¡Dios te salve María!
 

 

 

Estos son los ingredientes necesarios para la formación de un santo.

 

DELICADA BONDAD DE JESÚS

 

 

Ejemplos del evangelio

 

 

Los enemigos de Jesús le acusaban a El de ser bondadoso con los pecadores y los

despreciados recaudadores de contribuciones; pero no pudieron acusarle a El de ser blando. Ellos le


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habían visto expulsando del templo a los vendedores y vieron que era tal el poder de su personalidad que

nadie se atrevió a pararlo; solamente las autoridades del templo le preguntaron qué derecho tenía El para

hacer esto. También le habían visto y oído a El enfrentándose sin miedo a los escribas y fariseos.

Ciertamente El no era blando, pero al mismo tiempo El era bueno y bondadoso. La gente decía: "todo lo

ha hecho bien" (Mc, 7, 37). O como leemos en otra versión de la Biblia, "¡Qué bien lo hace todo!"

Muy gentilmente Jesús se dirige al hombre que estaba aquejado de parálisis y evidentemente un

pecador. El le llamó "hijo mío" y añadió tranquilizándole, "Tus pecados te son perdonados" (Mc. 2,5). De

manera similar se dirigió a la tímida mujer que tenía una hemorragia crónica llamándola "hija mía" (Lc.

8,48).

En su afable bondad, Jesús llamó desde la orilla a sus apóstoles "jóvenes" o "muchachos",

según las traducciones, siendo como eran fuertes y maduros pescadores (Jn. 21,5).Y su bondad con los

niños les parecía, a sus apóstoles, exagerada e inoportuna. Pero Jesús, cariñosamente, defendió el

derecho de los niños de llegar a El (Lc. 18,16): "Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis."El

era generoso en palabras de consuelo y de salud: se alegraba al perdonar.

 Una vez llegó a El un leproso y le suplicaba de rodillas diciendo: "Si quieres, puedes limpiarme"

y Jesús, sintiendo lástima de él, extendió su mano y tocándole le dijo: "Quiero, queda limpio" (Mc. 1, 40-

41).En la piscina de Bethsaida, Jesús preguntó bondadosamente a un hombre que llevaba 38 años

enfermo: "¿Quieres curarte?", y lo curó (Jn. 5,6).

Ciertamente en sus milagros no sólo resplandece el poder de Jesús sino también su bondad. En

Naím, un hombre difunto era llevado para ser enterrado. Era el único hijo de su madre viuda. San Lucas

(7,11-16) nos dice que al verla el Señor sintió compasión por ella, y le dijo: "No llores" y El volvió el

hombre a la vida. Y leemos el pormenor de que Jesús "se lo entregó a su madre".

 

 

La primera multiplicación de los panes

 

 

Entre los muchos e interesantes pasajes de los Evangelios, uno de ellos muestra la atractiva

personalidad de Jesús de forma muy notable. Desde Cafamaúm, Jesús envió  a los doce discípulos a

proclamar el Reino de Dios y a sanar. Ellos regresaron felices por lo que habían hecho pero fatigados.

Jesús también debía sentirse cansado, pero como leemos en los Evangelios, El estaba lleno de

consideración para con ellos, y consciente de su fatiga, les dijo: "Venid también vosotros aparte, a un

lugar solitario para descansar un poco." Y uno de los Evangelios explica: "Pues los que iban y venían eran

muchos y no les quedaba tiempo ni para comer."

Jesús y sus discípulos decidieron ir en barca a la orilla este del lago, pero el gentío vio la

dirección que tomaba la barca y fueron a pie, siguiendo por la orilla, a encontrarles. Era una distancia

corta, tan sólo unos kilómetros. Como la multitud se apresuraba al encuentro de Jesús, la gente de las

aldeas vecinas y tal vez también, peregrinos en camino a Jerusalén para las fiestas, se unieron en grupos

al gentío. Cuando la lenta barca alcanzó la orilla, Jesús desembarcó y al ver la gran multitud dice san


 

 

 

 

Mateo (14, 14) : "Tuvo lástima de ellos". San Marcos (6, 34) nos dice: "Sintió compasión de el os, pues

eran como ovejas que no tienen pastor y se puso a instruirles extensamente".


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 Sus planes para un pequeño reposo para los apóstoles y para El mismo se habían frustrado; sin

embargo no hay trazas de impaciencia o de irritación, todo es paz, piedad y bondad. No hay tampoco

síntomas de prisa: "y se puso a curar a los enfermos" (Mc. 14, 14).La realización del milagro de la

multiplicación de los panes fue hecha con gran sencillez y ternura. Tuvo también su toque de humor ya

que cuando los apóstoles apremiaban a Jesús para que enviase a la gente a las vecinas granjas y aldeas

a que consiguiesen algunos alimentos por sí mismos, Jesús, medio en broma, les dijo: "Dadles vosotros

mismos algo que comer". Tal vez fueron estas palabras de Jesús las que provocaron la generosidad del

muchacho que tenía los cinco panes y los dos pescados un muchacho listo que había encontrado su

camino entre los apóstoles y que desde entonces debe haber estado muy próximo a Jesús.

A pesar de la magnitud de la tarea de alimentar a tanta gente, todo se hizo en forma simple, bien

organizada y eficaz. ¡Cinco mil hombres! Probablemente las mujeres, y los niños sobre todo, no fueron

tan fáciles de contar. Y sin embargo no fue una distribución desordenada, todos los que se sentaron en el

suelo con sus grupos tuvieron su parte. En toda la escena, Jesús aparece como un poderoso pero

benévolo líder. Es por ello que la gente intentó, en vano naturalmente, hacer de El un líder político. Jesús

se mostró como un gran Maestro y no perdió la ocasión de hablar a la multitud sobre el Reino de los

Cielos, después de acogerlos bondadosamente (Lc. 9, 11).

El aparece también como un gran modelo para aquellos que desean ser bondadosos y eficientes

trabajadores sociales. La Iglesia es la continuación de la encarnación de Cristo en el mundo y nosotros,

cristianos, somos la Iglesia. Nosotros debemos mostrar la verdadera imagen de Cristo al mundo a través

de nuestra bondad y amor. De diferentes maneras y en varios contextos, el Concilio Vaticano II reitera

esta enseñanza. Esta no es precisamente algo nuevo. Por ejemplo, Bossuet ya dijo que la Iglesia no es

otra cosa que una extensión de Cristo. Pero el Concilio insiste singularmente sobre este punto."La Iglesia

sólo pretende una cosa: continuar bajo la guía del Espíritu Paráclito la obra del mismo Cristo" (Gaudium et

Spes).

Por consiguiente en nosotros y a través nuestro, Cristo se encarna en el mundo de hoy. En

nuestras vidas, en nuestras relaciones con los demás, en nuestra paciencia y en nuestro amor, los otros

deben poder ver el rostro de Cristo, mejor dicho su Corazón, su benevolencia y su bondad.

En este mundo, la mayoría de la gente sólo puede experimentar el amor de Dios al experimentar

el amor de los otros por ellos. El amor de Dios se manifiesta a. la mayoría de las personas gracias a los

tiernos cuidados de sus padres, hermanos y parientes, a través del afecto de los amigos. Y podemos

añadir que otros pueden experimentar el amor de Dios a través de nuestro amor, solicitud y bondad.

Las gentes que están ahora en la tierra no pueden ver a Dios ni a Cristo. Por ello Cristo quiere

mostrarse a la gente a través nuestro. Por lo tanto podemos decir que, en cierto sentido, Cristo tiene

necesidad de nosotros. Cristo nos necesita a nosotros, a mí y a ti, querido lector, para mostrar su bondad

y amor a los demás. Cristo necesita tus ojos para sonreír benévolamente a las personas que El ama,

algunas de las cuales están hambrientas de cariño. Cristo necesita vuestros oídos para escuchar

compasivamente a los abatidos y preocupados. Cristo necesita vuestras manos para ayudar a los

necesitados y para cuidar a los enfermos. Cristo necesita vuestra paciencia, y a veces el sacrificio de

vuestro tiempo, para que seáis abordables por los demás y atenderlos; también os necesita El para guiar

y, aún más, estimular a los otros, especialmente a los jóvenes, etc., etc.

Si vosotros y yo somos semejantes a Cristo en nuestro comportamiento con los demás, nosotros

los acercamos a Cristo, a Dios y por lo tanto los aproximamos a su felicidad. Y nosotros también, a pesar


 

 

 

 

de los desengaños y las frustraciones que son parte integrante de la condición humana en la presente

vida, nos encontraremos con más seguridad en el sendero de la paz y de la felicidad.

 

DISCERNIENDO SI ESTAMOS EN LA VÍA DE LA FELICIDAD

 

 

Un auto sacramental


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Tenemos que ser realistas. En la vida presente el camino hacia la felicidad no es tan evidente y

suave como podemos describirlo en un libro. En esta vida hay con frecuencia situaciones conflictivas y

problemas intrincados a los que hay que enfrentarse, derechos y principios que deben ser defendidos y

por los que se ha de luchar, tal vez contra fuerte oposición. En tales perturbadoras circunstancias es fácil

ser desviado del camino hacia la paz interior y la felicidad. Especialmente en tales momentos, seria bueno

para nosotros el ser capaces de asegurarnos que estamos todavía en el sendero recto, a pesar de las

circunstancias desfavorables. San Ignacio con sus `Ejercicios Espirituales" puede ser nuestro guía.

En una ocasión, finalizando los 30 días de "Ejercicios Espirituales" que dirigía a unas religiosas,

una hermana dijo en una sesión para valorar el retiro, que para ella el punto cardinal del mismo había sido

la "Meditación sobre las dos banderas". Esta es una de las típicas meditaciones Ignacianas. No me

sorprendió lo experimentado por la hermana. He visto con frecuencia que esta meditación, a la que se

llega hacia la mitad del retiro, hace un impacto en los ejercitantes que en este momento están ya

plenamente decididos a entregarse enteramente a Dios.

 Esta meditación, que tiene una forma muy bíblica, muestra en términos claros e intransigentes el

camino hacia la perfección cristiana. Da a los ejercitantes mucha luz para, que puedan encontrar su

camino, incluso en situaciones complicadas. Les da "el saber" cómo verificar si el os están o no

conducidos por el Espíritu de Dios. Esta meditación bien hecha, da al ejercitante una sensación de paz y

de seguridad en su camino, le amplía su horizonte y le enseña el camino seguro hacia el Reino de Dios.

En las páginas siguientes les daré una de las varias explicaciones posibles de esta meditación.

La "Meditación sobre las dos banderas" es una especie de Auto Sacramental, como los que

fueron muy populares hace unas pocas centurias en algunos países católicos. Los Autos eran pura

teología puesta en escena. En ellos la Obra era sobre todo simbólica pero el simbolismo era de fácil

comprensión para la audiencia popular. Y en la mayoría de los casos la excelente representación

dramática provocaba una reacción emocional fervorosa y producía una impresión indeleble en las mentes

y los corazones de los espectadores.

En nuestro caso la "representación" es acerca del trabajo de Dios y del Diablo sobre las almas de

los hombres. Podemos decir que es una dramatización de las Reglas para el discernimiento de los

espíritus que san Ignacio da en el libro de los `Ejercicios Espirituales".

El título de la "obra" podría haber sido: El proyecto de Dios y la capacidad de engaño del Diablo".

Pero S. Ignacio la tituló Las dos banderas, significando dos banderas en dos campos opuestos: es decir,

los dos Espíritus opuestos, el Espíritu de Dios y el del Diablo. Ambos quieren influenciar y conquistar a

cada uno de los individuos, evidentemente con fines distintos. Como hemos sugerido antes, no se trata

aquí de escoger entre los dos campos, sino de hacernos conscientes de que por engaño o poco a poco

nosotros podemos ser conducidos hacia lo que es menos bueno e incluso a lo que es malo. El Espíritu

Santo quiere guiarnos hacia la felicidad, es decir, hacia la más alta perfección cristiana gracias a la fiel

imitación de Cristo. Por otra parte el Espíritu Maligno quiere conducirnos hacia nuestra desdicha, no

abiertamente, sino por engaño. Ahora bien, él no intentará tentarnos en forma obviamente mala sino que

sugiriendo falsos razonamientos tratará de llevarnos hacia lo que es perturbador o menos bueno. Como


 

 

 

 

dice san Pablo: "Y nada tiene de extraño que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz" (2 Co. 11,

14).

Es por tanto importante para nosotros el poder discernir en determinadas ocasiones cuál es el

Espíritu que nos guía.

 

Primera parte de la obra: el campamento de los espíritus malignos


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Cuando se levanta el telón podemos ver sobre la escena él campamento del enemigo, el Diablo,

situado en la "vasta llanura alrededor de Babilonia" (símbolo de la mundanidad y del desorden).

Prominente en el centro podemos ver un "encumbrado trono" (que simboliza el orgullo, la vanidad, la

ambición y el ansia de autoalabanza y de eclipsar a los demás),"encumbrado trono de fuego y humo"

(significando pasión y no razón: aquí no hay luz sino sólo humo, tinieblas y confusión).Y allí, sobre el

trono, está el jefe de los diablos, no sentado en realidad sino "como sentado" (lo que significa que él no

tiene tranquilidad ni paz, ni tampoco puede darlas), con "horrible semblante" aunque de momento él no

muestra su fealdad, la encubre tras la oscuridad y la confusión del humo).Y el jefe de los diablos convoca

a innumerables demonios y los dispersa a través del mundo entero para que tienten a todas y cada una

de las personas.

Esto nos recuerda las palabras de san Pedro: "Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo,

ronda como león rugiente, buscando a quien devorar" (1 P. 5, . Y también podemos recordar las

palabras que Jesús dirigió al mismo Simón Pedro: "¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el

poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca" (Lc. 22, 31-32).

Nadie está libre de tentación; y si alguien cree que nunca es tentado, es que ya ha sido

embaucado. Y vemos en el Auto Sacramental que el jefe desde su trono instruye a los diablos acerca del

modo de tentar a los humanos. Tienen que proceder paso a paso: primero deben tender trampas, a saber,

ellos no deben sugerir tentaciones evidentes sino cosas en sí mismas buenas o indiferentes, pero que

poco a poco pueden descarriar. Primero deben extender tan sólo los hilos sueltos, pero que pronto se

anudarán formando una red en la cual dentro de poco sus víctimas quedarán enredadas.

Entonces, el tentador debe moldear las cadenas de pecados: primero para hacer que los

hombres y mujeres caigan en pequeños pecados veniales, de tal manera que se conviertan en pecados

habituales y deliberados, finalmente deben tentarlos a cometer pecados graves y apartarlos de Dios. El

líder de los diablos da ejemplos de los procedimientos para hacer que la gente se aparte de Dios. Por

ejemplo: él dice que deben primero tentarlos para que codicien riquezas y otras cosas materiales, cosas

que son buenas en sí e incluso necesarias. Pero los diablos deben fomentar un desordenado apego a

estas cosas o suscitar una codicia excesiva de ellas. Después, en un segundo paso, ellos deben tentarlos

a desear los honores del mundo, por los cuales los hombres y las mujeres pueden ser fácilmente

arrastrados a caer en arrogante soberbia.

Después, ya cualquier pecado puede seguir.

Contemplando la representación en el escenario, es decir en el campo de Satanás, nosotros

aprendemos lo siguiente:

En nosotros, suponiendo que somos personas que quieren categóricamente pertenecer al bando

de Dios, todos los pensamientos, inclinaciones o propósitos unidos a vanidad, ideas de orgullo o deseos

de alarde y bulla, con codicia de los mundanos honores (recordad el "encumbrado trono") o que estén

acompañados por la agitación de la mente o del corazón (el "fuego y el humo" del trono) y con inquietud y

falta de paz ("como sentado" y no sentado en el trono) o que vienen con confusión y desorientación


 

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mental, tristeza y abatimiento (la fea, horrible faz del diablo), y en la calígine de oscuridad y humo, no son

inspirados por Dios.

Ciertamente, estas sugerencias, designios o intenciones no son de Dios, pueden ser, o son

probablemente, de nuestro enemigo el diablo; por consiguiente no conducen a la paz y a la felicidad sino

justo a lo contrario. Uno no debe dejarse seducir. Estos pensamientos, deseos e intenciones deben ser

resueltamente evitados y totalmente descartados de nuestra mente.

Por consiguiente, en situaciones embrol adas o cuando uno tiene que resolver un difícil problema

o si se está en la duda de que se sigue o no el camino recto, examínese uno mismo para comprobar si

hay en él síntomas de orgullo, agitación, confusión u obcecación, es decir, asegúrese de que el curso de

la senda que va a tomar está libre del fuego y del humo del orgulloso trono de nuestro enemigo.

 

 

Segunda parte de la obra:  el campo de jesús, nuestro verdadero líder

 

Al levantarse el telón, nosotros vemos a Jesús, nuestro Señor, en pie, hermoso y atractivo, en

una gran llanura "cercana a la región de Jerusalén". Enseguida El se sienta sencillamente en una piedra o

un pequeño relieve del terreno. Paz benévola, humildad y serena belleza dominan la escena entera.

Alcanzamos a ver el vasto horizonte y también podemos percibir su clara y abierta atmósfera.

 El simbolismo de todo ello se puede entender fácilmente. Recordamos que en el lenguaje bíblico

"Jerusalén" es un símbolo de paz y bienestar. Entonces oímos a Jesús invitando a sus discípulos a partir

para ayudar a todo el mundo y para guiarlos hacia la santidad y la felicidad, que Dios quiere para todos

los hombres. Al escuchar la arenga de Jesús, nos damos cuenta inmediatamente de que su táctica es

diametralmente opuesta a la del diablo. Cristo recomienda a sus apóstoles y discípulos que ayuden a la

gente a llegar a la santidad, induciéndoles primero a un total despego de las riquezas y de las cosas

materiales e incluso a desprenderse de todas las cosas, si Dios les llama especialmente a ello y les da la

gracia necesaria para hacerlo. Después, en segundo lugar, ellos deben guiar la gente a sentir el deseo de

una verdadera humildad. Y como nadie puede volverse humilde realmente a menos que él se haya

sentido, al menos ocasionalmente, humillado (por ejemplo, recibiendo desaires, desengaños y otros

golpes) debe ser persuadido cada uno, de que debe aceptar voluntariamente las humillaciones e incluso

recibirlas con agrado. Aceptando estas humillaciones se alcanzará la virtud de la humildad. Y una vez los

hombres tienen humildad, y el despego antes mencionado, pueden ser guiados a todas las demás

virtudes.

Esta escena está tomada casi literalmente de las Bienaventuranzas del inicio del Sermón de la

Montaña, según el Evangelio de san Lucas (6, 12-26). Jesús en unas pocas e inflexibles sentencias

muestra el camino hacia la perfección y la verdadera felicidad: "Por aquellos días se fue al monte a orar, y

se pasó la noche en oración de Dios. Cuando se hizo de día llamó a sus discípulos y eligió doce entre

ellos, a los que llamó también apóstoles..."

"Bajando con ellos se detuvo en paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran

muchedumbre del pueblo..."Alzando los ojos hacia sus discípulos, dijo:

"Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.

Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis.

Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien, por causa

del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo.

Porque de ese modo trataron sus padres a los profetas.

Pero ¡ay de vosotros, los ricos! porque habéis recibido vuestro consuelo.


 

 

 

¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre.

¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto.


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¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, porque de ese modo trataron sus padres

a los falsos profetas."

En el correspondiente pasaje de san Mateo (5, 1-13) la cita es más extensa y en la primera

Bienaventuranza podemos leer: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de

los Cielos. "Pobres de espíritu" significa de corazón desprendido, estar desenmarañado de las riquezas y

otros bienes materiales, especialmente.

Contemplando la acción en el campo de Jesús, aprenderemos nosotros, que tenemos que

encontrar el camino hacia El y la felicidad en la simplicidad, en la paz, humildad y amor; no en la ambición

-desordenada ambición, naturalmente-, ni en la agitación, en la cólera y los deseos de venganza; sino en

el amor.

Reflexionemos sobre los síntomas que acompañan nuestras inspiraciones, deseos o

resoluciones. Del Auto Sacramental hemos aprendido que éstos provienen de Dios si van acompañados

de paz, humildad y confianza. Probablemente con ellos encontraremos también una sensación de

aumento en la fe, esperanza y amor. Esta es la vía hacia la felicidad; aunque a veces será una penosa

ascensión.

Repetimos una vez más: paz en la mente, ánimo sereno basado en la confianza en Dios, éstos

son los indicadores que pueden confirmarnos que estamos siendo guiados por el espíritu de Dios y que

estamos en el camino hasta la felicidad.

Podemos preguntarnos interiormente por qué Jesús puso tanto énfasis en la humildad. La razón

es que la humildad es la senda, mejor dicho, el punto de partida, hacia toda santidad y felicidad. Allí

donde hay orgullo y ambición, probablemente con sus concomitantes, envidia, espíritu de venganza y

perturbación, no puede haber paz y ahí, por consiguiente, tampoco puede haber felicidad y santidad.

Si algún lector encuentra inoportuna la frecuencia con que yo menciono conjuntamente santidad

y felicidad, me justificaré a mí mismo apoyándome en santa Teresa de Jesús, que solía decir que

"santidad y felicidad son dos hermanas que siempre van juntas". Un pensamiento similar se encuentra en

una de las bellas Antífonas de la oración de la Iglesia (miércoles IV, oración de la mañana)"El Señor me

ha llenado de alegría; El me ha revestido con ornamentos de santidad."

 

Verdadera humildad y fuerza para conseguirla

 

 

La humildad es la base de todas las otras virtudes, pero debemos entender bien lo que es la

humildad. La verdadera humildad no impide ni desalienta la acción, antes al contrario la promueve.

Humildad no es auto-depreciación ni falta de confianza en sí mismo. No es una especie de complejo de

inferioridad que hace que uno tema hacer mal las cosas y por tanto le desanima totalmente a hacerlas.

En una persona, deseosa de servir a Dios y de hacer bien a los otros, la humildad es un sano

menosprecio por su reputación, de manera que, con la ayuda de Dios él intentará hacer grandes e incluso

peligrosas cosas si las considera buenas y provechosas. La verdadera humildad le hace a uno, audaz y

atrevido aun continuando sensato a pesar de ello. El puede asumir un riesgo calculado. Quiere tener éxito

pero no considera indispensable para su bienestar y tranquilidad de espíritu, el alcanzar un éxito total. El

sabe que una pizca de fracaso aquí y allí, de vez en cuando, no quebrantará su ánimo, pues él será feliz

por haber hecho todo lo posible y con la mejor intención.

La persona humilde no queda subyugada por el respeto humano o por el temor a la humillación

del fracaso. La persona humilde y valerosa puede, por ejemplo, aspirar a conseguir un logro de 1.000


 

51

 

 

unidades (si se nos permite emplear esta expresión) y tal vez, consiga sólo 300 unidades; ello representa

técnicamente un 70% de fallos pero él ha conseguido un positivo logro de 300 unidades.

La persona orgullosa, lastrada como está por un complejo de inferioridad, necesita un éxito total

por cualquier medio. El teme que un fracaso lo hunda y por ello, tal vez, limita sus aspiraciones a

conseguir tan sólo 5 unidades y dado su limitado objetivo él puede conseguir un 100 % de éxito. Pero

¿qué es un resultado de 5 comparado con el logro de las 300 del hombre humilde que estaba dispuesto al

fracaso?

Un autor responsable escribió acerca del "Fracaso de Francisco Javier". ¡Cierto! Javier apuntaba

alto y sólo pudo conseguir una pequeña porción de lo que pretendía alcanzar, pero su logro fue tan

grande que está considerado como el mayor misionero de la historia de la Iglesia, después de san Pablo.

 

 

Ejemplos prácticos

 

Después de unos cuantos ejemplos comprenderemos mejor cómo podemos aplicar en la práctica

las enseñanzas del Auto Sacramental que se explica en este capítulo.

Nosotros podemos imaginar a un religioso, sacerdote o monja, que ha tenido una "brillante idea".

El o ella, quiere iniciar una nueva actividad, una rama de la "legión de María", o un grupo carismático de

plegaria o alguna otra forma de actividad con la juventud o de apostolado. El o ella necesita la aprobación

previa de la autoridad parroquial o del superior de la casa religiosa. Imaginemos que por alguna razón le

es rehusado el permiso. Puede suceder entonces, que él o ella lleguen a sentirse perturbados y

enfadados por ello y anden de un lado para otro clamando amargamente su frustración por la denegación

del permiso. En un caso así, podemos asegurar que la idea de empezar esta nueva actividad no proviene

de Dios ni favorece la felicidad de él o de ella; vemos en ella "fuego y humo" en abundancia. Si este

sacerdote o monja ha aceptado la denegación, incluso con profundo pesar, pero con ecuanimidad y

resignación y está dispuesto quizás a intentarlo de nuevo cuando las circunstancias sean más propicias,

entonces podemos considerar a esta "brillante idea" como inspirada por Dios.

Podemos imaginar otro ejemplo similar. Una nueva actividad o forma de apostolado ha sido

iniciada por un sacerdote o un hermano, con la aprobación necesaria, pero desde el momento que ha

empezado este trabajo, la persona en cuestión está agitada y con frecuencia en ruidoso conflicto con uno

u otro de la comunidad, surgen destellos de cólera porque él cree que los otros no cooperan con su

trabajo, etc., etc. Podemos afirmar que esta actividad no proviene de Dios, al menos en la forma en la que

ahora es llevada, y vemos abundancia de "fuego y humo" del orgulloso trono del diablo.

Una profesora de una Escuela Superior, movida por su extremado celo, quiere que todos los

estudiantes de su clase pasen con éxito sus exámenes. Para ello les exige mucho, les somete a multitud

de clases y ejercicios extras, etc. Pero cuando llegan los resultados de los exámenes, ve que sólo el 60 %

de los estudiantes han aprobado. Ella entonces queda totalmente desalentada y excesivamente enojada,

culpa a aquellos que formularon los exámenes, a los que los corrigieron y a todos los demás que

intervinieron. En su celo y esfuerzos para conseguir el éxito de sus alumnos, no vemos ninguno de los

signos de Jesús o evidencia de la atmósfera de su campo. Nosotros más bien vemos la sombra del

"orgul oso trono"; lo que nos hace sospechar la existencia de un deseo de demostrarse ella como una

profesora mejor que las otras. Aquí hay abundancia del fuego de la ambición: ella, tal vez, pretende su

glorificación más que el bien de los estudiantes. Si su celo hubiera ido de acuerdo con el espíritu de Jesús

y por su camino hacia la felicidad, ella ciertamente se habría sentido frustrada por los escasos buenos

resultados y habría sentido pena por los estudiantes suspendidos. Pero ella no habría sentido el "fuego"


 

 

 

del desasosiego, enojo y recriminaciones, sino que habría existido una sensata evaluación de lo que

puede hacerse, para conseguir mejores resultados la próxima vez.


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Otro ejemplo. En un momento de descuido una persona comete una falta, verbigracia, dice una

palabra hiriente a otro o dice una  exageración o una categórica mentira, la cual podrá ser descubierta

fácilmente con gran vergüenza suya. Suponed que cuando este individuo seda cuenta de su falta queda

terriblemente desazonado y abatido, se siente turbado y azarado, pero no tiene el sentimiento cristiano

del pesar por la falta cometida. En esta reacción a su desatino, podemos ver sólo la clase de obscura

humareda que nosotros observamos arremolinarse en torno del orgulloso trono del diablo. Si él estuviese

en el campo de Jesús y de la paz, él aceptaría la humillación consecuencia de su equivocación. Y, si el

asunto lo requiriese, estaría dispuesto a presentar sus excusas y pedir perdón, lo que haría con gran

simplicidad sin trazas de perturbación.

No debemos sorprendernos al descubrir que a veces somos tontamente desatinados y debemos

saber cómo vivir en paz, con nosotros mismos, a pesar de nuestros errores o faltas. En su libro Waters

that go softly"(Aguas que corren mansamente) del P. Joseph Rickaby, S J., comentando la aceptación de

las humillaciones, hace la siguiente aguda y sensata observación: "No seas necio, pero alégrate de

parecerlo. Si tienes una pizca de insensatez, procura no demostrarlo pero alégrate si es descubierta".

Un ejemplo de la vida matrimonial. Una mujer tiene un serio conflicto con su marido, el cual no se

comporta como debiera hacerlo. Ella está constantemente urdiendo mentalmente planes y madurando

proyectos de desquite o ensayando las palabras cáusticas que le agradaría decirle a su marido.

Ciertamente ella no está en la senda de la felicidad. Aquí hay desasosiego, fuego y humo. Ella estará en

mejor senda si, después de rezar, traza pacíficamente un plan para tener una firme, pero mesurada y

serena confrontación, con su marido, en el momento oportuno. Y ella debe prepararse para asumir las

consecuencias de la confrontación cualesquiera que ellas puedan ser.

Un último ejemplo. Un hombre tiene un serio problema con su hijo adolescente. El está

furiosamente enojado y a veces amenaza con expulsar de casa al hijo, y luego se siente lleno de

remordimiento. Naturalmente él es muy desgraciado. Ahí está presente mucho fuego y humo, no sólo en

el hijo sino también en el padre. Tal vez, después de haber rezado pidiendo calma y luz, el padre podría

tener una sosegada conversación con el muchacho, mejor si es posible en presencia de la madre del

chico, y explicar a su hijo que ellos, sus padres, lo quieren y desean tenerlo en su casa. Entonces el

padre, podría añadir que si él quiere permanecer con ellos, tiene que conformarse a observar las nor-mas

de comportamiento que ellos quieren en su casa. Podrá emplear para expresarlo palabras amables y

cariñosas pero también firmes. Y el muchacho se dará cuenta que sus padres están dispuestos a aceptar

la pena de la separación si él decide y escoge marcharse de casa. Ello hará probablemente que el

muchacho considere la situación en una forma más razonable.

Estas reflexiones sobre el Auto Sacramental de "Las dos banderas" pueden ayudarnos a tener la

seguridad de que nosotros estamos en el camino de la felicidad.

 

VERIFICANDO NUESTRA SINCERIDAD

 

 

Las tres clases de personas

 

 

Otro ejercicio o meditación ignaciana que a veces produce un gran impacto en los ejercitantes es

el titulado "Tres clases de hombres".

En él se consideran tres actitudes con respecto a la aceptación o la no aceptación de los medios

necesarios para alcanzar aquello que se supone que nosotros queremos. En este punto de los Ejercicios


 

53

 

 

Espirituales el ejercitante de buena fe desea una entrega total a Cristo. Para nosotros, ahora, el propósito

es la Felicidad Cristiana. Como ya hemos dicho antes, la santidad y la felicidad frecuentemente coinciden;

pero en este capítulo enfocamos la atención en nuestro deseo de ser felices.

En nuestra búsqueda de la felicidad la táctica de "Las tres clases de hombres" puede ser

provechosamente utilizada para descubrir si nosotros somos realmente sinceros en nuestro deseo. Cada

uno de nosotros piensa que él quiere ser feliz; pero muchos no lo desean sinceramente puesto que ellos

no están dispuestos a hacer lo necesario para obtener la verdadera y perpetua felicidad.

La táctica de san Ignacio en este ejercicio es proponer una pequeña parábola. En forma

ligeramente modificada se presenta frecuentemente de esta manera: He aquí tres personas enfermas.

Cada una de las tres dice que quiere curarse. Pero ellos tienen diferente criterio sobre los medios de

conseguir la curación.

 El primer enfermo está lamentándose continuamente de su enfermedad. Se le dice que tiene

que ir a que le vea un médico. "¡Oh, no!, replica, ¡jamás! Los médicos son todos unos curanderos. Yo

nunca acudiré a un médico". Entonces se le aconseja diciéndole que debería tomar un remedio casero.

"De ningún modo, exclama, todas las medicinas son venenos". Alguno de sus amigos le insiste. "Al

menos, tómate unos pocos días de reposo". "¡Imposible!", protesta él, "Tengo demasiado trabajo".

En verdad este hombre no tiene verdadero propósito de conseguir la curación puesto que él

rehusa tomar cualquier medida para ello. Cada uno puede preguntarse a sí mismo, "¿En mi busca de la

felicidad, estoy yo quizás, a veces, entre los hombres de este tipo?".

 No es probable; pero muy fácilmente puedo encontrarme yo mismo entre los del segundo tipo.

El segundo de los enfermos está dispuesto a ir a que le visite el médico y a tomar medicinas.

Pero si, después de una cuidadosa exploración y de todas las pruebas necesarias, el doctor le dice: "Ud.

tiene esto y aquello. Es necesaria una intervención quirúrgica para curarle a Ud.", el paciente replica: "¡Oh

no, doctor! De ningún modo. Yo no quiero ninguna operación. Déme alguna medicina, recéteme alguna

pomada o cualquier otra cosa, pues yo no consentiré en ser sajado y abierto." Si el doctor insiste diciendo,

"Yo no conozco ningún otro medio efectivo que le pueda poner bien" y el enfermo continúa empecinado

rehusando ser operado, este hombre no se pondrá bien. (Dando por supuesto, naturalmente, que el

médico está acertado en su diagnóstico y prescripción.)

Puede suceder que uno sea sincero en el deseo de ser feliz ya que está dispuesto a hacer algo

para conseguirlo, pero uno no es totalmente sincero si no acepta tomar todas las medidas que puedan ser

necesarias, sin excluir ésta o aquella que en sus circunstancias puede ser el único medio efectivo.

Puede suceder, por ejemplo, que en nuestra vida rehusemos terminar con alguna rencilla o

perdonar a alguien o abandonar toda idea de venganza, que son obstáculos para nuestra felicidad. Para

otros puede ser, el abuso de la bebida, el uso de las drogas, una relación pecaminosa o una amistad que

lleve al pecado, lo que constituyan obstáculos en su camino hacia la felicidad. La codicia o el excesivo

apego al dinero o a las cosas materiales pueden también ser impedimentos para alcanzar la paz y la

felicidad.

 Yo recuerdo el caso de un hombre, un campesino, que estaba lejos de ser feliz porque él no

podía vivir en paz con sus hermanos menores. Por ausencia de un testamento legal en forma, él retenía

para sí mismo la mayor parte de las tierras de su padre, que podemos añadir eran demasiado extensas

para que él solo pudiese cultivarlas bien. El retener para sí todas esas tierras era contrario a las

reclamaciones moralmente rectas de sus hermanos y contra el consejo de los ancianos del pueblo. Una

distribución mas equitativa de las propiedades hubiera ocasionado mas felicidad en él y en sus hermanos.


 

 

 

La última clase de persona es la siguiente. El está enfermo. Pero él quiere realmente ponerse


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bien. El médico le dice que solamente la cirugía puede sanarle. El puede decir al médico: "Doctor, tengo

un miedo terrible a cualquier operación. Pero si no hay otro remedio, siga adelante. Yo estoy dispuesto."

Sólo este hombre se pondrá bien del todo. ¿Tengo yo, plenamente, esta actitud?

 

Actuar según la decisión tomada

 

 

Cuando uno se decide a dar este difícil paso, debe hacerlo inmediatamente, confiando en Dios.

Podemos tomar el símil de un adulto que trata de aprender a nadar. Lo esencial, si pretende tener éxito

en su empeño, es lanzarse de cabeza al agua. Sólo cuando pueda acumular el coraje suficiente para

levantar ambos pies del suelo y zambullirse podrá ser capaz de extender sus brazos, levantar su cabeza y

nadar. Solamente entonces descubrirá que el agua, tan temida, le sostiene gentilmente.

Para poder llevar a cabo decisiones difíciles lo importante es hacer la primera zambullida

confiando en nuestras propias fuerzas, confiando en la ayuda y simpatía de los demás y principalmente

confiando en Dios. Sabe Ud. ahora qué es lo que debe hacer para su bienestar. Si Ud. está

excesivamente apegado a sus antiguos hábitos puede resultarle difícil el cambio. Pero sería irracional

decir, "Yo estoy tan apegado a esto o aquello que es preferible esperar una mejor ocasión, cuando me

sea más fácil el cambio". Lo mas probable es que esta mejor ocasión no se le presente nunca.

Podemos parafrasear ligeramente unas pocas líneas escritas por W. H. Longridge, S.S J.E. en

sus comentarios sobre la meditación acerca de "Las tres clases de hombres". Lo que él dice es a

propósito del deseo de perfección, pero aquí podemos aplicarlo al deseo de felicidad:

"Es fácil desear la felicidad. Pero es difícil someternos nosotros mismos a la disciplina por la cual

solamente puede ser conseguida. Nosotros vemos la belleza de la humildad. Deseamos poseerla, pero

nos encogemos ante lo que realmente nos humilla. Nosotros deseamos ser desprendidos y liberarnos de

la carga de las cosas terrenas, pero en realidad encontramos duro el renunciar a ellas. Nosotros

ansiamos poseer la perla de gran precio, pero no estamos dispuestos a abandonar todo lo demás para

conseguirla."

 

 

DESEO DE LA ETERNA FELICIDAD

 

 

El cielo

 

Una de las consecuencias favorables, o sea, el lado bueno de las dificultades y sufrimientos es, a

lo menos para mí, el deseo del cielo. Allí habrá gozo sin mezcla alguna de tribulación, miedo, ansiedad o

tristeza.

Los últimos años de mi cuarentena fueron años de gran "estrés" moral y en ellos, los mejores

días de cada año fueron los ocho días de retiro anual. Yo escogía siempre Khandala como lugar de mis

ejercicios. El aire frío vigorizante, los relajantes paisajes con las fantásticas siluetas de las montañas

cercanas, y la esplendorosa vista sobre las profundas gargantas a nuestros pies y sobre las distantes

llanuras, todo ello me hacía pensar que si este valle de lágrimas puede ser tan hermoso ¡cuánto más

precioso debe ser el Cielo!¡ iY cuán maravilloso debe ser el estar con el Creador de este hermosísimo

universo! Un deseo como este del cielo puede ser sumamente consolador. Aunque es muy poco lo que

aquí podemos imaginar o decir acerca del Cielo, es agradable el intentarlo y pensar en él.

Uno de mis primeros sermones en lengua marathi fue sobre el cielo. Era un sermón corto pero yo

empleé mucho tiempo en su preparación. Entre aquellos que escucharon el sermón estaba una anciana,


 

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americana, ex-misionera protestante convertida al catolicismo. Ella era una buena lingüista en marathi. Yo

esperaba que el a me diría después de la misa del domingo las cosas que yo debía mejorar en mi

marathi. Pero aquel día, lo único que ella me dijo fue que al salir de la iglesia una joven mujer muy pobre

le había dicho que era bueno el oír hablar acerca del Cielo y que a ella le hubiera gustado que el sermón

no tuviese fin. Esta era su forma de expresar el deseo del cielo..

El Libro de la Revelación nos dice: "Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni

habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado".

Piensa en lo que en tu vida te ha causado a ti zozobra, desconsuelo o pesadumbre, y puedes

decir: "En el cielo, estas cosas nunca sucederán". Nunca sentiré fatiga ni aburrimiento, jamás miedo o

tentación, sino perfecta seguridad en la propia bienaventuranza.

Todo lo anterior son declaraciones negativas. En sentido positivo podemos decir, generalizando,

que todas las cosas buenas de las que disfrutamos en la tierra las encontraremos en el Cielo en forma

sublime e indescriptible. Como san Pablo escribió: "... Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del

hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co. 2,9).

Algunos han intentado decirnos qué son estas cosas buenas. Por ejemplo, nos dicen que en el

Cielo todo el mundo es bueno, amante y sociable. Santa Teresa nos habla de la gran belleza de todos los

cuerpos gloriosos en el Cielo, especialmente de la humanidad de Cristo (Vida. Cap. 28, n.° 4): "Sólo digo

que cuando otra cosa no hubiese para deleitar la vista en el Cielo sino la gran hermosura de los cuerpos

glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo Señor Nuestro."

 También hemos oído decir que todas nuestras buenas inclinaciones humanas quedarán

satisfechas, por ejemplo, el que ame la música, gozará en el cielo de las más espléndidas armonías.

Todas esas cosas y muchas más estarán en el Cielo. Pero cavilar sobre ellas puede ser alucinante, pues

sobrepasan todo lo que podemos imaginar y, en realidad, ellas no constituyen el Cielo.

Y cavilar sobre ellas puede ser causa de que nosotros nos formemos una idea del Cielo como

lugar de deleites concretos más que como un estado de intrínseca felicidad.

Empero, por placenteras que el as puedan ser, todas estas bellas cosas que hemos dicho que

nos deleitarán en el cielo, sólo son accidentales. Lo que realmente forma el Cielo es totalmente distinto.

 En una ocasión oí a un anciano sacerdote que dio la siguiente imagen: Suponed, dijo él, que os

han regalado una localidad para un buen espectáculo, estáis contentos y vais a presenciarlo. En la sala

del teatro hay un ambiente agradablemente confortable y os atribuyen una cómoda butaca. Apreciáis todo

ello. Os regalan un programa bellamente ilustrado y os sirven gratuitamente refrescos. Sois felices. Pero,

de repente, avisan: "No hay función." Os sentiréis completamente defraudados. Todas esas cosas de las

que habéis disfrutado eran accidentales. Las apreciamos como ambiente del espectáculo. Si se cancela la

función no nos importarán lo más mínimo.

En el Cielo, el espectáculo, por así decirlo - lo realmente importante -, es la visión de Dios, mejor

dicho, esta íntima unión con El que consiste en poseerlo a El y ser poseído por El, o en otras palabras, en

compartir su vida y su felicidad. Las cosas antes mencionadas son meramente accidentales. Ellas serán

bienvenidas e incrementarán nuestra felicidad con tal que exista la unión con Dios.

Los teólogos llaman a esta unión con Dios en el cielo, visión beatífica. Esta es sólo una de las

fórmulas acuñadas por los teólogos para encubrir su ignorancia (esta fue la expresión que oí al mejor

profesor de teología que yo he tenido). Nosotros no sabemos verdaderamente en qué consiste la visión

beatífica y aquellos que ya lo saben, por haberla experimentado, no pueden explicárnosla.

San Pablo nos dice que a él se le dio la experiencia del Cielo (2 Co. 12,1-.5)  "fue arrebatado

hasta el tercer cielo y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar." Y verdaderamente él


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no cuenta mucho más cuando dice (1 Co. 13,12) : "Ahora vemos en un espejo, confusamente. Entonces

veremos cara a cara."

San Juan emplea una expresión similar (l.a 3,2): "Porque le veremos tal cual es", pero añade una

insinuación de que nosotros compartiremos su vida y felicidad, cuando él dice que en el Cielo "... seremos

semejantes a El" (1 Jn. 3,2).

En otros lugares, las Sagradas Escrituras, sin intentar describir el estado de gloria, acuden a

simples realidades humanas y de una forma poética se refieren al Cielo como un magnífico banquete, una

fiesta nupcial, a la cual no solamente estamos invitados, sino que la Iglesia y nosotros, sus miembros, son

la novia (Ap. 21,9b-11). Pero aun así las Sagradas Escrituras nos dicen tan poco, que dejan un amplio

campo para nuestra curiosidad.

Se refiere la anécdota de que cuando el bien conocido novelista católico Bernanos estaba a

punto de morir fue a visitarle Monseñor Pézérile, obispo auxiliar de París, y en la conversación preguntó al

enfermo cuáles eran sus sentimientos esos días en los que él estaba en los umbrales de la eternidad.

Bernanos respondió :"Una inmensa curiosidad".

 Entrar en el Cielo será para nosotros una sorpresa, una enorme alegre sorpresa. Y el Cielo será

el cumplimiento de todos nuestros deseos y aspiraciones. Nosotros podemos recordar el famoso dicho de

san Agustín, "Tú nos has creado, oh Señor, para Ti y nuestros corazones no tendrán reposo hasta que

descansen en Ti."

En el Cielo nosotros encontraremos completa paz y satisfacción en El. Sobre la montaña, en la

Transfiguración, cuando Pedro vislumbra la gloria de Jesús, exclama: "Maestro, ¡qué bien se está aquí!"

(Lc. 9,33). Nosotros también diremos en el cielo: "¡Es maravilloso para nosotros el estar aquí!"

 Y por toda la eternidad nos sentiremos de esta manera.

 

El deseo de Dios

 

 

"Como jadea la cierva tras la corriente de agua, así jadea mi alma en pos de Ti, mi Dios. Tiene mi

alma sed de Dios, del Dios vivo ¿cuándo podré ir a ver la faz de Dios?" (Sal. 42 (41),1,2)

Algunas personas han tenido lo que se llama usualmente una "experiencia mística". Es una

experiencia de la presencia de Dios y del amor de Dios en una forma que hace que uno no pueda dudar

acerca de ello. Va acompañada con un tan intenso gozo y felicidad íntima, que uno no puede dejar de

reconocer que es Dios quien la da. Nada más puede causar tan profunda felicidad.

Aquellos que han tenido una experiencia religiosa o mística de esta clase tienen probablemente

un gran deseo de estar con Dios en el cielo. Yo conozco a un muchacho de 13 años muy dotado

intelectualmente. El no estaba bautizado pero tenía fe en Cristo. Una noche estaba reflexionando sobre

su fe en la divinidad de Cristo y se sintió sumido en un intenso júbilo. Pocos días después él me refirió

que tras esta experiencia aquella noche no pudo dormir a causa de su felicidad, sólo pudo conseguir

pequeños períodos de amodorramiento, pero ello no obstante se levantó con intensa alegría por la

conciencia de que Cristo, Dios le amaba a él.

De todas maneras, me dijo él, había sido una noche reposada y por la mañana se sintió como

nuevo, pero con un gran deseo de estar en el cielo algún día. Durante muchos días había sentido, me

dijo, una silenciosa paz y gozo en su corazón.

Santa Teresa de Jesús refiere los efectos de tal experiencia en el siguiente párrafo:"Un ardiente

y constante deseo del cielo es un signo seguro en los contemplativos de que los favores que ellos reciben

vienen de Dios y que su contemplación es genuina... Almas que reciben favores divinos... desean estar


 

 

 

allí donde no tengan que gustarlo sólo a sorbos. Ahora que conocen algo de la grandeza de Dios, ellos

anhelan verlo en su integridad. "Camino de perfección, cap. 42, n.° 4).


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De sí misma santa Teresa escribió (Vida, cap. 40, n.° 27) que era confortante para ella el oír las

campanadas del reloj, porque le parecía a ella que se había acercado un poco más a ver a Dios, puesto

que otra hora de su vida había pasado. Las personas que no son místicas pero que tienen un gran amor a

Dios pueden sentir también un gran deseo del Cielo.

 Conocí a una señora, persona alegre y extrovertida, madre de diez hijos, que siempre había

tenido un vivo deseo de hacer la voluntad de Dios en todas las cosas. Cuando ella estaba muriendo de

cáncer se le dijo que el veredicto del médico era que, dentro de dos o tres semanas habría fallecido. Ella

se sintió muy feliz de ir al Cielo y, a pesar de las protestas de sus afligidos hijos, ella insistió en que,

después de recibir el Viático y el Sacramento de los enfermos, se celebrase una merienda en su misma

habitación, con pasteles y bebidas, para celebrar su ida al Cielo.

Transcribo aquí una deliciosa anécdota de Maurice Zundel (referida por el R. P. Rey-Mermet en

su libro Creed sobre un chiquillo, durante la última guerra mundial. Cuando los bombardeos aéreos, él

estaba terriblemente asustado y con su madre iban a un improvisado refugio subterráneo; pero él sabía

que un impacto directo les mataría con seguridad. Para confortarle su madre le dijo un día: "Cuando yo te

llevaba en mi seno muy cerca de mi corazón, yo me preguntaba a menudo qué aspecto tendrías, cómo

sería tu cara. El júbilo de tu nacimiento fue el descubrirlo. De la misma manera Dios mora en nosotros, en

nuestras almas; pero nosotros no lo vemos a El. La muerte será para nosotros el encontrar con júbilo

cómo es Dios; ella es el nacimiento a la eternidad. ¿Por qué entonces estás asustado?"

 Durante el siguiente raid aéreo ella se dio cuenta de que el niño estaba muy tranquilo.

Súbitamente se le acercó y le preguntó con radiante fervor: "Mamita, ¿será hoy cuando nosotros veremos

la cara de Dios?"

¿Por qué tenemos que sentirnos asustados de la muerte? Nosotros sabemos que la suya es una

Faz de Amor.

 

 

Nostalgia del hogar

 

 

Los santos se han dado cuenta de que sobre la tierra no está nuestro verdadero hogar. Nuestro

real y permanente hogar es el Cielo. Allí nosotros estaremos con nuestro amante Salvador, nuestro Señor

Jesús, y con nuestra amante Madre María. Nosotros nos encontraremos con aquellos que quisimos

durante nuestra vida terrena. El Cielo será nuestro hogar para siempre.

 En la vida presente nosotros nos sentimos más bien como peregrinos, para utilizar la expresión

frecuentemente repetida en el Concilio Vaticano II, o como leemos en las Escrituras (san Pablo en sus

cartas): "Confesándose extraños y forasteros sobre la tierra..." (Hb. 11,13). Y añade: "Pero nosotros

somos ciudadanos del cielo..." (Flp. 3,20).

No sorprende pues que él se sintiese como un exilado: "... vivimos lejos del Señor..." (2 Co. 5,6),

y en consecuencia tuviese un, digamos, deseo de morir, "... preferimos salir de este cuerpo para vivir en el

Señor". Pablo, como otros místicos, después de haber tenido una visión de las maravillas del Cielo,

piensa que las buenas cosas de la tierra no son más que basura. Estas son las mismas palabras que él

utiliza: "... y las tengo por basura (las cosas que perdía) para ganar a Cristo..." (Flp. 3,8).

San Ignacio al contemplar el estrellado cielo desde su residencia en Roma exclamó: "¡Cuán

aborrecible aparece esta tierra cuando pienso en el Cielo!" Santa Teresa de Jesús usa expresiones

similares. Refiriéndose a sus experiencias del cielo en un rapto, ella escribió: "Yo hubiese querido

continuar en este rapto por siempre, y que no hubiese vuelto a la conciencia a causa de un sostenido


 

 

 

 

sentimiento de desprecio por todo lo de aquí abajo. Parecíame basura" (Vida, 38,4).Y en otro libro suyo

(Rel. 1, n.° 12) ella expresa la misma idea en forma ligeramente diferente: "Cuando veo alguna cosa

hermosa, rica, como agua, campo, flores, músicas, etc., paréceme no lo querría ver ni oír; tanta es la

diferencia de ello a lo que yo suelo ver (en los raptos), y así se me quita el gusto de ellas. Y de aquí ha

venido a dárseme tan poco por estas cosas, que si no es primer movimiento (a primera vista), otra cosa

no me ha quedado de ello, y esto me parece basura."

 

 

PARA UNA FELIZ ANCIANIDAD

 

 

CRECER EN VEJEZ FELIZ

 

 

Dos homilías

 

 

Oh Dios, desde mi juventud me has instruido,

¡he anunciado hasta hoy tus maravillas!

Y ahora que llega la vejez y las canas

¡oh Dios, o me abandones!

Para que anuncie yo tu fuerza y poder a todas las edades venideras...

Exultarán mis labios cuando salmodie para ti,

y mi alma que tú has rescatado.

(Sal. 71: 17,18,23)

Fue en el año 1978. Yo tuve que ir a Europa para dar una serie de Ejercicios Espirituales y


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ocasionalmente pude pasar unas semanas en Barcelona, mi ciudad natal. Mis antiguos compañeros del

colegio organizaron una cena del "curso", precedida de una misa, en nuestro viejo colegio. El motivo o

pretexto de nuestra celebración fue nuestra reciente llegada a la setentena.

Yo tuve que predicar la homilía en la misa y mientras la estaba preparando leí un libro español

acerca de cómo tener una serena "Tercera Edad" (a mí no me gusta nada este término, que me suena por

lo menos peyorativo, pero es ampliamente usado en España para designar los años después de los

setenta).En la homilía exhorté a mis antiguos condiscípulos, y a mí mismo, a intentar, haciendo todo lo

posible, envejecer con gracia, pero temo que mi exhortación sonaba más bien a "Tratemos de conseguir

lo mejor de unas malas circunstancias".

Cinco años después los que todavía quedábamos por ahí, fuimos convocados por los mismos

organizadores de la anterior reunión, para celebrar ahora una gran fiesta de un día completo. Acepté con

alegría la invitación y viajé a España para asistir a ella, y para otras cosas. Fue un día memorable para

todos nosotros. La mayoría acudieron acompañados de sus esposas. El programa se inició con una Misa

en el célebre Monasterio de Montserrat. Después de una prolongada y ruidosa comida, tuvimos una

velada rememorativa de nuestros profesores, con anécdotas y bromas de nuestros días de colegio.

Yendo a lo relacionado con este capítulo, referiré que me pidieron de nuevo que predicase la

homilía en la misa concelebrada. El tono de esta segunda homilía fue muy distinto de la dicha cinco años

atrás. Ahora, mis palabras pretendían ser un himno de agradecimiento y de júbilo. En los años

intermedios yo había leído -y rezado sobre ello- todo lo bueno que pude encontrar acerca del tránsito a

una feliz vejez. Yo estaba totalmente ocupado, aunque a un ritmo decididamente más reposado, en

ocupaciones muy agradables para mí y con frecuencia plenamente satisfactorias. Había conservado

algún trabajo pastoral en cuatro pequeños pueblos, aconsejando muchachos de nuestras dos residencias


 

 

 

 

de Talasari, dando guía espiritual a religiosas, especialmente por carta y me agradaba ir a dirigir retiros

espirituales de ocho a treinta días. Y algo que no había hecho nunca anteriormente: había estado


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escribiendo mi primer trabajo, ya publicado, que se titulaba Challenges to Religious Life Today (Retos a la

vida religiosa hoy día). Otro manuscrito, Do you want to pray well? (¿Quiere Ud. rezar bien?), estaba

aceptado para su publicación y ya tenía escritos la mayoría de los capítulos del presente trabajo. Fue fácil

para mí el compartir entonces mis emociones con mis viejos compañeros de colegio y la homilía fue una

especie de salmo exultante de acción de gracias por los favores recibidos en nuestros días de colegio y a

lo largo de nuestras vidas, agradecimiento por la luz, la fuerza y el valor que habíamos recibido para

enfrentarnos a los problemas y dificultades de la vida, y particularmente agradeciendo a Dios, que nos

había permitido alcanzar la edad madura, una edad de oportunidades y de desarrollo continuado, y una

edad tal vez de plenitud y tal vez, incluso, de logros. Este es el tono que ahora quiero dar a estas páginas.

Existe una abundante literatura sobre el tema de la ancianidad o vejez. Yo había recogido un

grueso fichero de recortes y extractos que me fueron muy útiles. Era obvio que yo no podía escribir algo

mejor de lo que ya se había publicado. Entonces, ¿por qué tenía yo que escribir? La contestación es que

yo sentí que podía compartir mi experiencia en envejecer y que podría decir algo sobre mis reacciones a

los buenos consejos dados por otros.

 El material que yo había reunido me había invitado con frecuencia a la reflexión y a la plegaria. Y

ello me había ayudado inmensamente. Yo podría intentar compartir con otros mi positiva y jubilosa

actitud.

 

La edad avanzada: periodo de desarrollo continuado

 

 

Se ha dicho que uno se vuelve viejo sólo cuando ha dejado de crecer. Me gusta la expresión

inglesa "growing old" (que traducida literalmente dice: "creciendo viejo", porque connota que la vejez es

todavía un período de desarrollo. En los años avanzados, las fuerzas físicas van declinando gradualmente

y se nos van imponiendo restricciones sobre nuestras actividades. Sin embargo, todavía quedan muchas

áreas (de actividad) en las cuales podemos continuar desarrollándonos.

Por un lado nosotros debemos aceptar con serenidad nuestra declinante condición física.

Debemos aceptar el hecho de que ahora ya no podemos hacer todo lo que antes nos era posible y que lo

que ahora aún nos es posible hacer, tenemos que hacerlo a un ritmo mas pausado. Uno tiene que estar

dispuesto a desprenderse de responsabilidades y dejar que la gente mas joven se encargue de ellas. Ha

empezado un nuevo capítulo de nuestra vida que puede traernos problemas en la diaria rutina.

La edad avanzada, como la juventud, tiene problemas y también promesas en sí misma. Los

jóvenes fácilmente subestiman los problemas, nosotros los ancianos podemos igualmente pasar por alto

las promesas. Envejecer es parte de la vida y así como aceptamos la vida con sus problemas debemos

también aceptar la ancianidad con sus dificultades. Nuestra tranquilidad y aceptación voluntaria de esta

fase de la vida atenuará en gran manera los problemas. Y nosotros podremos descubrir con alivio e

incluso con alegría, que las limitaciones de la edad avanzada tienen sus compensaciones: mas calma,

menos responsabilidades y preocupaciones, más tiempo libre, mas oportunidades para mejorarnos a

nosotros mismos y para ayudar a los demás; probablemente uno es objeto de mayores amabilidades de

los demás.

Por otro lado nosotros debemos tener la determinación de continuar desarrollándonos allí y en

donde todavía sea posible. Se ha dicho que uno realmente se vuelve viejo cuando cesa de intentar

aprender y mejorarse a sí mismo.


 

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En años recientes personalmente he tomado parte activa en tres o cuatro seminarios o grupos de

trabajo. Yo era el más anciano del grupo y yo me sentía particularmente feliz de ello. Imagino que la

causa de mi felicidad era que yo me sentía joven en medio de la gente joven. Y supongo que también me

sentiría joven porque yo era consciente de que estaba ávido de aprender.

Además del vasto campo donde adquirir nuevos conocimientos, los ancianos pueden continuar

desarrollándose especialmente en el orden moral. Pueden volverse más amables, pacientes y tolerantes.

Y a nivel práctico puede haber un desarrollo incluso en su utilidad para todos. Es conocido el dicho de que

uno permanece joven en tanto que uno continúa siendo útil.

Durante un retiro que yo dirigí recientemente y en la hora de oración en común, un ejercitante

rezó para que pudiesen existir en las comunidades religiosas mayor amor mutuo y deseos de ayudar.

Inmediatamente un joven sacerdote participando de sus sentimientos, dijo que en su comunidad, los

miembros más dedicados y útiles eran los dos más ancianos, uno de más de 80 años y el otro próximo a

cumplirlos. Estos sacerdotes estaban siempre dispuestos a prestar servicio, a sustituir a los otros en los

ministerios en las parroquias y a hacer los trabajos casuales, que tenían que ser hechos y que los otros

sacerdotes no tenían tiempo para hacer.

Tanto si uno es religioso como si vive con su familia, si uno es humilde y voluntarioso, puede

encontrar muchas maneras de hacerse, sin pretensiones, extremadamente útil. Asimismo, tanto si es en

familia como si es en una casa religiosa, uno puede desarrollarse principalmente en el amor de Dios y en

la unión con El y en consecuencia en paz espiritual y serenidad. El ejemplo que uno puede dar entonces

de calma y de satisfacción, de preocupación por los otros y de amor, no solamente puede ser un gran

apoyo moral en la familia o en la comunidad sino que también pueden ayudar a crear en el grupo una

atmósfera de paz, confianza mutua y benevolencia.

Verdaderamente, cuando uno empieza a cultivar sus propias posibilidades, uno encuentra

nuevas áreas donde desarrollarse. Uno puede tener que hacer algunos ajustes mentales y prácticos a las

nuevas circunstancias. Al principio estos ajustes pueden parecer duros e incluso dolorosos, pero no

resultarán demasiado difíciles una vez puestos en práctica. En la práctica, me atrevo a decir, nosotros

podemos escoger el tipo de vejez que queremos, porque en gran manera nosotros podemos dar forma a

los últimos años de nuestra vida en la tierra. Es una cuestión de alguna preparación y sobre todo de la

actitud que nosotros queramos tomar

.El gran poeta indio Rabindranath Tagore expone bellas ideas en estas estrofas de Gitanjali:

"Pensaba que mi viaje había llegado a su término y al último límite de mis fuerzas...Que el camino

quedaba cerrado delante de mí. Que las provisiones estaban agotadas. Y que había llegado la hora de

refugiarse en una silenciosa oscuridad. Pero he descubierto que Tu voluntad no encuentra fin en mí.

Cuando las viejas palabras mueren en mi lengua, nuevas melodías nacen en el fondo del corazón; y

donde se pierden los viejos rastros, un nuevo país es revelado con todas sus maravillas. "

El gradual proceso de deterioro físico y la mengua de las fuerzas corporales y de la salud pueden

causar depresión. Quizás podemos tomarlo más bien como un bienvenido recordatorio de que nos vamos

acercando más al Cielo y también puede ser un aliciente para conseguir lo mejor de nuestros últimos

días.

LA VEJEZ, PERÍODO DE OPORTUNIDADES Y REALIZACIONES

 

 

La vejez puede devenir un tiempo de oportunidades. El "ocio" que se nos impone puede darnos

una gran oportunidad de hacer algo que siempre habíamos querido hacer y para lo que nunca tuvimos

tiempo. Yo he recogido aquí varios ejemplos inspiradores, de realización en la vejez.


 

 

 

Conocí a dos hombres de setenta años que con gran fruición escribieron sus memorias para el

bien de sus hijos y nietos. Otro anciano escribió relatos, de los que he leído un par y que he encontrado

muy interesantes. El no tenía intención de publicarlos y me dijo que disfrutaba mucho escribiéndolos y

que ello ya la representaba suficiente recompensa.

Un amigo mío, a quien no he visto jamás pero con el que me carteo y que es relator de los

tribunales, me escribió que al retirarse se dedicaría exclusivamente a su afición predilecta: la jardinería.

Un industrial, que se había mostrado superactivo toda su vida y que es padre de diez hijos, me

dijo que ahora, mediados los setenta, había pasado con su mujer unas deliciosas semanas en un

confortable balneario y que éstas habían sido las primeras vacaciones reales de su vida. Agradeció

especialmente la oportunidad de mantener reposadas conversaciones con su esposa, pues en aquellos


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días llegaron a conocerse, el uno al otro, mucho más íntimamente que nunca. "Fue maravilloso", concluía.

Quedé impresionado por la biografía de Laura Ingals Wilder, esposa de un granjero

norteamericano, la cual a los sesenta y cinco años empezó a escribir una serie de libros: "Las pequeñas

casas de la pradera". Ella pretendía dejar constancia de una época desaparecida y lo realizó bellamente.

Sus deseos se cumplieron plenamente. Cuando murió en 1957 ya sabía que sus libros habían conseguido

fama universal. Recibió premios literarios, existían escuelas y bibliotecas que llevaban su nombre y había

recibido millares de cartas de admiradores.

Recuerdo también ahora el modesto pero satisfactorio logro de una anciana tía mía. Ella había

querido siempre poder dedicarse al cuidado de los enfermos y de los pobres. En su vejez, una vez quedó

libre de sus obligaciones familiares, gustaba de ir cada día a trabajar como voluntaria en un "Cottolengo",

hospital para incurables. Y ella lo hizo, alegre y feliz, durante muchos años a pesar de sufrir una dolorosa

artritis.

Un jesuita amigo mío, el P. Aloysius Coyne, siempre había estado en sus años "activos"

dedicado a labores directivas, como rector de diferentes instituciones o como Provincial de la Provincia

Jesuítica de Bombay. Con frecuencia se lamentaba de que no tenía tiempo para leer, ocupación que le

gustaba muchísimo. Al retirarse, tuvo tiempo para leer y para asumir otras agradables ocupaciones, como

dirigir Ejercicios, cosa que le había sido imposible hacer anteriormente. Y ahora, a sus 85 años, y a pesar

de una invalidante artritis, está ocupado todo el año con sus tandas de Ejercicios. Me dijo que siempre

tenía comprometido todo un año por adelantado. La mayoría de los retiros los da en el Seminario donde

reside, pero algunas veces va a sitios distintos y a veces tan lejanos como los distantes Himalaya, para

dar Ejercicios en casas religiosas. Una vez me dijo que mantenía la cabeza tan clara como siempre.

Conversando con él me di cuenta de que la ochentena era para él una edad de plenitud.

Y lo mismo puedo decir de otro amigo mío, el P. Melchior M. Balaguer, S J., que ahora tiene 84

años. El fue primero profesor de Escuela Superior, después Vicario General de la Archidiócesis de

Bombay y finalmente Director de dos Escuelas Superiores en la India. Fue el Jefe Ejecutivo del Comité

Organizador del Congreso Eucarístico Internacional que se reunió en Bombay en 1964 y del cual era

Presidente el Cardenal Gratias, pero toda la responsabilidad y el peso del trabajo recayó sobre el P.

Balaguer y a él le corresponde el crédito por el éxito del Congreso. Como su capacidad organizadora es

extraordinaria se le conservó (a pesar de su edad) a la cabeza del Centro de Comunicaciones Sociales

(de la India) donde trabajan una cuarentena de personas, sacerdotes, religiosas y laicos. Ahora bien,

como él está "retirado", piensa que se puede permitir con frecuencia el tomar quince días para marcharse

a dar Ejercicios a otros lugares donde se lo han pedido. Hace pocos meses dirigió uno para obispos en el

sur de la India. Puede suceder que cuando está alejado dando Ejercicios reciba una llamada de su

secretario del Centro y que por conferencia telefónica dicte cartas o resuelva algún asunto.


 

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J. Maurus en su libro Grow old gracefully" (Envejeced con gracia) da una impresionante lista de

personas que consiguieron resultados e incluso cosas difíciles a una avanzada.  Por ejemplo: Miguel

Angel, el famoso pintor, que a los 60 años empezó a escribir poesías; Webster, que después de los 50

empezó a estudiar 17 idiomas distintos; James Watt, que a los 85 años estudió el alemán, etc.

 Un llamativo ejemplo es también el de la madre política de un amigo mío, médico de Bombay.

Ella tiene ahora 90 años. Su hija, Meena, la esposa del doctor, me dio los siguientes detalles: cuando su

madre tenía 73 años tuvo un ataque fulminante que le dejó paralizado el lado derecho del cuerpo. Como

su marido estaba aquejado de la enfermedad de Parkinson y no podía escribir, y ellos vivían en Goa, lejos

de sus familiares, consiguió que su hija le enseñase a escribir a máquina con la mano izquierda.

Animosamente abrió una nueva cuenta en el Banco con la firma de su mano izquierda y llevó toda la

correspondencia con el Banco. Ahora ella escribe a máquina cartas frecuentes a su única hija que vive

lejos. Se mantiene siempre animosa y no se queja nunca, aunque a veces necesite ayuda ya que la mano

derecha le es inútil y tiene que andar arrastrando los pies. Ella disfruta leyendo, escribiendo cartas a

máquina y charlando con su sirvienta y con otras personas. Dice que nunca se encuentra aburrida.

Puede ser interesante y estimulante recordar el proceso de envejecimiento -con logros- del

Arzobispo Roncalli. Cuando él tenía 64 años, escribió: "No me puedo ocultar la verdad a mí mismo. Estoy

definitivamente en el camino de la ancianidad... Una mirada al espejo es suficiente para convencerme de

ello".

Era todavía Nuncio en París cuando escribió: "Cuando uno se acerca a los 70 años, no puede

estar seguro del futuro. Por lo tanto, es inútil el alimentar alguna ilusión. Yo debo hacerme familiar con la

idea de mi fin, sin rendirme al desaliento que mina la voluntad pero con la confianza que preserva nuestro

entusiasmo por vivir, trabajar y servir... A veces la idea del poco tiempo que me queda (de vida) me tienta

a aflojar mis esfuerzos. Pero con la gracia de Dios no me rendiré... Gracias a Dios no he llegado todavía a

una ancianidad desvalida... Pero estoy en el umbral, de manera que tengo que estar preparado para esta

última fase de mi vida en la que me esperan restricciones y sacrificios".

Cuando llegó a ser Patriarca de Venecia, escribió: "La idea de la muerte no me perturba. La

ancianidad - que es también un gran don del Señor- tiene que ser para mí el motivo de silenciosa alegría

interior y de diaria entrega al Señor".

Cuando alcanzó los 80 escribió: "Cuando el 28 de octubre de 1958 los Cardenales me eligieron,

a mis 77 años, como Papa, existía una ampliamente extendida convicción de que yo sería un Papa de

Transición. En lugar de ello, heme aquí en vísperas de mi cuarto año de Pontificado, enfrentándome con

las perspectivas de un denso programa a ejecutar ante el mundo entero que está en gran expectación".

Se refería al Concilio Vaticano Segundo.

Y continúa: "En cuanto a mí, estoy en la disposición de san Martín, que no temía morir ni rehuía

continuar viviendo". Cuando consideramos todos estos ejemplos, lo que es verdaderamente importante es

el convencernos de que los logros conseguidos en la ancianidad dependen más de la actitud o

disposición mental que de las fuerzas físicas que uno tiene.

 

Paz de la mente

 

 

Una actitud mental positiva, jubilosa y juvenil está insinuada en los primeros versos del salmo

103. También es evidente en las mismas líneas el deleite de vivir a despecho de la vejez que avanza.

Bendice a Yahvé, alma mía,

del fondo de mi ser, su santo nombre,

Bendice a Yahvé, alma mía,


 

 

 

no olvides sus muchos beneficios.

El que todas tus culpas perdona,

que cura todas tus dolencias.

Rescata tu vida de la fosa

y te corona de amor y de ternura.

El que harta de bienes tu existencia

mientras tu juventud se renueva como el águila.

Comentaremos más adelante éstas y otras condiciones que ayudan a conseguir una feliz

ancianidad.

La paz mental es un elemento esencial de la felicidad. Ella implica que uno no guarda ningún

resentimiento o amargura en su corazón. Y como en el salmo antes citado, uno está agradecido porque


63


Dios ha perdonado todos sus pecados. A su vez, uno perdona a todos los que han sido injustos o le han

ofendido: y uno debe perdonar totalmente.

Tal vez no sea posible el olvidar, pero esto no importa demasiado. Cuando una herida se ha

curado, la cicatriz permanece - uno recuerda -, pero ya no hay más dolor. Sin embargo, uno debe evitar el

rememorar innecesariamente acontecimientos desagradables y heridas pretéritas. Mas bien -como en el

salmo citado -, debe recordar "cuán bondadoso es el Señor" y uno puede también comprender que la

benevolencia del Señor fue frecuentemente manifestada a nosotros a través de la bondad de las

personas buenas que nos rodean.

También para la paz de la mente, uno tiene que aceptar con serenidad el proceso del gradual

deterioro físico. El deterioro físico puede darnos un mayor tiempo libre para pensar en Dios y para unirnos

nosotros a El. Y la impuesta forzada "pasividad" puede ser "divinizada", empleando la expresión de

Teilhard de Chardin.

Una sensación de seguridad es también indispensable para la paz de la mente. Ello implica una

confianza total en la amorosa providencia de Dios. Pero la voluntad de Dios es que nosotros tomemos

disposiciones razonables para nuestra vejez. Yo mismo, como religioso que soy, sé que tendré todo lo

necesario -¡forma parte del prometido ciento por uno! Quiero decir a aquellos que tienen familia que tal

como vean sus hijos que ellos tratan a sus padres ancianos, así probablemente serán tratados ellos en su

ancianidad.

De esto ya hemos hablado en los capítulos precedentes, pero algunas cosas merecen ser

acentuadas. Una mente juvenil se caracteriza por el deseo mantenido de aprender y de perfeccionarse

uno mismo. Ello implica también el tratar de ser útil a los demás, teniendo un interés genuino por ellos y

por sus actividades.

Otra característica de una actitud juvenil es la capacidad de disfrutar con la compañía de los

demás, sean chiquillos, jóvenes o personas de su misma edad. Una persona con mente juvenil gusta de

hacer nuevos conocidos e incluso nuevas amistades. Uno no es viejo en tanto sigue indagando la verdad.

 

Siempre activos en ocupaciones agradables

 

 

Uno debe mantenerse activo, mental y físicamente, en cosas que uno pueda todavía hacer y que

le agrade hacer. Tales actividades no pueden ser improvisadas de repente, uno debe planearlas con

mucha anticipación. Pueden haber proyectos a corto y a largo plazo, de manera que una vez alcanzada la

vejez, uno siempre tenga algo que hacer y algo que proyectar para más adelante. Cuando una tarea esté

terminada ya debemos tener otra cosa que hacer sin intervalos de perezosa y depresora inactividad.


 

 

 

 

En los años en que estuve regentando una extensa parroquia he visto como muchos feligreses


64


alcanzaban la edad del retiro forzoso. Aquellos que consiguieron inmediatamente ocuparse en otra tarea

fácil y gratificante se mantuvieron sanos. Aquellos que dijeron "He trabajado toda mi vida, ahora quiero

solamente reposar" generalmente enfermaron pronto y algunos de ellos también murieron pronto. Cuando

uno se retira del trabajo que ha estado haciendo durante años, lo importante es que se retire para hacer

algo diferente pero no de toda actividad o compromiso.

Me agrada el ejemplo de un viejo amigo mío, cercano ahora a los 80 años. Con alguna ayuda

ocasional él lleva la administración de sus propiedades urbanas. El tiene que llevar la contabilidad, pero

no quiere utilizar una calculadora porque dice que quiere mantener su mente joven y despierta.

Tal vez alguno no encuentre una nueva actividad estimulante pero en este caso es posible que

pueda reavivar alguna antigua afición (hobby) e incluso después de pensarlo bien pueda iniciarse en otra

nueva para él. No importa cual sea la afición con tal que a él le guste y no le imponga ninguna

responsabilidad preocupante. Puedes encontrar verdadera satisfacción en la vejez si tú puedes sentir

orgullo en lo que todavía eres capaz de hacer.

La actividad en la vejez requiere una voluntad suficientemente fuerte para poder trabajar de

forma moderada. Una tal firme voluntad hace que uno rehuya toda idea de derrotismo y estimula la

"imaginación positiva" según la denominación de Norman Vincent Peale. Esta imaginación consiste en un

sano soñar despierto acerca de las buenas y placenteras cosas que uno quisiera hacer y que uno cree

que es capaz de hacer.

En su libro Rovering to success (Vagando hacia el éxito) Lord Baden Powell dice que durante

años él practicó este tipo de imaginación y que ello le ayudó a moverse y a hacer cosas que de otra

manera  hubieran quedado por hacer.

Un amigo mío, que ahora tiene 83 años, aunque a veces se siente agobiado por la edad,

continúa soñando en su próximo viaje, en avión o de crucero, con su esposa que también ama viajar. El

prepara sus viajes con meses de antelación y si cae enfermo algún tiempo antes siempre se restablece a

tiempo para emprender el viaje en la fecha señalada para la salida. Hasta ahora él siempre ha sido capaz

de convertir sus sueños en realidades. En su última carta me refiere brevemente sus achaques y la

probable necesidad de ser intervenido quirúrgicamente, pero a continuación expone jubilosamente sus

planes para un crucero por el Mediterráneo el próximo verano con visita a Tierra Santa.

Es bueno conservar algunas responsabilidades, en tanto sea posible, incluso después del retiro o

jubilación. Puede ser motivo de muy agradecidas satisfacciones. Ello es lo que motiva que un número

considerable de personas ancianas prefieran vivir solas (con ayuda suficiente de otras personas cuando

la necesitan) que ir a vivir con alguno de sus hijos casados.

 Probablemente ellos estarían bien cuidados pero perderían su independencia celosamente

conservada. Si uno tiene que vivir con otros y si tiene que depender de ellos, es bueno que cuanto menos

en algunas cosas él pueda conservar, en cierta medida, la independencia y confianza en sí mismo.

Ha contribuido mucho a mi personal bienestar en mi mediada setentena el poder utilizar una

motocicleta ligera que me da una cierta independencia de movimientos, para poder hacer un poco de

trabajo pastoral en la Misión.

 

 

Oración y unión con Dios

 

 

Aunque ya lo haya mencionado anteriormente debo insistir aquí en la oración y unión con Dios

como condicionantes favorables para una feliz ancianidad. A medida que nuestras actividades devienen


 

65

 

 

mas y mas restringidas, una mayor relación y unión con Dios nos dará valor, no sólo para aceptar nuestra

situación personal sino también para divinizar nuestras propias pasividades. Teilhard de Chardin escribió:

"Después de haber sido, tal vez, primordialmente sensible a los atractivos de la unión con Dios

por la acción, el cristiano se pone a concebir y a desear un aspecto complementario, una fase ulterior, a

su comunión con Dios, aquella en la cual se perderá más en Dios que no se desarrollará a sí mismo... Ha

llegado el momento de examinar la cantidad, la naturaleza, la posible divinización de nuestras

pasividades." (Le milieu diain, Teilhard de Chardin, Parte 11, Capítulo 1, La divinización de las

pasividades).

Teilhard tiene a continuación otro capítulo sobre "Las pasividades de nuestras disminuciones", en

el cual hay párrafos sobre: "Nuestros evidentes fallos y su transfiguración", "Comunión (con Dios) a través

de las disminuciones" y "Verdadera resignación". El dice: "nosotros debemos vencer a la muerte

encontrando a Dios en ella".. Y esto debe ser aplicado a todos los aspectos de las disminuciones en los

procesos de envejecimiento. Verdadera resignación a la voluntad de Dios es una parte integral de nuestra

cooperación con El para la divinización de nuestras pasividades.

Gusto de poner como ejemplo a un canoso sacerdote jesuita, amigo mío, quien demostró lo que

es la verdadera resignación positiva. Tuvo un grave accidente de circulación en Bombay y fue

hospitalizado. Un cirujano estaba pensando en amputarle un pie que creía destrozado en forma

irreparable. Pero otro doctor viendo la fibra espiritual y la serena cooperación del paciente, decidió intentar

salvar el pie. Y lo hizo. Unos meses después, el doctor, que era jainista, fue a visitar como amigo a su

anciano paciente. El doctor dijo que quería saber "cómo había logrado mantenerse relajado después del

accidente, el día de la intervención e incluso cuando se estaba discutiendo la amputación del pie". El

sacerdote le respondió: "Porque yo sé que Dios me ama igual, cualquiera que sea mi estado, con pie o sin

él".

Verdaderamente ayuda el pensar que Dios no nos ama menos cuando estamos enfermos e

incluso inválidos. Al contrario, entonces somos más queridos por El.

El leer algunos párrafos escogidos de las Sagradas Escrituras (o cuando nosotros no estemos en

condiciones de hacerlo, el conseguir que alguien los lea en voz alta para nosotros), puede ser muy útil

para que mantengamos nuestra mente en Dios. Algunos de los salmos, la pasión de nuestro Señor, el

sermón de la montaña, la parábola de las diez vírgenes, etc., son particularmente recomendables.

En una ocasión visité a un caballero hindú, un hombre muy culto de avanzada edad y que había

quedado totalmente ciego. A pesar de no ser cristiano él hacía que una de sus hijas le leyese diariamente

párrafos del Nuevo Testamento. El llegó a estar muy cerca de Cristo.

Cuando nosotros ya no podamos ser activos pero todavía continuemos intentando "divinizar

nuestras pasividades" podemos pedir que alguien nos lea en voz alta el siguiente salmo 63:

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,

mi garganta tiene sed de ti,

mi carne tiene ansia de ti,

como tierra seca, agotada sin agua...

Tu lealtad vale más que la vida,

te alabarán mis labios;

toda mi vida te bendeciré

y alzaré las manos invocándote.

Me saciaré como de enjundia y de manteca

y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti


 

 

 

y velando medito en ti,

es que fuiste tú mi auxilio,

y a la sombra de tus alas canto con júbilo,

mi aliento está pegado a ti

y tu diestra me sostiene.

 

DEFECTOS QUE DEBEN EVITARSE EN LA ANCIANIDAD

 

 

Aislamiento y egocentrismo

 

 

Para algunos ancianos el escollo más peligroso que puede destrozar el último lapso de su vida

es el aislamiento. Debemos enfrentarnos con el hecho de que casi todos nosotros, al menos en alguna

ocasión, experimentamos aislamiento. Debemos aceptar que el aislamiento forma parte del proceso de

envejecer y nosotros debemos reaccionar a la consiguiente depresión transformándolo en una fértil

soledad.


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 Esto excluye la preocupación excesiva por uno mismo y las propias necesidades, que conduce a

una vida de retraimiento y amargo aislamiento. Interesarse por los otros y por sus preocupaciones crea un

sentimiento de compañerismo. Uno no está solo. Especialmente debemos aprender cómo estar a solas

con Dios. La soledad nos da la gran oportunidad de darnos cuenta de nuestra relación amorosa con Dios.

"Sólo con Dios" es el feliz título de un libro muy práctico para ejercitantes. Me agradaría hacer

mías las reflexiones de J. Maurus: "En general, el aislamiento es la privación de afecto y el único medio

de curarlo es escapar de él para hacer amplia vida social, cultivando el interés y la simpatía genuina por

las otras personas... No dejes que la autocompasión se vuelva tu muleta. Estáte genuinamente interesado

en el presente. No te arrastres lentamente dentro de tu concha como una tortuga y no te vuelvas

totalmente inconsciente de las necesidades de los demás."

Y también quiero compartir con mis lectores la bella expresión de las mismas ideas por una

religiosa "Soledad es la plenitud de ser; aislamiento es el vacío... Soledad es disponibilidad para

experimentar el amor de Dios que aviva mis sentimientos en mi profundo interior y me hace sentir a mí

misma como una persona extraordinariamente afortunada. Aislamiento es obsesionarse consigo mismo.

Soledad es auto-ofrenda. Hay una diferencia como del cielo al infierno entre ambas. Lo que falta en el

aislamiento es el flujo vital del amor. Sólo en la práctica extrema del amor podemos liberarnos del

cautiverio del aislamiento."

Los ancianos, que no han transformado su aislamiento en una soledad mentalmente sana,

fácilmente se convierten en morbosos egocéntricos exigentes, irritables y quejumbrosos, encontrando

siempre faltas en los demás. No es por tanto sorprendente que nadie encuentre agradable vivir con tales

personas.

Recuerdo a una anciana monja que disfrutaba de gran paz espiritual. Ella me dijo un día, que

nunca se quejaba de nada ni de nadie. Tal vez nosotros podríamos aprovechar su ejemplo, tomar una

resolución similar y renovarla cada día.

Humildad y caridad son necesarias para tener esta disposición de ánimo. El consejo de san

Pablo (carta a los Filipenses 2,14) viene a propósito: "En vez de obrar por egoísmo o presunción, cada

cual considere humildemente que los otros son superiores y nadie mire únicamente por lo suyo, sino

también cada uno por lo de los demás"


 


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