¡Dios te salve María!
 

 

 

 

 Los padres, especialmente, harán bien en tener presente esto cuando aguarden el aprecio y


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amor de sus hijos adultos. También los consortes deben tenerlo presente respecto a sus cónyuges y los

amigos con sus amistades.

Años atrás le pregunté a un joven, ya cercano a los treinta, por qué no se había casado. Con voz

triste me contestó: "porque no he encontrado la muchacha que me haría feliz". Yo le repliqué: "y temo que

no la encontraras nunca. Más bien deberías buscar la muchacha a la que tú pudieras hacer feliz". No me

sorprendería que nunca encontrase la muchacha que desea. Y probablemente sea mejor así, porque es

un egoísta.

También conozco a un hombre viejo y muy rico que aparentemente tampoco ha encontrado "la

muchacha que le haría feliz". A su avanzada edad todavía espera que se casará algún día. Una vez me

dijo que le gustaría casarse con una enfermera, porque así podría cuidarle bien. Y añadió, susurrando

confidencialmente, que en su testamento había dispuesto que, caso de casarse, su viuda percibiese un

legado de un millón (de la moneda del país) por cada año de su vida matrimonial con ella.

¡Es conveniente que no se case nunca! No podéis conseguir por soborno el pasaje hacia el amor

y la felicidad.

 

EL ORIGEN DE NUESTRA FELICIDAD

 

 

EL AMOR PERSONAL DE DIOS

 

 

El amor personal de Dios -presentación-

 

Por reflexión y razonamiento podemos llegar a entender que Dios, el Creador, es el Señor y

Dueño del universo, pero no el que El es nuestro amante Padre. De no ser porque nos ha sido revelado,

nosotros nunca habríamos llegado a saber que Dios nos ama con un amor personal y que cuida

individualmente de cada uno de nosotros.

El amor de Dios por cada uno de nosotros es una noticia maravillosa. En una ocasión, estaba

dirigiendo un retiro de cuatro días para muchachas aborígenes, la mayoría trabajadoras no cualificadas

(peones), de una granja gubernamental, las cuales, si bien habían tenido muy poca o.ninguna instrucción

escolar, en cambio estaban bien instruidas en cuestiones religiosas. En el último día del retiro me

entrevisté individualmente con todas el as por segunda vez. Le pregunté a cada una cuál fue para ella el

mejor logro del retiro. Muchas me dijeron que su mejor experiencia había sido las palabras de Dios en las

Escrituras: "Tú eres precioso para mí, eres estimado y yo te amo". Todo este pasaje de Isaías (43, 1-.5)

es una emocionante revelación del amor de Dios por nosotros. Las palabras fueron dirigidas originalmente

al pueblo de Israel, pero los comentaristas de las Escrituras nos dicen que se aplican exactamente igual a

cada persona.

"...Así dice el Señor que te creó, Jacob, el que te formó Israel: `No temas que te he redimido, te

he llamado por tu nombre, tú eres mío. Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo, la corriente no te

anegará. Cuando pases por el fuego, no te quemaras, la llama no te abrasará. Porque yo, el Señor, soy tu

Dios... porque eres de gran precio a mis ojos, eres valioso y te amo... no temas que contigo estoy yo...".

Consoladoras palabras, pero uno puede preguntarse: "¿Cómo puedo estar seguro que las

palabras anteriores se refieren realmente a mí? Están en la Biblia ciertamente pero no me han sido

dirigidas directamente a mí". Las palabras de las Escrituras son para todos y para cada uno de nosotros y

en este caso vienen confirmadas por los hechos, si los consideramos atentamente.


 

 

 

 

Según un viejo proverbio "...el amor debe manifestarse por obras más que por palabras".

Ciertamente, nosotros, podemos ver o experimentar las pruebas del amor de Dios. Tal vez habréis

también oído decir que el amor consiste en compartir el goce de los bienes. Cierto de nuevo, pues


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nosotros podemos ver o experimentar muchas cosas buenas que Dios comparte con nosotros: Existencia,

Vida, Facultad de pensar, etc., etc.

Todo ello nos dice que Dios nos ama.

 

 

Reconocimiento de los dones de Dios

 

Puede resultar un ejercicio muy estimulante el hacer una lista de los muchos dones que Dios nos

ha concedido. Dones de orden natural y de orden sobrenatural. Debemos aprender a saber apreciar las

bendiciones de Dios, como se dice comúnmente. Algunas personas nunca son felices con lo que Dios les

ha dado. Esta puede ser la más ilógica actitud mental.

Se cuenta de una campesina que nunca quedaba satisfecha con sus cosechas. Sus vecinos

solían burlarse de ella por eso. En cierta ocasión, uno de ellos le dijo: "Ahora sí que debes estar contenta

pues has cosechado tantas manzanas y todas ellas tan bellas y sabrosas...". "Sí, es cierto - refunfuñó ella

-, muchas manzanas magníficas y ninguna está estropeada, pero, ¿qué les daré a mis cerdos?"

Dios nos ha dado muchas cosas buenas, pero El no nos lo ha dado todo. Incluso sus dones son

necesariamente limitados porque sólo Dios es infinito. Recuerdo haber leído en el libro La Sicología del

carácter de Rudolf Allers, que para conseguir la paz mental y la serenidad, nosotros debemos aceptar

plenamente el hecho de que somos seres creados y por lo tanto esencialmente limitados en los talentos y

dones que hemos recibido.

Dios nos ha dado la vida. ¡Es bueno estar vivo! Cuando tú todavía no existías ya estabas en la

mente de Dios. El vio tu imagen y a El le gustaste. El te amó, es decir amó a "aquello" que serías tú, y El

te dio tu nombre. Y cuando El te llamó por tu nombre, tú empezaste a vivir. Con gratitud y alegría puedes

dar gracias a Dios siendo lo que El, en su amor, escogió para ti.

Nosotros, los seres humanos, tenemos una especial participación en los atributos de Dios,

incluso en el orden natural. Es por nuestra inteligencia y libertad que las Escrituras dicen que nosotros

fuimos "hechos por Dios a su propia imagen y semejanza" (Gn. 1,26). Y junto con nuestra figura humana

Dios nos dio nuestro cerebro, que es como una precisa computadora que nos hace capaces de recordar,

reflexionar y pensar. Dios nos dio nuestros sentidos, que son instrumentos maravillosos, para adquirir

conocimientos y para comunicarnos con el mundo que nos rodea. Nuestros ojos son como bellas cámaras

de cine en color, con dispositivo de enfoque automático. Nuestras manos son instrumentos

extremadamente precisos, con los que podemos crear arte y música.

En las clases de catecismo para niños pequeños podemos poner en evidencia de forma muy

efectiva cuán generosos son los dones personales que Dios nos ha concedido. El catequista puede

preguntar a los niños: ¿No quedaríais muy agradecidos y también querríais a quien os regalase 10.000 o

mejor todavía 50.000 rupias? La pregunta sería contestada por un coreado y alegre "Sí". El catequista

prosigue. "Bien, no hay nadie que os dé tanto dinero, pero ahora decidme: ¿Si alguien os dijese que os

daría las 10.000 rupias si le vendíais uno de vuestros ojos o 50.000 rupias, si le vendíais los dos ojos,

aceptaríais la oferta? Ahora hay un firme y cauteloso "No" de todos los niños. Y el catequista comenta:

"Tenéis razón. Vuestros ojos son mucho más valiosos que 10.000 y aun 50.000 rupias. Recordad ahora

que Dios os ha regalado vuestros dos ojos porque El os ama.

Y el mismo Padre nos ha dado con amor todas las cosas hermosas de este mundo que nosotros

podemos contemplar con nuestros ojos: el firmamento, con sus alegres coloreadas formaciones nubosas


 

25

 

 

durante el día, especialmente al amanecer y en el ocaso, y en la noche deleitándonos con sus preciosas

estrellas centelleantes, el sol durante el día que nos da luz y calor, los enormes océanos, las

encumbradas montañas, las colinas y los bosques con sus bellos pájaros, los ríos majestuosos, los

rumorosos arroyos, etc., etc.

Se puede objetar que estos dones de Dios son para todos y no dados personalmente a mí y que

por lo tanto podemos no considerarlos como muestras del amor personal de Dios para cada uno de

nosotros. En cierto sentido es verdad, pero también es cierto que nosotros podemos aceptarlos como

dones personales porque en el momento de crear Dios todas estas bellas cosas, El me tenía a mí, y a

cada uno de nosotros, en su mente, y nos las dedicó a todos.

Aquí puede ilustrar otro ejemplo: un filántropo donó una gran suma para construir un hospital y

equiparlo perfectamente para que pudiese prestar los mejores servicios médicos posibles a todos y de

forma gratuita. Debemos alabar a este hombre por su generosa donación y aprovechar, cuando

enfermemos, los servicios gratuitos de este hospital, pero no estamos obligados a sentir gratitud personal

hacia él, porque, cuando él construyó el hospital, nunca pensó en nosotros en particular.

Cuando Dios creó las buenas cosas de este mundo, El nos tuvo presentes, a mi y a cada uno de

nosotros, en su mente destinándolas a cada uno de nosotros. La antigua liturgia acostumbra a aplicar a la

madre de Jesús las palabras del libro de los Proverbios (8,27-30): Cuando colocaba el cielo, allí estaba

yo; cuando trazaba la bóveda sobre  la faz del océano, cuando sujetaba las nubes en las alturas y fijaba

las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar y las aguas no traspasan su mandato, cuando

asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a El, yo era su encanto cotidiano. Cuando Dios estaba

creando el universo, María, la madre del futuro Salvador, estaba allí, por decirlo así, en su mente. De

manera similar nosotros podemos decir que estábamos en la mente del Creador.

 

Dones personales de Dios a cada uno

 

 

"Bendice, alma mía, al Señor y todo mi interior a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor y

no olvides sus beneficios."(Sal. 103,1-2)

Si en un sereno momento de silencio, uno rememora la historia de su propia vida y

deliberadamente se detiene sobre las buenas cosas, grandes y pequeñas, que ocasionalmente han

iluminado algunos momentos de su existencia, puede quedar abrumado por sentimientos de alegría y de

gratitud. Uno puede recordarlos con un estado de ánimo optimista. Es más fácil y mucho más agradable

recordar los momentos felices de. nuestra vida que los desgraciados.

Podemos recordar las muchas cosas buenas que hemos recibido de Dios a través de nuestros

padres, hermanos y otros parientes y amigos. Podemos recordar pequeñas, o grandes, muestras de amor

y de agradecimiento a veces inesperados. Probablemente hubo días muy felices en la niñez de todos, tal

vez alguno recuerde en particular un cumpleaños feliz, tal vez aquí y allí, tuvimos éxitos en la escuela,

quizá podamos recordar agradables aventuras de nuestra juventud y así sucesivamente...

Casi todos podríamos escribir una sencilla pero encantadora historia de nuestra niñez y juventud.

La historia de cada uno sería diferente de las otras, pero todas serían interesantes y aparecerían

tachonadas de dones de Dios.

Un buen consejo para todos los que se sientan inútiles y desanimados: que escriban una relación

de todas las cosas, por pequeñas que sean, que les hayan salido bien o que les hayan procurado

reconocimiento o amor. ¡Este trozo de papel con su larga lista puede resultar precioso! Y un remedio

efectivo en momentos de depresión. Todos los dones que hemos recibido, tanto los dones que han sido

dados a todos como los dones personales que hemos recibido individualmente, tendrían poco valor, en


 

 

 

cierto modo, si no estuvieran acrecentados por los dones de la gracia; dones de orden sobrenatural

acerca de los cuales hablaremos en el próximo capítulo.

 

LOS DONES DE DIOS

 

 

Dones ofrecidos  a todos

 

"Una vez, en el pozo de Jacob, Jesús pidió a una mujer samaritana que le diese agua para

beber. Ella de momento rehusó dársela, a causa del antagonismo existente entre judíos y samaritanos.


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 Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le

habrías pedido a él y él te habría dado agua viva." (Jn. 4,10).

Si nosotros supiéramos podríamos ir a la gran fuente de felicidad verdadera.

El "don de Dios" que Jesús ofrece a todos es lo que nosotros llamamos la divina gracia o gracia

santificante. Es la vida divina dentro de nosotros. Jesús le llama "agua viviente" o "agua que da vida"

porque es el principio de la vida eterna en el Cielo.

Gracias a esta vida divina nos volvemos participantes de la naturaleza divina, como nos dice san

Pedro (2.a carta, 1,4) : "... nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas para que por ellas

os hicierais partícipes de la naturaleza divina...".Gracias a este don de la vida divina nos convertimos en

hijos de Dios. San Juan dice: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues

¡lo somos!" (1 Jn. 3,1).

 Nos convertimos en hijos de Dios no en el pleno sentido en el que Jesús es el Hijo del Padre,

sino en un sentido analógico y, sin embargo, verdadero. Y siendo hijos de Dios tenemos derecho a estar

con Dios, el derecho a ir al Cielo, la casa, por así decir, del Padre. Si caminando por los campos

entablamos conversación con algún muchacho del lugar  le preguntamos: "¿dónde está tu casa?", él tal

vez señale una casa y diga: "ésta es mi casa."

En realidad él indica la casa de su padre y tiene razón, porque la casa de su padre es

verdaderamente su casa. El tiene derecho a morar en ella. El don de nuestra existencia y vida es muy

precioso. Pero sería comparativamente de poco valor, si no fuese seguido del don de la feliz vida eterna.

"Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en El no

perezca, sino que tenga vida eterna"(Jn. 3,16).

Dios Hijo se hizo hombre por cada uno de nosotros. El es nuestro Salvador. En la cruz El se

ofreció a sí mismo al Padre, para expiar los pecados de todos y para ganar la gracia de la salvación,

incluso para aquellos que en la vida presente nunca llegarán a conocerle.

Jesús, asimismo, dio a todos su enseñanza y el ejemplo de su vida. "Id por todo el mundo y

proclamad la Buena Nueva a toda la Creación." (Mc. 16,15). La Buena Nueva es que, gracias a

Jesucristo, nosotros podemos devenir hijos de Dios y alcanzar la eterna felicidad del Cielo como nuestra

herencia.

Y Jesús nos dio a nosotros los cristianos, la eucaristía y los otros sacramentos como canales de

la divina gracia. Refiere un cuento sobre santo Tomas de Aquino que un día se le apareció Jesús y le dijo:

"Tomás, tú has escrito acertadamente sobre Mí. ¿Qué dádiva quieres de Mí?" Y Tomas de Aquino

contestó: "Ninguna, excepto Tú mismo Señor."

 Este es el don principal. Recibiendo a Cristo y entregándonos a El encontraremos la verdadera y

perdurable felicidad. Con frecuencia los sacerdotes en su trabajo pastoral son testigos de situaciones

desgraciadas de personas que en su tristeza, descorazonamiento o desespero recurren a la bebida y con

ello aumentan sus problemas.


 

27

 

 

Ellos habrían procedido mejor volviéndose hacia Dios, que puede darles la luz de la esperanza,

la certeza de la paz, la fuerza y la guía - para enfrentarse con la situación. Dice san Pablo: "Yo sé lo que

es estar necesitado y sé también lo que es estar sobrado. He aprendido este secreto de manera que

siempre y en todo lugar yo estoy contento tanto si estoy saciado como si estoy hambriento, lo mismo si

tengo demasiado que si tengo poco. Yo tengo el vigor para enfrentarme con todas las circunstancias por

el poder que Cristo me da" (F1p. 4,12-13).

En la misma epístola, san Pablo escribe: "Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la

sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por

basura para ganar a Cristo" (Flp. 3,8).

Podemos estar agradecidos por todos los dones de Dios incluso si por nuestra pereza y

estupidez hemos fallado en aceptarlos tan plenamente como debiéramos.

 

Dones sobrenaturales personales

 

 

Los dones de la gracia ofrecidos a todos son también dones personales y pruebas del amor de

Dios, como queda explicado en el capítulo anterior. Existen otros dones de orden sobrenatural que son

estrictamente personales. Ellos demuestran, por así decir, un amor de predilección por parte de Dios.

Me agrada imaginar que en el Cielo será una agradable y excelente ocupación el recordar todos

los dones especiales que he recibido en mi vida sobre la tierra. Fue una gran bendición, por ejemplo, el

haber nacido de buenos padres. Asimismo el haber crecido en un ambiente sano protegido contra el daño

espiritual.

Probablemente cuando estemos en la eternidad, nos daremos cuenta de que algunos de los

acontecimientos afortunados que habíamos siempre considerado como fortuitos y felices coincidencias,

fueron en realidad providenciales. Con frecuencia, nosotros vamos olvidando nuestros pecados y gracias

al sacramento de la confesión estamos seguros de que Dios los ha perdonado.

Hemos recibido muchas veces el pan eucarístico gracias al cual llegamos a estar mas unidos con

Cristo. Y cuando recibimos la eucaristía, y en otras muchas ocasiones, Dios nos guía y nos da paz y

fortaleza. Tal vez en el Cielo comprenderemos que muchos de los sufrimientos y tribulaciones que hemos

pasado en la tierra, fueron ocasión de grandes beneficios espirituales concedidos por Dios.

Dios se nos ha dado a Sí mismo junto con muchos favores y bendiciones y Dios desea darse aún

más a nosotros. Déjate llevar por el amor de Dios y sé feliz.

 

 

LA PERCEPCIÓN DE LA PROXIMIDAD DE DIOS,  CAUSA DE FELICIDAD

 

 

Presencia de Dios  en todas las cosas

 

Dice un viejo proverbio: "Fuera de la vista, fuera de la mente." El correspondiente aforismo

español es tal vez mas expresivo: "Ojos que no ven, corazón que no siente."

 Para sostener el amor por alguien o para alentar una amistad, debe existir algún tipo de

contacto, al menos por carta o por teléfono o contemplando ocasionalmente el retrato del otro. Por otra

parte la proximidad de las cosas buenas y mejor todavía, de buena gente, es una ocasión si no un motivo

de amor.

 Pues bien, Dios, que es infinitamente bueno y amoroso, está muy próximo a nosotros. Es fácil y

natural amarle a El en todos sus dones. Su proximidad, su presencia real con todos sus dones aumenta el

valor emotivo de los mismos. Un sencillo ejemplo puede esclarecer este punto.


 

 

 

 Si alguien que está entregado a una meritoria labor social tiene éxito y una autoridad civil,


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digamos para el caso el Primer Ministro, quiere recompensarle con un buen premio, el interesado estará

contento. Si el premio viene acompañado por una carta manuscrita del Ministro, el premio será más

apreciado y si el Primer Ministro va él mismo al lugar donde se efectúa la labor social para entregar

personalmente el premio, ello le causará aún mayor satisfacción.

Dios viene personalmente con todos los dones que El nos da. El está en ellos.

Si queremos, podemos fácilmente alentar una relación mística con el mundo que nos rodea, a la

manera de san Francisco de Asís y de muchos otros santos, así como de muchos otros a los que no

llamamos "santos".

Puede resultar fácil porque nosotros sabemos que Dios está en todas las cosas que podemos

ver o tocar. Dios está allí dándoles existencia, belleza o poder. No podemos ver a Dios, cara a cara, pero

podemos ver su presencia reflejada en todas las cosas que nos rodean. No puedo mirar un espejo sin ver

en él, el reflejo de una cosa u otra. Todas las cosas creadas son como pequeños espejos que reflejan la

presencia de Dios de un modo u otro. "Ahora vemos en un espejo confusamente. Entonces veremos cara

a cara" (1 Cor. 13,12).

Tomad una piedra, por ejemplo un trozo de bello pórfido. Dios está presente en él dándole su ser

y sustancia y haciéndolo bello. O tomad una rosa de un rosal: Dios está ahí no sólo dándole existencia,

color y belleza sino también vida y el poder de reproducirse. O si un pájaro hermosamente coloreado

viene a posarse en un árbol cercano a ti, su graciosa belleza y su alegre canto son una delicia para tus

sentidos y para tu mente. El no es Dios, pero Dios está ahí dándole su existencia, vida y belleza. Dios da

al pájaro el poder para ver, oír y cantar sus alegres notas. En la gente que encontramos podemos ver el

reflejo de Dios. Si tú admiras su inteligencia y sabiduría o te sientes conmovido por su desinteresada

amabilidad, tú has visto a Dios en ellos, pues has percibido el reflejo de la inteligencia, bondad y amor de

Dios.

Por medio de las cosas que yo puedo ver y tocar, a través de la gente con quien me encuentro

puedo entrar en contacto espiritual con Dios, el cual está físicamente ahí. Thomas Merton lo expresó

bellamente así:

"Santo es el que está en contacto con Dios en todas las formas posibles, en todas las

direcciones posibles. El está unido con Dios en lo más profundo de su alma y ve y contacta a Dios en

todas y cada una de las personas que le rodean. Doquiera que vaya el mundo campanillea y retumba

(aunque en silencio) con las intensas y puras resonancias de la gloria de Dios. Todo lo que toca es como

una campanilla del sanctus que invita a la adoración."

En la antigua liturgia de la misa la campanilla del altar se tocaba en el sanctus para que los fieles

congregados se arrodillasen y adorasen a Dios, quien pronto estaría presente sobre el altar. De modo

similar, todas las cosas creadas me dicen que Dios, el Creador, está ahí. Por ello todas mis actividades

con las cosas o con la gente devienen implícitos actos de adoración.

 

Dios habita en nosotros

 

 

Puede ser grato el ver a Dios presente en todas las cosas y en la gente que nos rodea, pero es

todavía más gratificante el tener conciencia de que Dios está dentro nuestro. De cualquier modo, por sólo

que yo me sienta o por difíciles que sean las circunstancias en las que me encuentre, yo sé que no estoy

solo, pues el Dios que sé que me ama, no está lejos de mí. El mora en mí. Las palabras del salmo son

preciosas: "Estoy siempre consciente de la presencia de Dios, El está cerca de mí y nada puede hacerme

vacilar" (Sal. 16,8).


 

 

 

 

Los santos, mejor dicho las personas habitualmente unidas con Dios, se caracterizan por la

carencia de miedos. Ellos viven con la conciencia de la proximidad de Dios. Conozco a una anciana,


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hermana de la Misión, que una vez fue peligrosamente atacada por un borracho en una solitaria carretera

de la selva. Ella no sufrió mucho daño, pero fue una aventura muy desagradable. Algunos años después

me dijo, incidentalmente, que si ella viese otra vez acercársele un borracho, y aunque estuviese sola,

sería capaz de permanecer tranquila a pesar de experimentar el miedo natural, porque Dios le había dado

la sensación de la seguridad de su asistente presencia y por eso podría afrontar serenamente el lance

como un encuentro providencial con un pobre demente.

La proximidad de Dios no es una mera cercanía física, presencia inmanente, que dicen los

teólogos, sino que viviendo en la gracia que Dios nos da, nosotros somos templos vivientes de Dios.

Poseemos a Dios y El nos posee a nosotros.

Algunas comparaciones pueden ayudarnos a entender la diferencia entre la simple presencia

inmanente de Dios y la presencia sobrenatural de Dios en nuestro interior. Un pasajero puede ir

materialmente colgado de un asidero en un abarrotado vagón del metro. El está materialmente apretujado

por todos lados por la gente, pero no está de ningún modo en relación personal con ninguno de ellos. Allí

no hay proximidad personal o espiritual a pesar del contacto físico.

Nosotros, merced a la divina gracia, estamos, personal y espiritualmente, muy próximos a Dios.

También podemos imaginarnos el caso de un ladrón que consigue entrar en la cámara acorazada o de los

cofres de seguridad de un banco, y es sorprendido por el vigilante que astutamente cierra la puerta y lo

encierra bajo llave dentro de la cámara. El ladrón está allí, rodeado de grandes riquezas que no podrá

conseguir. Continúa siendo un pobre infeliz.

 Dios está en todas partes con su presencia inmanente. Incluso está en el pecador en el

momento de pecar, pero el desgraciado pecador no posee a Dios. El, de hecho, se está apartando de

Dios. Uno puede tener el disfrute de muchos de los dones materiales de Dios, pero es en realidad un

pobre desventurado a menos que también esté con Dios merced a la divina gracia.

 Dios está en todas partes, incluso en el Infierno pero aquellos que puedan estar allí no obtienen

ninguno de los beneficios o felicidad de la proximidad de Dios. Es bueno recordar que Dios puede morar

en nosotros con mayor o menor intimidad. Ello dependerá de nuestro grado de aceptación de la gracia y

del amor de Dios.

 También, gracias a la contemplación y a la oración, podemos alentar más y más nuestra

conciencia de la sobrenatural proximidad de Dios. El fortalecimiento de nuestra comunión con Dios será

una fuente de alegría espiritual. Debemos encontrar, naturalmente, la paz y el reposo en El por quien

fuimos creados. Podemos repetir una vez más las palabras de san Agustín: "Tú me has creado ¡oh Señor!

para Ti y mi corazón no tendrá reposo hasta que descanse en Ti."

 

 

DIOS, ORIGEN DE TODA BELLEZA Y BONDAD

 

 

Belleza en las criaturas de Dios

 

El, que nos ama, es el origen de toda la belleza y bondad y también la fuente de toda felicidad.

Amamos las cosas buenas y bellas. Deberíamos amar mas bien a Dios de quien mana toda bondad y

belleza. Ahora, en este mundo, no podemos ver a Dios, cara a cara, pero podemos ver su belleza y su

bondad reflejada en sus criaturas. "Ahora vemos en un espejo, confusamente. Entonces (en la eternidad),

le veremos cara a cara" (1 Co. 13,12).


 

 

 

 

Así, puesto que no podemos ver la belleza y la bondad de Dios en sí mismo, contemplemos su

belleza y bondad reflejadas en sus criaturas. Haciéndolo así estaremos amando, consciente o

inconscientemente, a Dios. Exhortándonos a ver al Creador en sus criaturas el Libro de la Sabiduría se

crece en elocuencia y emoción: "Sí, todos los hombres son naturalmente estúpidos, porque habiendo

conocido a Dios por las cosas visibles han sido incapaces de descubrir El-Que-Es o, estudiando sus

obras, reconocer el Creador.


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Sin embargo al fuego, al viento, al aire sutil, a la esfera estrellada, a las aguas impetuosas y a las

lumbreras del firmamento las consideran como los Dioses que gobiernan el mundo. Si encantados por su

belleza han tomado cosas por Dioses que sepan en cuanto mas les supera el Señor (ya que es el

verdadero autor de la belleza que los ha creado).Y si ellos han quedado impresionados por su poder y

fuerza, que deduzcan de ellos cuán mayor es el poderío del que los ha formado. Pues en la grandeza y

belleza de las criaturas podemos por analogía contemplar a su Autor" (Sb. 13:1-5).

Varios salmos también nos invitan primorosamente a contemplar la gloria de Dios en la Creación.

Por ejemplo: Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento; el día al

día comunica el mensaje, y la noche a la noche trasmite la noticia. No es un mensaje, no palabras, ni su

voz se puede oír; mas por toda la tierra se adivinan los rasgos y los giros hasta el confín del mundo (Sal.

19,1-4).

Si contemplando el firmamento por la noche reflexionarnos que allí hay innumerables estrellas y

que muchas de ellas son millares de veces mayores que el sol, el cual a su vez es millares de veces

mayor que la tierra, nos sentimos muy pequeños. Y, sin embargo, no debemos sentirnos abatidos ni

infelices, antes al contrario jubilosos; si el universo es tan inmenso ¡cuán grande debe ser Aquel que lo ha

creado!

 Y Aquel a Quien los cielos no pueden abarcar, me ama y mora en mí. Nada es demasiado

pequeño para su grandeza. Si el firmamento estrellado es tan bello y tan bien ordenado ¡cuánto mas bello

y sabio debe ser su Creador! La magnificencia y la emocionante belleza del universo es una prueba de su

amor por mí, pues El no lo hizo para su beneficio sino para el deleite de mis ojos y de mi mente.

Es siempre grato recordar algunas experiencias de la belleza y del amor de Dios que hemos

podido tener en nuestra propia vida. Yo, en mi juventud, pasé un año en un valle de los Alpes. Era

delicioso contemplar las cimas de las montañas y las laderas cubiertas de nieve, que nos rodeaban.

Recuerdo que al amanecer, en el período de doce minutos, aparecían una decena de colores distintos,

bien diferenciados, sobre la nieve reflejando los primeros rayos del sol, pero mejor podríamos decir,

reflejando la luminosa hermosura del Creador. A pesar de ser tan grande la belleza de las montañas era

tan sólo un empañado reflejo del esplendor de Dios.

También es un placer para mí el reavivar mi recuerdo del majestuoso Kanchanjunga, una de las

más altas montañas del Himalaya, en cuyas cercanías pasé cuatro felices años. También me agrada

recordar el poderoso mar batiendo tormentoso sobre la costa indica durante la época del monzón, los

campos del ondulante arroz a punto para cosechar, los barrancos de Khandala, que inspiran temor con

sus cascadas y espesa selva, las montañas cercanas a Bombay, las vistosas formaciones de nubes al

amanecer y en el ocaso, con tanta diversidad de formas y de colores, especialmente hacia el final de la

estación de las lluvias...

 Si todo ello me fascinaba ¡cuánto más quedaré cautivo por Aquel-Que-Es, origen de todo este

esplendor y hermosura! En momentos como éstos, de serena contemplación de emocionantes paisajes e

incluso tan sólo recordándolos, uno puede llegar a sentirse saturado del goce y de la felicidad del

Creador. Habrá quien se sienta deleitado más bien por la maravillosa belleza y la complejidad orgánica de


 

 

 

 

los seres mas pequeños. Toda la naturaleza está llena de maravillas como la complejidad e intrincada

precisión de sus leyes que deleitan a los científicos.

 Nosotros, gente vulgar, nos sentimos deleitados por las flores y los pájaros, por los pasmosos


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instintos de los perros, palomas, abejas, hormigas y muchas otras criaturas, por los millares de variedades

de insectos y el maravilloso funcionamiento de sus diminutos órganos, etc., etc.

 Todo ello nos manifiesta la belleza, el poder y la sabiduría del Creador.

 

 

La mente humana: reflejo de la inteligencia de Dios

 

En el cuerpo humano, además de las maravillas orgánicas que tenemos en común con los

animales, existe el intrincado cerebro humano, una computadora maravilloso que guiado por la

inteligencia humana ha producido la actual variedad de computadoras y artificios electrónicos que han

hecho posible, incluso, el enviar al hombre hasta la luna y volverlo a traer a la tierra con seguridad.

La inteligencia humana es maravillosa. Por lo tanto ¡cuán totalmente maravillosa tiene que ser la

inteligencia del Creador! Nosotros admiramos a los que, descubriendo las recónditas leyes que El ha

escondido en la naturaleza, hacen uso de ellas para inventar el teléfono, la radio, el cinematógrafo y la

televisión.

Quedamos admirados por la poderosa inteligencia de hombres como santo Tomás de Aquino y

otros teólogos, y de los muchos filósofos y escritores que nos han dado los "grandes" libros del mundo.

Admiramos la imaginación creativa de los grandes poetas que expresaron sus ideas y sentimientos en

bellas imágenes.

Nos deleitamos asimismo con las arrebatadoras armonías de los famosos músicos compositores.

Y podríamos proseguir de ese modo mencionando muchas otras cosas referentes a los maravillosos

logros de la mente humana. Ciertamente que todo ello es como un opaco reflejo de la infinita inteligencia

de Dios.

 

 

Virtudes morales en las criaturas de Dios

 

 

Algún día ocurre que uno queda deliciosamente asombrado por la buena voluntad y espíritu de

ayuda de la gente con la que trata. Uno se pregunta maravillado: ¿Por qué tanta amabilidad y amor? La

respuesta es que el amor y la gentileza que uno siente son sólo el reflejo de la bondad de Dios y pueden

existir porque Dios es bueno, amante y bienhechor.

Esta idea está implícita en el comentario siguiente acerca de san Vicente de Paúl. Alguien -¿fue

Bossuet?- dijo de él, "¡Cuán bueno tiene que ser Dios ya que Monsieur Vincent es tan bueno! "En algunas

ocasiones, por ejemplo viajando, he tenido algunas experiencias muy agradables de la gentileza de los

demás. Entonces, especialmente en un largo trayecto, he podido, pausada y devotamente, saborear la

experiencia. En tales ocasiones podemos continuar encontrando y disfrutando del amor de Dios en el

amor y la amabilidad de las personas que El ha creado.

Toda la bondad de los santos, la gracia atrayente de los amigos, la amante dedicación de las

madres, el desprendimiento y heroísmo de los promotores sinceros de los derechos humanos, etc., etc.,

son sólo pequeños destellos procedentes del sol de infinita bondad que es Dios.

Cuando era niño y estaba en un cuarto oscuro me deleitaba ver penetrar un rayo de sol por una

estrecha rendija del postigo de la ventana. Me gustaba contemplar las pequeñas partículas de polvo

bailando en este pequeño rayo de luz. Ahora bien, este rayo era muy, pero que muy pequeño comparado

con la luz del mismo sol, él existía porque el sol existe y era hermoso porque la luz del sol es hermosa.


 

32

 

 

De la misma manera, toda la belleza moral y la bondad y el amoroso cariño que encontramos en

los otros, son sólo pequeños rayos de bondad comparados con la bondad de Dios y si existen personas

buenas y amantes es porque Dios, el Creador de todos es la infinita bondad y amor.

A través de la vida, nosotros debemos empeñamos en descubrir y aceptar con gratitud la

amabilidad y amorosa bondad de los que nos rodean. A veces, estará escondida bajo una embarazosa

timidez, tal vez incluso bajo modos rudos o agresivos. En nuestros momentos de reflexión y de oración

debemos referir estas felices experiencias a Aquél-que-Es, origen de toda bondad, amor y felicidad.

 

 

 

CÓMO ENCONTRAR LA FELICIDAD

 

 

SÉ FELIZ HACIENDO FELICES A OTROS

 

 

El amor en la práctica

 

Como he dicho en un capítulo precedente, la felicidad consiste en amar y ser amado. Pero

nuestro amor debe expresarse por medio de palabras, actos y también, y mucho mas todavía, por una

amistosa y afectuosa actitud. El amor que no es manifestado o que no es percibido por los otros, no

contribuye mucho a inducir una atmósfera de felicidad.

Recíprocamente debemos aceptar de forma manifiesta el afecto de los demás, siempre que sea

posible y conveniente el hacerlo. Podemos también hacer la siguiente consideración. Algunas personas

buenas "aman" a otras solamente por el amor de Dios. Nos podemos preguntar si éste puede ser

verdadero amor. El amor verdadero considera a la otra persona digna de ser amada por sí misma y no

necesita pensar mucho en el amor de Dios para amarla y gozar con ello.

Un pequeño pero célebre poema, cuyo autor me es desconocido, podría tal vez aplicarse

perfectamente a casos como aquel al que me refiero: "Vivir en los cielos con los santos que amamos ¡oh!

ésta es una vida gloriosa. Vivir en este mundo con los santos que conocemos esto ¡oh! es otra historia."

Entre mis lecturas, quedé muy impresionado por lo que un muchacho de 14 años, llamado Scott,

escribió sobre aceptar y demostrar amor, poco antes de morir de leucemia. Después de su muerte, la

madre encontró entre sus papeles un escrito titulado Cómo habría demostrado amor.

 "Yo habría demostrado amor siendo considerado y cuidadoso, ayudando de cualquier manera

que me fuese posible. Abrazando y besando también habría sido una forma gentil de hacerlo. Riendo y

sonriendo cuando alguien a quien amas es feliz. Siendo tranquilizador y muy, pero que muy cariñoso

cuando aquel a quien amas está triste. Pero sobre todo habría demostrado amor cuando estando muy

enfermo y alguien estrechase tu mano, dejando que el encendido ardor de su amor por ti te vaya

penetrando."

Ella leyó y releyó este escrito repetidas veces y comentó: "Era como si Scott estuviese

mostrando el amor que nos tenía al dejarnos ver que él había percibido el amor que nosotros le

teníamos."'

Nos sentimos amados si los que nos rodean son amables y pacientes, afectuosos y cariñosos, si

son indulgentes y misericordiosos, agradecidos y confiados. Podemos recordar las palabras de san Pablo

(1 Co. 13,4-6):

"La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe;

es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal, no se da a la injusticia, se alegra


 

 

 

con la verdad." Si uno se esfuerza en seguir esta norma de conducta conseguirá que los demás se


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sientan amados y dichosos mientras que él estará también en la senda de la felicidad. Jesús dijo: " Todo

lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, ..." (Mt. 7,12).

Al tratar de hacer por los demás, lo que deseáis que ellos hagan por vosotros, contribuís a formar

una atmósfera de paz y satisfacción de la cual vosotros seréis los beneficiados.

 

La felicidad personal es contagiosa

 

 

Si nosotros intentamos hacer felices a los que nos rodean y no lo conseguimos, puede ser que

sea debido a que no lo hacemos en la forma adecuada. En estos casos, tal vez, una pizca de examen de

conciencia pueda ayudarnos.

 Puede ser que exista una especie de inconsciente afán posesivo o de algún tipo de

manipulación de los demás o bien que aparece en nosotros una, mal acogida, actitud dominante. Pero si

nosotros actuamos en forma sincera y desinteresada, sin ápice de afán dominante, y a pesar de ello,

tampoco alcanzamos plenamente nuestro objetivo debemos resignarnos a no ver los resultados

inmediatos de nuestros esfuerzos.

Aun así, podemos tener la seguridad de que poco a poco y con paciencia se llegará a crear una

atmósfera de amistad y satisfacción.

También puede suceder que nosotros no tengamos pleno éxito al desparramar amistad y

felicidad a nuestro alrededor, porque nosotros mismos no seamos realmente felices. Puede ser, por

ejemplo, que nosotros no seamos serenamente felices porque, en alguna forma, nosotros no estamos

aceptando plenamente la voluntad de Dios sobre nosotros mismos.

La felicidad personal puede ser contagiosa. Me permito referir una pequeña experiencia personal

que me parece pertinente, sobre todo porque sucedió precisamente en los días en que estaba escribiendo

las páginas precedentes. Las estaba escribiendo en el tren Super-Exprés que corría suavemente, a veces

a 260 Km. por hora, de París a Lyon. Era para mí una especie de confortable peregrinaje al Santuario de

Notre Dame de Fourviere. Estaba acompañado por algunos íntimos amigos. Todo resultó muy bien.

Vimos todo lo que valía la pena visitar en Lyon y encontramos a gente interesante. Como parte del

peregrinaje fuimos al Convento de Religiosas de Jesús y María, que está enfrente del Santuario. Era un

día que se presentaba muy trabajoso para las hermanas pues estaban esperando, para aquella misma

noche, un numeroso grupo de hermanas procedentes de diversos países. Sin embargo una simpática

hermana, aun señalando que estaban abrumadas de trabajo, nos recibió afectuosamente y

graciosamente nos acompañó para enseñárnoslo todo. Con alegre orgullo nos llevó ante todo a la capilla

para que pudiéramos venerar la tumba de su recientemente beatificada fundadora, la beata Claudine

Thevenet. En su losa leímos esta conmovedora inscripción. "Que le bon Dieu est bon" que traducido

literalmente sería "¡Cuán bueno es el buen Dios!" y que era uno de lo dichos favoritos de la fundadora. La

hermana, siempre alegre y cordial, nos mostró la habitación donde la beata Claudine Thevenet había

fallecido y un pequeño museo.

 La "sal" de esta anécdota es que por la noche, mientras regresábamos a París muy satisfechos

de nuestro peregrinaje, la dama que formaba parte de nuestro grupo comentó que lo que más le había

gustado de toda la excursión y lo que más le había satisfecho, era ver la exultante felicidad de la buena

hermana que nos había acompañado en la visita. Con dulce gozo recuerdo un pequeño incidente de mis

días de estudio teológico en Kurseong en la región del Himalaya. Era la temporada navideña y tres de

nosotros, estudiantes jesuitas, estábamos conversando en una amplia aula que había sido bellamente

decorada por algunos escolares americanos, convirtiéndola en un brillante y cálido salón navideño. Estos


 

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mismos estudiantes americanos estaban organizando celebraciones navideñas y otros festejos para esos

días. Uno de nosotros tres, un tamil habituado al caluroso resplandor solar del sur de la India, miraba

entristecido, a través de los cristales de las ventanas, la espesa e invasora niebla y dijo "¡Que lóbregas

Navidades!". El tercero de nosotros, un vivaz cingalés, exclamó en tono indignado, "¿Qué tonterías estás

diciendo? ¡Estos americanos están esparciendo resplandor solar a nuestro alrededor!".

Podemos intentar alentar una positiva y feliz disposición en nuestro corazón de forma que aun en

la niebla de las dificultades y contrariedades podamos esparcir resplandor solar a nuestro alrededor.

 

 

El ejemplo de Santa Teresa

 

 

Santa Teresa de Jesús puede ser un muy buen modelo. Era del más dulce carácter. Era tranquila

y alegre por lo que todo el mundo que tenía que tratar con ella se sentía atraído y estimaba su compañía

y la buscaba. Hemos leído que solía exclamar "Dios me libre de los santos con cara triste" y bien conocida

es su mordaz expresión española "Un santo triste es un triste santo", lo que podemos traducir como "Un

santo triste es un pobre santo". Ingenuamente escribió, "... porque en esto me daba el Señor gracia, en

dar contento adondequiera que estuviese y así era muy querida" (Vida, Cap. 2, n.° 10).

Hablando de los tiempos anteriores a su conversión en monja, decía - refiriéndose a los libros

que su tío le pedía que le leyese en los días que vivió con él-, "Hacíame que leyese y aunque no era

amiga de ellos, mostraba que sí; porque en esto de dar contento a otros, he tenido extremo (cuidado),

aunque a mí me hiciese pesar "(Vida, Cap. 10, n.° 5).

La Santa también dio la siguiente instrucción a sus monjas acerca del arte de ganarse a otros

mediante afable conversación: "Así que, hermanas, todo lo que pudiereis sin ofensa de Dios, procurad ser

afables y entender de manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y

deseen vuestra manera de vivir y tratar, y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. A religiosas

importa mucho esto: mientras más santas más conversables con sus hermanas..."

"Que es lo que mucho hemos de procurar ser afables, y agradar y contentar a las personas que

tratamos, en especial a nuestras hermanas." (Camino de perfección, Cap. 41, n.° .

 

 

SE BENÉVOLO EN TUS JUICIOS

 

 

Objetividad y benevolencia en  nuestros juicios

 

No podemos ser bondadosos en nuestras palabras y en nuestros hechos a menos que seamos

primeramente bondadosos en nuestros pensamientos. Todo el mundo desea que los demás tengan buen

concepto de él. Por lo tanto, siguiendo las recomendaciones de Nuestro Señor "Haced a los demás lo que

os agradaría que los otros os hiciesen", debemos esforzarnos en pensar bien de la gente.

 Fácilmente podemos comprender que nuestras vidas serían mucho mas felices y más

interesantes, si nosotros abrigásemos juicios benévolos sobre los que nos rodean. Por el contrario,

tenemos una perversa tendencia a sospechar de los demás y a opinar hostilmente sobre sus actos e

incluso sobre sus intenciones. Algunos sienten también un mórbido deleite en rumiar sobre rencillas y

pasadas ofensas, deleitándose en planes vindicativos contra los otros. Evidentemente estas personas no

pueden ser felices.

 El hecho es que tan pronto como uno cede, aunque sea mínimamente, a tales perversas

tendencias deja de ser feliz. Frecuentemente incluso se resiente su salud, y en algunos casos grandes

calamidades personales pueden seguir. Conocía bien a un hombre fuerte que murió de repente por un


 

 

 

ataque cardíaco a consecuencia de un arrebato incontrolado de ira contra su hermano. Y también


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recuerdo a un hombre joven que se casó por amor y tuvieron hijos, pero su matrimonio se rompió al cabo

de pocos años a consecuencia de sus irracionales opiniones negativas e irrefrenables sospechas acerca

de su mujer.

Las palabras de san Jaime en su epístola expresan un recto principio. "Uno sólo es el legislador

y juez que puede salvar o perder. En cambio tú ¿quién eres para juzgar a tu prójimo? (St. 4,12).

¡Cuán frecuentemente la gente ha estado profundamente equivocada al pronunciar su veredicto

sobre el prójimo! El caso del fariseo Simón es verdaderamente ilustrativo. El ilustre fariseo opinaba que la

mujer que estaba a los pies de Jesús era una gran pecadora, indigna de acercarse a cualquier persona

respetable, pero Jesús con la ayuda de una aguda parábola le hace saber que ahora ella es más pura

que él, el justo Simón, porque ahora ella ha amado mas a Dios (Lc. 7,36-50).

Otro interesante ejemplo se encuentra en la vida de san Juan Vianney, el Cura de Ars. En sus

primeros años en Ars, sus colegas de las parroquias vecinas opinaban que los métodos pastorales del

Abbé Vianney no eran los adecuados y aprobados. Consecuentemente ellos redactaron una carta

colectiva denunciándole al Obispo. El documento circuló de parroquia en parroquia para que los

sacerdotes pudieran firmarlo. No se sabe cómo, la carta llegó a manos del párroco de Ars y él también -

fuese por ingenuidad, humildad o simplemente jovialidad-, lo firmó y lo hizo circular. ¡Cuán equivocados

estaban todos aquellos cultos sacerdotes! El que juzgaron indigno e incapaz fue canonizado y

proclamado patrón y modelo de los sacerdotes dedicados al trabajo pastoral.

Nosotros a veces no podemos evitar el pronunciar fallos porque nos enteramos de

acontecimientos y hemos reflexionado sobre ellos. Y algunas veces nos sentimos propensos a

pronunciarnos, desaprobando la acción del prójimo. En estos casos debemos ser tan imparciales como

nos sea posible, asegurándonos de que somos objetivos y suficientemente informados. Pero no nos

permitamos jamás pronunciar un veredicto sobre las intenciones del prójimo.

Sólo Dios puede ver los propósitos conscientes del corazón. Nosotros podemos incluso

esforzarnos en encontrar algo positivo en aquellas acciones a las que tenemos que enfrentarnos. En una

ocasión quedé impresionado por la actitud de un padre que estaba sufriendo enormemente por la hiriente

afrenta de su propia hija, que sostenía un absurdo pleito contra él, a instancias de su dominante marido.

 Después de explicarme los detalles de la dolorosa historia, el padre de la muchacha comentó:

"Ella no es una buena hija, pero intenta ser una buena esposa."

 

Generalizaciones, malos pensamientos, resentimientos

 

 

Algunos piensan que son objetivos en sus juicios adversos sobre los demás, cuando, tal vez

inconscientemente, no lo son. Ello puede suceder sobre todo cuando alguien generaliza sobre el

comportamiento de los demás. Por ejemplo, una maestra llega tarde a su clase dos o tres veces y el

Director de la Escuela la reprende diciéndole, "Ud. siempre llega tarde a clase". Esto es una exageración,

ella no llega siempre tarde, sólo en dos o tres ocasiones se ha retrasado.

 Cuando generalizamos podemos ser estúpidamente injustos.

Escuchando confesiones de mujeres aborígenes en la misión de Talasari se puede oír que

algunas de ellas se acusan de haber tenido "malos pensamientos". El confesor debe entonces inquirir

prudentemente sobre ello. ¿Eran malos pensamientos contra la castidad o contra la caridad? En la

mayoría de los casos la respuesta será, "Malos pensamientos por enfado", o "por resentimiento", o "por

malquerencia".


 

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Verdaderamente, éstos son malos pensamientos. En algunos casos la penitente puede confesar

además que estos pensamientos han sido deliberadamente mantenidos, lo que muestra que reconoce su

grave culpabilidad.

Jesús consideró que el mantener deliberadamente un resentimiento es una culpa grave. En el

Sermón de la Montaña, cuando habla del pecado de la ira, El dice: "Si pues, al presentar tu ofrenda en el

altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo que reprocharte, deja tu ofrenda allí,

delante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano, luego vuelve y presenta tu ofrenda" (Mt 5,

23-24).

Reconciliarse con otro implica estar presto a perdonar, lo que no siempre es fácil. El perdonar a

nuestros enemigos o aquellos que nos han ofendido es una virtud característica típicamente cristiana. Por

tanto el que conscientemente mantiene un moroso resentimiento y rehusa perdonar al otro, no es un

verdadero cristiano. Es posible que en algunos casos, a consecuencia de las convenciones sociales, uno

pueda disimular su rencor, pero este recóndito prolongado enojo causará ciertamente estragos en nuestra

vida espiritual e incluso en nuestra salud corporal, como dicen algunos médicos.

En la Epístola a los Hebreos (12,14-15) san Pablo dice: "Poned cuidado, en que ninguna raíz

amarga retoñe, ni os turbe y por ello llegue a inficionarse la comunidad." Y naturalmente esta raíz de

amargura será en primer lugar ponzoña para uno mismo. Recuerdos nocivos de experiencias

desagradables fácilmente provocan venenosos sentimientos de resentimiento y cólera.

Si uno deja a Nuestro Señor, el Gran Médico, curar sus heridas y memorias dolorosas, uno

puede ser verdaderamente feliz y estar en paz consigo mismo y con el mundo que le rodea. Nosotros

debemos por tanto rogar al Señor, el Príncipe de la Paz, que nos libere de todo "mal pensamiento" y

resentimiento.

 

Soportar los defectos del prójimo

 

 

Algunas veces puede resultarnos difícil tolerar los defectos, peculiaridades o dejadez de los

demás y fácilmente podemos estar inclinados a sentir frustración e ideas de enojo y molestia. Para

contrarrestar tales tentaciones nos ayudará el considerar que los demás tienen que sufrir nuestros

defectos, hábitos y descuidos. Una actitud benevolente de amor paciente e indulgente y un poco de

sentido del humor, pueden ayudarnos mucho.

Las peculiaridades e incluso rarezas de los otros pueden provocarnos una sonrisa o pueden

molestarnos, ello depende de la actitud que queramos adoptar. El tener una actitud positiva y sana no es

siempre fácil, porque las irritantes peculiaridades de los demás pueden llegar a resultar muy enojosas,

sobre todo si las molestias son frecuentes o intempestivas.

Aun así la solución continúa siendo la misma: una benevolente actitud positiva. Santa Teresa de

Lisieux (santa Teresita del Niño Jesús), en su autobiografía, nos da espléndidos ejemplos de cómo

enfrentarse con estas pequeñas pero mortificantes molestias que se presentan una y otra vez en la vida

de comunidad, no debidas a mala voluntad de alguien sino provocadas por descuido y falta de

consideración. Doy el ejemplo de una divertida experiencia que se refiere a mí mismo. En una casa

vecina tenía lugar una ruidosa fiesta hasta hora avanzada de la noche que no me permitía dormir. En mi

fastidio yo podía haber cedido a ideas de irritación y enojo ante la poca consideración de los vecinos, pero

con estos irritados pensamientos y sentimientos yo no sería capaz de dormirme. O bien podría haber

tomado una actitud más magnánima deseando sinceramente que los vecinos disfrutasen de su fiesta, y

tal vez por tener estos amables deseos yo consiguiese poder dormir algo.


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Me gustaría añadir que, si estas celebraciones fueran frecuentes o excesivamente prolongadas,

consideraría como una deseable y buena muestra del sentido del humor antes mencionado, que un

vecino molesto hiciese en la próxima ocasión, una grabación en cinta magnetofónica de todos los ruidos y

estruendos incluidos los de los fuegos artificiales. Y que a la noche siguiente la tocase o hiciese sonar

para beneficio del vecino causante de la molestia, precisamente a la misma hora, de la noche y tan

prolongadamente y fuerte como había sonado el día anterior.

Podemos estar afligidos por indeseadas inquinas o espontáneas antipatías. Ellas provocan

fácilmente ocasiones de malos pensamientos contra la caridad y malos sentimientos. En otro librito yo he

tratado este problema. Aquí solamente recordaré brevemente las tres normas que deben ser seguidas, si

no queremos vernos dominados por estas aversiones:

1.° Reza por la persona hacia la que sientas aversión o antipatía. Reza por el bienestar espiritual

y temporal de esa persona.

2.º No hables nunca contra dicha persona a menos que en conciencia estés obligado a hacerlo.

3.º Tanto en presencia como en ausencia, de esa persona, habla bien de ella siempre que

puedas hacerlo con sinceridad, por ejemplo repitiendo aprobatoriamente las cosas buenas que hayan sido

dichas sobre ella.

 Si queremos podemos encontrar puntos buenos en todos. Si seguimos estas reglas firmemente

durante algún tiempo, una nueva actitud amistosa se creará en nuestro interior y un nuevo clima de

benevolencia y buena voluntad se creará entre los dos y la aversión prácticamente desaparecerá o cuanto

menos no nos molestará nunca más.

 

 

SÉ AFABLE EN EL HABLAR

 

 

Palabras ofensivas

 

Para ser verdaderamente afable debemos empezar por sentir un firme deseo de hacer felices a

los demás. Y si nosotros somos benevolentes en nuestros juicios, seremos fácilmente afables en nuestras

expresiones. Esta afabilidad implica no tan sólo la obligación negativa de no decir cosas hirientes, sino

también lo que es todavía más importante, el ser positivamente afables en nuestras palabras y en nuestra

actitud general. Un experimentado misionero me dio hace tiempo, cuando yo era un joven sacerdote, el

siguiente consejo: "Cuando estés enojado no digas nunca jamás una palabra dura. El daño ocasionado,

normalmente no puede ser reparado." Y añadió muy seriamente: "¡jamás una palabra hiriente! En su

lugar, ves y enciérrate en tu habitación o ves a la capilla y reza ante nuestro Señor".

Este consejo me ha sido muy útil en mi vida. Desgraciadamente me he dado cuenta demasiado

tarde que también es válido para las palabras escritas. Todas las veces que enojado he escrito una carta

con observaciones hirientes siempre he tenido que deplorarlo y a veces lamentarlo durante mucho

tiempo. Las cosas nunca pudieron recomponerse. Ahora, templado por la experiencia, daré el siguiente

consejo: si uno escribe una carta colérica para exonerar sus propios sentimientos, déjala reposar en un

cajón durante 4 días. Entonces, cuando te hayas apaciguado, puedes releerla y seguramente redactarás

una nueva carta mucho más suave y prudente.

San Pablo hizo una aguda advertencia en su Epístola a los Gálatas (5,14-15) : "... porque la ley

entera queda cumplida con un solo mandamiento, el de Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Cuidado,

que si os seguís mordiendo y devorando unos a otros, os vais a destrozar mutuamente". En el Sermón de

la Montaña Jesús dice fuertes cosas contra aquellos que en su enojo profieren palabras injuriosas. (Mt.

5,22-23).


 

 

 

Si alguno está atribulado por su lengua incisiva y de vez en cuando hiere a los demás, con

injurias o agrios comentarios, puede resultarle provechoso leer el célebre pasaje de la Epístola de


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Santiago (3,2-11) acerca de los males de una lengua incontrolada. "Quien no cae en falta en el hablar es

un hombre logrado, capaz de tener a raya a su persona entera. Si a los caballos les ponemos el bocado,

nos obedecen y dirigimos a todo el animal; ahí tenéis también los barcos; por grandes que sean y por

recio que sople el viento, se llevan con un timón pequeñísimo adonde le da por l evarlos el timonel. Pues

lo mismo con la lengua: siendo un órgano muy pequeño, puede alardear de mucho. Ahí tenéis: un fuego

de nada incendia un bosque enorme. También la lengua es un fuego: entre los órganos del cuerpo la

lengua se hace un mundo de injusticia, ella contamina a la persona entera, con llamas del infierno prende

fuego al curso de la existencia. Fieras y pájaros, reptiles y bestias marinas de cualquier especie se

pueden subyugar y han sido subyugadas por el hombre: la lengua, en cambio, ningún hombre es capaz

de subyugarla: es un bicho inquieto, cargado de veneno mortal; con ella bendecimos al que es Señor y

Padre, con ella maldecimos a los hombres, creados a semejanza de Dios: de la misma boca salen

bendiciones y maldiciones. Eso no puede ser, hermanos míos. ¿Es que una fuente echa por el mismo

caño agua dulce y salobre?"

Yo he visto literalmente manifiestas las palabras de Santiago en un gran altercado en el que

siempre había sido un vecindario unido. Algunos meses antes, por las Navidades, ellos habían tenido una

de las más agradables celebraciones de la comunidad. Habían sido muy alabados por el resto de la

parroquia por su unión y cooperación. Después surgió un pequeño conflicto sobre un insignificante

asunto. Hubo graves injurias de algunas de las mujeres: ésta fue la pequeña chispa que provocó una gran

conflagración. Pronto algunos hombres llegaron a las manos. Fue un episodio muy desgraciado. La paz

fue restablecida de alguna manera con gran dificultad, pero la alegre unión anterior y la cooperación

nunca fueron recuperadas.

 

Incordiar

 

 

Algunas personas no emplean palabras hirientes pero en cambio tienen la costumbre de

incordiar, es decir, ellos están siempre propensos a proferir tediosas censuras, son majaderos y

exigentes. Generalmente estas personas no dicen nunca una palabra alentadora de aprobación o de

aprecio a nadie. Los incordios pueden hacer que los miembros de una familia o de una comunidad sean

muy infelices, especialmente si las víctimas son tímidas o faltas de confianza en sí mismas.

 El incordiar no sólo hace infelices a los demás sino también a los que incordian, pues parecen

dominados por una perversa apetencia de hacerse infelices a sí mismos, al no quedar nunca complacidos

con las cosas o las gentes tal y como son. Si estas personas quieren seguir el camino hacia la felicidad

necesitan un cambio total de actitud: su egoísta mezquindad y displicencia debe dar paso a la

magnanimidad y a la humildad, amor y preocupación por los demás. Ello representa un cambio en la

personalidad.

Los primeros capítulos de este libro van destinados a ayudar en alguna forma el despertar del

deseo de conseguir este cambio. Emparentada con el incordiar, está la tendencia de algunas personas,

por otra parte virtuosas, a criticar negativamente, sobre todo, cuestiones de detalle. Ello causa

descorazonamiento y desalienta el ánimo de los demás.

Como ejemplo de esta clase de críticas imaginemos que en la escuela se celebra un festejo.

Algunos dejan de comentar la espléndida actuación de los artistas y la buena concurrencia que ha

acudido, parece que lo dan por supuesto y que no merecen comentario, empero ellos harán notar

agriamente que había una defectuosa disposición de las sillas o que algunas de las lámparas no


 

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iluminaban adecuadamente. Probablemente estas buenas personas son meticulosamente perfeccionistas,

pero con sus comentarios son capaces de provocar depresión y descorazonamiento a sí mismos y los

demás.

Yo quiero aconsejar a aquellos que estén inclinados a incordiar y a emitir críticas negativas que

hagan un experimento: que pasen una semana entera sin incordiar o proferir críticas negativas de

cualquier clase. Que por una semana sean capaces de controlarse a sí mismos. Y al mismo tiempo, que

durante estos días se permitan ser generosos con abundancia de elogios y muestras de aprobación de la

conducta de los demás. Es fácil que descubran al final que ha sido para ellos una semana

verdaderamente feliz.

 

 

Estímulo real

 

El demostrar a los demás nuestra aprobación y aprecio ayuda mucho al desarrollo de su

personalidad. Hace años, en la revista mensual "El Sacerdote" se publicó un extenso comentario sobre un

artículo del "Readers Digest. Valió la pena el buscar y leer este artículo.

El autor nos refería que limpiando el desván de la casa en la que, durante un siglo y medio,

había vivido su familia, encontró lo que para él fue la reliquia más valiosa: las viejas cartas descoloridas

que descubrió en un baúl. En realidad eran cartas sin ninguna importancia histórica pero el escritor nos

dice que "... la gente en aquellas generaciones se preocupaba enormemente de los otros y muy

íntimamente. Y lo decían así, con un énfasis que tal vez fuera ingenuo pero que era también

profundamente conmovedor...; ellos hablaban de su amor y de su admiración por el otro... ¡Qué

maravilloso eres! Este es el constante estribillo". Parecía como si las personas que habían escrito

aquellas cartas quisiesen que el otro nunca olvidase cuán admirado y amado era.

En el mismo artículo, después de comentar los beneficios producidos por la demostración del

aprecio, el autor añade, "Algunas críticas son, sin duda, constructivas pero el exceso es un veneno sutil".Y

luego habla de dos clubes de debates que existían en su Colegio Mayor de la Universidad de Wisconsin.

Uno de ellos, apodado "Los estranguladores" para los muchachos y el otro "Las camorristas" para las

muchachas. Sus miembros eran estudiantes brillantes, algunos dotados de verdadero talento literario. En

cada reunión uno de los miembros leía una narración o ensayo, que él mismo u otro había escrito y lo

sometía a la crítica de los demás. En el Club de los muchachos cada escrito era meticulosamente

disecado sin compasión, cada error o fallo era brutalmente puesto en evidencia por lo que, el nombre que

ellos mismos se habían dado, les correspondía exactamente. En el club de "Las camorristas" las

muchachas eran mucho más amables y benévolas. En realidad no existía en absoluto la crítica negativa.

Todos los esfuerzos por endebles que fuesen eran alentados. El desquite llegó al cabo de unos veinte

años, dice el autor, cuando un alumno hizo un análisis de la carrera de sus compañeros de escuela. De

todos los muchachos talentudos ni uno consiguió reputación literaria de cualquier tipo. Del grupo de las

muchachas surgió una media docena de escritoras de éxito, algunas de categoría nacional. ¿Fue ello una

coincidencia? ¿O tenían acaso talentos superiores las muchachas? El autor señala que en ambos clubes

la cantidad de talento básico era verosímilmente la misma. La causa de tan diferentes resultados fue que

las muchachas se ayudaron unas a otras, empujándolas hacia arriba, promoviendo confianza en sí

mismas y desarrollo mientras que los "Estranguladores" tan sólo promovieron autocrítica,

descorazonamiento y dudas sobre sí mismos.

Nos asombra encontrar frecuentemente buenas personas que se muestran muy tacañas en

alabanzas a los demás y en mostrarles su aprecio. Ocasionalmente he oído la recomendación de que

tenemos que ser parcos en nuestras alabanzas y comentarios elogiosos para evitar que los otros se


 

 

 

vuelvan vanos u orgullosos. Cuando oigo esta explicación tengo ganas de exclamar "Tonterías". En la


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mayoría de los casos el mayor peligro es que el otro, quienquiera que sea, si seguimos la recomendación

dicha, pueda sentirse descorazonado y desconfiado de sus capacidades y no el que pueda volverse

orgulloso por nuestra aprobación. Una pizca de vanidad, de vez en cuando, aunque no exactamente

recomendable, no causará gran daño.

 

Cortesía

 

 

Es un placer tratar con gente bien educada. No queremos decir con ello un solemne

envaramiento o una molesta etiqueta, sino simplemente el cumplimiento del consejo evangélico, "Haced a

los demás, aquello que vosotros deseáis que os hagan a vosotros" y esto de forma natural sin afectación.

En general, existe mayor felicidad en las familias en las que los componentes de la misma no son

simplemente aceptados sino que cada uno de ellos es tratado con delicado amor y la debida

consideración.

Incluso en el seno de la familia y en la intimidad de la amistad, debemos observar las buenas

formas de gente bien educada. No hay mucho bienestar en las familias donde las buenas formas son

reservadas para los extraños. Hay menos felicidad donde algunas de las personas, de la familia o grupo,

son raramente escuchadas o son habitualmente interrumpidas cuando quieren hablar; o sus preguntas

son casi siempre ignoradas o contestadas solamente con un gruñido. Hay probablemente esposas,

madres de familia, que lloran interiormente porque sus maridos las desatienden o no tienen tiempo de

hablarles a pesar de que ellas sienten la necesidad de conversar con alguien.

También existe falta de educación cuando alguien, sin pedir previamente autorización, se

entromete en la conversación o en la intimidad de los demás. Hablando de cortesía, podemos mencionar

estas dos breves expresiones, "Gracias" y "Lo siento" que deben ser proferidas en el momento apropiado

con sinceridad y calor. "Lo siento" es una expresión mágica que suaviza maravillosamente las relaciones

humanas. En todas partes pueden presentarse a veces malentendidos, descuidos e incluso conflictos.

Desprendiéndonos de todo orgullo y puntillo debemos querer ser los primeros en decir "¡Lo siento!".

Una juguetona chanza puede ser una agradable faceta del lado alegre de las relaciones

humanas. Y algunas personas disfrutan realmente siendo gentilmente embromadas y convirtiéndose por

ello en el centro de la atención.

Pero ello puede también devenir excesivamente perjudicial. Puede inferir heridas en la

personalidad de una persona que tal vez nunca cicatricen verdaderamente. Yo he visto suceder esto en

niños de las escuelas. Recuerdo el caso de un chico muy inteligente pero muy tímido y de piel más

obscura que la mayoría de sus compañeros de su misma tribu Varli. En la escuela se le llamaba Khatodi.

Sus amigos decían: ¿De dónde ha venido este chico Khatodi a unirse a nosotros? Los Khatodis son una

tribu aborigen más atrasada que la de los Varlis y de piel más obscura. Esta broma le amargaba la

existencia, probablemente le hacía sentirse a veces ni querido ni deseada su compañía. Más tarde tuvo

un gran éxito profesionalmente y desempeñó una serie de importantes cargos, pero siempre se manifestó

reservado e inamistoso. Continúa siendo un hombre amargado.

Las siguientes normas pueden orientarnos sobre la cuestión de las bromas.

1. No vayáis nunca demasiado lejos. Sed delicados. Parad al primer síntoma de molestia que

percibáis en el otro.

2. No hagáis nunca bromas a nadie sobre algún defecto físico o su extraña apariencia. Esta

persona puede reírse de sí misma pero no le agradará que los demás lo hagan.

3. No hagáis nunca bromas sobre su familia o su gente.


 

 

 

 

4. No embromes siempre a la misma persona. La concentración de chanzas o diversión a


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expensas de una sola persona puede hacerle sufrir profundamente, incluso aunque trate de esconder su

vejación con risas forzadas.

5. Si tú embromas a los demás debes estar dispuesto a que te tomen como objetivo de sus

bromas.

 

Saber convivir (i)

 

 

Cuando conversamos con los demás, parte de nuestra amabilidad se manifiesta en saber

escuchar. La mayoría de nosotros estamos agradecidos a aquellos que están dispuestos a escucharnos

atentamente. Especialmente, cuando uno está emocionalmente sobrecargado, la sensación de que

alguien nos está escuchando con amplia atención y simpatía es muy apaciguadora.

Da paz y valor. Los agobios de la vida se vuelven más ligeros y frecuentemente por el mero

hecho de explicar nuestro problema a otra persona que nos escucha y comprende, vemos mas claro el

camino para resolverlo. Cuando quieras atender a alguien acongojado o confuso por sus problemas,

escúchale. De vez en cuando, di algunas palabras que le den al otro la seguridad de que le estas

escuchando e intentando comprender la situación. Ayuda a ello el repetir en forma muy resumida lo que el

otro te está diciendo. Por ejemplo: "Veo que está Ud. perplejo porque tiene un problema y todavía no ha

hallado la manera de resolverlo."

 Esto ayuda al otro a comprender mejor su propio problema y tal vez a encontrar más fácilmente

la solución. Algunos oyentes, demasiado tacaños de su tiempo, atajan al que habla con un "Sí, ya sé lo

que quiere Ud. decir", y no le dejan explicar las cosas como le gustaría hacerlo quedándose con la

sensación de que no ha sido comprendido. Otros, por temperamento, son malos oyentes: tienen el hábito

de interrumpir al que habla o tratan de superar lo que el otro está diciendo con una anécdota o comentario

propios. Esto puede resultar muy desconcertante e incluso mortificante para el que habla.

Los criterios y opiniones de personas inteligentes, con fuerte personalidad, disienten con

frecuencia. Naturalmente de vez en cuando surgen discusiones. Pueden ser apacibles intercambios de

puntos de vista pero también llegar a ser vehementes disputas. Las buenas discusiones pueden dar

mucha luz pero si se convierten en disputas personales pueden producir mucho acaloramiento pero no

luz.

Es preferible, entonces, parar la discusión a menos que los contendientes puedan cambiar de

tono. Un buen sentido del humor y un chiste apropiado son, con frecuencia, la mejor , manera de cortar el

acaloramiento y reconducir la discusión hacia canales menos peligrosos. Hay maneras de parar una

disputa acalorada que es perjudicial. Por ejemplo, si uno dice en tono ofendido: "¡No discutamos mas, es

sabido de antemano que Ud. siempre tiene la razón!".

Aparte del sentido del humor, el darse cuenta de lo que es y de lo que no es importante, puede

ayudar a evitar acaloradas discusiones. A veces lo que se discute es algo que no tiene realmente ninguna

importancia. Por ejemplo, recuerdo una amarga disputa acerca de si algunas lámparas debían estar

encendidas o apagadas a una hora determinada. Evidentemente, mas que la cuestión de las lámparas, lo

que estaba involucrado era el mezquino amor propio de dos personas.

En estas cuestiones sin importancia es mejor dejar a los otros con su manera de pensar que

discutir el asunto, como nos aconseja el libro atribuido a Tomas de Kempis. Debemos acostumbrarnos,

nosotros mismos, a vivir en el más alto nivel de nuestro ideal y preocuparnos de las cosas que son

realmente importantes.


 

 

 

 

Saber convivir (ii)


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Hablar mal de los otros en su ausencia, puede causar gran daño, no tan sólo a la reputación de

aquellos contra los que se habla sino también al prestigio del que habla. Cuando alguien habla contra otro

a sus espaldas, esta persona no tiene la posibilidad de defenderse. Por tanto se comete una injusticia.

Además, lo que se dice puede ser un mero rumor; puede ser falso o dudoso. E, incluso si es verdad,

puede que ello no sea de dominio público y que se cause mucho perjuicio injustamente.

Todos pretendemos defender los derechos humanos. No debemos olvidar que todos tienen un

derecho personal a su propia reputación. Cualquier daño ocasionado a la reputación de alguien es una

injusticia hecha a esta persona. Es por ello que la detracción es verdaderamente un muy feo pecado.

Puede ser también un grave pecado puesto que pueden ocasionarse graves daños. La maledicencia

también daña al mismo que habla. Los oyentes pueden reírse, especialmente si el que habla tiene una

pizca de chispa, y pueden incluso animarle a continuar metiéndose con los ausentes sin preocuparse de

su reputación. De momento ellos ríen, pero en su interior empiezan a sentir antipatía, recelo y miedo del

detractor. Ellos se dan cuenta, mas o menos conscientemente, de que si ahora son otras personas las

víctimas, puede que algún día les llegue el turno a ellos y que su reputación sea hecha trizas a sus

espaldas.

Murmuraciones y chismes pueden ocasionar hostilidad y mucha infelicidad en familias,

comunidades religiosas y equipos de trabajo, por ejemplo entre los componentes del equipo docente de

una escuela o médico de un hospital. Se ha dicho que si se toleran las murmuraciones y los chismes en

una comunidad religiosa desaparece la mitad de las bendiciones de la vida religiosa.

Si alguien tiene algo que decir contra otro, que se atrevan él o ella a tener la franqueza y el valor

de decirlo directamente a la persona en cuestión, siempre con el debido tacto y discreción y en el

momento oportuno. En la mayoría de los casos los daños provocados por la maledicencia no pueden ser

reparados.

 Recuerdo haber leído en alguna parte una graciosa historieta de san Felipe Neri. Una dama en

Roma se acusó en confesión de ser muy chismosa. Según la historieta, al oírla el santo le dijo que en

penitencia tenía que ir a la plaza del mercado y comprar una gallina y llevársela personalmente a él, pero

que durante el camino ella tenía que arrancarle las plumas una por una, dejándolas caer. Después le diría

la segunda parte de la penitencia. Cuando la señora abatida por la vergüenza, le llevó la gallina

desplumada, san Felipe -podemos suponer que con una pícara sonrisa-, le dijo: "Ahora para completar la

penitencia, vuelva atrás y recoja todas las plumas que Ud. ha dejado ir." La señora exclamó: "¡Esto es

imposible, el viento las ha esparcido por todas partes!".

 Esto mismo es lo que ocurre con las palabras crueles que decimos sobre los demás.

Hablar mal de los que tienen autoridad es particularmente dañino. Estamos obligados a obedecer

a los que tienen autoridad sobre nosotros. La costumbre de murmurar o de criticar injustamente a sus

espaldas, hace que resulte muy difícil obedecer al que así habla y también para aquellos que le escuchan.

Por lo tanto los religiosos y religiosas deben ser especialmente cuidadosos en evitar caer en este defecto.

En las comunidades religiosas es una verdadera plaga que paraliza la acción y el ministerio del superior,

como dice la Regla de la Comunidad Ecuménica de Taizé.

Los celos, el espíritu de venganza o la vanidad y tal vez también una equivocada franqueza,

pueden conducir a uno a disfrutar hablando mal de otros a sus espaldas. A veces una mórbida curiosidad

puede impulsar a otros a hacer hablar al detractor.

Como remedio, además de recordar el principio general de amar a los demás, podemos sugerir

el cambio de conversación cuando veamos que deriva hacia sendas poco caritativas. Si es posible,


 

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cambiar de conversación con una broma o sugerir un juego. Cuando ello no sea posible la única solución

es abandonar la compañía de los maledicientes.

Naturalmente cuando uno ha pecado claramente contra la caridad hablando mal del ausente,

debe esforzarse en recibir pronto el sacramento de la Penitencia. Este sacramento es también un buen

remedio para prevenir y evitar futuras faltas.

 

SÉ AMABLE EN TUS ACTOS

 

 

La vida es un tejido de pequeñas cosas

 

 

 Una manera de hallar cómo podemos ser caritativos con los demás es recordando los actos de

bondad y los servicios de parte de los otros que nos han hecho felices. Recordando estos casos con

satisfacción y gratitud, podemos fácilmente desear proceder de la misma manera con los otros, cuando se

presente la ocasión de hacerlo. A todos agradan las cordiales y jubilosas felicitaciones de cumpleaños. Es

agradable el sentirse recordado con afecto en ocasión de nuestra pequeña celebración. Y por el contrario,

tal vez nos hemos sentido dolidos cuando los que nos rodean se preocupan tan poco de nosotros que se

olvidan o prescinden de felicitarnos el día de nuestro aniversario.

 Una vez, un amigo mío me refirió que había olvidado felicitar a su madre por su cumpleaños,

cuando ella se encontraba en otra ciudad. A los pocos días recibió una carta suya. Dentro del sobre había

tan sólo una gran hoja de papel blanco con la fecha de su nacimiento, escrita en caracteres de imprenta,

seguida de un descomunal signo de interrogación.

A todos nos gusta recibir cartas de felicitación por lo que hemos hecho o escrito o por los

exámenes pasados con éxito. A veces unas pocas líneas en una postal pueden hacer muy feliz a una

persona. De modo similar, en nuestras penas nos agradan las muestras sencillas y sinceras de simpatía.

Un sincero apretón de manos puede ser muy reconfortante.

Recuerdo un incidente que sucedió hace tiempo en un lugar muy lejano. Algunas religiosas

estaban haciendo un retiro de un mes en total silencio. Una de las ejercitantes tenía un problema personal

muy fastidioso por resolver y durante esos días de retiro se encontraba deprimida, triste y excesivamente

preocupada. Otra ejercitante, íntima amiga suya, conocía la existencia del problema y por el aspecto

preocupado de su amiga pudo adivinar lo que le sucedía. Al cruzarse con ella en un pasillo vacío estrechó

calurosamente las manos de su amiga entre las suyas y la llamó por su nombre. Al día siguiente la

apurada ejercitante me refirió este pequeño encuentro en el pasillo y me dijo que se había sentido muy

confortada y fortalecida por la sonrisa de simpatía y el afectuoso apretón de manos.

En ocasiones, pequeñas cosas pueden acarrear gran felicidad. Por ejemplo, el regalo de un

pequeño ramo de flores o una brillante rosa o algún otro pequeño presente, pueden ser señales de gran

solicitud y afecto.

Una dama me dijo una vez en presencia de su hijo, que algunos días antes cuando él fue a

recibirla a la estación le llevó un gran ramo de flores. Y dirigiéndose al joven le dijo cariñosamente: "Hijo,

me hiciste muy, muy feliz!"

Recuerdo un pequeño presente que una vez recibí y que ahora, transcurridos muchos años,

todavía me hace feliz. Siendo un joven misionero yo había suplicado, en nuestro boletín de los Jesuitas,

un centenar de rupias para poder comprar un caballo de montar (ahora su precio sería naturalmente unas

diez veces superior). Sucedió que yo tuve que ir al S. Xavier College de Bombay y un viejo y erudito

profesor, el P. Gense, un holandés, me vio pasar por delante de su puerta y me hizo señas para que

entrase en su habitación. Tomando un billete de 10 rupias, que había escondido dentro de un libro de su


 

 

 

estantería, me dijo con fingida seriedad: "Tome esto, es para comprar la cola del caballo." Yo apenas

conocía al P. Gense pero su interés por mi trabajo en la Misión y su generoso sentido del humor fueron

muy alentadores para mí.

 

 

Prestando servicio


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En caso de enfermedad se aprecian particularmente las muestras de interés y de estima. Ahora

bien, deben ser dadas solamente en el momento oportuno y de manera que no originen molestia o fatiga

al enfermo.

Un hombre que vivía solo, me escribió después de una enfermedad que nunca se había dado

cuenta anteriormente de que sus hermanos y hermanas se preocupasen tanto por él. Esta enfermedad

les había dado ocasión de mostrar su interés y amor por él. Ello había sido, escribía, una auténtica

bendición de Dios y motivo de su felicidad.

Otro hombre me dijo cuán cariñosamente había llegado a querer a su hijo, porque durante una

prolongada y grave enfermedad suya, el muchacho cada día al volver de la escuela iba y se sentaba a los

pies de la cama de su papá. El muchacho no decía nada, porque su papá estaba muy enfermo; tan sólo

se quedaba sentado allí durante un largo rato.

Me he dado cuenta que personas, a veces incluso alguna que se declaraba incrédula,

agradecían que un sacerdote o una hermana o alguna otra persona, se sentase a los pies de su lecho de

dolor, sin decir nada, solamente rezando o leyendo en silencio. Yo mismo encuentro que es un buen

empleo del tiempo el leer el Breviario en la habitación de los enfermos.

Reiterando lo que se ha dicho al principio de este capítulo, deseo sugerir a cada uno de mis

lectores que meditase sobre el contenido del último apartado. Podrían recordar la asistencia que han

recibido de otros y por la que se han sentido particularmente agradecidos. Entonces cada uno de ellos

podría tomar como dirigidas a sí mismo las palabras de nuestro Señor (Lc. 10, Parábola del Buen

Samaritano): "Vete y haz tú lo mismo."

Cuando nosotros prestamos un servicio debemos guardarnos de tomar una actitud protectora.

Nada, en nuestros gestos o en el tono de la voz, debe ser nunca motivo de que el otro se sienta inferior.

Los servicios han de ser prestados sencillamente, con naturalidad, haciéndole sentir al otro como si

estuviera en su casa.

Algunas personas tienen el don de prestar servicio como si fueran ellos los que están siendo

favorecidos al serles concedida la suerte de ayudar a los demás. Podemos rezar para tener en buena

medida el carisma de irradiar paz, optimismo y felicidad. Al dar conferencias en un retiro de religiosas,

sobre el tema de este último capítulo, algunas veces les leo un poema titulado "La receta" de Eileen

Hayes. Es una receta para la santidad. Siempre hay alguna que quiere copiarla. Dice así:

Toma una taza de humana bondad.

Mézclala bien con caridad.

Añade una medida llena de paciencia.

Aromatízala con humildad.

No olvides el sentido del humor.

El preciso para que sea ligero.

Rocíalo bien con abnegación.

Agítalo entonces con toda tu fuerza .

Adórnalo con incesante plegaria.

Persevera sin quejas.


 


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