¡Dios te salve María!
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Excesivo apego a algunas cosas materiales Aunque menos corriente, creo que con los defectos antes mencionados existe el peligro en la 67 vejez, de un desordenado o exagerado apego a las cosas materiales grandes o pequeñas. En los años de declive, todo parece escaparse de nuestras manos y nos agarramos a lo que sea: las cosas tangibles que a uno se le han vuelto de suma importancia, como un par de confortables zapatos, una desvencijada butaca o algún otro mueble, la cuenta bancaria, etc., incluso el comer y el beber pueden llegar a dominar nuestra mente. Henri J.M. Nowen en su libro Con las manos abiertas, explica la anécdota de una anciana señora, mentalmente trastornada, que agarraba con tal fuerza una vieja moneda en su apretado puño que nadie consiguió abrirlo para quitársela; era todo lo que tenía y no quería separarse de ella. Nuestros apegos puede que no sean tan irrazonables como éste, pero haremos bien en examinar sino son a veces exagerados. La solución para este defecto, es la que hemos indicado en las páginas precedentes; a saber, el preocuparnos por los demás y amarlos, y amar a Dios. Debemos vivir a un mas alto nivel que el del mezquino materialismo. Hay humor en la oración que transcribimos a continuación. Espero que mis lectores aceptarán benévolamente mi pequeña nota de humorismo al incluirla aquí. Se nos ha dicho que esta anónima plegaria, escrita en el siglo XVII por una monja, fue encontrada en la Catedral de Canterbury. Presumo por tanto que fue escrita en inglés pero desconozco el texto original. Una versión francesa de la misma apareció hace un par de años en la revista Prier, publicación mensual sobre la oración. Señor, tú sabes mejor que yo que me estoy haciendo vieja y que un día, pronto, yo estaré incluida entre los "ancianos". Guárdame del fatal hábito de creer que yo tengo algo que decir a propósito de todo y en toda ocasión. Líbrame del obsesivo deseo de poner en orden los asuntos de los demás. Hazme reflexiva pero no malhumorada, servicial pero no arbitraria. Me parece que es una lástima que no sean utilizados los valiosos recursos de mi sapiencia. Pero tú sabes, Señor... que me agradaría conservar algunos amigos. Refréname para que no me extienda en la mención de infinitos detalles. Dame alas para alcanzar el final. Sella mis labios acerca de mis achaques y dolores aunque ellos se incrementen cada día y que me resulte más dulce cada día el referirlos, a medida que pasan los años. No me atrevo a pedirte tanto como que llegue a disfrutar oyendo recitar los achaques y dolores de los otros pero ayúdame a soportarlo cuanto menos con paciencia. No me atrevo a reclamar que me des mejor memoria, pero sí que me des una creciente humildad y menos presunción cuando mi memoria se enfrente con la de los demás. Enséñame la gloriosa lección de que puede suceder que algunas veces yo esté equivocada. Guárdame Señor. Yo no tengo grandes deseos de santidad: ¡hay algunas santas personas con las que resulta tan difícil convivir! Pero una persona vieja llena de amargura es seguramente una de las invenciones supremas del diablo. Hazme capaz de percibir lo que hay de bueno allí donde no esperaba encontrarlo, y de reconocer talentos en gente en la que los otros no los habían visto y dame gracia para decírselo así. Amén. LA OBJECIÓN DE UN LECTOR Cambiar nuestra actitud Un buen amigo mío, antiguo Profesor de la Escuela Superior, leyó el primer borrador de este libro. Después de unas calurosas palabras de apreciación, me dijo: "El libro es incompleto en cierto sentido. Da excelentes y numerosos ejemplos de personas en 68 distintas condiciones de vida, que encontraron modos y maneras de hacer que su vida de retirados fuese agradable y al propio tiempo útil para ellos mismos y para los demás. Pero en el mundo actual, el problema no consiste en cómo hacer el mejor uso de nuestro tiempo libre sino en cómo adaptarnos a las más intolerables situaciones que están más allá de nuestro control. En el día de hoy, el hombre es una víctima de las situaciones sociales y políticas, de las relaciones familiares rotas y de otros innumerables problemas. Y además, es también víctima de la confusión espiritual. Así pues, aunque pueda solventar fácilmente el problema de cómo emplear provechosamente su tiempo libre, quedan otras situaciones que escapan a su control, que hacen su vida aburrida y desagradable..." Mi amigo había trazado una gráfica descripción de la situación en la que se encuentran muchas personas retiradas; pero yo quiero añadir que su tono me suena a mí como ultra-pesimista y que muchos de nosotros, retirados o jubilados, no suscribiríamos la anterior descripción de nuestra situación. En una situación determinada, diferentes personas pueden reaccionar distintamente de acuerdo con sus respectivas actitudes mentales. Es principalmente merced a una actitud nuestra serena y positiva que podremos tal vez cambiar un infortunio en una oportunidad. Uno de los propósitos principales de este libro es el fomentar en el lector una actitud mental optimista. Al mismo tiempo admito que muchos se enfrentan a situaciones o circunstancias que hacen la vida desagradable e incluso a veces intolerable. No es posible, desde luego, dar un consejo que pueda cubrir adecuadamente todos los casos. Sólo podemos revisar brevemente los principios generales. Luego, puede cada uno de vosotros, lector o lectora, elaborar una solución para su caso particular. 69 Mi amigo habla de situaciones adversas que escapan al propio control. Obviamente nosotros no podemos cambiar hechos como la enfermedad, penuria, etc., pero podemos cambiar nuestra reacción y nuestra acomodación a los mismos. Nosotros podemos, quizá, crear también mejores condiciones para disponer de tiempo libre durante el cual nosotros podamos llevar a cabo cosas que nos gusta hacer. Cada uno de nosotros haría bien en considerar serenamente qué es lo que puede hacer para liberarse, o cuanto menos reducir, la carga de cada una de las situaciones difíciles a medida que se presentan. La apreciación de las situaciones y de los posibles remedios, requiere valor y energía, porque uno debe estar preparado para eventuales cambios drásticos y tal vez nunca imaginados. Oración y aceptación La exploración de la situación debe ir acompañada de la plegaria. Los lectores tal vez conozcan la "Oración para la serenidad". ¡Oh Dios! Dame valor para cambiar las cosas que deben ser cambiadas; paciencia para soportar las cosas que no pueden ser cambiadas; y sabiduría para ver la diferencia. Puede suceder a veces, incluso en circunstancias muy penosas, que uno mismo no puede encontrar la manera de mejorar las cosas y en su angustia exclame: "¿Por qué Dios permite que esto me suceda a mí?" Puede ayudarles entonces, el acomodar su mente para vivir en paz y serenidad con el irresoluto problema del mal, como ya hemos dicho en el primer capítulo de este libro. Con oración, iniciativa y valor, habiendo intentado sinceramente eliminar o disminuir el peso de las circunstancias adversas, uno debe estar presto a aceptar la situación confiando en la bondad de Dios y en su providencia: "... confiadle todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros." (1 P.5,7). La aceptación es condición esencial para la divinización de nuestras preocupaciones y sufrimientos o sea para "la divinización de nuestras pasividades" para emplear otra vez la frase de Teilhard de Chardin. Nosotros podemos ser llamados a tener una buena participación en la pasión de Jesús. Como Jesús en Gethsemaní podemos rebelarnos ante la perspectiva de lo que consideramos un insoportable sufrimiento. Sí, como El podemos rezar "Padre mío, si es posible aparta de mí este cáliz", pero Jesús, porque amaba a su Padre, añadió "sin embargo que no se haga ni voluntad sino la tuya". Estas eran palabras de total aceptación. También nosotros, después de haber orado y hecho todo lo posible para eliminar o disminuir nuestros sufrimientos, debemos aceptar el hecho de que es voluntad de Dios que nosotros suframos esta aflicción. Entonces, nosotros también, sostenidos por la plegaria y la fe debemos ser capaces de decir: "que no se haga mi voluntad sino la tuya". La oración engendra la fe, lleva al amor y al valor. El amor induce a la aceptación. Y la aceptación conduce a la libertad y a la paz. Me gustaría confirmar con dos ejemplos la efectividad de la aceptación para conseguir la paz mental en medio de la aflicción. Fueron dos casos de extremada ansiedad o angustia, uno debido a enfermedad y el otro a la brutal persecución de los hombres. 70 1. Aproximadamente al mismo tiempo que recibí la carta de mi amigo, me llegó a las manos un artículo escrito por un enfermo de cáncer, Christopher Kiesling, titulado A cancer patient's vision of faith (publicado en la revista America el 31 de diciembre de 1983). Su maravillosa visión de la fe era, yo pensé, una muy buena respuesta a la carta de mi amigo. Cito aquí unas pocas líneas de este artículo: "Un viernes por la mañana... estaba a punto de salir de la oficina para ir a recoger el informe médico de mi examen por el "escáner". Me quedé inmóvil unos instantes, haciendo una breve e intensa plegaria. Dije: `Padre, si ello es posible, aparta de mí este cáliz, yo te pido esto no para mí, sino por los otros que sufrirían si yo tuviese que sufrir. Y si tengo que sufrir, dame la gracia de hacerlo cristianamente." El autor nos explica que él sentía mucha más ansiedad por su madre y sus amigos que por sí mismo. Más adelante prosigue: "El hacer la voluntad de Dios es la finalidad de nuestra vida, sin duda la verdadera esencia de una vida auténtica. Si bien yo, como es natural, me rebelo contra el cáncer y sus consecuencias, yo puedo con la ayuda de Dios sobrellevarlo y trabar batalla contra todo para realizar el designio de Dios para mi vida." El artículo termina diciendo: "He llegado a la conclusión, no obstante, que ser un enfermo de cáncer puede ser sin duda mi vocación según Dios. Así como a jeremías no le gustaba su vocación, a mí tampoco me gustaba ésta. Pero si ésta es mi vocación, yo la cumpliré con la ayuda de Dios. Con esta visión por la fe y con esta actitud, yo encontré la paz mientras iba al consultorio del médico en la mañana de aquel crítico viernes." 2-El 10 de octubre de 1982 fue proclamado santo y mártir del amor, un fraile franciscano, Maximiliano Kolbe. Le hemos mencionado brevemente en un capítulo precedente. Treinta años después de la muerte de Kolbe el Papa Pablo VI lo describió como "probablemente la más brillante y resplandeciente figura que surgió de la inhumana degradación e inconcebible crueldad de la época nazi". Sucedió en julio de 1941 en el campo de concentración de Auschwitz. Un prisionero del campo había escapado y desaparecido. En represalia, del barracón del fugado fueron designados al azar 10 hombres para ser ejecutados. Ellos serían abandonados, desnudos, sobre el suelo de cemento de una celda subterránea para que muriesen de hambre, sed y frío. Uno de estos hombres rompió a gritar: "¡Mi mujer, mis pobres hijos!". El padre Kolbe dio un paso adelante y dijo que quería tomar el lugar de aquel prisionero. "Yo estoy solo en el mundo. Este hombre tiene una familia por la que vivir", fueron sus palabras y le fue concedida su petición. Pasaron los días. En la celda los hombres moribundos gemían, se quejaban y gritaban delirando. Pero cuando estaban conscientes ellos agradecían las palabras del P. Kolbe, quien les aseguraba que Dios no les había olvidado a ellos. Mientras tuvieron fuerzas rezaron y cantaron con el P. Kolbe. Al cabo de dos semanas sólo cuatro hombres estaban todavía en vida. El P. Kolbe fue el último en morir. Los guardas nazis no pudieron soportar por más tiempo la tranquila serenidad de este prisionero, por lo que, finalmente, lo mataron inyectándole ácido fénico. El recibió la inyección letal sonriente y susurrando "Ave María". Sostenido por su fe, fruto del amor, el P. Kolbe aceptó esta terrible muerte. El era un prisionero moribundo pero era el dueño de sí mismo. El estaba libre con la libertad de espíritu que engendra paz y serenidad. 71 POR LA MUERTE NOS REUNIMOS CON DIOS, NUESTRA VERDADERA FELICIDAD Acepta la muerte tal como venga Tal vez, después de haber visto en otros los grandes sufrimientos que precedieron a su muerte, algunos podemos tener un gran temor a la muerte y a todos sus posibles antecedentes dolorosos. En primer lugar, nosotros no debemos hacer suposiciones hipotéticas como: "Si yo tengo tal y tal clase de enfermedad será insoportable para mí". Porque puede ser que esa clase de enfermedad no llegue nunca y si alguna vez Dios te la enviase El te daría a ti la gracia y la fuerza de soportarla. En segundo lugar, parte del sufrimiento del dolor y de la ansiedad, desaparece si tú crees en Cristo, el Redentor. La pasión de Jesús y su muerte en la cruz fueron sobremanera dolorosos. Pero su aceptación del sacrificio de su vida sobre la cruz obtuvo para nosotros la felicidad eterna. Cuando llegue nuestra hora, nosotros podemos ofrecer nuestros sufrimientos, y el sacrificio de nuestras vidas, en unión con el redentor sacrificio de Cristo. Nosotros verdaderamente podemos participar en su oblación expiatoria. Nuestros sufrimientos y muerte, unidos con la pasión y muerte de Cristo, tienen también valor redentor y serán fuente de felicidad. Como se ha dicho en un precedente capítulo, nosotros podemos divinizar nuestros sufrimientos y nuestra muerte. Es únicamente por nuestra muerte que nosotros podemos ir a encontrarnos con Dios, cuya vida y felicidad compartiremos por toda la eternidad. En consecuencia el día de nuestra muerte debiera ser el día más feliz de nuestras vidas: el día del encuentro con el Señor. Nosotros podemos estar aterrorizados por la muerte y los posibles sufrimientos que la preceden, pero como Jesús, que lleno de temor como estaba aceptó su pasión y muerte, nosotros también con un acto de voluntad podemos decir: "Que se haga vuestra voluntad, no la mía". La aceptación de la muerte y de la clase de muerte que Dios ha querido o permitido para nosotros, puede liberarnos del temor a la muerte. Cito a continuación unas pocas líneas de una hermosa carta que recibí recientemente de una vieja amiga que había estado a punto de morir. Ella me escribió: "Yo estuve en el hospital nueve días y de ellos, cinco o seis con inhalación de oxígeno las 24 horas del día. El médico dice que si no me hubieran llevado al hospital yo hubiera tenido un paro respiratorio. Pero gran número de cosas buenas resultaron de esa experiencia. Por de pronto yo perdí el miedo a morir... Ahora, incluso, me he dado cuenta como nunca... de los maravillosos hijos que tengo." Una alegre filosofía de la vida y de la muerte Cuando fui informado de que uno de mis mas jóvenes hermanos tenía un cáncer en fase terminal, le envié esta carta: Querido Luis: Todos nosotros somos peregrinos en la tierra en camino hacia el cielo. El camino a veces es difícil y penoso, pero al llegar a nuestro destino todo será puro gozo. Por lo que me han escrito, parece que tú llegarás antes que el resto de nosotros. Existirá la pena de la separación para nosotros, pero tú tendrás la bienaventuranza celestial. Conocemos bastante de las cosas de este mundo pero sabemos muy poco de las del cielo. Para ti, y para nosotros cuando llegue nuestro turno, la llegada al cielo será una grande y maravillosa sorpresa. San Pedro en la montaña de la Transfiguración, viendo la gloria de Nuestro Señor dijo: "Es maravilloso para nosotros estar aquí". Yo creo que al llegar al cielo nosotros también diremos, "¡Es maravilloso estar aquí con Dios nuestro amante Padre!". 72 Allí te encontrarás con Montserrat (su esposa fallecida poco antes). Ella está, me atrevo a decir, esperándote a ti. En el Cielo podrás rezar por tus hijos y nietos, y por todos nosotros, que permanecemos todavía en nuestro exilio, o mejor dicho, que estamos todavía caminando a lo largo de nuestro peregrinaje. Desde el día que supe tu enfermedad he ofrecido el Sacrificio Eucarístico por ti y por tus intenciones. Yo rezo especialmente para que Dios te dé paz interior y valor... ¡Adiós querido Luis! Te agradezco todo lo que tan generosamente has hecho por mí y por nuestra gente de aquí, durante todos los años pasados... Un muy fuerte y afectuoso abrazo de tu hermano misionero. Ramón En el año 1950, según informó la prensa diaria, el P. Daniel Lord, S.J., muy popular entre los jóvenes de los Estados Unidos, explicó en una entrevista transmitida por la radio, su alegre actitud frente a la muerte. "Cuando me enteré que tenía un cáncer incurable a principios de año, debo admitir que yo tuve una sensación de alivio... Conociendo pronto la verdad tuve la oportunidad de terminar cantidad de trabajos inacabados y de ver amigos que había descuidado. Entonces también encontré de repente que la vida devenía muy preciosa para mí. El mundo me pareció bueno y el tiempo se volvió tan valioso que traté de exprimir cada segundo que pude de cada hora. Me di cuenta más agudamente de todo lo que me rodeaba. Si para mí el fin de la vida en la tierra era realmente el fin del camino, supongo que debía temerlo, pero no creo que lo sea. Creo que (la muerte) es sólo el comienzo de una vida más copiosa... En mis silenciosos momentos de meditación sentía la bondad de Dios, porque ahora comprendí totalmente que cada muerte es un principio, y cada muerte es el regreso del (hijo) pródigo cuyo Padre está esperándole en la cumbre del distante cerro con los brazos abiertos... en espera de su llegada. La vida es maravillosa, el camino es hermoso y es muy, muy estimable el estar aquí; pero para una persona que tiene fe y la determinación de encajarse él mismo en los planes de Dios, el final del camino es realmente el momento apasionante porque ahí está la más copiosa vida." En ocasión de cumplir sus 80 años Karl Rahner concedió afablemente una entrevista "telegráfica" a la revista española "Vida Nueva". La última pregunta que se le hizo fue: "Padre Rahner, ¿qué pregunta se haría Ud. a sí mismo en esta encrucijada de su vida cuando acaba de cumplir 80 años?" El respondió: "Bien, aquí tiene usted la pregunta y la respuesta. "¿Qué es lo que yo busco? La luz de Dios, su eternidad y su misericordia. Yo anhelo rezar junto con santa Teresa de Jesús, "Nada te turbe... para que aquel que tiene Dios, Dios es suficiente'. Y ansío decir con san Ignacio de Loyola su `Tomad Señor y recibid... dadme vuestro amor y gracia que esto me basta'. Ambas plegarias son idénticas; ellas no deben ser dichas con palabras sino con la plenitud de nuestro ser, para siempre." El murió poco después de esta entrevista, el 30 de marzo de 1984. El filósofo francés Paul Claudel dijo: "He terminado mi camino, he sembrado mi trigo y lo he cosechado... Ahora he terminado mi labor. Estoy viviendo en el umbral de la muerte y siento un indescriptible gozo en mí." El amor de Dios: resumen de la vida cristiana Toda la santidad y perfección cristiana consiste en el amor de Dios. Este amor une al hombre 73 con Dios, su altísimo fin, y esta unión le hace necesariamente perfecto: porque la perfección de una cosa consiste en conseguir y unirse a su fin último. La caridad, dice el Apóstol, es el vínculo de la perfección, porque une y conserva todas las virtudes que hacen al hombre perfecto. Y por esto dice San Agustín: Ama y haz lo quieras. En efecto, el que ama. No hace nada que desagrade a la persona amada, y al contrario hace todo lo que le place. Así, pues, el que ama a Dios, evitará todo pecado, cuanto le sea posible con la gracia divina, y procurará igualmente practicar todas las virtudes. Por esto, si queremos alcanzar la santidad y perfección a que estamos por Dios destinados, debemos alcanzar este amor de Dios, sin el cual no hay salvación posible para nuestra alma. Y si queremos también adelantar en este camino de la santidad y perfección, hemos de adelantar en la caridad y amor de Dios, el cual comienza, perfecciona y corona la obra de nuestra salvación. Por esta razón, Dios, después de haber enviado al mundo a su unigénito Hijo, como Redentor del género humano, el día de Pentecostés envía al mundo al Espíritu Santo como santificador, el cual, difundiendo en nuestros corazones el don preciosísimo de la caridad divina, da fin y complemento en nosotros a la obra de la redención del mundo. A fin de excitar en nosotros este amor, tan necesario a nuestra santificación y perfección, y a fin de conducirnos al término después de un largo camino, nos propone San Ignacio para contemplar, en esta última meditación, cuanto merece Dios ser amado de nosotros, y cuán contrario sería a toda razón no sólo no amarle, sino también no amarle de la manera más perfecta que se pueda. Antes de la meditación pone el Santo una advertencia, esto es, que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras. El amor que consiste sólo en palabras, puede ser un amor de sólo afecto que no llega a las obras. Y lo mismo dice San Juan. "Hijitos míos, no amemos sólo de palabra y con la lengua, sino con la obra y de verdad". El amor no sólo de afecto, sino también de acción, es el fin de esta meditación; por lo cual, en el segundo preludio, nos hace pedir el Santo la gracia de consagrarnos sin reserva al servicio y amor de su Divina Majestad. El amor sobrenatural, que existe entre Dios y el hombre en virtud de la gracia santificante, es un amor de amistad, que consiste en las obras recíprocas y en la comunicación de los bienes entre los amigos, verdad que San Ignacio establece en una segunda nota o advertencia antes de la meditación. De donde se ve la relación que hay entre las dos notas, de las cuales la primera declara la naturaleza del amor, y la segunda la naturaleza del amor de amistad. Y, en efecto, si el amor consiste en las obras, en las obras recíprocas y en la comunicación de los bienes, para movernos a este amor a Dios, conviene ante todo considerar cuál haya sido la liberalidad y munificiencia de Dios con nosotros, y esto es precisamente lo que hace San Ignacio en los tres puntos primeros de la contemplación. PUNTO PRIMERO –Beneficios de Dios- ¿Cómo no merecería Dios el ser amado, y ser amado con todo nuestro corazón? Él nos ha amado primero, y nos ha amado desde la eternidad; aun no existíamos, el mundo mismo no existía, y ya Dios nos amaba, desde que era Dios nos amaba, desde que él se amaba a sí mismo. Mas el verdadero amor no existe sin las obras; donde hay amor, allí obran grandes cosas; donde el amor no obra, allí no hay amor. Y por eso dice San Gregorio: la prueba del verdadero amor son las obras . Ahora bien, ¿qué hay en nosotros y fuera de nosotros, que no se obra y efecto de este amor de Dios para con nosotros?. Nos ha dado un alma criada a su imagen y semejanza, dotada de memoria, entendimiento y voluntad; un cuerpo provisto de sentidos, la vida con todos los bienes que la acompañan. Por amor de los hombres ha creado el cielo, la tierra y la naturaleza toda entera, Y por esto los Santos no dirigían nunca sus miradas a los astros del firmamento, a las colinas, a los arroyuelos y flores del campo, sin oír en toda la naturaleza el lenguaje del amor de Dios a los 74 hombres, y, sin sentirse inflamados de amor a Dios. "Señor Dios mío, decía San Agustín, todo lo que veo en la tierra y más arriba de la tierra, todo me habla y me exhorta a amaros, porque todo me dice que vos lo habéis creado por amor mío." De la misma manera Santa María Magdalena de Pazzis, considerando una sencilla flor quedaba toda encendida en amor de Dios, y exclamaba: "¡Con qué por mí, por amor mío. Dios ha pensado desde toda la eternidad en crear esta flor!". Pero si pasamos del orden de la naturaleza al de la gracia y de la gloria, este amor de Dios se presentará más y más activo y benéfico. Con la creación nos había dado los bienes propios de la criatura; con la elevación al estado sobrenatural, nos pone en participación y comunicación con los bienes propios de la naturaleza divina. Con la gracia santificante, infundida en nuestra alma, nos hacemos amigos e hijos de Dios y herederos de su reino del cielo. Tiene Dios tan gran deseo de hacernos bien, que no estará satisfecho hasta que se nos haya dado todo entero y para siempre en el cielo. Sí, Dios nos ha colmado de favores y beneficios, nos ha atado con cadenas de amor, y puesto en la necesidad de amarle. En efecto, Dios ha constituido en ese mismo amor toda nuestra bienaventuranza y felicidad, tanto que, si su amor a nosotros no nos determina a corresponderle con nuestro amor, a lo menos debemos determinarnos a amarle por el amor de nosotros mismos. Si consideramos un amor tan benéfico de parte de Dios, queda y hasta prodiga sus bienes, y querría siempre dar más, fácil nos será convencernos que el reconocimiento y la justicia exigen que amamos por nuestra parte a Dios y que le amemos sin reserva. Pero considerando al mismo tiempo que no tenemos nada de nosotros mismos, y que todo lo que tenemos lo hemos recibido de Dios, ¿qué otra cosa podemos hacer sino ofrecerle y devolverle cuanto somos y tenemos?. Nosotros nos hemos dado a las criaturas, pero vos, Señor arrancadnos del mundo y de nosotros mismos para darnos a Vos y ser siempre vuestros. Recibid, Señor, la ofrenda de todo mi ser. Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer [todo lo que tengo y poseo]; vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno, todo es vuestro; disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta. PUNTO SEGUNDO.- Dios presente en todas las criaturas.- Si el beneficios a un amigo es prueba de amor , el ofrecer estos beneficios personalmente, estando presente el mismo amigo, prueba todavía un amor más acendrado. Si un Soberano de la tierra, no sólo quisiese colmar de beneficios a un súbdito, sino llevar y presentar también en persona sus dones, ¿no sería esto una fineza de muy particular amor? Pues lo que apenas se dignaría hacer un hombre respecto de otro hombre. Dios lo hace de una manera admirable respecto de nosotros. Si examinamos todas las criaturas, en todas hallamos a Dios: Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales dando la sensibilidad. Dios está presente en nosotros por los dones de naturaleza, y nos da todos los grados el ser y añade la inteligencia. Está, además, en nosotros por los dones de la gracia, con la cual adorna y embellece nuestra alma, como templo y santuario suyo, donde pone su morada. Esta presencia es invisible. Para movernos más a su amor, ha querido hacerse presente y visible a nosotros en carne mortal.. "El fue visto en la tierra y conversó con los hombres". El continúa todavía en carne inmortal en medio de nosotros en el Santísimo Sacramento del Altar. Si, pues, Dios nuestro bienhechor está siempre en nosotros haciéndonos bien, si nos impulsa y mueve a amarle no sólo con sus dones, sino también con su divina presencia. ¿Cómo podemos nosotros dejar de estar siempre unidos a él, con la memoria de sus beneficios, con la consideración de su benevolencia para con notros, y en especial con el fuego de una ardentísima caridad?. Y cierto que si los beneficios exigen amor de gratitud, esta presencia con que Dios está íntimamente unido a nosotros, exige de nuestra parte un amor de unión que nos haga vivir siempre en Dios. Llevamos a Dios en nuestro cuerpo y en nuestra alma. Debemos por tanto unirnos a él, pensar en él, amarle y obrar siempre en su presencia. ¡Oh, cuán dulce es vivir así en 75 Dios! ¿Y qué vida más deleitable que la misma vida de Dios, la vida de los Bienaventurados en el Cielo, que no consiste en otra cosa sino en conocer y amar a Dios y gozar de su presencia?. Comencemos desde ahora esta vida, si queremos continuarla siempre dichosos en el Cielo. Estemos siempre en nuestras obras fijos los ojos en Dios, recordando sin cesar su divina presencia. Busquemos a Dios en todas las cosas con fe viva, con santa solicitud, con generosos esfuerzos, y caminemos siempre solícitos en su presencia. Si así lo hacemos nos será imposible pecar, ofender a Dios y no serle grato en todas nuestras acciones. PUNTO TERCERO.- Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas criadas. –El amor de Dios conmigo aparece ya bastante grande, pero todavía sube más de punto. No sólo es Dios nuestro bienhechor, íntimamente y de continuo presente a nosotros para ofrecernos él mismo en persona sus dones, sino también trabaja sin cesar por nosotros para colmarnos siempre de sus favores. Si un amigo no se contentase con dar liberalmente sus bienes y ofrecerlos con sus propias manos a su amigo, sino que además se aplicase a un trabajo y acción continua para ofrecer y dar continuamente sus tesoros y enriquecer con ellos al amigo, ¿no sería esto lo más subido del amor?. ¿Y qué hay más operativo que el amor de Dios? Dios nos ilumina con la luz del día, hace florecer y fructificar la tierra, con una palabra lo cría y conserva todo, obra continuamente en cada una de las criaturas para nuestras necesidades, y hasta para nuestro solaz. Con un concurso actual y eficaz sobre en las causas segundas para prodigarnos sus beneficios; obra y trabaja no sólo ayudando a las criaturas a derramar sobre nosotros sus beneficios, sino también para ayudarnos a recibirlos. Es ésta una acción y trabajo continuo de Dios en la naturaleza; pero esto no satisface al amor de Dios para con el hombre. Dios en cierto modo, ha salido de sí, ha tomado la forma de esclavo, se ha sujetado a un verdadero trabajo sensible, cuyas penas todas ha sentido, tolerando todas sus miserias humanas, hasta la muerte y muerte cruel e ignominiosa para darnos la vida y vida eterna. Si no somos insensibles, debemos ciertamente confesar aquí que nuestro amor no sólo debe ser un amor de gratitud, un amor de unión, no perdiendo nunca de vista a Dios, sino también un amor de acción, de trabajo y de sacrificio. Pongamos los ojos en el Apóstol de las Gentes; ora le vemos en prisiones y cárceles, ora cargado de pesadas cadenas, ya apedreado por el pueblo y cruelmente azotado por los sayones, ya acosado en todas partes de los perseguidores, que le buscan para darles la muerte. Pablo ama a Dios, y en medio de estas persecuciones rebosa de consolación . Igualmente San Andrés Apóstol ama a Dios, y se lanza en medio de las cruces exclamando: "Oh Cruz amabilísima, tanto tiempo deseada, tan tiernamente amada, continuamente buscada y preparada al fin a mi alma, que por ti suspira; a ti vengo con toda seguridad y con indecible gozo." No seamos demasiado delicados, no temamos hacer a Dios algún pequeño sacrificio de nosotros mismos. Amemos, amemos, repito, y el amor nos dará fuerzas para hacer y padecer todo por Dios. Cuando el amor de Dios se ha apoderado y enseñoreado de un alma, despierta en ella naturalmente un deseo insaciable de obrar por el amado, y al mismo tiempo de padecer, y si le fuese permitido morir por él, le daría el mayor contento. La tal alma obra y padece por Dios; pero tiene por muy poca cosa todo lo que hace y padece, antes se aflige de hacer y padecer poco por Dios, porque el amor le muestra todo lo que Dios merece. PUNTO CUARTO. –Bondad y perfección infinita de Dios.- Merece Dios de nosotros un amor puro, que perfectamente nos desprenda de nosotros mismo y de toda otra criatura. El amor es una inclinación natural al bien, y el verdadero bien es Dios; todo lo que hay de bueno en las criaturas, cautiva 76 nuestro amor, ¿la bondad perfecta de Dios no merecerá un amor el más perfecto posible?. Traigamos a la memoria todo lo que nuestros ojos han visto de bello y de bueno, añadamos todo lo que nuestras débiles ideas pueden representarnos de agradable y amable, ¿qué es todo esto en comparación de la bondad y belleza divina?. Una gotita de agua en comparación con la inmensidad del océano, un rayo de luz comparado con el sol, un átomo comparado con todo el cielo estrellado, no podría darnos de ello una idea justa. Siempre encontramos aquí seres finitos, limitados; Dios aventaja infinitamente a todas las criaturas existentes y posibles...¿Qué bien hay, pues, en las criaturas, que no nos mueva a amar a Dios con preferencia a todo otro objeto?. Si la santidad. Dios es el Santo de los Santos; si la ciencia, Dios es el manantial de toda verdad; si el poder, Dios es omnipotente. Este es con toda verdad el bien digno de ser preferido a todos los otros bienes, el bien amable por sí mismo y por el cual debe ser amada cualquier otra cosa, que no es más que una pequeña participación de esta bondad divina..Lejos de nosotros todas aquellas reflexiones de amor propio y de buscarnos a nosotros mismos. No más deseos que inquietan, no más temores ni esperanzas por nuestro propio interés. Aquel yo, siempre vivo en mí y siempre sensible, al cual antes lo refería todo, ha de estar para siempre aniquilado. Que esté yo colocado en lugar alto o humilde; que otros se acuerden de mí o se olviden, que me alaben o me vituperen, que se tenga confianza en mí o se tengan injustas sospechas contra mí, que me dejen en paz o me hagan oposición, todo esto ¿qué importa?. Ya es cosa que no me toca; ya no vivo para mí mismo, para interesarme en todo lo que se me haga; vivo en Dios, el cual deja obrar a todas estas cosas, según su beneplácito cúmplase su voluntad, y esto basta. Síguese de aquí que nuestro amor a Dios ha de ser un amor desinteresado, un amor que nos lleve a amarle por sí mismo y por sus infinitas perfecciones. Debemos servirnos de las perfecciones de las criaturas, como de otros tantos escalones, para llegar al conocimiento y amor de las infinitas perfecciones del Criador, despojándonos, cuanto fuere posible, del amor de todas las cosas criadas, amándole en todas las criaturas, y amando a todas en él, conforme a su santísima y divina voluntad . Repitamos otra vez la oferta que hemos hecho a Dios de nosotros mismos, pues nunca estaremos bastante ofrecidos y consagrados a Dios. Sí, Dios mío, tomad, porque todo es vuestro y todo os pertenece. Tomad vos mismo lo que por mi negligencia no puede ofreceros como vos merecéis y sería deber mío; ¿qué puedo negaros, y quién soy yo para rehusaros cosa alguna? Tomadlo todo, tomad mi libertad, que comprende cuanto hay en mí, después mis potencias, mis fuerzas de todo lo cual consiento en verme privado, si lo juzgáis útil para vuestra gloria; y hasta las gracias y dones sobrenaturales, que no quiero ni deseo sino en cuanto vos lo queréis y deseáis. Tomadlo pues, todo, y ¿para qué? Para que dispongáis como Señor absoluto. Tomadlo todo y disponed de todo según vuestro beneplácito. Y en cambio ¿qué quiero yo?. Vuestra gracia y vuestro amor. Esto es todo lo que deseo y pido. Ciertamente no podrá Dios desechar tan generoso ofrecimiento, antes lo recompensará con su amor y con su gracia, y con la perseverante conservación de este amor y de esta gracia. TERESA DE JESÚS, MAESTRA DE FELICIDAD Vida breve de santa teresa de jesús "Nada te turbe. Nada te espante. Todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia, todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta." 77 Esta letrilla se Santa Teresa resume una vida que encontró la paz y la felicidad por medio de la entrega total a Dios. Teresa de Jesús es verdadera maestra de felicidad. Teresa de Cepeda y de Ahumada nació en Ávila en 1515 de una familia de la burguesía media, en una tierra de caballería y en un momento de apogeo de España. Se entusiasmó en su adolescencia por las gestas de los santos (el libro Flos sanctorum de la época), hasta desear el martirio (decapitada por los moros: la heroica fuga de 1522); pero luego también, fue adolescente soñadora y novelera, con gran afición a los libros de caballerías, coqueta, según nos dice, y «enemiguísima de ser monja» . Pero quedó impresionada por las Cartas de san Jerónimo (especialmente por la carta XIV, 2, a Heliodoro), decidiendo, a los veinte años, hacerse monja en el Carmelo de la Encarnación (1535) de Ávila (que contaba con más de ciento cincuenta monjas), donde permaneció veintisiete años, haciendo una experiencia caracterizada al comienzo por fases de oración intensa, y después relajada. Contrajo una grave enfermedad, a causa de la cual corrió el riesgo de ser enterrada viva (que interrumpió su fervor inicial), y de la que fue curada por intercesión de san José. Hizo otra experiencia de mediocridad, ocupada en conversaciones brillantes y vanidosas en el locutorio y en las mansiones distinguidas de Ávila, pero con ayuda de la lectura de las Confesiones de san Agustín y un llamamiento del mismo crucifijo, que la iluminó sobre las exigencias del amor de Dios (1557), a los cuarenta años decidió dedicarse más de lleno a la oración. Cuando quiere reformar la orden carmelita es, pues, ya una mujer madura, con hondas experiencias místicas que le dan aliento para sus constantes viajes por toda España, afrontando luchas y persecuciones, quebrantada de salud, «sin ninguna blanca», pero inflexible en el propósito, porque «nunca dejará el Señor a sus amadores cuando por sólo Él se aventuran». Así empieza el segundo período de su vida confortada asimismo por dos santos que conoció: Francisco de Borja y san Pedro de Alcántara. Su visión reformadora despertó ciertas inquietudes en sus superiores (el nuncio apostólico la condenó, llamándola "fémina inquieta y andariega, desobediente...) a causa de los movimientos pseudomísticos del tiempo (especialmente como cómplice de los alumbrados), y también por el hecho de que numerosos sacerdotes habían abrazado ese proyecto de reforma espiritual. Defendida en Roma por Juan de Avila, por el padre Báñez y por la misma corte de Madrid, pese a la continua oposición a sus nuevas fundaciones, que llevó a la separación de las carmelitas descalzas de las calzadas, confortada por su consejero espiritual san Juan de la Cruz (también él fundador de los carmelitas "descalzos"), Teresa pudo realizar su itinerario místico. Está descrito en sus numerosas obras: su Vida (denunciada a la inquisición), el Camino de perfección, Las moradas del alma (o castillo interior) y otros escritos pedagógicos y líricos inspirados por la mística. Al convento de San José de Ávila siguieron otras dieciséis fundaciones (sin contar quince de varones carmelitas descalzos, a las que contribuyó ayudando a san Juan de la Cruz). Tras un despliegue de actividad, dulzura y fortaleza que maravillan -«todo lo que hay en ti de águila y de paloma» le cantó un poeta-, acaba extenuada en su convento de Alba de Tormes: «Tiempo es ya que nos veamos, Señor mío». Murió la noche histórica del 4 de octubre de 1582 (en la que se pasó del antiguo calendario juliano al gregoriano, de Gregorio XIII), convertida en el 15 de octubre, fue canonizada en 1622 y declarada doctora de la Iglesia en 1970. Mujer excepcional por todos los conceptos, humanísima y alegre, franca, enérgica, tenaz, de un humor incomparable, rebosante de espiritualidad y manejando muy bien, siempre por obediencia, la pluma: sus libros, escritos al desgaire, que le han hecho doctora de la Iglesia, son un prodigio de gracia personal, simpatía y elevación. 78 El tópico, muy fiel a la verdad esta vez, de la monja andariega, resume la paradoja de esta gran figura femenina que ha cautivado a todo el mundo. En éxtasis o entre pucheros, es la santa de la naturalidad sobrenatural, de una sencillez altísima que parece inasequible a los humanos sin la ayuda de Dios. Cuatro preguntas a teresa de jesús Querida Santa Teresa: Acudimos a ti con un deseo grande de escucharte. Sabemos que, durante más de cuatrocientos años, tus enseñanzas, tan llenas de fuerza y viveza, y siempre tan actuales, han llevado a muchos por el camino de la perfección. Hace años que el Papa te proclamó Doctora de la Iglesia, y de este modo nos recomendó tus escritos y nos los garantizó. ¡Qué lejos quedan aquellos días en que fuiste tan incomprendida y perseguida, incluso por las autoridades eclesiásticas, que veían en ti una ¡lusa, una visionaria, con afán de singularizarte!. Recordamos que hasta la Inquisición parece quería meterse contigo. ¡Cuánto debieron dolerte aquellas palabras del Nuncio que te llamó "fémina inquieta y andariega, que, con pretexto de perfección, se pasa la vida fuera del convento". Desde luego fuiste una mujer valiente. Valiente para no hacer caso de tus continuas y graves enfermedades. Valiente para aquellos largos e incómodos caminos, tan llenos de sacrificios y percances. Valiente para superar todas las contrariedades e incomprensiones en cada una de tus fundaciones. Como tú dices, Dios te dio temple "más que de mujer". Por eso a los grandes males de tu tiempo (protestantismo, relajación de costumbres en los propios monasterios...) quisiste hacer frente con grandes remedios. No fue el tuyo el camino cobarde y fácil del que se desentiende de los problemas. También en tu tiempo debían decir muchos: "Y a mí qué me importa"; "eso no es cosa mía", o bien, "esto no tiene arreglo"; "está todo de pena". No. Tú determinaste poner remedio al mal. Y ningún caso hiciste de los que te criticaban, de los que querían frenar tus ímpetus, diciéndote que no te metieras en líos, que hicieras como todas... Creemos que tu pensamiento tan autorizado puede aportar luz a los hombres de hoy. Por esto, te pedimos nos esclarezcas estos temas que nos preocupan: Primero. Cada vez nos resulta más difícil todo esto de Dios. En nuestro mundo de hoy, a Dios le dejamos poco sitio. A raíz del progreso de la ciencia y de la técnica, son muchos los que dicen que "Dios ha muerto", o que no nos hace ya ninguna falta. Otros muchos, sin decirlo de palabra, no hacen ningún caso de El, como si fuera un estorbo para la marcha de la sociedad. Incluso a los que tenemos ganas de ser buenos cristianos nos cuesta horrores tratar con El. ¿Qué dices tú de todo esto? Segundo. Estamos en tiempos de libertad. Por esto encontramos antipático un estilo de vida lleno de sacrificios. Hay palabras que, sólo de oírlas, nos repugnan: por ejemplo lo que huele a humildad, obediencia, paciencia... Tenemos alergia al silencio, la austeridad... y a cosas a las que vosotros dabais mucha importancia. Nos parece que los santos estáis trasnochados. Pensamos a veces que todo eso que llamáis virtudes es una manera de huir de la realidad y de ser menos hombres. ¿Cómo defenderías tú estas cosas? Tercero. En tu tiempo, parece que se hablaba de "enemigos del alma". Decíais entonces: mundo, demonio y carne. Veíais peligros por todas partes, teníais un miedo horrible al infierno. Estas cosas son hoy de poca actualidad. No sabes tú cómo ha evolucionado todo. Comprenderás que hay que encontrar 79 otros valores y motivos para vivir. Pero tu camino no fue la rebeldía, la contestación, echar en cara a los demás sus defectos y errores, querer reformar la Iglesia arreglando "a los demás". También tú veías los grandes males de la Iglesia, como los veía Lutero, entonces tan de actualidad. Pero... reaccionaste de una manera muy diferente a la suya. No atacaste a la Iglesia: la amaste con todo el corazón. ¡Cómo nos impresionan aquellas tus últimas palabras en tu lecho de muerte: "En fin, muero hija de la Iglesia". Tu camino fue reformarte a ti y a quienes aceptaban tu amistad: pedirte a ti misma y pedir a tus amigos "lo poquito que podemos, que es vivir con la mayor perfección posible los consejos evangélicos". Nuestros tiempos también son difíciles como lo fueron los tuyos. Entonces se acababa de descubrir el nuevo mundo y corrían aires de libertad. Hoy estamos en la era espacial luchar. Hoy nos preocupa la cuestión social, la política, etc...¿No te parece que ha de cambiar mucho el cristianismo y el modelo de santos que erais vosotros? ¿Qué nos dices? Cuarto. Ahora nos gusta la eficacia y la rapidez. Hay medios extraordinarios para todo. Hay que ser prácticos. Nos dicen que tú lo eras en tu tiempo. ¿Se te ocurren a ti algunos medios prácticos y eficaces -y, si pudiera ser, agradables y fáciles- para arreglar las cosas que van mal, y... que son muchas? Nada más. No sabes cómo te agradeceremos nos aclares, si puedes, un poco estos asuntos. Ya vemos que quizás es demasiado tema para que nos lo expliques todo en una carta. Tú verás. Quedamos a la espera. Tus amigos. Teresa de Jesús responderá a las cuatro preguntas que le formulamos en esta carta. Es como un resumen de sus escritos, siempre vivos y actuales. Hasta con un poquito de sabor a castellano antiguo. Como veréis, contesta a nuestras cuatro preguntas. Estas páginas aunque pueden leerse de un tirón, son para releerlas y meditarlas muchas veces. Son trozos sabrosos, que durante siglos han llevado a muchísimas personas por el camino de la perfección. Hermanos y amigos míos: La gracia del Espíritu Santo sea con vosotros. Después que he leído vuestra carta y pareciéndome buenos vuestros deseos y sinceras vuestras intenciones, he tomado el propósito de escribiros. Mucho alabo a su Majestad que se ha servido despertar en vuestros corazones estas inquietudes y esta hambre de conocerlo y servirlo, en estos tiempos en que, como en los míos, está todo harto desquiciado. Quiera el Señor acierte yo a decir algo de lo mucho que aquí se podría para responder a vuestras preguntas. Todo irá con mayor brevedad de lo que las materias requieren, pero procuraré decir lo bastante para despertar en todos deseos de mayor perfección. Pues nada hay tan dichoso y útil, aun para la vida terrena, como la virtud; y ella es el camino para el cielo. A los que tengan mayores deseos, remito a los otros escritos que en vida escribí. En ellos todo va declarado con mayor extensión y claridad, y de ellos extracto lo que aquí diré. para mayor inteligencia, responderé a vuestras preguntas por separado y por el orden que van en vuestra carta. Tomo por ayuda a la gloriosa Virgen María, Madre de Jesús y madre nuestra y pido a Ella que explique a cada uno, en su corazón, lo que aquí no vaya bien declarado, o no vaya conforme a la necesidad de cada uno. En el cielo y en la tierra sea siempre Dios loado. Amén. Primera respuesta 80 No me extraño mucho de lo que me decís: que os cuesta todo lo que se refiere a lo Dios y que no acertáis a tratarle. Eso mismo me acaeció a mí algunos años. Muy muchas veces, cuando iba a la oración, todo era esperar que se acabase la hora. Cualquier trabajo que se me pusiera delante lo acometiera de mejor gana que recogerme a hacer oración. Y es que quería compaginar dos contrarios: por una parte me llamaba Dios, por otra, yo seguía mis caprichos. Pasé ansí muchos años; que ahora me espanta cómo no dejaba lo uno o lo otro. Más por fin, mi actitud fue la que expresé en aquellos versos: "Vuestra soy, para Vos nací; qué mandáis hacer de mí?" ¡Oh, si todos entendiésemos bien esas dos verdades: "Vuestra soy", "para Vos nací"! !Cómo nos ofreceríamos del todo a El y El se daría del todo a nosotros! Porque Dios no fuerza nuestra voluntad. Toma lo que le damos. Mas no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo. Fue por eso que un día yo me determiné a amarle de verdad. El me había dicho: " ¡Ay, hija, qué pocos me aman con verdad , que si me amasen, no les ocultaría yo mis tesoros. ¿Sabes lo que es amarme con verdad? Entender que todo es mentira lo que no es agradable a Mí". Con todo, no me pasé a Dios ansí de repente. Todo empezó gracias a un libro que me ayudó a pensar en Jesús y a tratarle como a un amigo. Desde entonces, cuando quería tratarlo, me imaginaba al Señor dentro de mí y pensaba en alguna escena del evangelio, como si yo estuviera a su lado. Prefería las escenas en las que El estaba solo; por ejemplo, la del Huerto de los Olivos. Yo le hablaba como si le viera, como a un amigo. Ansí empecé a tener oración, sin saber qué era. Que no es otra cosa oración, a mi parecer, que tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama. Yo os recomendaría que hicierais esto todos los días y a cualquier hora. Mientras podáis no estéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle junto a vosotros, y El ve que lo hacéis con amor, y que andáis procurando agradarle, no le podréis -como dicen- echar de vuestro lado. Os ayudará en todos vuestros trabajos. ¿Pensáis que es poco un tal amigo al lado? Al principio son muchas las dificultades que el demonio os pondrá delante, como quien sabe el daño que a él le viene, porque sabe que quien va por este camino se le escapa, llevando además tras sí mucha gente. Os ayudará a hacer amistad con Jesús mirar una imagen o estampa que os guste y hablarle como habláis con otras personas. Siempre conviene, al empezar oración, mirar vuestra conciencia para pedir perdón de lo que veáis haber ofendido a Dios antes. Muy buena es también, para este ejercicio de unión con Dios, la oración vocal. Y ansí os irá bien rezar algunas, sobre todo el Padrenuestro. Pero habéis de procurar, al pronunciar las palabras, daros cuenta de qué decís y a quién lo decís. Esto que os digo en todas partes se puede hacer y en medio de cualquier ocupación. Entended que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándonos en lo interior y exterior. Mucho me ayudó a mí la devoción a algunos santos y en especial a San José, que nunca acudía a él sin ser atendida. Y ansí os lo quiero recomendar. Para mí, el mejor rato de amistad con Cristo era cuando comulgaba. Ni más ni menos que si viera con los ojos corporales entrar en mi posada al Señor, me desocupaba de todas las cosas y me entraba con El. Considerábame a sus pies y le hablaba como si le viera, pues la fe me decía que estaba allí. Tengo por experiencia que no suele Su Majestad pagar mal la posada, si se le hace buen hospedaje. Estaos con El de buena gana; no perdáis tan buena sazón de pedirle, como es la hora 81 después de haber comulgado. Que, si cuando andaba en el mundo sanaba a los enfermos de sólo tocar sus ropas, ¿qué milagros no hará ahora estando dentro de nosotros, si tenemos fe? Por este camino, poco a poco, aunque no sea luego, os iréis transformando en Jesús, y El plantará y hará crecer en vuestros corazones sus mismos sentimientos y sus mis mas virtudes, hasta el extremo que ya no seréis vosotros, sino El. Ansí y no menos. Ricos como El; poderosos como El. El atenderá vuestros deseos, como vosotros los suyos. Por eso me atreví un día a decirle yo a mi Señor: "Haced esto, si conviene; y si no, haced que convenga, pues que me conviene a mí". Pero antes, y para llegar ahí, habéis de trabajar en unir vuestra voluntad siempre con la de Dios. Que la suma perfección está en tener nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que, lo que entendamos que El quiere, lo queramos nosotros con toda nuestra voluntad; y tan alegremente tomemos lo sabroso como lo amargo, entendiendo que lo quiere su Majestad. Esto os parecerá dificultosísimo, mas esta fuerza tiene el amor, si es perfecto, que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos. Y ansí os puedo decir por propia experiencia, que, aun siendo grandísimos los trabajos, entendiendo que contentan a Dios, se nos hacen dulces. Y ansí, de ese amor, o, más bien, amistad con El, sacaréis luz y fuerza para todas vuestras empresas, como las sacaba yo. Sólo digo que para estas mercedes tan grandes es la puerta la oración. Cerrada ésta, no sé cómo las hará, porque aunque quiera el Señor entrar a regalarse con un alma y regalarla, no hay por dónde; que la quiere sola y limpia y con gana de recibirlas. Si le ponemos muchas dificultades, ¿cómo ha de venir a nosotros? No sé cómo decís que algunos piensan que Dios es un estorbo para la vida, siendo tanto lo que nos puede y nos quiere dar. ¿Quién más amigo de dar si tuviera a quién? Mas, como no nos disponemos, nos quedamos privados de tan grandes mercedes. Mi vida, sin El, no hubiera sido vida. Vida terrible y sin sentido ha de ser la vida sin Dios. Sin El, ninguna cosa nos puede llenar; mas El sólo puede llenar del todo nuestro corazón, como lo tengo bien experimentado en mí y lo saben todos los que lo han probado. Mas, hasta que no lo probéis, va poco en que lo oigáis, pues hay tanta diferencia de vivirlo a sólo oírlo como va de lo vivo a lo pintado. Esa experiencia personal es la que me hizo decir, y mil veces lo tornaré a repetir, cierta de que, si lo probáis, me daréis la razón. Segunda respuesta Pasemos ahora a vuestra segunda pregunta. No veo yo eso que decís que es antipático y lleno de sacrificios el camino de la virtud. Camino real me parece a mí; camino que, quien de verdad se pone en él es más feliz y va más seguro. No puedo entender qué teméis de poneros en el camino de la perfección. ¡Oh, y cuán malos ratos pasan los mundanos! Y cuán sin sosiego los deja su conciencia. Y cuán pesadas y sin sentido les han de resultar sus cruces, que en esta vida es imposible estar sin ellas. ¿Por qué no querremos ir por el camino que fue Jesús? Si otro camino mejor hubiera, El lo hubiera elegido. Y ¡qué bien nos ha ido a todos los que hemos caminado tras El! No hayáis miedo de estos trabajillos que se han de pasar para ser buenos, y que Dios premia con mil consuelos ya en esta vida; trabajillos que, por otra parte, se han de acabar mañana. Bien mirado, todo es poco lo que se padece por tan buen Dios, que tanto pasó por nosotros. No hayáis miedo a la virtud, no hayáis miedo de la cruz, "que en la cruz está la vida y el consuelo; y ella sola es el camino para el cielo". 82 Amad la cruz. ¿Sabéis porqué encontráis pesada la cruz? Por no abrazarla con todo el corazón. La lleváis arrastrándola y de mala gana. Por eso os lastima y cansa y hace pedazos. Que la cruz, si es amada, es suave de llevar. Esto es cierto. Si no os tragáis de una vez este miedo que tenéis al esfuerzo y al sacrificio, despedíos de cultivar virtudes. Que en este jardín de vuestro corazón sólo los vicios crecen sin esfuerzo; no las virtudes. Por eso querría completar aquí el tema de la oración, de que antes hablé, con el ejercicio de virtudes que ahora diré. Que no habéis de poner la perfección sólo en rezar y contemplar. Porque, si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanos. Y aún quiera Dios que sea sólo no crecer, porque ya sabéis que quien no crece, descrece. Además no se conoce el valor de una persona en los rincones, sino en mitad de las ocasiones. Allí se prueba la caridad, la paciencia, la humildad... Hablemos en primer lugar de la caridad. Veréis cuán desatinados están los que dicen que la virtud nos aparta de la realidad y nos hace menos hombres. Caridad es amor de Dios y del prójimo. En esto habemos de trabajar: en amar; que ahí está todo lo que se ha de hacer. Pero la más cierta señal que, a mi parecer, hay si guardamos el amor de Dios es guardando el amor al prójimo: Porque, si amamos a Dios, no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo sí. Por eso procuraba yo ocasiones de ejercitarme en ese amor. Y ansí me levantaba a veces antes de las demás a recoger la basura del convento, o a tomar el estropajo o la escoba. También la semana que me tocaba de cocina no sabéis cómo me las ingeniaba para que, siendo uno, parecieran dos los huevos que nos comíamos, o para que el caldo resultara diferente del de la víspera. Y ansí estas cosas enseñaba a mis monjas. Les decía que es muy buena muestra de amor quitar trabajos a las otras y tomarlos para sí. También tenía mucho cuidado en no quejarme de nadie ni comentar sus defectos, ni consentía que esto se hiciera en mi presencia, y quedó tal costumbre de no criticar que ya todas sabían que adonde yo estaba tenían seguras las espaldas. ¿No os parece que este modo de proceder, aparte el gran bien que trae consigo, os haría más hombres o más mujeres y os ayudaría mucho a la paz y convivencia de unos con otros?. No sé cómo no veis que haciéndolo vosotros ansí serían más felices las familias, los grupos de amigos, las empresas, los pueblos y toda la sociedad. Pues lo mismo digamos de las otras virtudes, pues todas tienen como misión quitar los estorbos que nuestros vicios ponen para amar, y en especial nuestro egoísmo y amor propio que los encierra todos. ¿Cómo no veis que es menester ponerlo debajo de los pies y que sin eso no hay amor ni lo puede haber? Pues el camino mejor que yo veo para poner el yo debajo de los pies es la obediencia, que eso de negarnos a nosotros mismos no se hace con buenas razones, porque nuestro natural y amor propio tiene tantas que nunca llegaríamos allá. Ansí ocurre muchas veces que una cosa, por muy razonable que sea, si no nos apetece, nos parece disparatada por las pocas ganas que tenemos de hacerla. Y ansí nos engañamos a nosotros mismos. Y para esta obediencia importa mucho la humildad. Sólo el perfecto humilde está libre de sí. Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y entendí esto: que es porque Dios es la suma Verdad: y la humildad es andar en verdad. Y es muy grande verdad que no tenemos cosa buena de nosotros mismos, sino miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en mentira. Sólo el humilde es paciente y recibe bien cualquier ofensa o contratiempo, pues entiende que todo lo tiene merecido por sus pecados y que aún es poco lo que pasa por ellos. Por eso alegrábame yo 83 cuando me insultaban o criticaban, y le daba gracias a Dios de ver que había personas que entendían ser yo tan ruin. Ocasiones hubo en que llegaron a golpearme y tirarme al suelo. Causábame gran contento y les quedaba siempre muy agradecida por el mucho bien que esto me hacía. Es menester ser fuertes para sufrir cualquier dificultad, trabajo, persecución o enfermedad. El humilde es como si llevara delante una tablilla, de modo que los golpes descargan sobre ella y no llegan al corazón. Otra cosa en la que mucho habéis de procurar destacar es el amor al trabajo; que ahí tenéis un gran medio para llegar a ser útiles a la sociedad, como deseáis. A este respecto recuerdo que una vez dije a una monja que se extasiaba descuidando sus quehaceres: "Mire, hermana, que aquí no necesitamos —santas" sino gente que friegue bien los platos y haga bien las cosas". De mí sé decir que, en no teniendo qué hacer, estaba mala. Pero hay una virtud con cuyo perfume querría yo perfumarais todas las demás virtudes, y es la alegría, de modo que siempre se transparente en vuestra conversación y modo de tratar la paz y el gozo que lleváis dentro. Siempre he sido enemiguísima de santidades tristes y encapotadas. Y ansí os diré que en mis conventos eran harto divertidas las recreaciones y holgábanse mucho mis hermanas en que yo tomara en ellas muy buena parte. ¿Sabéis cuál era el secreto de nuestra alegría? Nuestra casa era un cielo porque nos contentábamos con sólo contentar a Dios. Y ansí lo será también la vuestra si en todo os conformáis con la voluntad de Dios. Si otra cosa buscáis, andaréis descontentos por no poderla conseguir. Tercera respuesta Mucho ayuda estudiar de dónde vienen los males y a dónde conducen. Así ni más ni menos, habernos de hacer con los males más profundos del hombre, que son los del espíritu. Aunque bien decís en vuestra carta que han cambiado mucho los tiempos, mas no veo yo que hayan cambiado mucho las personas, que es lo que hace al caso. Y ansí veo yo que ahora, como entonces, unos tienen amor y otros tienen egoísmo. Y luego resulta diferente todo lo que tocan: sea la familia, sea la profesión o lo que llamáis política, conforme a lo que decía nuestro Señor: "No puede el árbol bueno dar frutos malos, ni el árbol malo darlos buenos. Por los frutos los conoceréis". Muy graves debía ver nuestro Señor los males del hombre y muy grandes sus consecuencias, que por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo... y padeció terribles tormentos y murió terrible muerte. Loado sea Dios que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Por eso pienso yo que lo peor que tiene el mundo es desconocer lo que es su verdadero mal y dónde se halla su verdadero remedio, y por eso anda de mal en peor; y eso es lo que el Señor me quiso dar a entender, y a otros como yo, y yo a todos os querría explicar. Importa mucho que Dios os dé un claro conocimiento de qué cosa es el mundo; y de que hay otro mundo; y la diferencia que hay de uno a otro; y cómo uno es eterno y el otro un sueño; y qué cosa es amar al Criador o a las criaturas; y qué se gana o se pierde con ello...; en una palabra, qué cosa sea virtud y qué cosa sea pecado. Podrá ser, hermanos, que digáis que estas cosas ya las sabéis. Quiera Dios sea ansí, que lo sepáis de la manera que conviene, impreso en las entrañas. Ya de niña, me ayudaba mucho pensar estas cosas, por ejemplo, que pena y gloria eran "para siempre"; y ansí gustaba mucho repetir: "para siempre, siempre, siempre..." Más adelante, pensando esto mismo, respondía a Dios ansí en mi corazón: - "Alma, ¿qué quieres de Mí? - Dios mío, no más que verte - Y qué temes más de ti? - Lo que más temo es perderte. 84 Mas, hubo un tiempo en que estos pensamientos se enfriaron en mí. Paréceme será bueno que os diga las causas y explique los peligros que encontré, ya que, a lo que parece por vuestra carta, dais poca importancia a esto de los peligros, (mientras que tanto cuidado ponemos para lo que pone en peligro la vida del cuerpo, que pronto se acabará). Paréceme que comenzó a hacerme mucho daño el aficionarme a las novelas (en mis tiempos eran los libros de caballería) que fueron enfriando mi corazón. Gastaba en el o muchas horas del día y de la noche, aunque a escondidas de mi padre. Llegó a tanto la afición, que, cuando no tenía libro nuevo, andaba de mal humor. De ahí empecé a ser muy vanidosa. Comencé a traer galas y a desear contentar y parecer bien, con mucho cuidado de manos y cabello y olores. Por eso algunas veces considero cuán mal lo hacen los padres que no se preocupan bastante de lo que ven o leen sus hijos. Que, si a mí me hicieron tanto daño las lecturas, espántame lo que harán en los niños y jóvenes de hoy algunas revistas o lo que llamáis películas o programas de televisión. ¡Oh, qué imposible veo poder evitar el pecado si buscamos voluntariamente los peligros!. En otro grave peligro anduve en mi adolescencia: la demasiada intimidad y trato con unos primos míos y con una muchacha harto ligera, que con libertad y familiaridad entraba en mi casa. Mi padre y mi hermana sentían mucho estas amistades; reprendíanmelas muchas veces. Mas no les aprovechaban sus diligencias, porque mi sagacidad para cualquier cosa mala era mucha. Espántame el daño que hace a veces una mala compañía. Y si no hubiera pasado por ello no lo podría creer. Querría escarmentaran en mí los padres para mirar mucho en esto. Por aquí entiendo el gran provecho que hace la buena compañía, y tengo por cierto que, si a esa edad hubiera tenido yo amigas virtuosas y quien me enseñara a temer a Dios, me hubiera mantenido entera y con fuerzas para no caer. Mas no fueron sólo ésas, y en aquellos años, las dificultades que encontré para la virtud. Cuando, ya siendo monja, me determiné a darme del todo a Dios, fue mucho lo que pasé de contradicción, aun por parte de buenos y aun de las mismas monjas de aquel mi primer convento: todo era querer frenar mis deseos y aconsejarme que hiciera como todas. Y ansí me parece a mí que es un gran enemigo del alma ese mundo que nos rodea y que muchas veces piensa y vive y aconseja contra el querer de Dios. También sé por propia experiencia que son muchos los peligros que el demonio pone delante para tornarnos atrás, si pudiera, de ese camino de perfección; pues combate aún más a estas almas que a otras que andan ya más perdidas, por la cuenta que le trae. Y sabed que no hay encerramiento tan encerrado adonde el demonio no pueda entrar, ni desierto tan apartado adonde deje de ir. Aunque, si he de decir verdad, no se me da más de los demonios que de moscas. Parécenme tan cobardes que, en viendo no les hacemos caso, quedan sin fuerzas. Y si venimos a decir la guerra que da nuestro cuerpo es para no acabar; porque este cuerpo tiene una falta, que mientras más se le complace, más pide. Es cosa extraña cómo quiere ser contemplado. Y no sólo excitando las pasiones y gustos y caprichos; que muchas veces da guerra con una preocupación excesiva por la salud. Será echarnos atrás ante los trabajos y sacrificios, será quejarnos y dar a entender cualquier achaque... ¡Sabed sufrir un poquito por amor de Dios, sin que lo sepan todos!. 85 Os he querido hablar de estos que llamamos "enemigos del alma", porque si no nos guardamos de ellos, luego caemos en pecados; más aún, nos acostumbramos a vivir en ellos, sin que nos importe mucho y pareciéndonos cosa normal. Y lo que es peor, viviendo tranquilos. Dios os libre de esa especie de paz que tienen los mundanos, andando tranquilos mientras están metidos en grandes pecados. Si en nada os remuerde la conciencia, diría yo que ya vosotros y el demonio estáis amigos; por eso no os quiere inquietar, no sea que sintiéndoos malos os tornéis a Dios. ¡Oh, si yo pudiera daros a entender qué es el pecado! Preferiríais perder mil vidas antes de hacer un pecado mortal, y aun de los veniales andaríais con mucho cuidado de no hacerlos. Un pecado, por chico que sea, Dios nos libre de él. Que no hay pecado pequeño, siendo contra tan gran Majestad y viendo que nos está mirando. Es como si dijéramos: "Señor, aunque os pese, haré esto; ya veo que lo veis y sé que no lo queréis, y lo entiendo; pero prefiero seguir mis antojos y gustos que no vuestra voluntad". ¡Oh, quién pudiese dar a entender esto a los que hacen muy deshonestos y feos pecados, para que se acuerden que no son ocultos, y que con razón los siente Dios, pues tan desvergonzadamente nos ponemos delante de El!. Veo cuán bien se merece el infierno por una sola culpa mortal. Y aquí viene bien os diga una de las gracias más grandes que Dios me hizo. Fue la visión del infierno y el lugar que allí yo hubiera merecido por el camino que llevaba. Fue un momento brevísimo, pero imposible de olvidar. Quedé tan espantada que me duró la impresión toda la vida. Y ansí, cuando luego tuve grandes trabajos y dolores, acordándome de aquello, todo me parece se podía pasar. Y ansí me parece que cuando nos quejamos lo hacemos sin motivo. Ansí perdí el miedo a las tribulaciones. De aquí gané también la grandísima pena pecadores que me dan las muchas almas que se condenan, y los ímpetus grandes que siempre tuve por salvar almas, que me parece cierto a mí que por librar una sola de tan gravísimos tormentos hubiera dado de muy buena gana mil veces la vida. Nunca terminaré de dar gracias a Dios que me libró de aquel lugar. También me mostró el Señor cómo está el alma que está en pecado, aun mientras vive y antes de ir al infierno: del todo inútil, como persona atada y liada y tapados los ojos, que, aunque quiere, no puede ver ni andar, ni reír, y en gran oscuridad. Hízome tanta lástima que cualquier trabajo me parecería ligero por librar un alma del pecado. Quisiera resumir estas mis respuestas en dos palabras: amor y temor; que éstos son los grandes valores y motivos que habemos de tener para obrar. Del amor os hablé en mis respuestas anteriores. El temor va declarado aquí. Estas dos actitudes tengo para mí que resumen todo; ya que el amor es el que ha de mover y dirigir siempre los pasos; mas el temor nos hará ir mirando adónde ponemos los pies. Cuarta respuesta Quiero complaceros, en fin, en responder a vuestra cuarta pregunta, que me parece de harto interés, pues, a la verdad, todo se queda en nada si no ponemos los medios que convienen para caminar este camino de la perfección. Que, con sólo tener buenos deseos y buenas intenciones no se va a ninguna parte. En esto, como en todo, os diré lo que he experimentado por mí misma ser bueno y muy eficaz. Está al alcance de todos y no es dificultoso. Y su eficacia está probada por todos los que han ido por este camino. Y, si me preguntáis si estos medios que ahora os diré son agradables, dígoos que sí, y muy conformes a las necesidades del corazón: mas puede ser que a veces no os lo parezca ansí, y será precisamente por los males interiores que lleváis. Ansí acontece a los que están enfermos, que, por 86 bueno que sea el manjar, no tienen gana; y miran con asco lo que los sanos comen con gran gusto. Pero, aunque fuera con poco gusto, pienso es razón tomar lo que nos pondrá buenos. Toda la dificultad acaba... cuando nos determinamos. Y ansí me acaeció a mí, que estuve hartos años sin acabar de acabar, como quien dice. Mas Dios fue llamándome de muchas maneras hasta provocar en mí esta determinación. Ansí os conviene mirar en vosotros mismos las ocasiones que Dios os ha dado y las que os dará en lo porvenir, para que no las desaprovechéis. Una cosa que mucho me ayudó fueron las buenas lecturas. Ya en la infancia me hicieron mucho bien las vidas ejemplares de algunos mártires y santos. Vi en mí misma cómo los deseos de virtud de esa etapa de mi vida dependieron de esas lecturas, ansí como la frivolidad de mi adolescencia dependió también de otras lecturas harto diferentes. Y he de añadir que volví al camino, al cambiar de nuevo de lecturas. Esto fue, cuando una grave enfermedad me retuvo mucho tiempo en cama. Un tío mío me dejó un libro que enseñaba a tener oración, que me hizo mucho bien. También leí con harto consuelo y provecho las cartas de San Jerónimo y las Confesiones de San Agustín, que por haber sido antes pecadores me animaban mucho. No digamos ya lo que luego me alimentaron las Santas Escrituras. Por eso os aconsejaría mucho ocuparos en lección, reflexión y oración. La lección ayuda mucho a la reflexión, aunque sea poco lo que se lea. Y sin esta ayuda acaece no sacar nada en la oración y presto nos cansamos y distraemos. Esta reflexión importa mucho para el conocimiento propio. Este conocimiento propio jamás se ha de dejar. A mi parecer, nunca nos acabaríamos de conocer sin tener adónde mirarnos. Y de espejo nos sirve el libro, que al presentarnos cómo es Dios y cuál es su voluntad, vemos con claridad nuestra suciedad; viendo la humildad del Señor por ejemplo, vemos cuán lejos estamos de ser humildes. Otro gran medio que no me cansaré de ponderar son los buenos amigos. De mí sé decir que, si el Señor no me descubriera esta verdad y diera estos amigos, cayendo y levantando hubiera ido de cabeza al infierno; porque para caer había muchos amigos que me ayudasen; para levantarme hallábame tan sola, que ahora me espanto cómo no estaba siempre caída. A la verdad, gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Por eso aconsejaría yo a los que quieran su perfección, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Porque andan ya las cosas del servicio de Dios tan mal, que es menester hacerse espaldas unos a otros los que le siguen para ir adelante. Que, si uno comienza a darse a Dios, hay tantos que murmuren, que es menester buscar compañía para ayudarse, hasta que sean fuertes para cualquier tribulación. Y si no, veránse en mucho aprieto. Es un género de humildad aceptar las correcciones de los amigos, que, si nos ven torcer el camino o caer en alguna falta, presto nos lo advierten. Para esto entiendo yo que es la amistad: para desengañarnos unos a otros y decir en lo que podríamos enmendarnos y contentar más a Dios. Porque no hay quien tan bien se conozca a sí mismo, como nos conocen los que nos miran, si es con amor y deseo de ayudarnos. Y, además, crece ansí mucho la caridad con ser comunicada. Y hay mil bienes que no los diría si no tuviera gran experiencia de lo mucho que va en esto. Y aún hace falta más que amigos. Necesitamos el consejo de maestros muy experimentados y muy de Dios. 87 Yo encontré primero esta ayuda en María de Briceño, monja extraordinaria que fue mi educadora en el internado de las Agustinas. Luego procuré siempre confesores que pudieran ser verdaderos guías de mi alma, y a ellos me sujetaba en todo. Esto me ayudó a caminar segura. Dios puso en mi camino siempre quien en su nombre me ayudase; y ansí no sabéis el bien que me hizo, cuando hombres como San Francisco de Borja o San Pedro de Alcántara, contemporáneos míos, iluminaron mi espíritu con sus consejos y enseñanzas. Mucho interés tuve, por ejemplo, en que algunos de mis escritos los conociera San Juan de Avila, pues no veía yo mayor garantía que ser aprobada por él. ¡Oh Sabiduría Eterna! Qué gran cosa es un maestro sabio, temeroso, que previene de los peligros. Es todo el bien que un alma espiritual puede desear, porque es gran seguridad. No podría encarecer con palabras lo que esto importa y cuán eficaz era un hombre ansí en mis tiempos y cuán eficaz y necesario es ahora en los vuestros. Porque, cuando en un tiempo de alboroto que parece van todos medio ciegos, levanta Dios uno que les abra los ojos, tornan poco a poco a descubrir el camino. ¡Qué grandeza de Dios, que. puede más a las veces uno solo que diga verdad que muchos juntos. De manera que, como haya uno o dos que, sin temor, sigan lo mejor, luego torna el Señor poco a poco a ganar lo perdido. Mirad que no son tiempos de creer a todos, sino a los que viereis van conforme a la vida de Cristo. Por esto que os digo es por lo que yo mucho me decidí a ser santa. También yo tuve, como vosotros, ganas de hacer algo por arreglar la sociedad y la Iglesia de mi tiempo. Y vi que mi entrega era el verdadero remedio. Y todo el bien que por mi medio quiso hacer Dios a mi tiempo vi yo claro dependía de mi entrega personal. De modo que, cuando me enteré de los males de la Iglesia, dióme gran fatiga, y como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Y ansí me determiné a hacerlo poquito que estaba en mí, que es seguir los consejos evangélicos con la mayor perfección y procurar que mis amigas hiciesen lo mismo. Y ansí querría yo ahora tener parte en que os determinéis vosotros. Que en esto de la perfección, lo que importa más, y aun es el todo, es tener una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a la perfección, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, cueste lo que costare, murmure quien murmurare, aunque se muera en el camino, aunque se hunda el mundo. Es decir, conviene mucho no apocar los los deseos ,sino creer que, con la ayuda de Dios, si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que otros han llegado con su favor. Que, si ellos nunca se hubieran determinado a desearlo y, poco a poco, a ponerlo por obra, no hubieran subido a tan alto estado. Quiere Su Majestad y es amigo de ánimas animosas, con tal que sean humildes y desconfíen de sí mismas. Y no he visto a ninguna de éstas que no llegue muy alto. Como no he visto ningún alma cobarde que en muchos años adelante lo que aquéllas en pocos. Espántame lo mucho que hace en este camino animarse a grandes cosas. Y con esto quiero acabar, deseando para cada uno de vosotros esos grandes deseos y ánimos y esa muy determinada determinación. Y esto pido os dé nuestro Señor, para que podáis venir un d la a gozar tan grandes bienes como aquí nosotros gozamos ya con El para siempre. No me alargo más. Si más cosas mías queréis leer, en mis otros escritos las encontraréis. Disponed siempre y enteramente de vuestra hermana y amiga. |
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