formó en los primeros años de sacerdocio y se ha afianzado con el tiempo. Es fácil entender también mi preocupación por la familia y por lajuventud: todo esto ha crecido en mí de forma orgánica gracias a aquellas dramáticas experiencias. El presbiterio de Cracovia En el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal me dirijo con el pensamiento de modo particular al presbiterio de la Iglesia de Cracovia, del cual he sido miembro como sacerdote y después cabeza como Arzobispo. Me vienen a la memoria tantas figuras eminentes de párrocos y vicarios. Sería demasiado largo menciorlarlos a todos uno a uno. A muchos de ellos me unían y me unen vínculos de sincera amistad. Los ejemplos de su santidad y de su celo pastoral han sido para mí de gran edificación. Indudablemente han tenido una influencia profunda sobre mi sacerdocio. De ellos he aprendido qué quiere decir en concreto ser pastor. Estoy profundamente convencido del papel decisivo que el presbiterio diocesano tiene en la vida personal de todo sacerdote. La comunidad de sacerdotes, basada en una verdadera fraternidad sacramental, constituye un ambiente de primera importancia para la formación espiritual y pastoral. El sacerdote, por principio, no puede prescindir de la misma. Le ayuda a crecer en la santidad y constituye un apoyo seguro en las dificultades. ¿Cómo no expresar, con ocasión de mi jubileo de oro, mi gratitud a los sacerdotes de la Archidiócesis de Cracovia por su contribución a mi sacerdocio? El don de los laicos Estos días pienso también en todos los laicos que el Señor me ha hecho encontrar en mi misión de sacerdote y de obispo. Han sido para mí un don singular, por el cual no ceso de dar gracias a la Providencia. Son tan numerosos que no es posible citarlos a todos por su nombre, pero los llevo a todos en el corazón, porque cada uno de ellos ha ofrecido su propia aportación a la realización de mi sacerdocio. En cierto modo me han indicado el camino, ayudándome a comprender mejor mi ministerio y a vivirlo en plenitud. Ciertamente, de los frecuentes contactos con los laicos siempre he sacado mucho provecho. Entre ellos había simples obreros, hombres dedicados a la cultura y al arte, grandes científicos. De estos encuentros han nacido cordiales amistades, muchas de las cuales perduran aún. Gracias a ellos mi acción pastoral se ha multiplicado, superando barreras y penetrando en ambientes que de otro modo hubieran sido muy difíciles de alcanzar. En verdad, me ha acompañado siempre la profunda conciencia de la necesidad urgente del apostolado de los laicos en la Iglesia. Cuando el Concilio Vaticano II habló de la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, pude experimentar una gran alegría: lo que el Concilio enseñaba respondía a las convicciones que habían guiado mi acción desde los primeros años de mi ministerio sacerdotal. -------------------------------------------------------------------------------- VIII ¿Quién es el sacerdote? En este testimonio personal no puedo limitarme al recuerdo de los acontecimientos y de las personas, sino que quisiera ir más allá para fijar la mirada mas profundamente, como para escrutar el misterio que desde hace cincuenta años me acompaña y me envuelve. ¿Qué significa ser sacerdote? Según San Pablo significa ante todo ser administrador de los misterios de Dios: "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los admimstradores es que sean fieles'' (1 Co 4, 1-2). La palabra "administrador" no puede ser sustituida por ninguna otra. Está basada profundamente en el Evangelio: recuérdese la parábola del administrador fiel y del infiel (of. Lc 12, 41-48). El administrador no es el propietario, sino aquel a quien el propietario confía sus bienes para que los gestione con justicia y responsabilidad. Precisamente por eso el sacerdote recibe de Cristo los bienes de la salvación para distribuirlos debidamente entre las personas a las cuales es enviado. Se trata de los bienes de la fe. El sacerdote, por tanto, es el hombre de la palabra de Dios, el hombre del sacramento, el hombre del "misterio de la fe''. Por medio de la fe accede a los bienes invisibles que constituyen la herencia de la Redención del mundo llevada a cabo por el Hijo de Dios. Nadie puede considerarse "propietario'' de estos bienes. Todos somos sus destinatarios. El sacerdote, sin embargo, tiene la tarea de administrarlos en virtud de lo que Cristo ha establecido. Admirabile commercium! La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un "maravilloso intercambio" -admirabile commercium- entre Dios y el hombre. Este ofrece a Cristo su humanidad para que El pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo. Si no se percibe el misterio de este "intercambio" no se logra entender como puede suceder que un joven, escuchando la palabra ' ¡sígueme!'', llegue a renunciar a todo por Cristo, en la certeza de que por este camino su personalidad humana se realizará plenamente. ¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad que poder representar cada día in persona Christi el Sacrificio redentor, el mismo que Cristo llevó a cabo en la Cruz? En este Sacrificio, por una parte, está presente del modo más profundo el mismo Misterio trinitario, y por otra está como "recapitulado'' todo el universo creado (cf. Ef 1, 10). La Eucaristía se realiza también para ofrecer "sobre el altar de la tierra entera el trabajo y el sufrimiento del mundo'', según una bella expresión de Teilhard de Chardin. He ahí por qué, en la acción de gracias después de la Santa Misa, se recita también el Cántico de los tres jóvenes del Antiguo Testamento: Benedicite omnia opera Domini Domino... En efecto, en la Eucaristía todas las criaturas visibles e invisibles, y en particular el hombre, bendicen a Dios como Creador y Padre y lo bendicen con las palabras y la acción de Cristo, Hijo de Dios. Sacerdote y Eucaristía "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños (...) Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar'' (Lc 10, 21-22). Estas palabras del Evangelio de San Lucas, introduciéndonos en la intimidad del misterio de Cristo, nos permiten acercarnos también al misterio de la Eucaristía. En ella el Hijo consustancial al Padre, Aquel que sólo el Padre conoce, le ofrece el sacrificio de sí mismo por la humanidad y por toda la creación. En la Eucaristía Cristo devuelve al Padre todo lo que de El proviene. Se realiza así un profundo misterio de justicia de la criatura hacia el Creador. Es preciso que el hombre de honor al Creador ofreciendo, en una acción de gracias y de alabanza, todo lo que de El ha recibido. El hombre no puede perder el sentido de esta deuda, que solamente él, entre todas las otras realidades terrestres, puede reconocer y saldar como criatura hecha a imagen y semejanza de Dios. Al mismo tiempo, teniendo en cuenta sus límites de criatura y el pecado que lo marca, el hombre no sería capaz de realizar este acto de justicia hacia el Creador si Cristo mismo, Hijo consustancial al Padre y verdadero hombre, no emprendiera esta iniciativa eucarística. El sacerdocio, desde sus raíces, es el sacerdocio de Cristo. Es El quien ofrece a Dios Padre el sacrificio de sí mismo, de su carne y de su sangre, y con su sacrificio justifica a los ojos del Padre a toda la humanidad e indirectamente a toda la creación. El sacerdote, celebrando cada día la Eucaristía, penetra en el corazón de este misterio. Por eso la celebración de la Eucaristía es, para él, el momento más importante y sagrado de la jornada y el centro de su vida. In persona Christi Las palabras que repetimos al final del Prefacio -"Bendito el que viene en nombre del Señor...''- nos llevan a los acontecimientos dramáticos del Domingo de Ramos. Cristo va a Jerusalén para afrontar el sacrificio cruento del Viernes Santo. Pero el día anterior, durante la Ultima Cena, instituye el sacramento de este sacrificio. Pronuncia sobre el pan y sobre el vino las palabras de la consagración: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros (...) Este es el cáliz de mi Sangre, de la nueva y eterna alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía''. ¿Qué "conmemoración"? Sabemos que a esta palabra hay que darle un sentido fuerte, que va más alla del simple recuerdo histórico. Estamos en el orden del "memorial" bíblico, que hace presente el acontecimiento mismo. ¡Es memoria- presencia! EI secreto de este prodigio es la acción del Espíritu Santo, que el sacerdote invoca mientras extiende las manos sobre los dones del pan y del vino: "Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros el Cuerpo y Sangre de Jesucristo Nuestro Señor". Así pues, no sólo el sacerdote recuerda los acontecimientos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, sino que el Espíritu Santo hace que estos se realicen sobre el altar a través del ministerio del sacerdote. Este actúa verdaderamente in persona Christi. Lo que Cristo ha realizado sobre el altar de la Cruz, y que precedentemente ha establecido como sacramento en el Cenáculo, el sacerdote lo renueva con la fuerza del Espíritu Santo. En este momento el sacerdote está como envuelto por el poder del Espíritu Santo y las palabras que dice adquieren la misma eficacia que las pronunciadas por Cristo durante la Ultima Cena. Mysterium fidei Durante la Santa Misa, después de la transubstanciación, el sacerdote pronuncia las palabras: Mysterium fidel, ¡Misterio de la fe! Son palabras que se refieren obviamente a la Eucaristía. Sin embargo, en cierto modo, conciernen también al sacerdocio. No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no hay sacerdocio sin Eucaristía. No sólo el sacerdocio ministerial está estrechamente vinculado a la Eucaristía; también el sacerdocio común de todos los bautizados tiene su raíz en este misterio. A las palabras del celebrante los fieles responden: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús''. Participando en el Sacrificio eucarístico los fieles se convierten en testigos de Cristo crucificado y resucitado, comprometiéndose a vivir su triple misión -sacerdotal, profética y real- de la que están investidos desde el Bautismo, como ha recordado el Concilio Vaticano II. El sacerdote, como administrador de los ' misterios de Dios", está al servicio del sacerdocio común de los fieles. Es él quien, anunciando la Palabra y celebrando los sacramentos, especialmente la Eucaristía, hace cada vez más consciente a todo el Pueblo de Dios su participación en el sacerdocio de Cristo, y al mismo tiempo lo mueve a realizarla plenamente. Cuando, después de la transubstanciación, resuena la expresión: Mysterium fidei, todos son invitados a darse cuenta de la particular densidad existencial de este anuncio, con referencia al misterio de Cristo, de la Eucaristía y del Sacerdocio. ¿No encuentra aquí, tal vez, su motivación más profunda la misma vocación sacerdotal? Una motivación que está totalmente presente en el momento de la Ordenación, pero que espera ser interiorizada y profundizada a lo largo de toda la existencia. Sólo así el sacerdote puede descubrir en profundidad la gran riqueza que le ha sido confiada. Cincuenta años después de mi Ordenación puedo decir que el sentido del propio sacerdocio se redescubre cada día más en ese Mysterium fidei. Esta es la magnitud del don del sacerdocio y es también la medida de la respuesta que requiere tal don. ¡El don es siempre más grande! Y es hermoso que sea así. Es hermoso que un hombre nunca pueda decir que ha respondido plenamente al don. Es un don y también una tarea: ¡siempre! Tener conciencia de esto es fundamental para vivir plenamente el propio sacerdocio. Cristo, Sacerdote y Víctima A través de las Letanías que había costumbre de recitar en el seminario de Cracovia, especialmente la víspera de la Ordenación presbiteral, he tenido siempre presente la verdad sabre el sacerdocio de Cristo. Me refiero a las Letanías a Cristo Sacerdote y Víctima. ¡Qué profundos pensamientos provocaban en mí! En el sacrificio de la Cruz, representado y actualizado en cada Eucaristía, Cristo se ofrece a sí mismo para la salvación del mundo. Las invocaciones litánicas recorren los diversos aspectos del misterio. Me recuerdan el simbolimo evocador de las imágenes bíblicas que están entretejidas. Me vienen a los labios en latín, como las he recitado en el seminario y después tantas veces en los años sucesivos: Iesu, Sacerdos et Victima, Iesu, Sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchisedech, ... Iesu, Pontifex ex hominibus assumpte, Iesu, Pontifex pro hominibus constitute, ... Iesu, Pontifex futurorum bonorum, ... Iesu, Pontifex fidelis et misericors, ... Iesu, Pontifex qui dilexisti nos et lavisti nos a peccatis in sanguine tuo, ... Iesu, Pontifex qui tradidisti temetipsum Deo oblationem et hostiam, ... Iesu, Hostia sancta et immaculata, ... Iesu, Hostia in qua habemus fiduciam et accessum ad Deum, ... Iesu, Hostia vivens in saecula saeculorum. (EI texto completo de las Letanías se encuentra en el Apéndice) ¡Cuánta riqueza teológica hay en estas expresiones! Se trata de letanías profundamente basadas en la Sagrada Escritura, sobre todo en la Carta a los Hebreos. Es suficiente releer este pasaje: "Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, (...) penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros (...) santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!" (Hb 9, 11-14). Cristo es sacerdote porque es el Redentor del mundo. En el misterio de la Redención se inscribe el sacerdocio de todos los presbíteros. Esta verdad sobre la Redención y sobre el Redentor está enraizada en el centro mismo de mi conciencia, me ha acompañado en todos estos años, ha impregnado todas mis experiencias pastorales y me ha mostrado contenidos siempre nuevos. En estos cincuenta años de vida sacerdolal me he dado cuenta de que la Redención, el precio que debía pagarse por el pecado, lleva consigo también un renovado descubrimiento, coma una "nueva creación", de todo lo que ha sido creado: el redescubrimiento del hombre como persona, del hombre creado por Dios varón y mujer, el redescubrimiemo, en su verdad profunda, de todas las obras del hombre, de su cultura y civilización, de todas sus conquistas y actuaciones creativas. Después de mi elección como Papa, mi primer impulso espiritual fue dirigirme a Cristo Redentor. Nacióo así la Encíclica Redemptor hominis. Reflexionando sobre todo este proceso veo cada vez mejor la íntima relación que hay entre el mensaje de esta Encíclica y todo lo que se inscribe en el corazón del hombre por la participación en el sacerdocio de Cristo. -------------------------------------------------------------------------------- IX Ser sacerdote hoy Cincuenta años de sacerdocio no son pocos. ¡Cuántas cosas han sucedido en este medio siglo de historia! Han surgido nuevos problemas, nuevos estilos de vida, nuevos desafíos. Viene espontáneo preguntarse: ¿qué supone ser sacerdote hoy, en este escenario en continuo movimiento mientras nos encaminamos hacia el tercer Milenio? No hay duda de que el sacerdote, con toda la Iglesia, camina con su tiempo, y es oyente atento y benévolo, pero a la vez crítico y vigilante, de lo que madura en la historia. El Concilio ha mostrado como es posible y necesaria una auténtica renovación, en plena fidelidad a la Palabra de Dios y a la Tradición. Pero más allá de la debida renovación pastoral, estoy convencido de que el sacerdote no ha de tener ningún miedo de estar "fuera de su tiempo", porque el "hoy" humano de cada sacerdote está insertado en el "hoy" de Cristo Redentor. La tarea más grande para cada sacerdote en cualquier época es descubrir día a día este "hoy" suyo sacerdotal en el "hoy" de Cristo, aquel "hoy" del que habla la Carta a los Hebreos. Este "hoy" de Cristo está inmerso en toda la historia, en el pasado y en el futuro del mundo, de cada hombre y de cada sacerdote. "Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre'' (Hb 13,8). Así pues, si estamos inmersos con nuestro "hoy'' humano y sacerdotal en el "hoy" de Cristo, no hay peligro de quedarse en el "ayer", retrasados... Cristo es la medida de todos los tiempos. En su "hoy" divino-humano y sacerdotal se supera de raíz toda oposición -antes tan discutida- entre el "tradicionalismo" y el "progresismo' . Las aspiraciones profundas del hombre Si se analizan las aspiraciones del hombre contemporáneo en relación con el sacerdote se verá que, en el fondo, hay en el mismo una sola y gran aspiración: tiene sed de Cristo. El resto -lo que necesita a nivel económico, social y político- lo puede pedir a muchos otros. ¡Al sacerdote se le pide Cristo! Y de él tiene derecho a esperarlo, ante todo mediante el anuncio de la Palabra. Los presbíteros -enseña el Concilio- "tienen como primer deber el anunciar a todos el Evangelio de Dios'' (Prebyterorum Ordinis, 4). Pero el anuncio tiende a que el hombre encuentre a Jesús, especialmente en el misterio eucarístico, corazón palpitante de la Iglesia y de la vida sacerdotal. Es un misterioso y formidable poder el que el sacerdote tiene en relación con el Cuerpo eucarístico de Cristo. De este modo es el administrador del bien más grande de la Redención porque da a los hombres el Redentor en persona. Celebrar la Eucaristía es la misión más sublime y más sagrada de todo presbítero. Y para mí, desde los primeros años de sacerdocio, la celebración de la Eucaristía ha sido no sólo el deber más sagrado, sino sobre todo la necesidad más profunda del alma. Ministro de la misericordia Como administrador del sacramento de la Reconciliación, el sacerdote cumple el mandato de Cristo a los Apóstoles después de su resurrección: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos'' (Jn 20, 22-23). ¡El sacerdote es testigo e instrumento de la misericordia divina! ¡Qué importante es en su vida el servicio en el confesionario! Precisamente en el confesionario se realiza del modo más pleno su paternidad espiritual. En el confesionario cada sacerdote se convierte en testigo de los grandes prodigios que la misericordia divina obra en el alma que acepta la gracia de la conversión. Es necesario, no obstante, que todo sacerdote al servicio de los hermanos en el confesionario tenga él mismo la experiencia de esta misericordia de Dios a través de la propia confesión periódica y de la dirección espiritual. Administrador de los misterios divinos, el sacerdote es un especial testigo del Invisible en el mundo. En efecto, es administrador de bienes invisible e inconmensurables que pertenecen al orden espiritual y sobrenatural. Un hombre en contacto con Dios Como administrador de tales bienes, el sacerdote está en permanente y especial contacto con la santidad de Dios. "¡ Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo! Los cielos y la tierra están llenos de tu gloria''. La majestad de Dios es la majestad de la santidad. En el sacerdocio el hombre es como elevado a la esfera de esta santidad, de algún modo llega a las alturas en las que una vez fue introducido el profeta Isaías. Y precisamente de esa visión profética se hace eco la liturgia eucarística: Sanctus, Sanctus, Sanctus, Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt caeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis. Al mismo tiempo, el sacerdote vive todos los días, continuamente, el descenso de esta santidad de Dios hacia el hombre: benedictus qui venit in nomine Domini. Con estas palabras las multitudes de Jerusalén aclamaban a Cristo que llegaba a la ciudad para ofrecer el sacrificio por la redención del mundo. La santidad trascendente, de alguna manera "fuera del mundo" llega a ser en Cristo la santidad "dentro del mundo". Es la santidad del Misterio pascual. Llamado a la santidad En contacto continuo con la santidad de Dios, el sacerdote debe llegar a ser él mismo santo. Su mismo ministerio lo compromete a una opción de vida inspirada en el radicalismo evangélico. Esto explica que de un modo especial deba vivir el espíritu de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. En esta perspectiva se comprende también la especial conveniencia del celibato. De aquí surge la particular necesidad de la oración en su vida: la oración brota de la santidad de Dios y al mismo tiempo es la respuesta a esta santidad. He escrito en una ocasión: ' La oración hace al sacerdote y el sacerdote se hace a través de la oración''. Sí, el sacerdote debe ser ante todo hombre de oración, convencido de que el tiempo dedicado al encuentro íntimo con Dios es siempre el mejor empleado, porque además de ayudarle a él, ayuda a su trabajo apostó1ico. Si el Concilio Vaticano II habla de la vocación universal a la santidad, en el caso del sacerdote es preciso hablar de una especial vocación a la santidad. ¡Cristo tiene necesidad de sacerdotes santos! ¡El mundo actual reclama sacerdotes santos! Solamente un sacerdote santo puede ser, en un mundo cada vez mas secularizado, testigo transparente de Cristo y de su Evangelio. Solamente así el sacerdote puede ser guía de los hombres y maestro de santidad. Los hombres, sobre todo los jóvenes, esperan un guía así. ¡El sacerdote puede ser guía y maestro en la medida en que es un testigo auténtico! La cura animarum En mi ya larga experiencia, a través de situaciones tan diversas, me he afianzado en la convicción de que sólo desde el terreno de la santidad sacerdotal puede desarrollarse una pastoral eficaz, una verdadera "cura animarum". El auténtico secreto de los éxitos pastorales no está en los medios materiales, y menos aún en la "riqueza de medios''. Los frutos duraderos de los esfuerzos pastorales nacen de la santidad del sacerdote. ¡Este es su fundamento! Naturalmente son indispensables la formación, el estudio y la actualización; en definitiva. una preparación adecuada que capacite para percibir las urgencias y definir las prioridades pastorales. Sin embargo, se podría afirmar que las prioridades dependen también de las circunstancias, y que cada sacerdote ha de precisarlas y vivirlas de acuerdo con su obispo y en armonía con las orientaciones de la Iglesia universal. En mi vida he descubierto estas prioridades en el apostolado de los laicos, de modo especial en la pastoral familiar -campo en el que los mismos laicos me han ayudado mucho-, en la atención a los jóvenes y en el diálogo intenso con el mundo de la ciencia y de la cultura. Todo esto se ha reflejado en mi actividad científica y literaria. Surgió así el estudio Amor y responsabilidad y, entre otras cosas, una obra literaria: El taller del orfebre, con el subtítulo Meditaciones sobre el sacramento del matrimonio. Una prioridad ineludible es hoy la atención preferencial a los pobres, los marginados y los emigrantes. Para ellos el sacerdote debe ser verdaderamente un "padre". Ciertamente los medios materiales son indispensables, como los que nos ofrece la moderna tecnología. Sin embargo, el secreto es siempre la santidad de vida del sacerdote que se expresa en la oración y en la meditación, en el espíritu de sacrificio y en el ardor misionero. Cuando pienso en los años de mi servicio pastoral como sacerdote y como obispo, más me convenzo de lo verdadero y fundamental que es esto. Hombre de la Palabra Me he referido ya al hecho de que para ser guía auténtico de la comunidad, verdadero administrador de los misterios de Dios, el sacerdote está llamado a ser hombre de la palabra de Dios, generoso e incansable evangelizador. Hoy, frente a las tareas inmensas de la "nueva evangelización'', se ve aún más esta urgencia. Después de tantos años de ministerio de la Palabra, que especialmente como Papa me han visto peregrino por todos los rincones del mundo, debo dedicar algunas consideraciones a esta dimensión de la vida sacerdotal. Una dimensión exigente, ya que los hombres de hoy esperan del sacerdote antes que la palabra "anunciada" la palabra "vivida". El presbítero debe "vivir de la Palabra''. Pero al mismo tiempo, se ha de esforzar por estar también intelectualmente preparado para conocerla a fondo y anunciarla eficazmente. En nuestra época, caracterizada por un alto nivel de especialización en casi todos los sectores de la vida, la formación intelectual es muy importante. Esta hace posible entablar un diálogo intenso y creativo con el pensamiento contemporáneo. Los estudios humanísticos y filosóficos y el conocimiento de la teología son los caminos para alcanzar esta formación intelectual, que deberá ser profundizada durante toda la vida. El estudio, para ser auténticamente formativo, tiene necesidad de estar acompañado siempre por la oración, la meditación, la súplica de los dones del Espíritu Santo: la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios. Santo Tomás de Aquino explica como, con los dones del Espíritu Santo, todo el organismo espiritual del hombre se hace sensible a la luz de Dios, a la luz del conocimiento y tambienéa la inspiración del amor. La súplica de los dones del Espíritu Santo me ha acompañado desde mi juventud y a ella sigo siendo fiel hasta ahora. Profundización científica Ciertamente, como enseña el mismo Santo Tomás, la "ciencia infusa", que es fruto de una intervención especial del Espíritu Santo, no exime del deber de procurarse la "ciencia adquirida". Por lo que a mí respecta, como he dicho antes, inmediatamente después de la ordenación sacerdotal fui enviado a Roma para perfeccionar los estudios. Más tarde, por decisión de mi obispo, tuve que ocuparme de la ciencia como profesor de ética en la Facultad teológica de Cracovia y en la Universidad Católica de Lublin. Fruto de estos estudios fueron el doctorado sobre San Juan de la Cruz y después la tesis sobre Max Scheler para la enseñanza libre: más en concreto, sobre la aportación que su sistema ético de tipo fenomenológico puede dar a la formación de la teología moral. Debo verdaderamente mucho a este trabajo de investigación. Sobre mi precedente formación aristotélico-tomista se injertaba así el método fenomenológico, lo cual me ha permitido emprender numerosos ensayos creativos en este campo. Pienso especialmente en el libro "Persona y acción De este modo me he introducido en la corriente contemporánea del personalismo filosófico, cuyo estudio ha tenido repercusión en los frutos pastorales. A menudo constato que muchas de las reflexiones maduradas en estos estudios me ayudan durante los encuentros con las personas, individualmente o en los encuentros con las multitudes de fieles con ocasión de los viajes apostó1icos. Esta formación en el horizonte cultural del personalismo me ha dado una conciencia más profunda de cómo cada uno es una persona única e irrepetible, y considero que esto es muy importante para todo sacerdote. El diálogo con el pensamiento contemporáneo Gracias a los encuentros y coloquios con naturalistas, físicos, biólogos y también con historiadores, he aprendido a apreciar la importancia de las otras ramas del saber relativas a las materias científicas, desde las cuales se puede llegar a la verdad partiendo de perspectivas diversas. Es preciso, pues, que el esplendor de la verdad -Veritatis Splendor- las acompañe continuamente, permitiendo a los hombres encontrarse, intercambiar las reflexiones y enriquecerse recíprocamente. He traído conmigo desde Cracovia a Roma la tradición de encuentros interdisciplinares periódicos, que tienen lugar de modo regular durante el verano en Castel Gandolfo. Trato de ser fiel a esta buena costumbre. "Labia sacerdotum scientiam custodiant..." (cf. Ml 2, 7). Me gusta recordar estas palabras del profeta Malaquías, citadas en las Letanías a Cristo Sacerdote y Víctima, porque tienen una especie de valor programático para quien está llamado a ser ministro de la Palabra. Este debe ser verdaderamente hombre de ciencia en el sentido más alto y religioso del término. Debe poseer y transmitir la "ciencia de Dios" que no es sólo un depósito de verdades doctrinales, sino experiencia personal y viva del Misterio, en el sentido indicado por el Evangelio de Juan en la gran oración sacerdotal: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (17, 3). -------------------------------------------------------------------------------- X A los Hermanos en el sacerdocio Al concluir este testimonio sobre mi vocación sacerdotal, deseo dirigirme a todos los Hermanos en el sacerdocio: ¡a todos sin excepción! Lo hago con las palabras de San Pedro: "Hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así nunca caeréis" (2 Pe I, 10). ¡Amad vuestro sacerdocio! ¡Sed fieles hasta el final! Sabed ver en él aquel tesoro evangélico por el cual vale la pena darlo todo (cf. Mt 13, 44). De modo particular me dirijo a aquellos de entre vosotros que viven un período de dificultad o incluso de crisis de su vocación. Quisiera que este testimonio personal mío - testimonio de sacerdote y de Obispo de Roma, que celebra las Bodas de Oro de la Ordenación- fuese para vosotros una ayuda y una invitación a la fidelidad. He escrito esto pensando en cada uno de vosotros, abrazándoos a todos con la oración. Pupilla oculi He pensado también en tantos jóvenes seminaristas que se preparan al sacerdocio. ¡Cuantas veces un obispo va con la mente y el corazón al seminario! Este es el primer objeto de sus preocupaciones. Se suele decir que el seminario es para un obispo la "pupila de sus ojos". El hombre defiende las pupilas de sus ojos porque le permiten ver. Así, en cierto modo, el obispo ve su Iglesia a través del seminario, porque de las vocaciones sacerdotales depende gran parte de la vida eclesial. La gracia de numerosas y santas vocaciones sacerdotales le permite mirar con confianza el futuro de su misión. Digo esto basándome en los muchos años de mi experiencia episcopal. Fui nombrado obispo doce años después de mi Ordenación sacerdotal: buena parte de estos cincuenta años ha estado precisamente marcada por la preocupación por las vocaciones. La alegría del obispo es grande cuando el Señor da vocaciones a su Iglesia; su falta, por el contrario, provoca preocupación e inquietud. El Señor Jesús ha comparado esta preocupacióm a la del segador: "La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 37). Deo gratias! No puedo terminar estas reflexiones, en el año de mis Bodas de Oro sacerdotales sin expresar al Señor de la mies la más profunda gratitud por el don de la vocación, por la gracia del sacerdocio, por las vocaciones sacerdotales en todo el mundo. Lo hago en unión con todos los obispos, que comparten la misma preocupación por las vocaciones y sienten la misma alegría cuando aumenta su número. Gracias a Dios, está en vías de superación una cierta crisis de vocaciones sacerdotales en la Iglesia. Cada nuevo sacerdote trae consigo una bendición especial: "Bendito el que viene en nombre del Señor''. En efecto, es Cristo mismo quien viene en cada sacerdote. Si San Cipriano ha dicho que el cristiano es "otro Cristo" -Christianus alter Christus-, con mayor razón se puede decir: Sacerdos alter Christus. Que Dios mantenga en los sacerdotes una conciencia agradecida y coherente del don recibido, y suscite en muchos jóvenes una respuesta pronta y generosa a su llamada a entregarse sin reservas por la causa del Evangelio. De ello se beneficiarán los hombres y mujeres de nuestro tiempo, tan necesitados de sentido y de esperanza. De ello se alegrará la comunidad cristiana, que podrá afrontar con confianza las incógnitas y desafíos del tercer Milenio que ya está a las puertas. Que la Virgen María acoja este testimonio mío como una ofrenda filial, para gloria de la Santísima Trinidad. Que la haga fecunda en el corazón de los hermanos en el sacerdocio y de tantos hijos de la Iglesia. Que haga de ella una semilla de fratemidad también para quienes, aun sin compartir la misma fe, me hacen con frecuencia el don de su escucha y del diálogo sincero. -------------------------------------------------------------------------------- APENDICE Letanías de Nuestro Señor Jesucristo Sacerdote y Víctima Kyrie, eleison ...... Kyrie, eleison Christe, eleison ...... Christe, eleison Kyrie, eleison ...... Kyrie, eleison Christe, audi nos ...... Christe, audi nos Christe, exaudi nos ...... Christe, exaudi nos Pater de caelis, Deus, ...... miserere nobis Fili, Redemptor mundi, Deus, ..... miserere nobis Spiritus Sancte, Deus, ...... miserere nobis Sancta Trinitas, unus Deus, ...... miserere nobis Iesu, Sacerdos et Victima, ...... miserere nobis Iesu, Sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchisedech, ..... miserere nobis Iesu, Sacerdos quem misit Deus evangelizare pauperibus, .... miserere nobis Iesu, Sacerdos qui in novissima cena formam sacrificii perennis instituisti, ..... miserere nobis Iesu, Sacerdos semper vivens ad interpellandum pro nobis, ..... miserere nobis Iesu, Pontifex quem Pater unxit Spiritu Sancto et virtute, .... miserere nobis Iesu, Pontifex ex hominibus assumpte, ..... miserere nobis Iesu, Pontifex pro hominibus constitute, .... miserere nobis Iesu, Pontifex confessionis nostrae, ..... miserere nobis Iesu, Pontifex amplioris prae Moysi gloriae, .... miserere nobis Iesu, Pontifex tabernaculi veri, ... miserere nobis Iesu, Pontifex futurorum bonorum, ..... miserere nobis Iesu, Pontifex sancte, innocens et impollute, .... miserere nobis Iesu, Pontifex fidelis et misericors, ..... miserere nobis Iesu, Pontifex Dei et animarum zelo succense, ..... miserere nobis Iesu, Pontifex in aeternum perfecte, ...... miserere nobis Iesu, Pontifex qui per proprium sanguinem caelos penetrasti, ..... miserere nobis Iesu, Pontifex qui nobis viam novam initiasti, ..... miserere nobis Iesu, Pontifex qui dilexisti nos et lavisti nos a peccatis in sanguine tuo, ...... miserere nobis Iesu, Pontifex qui tradidisti temetipsum Deo oblationem et hostiam, ....... miserere nobis Iesu, Hostia Dei et hominum, ....... miserere nobis Iesu, Hostia sancta et immaculata, ...... miserere nobis Iesu, Hostia placabilis, ..... miserere nobis Iesu, Hostia pacifica, ..... miserere nobis Iesu, Hostia propitiationis et laudis, ..... miserere nobis Iesu, Hostia reconciliationis et pacis, ..... miserere nobis Iesu, Hostia in qua habemus fiduciam et accessum ad Deum, ..... miserere nobis Iesu, Hostia vivens in saecula saeculorum, ...... miserere nobis Propitius esto! ...... parce nobis, Iesu Propitius esto! ..... exaudi nos, Iesu A temerario in clerum ingressu, ..... libera nos, Iesu A peccato sacrilegii, ..... libera nos, Iesu A spiritu incontinentiae, ..... libera nos, Iesu A turpi quaestu, ...... libera nos, Iesu Ab omni simoniae labe, ...... libera nos, Iesu Ab indigna opum ecclesiasticarum dispensatione, ...... libera nos, Iesu Ab amore mundi eiusque vanitatum, ....... libera nos, Iesu Ab indigna Mysteriorum tuorum celebratione, ....... libera nos, Iesu Per aeternum sacerdotium tuum, ...... libera nos, Iesu Per sanctam unctionem, qua a Deo Patre in sacerdotem constitutus es, ...... libera nos, Iesu Per sacerdotalem spintum tuum, ...... libera nos, Iesu Per ministerium illud, quo Patrem tuum super terram clarificasti, ...... libera nos, Iesu Per cruentam tui ipsius immolationem semel in cruce factam, ...... libera nos, Iesu Per illud idem sacrificium in altari quotidie renovatum, ...... libera nos, Iesu Per divinam illam potestatem, quam in sacerdotibus tuis invisibiliter exerces, ...... libera nos, Iesu Ut universum ordinem sacerdotalem in sancta religione conservare digneris, ...... Te rogamus, audi nos Ut pastores secundum cor tuum populo tuo providere digneris, ..... Te rogamus, audi nos Ut illos spiritus sacerdotii tui implere digneris, ..... Te rogamus, audi nos Ut labia sacerdotum scientiam custodiant, ...... Te rogamus, audi nos Ut in messem tuam operarios fideles mittere digneris, ..... Te rogamus, audi nos Ut fideles mysteriorum tuorum dispensatores multiplicare digneris, ..... Te rogamus, audi nos Ut eis perseverantem in tua voluntate famulatum tribuere digneris, ..... Te rogamus, audi nos Ut eis in ministerio mansuetudinem, in actione sollertiam et in orationem constantia concedere digneris, ... Te rogamus, audi nos Ut per eos sanctissimi Sacramenti cultum ubique promovere digneris, ...... Te rogamus, audi nos Ut qui tibi bene ministraverunt, in gaudium tuum suscipere digneris, ...... Te rogamus, audi nos Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, ...... parce nobis, Domine Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, ...... exaudi nos, Domine Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, ...... miserere nobis, Domine Iesu, Sacerdos, ...... audi nos Iesu, Sacerdos, ...... exaudi nos. Oremus Ecclesiae tuae, Deus, sanctificator et custos, suscita in ea per Spiritum tuum idoneos el fideles sanctorum mysteriorum dispensatores, ut eorum ministerio el exemplo christiana plebs in viam salutis te protegente dirigatur. Per Christum Dominum nostrum. Amen. Deus, qui ministrantibus et ieiunantibus discipulis segregari iussisti Saulum et Barnabam in opus ad quod assumpseras eos, adesto nunc Ecclesiae tuae oranti, et tu, qui omnium corda nosti, ostende quos elegeris in ministerium. Per Christum Dominum nostrum. Amen. © 1995-2004 Kazan State University |
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