¡Dios te salve María!
 

 

 

 

 

 

Introducción


 

 

EN BUSCA DE LA FELICIDAD

Por Ramón Nubiola S.J.


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La felicidad en este mundo enigmático

Hemos sido creados para ser felices (pags. 4-7)

Conocerse y cambiar

Dificultades para aceptar la buena nueva

Una conducta acertada

El papel del hombre en el plan de Dios (pags. 7-10)

Nosotros pertenecemos totalmente a Dios

Somos los siervos de Dios

Servidumbre incondicional, pero gloriosa

Otro nombre para la misma senda de la felicidad

Los enigmas de la vida presente (pags.10-20)

Un ejemplo

La finalidad de la vida del hombre en este mundo

Principio y fundamento (i)

Principio y fundamento (ii)

Principio y fundamento (conclusión)

En qué consiste la felicidad (pags.20-23)

La felicidad consiste en amar y ser amado

El sufrimiento puede ser hermoso

El ejemplo del amor conyugal

Una actitud psicológicamente útil

El origen de nuestra felicidad

El amor personal de Dios (pags.23-26)

Presentación

Reconocimiento de los dones de Dios

Dones personales de Dios para cada uno

Los dones de Dios (pags. 26-27)

Dones ofrecidos a todos

Dones sobrenaturales personales

La percepción de la proximidad de Dios, causa de felicidad (pags-27-29)

Presencia de Dios en todas las cosas

Dios habita en nosotros

Dios, origen de toda belleza y bondad (pags-29-32)

Belleza en las criaturas de Dios

La mente humana, reflejo de la inteligencia de Dios

Virtudes morales en las criaturas de Dios


 

 

 

 

Cómo encontrar la felicidad

Sé feliz haciendo felices a otros (pags.32-34)

Amor en la práctica

La felicidad personal es contagiosa

El ejemplo de santa Teresa

Se benévolo en tus juicios (pags.34-37)

Objetividad y benevolencia en vuestros juicios

Generalizaciones, malos pensamientos,  resentimientos

Soportar los defectos del prójimo

Sé afable en el hablar (pags.37-43)

Palabras ofensivas

Incordiar

Estímulo real

Cortesía

Saber convivir (i)

Saber convivir(ii)

 

 

Sé amable en tus actos (pags. 43-45)

La vida es un tejido de pequeñas cosas

Prestando servicio

Delicada bondad de Jesús (pags. 45-47)

Ejemplos del evangelio

Primera multiplicación de los panes

Discerniendo si estamos en la vía de la felicidad (pags. 47-52)

Un auto sacramental

Primera parte de la obra: el campamento de los espiritus malignos

Segunda parte de la obra: el campo de jesús nuestro líder

Verdadera humildad y fuerza para conseguirla

Ejemplos prácticos

Verificando nuestra sinceridad (pags. 52-54)

Las tres clases de personas

Actuar según la decisión tomada

Deseo de la eterna felicidad (pags. 54-58)

El cielo

El deseo de Dios

Nostalgia del hogar

Para una  feliz ancianidad

Crecer en una vejez feliz (pags. 58-60)

Dos homilías

La edad avanzada: período de desarrollo continuado

La vejez, período de oportunidades y realización (pags.60-66)

Paz en la mente

Siempre activos en ocupaciones agradables


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Oración y unión con Dios

Defectos que deben evitarse en la ancianidad (pags. 66-68)

Aislamiento y egocentrismo

Excesivo apego a algunas cosas materiales

La objeción de un lector (pags. 68-71)

Cambiar nuestra actitud

Oración y aceptación

Por la muerte nos reunimos con Dios, nuestra verdadera felicidad (pags.71-76)

Acepta la muerte tal como venga

Una alegre filosofía de la vida y de la muerte

El amor de Dios: resumen del camino de la felicidad

Teresa de Jesús, Maestra de felicidad (pags. 76-87)

Vida breve de Santa Teresa de Jesús

cuatro preguntas a Santa Teresa de Jesús

Primera respuesta

Segunda respuesta

Tercera respuesta

Cuarta respuesta

 

 

 

INTRODUCCION


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Cuando yo era un muchacho de 16 años y estaba a punto de terminar el bachillerato, fui con mis

compañeros de curso a hacer un retiro de cinco días en Manresa, precisamente en el mismo lugar donde

san Ignacio hizo su primer retiro y donde escribió el libro de los Ejercicios Espirituales. Fui con un

indefinido anhelo de hacer un buen retiro. Pero nunca podía esperar lo que me sucedió. Fui, por así decir,

sorprendido por el Espíritu. Fui subyugado por obra de Dios y de su felicidad.

Cuando salí del retiro me dio la impresión de que el mundo entero había cambiado. Todo era

bueno y hermoso. Dios me había cambiado a mí y me había dado una nueva mente y un nuevo corazón.

Después siguieron largos años de conflictos personales. A los treinta empecé mi ministerio sacerdotal.

Traté de guiar a los demás hacia Dios y hacia la felicidad. Hubo dificultades y hubo altibajos. La dirección

de retiros y la dirección espiritual personal eran mis ministerios predilectos.

 Creo que, con la experiencia de todos estos años, yo puedo decir algo a los jóvenes, y a los no

tan jóvenes, que puede ayudarles a encontrar su camino hacia la felicidad. En la redacción de estas

páginas he sido guiado en gran medida por san Ignacio y sus Ejercicios Espirituales.


 

 

 

 

 LA FELICIDAD EN ESTE MUNDO ENIGMÁTICO

 

 

HEMOS SIDO CREADOS PARA SER FELICES

 

 

Conocerse y cambiar

 

 

Cierto día Nuestro Señor dijo a Santa Teresa: «Teresa, qué ganas tengo de hablar a muchas almas,

pero el mundo hace tanto ruido a su alrededor que no pueden oír mi voz. ¡Ah si se apartaran un poco del

clamor del mundo!». Amigo, Dios quiere hablarte, pero a solas y en el silencio de la plegaria. Dile, como

los profetas del Antiguo Testamento: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha» (1 Re. 3,9).


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Los Apóstoles se dieron cuenta de la necesidad de la oración cuando veían que Jesús se retiraba del

contacto con los hombres y se iba a un lugar desierto o a una montaña a orar. Lo hace en los momentos

principales de su vida, antes de tomar una decisión importante y comprometida; al comenzar su vida

pública se pasa cuarenta días en el desierto haciendo oración y ayunando -conviene que tú en estos días,

tal como se te ha indicado en las Instrucciones, también añadas a tus ratos de oración algún sacrificio:

haciendo algo que te cueste un poco, comiendo menos de lo más apetitoso, mortificando la vista o la

postura. Jesús, no sólo buscaba el silencio y la paz de la oración, sino que invitaba a sus apóstoles a

hacer lo mismo: «Venid aparte... y descansad un poco» (Mc. 6,31).

 Nada de lo que sucede en el mundo y en tu vida está fuera de la providencia amorosa de Dios. Dios

es un Padre que está pendiente de sus hijos. Su mirada amorosa está siempre velando por ti. El está muy

interesado en este retiro que estás haciendo en el silencio de tu casa, en el jardín, o en el campo donde

estás pasando unos días. Y puesto que El está interesado, te mandará su gracia abundantemente para

que la aproveches. Su gracia que es luz -pues permite entrar en el interior de la conciencia y ver allí lo

bueno y lo malo-, y que es fuego, que quema las impurezas y los rincones de suciedad que tienes

amontonados en tu interior.

La gracia de Dios que te hace conocerte, y que te ayuda a conocer a Dios al mismo tiempo, es un

don valiosísimo, un tesoro. Dios está dispuesto a dártela, quiere dártela, pero, para que no hagas un mal

uso de el a y la aprecies en lo que vale, te la hará «sudar» un poco, es decir, no te la dará sin que antes la

pidas con insistencia.

En el templo de Delfos de la Magna Grecia, había una inscripción en el frontón que decía: «Conócete

a ti mismo». Este era para los filósofos el ideal de la sabiduría. No es nada fácil conocerse a uno mismo:

porque estamos abocados hacia el exterior, hacia la actividad febril, y porque a todos nos molesta

enfrentarnos con los defectos y pecados propios. Desanima mucho dar vueltas a nuestras miserias y

errores; pero si lo hacemos al mismo tiempo que consideramos la bondad y paciencia de Dios con

nosotros, entonces no nos desanima. Nos llenamos de alegría y confianza en el Señor que nos quiere a

pesar de nuestros pecados, precisamente porque los tenemos y quiere ayudarnos a superarlos.

Cada uno tiene un punto más débil en su persona: un defecto que está en la base de sus pecados y

que constituye lo que se llama defecto dominante. ¿Cuál puede ser el tuyo? ¿Eres quizá desordenado,

perezoso, mentiroso, soberbio? ¿Te preocupas excesivamente de ti mismo y vives de espaldas a los

demás? ¿Te dejas arrastrar por lo cómodo -rehuyes todo esfuerzo- por lo sensible, por lo sensual?

Conviene que descubras cuál es tu defecto. Si lo logras, habrás dado un buen paso para vencer en la

lucha del alma puesto que tus enemigos te atacan por donde eres más débil: por el defecto dominante.

El sufi Bayazid dice acerca de sí mismo: «De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en

decir a Dios: 'Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo'. A medida que fui haciéndome adulto y caí en


 

 

 

 

la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi

oración y comencé a decir: 'Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo.

Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho'. Ahora, que soy un viejo y

tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que he sido. Mi única oración es la

siguiente: 'Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo. Si yo hubiera orado de este modo desde el

principio, no habría malgastado mi vida».

Todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad. Casi nadie piensa en cambiarse a sí mismo. Y

cuando intentemos cambiarnos a nosotros mismos y pidamos a Dios gracia para hacerlo...seremos

felices.

 

 

Dificultades para aceptar la Buena Nueva

 

En una ocasión se me acercó un desconocido en la calle cerca de una de nuestras escuelas en

Bombay. Me pareció que debía ser un próspero parsi. Muy cortésmente me dijo: "Padre, ¿puede Ud.

dedicarme unos pocos minutos?". Yo asentí y acepté de buena gana escucharle. Me dijo que se

encontraba en un estado de suma confusión mental y espiritual; no podía encontrar ningún objetivo o


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finalidad a su vida, tampoco podía encontrar la felicidad en nada; incluso en ocasiones había considerado

suicidarse. Sentí verdadera lastima por él. Hubiera querido poderle ayudar mas que las pocas palabras

que le pude decir en la calle.

En este mundo hay muchas personas como este joven. Muchos pasan su vida tanteando en la

oscuridad, sin percatarse de la finalidad de su existencia e ignorantes del hecho que ellos fueron creados

para la felicidad.

Podemos encontrar el significado de nuestras vidas solamente si comprendemos que la finalidad

de nuestra existencia es la felicidad, nuestra propia felicidad y la felicidad de los que nos rodean, y

finalmente compartir sempiternamente la felicidad de Dios.

Dios, el Creador existe. El es la Existencia infinita. El es autosuficiente e infinitamente feliz. El no

nos necesita para nada a nosotros, sus criaturas. Nosotros no podemos añadir nada a su gloria y a su

felicidad.

Dios es sabio y bueno, en realidad infinitamente sabio y bueno. Si El quiso crear todo lo creado

El debió tener una finalidad. Y cuando nos creó seres inteligentes y libres su propósito no pudo ser para

aumentar su gloria, que como acabamos de decir es infinita. En su infinita bondad su propósito no pudo

ser otro que hacernos compartir su vida y felicidad.

Podemos regocijarnos en el convencimiento de que Dios nos ha creado a cada uno de nosotros

para compartir su vida y su felicidad. No todo el mundo quiere riquezas, fama o poder. Pero todos

ansiamos la felicidad, porque para ella fue para lo que fuimos creados.

Cuando doy la primera instrucción a un grupo de nuevos catecúmenos de Talasari, más de una

vez ha ocurrido que cuando les pregunto para qué nos ha creado, alguno de ellos, ordinariamente una

anciana, contesta: "Para trabajar". Esta respuesta provoca un estallido de risas de los catecúmenos sobre

todo cuando es pronunciada con voz estridente. Después puedo ver que están radiantes y felices ante la

novedad de que fueron creados para la felicidad, para compartir la felicidad de Dios por siempre.

Es un hecho que para algunos esta Nueva es demasiado buena para ser cierta. En muchas

personas dos cosas pueden impedirles aceptar esta consoladora verdad. Una puede ser la morbosa idea

de que Dios no es tan bueno después de todo. Tal vez en su niñez algunos bien intencionados profesores

de religión inculcaron en sus mentes una caricatura de Dios. Y después la Biblia, no debidamente


 

 

 

 

interpretada (o explicada), puede haberles dado la idea de Dios como un severo Señor penalizador que

se satisface en el desagravio de la Justicia ofendida.


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La otra idea que puede impedirnos la plena aceptación del hecho de que fuimos creados para la

felicidad, es mas seria. Vemos que el sufrimiento y el mal físico y moral prevalecen en el mundo. Si Dios

permite tanta maldad y sufrimiento, ¿cómo podemos creer que El nos ha creado para que fuéramos

felices?

Debemos admitir que en esto existe un misterio, es decir algo que no podemos comprender

plenamente, al menos no en este mundo. El insoluble "problema del mal" es algo que debemos aprender

a asumir con tranquilidad de espíritu. Sin entrar a fondo en la discusión de este problema podemos hacer

aquí unas breves consideraciones. Algunos maestros tratan de aclarar este problema sosteniendo que

mucha de la "maldad" del mundo no es consecuencia de la obra de Dios sino causada por los pecados y

la malicia de los hombres, cuya libertad de acción es respetada por Dios. Esta explicación es válida pero

no completamente satisfactoria ya que muchos sufrimientos son consecuencia de enfermedades y

calamidades naturales que son "obras de Dios" y sobre muchos de los sufrimientos causados por la

maldad de los hombres podemos preguntarnos "¿Por qué Dios permite esto?

 Aun los grandes santos se han enfrentado con este problema. Santa Teresa de Ávila en un

comentario sobre las penalidades sufridas por su discípulo san Juan de la Cruz, dijo: "Yo no sé cómo Dios

permite esto" (san Juan de la Cruz fue recluido por sus hermanos carmelitas durante nueve meses

incomunicado en una pequeña y obscura celda a causa de sus intentos de reformar la Orden).

Algunos sugieren otra solución a este problema. Dicen que "Dios escribe recto con renglones

torcidos", es decir que Dios puede extraer el bien de la maldad que El permite, algún bien de un nivel

superior. La verdadera solución del problema parece estar en esta interpretación. Pero aun así no

representa una solución plenamente satisfactoria pues en muchos casos no somos capaces de ver "la

escritura recta" de Dios.

 

 

 Una conducta acertada

 

Existe el peligro de sentirse frustrado por este misterio. Yo sugiero, al menos como norma de

conducta práctica, que debemos acostumbrar nuestra mente a convivir serenamente y en paz con el no

resuelto misterio del "problema del mal". Con ecuanimidad debemos afrontar los sufrimientos e incluso la

maldad, que podemos ver a nuestro alrededor, en su dura realidad, pero debemos desear generosamente

y con fervor hacer todo lo que podamos para atenuar los sufrimientos y el mal.

 Me atrevo a decir que si nosotros con fe llegamos a aceptar el plan de Dios, tanto en sus

claridades como en sus sombras misteriosas, podremos ver el problema del mal no tan sombrío y la

perturbación que pueda causarnos se irá desvaneciendo prácticamente.

Tenemos el ejemplo de las Hermanas Misioneras de la Caridad de la M.Teresa de Calcuta,

extraordinarios modelos de paz y felicidad. Todo el día se enfrentan con grandes sufrimientos físicos y

morales y durante todo el día tratan fervorosamente de atenuarlos con su asistencia y entrega. Una

característica común de todas las Hermanas de esta Congregación es que ellas son felices, y en sus

ratos de recreo están alegres y felices como he oído comentar a la superiora de una de sus casas.

Una vez, yo mismo pude comprobarlo. En un caluroso día del mes mas caluroso, una camioneta

llena de Hermanas Misioneras de la Caridad viajaba de Bombay a Pune. A medio camino las Hermanas

pidieron permiso para descansar dos horas al atardecer en una villa de Khandala en la que

estaban pasando unos días de vacaciones algunos sacerdotes jesuitas. Las risas de las hermanas


 

 

 

 

molestaron a alguno de los padres que estaban tratando de dormir. Aunque yo tampoco pude dormir me

sentí verdaderamente feliz por el sonido de su felicidad.

Justamente cuando acababa de escribir las páginas precedentes recibí una carta que vino a

confirmar lo que estaba escribiendo. Era de una joven hermana, enfermera en un gran hospital y centro


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dermatológico, en el cual incluyendo los pacientes externos (ambulatorios) son tratadas 4.000 víctimas de

la lepra. En su carta me hablaba de alguna de sus aflicciones. Me decía: "Este año he tenido cantidad de

penalidades y desavenencias". Unas pocas líneas después añadía: "Nunca perdí mi alegría y paz...

Confié plenamente en el Señor... Incluso en el hospital intento con todas mis fuerzas ser cariñosa con los

pacientes, etc.".

Así pues, sufrimientos y dificultades no implican ni deben necesariamente destruir nuestra paz y

nuestra felicidad.

 

EL PAPEL DEL HOMBRE EN EL PLAN DE DIOS

 

 

Nosotros pertenecemos totalmente a Dios

 

 

Cuando Dios creó seres inteligentes y libres ciertamente tenía un propósito y el propósito o plan

de Dios es éste: En la vida presente el hombre está creado para Dios en el sentido que él ha de hacer lo

que Dios quiere tal y como lo entienda. En otras palabras, el hombre ha de ir hacia Dios amoldando su

propia voluntad a la voluntad de Dios.

En la eternidad es para Dios, tanto más cuando él debe participar en la vida de Dios y en su

sempiterna felicidad. Para comprender mejor nuestro deber de obedecer a la voluntad de Dios debemos

entender bien las relaciones fundamentales del hombre con Dios.

El hombre es de Dios. Los elementos de su cuerpo fueron creados por Dios de la nada al

principio de los tiempos. Dios creó las leyes de la naturaleza y de la generación. El mismo creó

directamente cada una de las almas humanas. Por tanto el hombre proviene totalmente de Dios. San

Agustín lo expresa muy bien: "Deus me creavit, ergo Dei sum. Totum me creavit, ergo totus quantos Dei

sum!", Dios me creó, por lo tanto pertenezco a Dios, El me creó totalmente, por lo tanto yo pertenezco

totalmente a Dios.

El alfarero toma algo de arcilla, la reduce a polvo fino, añade agua y la amasa bien y moldea un

bello jarro en el torno de alfarero. Después lo deja secar y cuando está seco lo cuece en el horno. El jarro

le pertenece y tiene plenos derechos sobre el mismo, puesto que él lo ha hecho. En las Escrituras leemos

que Dios, el Creador, dice al hombre:"... Como está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en

mis manos." (Jr. 18, 6).

Y también Dios es asimilado al alfarero que modela vasijas de barro, cuando crea seres

humanos (Is. 45, 9-11). Y ya que Dios nos ha creado le pertenecemos a El, aún más que el jarro al

alfarero. Pues el alfarero no ha creado la arcilla ni el agua pero Dios ha creado de la nada todo lo que

está en nosotros. Y si nosotros pertenecernos totalmente a Dios, El tiene pleno dominio sobre nosotros.

En mi experiencia como director de ejercitantes he encontrado religiosos a los que no les gusta

pensar así de las relaciones entre Dios y nosotros; se sienten incómodos ante la idea de que El es el

Dueño y Señor y que nosotros, sus siervos, estamos obligados a someternos totalmente a El. Es cierto

que en nuestra habitual relación con Dios estamos mas inclinados generalmente a pensar en Dios como

nuestro amante Padre y nos sentimos impulsados a hacer la voluntad de Dios por efectos del amor filial y

no con la mentalidad de un servidor.


 

 

 

 

Pero nosotros no debemos olvidar que básicamente nuestra relación con Dios es de total

dominio por su parte .y consecuentemente que estamos obligados a la total sumisión a la voluntad de

Dios. Es sobre estas sólidas bases que Dios quiere desarrollar esta otra relación de amor paternal y

amistad hacia nosotros.

 Encontramos, por ejemplo, una clara indicación de ello en el Evangelio de san Juan, 13,13

donde Jesús les dice a sus apóstoles: "Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor y con razón porque lo

soy." Y en el mismo mensaje de despedida Jesús también les dice: "Ya no os llamo más siervos... os

llamo amigos." Pero Jesús todavía les da un afectuoso recordatorio de su básica dependencia de su

Señor y Maestro: "Seréis amigos míos si hacéis lo que os mando." Jn 15,14-15)

 

 

Somos los siervos de Dios


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Tenemos que hacer hincapié sobre uno de los puntos mencionados. El hombre no es solamente

algo perteneciente a Dios, el Dueño y Señor, sino que es una criatura libre e inteligente, obligado por

causa de su natural origen a obedecer al Creador. En otras palabras, el deber del hombre es servir a

Dios.¿Cuál es el papel del servidor?

Si un propietario apalabra a un hombre para trabajar en su huerto, hace un contrato con él. El le

pagará una determinada cantidad mensual a cambio de que el hombre trabaje ocho horas diarias, seis

días a la semana. Este hombre se ha convertido en el "servidor" del propietario, lo que significa que

durante las horas de servicio no puede hacer lo que quiera sino que ha de hacer lo que le dice el

propietario, dentro de las condiciones del contrato. Si él no obedece y hace lo que se le antoja, no es un

buen servidor y el propietario no le conservará con él. Si el amo le dice, por ejemplo, que riegue los

árboles y en lugar de hacerlo se sienta a la sombra de un árbol a tocar su flauta de bambú, el propietario

no lo tolerará, por más que toque la flauta espléndidamente. El no utilizará el látigo para obligar al

sirviente a hacer lo que le ha mandado, pues él puede usar el látigo sobre los bueyes que tiran del arado,

para obligarles a seguir adelante, pero no sobre su servidor, creado libre e inteligente. El tratará de

persuadirle, pero si el servidor rehúsa tercamente cumplir su obligación el propietario no lo conservará a

su servicio sino que lo despedirá.

Debemos recordar las palabras que el Divino Juez dice en la parábola acerca del juicio Final:

"Apartaos de Mí..." (Mt. 25,41). Estas palabras suenan extrañamente, pero tenemos que recordar que van

dirigidas a aquellos que obstinadamente rehúsan obedecer los Mandamientos de Dios, de los que el

principal es el Mandamiento del Amor. "Apartaos de Mí." La esencia del Infierno es el extrañamiento

eterno, privados de Dios y privados de la felicidad para la que fuimos creados.

Dios, nuestro Señor, nos ha señalado una tarea determinada: seguir sus mandamientos, los Diez

Mandamientos. Si nosotros los obedecemos somos fieles servidores de Dios. Si alguien obstinadamente

rehúsa obedecerlos, no es un buen servidor de Dios y no tiene derecho a estar con Dios, por lo tanto no

está en la senda de la felicidad.

 

Servidumbre incondicional pero gloriosa

 

 

Cuando se contrata un trabajador para el huerto, él puede poner sus condiciones, por ejemplo,

puede decir al propietario: "Estoy dispuesto a trabajar en el huerto, pero no en la cocina." En cambio

nosotros no tenemos derecho a decir a Dios: "Yo estoy dispuesto a cumplir, digamos, el 5.° mandamiento,

pero no el 6.°", porque Dios es Dueño y Señor en todos sentidos. El tiene dominio sobre todas nuestras


 

 

 

actividades y esferas de nuestra vida. Estamos obligados al servicio de Dios, no ocho horas al día, sino

las 24 horas del día, porque día y noche El es el Señor y nosotros sus siervos.

El operario del huerto puede renunciar a su trabajo dando un mes de preaviso a su amo.

Nosotros no podemos dar un preaviso a Dios porque nosotros no podemos separarnos de El:

dondequiera que vayamos El es allí el Dueño y Señor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pero no hay opresión ni servidumbre humillante en el servicio de Dios sino gloria y felicidad, no

solamente porque El es el mejor y más adorable de los amos sino también porque El nos pide tan sólo lo

que nos conviene para nuestro bien y felicidad. "Servire Deo regnare est", servir a Dios es reinar.


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 Cuando dirijo retiros, explico el plan de Dios y la finalidad de la existencia del hombre con ayuda

de este diagrama. La presencia de Dios en todo, y siempre amante, está simbolizada por la línea superior.

El muñeco de debajo nos representa a ti y a mí, hombre o mujer, todos y cada uno de nosotros. La línea

vertical muestra la senda que debemos seguir durante nuestra vida; por la vía de la voluntad de Dios,

siguiendo los mandamientos de Dios que es el camino hacia Dios, hacia el Cielo, hacia la felicidad. La

flecha en el extremo de la línea representa el anhelo del hombre por la felicidad y el anhelo, quizás

inconsciente, de Dios.

La vía de la obediencia a Dios coincide exactamente con la vía de la felicidad: en esta vida, la

felicidad, con su abundante agregado de pruebas y dificultades, es a veces dolorosa y después de la

muerte, viene la felicidad eterna sin mezcla de dolor y de dificultades, compartiendo para siempre la

felicidad de Dios.

Con frecuencia, los que hacen los retiros me han dicho que este simple esquema les ayudó

mucho. Recuerdo un sacerdote que me dijo que durante los dos primeros días de su retiro, tuvo siempre

presente este diagrama y que su oración consistió en contemplar esta línea recta con su flecha,

repitiéndose a sí mismo: "Creado por Dios, creado para Dios, quiero ir directamente hacia Dios, sin

desviarme por el pecado."En bellas palabras, san Agustín expresó similares pensamientos: "Fecisti me ad

Te, et inquietum est cor meum donec requiescat in Te", que podemos traducir libremente por "Tú me has

creado, ¡oh Señor!, para Ti y mi corazón no tendrá reposo hasta que descanse en Ti."

En la naturaleza todo debe obedecer al Creador por su misma condición física. Las estrel as y los

planetas tienen sus órbitas señaladas por Dios y no hay cuerpo celestial que se desvíe unos centímetros

de la vía ordenada por Dios. Dios ha prescrito igualmente la vía a seguir por el hombre. Pero el hombre,

siendo como es una criatura libre, puede optar por separarse de la línea recta al preferir el pecado. En el

pecado el hombre puede, tal vez, encontrar el placer momentáneo pero verosímilmente resultará ser

solamente amargura recubierta de azúcar. En sus "Confesiones", san Agustín, refiriéndose a sus años

juveniles de pecador, habla de la "punitiva amargura" que Dios le trasegó de sus culpables placeres

"(Libro 2.°, Capítulo 2.°).


 

 

 

 

Otro nombre para la misma senda de felicidad


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Todo lo que se ha dicho  acerca de los mandamientos de Dios y el pecado es igualmente válido,

por supuesto, aun hoy día. En estos tiempos, influidos como lo estamos todos, por la actual tendencia

contra la sujeción a cualquier ley, algunos se sienten más atraídos por la vía a la felicidad indicada por

Jesús en las Bienaventuranzas, al principio del Sermón de la Montaña. Jesús proclamó las

Bienaventuranzas no como mandamientos, sino como norma de vida que conduce a la felicidad. La vía de

las Bienaventuranzas coincide con la línea recta que señalan hacia Dios los mandamientos de Dios.

Bienaventurados los que saben ser pobres porque suyo es el Reino de Dios.

 Dichosos los no violentos, porque heredarán la tierra.

Dichosos los afligidos, porque serán consolados.

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.

Dichosos los sinceros de corazón, porque verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán "Hijos de Dios".

Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, porque suyo es el Reino de Dios. (Mt. 5,3-

 

Las Bienaventuranzas son una serie de manifestaciones sobre la manera de alcanzar la felicidad.

Vive en el espíritu de las Bienaventuranzas y serás feliz. Un sacerdote amigo mío pasó unos días

visitando algunos aborígenes, cristianos o no. Todos eran pobres, pero no mendigos porque eran

laboriosos. Mi amigo descubrió que ellos, a su manera, mantenían las normas de las Bienaventuranzas y

que eran muy felices. Me dijo reiteradamente que había quedado fuertemente impresionado por su

felicidad.

 El vio en esta gente sencilla la confirmación viva de las enseñanzas de Jesús en las

Bienaventuranzas.

 

 

LOS ENIGMAS DE LA VIDA PRESENTE

 

 

Un ejemplo

 

 

Estamos en un mundo teológicamente muy enigmático. Si Dios nos ha creado para que

fuéramos felices, ¿cómo es que algunas personas son infelices? ¿Cómo es que frecuentemente tenemos

pruebas y sufrimientos en lugar de verdadera felicidad?

También los ejercitantes y otras personas pueden preguntarse: ¿Si Dios me ha creado para la

felicidad, por qué no me creó y situó inmediatamente en el Paraíso? Se podría contestar diciendo que El

podía haberlo hecho así si lo hubiese querido. Pero, hablando en serio, nosotros no tenemos derecho a

preguntarle a El acerca de sus planes. El es el Señor y Dueño y El puede escoger cualquier plan que El

quiera entre una infinidad de posibilidades. El podía haber creado al hombre completamente diferente.

Pero eligió crearlos como seres inteligentes y libres y El respeta su libertad, hasta el punto de permitir las

malignas consecuencias del mal uso de esa libertad.

Ante la elección de Dios nosotros únicamente podemos hacer un acto de fe y decir: "Dios mío,

aunque este mundo presente es muy enigmático para mí, yo creo que el plan que has elegido para

darnos la felicidad eterna del Cielo es bueno y sabio. Yo lo creo así porque sé que Tú eres infinitamente

bueno y sabio." Ciertamente es conveniente que nosotros ambicionemos la luz para entender el plan de

Dios. Con frecuencia, oímos en nuestras clases de teología que "la Fe aspira a la comprensión".


 

 

 

 

 Para muchos ejercitantes el ejemplo siguiente ha sido esclarecedor.


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Dos hombres ricos enviaron a sus únicos hijos como internos a un colegio de clase alta. Uno de

los muchachos escribió a su padre pidiéndole una bicicleta para poder hacer largos paseos durante las

horas de recreo. El padre del muchacho, bueno y generoso, inmediatamente le envió una costosa

bicicleta. El muchacho era feliz.

El otro muchacho también escribió a su padre y le pidió una bicicleta. El padre le contestó

diciendo "Me hará muy feliz poder regalarte una bicicleta, la mejor que pueda encontrar, pero no voy a

dártela ni enseguida ni "gratis". Deseo que trabajes para conseguirla. Tú tienes buena cabeza para los

estudios y, ciertamente, puedes aprobar los exámenes. Estudia bien, aprueba los exámenes y tendrás la

mejor bicicleta que exista en las tiendas".

Desde el primer día, el deber del muchacho era estudiar y éste era el deseo de su padre, pero

ahora que le han prometido una muy deseada y magnífica bicicleta, el muchacho estudiará más

intensamente y aprobará los exámenes con la nota más alta que pueda conseguir. Una vez prometida por

su papá, el muchacho tiene por así decirlo, derecho a obtener la bicicleta si él estudia y hace buenos

exámenes. El muchacho aprobará probablemente todas las pruebas y su papá inmediatamente le dará su

anhelado regalo. El muchacho será muy feliz.

Cuando se les pregunta, todos están de acuerdo que cuando el segundo muchacho recibe el

regalo de la bicicleta, es más feliz que el primero por el motivo, en el que todos también coinciden, de que

no obtuvo la bicicleta gratuitamente sino que la consiguió con su esfuerzo. Ambos padres eran buenos y

generosos, pero podemos preguntarnos: ¿Cuál era el más juicioso? De nuevo todos los preguntados

coinciden en que el segundo era el más juicioso.

Dios podía haber dado al hombre la felicidad para la que había sido creado siguiendo el

procedimiento del primer padre, es decir dándole el Cielo como si dijéramos "gratis", inmediatamente

después de creado. Pero Dios ha escogido el proceder del segundo padre. Dios es sabio. Dios nos sitúa

en la vida presente como sometiéndonos a una prueba: debemos arrostrar el examen de la vida. Estamos

siendo examinados para comprobar si somos buenos siervos de Dios y obedecemos sus mandamientos.

Pero la felicidad eterna del Cielo siempre será verdaderamente un amoroso regalo de Dios a cada uno de

nosotros, aunque después de la promesa de Dios y el don de la divina gracia, tengamos una especie de

derecho al Cielo.

Este período de examen o prueba puede ser muy duro, con pruebas, tentaciones y sufrimientos,

pero vale la pena. Los estudiantes de los colegios y de las escuelas superiores pasan una época muy

dura y con frecuencia de ardua labor, preparándose y presentándose a los exámenes. En la India los

estudiantes deben estar trabajando sobre sus temarios en los cálidos meses de marzo y abril con largas

horas de escritura por las mañanas y otra vez en el enervante calor de la tarde. Los exámenes no

resultan, ciertamente, un placer pero merecen el esfuerzo.

Si el segundo muchacho de nuestra anécdota anterior, después de haberle sido prometida la

valiosa bicicleta, empieza a descuidar sus estudios y abandona premeditadamente su deber,

probablemente fallará también en sus exámenes. El no conseguirá su bicicleta pero no es por falta de

generosidad por parte de su padre sino únicamente por su propia y deliberada falta.

Admito que este ejemplo no es totalmente adecuado. Generalmente los ejemplos cojean en un

punto u otro, pero pueden ser muy ilustrativos. Recuerdo un compañero jesuita que había sido mi

provincial y que en esta ocasión estaba haciendo un retiro que yo dirigía. Después de oír el ejemplo

anterior vino a mi habitación para darme las gracias por el esclarecimiento y la paz que este ejemplo le

había procurado.


 

 

 

 

Todo lo anterior podía haber sido formulado tal vez de mejor manera diciendo que la vida


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presente no tiene por objeto ser únicamente un deleite sino más bien ser una preparación, la preparación

para el Cielo.

 

 

La finalidad de la vida del hombre en este mundo

 

De todo lo expuesto se deduce que el propósito esencial del hombre y lo que más le interesa en

la vida presente, debe ser hacer la voluntad de Dios para conseguir, obedeciéndole, la felicidad del Cielo.

Esto es el único objetivo realmente importante de nuestra existencia. Ciertamente la única tarea esencial

en nuestras vidas es cumplir la voluntad de Dios y todos los otros intereses son secundarios. Si alguien

deliberadamente deja de hacer la voluntad de Dios, su vida resulta carente de significado y finalidad,

porque no hace aquello para lo que ha sido creado.

Si un reloj no señala la hora debe ser reparado y si no puede ser reparado puede ser desechado

porque resulta inútil. No hace aquello para lo que fue construido. Del mismo modo que si un candado no

cierra, puede ser eliminado porque no sirve para aquello para lo que fue hecho. Si nosotros en nuestra

vida, no hacemos la voluntad de Dios, nuestra vida es igualmente carente de significado e inútil porque no

hacemos aquello para lo que fuimos creados por Dios. Incluso, si uno posee grandes riquezas, tiene un

gran poder político e influencia personal, si disfruta de una vida saturada de satisfacciones y deleites, pero

deliberadamente rehusa hacer la voluntad de Dios, su vida carece de significado y de utilidad, porque ha

fallado en la cosa mas importante de su vida.

Por otra parte uno puede estar enfermo, ser pobre o despreciado, pero si continúa haciendo la

voluntad de Dios, su vida tiene una finalidad y está llena de sentido.

El seguir la línea vertical que nos guía hacia Dios significa no tan sólo el hacer lo que Dios quiere

y cumplir sus mandamientos sino también el aceptar las circunstancias que Dios permite para nosotros.

Haciendo mi retiro anual, en cierta ocasión me sentí muy inspirado por las siguientes palabras de Thomas

Merton en su muy útil libro Semillas de Contemplación:

"Mi principal preocupación no debe ser conseguir placer, éxito, salud, vida, dinero, tranquilidad o

incluso cosas como virtud y sabiduría; ni tampoco lo opuesto como dolor, fracaso, enfermedad y muerte,

sino que mi propio deseo y mi alegría debe ser pensar en todo lo que me suceda: "Esto es lo que Dios ha

querido para mí. En ello se encuentra su amor y, aceptándolo, yo puedo devolverle a El su amor y con él,

a mí mismo."

 Tomaso di Pietra atestiguó de santa Catalina de Siena: "Su semblante radiante y su santa

sonrisa hacían que nada pareciese importante excepto el hacer la voluntad de Dios."

 Hacer la voluntad de Dios es lo que nosotros llamamos "Santidad" y como dice santa Teresa

"Santidad y Felicidad son dos hermanas que siempre van juntas".

 

 

Principio y fundamento (i)

 

El fin de los ejercicios espirituales de San Ignacio es vencerse a sí mismo y ordenar la vida. Para

ordenar la vida es menester conocer sus desórdenes; y para esto nos propone el Santo considerar el fin

general del hombre. Como el fin general es la primera causa y el primer motor de todas  nuestras

acciones, así también el fin  es la regla suprema que debe dirigir toda nuestra vida.

«¿Qué importa esto para la eternidad?», se decía frecuentemente a sí mismo San Luis Gonzaga

; y San Estanislao se repetía también a menudo a sí mismo, que no había nacido para las cosas caducas


 

13

 

 

de esta vida, sino para las eternas. Se trata, pues, de conocer bien y de imprimir en el corazón el fin para

el cual Dios nos ha criado.

 Esta consideración es de la mayor importancia. San Ignacio la llama Principio y Fundamento.

Como en el orden lógico el principio es el que sostiene la conclusión, y el edificio lo sostiene el

fundamento; así esta primera verdad del último fin sostiene todas las demás : de ella, pues, depende todo

el buen suceso de nuestros ejercicios.

 Y como el principio de otras verdades es en sí mismo cierto, y el fundamento de un edificio es

estable y sólido ; así esta gran verdad del fin último del hombre debe ser también tan cierta para mi

entendimiento, que quede de ella íntimamente persuadido, y mi voluntad sólidamente determinada a la

práctica de esta misma verdad.

 Por esta causa propone San Ignacio el Principio y Fundamento como una consideración toda de

razón, antes de los Ejercicios. No señala método ni tiempo, ni aun le da el nombre de meditación. Quiere

aquí el Santo recordarnos nuestra naturaleza de hombre, y por esto se dirige al hombre racional para que

examine con diligencia este principio, lo grabe profundamente en su espíritu, y levante sobre él su vida,

como sobre firme y sólido fundamento. Dividiremos esta consideración en dos partes : en la primera

consideraremos el fin del hombre, en la segunda el fin de las criaturas.

 

PUNTO PRIMERO. - Principio del hombre. - El hombre es criado.  El hombre no es eterno, sino

que ha tenido principio : ha sido criado, esto es, hecho de la nada absoluta. No se ha dado a sí mismo el

ser y la existencia, ni lo ha recibido de otra criatura. Dios omnipotente ha sido mi autor, Dios es mi

Criador, mi Señor, mi Dueño absoluto, yo soy una criatura y su esclavo; Dios tiene derecho a mi sumisión,

a mi obediencia, a mi servicio. Puede disponer de mí según su beneplácito, puede concederme o

quitarme mis bienes, salud, honra, riquezas; yo debo servirle y obedecerle en todo, y recibirlo todo de su

mano sin quejarme. Dios es mi Criador y mi Conservador, puesto que me conserva continuamente con

una continua creación el ser que me ha dado. Dios me ayuda también a obrar; sin su concurso, toda

acción me sería imposible. Soy, pues, todo de Dios y de El dependo en todos los instantes. Por el pecado

me hago todo de mí mismo y me declaro independiente de Dios... Tal era el carácter de los Gentiles, los

cuales conociendo a Dios su Señor, no le glorificaban como a tal, ni le rendían acciones de gracias (Rom.

1. , 21).

Santa Verónica Giuliani cuenta la visión siguiente : «Me pareció, dice, que nuestro Señor me

abría el pecho, y sacó fuera mi corazón, y enseñándomelo, me preguntó tres veces : ¿A quién pertenece

este corazón? A cada pregunta respondí: A Vos, Señor.» Si la misma pregunta se dirigiese a nosotros,

ciertamente nos veríamos forzados a responder  nuestro corazón pertenece a las criaturas, a nosotros

mismos. Restituyámoslo a Dios; a Dios pertenece, no viva sino por Dios.

 El hombre es criado. Yo soy hombre, una sustancia compuesta de cuerpo y alma espiritual e

inteligente. i Cuán noble es mi naturaleza! Es la más noble de todas las criaturas visibles. Hecho a imagen

y semejanza de Dios, estoy dotado de memoria, entendimiento, de voluntad y de libertad. Con el pecado

he afeado esta bella imagen de Dios. El hombre es un compuesto bien ordenado de alma y cuerpo con el

pecado he puesto el desorden, prefiriendo la  parte menos noble, y haciendo que mande la que debía

obedecer . V2, n. 4).

 

PUNTO SEGUNDO. - Fin próximo del hombre. - El hombre es criado para alabar, hacer

reverencia y servir a Dios nuestro Señor.  Luego el hombre tiene un fin; y este fin no son las criaturas, es

Dios. Nunca tendré la paz del corazón, si no me determino a tender a este fin, para el cual he sido criado.


 

 

 

Sin esto estoy en desorden; porque un ser que tiende a su fin es un ser desordenado, y la paz, como

hemos dicho, no es más que la tranquilidad orden.

Luego debo con mis palabras alabar a Dios pues esta alabanza le es debida como a un ser

perfectísimo y nobilísimo, y como a mi Criador. Todas las criaturas me convidan a alabarle, puesto que

me manifiestan sus perfecciones; y yo por el contrario he buscado con mis palabras satisfacer a amor

propio. Soy criado para alabar á Dios: luego la  misa, cuando la oigo, el  rosario y las otras prácticas

piadosas diarias son acciones más nobles del día. ¿Por qué las cumplo pues, con tanta negligencia y

precipitación; cuando, por el contrario, tendría que hacerlas con la mayor devoción?

Debo además hacer reverencia y honrar a Dios con mis pensamientos y afectos interiores, y

debo también mostrar exteriormente esta honra y reverencia, puesto que el culto interno y externo es

debido a Dios como a Superior y Señor.


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Debo finalmente servir a Dios con mis obras, servicio que le es debido como a Dueño absoluto.

Servir es depender de la voluntad de otro, conformando todas las acciones á la voluntad del Señor : el

que sirve no hace su propia voluntad. La voluntad de Dios se manifiesta en los mandamientos del

Decálogo, en los preceptos de la Iglesia, en las obligaciones del propio estado, en el cumplimiento de

nuestras obligaciones cotidianas. i Qué gracia tan grande es para nosotros conocer en todas las cosas la

voluntad del Señor  ! Sigamos, pues, tranquilos su dirección. Nunca se engañará el que santamente

cumple la voluntad de Dios.

 ¡Cuántas veces he despreciado esta santísima y justísima voluntad divina, y he dicho en mi

corazón y con las obras : «no serviré" ! Y en lugar de servir al Señor, he servido alas criaturas, a mis

pasiones, al demonio. ¿ No es ya tiempo de que Dios llegue finalmente a ser el objeto de todos mis

pensamientos, de mis deseos, de afectos y de todas mis acciones? ¿De que toda mi vida no tenga más

tendencia que á Dios y a su gloria ? Si tal es nuestro fin, ésta sea nuestra ocupación,  nuestra única

divisa: Todo para la  mayor gloria de Dios.

Olvido, pues, de mí mismo en esta vida; no fui creado sino para Dios, para alabarle, hacerle

reverencia y servirle.

 

 PUNTO TERCERO. - Fin último del hombre

El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor; y mediante esto

salvar su alma. La creación del hombre es independiente de su acción; pero no su salvación, la cual es

pendiente de su acción y de su voluntad. Si deseo salvarme, he de cooperar a la gracia; no llegaré jamás

mi fin último, si no cumplo antes mi fin próximo, y mediante esto salvar su alma. Nunca conseguiré mi fin

en el  cielo, sin conseguirlo antes en la tierra, y depende de mi propia voluntad. Si ahora alabamos y

glorificamos a Dios, Dios mismo en recompensa no glorificará en el cielo. «Grandemente honrados oh

Dios, tus amigos».

Si le honramos y reverenciamos, el temor que va naturalmente unido con la reverencia, nos

conducirá á un amor perfecto que nos pondrá en posesión de todo bien. Finalmente, si servimos a Dios,

El mismo será nuestra recompensa.

Si me considero, pues, según mi propia naturaleza, soy bien poca cosa; pero si me considero

respecto del fin para el cual soy criado, mi alma no tiene precio. Mi felicidad y bienaventuranza es la

misma de Dios : la visión intuitiva y el amor fruitivo de la divina esencia y de todas sus perfecciones. Seré

entonces como Dios, semejante a El. Esta es la salvación de mi alma, la sola cosa necesaria para mí,

todo lo demás es vanidad. ¿De qué me servirá, pues, ganar todo el mundo, si pierdo mi alma? .

 Dios solo debe ser todo mi bien y formar mi felicidad en la tierra: en vano la buscaré en otra

cosa. Las criaturas no son mi fin, no pueden hacerme feliz, Dios solo llenará todo mi corazón ; las


 

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criaturas pueden embriagarle, agitarle, perturbarle, sin poder nunca satisfacerle y saciarle. La criatura no

descansa sino en  su fin, en cuya consecución halla toda su perfección. ¿Descanso yo en Dios o en las

criaturas? ¿Y qué es descansar en Dios? No es otra cosa que amar, desear, buscar a Dios; obrar,

padecer por Dios ; conformarse con su santa voluntad en todas las cosas.

 Si somos por naturaleza enteramente de Dios y para Dios, seamos también por nuestra voluntad

enteramente de Dios...  Déle nuestra memoria el tributo del reconocimiento y gratitud, acordándonos

siempre de tantos beneficios y dones recibidos. Páguele nuestro entendimiento el tributo de la meditación

y de la oración; nuestra voluntad el del amor, nuestro cuerpo el de las obras, y todos los sentidos el de la

mortificación y el de la sumisión al alma; y esté esta sujeta constantemente a Dios, alabándole,

reverenciándole y sirviéndole siempre en esta vida, para poseerle con eterna felicidad en el cielo.

 Dejemos, pues, que desaparezca en torno nuestro el mundo entero con sus apariencias y todo

su falso esplendor; y cuando estuviéremos plenamente desasidos de todas estas vanidades, como si para

nosotros hubiesen sido enteramente destruidas, entonces estaremos solos con Dios. Antes de nuestra

existencia nosotros no éramos sino en Dios, y no salimos de  Él sino por amor, con el cual nos sacó de la

nada y nos dio el ser. Volvamos a Dios con nuestro amor, y vivamos únicamente para Él.

 

Principio y fundamento (ii)

 

 

El hombre no está solo en el mundo. Dios criado también otras seres, y el hombre está en

continua relación con ellos. Serán, pues, los dos puntos esta segunda parte : Origen de las criaturas ;

relaciones de las criaturas con el hombre.

PUNTO PRIMERO. - Origen de las criaturas.

Las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre.  Son creadas. Como yo

procedo Dios, también proceden las criaturas; y como yo soy para Dios, también las criaturas son para El:

luego no puedo servirme de ellas independientemente de Dios. Yo, al contrario, he usado de ellas sin

hacer ningún caso de su santísima voluntad; antes bien, contra esta misma voluntad divina he procurado

satisfacer mis deseo. Señor, Tú eres el Dios de toda la naturaleza, todo os pertenece, todo es vuestro: ¿Y

sólo mi corazón querrá emanciparse de tu dominio?

No sólo algunas criaturas proceden de Dios. por ejemplo, las riquezas, la salud, la honra, la

gloría y otros bienes; sino todas, todas las demás sobre la haz de la tierra. No solamente las cosas

favorables, mas aun las adversas, la pobreza como las riquezas, la enfermedad como la salud, la

confusión como la gloria proceden de Dios. Dios es quien quiere el bien y permite el mal en este mundo, y

nada sucede sin su santísima voluntad. Por consiguiente deben contarse entre las criaturas,. no sólo las

que son propiamente tales, como los minerales, las plantas, los animales, sino también todos los

acontecimientos humanos.

En todo, en la prosperidad y en la adversidad, en los accidentes naturales y en todas las otras

cosas desagradables que dependen de la voluntad humana, en todo debo adorar y someterme a la

voluntad de Dios. Repitamos en tales ocasiones con el santo Job aquellas hermosas palabras : «El Señor

me lo dio, el Señor me lo quitó... sea su nombre bendito.» Esta prueba, esta aflicción me la ha enviado el

Señor; sea siempre bendito su santo nombre. No estorbemos la obra de Dios, dejemos hacer a Dios,

entreguémonos a El. Padeceremos, sí : pero padeceremos con amor y con paz; lloraremos, mas nuestras

lágrimas serán dulces; lucharemos, pero conseguiremos la victoria; y Dios mismo, después de haber

combatido en nuestro favor, nos coronará con sus propias manos.

 Entre las criaturas deben también contarse tantas gracias interiores y exteriores, con que Dios

enriquece continuamente nuestra alma, para atraernos a Sí, y hacernos llegar á la bienaventuranza.


 

 

 

Cuántas luces en nuestro entendimiento, cuántos buenos y santos movimientos en nuestro corazón

recibidos en vano, de que se hubieran aprovechado innumerables pecadores, si se les hubiesen

concedido. Decía Cristo a los Judíos : «Si los milagros hechos ante

Dios mismo, mi fin, haciéndose hombre por amor mío, se ha convertido por mí como en medio


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para que pueda llegar a El; su doctrina, sus ejemplos, sus trabajos y sudores, su pobreza, sus oprobios,

todos sus tormentos, su vida, su muerte y todos sus méritos han sido puestos en mis manos para me

ayuden a mi salvación.

Concluyamos, pues, este punto confesando que Dios nos ha provisto de una infinidad de medios

para conseguir nuestro fin. Si tenemos la desgracia de perdernos, ciertamente culpa nuestra será, y no,

tendremos excusa.

PUNTO SEGUNDO. - Relaciones de las criaturas con el hombre.

Las criaturas son para Dios para su gloria, y nada puede Dios crear que a su gloria no se refiera.

Es verdad que las criaturas irracionales  no pueden inmediatamente glorificar a Dios con la alabanza, con

la reverencia, y con el amor; pero manifiestan al hombre, dotado de inteligencia para conocer y de

voluntad para amar, las perfecciones divinas. Por lo cual las criaturas irracionales son para Dios y le

glorifican por medio del hombre, en cuanto el hombre aprende de ellas a conocer, amar y :servir al Señor.

En efecto, las criaturas nos manifiestan la existencia y las perfecciones de Dios, su bondad y su amor, y

también la sumisión y perfecta dependencia de Dios. En las criaturas no debo, pues, buscarme a mí

mismo, ni mi gloria, sino a Dios y su divina gloria. Uso de ellas contra su fin, siempre que las hago servir a

mi alabanza y a mi honra, más bien que a la alabanza y gloria de Dios.

Si bien las criaturas son para Dios, son también para el hombre. Dios es su fin último, el hombre

su fin próximo : Las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre. Debe el hombre usar

de ellas como de medios; mas por el pecado las hace su fin. El hombre, constituido Señor y Dueño de las

criaturas, ha de usar de ellas como señor; pero con el pecado se hace su esclavo. Estas criaturas

deberían ayudar al hombre a la consecución del fin que Dios les ha dado al criarlas; pero, al contrario, por

su malicia serán para el hombre un impedimento a la consecución del fin.

Ahora bien, si las criaturas son medios que deben ayudarme a conseguir el fin, deben lo primero

ayudarme a alabar, hacer reverencia y servir a Dios, lo cual es mi fin próximo, para que puedan

conducirme también a la salvación de mi alma, que es mi fin último. Las criaturas ayudan al hombre a

alabar, hacer reverencia y servir a Dios, o usando de el as, o absteniéndose de ellas; debo, pues, usar o

abstenerme de ellas según que me puedan conducir al fin o apartar de él : de las que me son necesarias

para este intento, debo servirme; las que a esto se opongan, debo detestarlas. Luego, no es mi gusto

natural, o mi placer, el que debe determinarme a usar o abstenerme de ellas, sino la proporción que

tienen con el fin. De las criaturas podré usar en todas mis necesidades, para mi utilidad y hasta para mis

honestos recreos y placer, siempre que me conduzcan a Dios; si por el contrario me apartan de él, debo

en tal caso renunciar al mundo entero y a todos sus bienes, antes que al último fin, en el cual se halla la

única y verdadera felicidad. Jesucristo dice : «Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncalo y échalo lejos de

ti... Si tu mano diestra te es ocasión de pecado, córtatela y échala lejos.» (Mat. 5, 29).

Finalmente si todas las criaturas son medios para llegar al fin, no debo perder la paz y

tranquilidad de espíritu en el uso de ellas. El fin es el que debo desear conseguir siempre por medio de

ellas, y el fin poner mi paz y mi descanso. No pocas veces sucede que una ansiedad natural por las cosas

del propio oficio, por las ocupaciones exteriores, inquieta y perturba nuestro corazón, nos distrae en los

ejercicios de piedad en la meditación, en la comunión, en nuestras devociones.


 

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Busquemos en todas nuestras acciones a Dio que ha de ser siempre su fin, y muy fácil nos será

reprimir toda congoja y solicitud natural, todo natural movimiento o turbación que se oculte bajo la

apariencia de celo.

En cuanto a nuestras relaciones en particular con las otras personas, tres son las maneras de

tratar y portarnos con los demás. En primer lugar, siempre que hayamos de tratar algún asunto con el

prójimo debemos obrar con verdad, lealtad y fidelidad a nuestro deber. Segundo, en las personas con

quienes el Señor nos pone en relación de simple amistad, debemos buscar moderadamente cierta

honesta recreación ,cierto descanso de espíritu, sin querer o tratar negocios de importancia, o poner en

tales personas nuestra confianza. Con las personas con quienes el Señor nos une de un modo especial

con su gracia, y tales personas raras veces se hallan, debemos tratar con toda sencillez y corazón

abierto, no buscando nunca las criaturas, sino siempre a Dios y su gloria; porque buscando en todo la

gloria de Dios, hallaremos la paz y el consuelo del corazón.

Busca, si puedes, un día, una hora, un momento en que Dios suspenda sus favores y retire sus

gracias ; y entonces interrumpe tú también y suspende el servicio de tu Dios que te crió, te conserva y

continuamente te ayuda.

 Señor mío, si tuviese que vivir siglos eternos, si tuviese fuerzas infinitas y corazón capaz de

amar infinitamente, todo debería emplearlo en amarte y servirte,  para corresponder a tantas gracias de Ti

recibidas. Tengo una vida breve, entendimiento limitado  y  un corazón estrecho... ¿y de esto poco, querré

quitaros algo a Ti que eres mi Dios? No, no quiero hacerte esta injusticia. Tú, Tú  eres mi único Dios y mi

único Señor. Así, pues, a Ti solo serviré, a Ti solo amaré; desde ahora empezaré  para continuarlo

eternamente, como lo espero con tu gracia. Así sea.

 

 

Conclusión del principio y fundamento

 

Del fin del hombre y de las criaturas, San Ignacio deduce sucesivamente tres conclusiones

prácticas que son de gran importancia, y al mismo tiempo de gran sencillez y perfección. De donde se

sigue que en el Fundamento, no solo hallamos el principio y la base de una vida naturalmente recta y

cristiana, sino también una vida perfecta. Estas tres conclusiones formarán los tres puntos de esta

consideración.

 

PUNTO PRIMERO.- Sentado ya el fin del hombre y el de las criaturas, dice San Ignacio: De

donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayudan para su fin; y tanto debe

quitarse de ellas, cuanto para ello le impiden. –Tanto cuanto.- Considérese, en primer lugar, que San

Ignacio sólo habla de usar, o del uso de las criaturas, no de gozar de ellas, no habla del placer. Las

criaturas respecto del hombre son medios, y el medio no nos mueve a obrar sino a causa de su utilidad

con respecto al fin.No es pues el medio, propiamente hablando el que nos hace obrar, sino el fin que

queremos conseguir. El fin es la medida y regla del uso que debemos hacer de los medios; por

consiguiente, no se debe usar de los medios, sin tanto cuanto nos son conducentes al fin ni más ni

menos. Un viajero no pregunta cuál es el camino más placentero sino él más seguro para llegar a su

patria; un piloto no desea el viento más apacible, sino él más favorable para su navegación, y para arribar

al deseado puerto; un enfermo, si tiene juicio, no busca la medicina mas dulce, o más suave, sino la más

saludable y eficaz para recobrar la salud.

Hay una criatura que, por decirlo así, es inseparable de nosotros mismos, y comprende todas las

demás: es el tiempo. ¿Cómo lo empleamos? No sabemos cuánto tiempo nos queda. Nunca conoceremos

todo el valor del tiempo hasta que nos encontremos en la eternidad. Examinémoslo un momento.


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 PUNTO SEGUNDO.- De esta primera conclusión deduce San Ignacio otra segunda: Por lo cual

dice, es menester hacernos indiferentes a todas cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad

de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido: en tal manera, que no queramos de nuestra parte más

salud que enfermedad, pobreza que riqueza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente

en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos

criados.

Examinemos todas las partes de esta admirable doctrina, que es bien fecunda y llena de

sabiduría. Es necesario hacernos indiferentes. No estamos naturalmente indiferentes, puesto que la

naturaleza nos inclina a lo que gusta y es conforme a nuestras pasiones: debemos, pues hacernos

indiferentes, debemos trabajar mucho a este intento; tratase de obrar contra nuestra propia naturaleza.

Indiferentes.-sta indiferencia no es la apatía o la falta de sensibilidad; es una indiferencia de

voluntad deliberada, y determinada a obrar únicamente para el fin. Podemos estar indiferentes con toda la

repugnancia y con toda la rebelión de nuestra naturaleza.

Es necesario hacernos indiferentes.- Si todas las criaturas son medios, no hay razón para

inclinarse más a una que a otra. Además, todas las criaturas en sí mismas son indiferentes; pueden

ayudarme y pueden impedirme la consecución del fin. Sí, esta indiferencia debe extenderse a todo,

indiferentes a todas las cosas criadas. Los talentos y los dones de naturaleza distribuidos con más o

menos igualdad; también los dones sobrenaturales, las consolaciones o desolaciones interiores; la

posición que uno ocupa en el mundo, el empleo, la habitación, las personas con quienes estamos

obligados a vivir, sus condiciones, su conducta, finalmente todos los acontecimientos prósperos o

adversos; y no solamente lo que nos toca personalmente, mas aun lo que se refiere a nuestros parientes,

a su fortuna, a su propia vida; y por último a todos los negocios privados y públicos: y todo esto es del

dominio de la indiferencia.

Esta indiferencia es, pues, muy necesaria; si es para mí necesario alcanzar el fin, me es también

necesario emplear los medios. Pero San Ignacio pone una restricción a esta indiferencia: en todo lo que

es concedido a nuestro libre albedrío y no le está prohibido. Esta excepción es justísima. Si bien todas las

criaturas son indiferentes en general, y en sí mismas, sin embargo, relativamente a nosotros y en los

casos particulares, hay muchas que deben evitarse con todas las fuerzas del alma; así como hay otras

muchas que la Ley divina, nuestro estado, la justicia y la caridad nos obligan a conservar y abrazar. Estas

son, relativamente a nosotros, bienes; aquéllas, males: y no nos es permitido estar indiferentes al bien y al

mal. Yo podría igualmente servir a Dios en tal oficio, o en el otro; las circunstancias me destinan mas bien

a un oficio humilde, donde permaneceré oculto y desconocido, que a otro donde podría mostrar mis

talentos: entonces para mi no es posible la indiferencia en la elección. La voluntad de Dios es clara y

manifiesta, siéndome declarada y comunicada por la voluntad de mis superiores: no queda sino obedecer.

Debemos, pues, hacernos indiferentes en todo, excepto lo que nos conduce a nuestro fin, o de él nos

aparta.

Esta indiferencia así limitada, debe ser tal, que no queramos, dice San Ignacio, más salud que

enfermedad, y así de las demás cosas. Es ésta una disposición de espíritu en que hemos de hallarnos y

mucho menos un gusto sensible de esta indiferencia del alma; si no una libre determinación de nuestra

voluntad, fruto de una íntima persuasión y convicción de nuestro entendimiento. Y en efecto, para muchos

una vida llena de enfermedades ha sido causa de gran santidad: una vida corta ha asegurado a muchos

la eterna bienaventuranza. A otros, al contrario, una vida larga y llena de salud ha sido ocasión de trabajar

mucho por la gloria de Dios, y de acrecentar sus méritos para la vida eterna. Las riquezas y los honores

para algunos han sido materia de obras buenas y de mérito, y les han servido para glorificar al Señor;


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para otros muchos han sido ocasión de pecados y de su condenación. No sabiendo lo que nos conviene,

debemos por lo tanto hacernos indiferentes, ya sea para estas cosas, ya sea relativamente a todas las

demás criaturas, y por consiguiente a todo lo demás, que no estuviere de algún modo comprendido en las

cuatro cabezas que hemos brevemente recorrido, según San Ignacio. Dejémonos gobernar por la divina

Providencia, y sigamos el camino en que nos ha puesto, persuadidos que en él podremos realmente

alabar, hacer reverencia y servir a Dios, y de esta manera salvar nuestra alma.

 

 

PUNTO TERCERO.- Para lograr la indiferencia de que hemos hablado, he aquí el medio que

propone el Santo. Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos

criados. No basta desear y parar en simples deseos; se debe poner mano a la obra, y elegir. Es cierto que

no podemos siempre elegir eficazmente, porque muchas veces no depende de nosotros; pero podemos

siempre desear y ponernos en esta disposición de ánimo de querer, y querer solamente, a pesar de

cualquiera repugnancia y de cualquier sacrificio que se haya de hacer, lo que nos conduce con más

seguridad y mas presto a nuestro fin.

Este medio, que nos da San Ignacio, es muy lógico. Considerando que nuestra naturaleza, nos

inclina al mal antes que al bien, a lo que agrada antes que a lo que nos es útil para nuestra salvación, por

cierto el mejor medio para conseguir eficazmente la indiferencia de que se ha hablado, es desear y elegir

únicamente lo que más nos conduce al fin para el cual fuimos criados. Esta voluntad libremente

determinada hacia el bien, hacia el mayor bien del alma, haciendo oposición y contraste con esta

inclinación natural que tenemos al mal, nos pondrá en equilibrio respecto de las criaturas.

Este medio, además, considerado en sí mismo, es también una conclusión evidente del fin del

hombre y de las criaturas. Si alcanzar la bienaventuranza y la felicidad eterna es para mí el negocio más

importante en el mundo, sin duda, como todo negocio importante, la prudencia exige elegir únicamente

los medios más seguros para conseguir el fin. Y si las criaturas deben ayudarnos a la consecución del fin,

para el cual Dios nos ha criado, las criaturas que más seguramente nos conducen a este fin, son las que

mejor nos ayudan y merecen nuestra preferencia. No todas las cosas , dice el P. La Palma, nos ayudan ni

pueden ayudarnos, aunque queramos, para alcanzar otros fines particulares: el camino del cielo está

siempre abierto y libre; el camino para otros particulares intentos esta muchas veces cerrado e impedido,

sin poder dar en él un solo paso. Nos todas las cosas nos ayudan para aumentar las riquezas, antes a

menudo se pierden, siendo inútiles los medios que tomamos para conservarlas. No todas las cosas son a

propósito para alcanzar honra y gloria, antes en muchas ocasiones se pierde, sin que toda nuestra

diligencia sea suficiente para conservar la honra y gloria que teníamos. No todas las cosas nos ayudan a

conservar la salud, y muchas veces se pierde, siendo impotentes los médicos y los remedios para

recobrarla. ¿Y qué diremos de la muerte? Ella se nos entra en casa con violencia, y no hay fuerza

humana que pueda ponerle victoriosa resistencia, escapándosenos la vida sin poderla de ningún modo

detener más tiempo. Mas, al contrario, todas las cosas nos ayudan a conseguir nuestro último fin, así la

pobreza como las riquezas, tanto la deshonra como la honra, la enfermedad como la salud, y la muerte

como la vida. Ninguna cosa puede suceder que no venga bien para honrar y glorificar a Dios Nuestro

Señor y para alcanzar con ellas la vida eterna. Antes las cosas adversas nos ayudan más, si nos

queremos ayudar de ellas para nuestro desengaño, para nuestro mérito, para la mortificación de nuestras

pasiones, para el desprecio de los bienes presentes y para esperar y desear los venideros y para hacer a

Dios Nuestro Señor mayor honra y reverencia, sujetándonos a su disposición y voluntad en lo que es

contrario a la nuestra. Pues ¿quién no admirará la Sabiduría y Providencia de Dios nuestro Criador, que

con tanta variedad de casos, como suceden en esta vida, nunca está el hombre impedido, sino siempre

libre y desembarazado para conseguir su último fin; y que habiendo cosas que le impiden para los fines


 

 

 

falaces y aparentes, todas le ayudan para los bienes verdaderos?. ¿Quién es tan loco que, olvidado del

fin para que Dios le crió, se abate al amor de las criaturas, las cuales, ni las puede alcanzar cuando las

procura, ni cuando las alcanza puede hallar su paz y hartura en ellas?".


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Las criaturas son indiferentes, y son como dos caminos paralelos que igualmente me conducen

al Criador. A mí me toca determinar cuál de ellos he de tomar. Un artífice que tiene en su taller tenazas,

martillos, limas, sierras, está siempre indiferente para tomar de estas herramientas las que sirvan para su

obra. ¿Hay alguno que por amor de la lima emplee ésta cuando le conviene la sierra? ¿Cómo, pues, si

deseamos nuestra felicidad y bienaventuranza, podemos determinarnos a lo que nos hará eternamente

desgraciados y miserables?

 

EN QUÉ CONSISTE LA FELICIDAD

 

 

La felicidad consiste en amar y ser amado

 

Permitidme primero que os diga en qué no consiste la felicidad. Recuerdo haber leído que el

multimillonario Rockefeller, ya viejo, al dar gran parte de su fortuna al gobierno para fines filantrópicos,

dijo a un periodista que nunca había sido feliz. Todo el mundo sabe que la prosperidad material no

necesariamente significa felicidad, pero en la práctica los hombres parece que no lo recuerden.

La felicidad no consiste ni en el placer, ni en la vida cómoda ni en la ausencia del dolor.

Circunstancias extrínsecas como la riqueza, y especialmente la seguridad material, pueden contribuir en

gran manera a la felicidad propia, pero la felicidad no está fuera de nosotros, no está en las cosas

materiales, sino dentro de nosotros. Consiste sobre todo en nuestra reacción interior a las circunstancias

en las que nos encontramos.

Jesús no vio contradicción alguna entre sufrimiento en esta vida y felicidad. El dijo:

"Bienaventurados los que lloran..." (Mateo), y en la novena Bienaventuranza El dice: "Bienaventurados

seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi

causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos" (Mt. 5, 11).

San Lucas en su trascripción del Sermón de la Montaña, emplea palabras similares:"Dichosos

los que ahora lloráis, porque reiréis" (S. Lc. 6,21).La experiencia humana también confirma que

sufrimiento y felicidad no son necesariamente incompatibles ni se excluyen entre sí. He oído la historia de

seis hermanas. La más joven enfermó de polio y quedó parcialmente tullida. La gente decía refiriéndose a

ella: "Pobrecita, tan joven y bella y ahora constreñida a una silla de ruedas". Las otras hermanas

contrajeron magníficos matrimonios y criaron espléndidas familias. En cierta ocasión, cuando ya habían

alcanzado todas ellas los cincuenta o sesenta años, tuvieron la suerte de poder pasar juntas unos días de

vacaciones. Charlaron largamente y comparando sus vidas se dieron cuenta de que "la pobrecita, la

tullida", había sido la más feliz de todas.

¿En qué consiste, pues, la felicidad?

Amar y ser amado (por algunos, por lo menos) nos hace felices. No estamos hablando de un

amor egoísta y calculador, sino del amor que hace airosamente llevaderas las molestias y sufrimientos,

con desenvoltura y espontaneidad e incluso a veces con alegría.

 En este amor no hay sombra de queja o lamentación, aunque puede existir una franca

manifestación de los sentimientos experimentados. Y si a alguno se le dan las gracias por su amor o

ayuda, éste puede decir con sinceridad "fue un placer".

Esta clase de amor será seguramente aceptado por los demás, al menos después de cierto

tiempo y motivará una respuesta de estimación y amor. Y de esta suerte, amando y siendo amado, se


 

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obtendrá normalmente la felicidad. Lo que es cierto en las relaciones humanas, es todavía mas cierto en

nuestras relaciones de amor con Dios. En ellas Dios es el primero en amar. Si yo estoy convencido del

amor personal de Dios por mí (y todavía mejor, si yo he experimentado este amor), yo seré feliz, tal vez

excesivamente feliz y esta convicción es el principal manantial de felicidad interior.

En el próximo capítulo hablaremos de cómo llegar a convencernos del amor que Dios tiene a

cada uno de nosotros y cómo amarle a El en correspondencia.

 

 

El sufrimiento puede ser hermoso

 

El amor es la cosa, mejor dicho, la emoción más bella que existe. Pero, como hemos dicho

antes, el amor en este mundo, incluso el amor verdadero, con frecuencia lleva una carga de sufrimiento.

Pero incluso así, puede ser todavía un manantial de felicidad.

Ello nos l eva a exponer la paradoja de que lo más hermoso, mejor dicho la experiencia más

hermosa de este mundo, puede ser el sufrimiento, sufrimiento llevado, naturalmente, con amor. Para los

cristianos, la Cruz, la aterradora Cruz, es hermosa porque es el signo y la prueba del amor que Dios nos

tiene. Como acabamos de decir, la cosa mas hermosa es el amor.

Pero en este valle de lágrimas el verdadero amor sólo puede ser puesto en evidencia por la

disposición a sufrir por los seres amados. En las relaciones humanas el signo inequívoco del amor y la

mejor prueba de amor es el sufrimiento llevado con amor. Así, podemos decir que en este mundo el

sufrimiento puede ser hermoso en tanto que es una prueba genuina de amor. El sufrimiento, culminando

en la muerte, es la mayor prueba de amor. "Un hombre no puede dar mayor prueba de amor que entregar

su vida por sus amigos", dice Jesús.

A pesar del terror y la agonía, el martirio y la muerte de los héroes es hermoso porque, con su

muerte, ellos proclaman la ley del amor en medio del odio y la violencia que prevalecen en el mundo.

Podemos recordar al Padre Maximiliano Kolbe,  proclamado Santo por Juan Pablo II. Fue una horrible

muerte lenta de sed, hambre y frío, en las celdas de "la muerte por hambre". El se había ofrecido

voluntariamente para morir en lugar de otro prisionero condenado que tenía mujer e hijos. ¿No es ello

hermoso?

Leyendo relatos históricos y novelas, o viendo películas, en escenas de gran sufrimiento

soportado por amor, decimos, tal vez con lágrimas de emoción en los ojos: ¡Qué hermoso! Hay algo

peculiar en el mundo actual: en él hay dolor encadenado con el amor.

 En el Cielo sólo hay amor sin sufrimiento alguno. En el Infierno sólo hay sufrimiento y no hay

amor. En este mundo el sufrimiento puede ser hermoseado por el amor y por lo tanto puede llegar a ser

una causa de felicidad.

 

 

El ejemplo del amor conyugal

 

Ama a los otros y hazles felices. Haciéndoles felices tú también serás feliz. Esto se puede aplicar

a todas las circunstancias y personas pero más particularmente en la más íntima forma del amor humano.

El amor en la vida matrimonial.

Podemos habernos reído con las bromas sobre los matrimonios: "Primero fue una sortija de

compromiso, después siguió un anillo de boda... y algún tiempo después fue el sufrimiento". Puede que

sea así en muchos matrimonios, pero en las familias felices, en las que existe el verdadero amor mutuo,

el sufrimiento, ocasional y aun prolongado que puede presentarse, probablemente provocará un mayor

amor y una unión más íntima y como consecuencia una mejor suerte de felicidad.


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Hace pocos días, el Magistrado del distrito y su ayudante acamparon en Talasari y visitaron por

algún motivo las instalaciones de nuestra Misión. Fueron con talante amistoso y deseosos de conversar.

En el pasillo vieron una fotografía en color de gran tamaño que despertó su curiosidad. Era un grupo

fotográfico de 25 parejas que habían asistido a un corto curso prematrimonial seguido por un retiro de tres

días que yo dirigí.

El Magistrado preguntó: "¿Qué les ha dicho Ud. durante todos estos días?". Yo, bromeando,

contesté que les había dicho: "Muchachas, vais a casaros. Magnífico. Ahora bien, si queréis ser felices

vosotras sólo tenéis un camino: haced felices a vuestros maridos. Yo os aseguro a todas que si vuestro

marido es verdaderamente feliz, vosotras también seréis felices". Y después dije a los novios:

"Muchachos, haced felices a vuestras mujeres con amor generoso y atento. De ahora en adelante,

solamente si vuestras mujeres son felices vosotros podréis ser felices".

 Aquella misma noche me llegó noticia de que el Magistrado y su compañero, hablando de su

visita a la Misión, habían estado diciendo que un anciano sacerdote les había explicado cosas

maravillosas sobre la vida matrimonial. Y yo sólo les dije lo que he referido. Su laudatoria sorpresa puede

ser consecuencia de la frecuente ausencia de la busca de la felicidad en la vida matrimonial. Con

frecuencia cada uno de los cónyuges trata de "domesticar" al otro (he oído alguna vez esta expresión), o,

cuanto menos, que se adapte a sus deseos egoístas en lugar de intentar hacerle feliz.

 

 

Una actitud psicológicamente útil

 

Un formal deseo de amar a los demás, incluyendo tal vez el deseo de amar a alguien más

íntimamente, puede traer a nuestra mente sentimientos de satisfacción y felicidad. El deseo consciente de

amar a todos los que nos rodean es un don de Dios por cuya obtención debemos rogar con frecuencia.

Había empezado a escribir este capítulo cuando un muchacho de nuestra residencia, un

aborigen alto, de unos quince años, llegó a mi habitación para pedirme consejo. Generalmente, yo

termino las entrevistas de este tipo con una pequeña plegaria por el visitante.

En este caso particular, antes de empezar mi oración, le pedí al muchacho que reflexionase un

poco y me dijese por qué le gustaría que yo rezase. Le dije: "¿Qué es lo que más deseas?". Después de

unos momentos de reflexión me contestó el muchacho: "Lo que más ansío es tener paz espiritual y saber

cómo amar a todo el mundo". Sabias palabras. Ellas expresan la actitud que todos debiéramos tener. Y

las últimas palabras, "el saber cómo amar a todo el mundo", pueden darnos un programa de vida.

El segundo componente del aforismo "La felicidad consiste en amar y ser amado", necesita unas

palabras de advertencia. El deseo de ser estimado y de amar a los demás es sano psicológicamente,

pero no se debe ir buscando la estima y el amor por un camino equivocado. Un deseo sano de ser amado

por los demás tiene que ser en cierta manera desprendido. Una excesiva preocupación por obtener el

aprecio de los demás puede frustrar el propósito.

Especialmente no debemos tratar de manipular o seducir por decirlo así, a los demás para que

nos aprecien y quieran. Si uno trata de comprar la estima y el amor de los demás no obtendrá de ellos

verdadero amor y tampoco la felicidad.

Nosotros no podemos obtener siempre una correspondencia como quisiéramos a nuestro amor,

pero amando verdaderamente a los demás el saber que nuestro amor es, en cierto modo, reconocido,

puede resultar sumamente gratificante. Muchos padres tienen la experiencia de esta suerte de amor y

reconocimiento de sus hijos. Lo importante, pues, es que nosotros amemos verdaderamente a los demás,

con amor generoso y de entrega, y que no nos preocupemos demasiado en conseguir pruebas palpables

de correspondencia a nuestro amor.


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