¡Dios te salve María!
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ESPOSAS DE JESUS INTRODUCCIONPRIMERA PARTE: El Dios de la Alianza. Las alianzas. Alianza con Noé. Alianza con Abraham. Alianza con Moisés. Significado de la Alianza del Sinaí. Matrimonio con Dios. El Cantar de los Cantares. María y la Alianza. La Nueva Alianza. Cristo y la Iglesia. SEGUNDA PARTE: Esposas de Jesús. Esposa del Rey. Esposa reina. Renovación de tu alianza. Esposas víctimas de amor. Esposa de Jesús Eucaristía. Esposa del crucificado. Esposa obediente. Esposa pobre. Esposa casta. Esposa sincera. Esposa agradecida. Una verdadera esposa de Jesús. Las Bodas eternas. Reflexiones TERCERA PARTE: Caminos de santidad. Caminando hacia Dios. Grados de oración. La noche oscura. Noche del sentido. Noche del espíritu. Noche oscura de Sta. Teresita. El Desposorio. El Matrimonio espiritual. El Matrimonio espiritual y la Eucaristía. El beso del Esposo. S. Juan de la Cruz y Sta. Teresa de Jesús. Llamados a la santidad. CUARTA PARTE: Testimonios QUINTA PARTE: Historia de un alma CONCLUSIONNOTAS.- Al citar SC y LG se refiere a los documentos del Vaticano 11 Sacrosanctum Concilium y Lumen Gentium; CAI al Catecismo de la Iglesia Católica; Pleg Euc a las Plegarías Eucarísticas; CP a Camino de Perfección y M a las Moradas de Sta. Teresa; 5 a Subida al Monte Carmelo, N a la Noche oscura, C al Cántico espiritual y Ll a la Llama de amor vivo de S. Juan de la Cruz. Cuando hablamos del alma, nos referimos generalmente al ser humano total, incluyendo su cuerpo. Del mismo modo, todo lo que decimos de las esposas de Jesús se aplica también a los hombres. INTRODUCCIONLas consagradas forman parte del Corazón de la Iglesia. Con su vida, su trabajo y su oración apoyan el apostolado de los sacerdotes y de los laicos y hacen crecer a la Iglesia. El Papa Juan Pablo II les decía a las clarisas de Sicilia (10-5-93) y a todas las consagradas en general: “Con mucho gusto, encomiendo en vuestras manos, levantadas en oración, mi misión en la Iglesia y en el mundo. Sostenedme con vuestra entrega para que siempre pueda confirmar a los hermanos... Vosotras desempeñáis un papel esencial en el apostolado de la Iglesia. Sois como lámparas encendidas ininterrumpidamente ante el altar del Cordero. Sostenéis la actividad de cuantos trabajan en las múltiples fronteras de la evangelización. Vosotras sois únicamente de Cristo, llamadas a vivir siempre y sólo para El en oblación diaria. Vuestra vocación es el amor, no un amor que encarcela en los muros estrechos de la clausura, sino que ensancha el corazón hasta los confines del mundo. Vosotras vivís para Cristo y, por tanto, vivís para la Iglesia”. Amad a la Iglesia y entregaos por ella. Así como “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5,25). Para que podáis “presentársela resplandeciente, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada” (Ef 5,27). Así debéis ser vosotras, resplandecientes de pureza y amor, como esposas enamoradas de JESUS. En este quinto folleto, dirigido a todas las almas consagradas, les ofrezco mis reflexiones sobre el aspecto esponsal de su vida. Algunos testimonios de religiosas contemplativas reforzarán la exposición para alentar a todas en el camino a la santidad. Que sepan valorar su vocación religiosa como una llamada de predilección a ser esposas de Jesús. Que lo amen con entrega total hasta sus últimas consecuencias y que el Dios de la alianza ilumine su camino. PRIMERA PARTE
EL DIOS DE LA ALIANZADesde la eternidad, cuando todavía no existía nada de lo que se ha hecho, Dios decidió crear al hombre y elevarlo hasta su trono de gloria y hacerlo “semejante” a El. Quiso hacer con El una alianza de amor y amistad, como un matrimonio indisoluble. Por eso, la creación fue como un preludio de esta alianza que quería realizar con la humanidad: primero con hombres concretos y con su pueblo Israel y, después, en Cristo con toda la humanidad. El pueblo de Dios de la Nueva Alianza, realizada en Cristo, es la Iglesia, llamada a ser santa e inmaculada, como instrumento de salvación para todos los hombres. Las alianzasDios, acomodándose a la mentalidad humana, quiso también hacer pacto con los hombres, pero es El el que toma la iniciativa. Son alianzas de pura gratuidad y amor con una persona o con un pueblo. El promete y lo da todo, pero pide consentimiento y exige unas condiciones. Las alianzas eran pactos que celebraban los hombres antiguos con determinados ritos. Solían hacerse con un juramento o con un sacrificio e, incluso, dejaban objetos simbólicos recordatorios del pacto, como plantar un árbol o poner una estela o piedra de recuerdo. Con frecuencia, ambas partes ofrecían un sacrificio sagrado y mezclaban la sangre de ambas víctimas y las bebían o sumergían las manos en ella. Eso significaba que la sangre de la alianza los hacía parientes de sangre, es decir, que era una alianza inviolable y que Dios castigaría al transgresor y le haría a él lo que habían hecho con las víctimas. Además, la sangre era considerada sagrada, como el asiento del alma y de la vida. Por eso, no se podía beber. El beber la sangre en el pacto era considerarlo sagrado y ratificado por el mismo Dios. Dios hizo alianza con Noé, Abraham, Moisés, David... y con todo el pueblo de Israel. Y siempre pide fidelidad al compromiso adquirido, como el esposo lo exige de su esposa. Alianza con NoéDios hizo una alianza con Noé, “el varón más cabal y justo de su tiempo” (Gén 6,9), que “halló gracia a los ojos de Dios” (Gén 6,8). Por medio de El quiso salvar a todos los vivientes. Hizo una alianza salvadora con Noé y sus descendientes, porque no podía resignarse a perder a la humanidad recién creada. Por eso, escogió a Noé y le enseñó a construir el arca. El mismo “cerró las puertas del arca” (Gén 7,16). y Dios le prometió: “He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestra futura descendencia y con todo alma viviente... Establezco mi alianza con vosotros. No volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio ni habrá más diluvio para destruir la tierra” (Gén 9,9-11). Dios hizo esta alianza para siempre, “para las generaciones futuras” (Gén 9,12) y, como recuerdo de esta alianza, dejó el arco iris en el cielo. El arco iris ya existía, pero en adelante “en cuanto esté el arco en las nubes, yo lo veré para recordar la alianza perpetua entre Dios y todo vida viviente” (Gén 9,16). Noé, por su parte, construyó un altar y ofreció holocaustos al Señor (Gén 8,2o). “La alianza de Noé permanecerá en vigor mientras dure el tiempo de las naciones (Lc 21,24), hasta la proclamación universal del Evangelio... La Escritura nos expresa hasta qué altura de santidad pueden llegar los que viven según la alianza de Noé” (Cat 58). Por eso, cuando veas el arco iris en el cielo, acuérdate de la alianza de Noé y de que todavía cuentas con la ternura del Dios de la alianza, que seguirá amándote y perdonándote, pues “como un padre tiene ternura con sus hijos, así el Señor tiene ternura con sus fieles” (Sal 1o3, 13), ya que es “cariñoso con todas sus criaturas” (Sal 145,9). Alianza con AbrahamDios escogió a Abraham, un hombre lleno de fe, para formarse un pueblo y por medio de él salvar a la humanidad. Abraham “creyó contra toda esperanza. Ante la promesa divina no cedió a la duda con incredulidad, sino, más bien, fortalecido por su fe, dio gloria a Dios con el pleno convencimiento de que Dios es poderoso para cumplir lo prometido” (Rom 4,18-21). Así se convirtió en padre de los creyentes (Rom 4,11). Dios firmó una alianza con Abraham diciendo: “A tu descendencia daré yo esta tierra” (Gén 15,18). Dios le había prometido ya una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo (Gén 15,43) y, para que crea, hace un pacto con El. Le manda hacer un sacrificio, que parta por medio una novilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón, y Dios pasa por medio de las víctimas como antorcha de fuego (Gén 15,91-17). Es una alianza y una promesa gratuita y unilateral; Dios se compromete ante sí mismo a cumplir el pacto, a semejanza de los hombres, que pasaban por entre las víctimas para pedir a Dios que los partiera por medio, como a las víctimas, en caso de quebrantar el pacto. Más tarde, cuando tenga ya 99 años y siga esperando en la promesa, Dios se le aparecerá y le confirmará esta primera alianza. “He aquí mi alianza contigo: Serás padre de un muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abram, sino Abraham, pues te he constituido padre de muchedumbres... y estableceré una alianza entre nosotros dos y con tu descendencia después de ti, de generación en generación. Una alianza eterna de ser yo el Dios tuyo y el de tu posteridad. Yo te daré a ti y a tu posteridad la tierra en que andas como peregrino” (Gén 17,4-8). “Yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa del mar... Por tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra, por haberme obedecido” (Gén 22, 17-18). Y, como sucedió con Noé, también ahora Dios deja una señal de su alianza: la circuncisión. “Todos vuestros varones serán circuncidados. Os circuncidaréis la carne del prepucio y esa será la señal de la alianza entre yo y vosotros” (Gén 17,1o-11). La circuncisión era una costumbre que existía ya entre los semitas como un rito de iniciación al matrimonio y a la vida del clan. A partir de ahora, será la prueba de pertenecer al pueblo de Dios y, como señal de la alianza, será una señal de identidad del pueblo escogido y un recordatorio de que Yahvé es el único Dios, a quien deben amar y servir. “Y el pueblo nacido de Abraham, será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, será el pueblo de la elección, llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia”. (Cat 60). Alianza con MoisésDios escogió a Moisés, “un hombre muy humilde, más que hombre alguno sobre la faz de la tierra... y de toda confianza” (Núm 12,3-7). “Dios hablaba con él cara a cara como habla un hombre con un amigo”(Ex 33,11). Y, por medio de él, quiere hacer alianza con todo el pueblo y salvarlo. Les manda purificarse y prepararse para el gran día de la alianza. “Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta ... Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios... Todo el Sinaí humeaba, porque Dios había descendido sobre él en el fuego. Subía el humo como de un horno y todo el monte retemblaba con violencia ... Moisés hablaba y Dios le respondía en el trueno” (Ex 19,16-19). Entonces, Dios le da los diez mandamientos para que los cumplan como un pueblo santo, pueblo de su propiedad, y ellos se comprometen a cumplirlos: “Cumpliremos todas las palabras que ha dicho Dios... obedeceremos y haremos cuanto ha dicho Dios” (Ex 24,3-7). Moisés ratificó la alianza con un pacto de sangre: “Mandó a algunos jóvenes que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión con Dios y tomó la mitad de la sangre y la derramó sobre el altar y con la otra mitad roció al pueblo, diciendo: “Esta es la sangre de la alianza, que Dios ha hecho con vosotros” (Ex 24,5-8). Moisés derramó la mitad de la sangre sobre el altar, que representaba a Dios, y la otra mitad sobre el pueblo. Así ambos quedaban unidos para siempre por la sangre en un parentesco sagrado e inviolable. Ambos (Dios y el pueblo), como parientes de sangre, estaban unidos así por la más íntima unión que imaginarse pueda. Como recuerdo de esta alianza, Moisés levanta un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel (Ex 24,4). También Dios le entrega las tablas de la Ley, escritas por el “dedo de Dios” (Ex 31, 18), para que las coloque en el arca de la alianza. El arca de la alianza era la presencia permanente de Dios entre el pueblo. Señal de su amistad y de su amor para el pueblo escogido. Por esto, a partir de ese momento, será parte indispensable de la vida de Israel. La llevaban a las batallas y oraban a su sombra, porque era la morada de Dios. Más tarde, la colocan en el templo de Jerusalén, en el lugar más sagrado, hasta que desaparece con la cautividad. Sin embargo, su recuerdo permaneció vivo entre el pueblo por muchos siglos, pues la alianza con Dios, era la línea directriz de toda la historia de Israel, su razón de existir y un motivo constante de reformas religiosas. Incluso, la renovarán solemnemente en algunas ocasiones (Jos 8,30-35; Neh 10). Significado de la alianza del SinaíDios había escogido a su pueblo Israel por pura liberalidad, sin mérito alguno de su parte (Dt 9,4), porque lo amó (Dt 7,8). Pero esta elección le imponía al pueblo algunas condiciones “Si escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal ante todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19,5-6). Las cláusulas de la alianza, los diez mandamientos o Decálogo, serán un camino de vida para el pueblo (Cat 2057). Debían dar culto a Yahvé con exclusión de otros dioses (Ex 20; Dt 5,7). “A Yahvé tu Dios temerás, a El sólo servirás, vivirás unido a El... El será objeto de tu alabanza. El es tu Dios” (Dt 10,20-21). Y Dios se compromete repetidas veces con la fórmula fundamental de la alianza: “Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (Lev 26, 12; Ez 36,28; Jer 31,33;32,38). Si obedecen, Dios les garantiza su ayuda y protección (Ex 23, 20). “Si escuchas la voz de Dios..., vendrán sobre ti todos estas bendiciones... Si no obedeces, he aquí las maldiciones que te alcanzarán” (Dt 28; Lev 26). Por eso, Dios insiste tanto en que obedezcan para que sean felices. “Mira, hoy pongo delante de ti la vida con el bien, la muerte con el mal. Si oyes el precepto de Dios..., Dios te bendecirá. Pero si se aparta tu corazón y no lo escuchas..., hoy te anuncio que irás a la ruina segura... Yo invoco hoy por testigos a los cielos y a la tierra de que os he propuesto la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge la vida” (Dt 30,9-19). “¡Oh si tuvieran siempre ese mismo corazón y siempre me temieran y guardaran mis mandamientos para ser siempre felices ellos y sus hijos” (Dt 5,29). Pero la historia de Israel es una historia de pecados y castigos, de arrepentimientos y de bendiciones. “Ellos quebrantaron mi alianza y yo los rechacé “ (Jer 31,32).” Vuestros padres os han robado la felicidad “ (Jer 5,25). Todos los desastres nacionales y la misma cautividad es vista por los profetas como castigo por su infidelidad a la alianza (2 Re 17,723;23,26; Jer 22,9; Dan 11,28 ss). No obstante, Dios siempre tiene misericordia y los perdona, cuando se arrepienten: “Si lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma, lo encontrarás..., porque El es un Dios misericordioso, no te abandonará ni te destruirá y no se olvidará de la alianza que hizo con juramento con tus padres” (Dt 4,29-31). “¿No es acaso Efraín mi hijo predilecto, mi niño mimado?... Se me conmueven las entrañas y tengo piedad de él “(Jer 31,20). “Buscadme y viviréis” (Am 5,4). “El que trajo sobre vosotros el castigo, os traerá con la redención la eterna alegría” (Bar 4,29). Por esto, el pueblo debe estar siempre en actitud de humilde arrepentimiento: “Reconocemos nuestra maldad y la de nuestros padres, pues hemos pecado contra ti. Por tu Nombre no nos rechaces más. Acuérdate y no rompas tu alianza con nosotros” (Jer 14,21). El Dios de la alianza es un Dios de amor, de perdón y de paz. Por eso, podemos decir: “Siempre, mientras me dure la vida, estaré clamando al Eterno” (Bar 4,20). Matrimonio con DiosLos profetas verán en la alianza del Sinaí una alianza matrimonial y recordarán constantemente que “tu Esposo es tu Hacedor” (Is 54,5). Dios y el pueblo forman como un matrimonio. Dios será siempre fiel y celoso de su esposa Israel y castigará sus transgresiones, que serán consideradas como adulterios. Pero Israel cometió muchos adulterios. Veamos lo que dice Yahvé: “Me comprometí con juramento, hice alianza contigo y tú fuiste mía ... Te hiciste cada día más hermosa y llegaste al esplendor de una reina. ...Pero tú, orgullosa de tu belleza, te prostituiste y te entregaste a todo transeúnte... ¡Oh qué débil era tu corazón para cometer tales acciones, dignas de una prostituta descarada!... A toda prostituta se le da un regalo. Tú, en cambio, dabas regalos a tus amantes... Yo haré contigo como has hecho tú, que menospreciaste el juramento, rompiendo la alianza. Yo me acordaré de mi alianza contigo, de los días de tu juventud, y estableceré en tu favor una alianza eterna... Yo mismo restableceré una alianza contigo para que te acuerdes y te avergüences y no oses abrir la boca de vergüenza, cuando yo te haya perdonado todo lo que has hecho” (Cf Ez 16;23). La vida del profeta Oseas, simboliza también, de alguna manera, esta relación de Dios con su pueblo. Oseas toma por esposa a una mujer a quien ama y que le da hijos, pero ella lo abandona para prostituirse en el templo. Entonces, Oseas va y la rescata y la conduce de nuevo al hogar y ella, después de un tiempo de prueba, vuelve a ocupar su puesto de madre y esposa. Israel también fue infiel a Dios y El, a pesar de todo, trata de enamorarla para que regrese de nuevo al hogar y sea fiel a la alianza. “Ella se iba detrás de sus amantes, olvidándose de mí Yo voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón... y ella me responderá como en los días de su juventud... y me llamará Esposo mío” (Os 2,15-18). Porque “con amor eterno te he amado” (Jer 31,3). Y “mi amor nunca se apartará de tu lado ni mí alianza de paz se cambiará” (ls 54,10). “Recuerdo tu cariño juvenil y el amor de tus desposorios” (Jer 2,2). “Me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud y estableceré en tu favor una alianza eterna” (Ez 16,60). “Por un momento te abandoné, pero con gran misericordia te acojo... con amor eterno me apiadé de ti” (ls 54,6-8). “Como se casa un joven con una doncella así se desposará tu Dios contigo y como la esposa hace las delicias de su esposo así harás tú las delicias de tu Dios” (Is 62,5). “Yo te desposaré conmigo para siempre, te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás a Dios” (Os 2, 21-22). Como vemos, Dios es siempre fiel y podemos seguir confiando en El, pase lo que pase, pues su amor por nosotros es infinito y eterno. El Cantar de los CantaresEl libro bíblico del Cantar de los Cantares es un cántico de amor entre dos esposos, que bien puede aplicarse a Dios y a su pueblo Israel, a Cristo y a la Iglesia o a Dios y al alma enamorada, que quiere vivir en plenitud su alianza personal. Los dos esposos están enamorados y buscan la soledad y el silencio para decirse poemas de amor. Dios mismo, en estas palabras inspiradas, nos muestra el ideal del amor para vivir nuestra relación esponsal con El. Esposo: Como lirio entre cardos es mí amada entre las doncellas (2,2) ¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! Tus ojos son palomas ... tus cabellos, un rebañito de cabras, tus dientes, un rebaño de ovejas... tus labios, una cinta escarlata; tu hablar, es agradable; tus mejillas, mitades de granada... Es tu cuello cual torre de David... Toda hermosa eres, amada mía, y no hay mancha en ti (4,1-7). Ven del Líbano, amada mía... Me robaste el corazón, hermana mía, amada mía, me robaste el corazón con una mirada tuya... Qué hermosos son tus amores, hermana mía, amada mía... El aroma de tus perfumes es mejor que todos los bálsamos. Miel virgen destilan tus labios, amada mía... Eres jardín cerrado, hermana mía, amada mía, fuente sellada (sólo para mí)... Eres fuente de los huertos, pozo de agua vivas (4,845). ¡Oh la más bella de los mujeres! (1,8). Levántate, amada mía, hermosa mía y ven. Paloma mía... Déjame ver tu rostro, hazme oír tu voz, porque tu voz es dulce y tu rostro encantador (2,13-14). Ábreme, hermana mía, amada mía, paloma mía, inmaculada mía, que mi cabeza está cubierta de rocío y mis cabellos de la escarcha de la noche (5,2). Hermosa eres, amada mía, ... encantadora (6,4). Única es mi paloma, mi inmaculada... bella como la luna, brillante como el sol (6,9-40). ¡Qué bella eres, qué encantadora! ¡Oh amor, Oh delicias! (7,7). Esposa: En mi lecho por las noches, he buscado al Amor de mi alma. Lo busqué y no lo encontré. Me levanté y di vueltas por la ciudad, por las calles y las plazas, buscando al Amado de mi alma. Lo busqué y no lo encontré. Los centinelas me encontraron... ¿Habéis visto al Amado de mi alma? Apenas los había pasado, cuando encontré al Amor de mi alma. Lo agarre y no lo soltaré hasta llevarlo a la casa de mi madre (3,1-4). Yo dormía, pero mi corazón velaba ¡La voz de mi Amado que llamo! (5,2). Me levanté para abrir a mi Amado..., pero mi Amado había desaparecido. Lo busqué y no lo encontré. Lo llamé y no respondió... Si encontráis a mi Amado, decidle que desfallezco de amor (5,2-8). Mi Amado es fúlgido y rubio, distinguido entre diez mil. Su cabeza es oro puro... su ojos como palomas. Sus mejillas, eras de balsameras. Su labios son lirios, sus manos aros de oro... Su vientre de pulido marfil; sus piernas, columnas de alabastro. Su porte es como el Líbano, esbelto cual los cedros, su paladar dulcísimo y todo El un encanto. Así es mi Amado, así es mí amigo (5, 1o- 16). Mi Amado ha bajado a su huerto a recoger lirios... EL pastorea entre los lirios (6,2-3). He venido a ser a sus ojos como quien halla la paz (8,10). Oh Amado mío, salgamos al campo... a nuestras puertas hay todo clase de frutos exquisitos. Los nuevos igual que los añejos. Todos los he guardado, Amado mío, para ti (7,12-74). Bésame con los besos de tu boca (1,2). Ponme como un sello sobre tu corazón..., porque es fuerte el amor como la muerte... sus saetas son llamas de Dios (8,6). Mí Amado es para mí y yo soy para mi Amado (2,16). Enferma estoy de amor (5,8), Amado de mí alma (1,7). María y la AlianzaPodemos decir que María es la esposa enamorada del Cantar de los Cantares, que ha vivido en las más alta perfección su alianza esponsal con Dios. Ella inauguró el cumplimiento de las promesas de la Antigua Alianza. Su misión fue preparada por algunas santas mujeres. Por Eva, la madre de todos los vivientes (Gén 3,2o); Sara, que concibió a pesar de su avanzada edad (Gén 18,1o-14); Ana, madre de Samuel (1 Sam l); Débora, Ruth, Judith, Ester. Con ella se inaugura el nuevo plan de salvación (Cat 489; I-C 55). María, la nueva Eva, madre y virgen, es figura de la Iglesia y su más perfecta realización (Cat 5o7; LG 63). Ella es nuestra madre en el orden de la gracia (Cat 968; LG 61). Ella es la madre del nuevo pueblo de Dios, es madre de Cristo y madre de la Iglesia (Cat 963). Y es madre y ejemplo, especialmente, de todas las almas consagradas, que desean vivir su alianza esponsal de una forma total e incondicional. Si toda vocación humana tiene un sentido esponsal con relación a Dios, mucho más lo tiene la de aquéllos que se consagran a Dios en orden a conseguir la santidad. Con María, en el día de la Anunciación-Encarnación, comenzaron los tiempos de la Nueva Alianza, que habían sido prometidos por los profetas. La Nueva AlianzaAl llegar la plenitud de los tiempos (Gál 4,4), Jesús, el nuevo Adán (1 Co 15,45), primogénito de toda criatura y cabeza de la humanidad redimida (Col 1,15-18), cumple las promesas de amor del Antiguo Testamento. Ahora somos “su pueblo” y El es “nuestro” Dios (Cat 2787). Su venida a la tierra fue un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos. Todos los sucesos de la Antigua Alianza eran preparación de la Nueva, que ya estaba prometida. Dios cumplía lo prometido: “Yo pactaré una alianza nueva... pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones” (Jer 31,31-33). “Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas... Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (Ez 36,26-28). “Pactaré con ellos una alianza eterna de hacerles bien y pondré mi temor en sus corazones de modo que no se aparten de junto a mí.. y los plantaré firmemente (los amaré) con todo mí corazón y con toda mi alma” (Jer 32, 40-41). “Les daré un corazón que entienda y unos oídos que escuchen” (Bar 2,31). “Desde donde dale el sol hasta su ocaso, grande es mí Nombre en toda la tierra y se ofrecerá a mi Nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura” (Mal 1,1 l). Esta Alianza Nueva y este sacrificio puro comienzan a hacerse realidad con la Encarnación. Dios se une a la humanidad en la persona de Jesús. Al hacerse hombre, se une, en cierto modo, a todos los hombres (GS 22). El es el Siervo de Yahvé, puesto para alianza del pueblo (1s 42,6;49,8). La alianza se lleva a cabo en el seno de María, arca de la nueva alianza. Su seno, dicen los Padres de la Iglesia, fue el “telar, el laboratorio”, donde el Espíritu Santo tejió la carne humana de Jesús, el “tálamo”, donde han tenido lugar las nupcias de Dios con la humanidad. En ella han sido engendrados a la gracia, de alguna forma, todos los hombres. “Filisteos, tirios y etíopes, todos han nacido allí. Y se dirá de Sión: uno por uno todos han nacido en ella” (Sal 87, 4-5). El Sí de María fue un Sí nupcial de la esposa al Esposo. Su fe incondicional fue como el anillo de Bodas de la Nueva Alianza, que llegará a su plenitud al derramar Jesús su sangre en el Calvario. A partir de ese momento, la cruz será “el signo indeleble de la alianza” (Pleg Euc Rec l). Cada vez que veamos una cruz, debemos recordar el amor infinito de Dios por la humanidad. Y, cada vez que asistimos a la misa, debemos vivir la alianza de Dios con nosotros, pues en la Eucaristía se renueva cada día la Nueva Alianza (SC 10). En la última cena dijo Jesús: “Esta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26, 28). “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre” (Lc 22,20; 1 Co 11,25). Esto quiere decir que la sangre de este cáliz realiza la Nueva Alianza igual que la Antigua se realizó por la sangre de las víctimas (Ex 24,8). Jesús es el mediador de la Nueva Alianza (Heb 9,15). Y debía salvarnos con su sangre, pues “según la Ley, casi todas las cosas han de ser purificadas con sangre y sin efusión de sangre no hay remisión” (Heb 9,22). Jesús nos salvó “no con la sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna” (Heb 9,12). Esta sangre de Jesús, sangre de la alianza eterna (Heb 13,20), nos purifica de todo pecado (1 Jn 1,7). Por eso, en cada misa, en que se renueva y actualiza el sacrificio del Calvario, se renueva la alianza de Dios con los hombres. Decimos en la misa: “Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”. Por lo cual, mientras se celebre la misa en el mundo, Dios estará renovando su amor y su ternura por la humanidad y renovando su alianza con nosotros. Esta alianza tendrá su punto culminante en el cielo, donde celebraremos las Bodas eternas con Jesús. Mientras tanto, “el Espíritu y la Esposa dicen VEN... Sí, vengo pronto. Amén. VEN, Señor Jesús” (Ap 22,17-20). Cristo y la IglesiaAl antiguo pueblo de Israel se le designaba ya con el nombre de Iglesia (2 Esdr 13,11; Núm 20,4; Dt 23,1 ss). Por eso, no es de extrañar que al nuevo pueblo de Dios se le llame Iglesia (Mt 16,18). A partir de la venida de Cristo, “todo la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y la Iglesia. El bautismo es un misterio nupcial. Es como el baño de bodas (Ef 5,26-27), que precede al banquete de bodas de la Eucaristía” (Cat 1617). Y todo cristiano debe llevar el vestido nupcial (Mt 22,11), debe llevar el amor de Cristo en su corazón y vivir su alianza nupcial con El. El amor de Cristo y de la Iglesia es expresado, frecuentemente, mediante la imagen del Esposo y de la Esposa. Jesús se designó a sí mismo como el Esposo (Mc 2,19; Mt 9,15;22,1-14; 25,1-13). El apóstol Pablo presenta a la Iglesia y a cada fiel en particular como una esposa, “desposada” con Cristo (2 Co 11,2). La Iglesia es esposa de Cristo, esposa del Cordero Inmaculado (Ap 22,17;21,2-9j9,7; LG 6). Ella es “instrumento de redención universal... sacramento universal de salvación... Ella es el proyecto visible del amor de Dios a la humanidad que quiere que todo el género humano forme un único pueblo de Dios” (Cat 776). Por esto, podemos decir, en verdad, que “el mundo fue creado en orden a la Iglesia, que es la finalidad de todos las cosas” (Cat 760). En el Antiguo Testamento, la alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel fue figura de las nupcias entre Cristo y su Iglesia. Ahora, el matrimonio de Cristo y la Iglesia es figura de lo que debe ser el matrimonio cristiano entre dos esposos y también del matrimonio entre Dios y el alma, especialmente del alma consagrada, que se ha comprometido en alianza especial con Dios en orden a la santidad. La Iglesia, virgen por la integridad de su fe, esposa y madre, es figura y modelo del alma consagrada, esposa de Jesús, virgen y madre de las almas. Y así como la Iglesia obedece a Cristo, así la consagrada también debe obedecerle en todo. “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola... a fin de presentársela a sí mismo gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada” (Ef 5,25-27). “Gran misterio es éste (del matrimonio-alianza), pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5,32) y también se puede aplicar a Cristo y al alma consagrada. La consagrada es como una pequeña esposa, pequeña iglesia, dentro de la gran Iglesia y Esposa de Cristo. Por eso, debe preocuparse y sentir como suyos todos los problemas de la Iglesia universal. Ella es parte del Cuerpo Místico y de ella depende, en cierto modo, el porvenir de la Iglesia y del mundo entero. SEGUNDA PARTE
ESPOSAS DE JESUS Dios quiere hacer una alianza especial de amor y amistad con las almas consagradas. Ellas, por el bautismo, se han unido ya en alianza divina, son templos de Dios, partícipes de la naturaleza divina (2 Pe 1,4). Al comulgar, participan del banquete de bodas y renuevan su alianza (Cat 1617). Por sus votos, su alianza con Dios se afianza más, pues se comprometen a seguirlo y amarlo con toda su capacidad. Su compromiso es aspirar a la santidad. También los bautizados están llamados a la santidad, pero los consagrados lo están con una exigencia especial, pues deben tener un corazón indiviso para Dios. Esposa del ReyLos votos religiosos tienen el significado de un matrimonio con Jesús, el Rey del cielo. En el Código canónico se afirma: “La vida religiosa, como consagración total de la persona, manifiesta el desposorio admirable establecido por Dios en la Iglesia, signo de la vida futura” (canon 607).”Las vírgenes consagradas- celebran desposorios místicos con Jesucristo, hijo de Dios, y se entregan al servicio de la Iglesia” (canon 604). En el rito de consagración de las vírgenes (Ordo 1970), se pregunta a la candidata: “¿Quieres ser consagrada y desposada solemnemente con Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios?”. En la oración consecratoria, el obispo le dice: “ Que permanezcas siempre fiel a Cristo, tu Esposo, e imites la fidelidad que se exige a los desposados”. Y reza así: “Señor, que te glorifique con la santidad de su cuerpo y la pureza de su espíritu... Que tú seas para ella, la gloria; tú, el gozo; tú, el anhelo; tú, el consuelo en la tristeza; tú, el consejo en la duda; tú, la ayuda en la debilidad; tú, la paciencia en la tribulación; tú, la abundancia en la pobreza; tú, el alimento en el ayuno; tú, la medicina en la enfermedad... Que todo lo tenga en ti, a quien ha elegido por encima de todas las cosas”. Después le entrega el anillo y el libro de la Liturgia de las Horas y le dice: “Recibe este anillo de tu sagrada alianza matrimonial con Cristo y conserva intacta la fidelidad a tu Esposo para que merezcas ser admitida a las bodas del gozo eterno”. “Recibe el libro de la oración de la Iglesia para que resuenen sin cesar en tus labios las alabanzas del Padre celestial y para que intercedas por la salvación del mundo”. A continuación, ella canta la antífona: “Estoy desposada con Aquel a quien sirven los ángeles, cuya belleza envidian el sol y la luna”. También suele cantarse el Salmo 45, muy a propósito para esta ocasión: “Ya entra la princesa, bellísima, vestida de perlas y brocados; la llevan ante el Rey con séquito de vírgenes, la siguen sus compañeras, las traen con alegría y algazara, van entrando en el palacio real... Hijas de reyes salen a su encuentro. Ella está de pie a la derecha del Rey como una reina, enjoyada con oro de Ofir... Mira, hija, inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, prendado está el Rey de tu belleza. Póstrate ante El que El es tu Señor... A cambio de tus padres tendrás hijos, que nombrarás príncipes por toda la tierra... Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos al Rey. Tú eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia. Por eso, Dios te bendice eternamente”. Veamos ahora el parte que escribió Sta. Teresita del Niño Jesús, para comunicar sus desposorios con Jesús: “El Dios Todopoderoso, Criador de cielos y tierra, Dueño soberano del Universo, y la Gloriosísima Virgen María, Reina de la corte celestial, tienen el gusto de participarle el efectuado desposorio espiritual de su augusto Hijo Jesús, Rey de Reyes y Señor de los Señores, con... hoy ya Señora y Princesa de los Señoríos y Reinos aportados al matrimonio como dote por su divino Esposo”. “Aquel día, nos dice, al pronunciar mis votos ¡Cuántas gracias pedí! Creyéndome verdaderamente reina, aproveché mí título para alcanzar las mercedes del Rey”. Sta. Teresa de Jesús, al hablar de la profesión religiosa, escribía: ¡Oh casamiento sagrado! Que el Rey de la Majestad haya sido el desposado. ¡Oh dichosa tal zagala! pues ha tomado marido, que reina y ha de reinar. Ricas joyas os dará este Esposo Rey del cielo, que es Rey y bien lo podrá. ¡Oh qué venturosa suerte os estaba aparejada! ¡Que os quiera Dios por amada! En servirle estad muy fuerte, pues que lo habéis profesado. ¡Que el Rey de la Majestad es ya vuestro desposado! Jesús te escogió desde toda la eternidad (Ef 1,4) para que fueras reina, “alabanza de su gloria” (Ef 1,12). Por eso, te dirá: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mió” (Jn 17,10). Jesús te quiere esposa reina, esposa santa, y quiere celebrar sus bodas reales contigo en el seno de la Iglesia, estando presente María. Que seas TODA PARA JESUS. Esposa ReinaTú estás llamada a ser esposa reina, pues hay otras esposas que sólo son concubinas, las que no se entregan totalmente, las que tienen miedo al compromiso y al sacrificio. La esposa reina, en cambio, hace una entrega total, sin condiciones, como víctima de amor, está siempre al lado del Rey para acompañarlo en su dolor, consolarlo, compartir sus alegrías, amarlo con todo su corazón y hacerlo feliz en todo momento. Veamos ahora la historia de la reina Ester, que puede ser también tu propia historia. Leemos en el libro bíblico de Ester que ella era una pobre huérfana, llamada Hedisa, de muy hermosa presencia, que fue adoptada por su primo Mardoqueo (2,7). “Halló más gracia y favor ante el rey que ninguna otra virgen y el rey la amó más que a todas las otras mujeres, le colocó la diadema real sobre su cabeza y la hizo reina” (2,17). Ella, con oración y ayuno, intercedió ante el rey por su pueblo, condenado al exterminio, y consiguió su salvación. Ella fue “la fuentecilla que se convirtió en río de abundantes aguas y la lucecita convertida en sol. El río es Ester a quien el rey tomó por esposa, haciéndola reina” (10,6). Tú también, como Hedisa, eres una pobre desconocida, humanamente, pero el Rey Jesús vio tu corazón bello y hermoso y se enamoró de ti, porque vio que eras capaz de una entrega total y te escogió entre millones de mujeres y te hizo su esposa. Con la gran misión de salvar a tu pueblo y a tus hijos del mundo entero, por quienes debes interceder ante Dios día y noche. Debes orar y ayunar y sacrificarte mucho, porque sólo el amor y la cruz pueden conseguir la salvación. Quizás tengas miedo al sufrimiento o a la muerte. También lo tuvo Ester, que se presentó ante el rey, arriesgando su vida, pero dispuesta a darla, si era necesario. Se presentó “enteramente hermosa, el rostro sonrosado y alegre como el de una enamorada, aunque su corazón estaba oprimido por el miedo” (15,8 ó 5,1 b). ¿Eres tú capaz de dar la vida por tus hijos? ¿Tienes miedo de ser santa? Dile sinceramente como Ester: “Señor, mi corazón tuvo miedo ante tu majestad, pues eres admirable y tu rostro está lleno de dignidad” (15,16-5,2 a). “Señor mío, mi Rey, estoy desolada, mi vida está en peligro y tú eres mi única ayuda” (14,3-4,17-1). 1íbrame con tu mano y ayúdame, que estoy sola y no tengo a nadie más que a ti, Señor” (14,14-4,17 t). Entonces, el Rey Jesús, como Asuero a Ester, te pondrá sobre sus rodillas y te consolará con dulces palabras y, besándote, te dirá: “¿Qué te pasa? Yo soy tu esposo, ten confianza en mí.. Acércate y háblame sin miedo “ (15,12-5,1 f). “¿Qué es lo que quieres? ¿Qué deseas? Todo te será concedido, aunque sea la mitad de mi reino” (5,6-5,3). Quizás todavía seas como la fuentecilla o la lamparita de Ester, pero estás llamada a ser sol y río de caudalosas aguas. Dios te ha escogido con infinito amor y tiene cifradas sus esperanzas en ti. No lo defraudes. El te ama tanto que quiere verte cada día más bella y hermosa, como una reina. Cuando le dices: “Jesús, hazme santa” y te pones a su total disposición, su Corazón divino se estremece de gozo. Dile en este momento: Jesús, hazme santa. Haz de mí lo que Tú quieras, sea lo que sea te doy las gracias, porque te amo y confío en Ti, porque Tú eres mi Esposo, mi Rey y mi Todo. “Deseo ofrecerme a Ti en voluntaria ofrenda, y quedar tuya para siempre” (Kempis IV, 9,1). Renovación de tu alianzaTú, como esposa reina, debes vivir tu realeza con Cristo en la Eucaristía de cada día y allí renovarle tu amor y tu fidelidad. La misa es la renovación y actualización de la Nueva Alianza del Calvario y en ella debes renovar tu alianza nueva y eterna con Jesús. En el momento de la consagración debes decir con El, de verdad: “ESTO ES MI CUERPO, QUE SERA ENTREGADO POR VOSOTROS... ESTE ES EL CALIZ DE MI SANGRE, SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERA DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR TODOS LOS HOMBRES PARA EL PERDON DE LOS PECADOS.” Para que sea eficaz esta renovación diaria de tu alianza, es preciso que te ofrezcas con Jesús, al Padre en una sola ofrenda, por la salvación del mundo. Tú eres como la gota de agua que se echa en el cáliz. Si esta gota quedase sin disolverse en el vino o se congelase y no se fusionase con él.... al llegar la consagración, quedaría sin consagrar. Lo mismo pasaría contigo, si no te ofreces con Jesús en cada misa, quedarías sin consagrar, sin comprometerte con El, serías... una concubina y no una reina. Pero tú, un día, te consagraste a Jesús totalmente por tus votos y ya no puedes renunciar, debes ser siempre hostia, por su amor. La hostia consagrada, una vez que está consagrada, queda así, no se pertenece a sí misma, no se queja, no vuelve atrás y Jesús queda en ella en estado de víctima permanente. Así debes ser tú, una ofrenda permanente con Jesús. Por eso, procura repetir constantemente con todo tu corazón: “Por Cristo, con El y en El . A ti, Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amen”. En el momento de la comunión, dispón tu corazón para reafirmar tu alianza nupcial con Jesús. La comunión debe ser la renovación diaria de tus bodas con Jesús. María, como madre del novio, será tu madrina y quien te ofrecerá a El en cada misa. En la comunión te haces una sola cosa con El. Al recibir la hostia recibes su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Unes tu sangre a la suya, tu vida a la suya, tu humanidad con su divinidad. Que tu unión con El sea tan firme y definitiva que nunca se te ocurra, ni en el pensamiento, serle infiel. Y no olvides que las alianzas se escriben con sangre y debes estar dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias ... hasta la cruz. ¿Tienes miedo de entregarte sin condiciones al amor? Dado que la Nueva Alianza de Jesús en el Calvario se realizó por medio de su sangre y que en el cáliz se representa mejor la sangre de la Alianza Nueva y eterna, sería conveniente que, en algunos días, pudieras recibir la comunión también con el cáliz para significar mejor tu alianza definitiva con Jesús. Según la Ordenación General del Misal Romano Nº 242 (14) se puede dar todos los días la comunión bajo las dos especies “a los miembros de las Comunidades en la misa conventual o de Comunidad”. No obstante, cuando recibas la hostia en la comunión, piensa en la sangre de Jesús y ofrécele la tuya para que, mezcladas en una sola ofrenda, renueves cada día tu matrimonio con Jesús. La señal de tu matrimonio será tu anillo nupcial. llévalo con dignidad, respeto y amor. Y cada vez que lo veas, recuerda tu alianza de bodas con Jesús y dale un beso con tu corazón. Renueva frecuentemente tus votos y dile a Jesús que lo amas. Cuando comulgues, abraza tu anillo y déjate amar por tu Esposo Jesús. Participa del “banquete pascual de su amor” con ilusión. Y aunque no sientas nada, no creas que Jesús se ha alejado de ti y que no te ama.... no dejes de comulgar y de renovar tu alianza cada día. Si necesitas paz, acude al confesor o a la Madre Priora para que te den seguridad y puedas comulgar, a pesar de las dudas o de las tinieblas. Jesús, quizás se ha escondido, pero nunca está más cerca de ti que cuando estás crucificada con El en la cruz. No temas y dile que lo amas. Renueva tu amor en cada misa y en cada comunión y dile: “Jesús, Esposo mío, Rey mío, te ofrezco mi vida con mis sufrimientos y mi amor. Te doy cuanto soy y cuanto tengo. Recibe conmigo a todos mis hijos del mundo, especialmente a mis familiares y hermanos de Comunidad. Celebra tu misa permanentemente en el altar de mi corazón, donde quiero estar contigo como ofrenda permanente. Recibe el pan de mi vida y el vino de mi amor para que, unidos por tu sangre, vivamos nuestra alianza como un verdadero matrimonio de amor”. Esposas víctimas de amorVeamos como describe Sta. Teresita del Niño Jesús a las esposas reinas, víctimas de amor: “Somos las azucenas predilectas de Jesús. El habita entre nosotras como Rey y nos hace participantes de los honores de su realeza. Su sangre divina baña nuestras corolas y sus espinas, al herirnos, abren paso al aroma de nuestro amor... ¿Por qué tenéis miedo de ofreceros como víctimas al Amor misericordioso? Si os ofrecierais a la justicia divina, podríais temer, pero el Amor misericordioso tendrá compasión de vuestra debilidad. El os tratará con dulzura y con misericordia... El tiene en cuenta nuestras debilidades y sabe perfectamente la fragilidad de nuestra naturaleza. Jesús no tiene necesidad de nuestras obras, sino únicamente de nuestro amor. Tiene sed de amor... de víctimas de amor. Oh Jesús, no tengo otro medio para demostraros mi amor que echaros flores, es decir, no escatimar el menor sacrificio, no dejar perder ninguna palabra, ninguna mirada, aprovechar las menores acciones y ejecutarlas todas por amor. Quiero sufrir y hasta gozar por amor. Así esparciré flores, cuantas encuentre a mi paso, y las deshojaré en vuestro honor. Además, cantaré, cantaré constantemente, aunque tengá que sacar mis rosas de entre las espinas. Cuanto más largas y punzantes sean éstas, más melodioso será mi canto de amor.. Ah, sé muy bien que esta fragante lluvia, estos frágiles pétalos, que carecen de valor, estos cantos de amor... os embelesarán. Sí, estas pequeñeces os recrearán, harán sonreír a la Iglesia triunfante, la cual recogerá las hojas deshojadas y después de hacerlas pasar por vuestras manos divinas para comunicarles un valor infinito, las esparcirá sobre la Iglesia militante para darle la victoria. ¡Oh, Jesús mío, os amo!... Te quiero amar hasta la locura... Mi locura consiste en pretender que tu amor me acepte como víctima... Deseo ser santa, pero conozco mí debilidad, por lo que os pido, Dios mío, que seáis Vos mismo mi santidad. Todo el tiempo que quieras permaneceré con los ojos fijos en ti, quiero que tu divina mirado me fascine, quiero llegar a ser presa de tu amor. Tengo esperanza de que un día te lanzarás sobre mí y llevándome al foco de tu amor, me sumergirás en este abismo abrasador para convertirme eternamente en tu dichosa víctima... Oh Jesús, que sea yo esta dichosa víctima, consumid vuestra pequeña hostia en el fuego de tu divino amor... Oh Jesús, te suplico que inclines tus divinos ojos sobre todas las almas pequeñitas y te escojas en este mundo una legión de víctimas pequeñas dignos de tu Amor”.. Pídele a Jesús ser de sus esposas reinas, pequeñas víctimas de su Amor misericordioso, aunque te parezca imposible. Porque, como diría la misma santa: “jamás se tiene demasiada confianza en El, tan potente y misericordioso. Se obtiene de El todo cuanto de El se espera”. Dile con ella: “Oh Jesús, quiero amarte tanto, tanto... ¡Amarte como nunca nadie te haya amado!”. Dile sí y nunca te arrepentirás. El día en que Sta. Teresita le dijo Sí a Jesús, ofreciéndose como víctima de su Amor misericordioso, dice que “fue como darle un beso de amor, pues me sentía enamorada y le decía: Te amo y me ofrezco a Ti para siempre” (Manuscrito A, 109). Esposa de Jesús EucaristíaTú, como esposa de Jesús Eucaristía, debes tener un corazón eucarístico, siempre en adoración ante el sagrario, debes ser una hostia viva con Jesús y como Jesús. Cuando asistas a la misa, mira a Jesús en los sacerdotes, pues se identifican con Jesús, son Jesús. Y toma e compromiso de orar especialmente por ellos. Ámalos con todo el amo, y ternura que tienes para el mismo Jesús. Sé madre especial para todos los sacerdotes y conságrales tu vida. No olvides que eres sacerdote por el amor. Eres vicaria del amor de Cristo, lo que significa que debes hacer visible y creíble con tu vida ante el mundo, el amor de tu Esposo Jesucristo. Estás llamada a ser como la gotita de agua que, en la misa, se mezcla con el vino y se convierte en Jesús. Como el trigo que se convertirá en hostia y llegará a ser Jesús. El está prisionero en el sagrario y ahí debe estar tu puesto de guardia, junto a El. El te necesita, no lo dejes solo. Piensa que está sufriendo por tantos pecados del mundo entero y necesita tu consuelo. ¿Se lo negarás? El se siente solo. ¿Le negarás tu compañía? El quiere desahogarse contigo y contarte todas sus preocupaciones, quiere que lo comprendas y le ayudes a llevar su cruz. ¿Estarás demasiado ocupada para no tener tiempo de ir a visitarlo y ofrecerle tu cariño? De vez en cuando, deja de trabajar y vuela al sagrario para decirle que lo amas... El se sentirá feliz de tu compañía y te llenará de bendiciones. El sagrario debe ser para ti: fuego, amor, descanso, silencio, entrega... Tu corazón debe ser un pequeño sagrario, lleno de amor para El. Dile frecuentemente: “Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te AMO” (Jn 21,17). Y repítele con el Salmo 63: Oh Dios, Tú eres mi Dios, desde la aurora te busco. Mi alma está sedienta de Ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. Tu amor vale más que la vida, te alabarán mis labios. Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Que tu vida sea una Eucaristía viviente, una misa continua, una ofrenda perenne por medio de María. Que sea un sacerdocio de amor en servicio permanente..., que seas Sor Eucaristía de Jesús. Esposa del crucificadoTú, como esposa de Jesús, estás llamada a llevar con El el peso del mundo. Debes sentirte responsable de la salvación de la humanidad entera como madre de todas las almas. Ser esposa de Jesús te hace ser corredentora y debes orar y sufrir por la salvación de todos. Cada día debes parecerte más a Jesús, debes transformarte en El. El Padre quiere reproducir en ti la imagen de su Hijo (Rom 8,29). Y, cuando tengas problemas y sufrimientos, acude a Jesús y desahógate con El. El es tu Esposo y te comprende y quiere ayudarte y consolarte. El te dirá: “No tengas miedo, porque yo estoy contigo... y TE AMO” (Is 43,43). Cuando tengas momentos de desierto y oscuridad, cuando creas que se ha alejado de ti y que ya no te quiere o te ha abandonado por tus pecados.... escucha sus palabras: “Tú eres a mis ojos de gran precio, de gran estima y yo TE AMO MUCHO. Para rescatarte daría yo a Egipto, a Etiopía y Seba... daría muchedumbres de hombres y pueblos a, cambio de tu vida” (Is 43,4). En esos momentos, haz actos de fe, esfuérzate por amarlo, aunque no lo veas ni lo sientas.Dile que lo amas, lee algo que te hable de su amor. Pero no te dejes vencer por el sueño, el cansancio o la comodidad. Ora, aunque no tengas ganas. Sufre en silencio tu soledad y ofrécele tu dolor, como flor, que lo consuele de tantas ofensas y... se sentirá feliz, pues está muy cerquita de ti, al pie de tu cruz. No rehuyas los sufrimientos, son las caricias de tu esposo. El dolor es una declaración de amor, un beso de tu Jesús crucificado. “Cuando llegues a tanto que el dolor te sea dulce y gustoso por Cristo, entonces habrás hallado el paraíso en la tierra” (Kempis V 12,11). No olvides que eres su esposa y no puedes huir de la cruz, pues te alejarías de El. ¿Acaso te has cansado de amarlo y de sufrir por El? ¿Y si El se cansara de amarte a ti? Por eso, haz pequeñas mortificaciones, controla tu mirada, tu curiosidad, guarda silencio y modestia, prívate de algo que te guste... Procura inclinarte no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso; no a lo más sabroso, sino a lo más desabrido; no a lo más gustoso, sino a lo que no da gusto, como aconseja S. Juan de la Cruz. “Da lástima ver algunas almas como unas ricas naos cargadas de riquezas y obras y ejercicios espirituales, y virtudes y mercedes, que Dios les hace y por no tener ánimo para acabar con algún gustillo o asimiento o afición, nunca van adelante ni llegan al puerto de la perfección”(1 S 11,4). Tú, un día, te consagraste a Jesús y te comprometiste a ser santa. Eso era como ponerte en sus manos sin condiciones, darle permiso para que pudiera crucificarte con El. No te vuelvas atrás. Si lo hicieras, no sólo fallarías a Jesús, sino a todos tus hijos del mundo entero, que te necesitan. Por eso, renueva constantemente en la misa tu ofrecimiento como “víctima viva para alabanza de su gloria” (Pleg Euc IV). Tu divino Esposo espera que tu alianza nupcial con El llegue hasta el máximo grado del Matrimonio místico de los santos. ¿Qué esperas? ¿Por qué tienes miedo de entregarte totalmente al Amor? ¿Te asusta la palabra víctima? Si quieres, usa la palabra “ofrenda permanente”, entrega total o la que quieras, pero entrégate a El sin condiciones. Sólo necesitas permiso del confesor o director espiritual. Pero recuerda que ser “ofrenda permanente” significa que toda tu vida es de Jesús. Todos y cada uno de tus pensamientos deben ser de Jesús. Y lo mismo cada uno de tus deseos, palabras, miradas, acciones, dolores y alegrías deben ser de Jesús y para Jesús. No te permitas hacer algo que lo ofenda ni siquiera con el pensamiento. El te recompensará . Sin embargo, hay muchas religiosas que se asustan ante la entrega total, porque temen que el Señor les tome la palabra y porque, además, dicen que eso ya está incluido en los votos religiosos. Por supuesto que sí, pero hay que vivirlos de verdad. Lo triste es que tengamos miedo del amor tierno y misericordioso de Jesús, que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. ¿Puede enviarnos enfermedades que tendrán que cargar las demás para atendernos? ¿Vamos a ser inútiles para el mucho trabajo que hay? Jesús sabrá pagar con creces como sólo El sabe hacerlo; pero tengamos fe y confianza en El, que no se dejará ganar en generosidad. Hay que evitar a toda costa consideraciones demasiado humanas, porque no somos una empresa para ganar dinero, sino para salvar almas y santificarnos. No caigamos en el error de la gente del mundo, que no comprende nuestra vida, porque no ve frutos sociales o económicos y prefieren a las religiosas de vida activa. Una verdadera alma víctima hace más por la santificación de su Comunidad que cien mediocres. Ella hace las delicias de su Esposo y alcanza del cielo más bienes que millares y millones de justos ordinarios, que no hacen más que purgar sus propias faltas. Ella es una bienhechora de la humanidad y su vida es una bendición para el mundo. Por eso, “Así dice el Señor. Yo haré derivar hacia ella como un río la paz y como un torrente en crecida las riquezas de las naciones”. (Is 66,10). Digamos ahora al Señor con fe y confianza con Sta. Teresa: Veis aquí mi corazón, yo le pongo en vuestra palma, mí cuerpo, mi vida y alma, mis entrañas y afición. Dulce Esposo y Redención, pues por vuestra me ofrecí ¿Qué mandáis hacer de mí? Esposa obedienteJesús fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Fil 2,8) y tú también debes ser siempre obediente (Fil 2,12), aunque te cueste. No olvides que Dios da el Espíritu Santo a los que le obedecen (Hech 5,32). No te dejes llevar de tus gustos o pareceres. Que no te pase lo que a la reina Vasti, del libro de Ester, que, por no obedecer, fue rechazada como reina. Tú eres una esposa reina y tu entrega y obediencia debe ser total, sin condiciones y a tiempo completo. Obedecer es amar. Por eso, obedece con amor. Llena cada minuto de tu vida con obediencia amorosa a la voluntad de Dios. Has venido al Monasterio decidida a ser santa, porque si no ¿a qué viniste? El Monasterio es una escuela de santidad para aspirantes a la santidad y debes aplicarte con sinceridad a la gran empresa de tu santificación. Como esposa delicada, procura estar atenta para adivinar hasta el último parpadeo de la voluntad de Jesús. Sin amor, no hay obediencia verdadera; y sin obediencia, no hay verdadero amor. Demuéstrale tu amor, obedeciendo sin vacilar, haciendo siempre lo que le agrada (Jn 8,29). ¿Conoces su manera de ser, sus gustos y sus “defectos”?. A Jesús le gusta que le repitan las cosas. A veces, se esconde y hace como que no oye. Se hace esperar cuando lo llaman. Siempre quiere salirse con la “suya”. Le gusta ser el primero en todo. Siempre pide más. No le agrada estar solo, quiere cariño y compañía. Cuando desea algo, lo pide con mucha insistencia y, además, es celoso y le gusta “mandar”. Quiere mucho a su Madre y le da sin medida todo lo que Ella le pide. Es muy exigente y lleva a sus amigos por caminos de espinas... Por todo esto, ser esposa de Jesús supone en ti una gran dosis de paciencia para aceptarlo todo y darle gusto en todo. Pero vale la pena. “Confía en El y obra el bien. Vive en paz y pon en El tus delicias y te dará lo que pide tu corazón” (Sal 37,4). Dile siempre SI, porque, como María, estás llamada a ser madre de los hombres y reina del Universo. Haz feliz a Jesús y dile como S. Pablo: “A mí no me importa la vida, lo único que quiero es terminar mi carrera y cumplir la misión que me encomendó el Señor Jesús” (Hech 20,24). Entonces, El te rodeará con palabras de luz, con esa ternura infinita suya, que abarca el Universo, y allí, en el fondo de ti misma, te hablará de amor y te hará feliz. Esposa pobreEn este mundo debes vivir pobre como tu Esposo Jesús. Si quisieras disfrutar de toda clase de comodidades en objetos, ropa, comida... desentonarías al lado de tu esposo pobre. Si no quisieras trabajar, porque tienes asegurada la vida en el convento, serías una mala esposa de un pobre obrero trabajador, como lo fue Jesús. También en Comunidad hay que vivir pobremente, sin exigencias desmedidas, con amor a los pobres y compartiendo nuestros bienes con ellos. No olvides las palabras del Esposo: “Lo que hacéis con uno de estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hacéis”(Mt 25,40). Tienes que amar y servir a Jesús en los hermanos, hacer feliz a Jesús en los hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados. Atiéndelo en los “pobres” enfermos, cuidándolos con la misma ternura y cariño como atenderías al mismo Jesús. Ámalo, como una madre, en los que se sienten solos, en los que nadie quiere, en los incomprendidos y en todos aquellos que son víctimas de la injusticia o de la violencia; pero empieza primero con tus hermanas de Comunidad. También debes preocuparte de la salvación de los “pobres” pecadores, de los que están en pecado, alejados de Dios y en peligro de condenación eterna. Ellos deben ser tus hijos predilectos, pues son los que realmente están más necesitados. Ayúdalos con tus inmensas riquezas espirituales de reina, esposa del Rey, pues “todo lo suyo es tuyo”. Intercede por ellos con ayuno, llanto y oración, como la reina Ester y, al salvarlos, te sentirás la madre más feliz de la tierra. Tú eres pobre para dar riqueza. Jesús, “siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro para que seamos ricos por su pobreza” (2 Cor 8,9). Sé como la esposa trabajadora de los Proverbios: “Vale mucho más que las perlas. En ella confía el corazón de su esposo. Le da siempre gusto y nunca disgustos, todos los días de su vida... Trabaja con sus propias manos... y nunca le falta nada... Alarga su palma al pobre y tiende su mano al desvalido... Se reviste de fortaleza y dignidad y sonríe al porvenir. Abre la boca con sabiduría y con sus palabras da lecciones de amor. Vigila a toda su familia y no come su pan de balde. Sus hijos la aclaman y su esposo la ensalza ... y lo felicitan en la ciudad, cuando se sienta con los principales del lugar .. Dichosa tú que sobrepasas a todos las mujeres en proezas. Porque engañosa es la gracia exterior y fugaz la hermosura, la mujer que ama al Señor, es la que se debe alabar” (Cf. Prov 31,10-31). Esposa castaDebes ser pura, muy pura; ya que tu Amado es más puro que la nieve y que el lirio de los valles, y tú debes vestir idénticas ropas que El. Acrecienta cada vez más tu belleza interior para hacerte digna de tu Rey. Ponte los collares de tu modestia, sinceridad y pureza y cíñetelos con alegría, pues te los proporcionó el que te ama con un amor eterno y quiere vivir cada día contigo unas nupcias sin fin. Enciéndete con el fulgor del amor para comunicar viveza a tu semblante espiritual. Nada dejes de hacer con tal de embellecer cada vez más tu vestido nupcial. Jesús no quiere esposas frías o tibias, sino fervorosas, con un amor total para El. Jesús no quiere esposas que tengan el cuerpo, la mente o el corazón impuros. Jesús te quiere pura y limpia. Jesús quiere que seas un lirio de pureza entre los cardos del mundo (Cant 2,2). El es un Rey celoso (Dt 4,24) y no acepta que seas ligera en tus relaciones con otras personas. Por lo cual, es importante que tengas control de tu vista para llegar a la pureza total del corazón. “Si tu ojo es puro, todo tu cuerpo estará iluminado, pero si es malo, también tu cuerpo estará en tinieblas. Cuida, pues, que tu luz no tenga parte de tinieblas, porque si todo tu cuerpo es luminoso, sin parte alguna tenebrosa, todo él resplandecerá como cuando la lámpara te ilumina con vivo resplandor” (Lc 11,34-36). También debes tener control de tus pensamientos, pues si los dejas correr como caballos desbocados, te llevarán a malos deseos y malas obras. Tu mente y tu corazón deben ser totalmente para Jesús. Por ello, debes orar mucho y tener mucho contacto personal con El. Debes dialogar mucho con tu Esposo, especialmente en la Eucaristía. La pureza sin oración es como una flor sin lluvia ni rocío, plantada en un árido desierto, que se marchita al ardor de la mañana. La oración la mantendrá siempre fresca y lozana para El y para los demás, pues la flor de la virginidad produce una maternidad espiritual fecunda y universal. La pureza supone caridad y humildad. Decía Sta. Magdalena de Pazzi: “Si quieres saber hasta qué punto eres pura y agradable a Dios, lo sabrás por el gusto que encuentres en comunicar a otros tus bienes espirituales y materiales... Eso supone en ti mucha humildad, pues la pureza es la humildad en acción. Jamás ha habido ni habrá humildad sin pureza ni pureza sin humildad”. Que no tengan que decirte los impíos: Eres pura como un ángel, pero soberbia como un demonio. Sin humildad no hay caridad ni verdadera pureza. Tú estás llamada a ser testigo de la pureza y de la alegría entre los hombres. Para ello, es preciso que reconozcas tu debilidad y pidas ayuda a Jesús. También debes ser vigilante para no dejarte contaminar con tanta impureza que te rodea. La televisión y los medios de comunicación social presentan, con frecuencia, el amor de la pareja como si fuera el único válido y, muchas veces, lo hacen, sin respeto y sin moral. Por tanto, es necesario que tengas mucho autocontrol para no dejarte contagiar. Tus libros y tus lecturas deben ser buenos y santos para que tu mente esté limpia y puedas resistir las agresiones constantes de la cultura erótica que te rodea. Debes cuidar mucho las amistades con personas de otro sexo... Si en estas relaciones hay celos, repercusiones en la esfera sexual, si toleras mal las ausencias o la falta de comunicación..., algo puede andar mal. Debes tener libertad de espíritu y mirada limpia para relacionarte sin miedo con otras personas. Sin embargo, evita las amistades particulares exclusivas, aun dentro del convento. Ama a todos con afecto sincero, pero sin exclusividades ni amistades ocultas ni afectos personales innecesarios. Tu afectividad debe ser equilibrada sin avergonzarte de hablar sobre problemas morales, cuando sea necesario. Procura en todo la pureza de alma y cuerpo. A Jesús le atrae la pureza y la pureza es amor, luz, sinceridad, alegría interior... El quiere que tu pureza brille como una luz en tu corazón y con una felicidad a flor de piel. Debes reparar tanta impureza del mundo con tu pureza y nunca debes avergonzarte ante los demás de darte a conocer como esposa de Jesús, incluso por medio de tu hábito religioso. Jesús quiere tu corazón completamente para El, pues no admite competidores, Por eso, es necesario que tengas mucha prudencia para evitar toda ocasión de pecado. Si no eres prudente, no podrás volar por los cándidos espacios del amor limpio. Esta prudencia atañe, especialmente, a las Superioras para vigilar muy de cerca a todas las personas extrañas que entran al Monasterio, sobre todo, si son de entrada permanente. Jesús quiere verte alegre y feliz de tu vida consagrada. ¡Cuánto sufrirá al ver a sus esposas tristes, que se sienten frustradas y fracasadas, buscando compensaciones! Existen quienes descargan su afectividad en el perro, el gato o el canario de la Comunidad, que consideran como propio y lo cuidan como si fuera un “esposo”. Son incapaces de sacrificarse y sólo buscan su propia comodidad. Esposas que piensan en el divorcio, porque el amor de Jesús no llena de sentido sus vidas. Precisamente, en esos momentos de crisis, en que se buscan consciente o inconscientemente las caricias de un amor humano, en que Jesús parece estar muy lejano... Debes redoblar tu oración y tener mucha prudencia. No digas fácilmente: Ahora me doy cuenta de que no tenía vocación y que el amor que siento hacia esa persona también es de Dios o cosas parecidas. Jesús está silencioso, es el momento de la prueba y debes buscarlo, aunque tengas el corazón sangrante y la carne torturada. Debes esperarlo en oración continua, aunque las tentaciones amenacen hacer naufragar la barquilla de tu vida. Sigue esperando contra toda esperanza, hasta que llegue el día en que puedas salir del túnel y amanezca el sol de la esperanza. No olvides que el sufrimiento y el amor son las puertas que abren de par en par el Corazón de Dios. Cuando haya pasado la crisis, un nuevo sol amanecerá en tu vida. Tu amor habrá madurado y amarás a Jesús con un amor más puro y fuerte. Todos, tarde o temprano, tendremos momentos de crisis. Y tú tienes que prepararte para la prueba. En ese momento de la prueba, debes apoyarte en tu Amado Jesús, como la esposa del Cantar de los Cantares: “¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su Amado?” (8,5) ¿Quién es ésta que sube del desierto de la tribulación y de la crisis, apoyada en Jesús? En el desierto de tu soledad afectiva, sólo Jesús podrá llenar tu corazón. El será tu refugio y tu fortaleza. También S. Pablo sintió en sí mismo el aguijón de la carne y nos dice: “Tres veces rogué al Señor que lo retirase de mí y El me dijo: Te basta mi gracia. Que en la flaqueza llega al colmo el poder. Muy gustosamente continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual, me complazco en las enfermedades, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en los aprietos por Cristo; pues, cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte”. (2 Co 12,8-10). El necesita tu Pureza para que puedas volar a las alturas de la divinidad. A la Bta. Faustina Kowalsksa le decía: “Tú eres mi esposa y tu pureza debe ser más que angelical. El menor acto de mi esposa tiene un valor sin límites, Su alma pura hace mis delicias y tiene una fuerza increíble ante Mí”. Ama a María y encomiéndale tu pureza. Ofrécele cada día el obsequio del santo rosario que es “la síntesis de todo el Evangelio” (Cat 971). Tú debes ser como esa pura y bella flor que, al caminante triste y solitario, le dice con sus ojos brillantes: TE QUIERO. En el mundo hay muchas flores que están llamadas a marchitarse sin ser vistas de los hombres, pero su aroma se esparcirá por el mundo entero y alegrará el Corazón de Dios. Sé tú una flor pura y bella para Jesús y dile constantemente: TE QUIERO. Señor, “Crea en mi un corazón puro y renuévame por dentro con espíritu firme” Sal 51,12). Esposa sinceraUna esposa de Jesús debe ser siempre sincera y transparente en todas sus acciones. Si alguien intentara entrar al convento con engaño, solamente por interés o por comodidad, por huir de sus problemas o por buscarse un refugio y una seguridad en la vida..., su matrimonio con Jesús sería nulo, incluso sería un sacrilegio, pues no tendría verdadero consentimiento para casarse con El y no querría entregarse a El de verdad con todas sus consecuencias. ¿A quién podría engañar? ¿A las demás? Su vida mediocre y sin ilusión delataría su falta de compromiso y de sinceridad y, por ese camino, nunca podría ser verdaderamente feliz ni hacer felices a las demás. Por eso, es tan importante un verdadero discernimiento vocacional para evitar que postulantes con graves defectos o sin vocación, puedan entrar y hacer del convento una casa de refugio para algunas solteras frustradas o sin porvenir. Igualmente, es muy importante que, antes de la Profesión Perpetua, se ayude a las verdaderas vocaciones a superar los traumas y temores, que pueden tener, y que les puede impedir desarrollarse plenamente como personas. Jesús quiere esposas “normales”, equilibradas y sanas de espíritu, limpias y puras como las azucenas. Para conseguirlo, es conveniente pedir ayuda a una religiosa experimentada de la Comunidad (hay que escoger bien a la Maestra de novicias), pedir el asesoramiento de un sicólogo y, sobre todo, de un buen director espiritual. Jesús no quiere esposas mediocres, tibias o frustradas. Jesús quiere esposas alegres, con ilusión de ser santas y con el corazón lleno de amor. Esposas sinceras, que nunca se manchen con la mentira. Una consagrada mentirosa sería como una esposa infiel que, poco a poco, va cayendo en errores cada vez más graves. Jesús quiere esposas libres, con la verdadera libertad y alegría de los hijos de Dios. Si tú tienes graves temores, desconfianzas o egoísmos, si reconoces que andas siempre malhumorada, triste y cabizbaja. Si tienes traumas, complejos o heridas, recibidas desde tu infancia. Pide ayuda, no te lo guardes para ti sola. Abre tu corazón con sinceridad a tu confesor o director. Porque, si andas siempre ocultando lo que te pasa, si andas haciendo las cosas a escondidas, si eres demasiado reservada, tú misma te estás cerrando a la acción de Dios y estás rechazando la ayuda que El te ofrece a través de otras personas. Jesús quiere sanarte. El es médico de cuerpos y almas. Su especialidad es el corazón. Pídele su ayuda en oración todos los días y pon de tu parte, no quieras solucionar los problemas tú sola. Esfuérzate por ser feliz, por compartir tus cosas, tus alegrías y esperanzas, tus tristezas y necesidades. No te dejes vencer por el temor, déjate ayudar, déjate amar por Jesús. Confía en El y no temas. Dile como el leproso del Evangelio: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. (Mt 8,2). Y le darás una gran alegría. Tu matrimonio con Jesús no puede ser un matrimonio a prueba. Por eso, haz todo lo posible para superarte y vivir tu consagración en plenitud. Jesús está contigo. No temas el futuro. Si El te ha sido fiel hasta ahora, lo seguirá siendo hasta el final. Si lo ha sido con otras muchas, que conoces, también lo será contigo. Confía en su misericordia y pídele perdón de tus pecados. Le decía Jesús a la Bta. Faustina Kowalska: “Hija mía, mi misericordia es mayor que tu miseria y la del mundo entero. Cuando te acerques a la confesión, confía plenamente en mi misericordia, para que pueda derramar en tu alma los tesoros de mí gracia. YO SOY EL AMOR Y LA MISERICORDIA”. Vive el tiempo de vida que Dios te dé con total entrega y sinceridad, con seriedad y responsabilidad. Vive cada día como si fuera el último de tu vida. ¿Cuándo llegará el encuentro definitivo con el Esposo? En ese momento de la verdad, te sentirás feliz de haber cumplido fiel y plenamente la misión que te había encomendado en este mundo, como reina, esposa y madre de las almas. Pero no tengas miedo de ser santa. No te resignes a ser mediocre. No te canses de ser buena ni de sufrir por El. No te olvides de tu “Pastorcico”, pues El, como dice S. Juan de la Cruz, en ti ha puesto el pensamiento y tiene el pecho, de amor muy lastimado, y llora de pensar que está olvidado Que sólo de pensar que está olvidado de su bella pastora, con gran pena se deja maltratar en tierra ajena el pecho del amor muy lastimado. y dice el Pastorcico: ¡Ay, desdichado de aquél que de mi amor ha hecho ausencia y no quiere gozar de mi presencia y el pecho por su amor muy lastimado!. Esposa agradecida¿Has pensado alguna vez en cuánto te ama Jesús? Fue capaz de dejar su cielo y venir a la tierra para demostrarte su amor. ¿Acaso no era feliz en compañía de su Padre y del Espíritu de Amor? ¿No se sentía feliz en compañía de los querubines y serafines? ¿Por qué vino y te escogió entre millones de mujeres del mundo entero para que fueras una reina? ¿Por qué a ti? Ante este gran misterio de tu vocación no queda otra consideración que el agradecimiento. Toda tu vida debe ser llena de agradecimiento. Dale gracias por haberte creado, por haberte redimido, por haberte escogido... Dale gracias también, todos los días, por el maravilloso don de la vida, porque tus ojos ven, tus manos tocan, tus pies caminan, y dile por las mañanas: Buenos días, Jesús. Procura saborear las cosas sencillas de la vida: una flor, una sonrisa, la mirada de un niño, un apretón de manos, el cielo azul.. “Dale siempre gracias a Dios por todas las cosas” (Ef 5,20). Vive con la sonrisa a flor de labios y manifiesta tu alegría y agradecimiento en la caridad con tus hermanas, en la generosidad y espíritu de servicio, en tu conducta siempre atenta a las necesidades de los demás. Sé una esposa agradecida y procura hacer feliz a Jesús en todo momento. Consuélalo y hazle compañía en el sagrario. Dile muchas veces: Jesús, te amo. Bésalo en sus imágenes, besa el anillo de tu alianza, sonríele. Hazlo feliz haciendo felices a los que te rodean. Ofrécele tus caricias y tu ternura con una flor de humildad,un lirio de pureza, una rosa de caridad. Transforma en flores para Jesús todo lo que encuentres en tu camino. Enamóralo con tus detalles de amor. Alfombra tu camino de cada día con flores para Jesús. Canta, baila, juega. Que tu sonrisa y alegría diga a todos que eres la esposa más feliz del mundo. Agradécele tantas cualidades que te ha regalado y no te contentes con una tibia mediocridad. Desarrolla tus talentos. Supérate en todo para poder amarlo más y servirlo mejor en tus hermanos. Agustín te diría:”No te detengas en el punto a donde has llegado, sigue caminando. Caminar es progresar... Avanza siempre. No te contentes con lo que eres, si quieres llegar a ser lo que todavía no eres. Si dices: ya basta, estás perdida. Crece siempre, camina siempre, no te detengas en el camino” (Sermón 169). Esfuérzate por hacer de tu alma un paraíso de delicias donde habiten felices los TRES. Dale gracias a Dios por el Universo que creó con tanto cariño para ti. Mira a las estrellas, a los océanos inmensos, a los ríos y a las montañas. Contempla los bellos paisajes de la naturaleza y observa su mirada cariñosa a través de un flor o de la sonrisa de un niño. Escucha su voz melodiosa en el susurro del viento o en el canto de los pájaros, y percibe su amor en el amor de tus padres, de tus seres queridos o de tus hermanas de Comunidad. Y canta, canta agradecida por todo lo que ha hecho por ti. Canta todos los días las alabanzas de tu Dios con la Liturgia de las Horas, pues el Oficio divino es “la voz de la esposa que habla al Esposo” (SC 84). Y dile de todo corazón: “Mi alma proclama la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su sierva ... y ha hecho obras grandes por mi” (Lc 1,46-49). ¡Oh Rey mío, Esposo mío, Dios mío! Tu mirada cariñosa y tu amor infinito inundan mi ser. ¡Gracias por mi vida y por mi vocación Una verdadera esposa de JesúsLa Bta. Isabel de la Santísima Trinidad vivió íntimamente en su alma el misterio de la Santísima Trinidad y su relación esponsal con Jesús. Ambas cosas están íntimamente unidas, pues en la medida en que seas plenamente esposa de Jesús, el Padre tomará posesión de tu alma en unión con el Espíritu Santo. La Bta. Isabel deseaba ardientemente llegar a ser verdadera esposa de Jesús. Veamos lo que nos dice en sus escritos: “Siempre mi corazón está con El. Siempre está recordando noche y día al que será mi Esposo. Hacia El se eleva mi único deseo... Me gusta encontrarlo en lo más profundo de mi ser, en el cielo de mi alma, porque El nunca se aparta de mi. ¡Dios en mí y yo en El! Mi corazón ya no es libre, se lo he dado al Rey de Reyes. Ya no puedo disponer de él. Oigo la voz del Amado, que me dice en el fondo de mi corazón: Quiero tu corazón. Te amo. Te he escogido para mí. Suspiro por el día en que seas totalmente mía. Mientras tanto, resérvame tu corazón... Sí, Amor mío, Vida mía, Esposo adorado, permanece tranquilo. Estoy dispuesta a seguirte por el camino de la cruz. Todos los sufrimientos los pasaremos juntos y yo seré valiente, siguiendo tus pasos y caminando siempre en tu compañía... Mi corazón se encuentra despegado de todas las cosas... Te doy mi corazón, que sólo desea consagrarse únicamente a Ti. No encuentro palabras para expresar mi felicidad. Aquí no hay nada, nada más que El. El lo es todo. Sólo El basta y se vive únicamente para El. Se le encuentra en todas partes, lo mismo en la colada que en la oración... Me gustaría que me vieseis en el lavadero con el hábito recogido y chapoteando en el agua... Por Jesús debo estar dispuesta a todo. Por El todo me parece hermoso y nada me resulta difícil ni molesto. Cuando no tengo trabajo que hacer, trabajo en mi celdita. Paso allí horas felices, a solas con el Esposo. Para mí la celda es algo sagrado. Es un santuario íntimo, destinado sólo para El y su pequeña esposa. Los dos estamos tan bien en ella... y callo y le escucho. ¡Es tan agradable escucharle! Y lo amo, mientras manejo la aguja y coso este querido hábito, que tanto deseé vestir. |
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