¡Dios te salve María!
 

AFECTOS  Y RESOLUCIONES.

 

1.  Admira la bondad de Dios.¡ Oh! ¡qué bueno  es Dios para conmigo! ¡Qué bueno es! y tu  Corazón, ¡oh Señor!, ¡cuán  rico es en misericordia y cuán generoso en bondad!  Cantemos eternamente, ¡oh alma!, la multitud de  mercedes que nos ha otorgado.

 

 2.  Admira tu ingratitud. Mas, ¿quién soy yo,  ¡oh Señor!, para que hayas pensado en mí?  ¡Oh, cuán grande es mi indignidad! ¡Ah! yo  he pisoteado tus beneficios, he deshonrado tus gracias,  convirtiéndolas en objeto de abuso y de menosprecio  de tu soberana bondad; he opuesto el abismo de mi ingratitud  al abismo de tu gracia y de tu favor.

 

 3.  Excítate a agrade cimiento. Arriba, pues ¡oh  corazón mío! ; no quieras ser infiel, ingrato  y desleal con este gran bienhechor. Y ¿cómo mi  alma no estará, de hoy en adelante, sometida a Dios,  que ha obrado, en mí y para mí, tantas gracias  y tantas maravillas?

 

 4.  ¡ Ah, por lo tanto, oh Filotea!, aparta tu  corazón de tales y tales placeres; procura tenerlo  sujeto al servicio de Dios, que tanto ha hecho por ti;  dedica tu alma a conocerle y reconocerle más y  más, practicando los ejercicios que para ello se requieren, y emplea cuidadosamente los auxilios que, para  salvarte y amar a Dios, posee la Iglesia. Sí,  frecuentaré la oración, los sacramentos;  escucharé la divina palabra y pondré en  práctica las inspiraciones y los consejos.

 

 CONCLUSIÓN.

 

1.  Da gracias a Dios por el conocimiento que te ha dado de tus  deberes y por todos los beneficios que hasta ahora has recibido.

 

 2.  Ofrécele tu corazón con todas tus  resoluciones.

 

 3.  Pídele que te dé fuerzas, para  practicarlas fielmente, por los  méritos de la muerte de su Hijo: implora la  intercesión de la Virgen y de los santos.

 

  

CAPÍTULO  XII

 

Meditación  4ª: DE LOS PECADOS

 

PREPARACIÓN.

 

1.  Ponte en la presencia de Dios.

 

 2.  Pídele que te ilumine.

 

 CONSIDERACIONES.

 

1.  Piensa en el tiempo que hace comenzaste a pecar y mira como,  desde entonces, has ido multiplicando los pecados en tu corazón, y como, todos los días, has  añadido otros nuevos contra Dios, contra ti mismo,  contra el prójimo, de obra, de palabra, de deseo, de  pensamiento.

 

 2.  Considera tus malas inclinaciones y las muchas veces que has  ido en pos de ellas. Estos dos puntos te  enseñarán que el número de tus culpas  es mayor que el de los cabellos de tu cabeza, tan grande  como el de las arenas del mar.

 

 3.  Considera aparte el pecado de ingratitud para con Dios,  pecado general que abarca todos los demás y los hace infinitamente más enormes.

 

 Mira  cuántos beneficios te ha hecho Dios y cómo has  abusado de todos ellos contra el Dador; singularmente,  cuántas inspiraciones despreciadas, cuántas  mociones saludables inutilizadas. Y más aún,  ¿cuántas veces has recibido los sacramentos y  con qué fruto? ¿Qué se han hecho las  preciosas joyas con que tu amado esposo te había  adornado? Todo ha quedado sepultado bajo tus iniquidades.  ¿Con qué preparación los has recibido?  Piensa en esta ingratitud, a saber, que, habiendo corrido  tanto Dios en pos de ti para salvarte, siempre has huido  tú de Él para perderte.

 

 AFECTOS  Y RESOLUCIONES.

 

1.  Confúndete en tu miseria. ¡Oh Dios mío!,  ¿cómo me atrevo a comparecer ante tus ojos?  ¡Ah!, yo no soy más que una apostema del mundo y  un albañal. de ingratitud y de iniquidad. ¿Es  posible que haya sido tan desleal, que no haya dejado de viciar, violar y manchar uno solo de mis sentidos, una sola  de las potencias de mi alma, y que, ni un solo día de  mi vida haya transcurrido sin producir tan malos efectos?  ¿Es de esta manera como había de corresponder a  los beneficios de mi Creador y a la sangre de mi Redentor?

 

 2.  Pide perdón y arrójate a los pies del  Señor, como un hijo pródigo, como una  Magdalena, como una esposa que ha profanado el tálamo  nupcial con toda clase de adulterios. ¡Oh  Señor!, misericordia para esta pobre pecadora.  ¡Ay de mí! ¡Oh fuente viva de  compasión, ten piedad de esta miserable!

 

 3.  Propón vivir mejor. ¡Oh Señor!  jamás, mediante tu gracia, me entregaré al  pecado. ¡Ay de mí!, demasiado lo he querido. Lo detesto y me abrazo a Ti, ¡Oh Padre de misericordia!;  quiero vivir y morir en Ti.

 

 4.  Para borrar los pecados pasados, me acusaré de ellos  valerosamente y no dejaré de confesar uno solo.

 

 5.  Haré todo cuanto pueda, para arrancar enteramente las  malas raíces de mi corazón, particularmente  tales y tales, que son especialmente enojosas.

 

 6. Y  para lograrlo, echaré mano de los medios que me  aconsejen, y jamás creeré haber hecho lo  bastante para reparar tan grandes faltas.

 

 CONCLUSIÓN.

 

1.  Da gracias a Dios, que te ha esperado hasta la hora presente  y te ha comunicado tan buenos afectos.

 

 2.  Ofrécele tu corazón, para llevarlos a la  práctica.

 

 3.  Pide que te robustezca, etc.

 

  

CAPÍTULO  XIII

 

Meditación  5ª: DE LA MUERTE

 

PREPARACIÓN.

 

1.  Ponte en la presencia de Dios.

 

2.  Pídele su gracia.

 

 3.  Imagínate que estás gravemente enferma, en el  lecho de muerte, sin ninguna esperanza de escapar de ella.

 

 CONSIDERACIONES.

 

1.  Considera la incertidumbre del día de tu muerte.  ¡Oh alma mía!, un día saldrás de  este cuerpo. ¿ Cuándo será? ¿  Será en invierno o en verano? ¿En la ciudad o en  el campo? ¿De día o de noche? ¿De repente o  advirtiéndolo? ¿ De enfermedad o de accidente?  ¿Con tiempo para confesarte o no? ¿Serás  asistida por tu confesor o padre espiritual? ¡Ah! de  todo esto no sabemos absolutamente nada; únicamente  es cierto que moriremos y siempre mucho antes de lo que  creemos.

 

 2.  Considera que entonces el mundo se acabará para ti;  para ti ya habrá dejado de existir, se  trastornará de arriba abajo delante de tus ojos.  Sí, porque entonces los placeres, las vanidades, los  goces mundanos, los vanos afectos nos parecerán fantasmas y niebla. ¡Ah desdicha da!, ¿por  qué bagatelas y quimeras he ofendido a mi Dios?  Entonces verás que hemos dejado a Dios por la nada.  Al contrario, la devoción y las buenas obras te  parecerán entonces deseables y dulces. Y, ¿por  qué no he seguido por este tan bello y agradable  camino? Entonces los pecados, que parecían tan  pequeños, parecerán grandes montañas, y  tu devoción muy exigua.

 

 3.  Considera las angustiosas despedidas con que tu alma  abandonará a este feliz mundo: dirá  adiós a las riquezas, a las vanidades y a las vanas  compañías, a los placeres, a los pasatiempos,  a los amigos y a los vecinos, a los padres, a los hijos, al marido, a la mujer, en una palabra, a todas las criaturas;  y, finalmente, a su cuerpo, al que dejará  pálido, desfigurado, descompuesto, repugnante y mal  oliente.

 

 4.  Considera con qué prisas sacarán fuera el  cuerpo y lo sepultarán, y que, una vez hecho esto, el  mundo ya no pensará más en ti, ni se  acordará más, como tú tampoco has  pensado mucho en los otros. Dios le dé el descanso  eterno, dirán, y aquí se acabará todo.  ¡Oh muerte, cuán digna eres de  meditación; cuán implacable eres ¡

 

 5.  Considera que, al salir del cuerpo, el alma emprende su  camino, hacia la derecha o hacia la izquierda. ¡Ah!  ¿Hacia dónde irá la tuya?  ¿Qué camino emprenderá? No otro que el  que haya comenzado a seguir en este mundo.

 

 AFECTOS  Y RESOLUCIONES.

 

1.  Ruega a Dios y arrójate en sus brazos. ¡Ah,  Señor!, recíbeme bajo tu protección, en  aquel día espantoso; haz que esta hora sea para  mí dichosa y favorable, y que todas las demás  de mi vida sean tristes y estén llenas de  aflicción.

 

 2.  Desprecia al mundo. Puesto que no sé la hora en que  tendré que dejarte, joh mundo!, no quiero aficionarme  a ti. ¡Oh mis queridos amigos!, mis queridos  compañeros, permitidme que sólo os ame con una  amistad santa que pueda durar eternamente. Porque ¿a  qué vendría unirme con vosotros con lazos que  se han de dejar y romper?

 

 3.  Quiero Prepararme para esta hora y tomar las necesarias  precauciones para dar felizmente este paso; quiero asegurar  el estado de mi conciencia, haciendo todo lo que esté  a mi alcance, y quiero poner remedio a éstos y a  aquellos defectos.

 

 CONCLUSIÓN.

 

Da  gracias a Dios por estos propósitos que te ha  inspirado; ofrécelos a su divina Majestad;  pídele de nuevo que te conceda una muerte feliz, por  los méritos de la muerte de su Hijo.

 

 Padrenuestro,  etc.

 

 Haz  un ramillete de mirra.

 

  

CAPÍTULO  XIV

 

Meditación  6ª: DEL JUICIO

 

PREPARACIÓN.

 

1.  Ponte en la presencia de Dios.

 

 2.  Pídele que te ilumine.

 

 CONSIDERACIONES.

 

1.  Finalmente, después de transcurrido el tiempo  señalado por Dios a la duración del mundo y  después de una serie de señales y presagios  horribles, que harán temblar a los hombres de espanto  y de terror, el fuego, que caerá como un diluvio,  abrasará y reducirá a cenizas toda la faz de  la tierra, sin que ninguna de las cosas que vernos sobre  ella llegue a escapar.

 

 2.  Después de este diluvio de llamas y rayos, todos los  hombres saldrán del seno de la tierra,  excepción hecha de los que ya hubieren resucitado, y,  a la voz de¡ Arcángel, comparecerán en el  valle de Josafat. ¡Mas, ay, con qué diferencia!  Porque los unos estarán allí con sus cuerpos  gloriosos y resplandecientes y los otros con los cuerpos  feos y espantosos.

 

 3.  Considera la majestad, con la cual el soberano Juez  aparecerá, rodeado de todos los ángeles y  santos, teniendo delante su cruz, más reluciente que  el sol, enseña de gracia para los buenos y de rigor  para los malos.

 

 4.  Este soberano Juez, por terrible mandato suyo, que  será enseguida ejecutado, separará a los  buenos de los malos, poniendo a los unos a su derecha y a  los otros a su izquierda; separación eterna,  después de la cual los dos bandos no se encontrarán jamás.

 

 5.  Hecha la separación y abiertos los libros de las  conciencias, quedará puesta de manifiesto, con toda  claridad, la malicia de los malos y el desprecio de que  habrán hecho objeto a Dios; y, por otra parte, la  penitencia de los buenos y los efectos de la gracia de Dios  que, en vida, habrán recibido y nada quedará  oculto. ¡ Oh Dios, qué confusión para los  unos y qué consuelo para los otros!

 

 6.  Considera la última sentencia de los malos. «Id  malditos al fuego eterno, preparado para el diablo y sus  compañeros». Pondera estas palabras tan graves.  «Id», les dice. Es una palabra de abandono eterno,  con que Dios deja a estos desgraciados y los aleja para  siempre de su faz. Les llama « malditos ». ¡  Oh alma mía, qué maldición!  Maldición general, que abarca todos los males;  maldición irrevocable, que comprende todos los  tiempos y toda la eternidad. Y añade «al fuego  eterno». Mira, ¡oh corazón mío! esta  gran eternidad. ¡Oh eterna eternidad de las penas,  qué espantosa eres!

 

 7.  Considera la sentencia contraria de los buenos:  «Venid», dice el Juez. ¡Ah!, es la agradable  palabra de salvación, por la que Dios nos atrae hacia  sí y nos recibe en el seno de su bondad;  «benditos de mi Padre»: ¡oh hermosa  bendición, que encierra todas las bendiciones!  «tomad posesión del reino que tenéis  preparado desde la creación del mundo».  ¡Oh, Dios mío, qué gracia, porque este  reino jamás tendrá fin!

 

 AFECTOS  Y RESOLUCIONES.

 

1.  Tiembla, ¡oh alma mía!, ante este recuerdo.  ¿Quién podrá, ¡oh Dios mío!,  darme seguridad para aquel día, en el cual temblarán de pavor las columnas del firmamento?

 

 2.  Detesta tus pecados, pues sólo ellos pueden perderte  en aquel día temible.

 

 3.  ¡Ah!, quiero juzgarme a mí mismo ahora, para no  ser juzgado después. Quiero examinar mi conciencia y  condenarme, acusarme y corregirme, para que el Juez no me  condene e aquel día terrible: me confesaré y  haré caso de los avisos necesarios, etc.

 

 CONCLUSIÓN.

 

1.  Da gracias a Dios, que te ha dado los medios de asegurarte  para aquel día, y tiempo para hacer penitencia.

 

 2.  Ofrécele tu corazón para hacerla.

 

 3.  Pídele que te dé su gracia para llevarla a la  práctica.

 

 Padrenuestro,  etc.

 

 Haz  el ramillete espiritual.

 

  

CAPÍTULO  XV

 

Meditación  7ª : DEL INFIERNO

 

PREPARACIÓN.

 

1.  Ponte en la presencia de Dios.

 

2.  Humíllate y pídele su auxilio.

 

 3.  Imagínate que estás en una ciudad envuelta en  tinieblas, abrasada de azufre y pez pestilente, llena de  ciudadanos que no pueden salir de ella.

 

 CONSIDERACIONES.

 

1.  Los condenados están dentro del abismo infernal como  en una ciudad infortunada, en la cual padecen tormentos  indecibles, en todos sus sentidos y en todos sus miembros,  pues, por haberlos empleado en pecar, han de padecer en  ellos las penas debidas al pecado: los ojos, en castigo de  sus ilícitas y perniciosas miradas, tendrán  que soportar la horrible visión de los demonios y del  infierno; los oídos, por haberse complacido en malas  conversaciones, no oirán sino llantos, lamentos de desesperación y así todos los demás  sentidos.

 

 2.  Además de todos estos tormentos, todavía hay  otro mayor, que es la privación y la pérdida  de la gloria de Dios, que jamás podrán  contemplar. Si a Absalón, la privación de la  amable faz de su padre le pareció más  intolerable que el mismo destierro, ¡oh Dios  mío, qué pesar, el verse privado para siempre  de la visión de tu dulce y suave rostro!

 

 3.  Considera, sobre todo, la eternidad de las llamas, que, por  sí sola hace intolerable el infierno. ¡ Ah!, si  un mosquito en la oreja, si el calor de una ligera fiebre es  causa de que nos parezca larga y pesada una noche corta,  ¡cuán espantosa será la noche de la  eternidad, en medio de tantos tormentos! De esta eternidad  nace la desesperación eterna, las blasfemias y la rabia infinita.

 

 AFECTOS  Y RESOLUCIONES.

 

1.  Espanta a tu alma con estas palabras de Job: «Ah, alma  mía, ¿podrías vivir eternamente en estos  ardores eternos y en este fuego devorador?»  ¿Quieres dejar a Dios para siempre?

 

 2.  Confiesa que los has merecido y ¡cuántas veces!  Pero, de ahora en adelante, quiero andar por la senda  contraria; ¿ por qué he de descender a este  abismo?

 

 3.  Haré, pues, estos y aquellos esfuerzos para evitar el  pecado, que es la única cosa que puedo darme la  muerte eterna.

 

 Da  gracias, ofrece, ruega.

 

 

CAPÍTULO  XVI

 

Meditación  8ª: EL PARAÍSO

 

PREPARACIÓN

 

1.  Ponte en la presencia de Dios.

 

2.  Haz la invocación.

 

 CONSIDERACIONES

 

1.  imagina una hermosa noche muy serena, y piensa cuán  agradable es ver el cielo tachonado de esta multitud y  variedad de estrellas. Ahora añade esta belleza a la  de un buen día, de suerte que la claridad del sol no  impida la clara visión de la luna y de las estrellas,  y considera que esta hermosura nada es, comparada con la  excelencia del cielo. ¡Ah! ¡Qué deseable y  amable es este lugar y qué preciosa esta ciudad!

 

 2.  Considera la nobleza, la distinción y la multitud de  los ciudadanos y habitantes de esta bienaventurada  mansión; estos millones y millones de ángeles,  de querubines y de serafines; este ejército de  mártires, de confesores, de vírgenes, de  santas mujeres; la multitud es innumerable. ¡Oh!  ¡qué dichosa es esta compañía! El  menor de todos es más bello que todo el mundo, ¿qué será verlos a todos? Mas, i  olí Dios mío qué felices son! cantan,  sin cesar, el dulce himno del amor eterno; siempre gozan de  una perpetua alegría; se comunican, los unos a los  otros, consuelos indecibles y viven en el contento de una  dichosa e indisoluble compañía.

 

 3.  Considera, finalmente, la suerte que tienen de gozar de  Dios, que les recompensa eternamente con su amable mirada,  con la que infunde en sus corazones un abismo de delicias.  ¡Qué dicha estar siempre unido a su primer  principio! Son como aves felices, que andan volando y cantan  eternamente por los aires de la divinidad, que las envuelven  por todas partes con goces increíbles; allí,  todos, a cual mejor, y sin envidias, cantan las alabanzas  del Creador. Seas para siempre bendito, ¡oh dulce y soberano Creador y Salvador nuestro!, porque eres tan bueno  y porque nos comunicas tan generosamente tu gloria. Y, recíprocamente, Dios bendice, con bendiciones  perpetuas, a todos los santos: «Sed para siempre  benditas, les dice, mis amadas criaturas, porque me  habéis servido y me alabáis eternamente con  tan grande amor y valentía».

 

 AFECTOS  Y RESOLUCIONES

 

1  Admira y alaba esta patria celestial. ¡Oh!  ¡Qué hermosa eres, mi amada Jerusalén, y  qué dichosos son tus adoradores!

 

 2.  Echa en cara a tu corazón el poco valor que ha tenido  hasta el presente y el haberse desviado del camino que  conduce a esta mansión gloriosa. ¿ Por  qué me he alejado tanto de mi suprema felicidad? i  Ah, miserable de mí! Por estos placeres tan enojosos  y vacíos, he renunciado mil veces a estas eternas e  infinitas delicias. ¿ Qué espíritu me ha  inducido a despreciar bienes tan deseables, a trueque de  unos deseos tan vanos y despreciables?

 

 3.  Aspira, sin embargo, con ardor a esta morada de delicias.  ¡Oh, mi bueno y soberano Señor puesto que os  habéis complacido en enderezar mis pasos por vuestros  caminos, jamás volveré atrás. Vayamos,  mi querida alma, hacia este reposo infinito, caminemos hacia  esta bendita tierra que nos ha sido prometida.  ¿Qué hacemos en este Egipto?

 

 4.  Me privaré, pues, de aquellas cosas que me aparten o  me retrasen en este camino.

 

 5.  Practicaré tales o cuales cosas, que puedan  conducirme a él.

 

 Da  las gracias, ofrece, ruega.

 

 

CAPÍTULO  XVII

 

Meditación  9ª : A MANERA DE ELECCIÓN DEL  PARAÍSO

 

PREPARACIÓN

 

1.  Ponte en la presencia de Dios.

 

 2.  Humíllate en su presencia y pídele que te  ilumine.

 

 CONSIDERACIONES

 

Imagina  que te encuentras en campo raso, sola con tu buen  ángel, como el jovencito Tobías cuando iba a  Rages, y que te hace ver: arriba el cielo, con todos los  goces representados en la meditación del  paraíso, que acabas de hacer, y, abajo, el infierno,  con todos los tormentos descritos en su correspondiente  meditación, arrodíllate delante de tu  ángel:

 

 1.  Considera que es una gran verdad el que tú te  encuentras entre el cielo y el infierno, y que uno y otro  están abiertos para recibirte, según la  elección que hubieres hecho.

 

 2.  Considera que la elección del uno o del otro, hecha  en este mundo, durará eternamente.

 

 3.  Aunque ambos están abiertos para recibirte,  según la elección que hicieres, es cierto que  Dios, que está presto a darte o el uno por su  misericordia o el otro por su justicia, desea, empero, con  deseo no igualado, que escojas el paraíso; y tu  ángel bueno te impele a ello, con todo su poder,  ofreciéndote, de parte de Dios, mil gracias y mil  auxilios, para ayudarte a subir.

 

 4.  Jesucristo, desde lo alto del cielo, te mira con bondad y te  invita amorosamente: «Ven, ¡oh alma querida!, al  descanso eterno: entre los brazos de mi bondad, que te ha  preparado delicias inmortales, en la abundancia de su  amor». Contempla, con los ojos del alma, a la  Santísima Virgen, que te llama maternalmente:  «Ánimo, hija mía, no desprecies los  deseos de mi Hijo, ni tantos suspiros que yo hago por ti,  anhelando con Él, tu salvación eterna».  Mira los santos que te exhortan y un millón de almas  que te invitan suavemente, y que otra cosa no desean que ver  tu corazón unido al suyo, para alabar a Dios eternamente, y que te aseguran que el camino del cielo no es  tan escabroso como el mundo lo presenta: «Seas  esforzada, querida amiga, te dicen ellas; el que considere  bien el camino de la devoción, por el cual nosotros  hemos trepado, verá que hemos alcanzado estas  delicias mediante otras delicias incomparablemente  más suaves que las del mundo».

 

 ELECCIÓN

 

1.  ¡Oh infierno!, te detesto ahora y eternamente; detesto  tus tormentos y tus penas; detesto tu infortunada y  desdichada eternidad, y, sobre todo, las eternas blasfemias  y maldiciones que vomitas continuamente contra Dios. Y,  volviendo mi alma y nú corazón hacia ti,  ¡oh hermoso paraíso, oh gloria eterna, felicidad  perdurable!, escojo irrevocablemente y para siempre mi morada y mi estancia dentro de tus bellas y sagradas  mansiones, y en tus santos y deseables tabernáculos.  Bendigo, ¡oh Dios mío!, tu misericordia y acepto  el ofrecimiento que de ella te plazca hacerme. ¡Oh  Jesús, Salvador mío!, acepto tu amor eterno y  la adquisición, que para mí has hecho, de un  lugar en esta bienaventurada Jerusalén, más  que para otra cosa, para amarte y bendecirte eternamente,

 

 2.  Acepta los favores que la Virgen y los santos te hacen;  promételes que te encaminarás hacia ellos; da  la mano a tu buen ángel, para que te conduzca;  alienta a tu alma para esta elección.

 

  

CAPÍTULO  XVIII

 

Meditación  l0ª : A MANERA DE ELECCIÓN QUE EL ALMA HACE DE  LA VIDA DEVOTA

 

 PREPARACIÓN

 

1.  Ponte en la presencia de Dios.

 

2.  Humíllate en su presencia y pide su auxilio.

 

 CONSIDERACIONES

 

1.  Imagínate que te encuentras otra vez a campo raso,  sola con tu ángel bueno, y, al lado izquierdo, mira  al diablo sentado sobre un gran trono muy encumbrado,  rodeado de muchos espíritus infernales y de una gran  muchedumbre de mundanos, que, con la cabeza descubierta, le  rinden acatamiento, unos por un pecado y otros por otro.  Mira la actitud de estos desdichados cortesanos de tan  abominable rey, y verás cómo unos están  furiosos de rabia, de envidia y de cólera; otros se  matan mutuamente; otros andan demacrados, tristes y llenos  de angustia, en busca de las riquezas; otros entregados a la  vanidad, sin ninguna clase de goce, que no sea inútil  o vano; otros envilecidos, perdidos y corrompidos en sus  brutales afectos. Considera cómo todos viven sin  reposo, sin orden, sin continencia; cómo se  desprecian los unos a los otros y cómo no se aman sino con fingida apariencia. Finalmente verás una  desdichada nación, tiranizada por este rey maldito,  que te hará compasión.

 

 2. A  la derecha, contempla a Cristo crucificado, que, con un amor  cordial, ruega por estos pobres endiablados, para que salgan  de esta tiranía, y que los llama a sí, rodeado  de un gran ejército de devotos, juntamente con sus  ángeles. Contempla la belleza de este reino de  devoción. ¡Qué hermoso es ver este  cortejo de vírgenes, de hombres y mujeres más  blancos que los lirios; esta asamblea de viudas aureoladas  de una santa mortificación y humildad! Mira esa  hilera de personas casadas que viven tan dulcemente, unidas  por un mutuo respeto que no puede existir sino merced a una  gran caridad. Ve cómo estos devotos saben hermanar  los cuidados exteriores de su casa con los de la vida  interior, el amor al marido con el amor al Esposo Celestial.  Míralos en todas partes, y siempre los verás  con un porte santo, dulce, amable, escuchando a Nuestro  Señor al que quieren introducir dentro de su  corazón. Se alegran, pero con una alegría  graciosa, amorosa y bien ordenada; se aman los unos a los  otros, pero con un amor sagrado y enteramente puro. Los que,  en este pueblo devoto, están afligidos, no se atormentan excesivamente y no pierden la paz. En una  palabra: contempla los ojos del Salvador que los consuela, y  repara cómo todos juntos suspiran por Él.

 

 3.  Hasta ahora has dejado a Satanás, con su triste y  desgraciado séquito, gracias a los buenos afectos que  has concebido, pero, a pesar de ello, todavía no has  llegado al Rey Jesús, ni te has juntado a la  compañía santa y feliz de los devotos, sino que has fluctuado siempre entre uno y otro.

 

 4.  La Santísima Virgen, con San José, San Luis,  Santa Mónica y otros cien mil, que forman en el  escuadrón de los que han vivido en medio del mundo,  te invitan y te alientan.

 

 5.  El Rey crucificado te llama por tu propio nombre: «Ven,  mi bien amada, ven, que quiero coronarte. »

 

 ELECCIÓN

 

1.  ¡ Oh mundo, oh legión abominable! ; no,  jamás me verás bajo tu bandera; por siempre  jamás he dejado tus locuras y tus vanidades. Rey de  orgullo, rey de desdicha, espíritu infernal, renuncio  a ti y a tus vanas pompas y te detesto con todas tus obras.

 

 2.  Y, al convertirme a Ti, dulce Jesús mío, Rey  de bienaventuranza y de gloria eterna, te abrazo, con todas  las fuerzas de mi alma, te adoro con todo mi corazón,  te elijo, ahora y para siempre, por mí Rey, y, con  inviolable fidelidad, te rindo homenaje irrevocable; me  someto a la obediencia de tus santas leyes y mandamientos.

 

 3.  ¡Oh Virgen santa, amada Señora mía!, te  elijo por mí guía, me pongo bajo tu  enseña, te ofrezco un particular respeto y una reverencia especial. ¡Oh mi santo ángel!,  preséntame a esta sagrada asamblea; no me dejes hasta  que llegue a esta dichosa compañía, con la  cual digo y diré, por siempre jamás, en  testimonio de mi elección: «Viva Jesús,  viva Jesús».

 

  

CAPÍTULO  XIX

 

COMO SE HA  DE HACER LA CONFESIÓN GENERAL

 

He  aquí, pues, amada Filotea, las meditaciones que se  requieren para nuestro objeto. Una vez hechas, ve, con  espíritu de humildad, a hacer tu confesión  general; pero te ruego que no te dejes perturbar por ninguna  aprensión. El escorpión, que nos ha herido, es  venenoso cuando nos pica, pero, una vez reducido a aceite,  es un remedio contra su propia picadura. Sólo cuando  lo cometemos, es vergonzoso el pecado, pero, al convertirse  en confesión y en penitencia, es honroso y saludable.  La confesión y la contrición son tan bellas y  de tan buen olor, que borran la fealdad y disipan el hedor  del pecado. Simón el leproso dijo que Magdalena era  pecadora, pero Nuestro Señor dijo que no, y ya no  habló de otra cosa sino de los perfumes que  derramó y de la grandeza de su amor. Si somos  humildes, Filotea, nuestro pecado nos desagradará  infinitamente, porque es ofensa de Dios; pero la  acusación de nuestro pecado nos será dulce y  amable, porque Dios es honrado en ella: decir al médico lo que nos molesta es, en cierta manera, un  alivio. Cuando llegues a la presencia de tu padre  espiritual, imagínate que te encuentras en la  montaña del Calvario, a los pies de Jesucristo  crucificado, destilando por todas partes su  preciosísima sangre, para lavar tus iniquidades;  porque, aunque no sea la propia sangre del Salvador, es,  empero, el mérito de su sangre derramada el que  rocía abundantemente a los penitentes, alrededor de  los confesionarios. Abre, pues, bien tu corazón, para que salgan de él los pecados, por la  confesión, porque, conforme vayan saliendo,  entrarán en él los méritos de la  pasión divina para llenarlo de bendiciones.

 

 Pero  dilo todo sencilla e ingenuamente, tranquilizando de una vez  tu conciencia. Y, hecho esto, escucha los avisos y lo que ordene el siervo de Dios, y di de todo corazón:  «Habla, Señor, que tu sierva escucha».  Sí, Fílotea, es Dios a quien escuchas, pues  Él ha dicho a sus representantes: «El que a  vosotros oye, a Mí me oye». Toma después,  en tu mano, la siguiente promesa, que es el remate de toda  tu contrición y que has de haber meditado y  considerado antes; léela atentamente y con todo el sentimiento que te sea posible.

 

  

CAPÍTULO  XX

 

PROMESA  AUTÉNTICA PARA GRABAR EN EL ALMA LA RESOLUCIÓN  DE SERVIR A DIOS Y CONCLUIR LOS ACTOS DE  PENITENCIA

 

Yo,  la que suscribe, puesta y constituida en la presencia de  Dios eterno y de toda la corte celestial, después de  haber considerado la inmensa misericordia de su divina  bondad para conmigo, indignísima y miserable criatura  que ella ha sacado de la nada, conservado, sostenido,  librado de tantos peligros y enriquecido de mercedes, y,  sobre todo, después de haber considerado esta  incomparable dulzura y clemencia, con que el  bondadosísimo Dios me ha soportado en mis  iniquidades, tan frecuente y tan amablemente inspirada,  invitándome a la enmienda, y con la que me ha  aguardado tan pacientemente para que hiciera penitencia y me  arrepintiese hasta este año de mi vida, a pesar de  todas mis ingratitudes, deslealtades e infidelidades, con  que, difiriendo mi conversión y despreciando sus  gracias le he ofendido tan desvergonzadamente después de haber considerado que, el día de mi santo  bautismo, fui tan feliz y santamente consagrada y dedicada a  Dios, por ser hija suya, y, que, contra la profesión  que entonces se hizo en mi nombre, tantas y tantas veces, de  una manera tan detestable y desgraciada, he profanado y  violado mi alma, empleándola y ocupándola  contra la divina Majestad; finalmente, volviendo ahora en  mí, postrada de corazón y espíritu ante  el trono de la justicia divina, me reconozco, acuso y  confieso por legítimamente culpable y convicta del  crimen de lesa majestad divina, y culpable también de  la muerte y pasión de Jesucristo, a causa de los  pecados que he cometido, por los cuales Él  murió y padeció el tormento de la cruz, por lo  que soy merecedora de ser eternamente perdida y condenada.

 

 Mas,  volviéndome hacia el trono de la misericordia  infinita de este mismo Dios eterno, después de haber  detestado con todo mi corazón y con todas mis fuerzas  las iniquidades de mi vida pasada, pido y suplico  humildemente gracia, perdón y misericordia y la  completa absolución de mis crímenes, en virtud  de la muerte y pasión de este mismo Señor y  Redentor de mi alma, sobre la cual apoyada, como sobre el  único fundamento de mi esperanza, confieso otra vez y  renuevo la sagrada profesión de fidelidad hecha a  Dios, en el bautismo, y renuncio al demonio, al mundo y a la  carne, detesto sus perversas sugestiones, vanidades y  concupiscencias, por todo el tiempo de mi vida presente y  por toda la eternidad. Y, convirtiéndome a mi Dios,  bondadoso y compasivo, deseo, propongo y resuelvo  irrevocablemente servirle y amarle, ahora y siempre,  dándole, para este fin, dedicándole y  consagrándole mi espíritu con todas sus  facultades, mi alma con todas sus potencias, mi  corazón con todos sus afectos, mi cuerpo con todos  sus sentidos; prometiendo no abusar jamás de ninguna  parte de mi ser contra su divina voluntad y soberana  Majestad, a la cual me sacrifico e inmolo en  espíritu, para serle, en adelante, siempre leal, obediente y fiel criatura, sin retractarme ni arrepentirme  jamás de ello. Mas, ¡ay de mi, si, por  sugestión del enemigo o por cualquier debilidad  humana, llegase a contravenir, en alguna cosa, esta mi  resolución y consagración, prometo desde ahora  y propongo, confiado en la gracia del Espíritu Santo,  levantarme, en cuanto me dé cuenta de ello, y  convertirme de nuevo, sin retrasos ni dilaciones.

 

 Esta  es mi voluntad, mi intención y mi resolución  inviolable e irrevocable, la cual confieso y confirmo sin  reserva ni excepción, en la misma sagrada presencia  de mi Dios y a la vista de la Iglesia militante, mi madre,  que oye esta declaración en la persona del que, como  ministro de Dios, me escucha en este acto.

 

 Que  sea de tu agrado, ¡oh mi eterno Dios, todo poderoso y  todo bondad, Padre, Hijo y Espíritu Santo!,  consolidar en mí esta resolución y aceptar  este mi sacrificio cordial e interior, en olor de suavidad,  y así como te has complacido en darme la inspiración y la voluntad de realizarlo, dame  también la fuerza y la gracia necesaria para llevarlo  a término. ¡Oh, Dios mío!, tú eres  mi Dios, Dios de mi corazón, Dios de mi alma, Dios de  mi espíritu; así te reconozco y adoro ahora y  por toda la eternidad. Viva Jesús.

 

 

CAPÍTULO  XXI

 

CONCLUSIÓN  PARA ESTA PRIMERA  PURIFICACIÓN

 

Hecha  esta promesa, está atenta y abre los oídos de  tu corazón para escuchar, en espíritu, las  palabras de tu absolución, que el mismo Salvador de  tu alma, sentado en el solio de su misericordia,  pronunciará, desde lo alto de los cielos, en  presencia de todos los ángeles y santos, al mismo  tiempo que, en su nombre, te absolverá el sacerdote  acá en la tierra. Entonces, toda esta asamblea de  bienaventurados, gozosos de tu felicidad, cantará el  himno espiritual de incomparable alegría, y todas  darán el beso de paz y de amistad a tu  corazón, que habrá vuelto a la gracia y  quedará santificado.

 

 ¡Oh  Dios! Filotea, he aquí un contrato admirable, por el  cual celebras una feliz alianza con su divina Majestad, pues  dándote a Él, le ganas, y te ganas a ti misma  para la vida eterna. Sólo falta que tomes la pluma en  tu mano y firmes de corazón el acta de tus promesas,  y que, después, vayas al altar, donde Dios, a su vez,  firmará y sellará tu absolución y la  promesa que te hará de darte su paraíso,  poniéndose Él mismo, por medio de su  sacramento, como un timbre y un sagrado sello sobre tu  corazón renovado.. De esta manera, bien me lo parece,  ¡oh Filotea!, tu alma quedará purificada del  pecado y de todo afecto pecaminoso.

 

 Pero,  como que estos afectos renacen fácilmente en el alma,  a causa de nuestra debilidad y de nuestra concupiscencia, la cual puede quedar adormecida, pero no puede morir en este  mundo, te daré algunos avisos, que sí los  practicas bien, te preservarán, en el porvenir, del  pecado mortal y de todos sus afectos, para que jamás  pueda éste entrar en tu corazón. Y, como que  los mismos avisos sirven también para una  purificación más perfecta, antes de  dártelos, quiero decir cuatro palabras acerca de esta  más absoluta pureza, a la cual  quiero conducirte.

 

  

CAPÍTULO  XXII

 

QUE ES  NECESARIO PURIFICARSE DEL AFECTO AL PECADO  VENIAL

 

Conforme  se va haciendo de día, vemos con mayor claridad, en  el espejo, las manchas y la suciedad de nuestro rostro; de  la misma manera, según la luz interior del  Espíritu Santo ilumina nuestras conciencias, vemos  más clara y distintamente los pecados, las  inclinaciones y las imperfecciones que pueden impedir en  nosotros la verdadera devoción; y la misma luz que  nos ayuda a ver nuestras manchas y defectos, enciende en  nosotros el deseo de lavarnos y purificarnos.

 

 Descubrirás,  pues, ¡oh amada Filotea¡, que además de los  pecados mortales y del afecto a los mismos, de todo lo cual  ya estás purificada por los ejercicios anteriormente  indicados, tienes todavía en tu alma muchas  inclinaciones y mucho afecto a los pecados veniales. No digo  que descubrirás pecados veniales, sino que  descubrirás inclinaciones y afecto a los pecados veniales; y una cosa es muy diferente de la otra, porque  nosotros no podemos estar siempre enteramente puros de  pecados veniales ni perseverar mucho tiempo en esta pureza,  pero podemos muy bien estar libres de todo afecto al pecado  venial. Ciertamente, una cosa es mentir una o dos veces,  para bromear y en cosas de poca importancia, y otra cosa es  complacerse en la mentira y tener afición a esta  clase de pecados.

 

 Y  digo ahora que es menester purgar el alma de todo afecto al  pecado venial, es decir, que no conviene alimentar voluntariamente la voluntad de continuar y de perseverar en  ninguna especie de pecado venial, porque sería una  insensatez demasiado grande querer, con pleno conocimiento,  guardar en nuestra conciencia una cosa tan desagradable a  Dios como lo es la voluntad de querer desagradarle. El  pecado venial, por pequeño que sea, desagrada a Dios,  pero no hasta el extremo de que, por su causa, quiera  condenarnos y perdernos. Y, si el pecado venial le  desagrada, la voluntad y el afecto que tenemos al pecado  venial no es otra cosa que una resolución de querer  desagradar a la divina Majestad. ¿Es posible que una  alma bien nacida no sólo quiera desagradar a Dios,  sino también complacerse en desagradarle?

 

 Estos  afectos, Filotea, son directamente contrarios a la  devoción, como el afecto al pecado mortal es  contrario a la caridad: debilitan las fuerzas del  espíritu, impiden las consolaciones divinas, abren la  puerta a las tentaciones, y, aunque no matan al alma, la  ponen muy enferma. «Las moscas que mueren en él,  dice el Sabio, hacen que se pierda la suavidad del  ungüento», con lo que quiere decir que las moscas,  cuando apenas se posan sobre el ungüento de modo que  comen de él de paso, no contaminan sino lo que cogen,  y se conserva bien lo restante; pero, cuando mueren dentro  del ungüento le roban su valor y lo echan a perder.  Asimismo los pecados veniales; si se detienen poco tiempo en  una alma devota no le causan mucho mal; pero, si estos  mismos pecados establecen su morada en el alma, por el  afecto que en ellos se pone, hacen que pierda la suavidad  del ungüento, es decir, la santa devoción.

 

 Las  arañas no matan a las abejas, sino que echan a perder  y corrompen la miel y embrollan con sus telas los panales de  suerte que las abejas no pueden trabajar, pero esto ocurre  cuando las arañas se establecen allí. De la  misma manera, el pecado venial no mata a nuestra alma;  infecta, no obstante, la devoción, y enreda de tal  manera, con malos hábitos y malas inclinaciones, las  potencias del alma, que no puede ésta ejercitar con  presteza la caridad, en la cual consiste la esencia de la devoción; pero esto se entiende de cuando el pecado  venial habita en nuestra conciencia por el afecto que le  tenemos. No es nada, Filotea, decir. alguna mentirilla,  descomponerse un poco en las palabras, en las acciones, en  las miradas, en los vestidos, en ataviarse, en los juegos,  en los bailes, siempre que, al momento de entrar en nuestra  alma estas arañas espirituales, las rechacemos y las  echemos fuera, como lo hacen las abejas con las  arañas corporales. Pero, si permitimos que se  detengan en nuestros corazones, y no sólo esto, sino  que nos gusta retenerlas y multiplicarlas, pronto veremos  perdida nuestra miel y el panal de nuestra conciencia  apestado y deshecho. Pero repito: ¿qué  apariencias de sano juicio mostraría una alma  generosa, si se gozara desagradando a Dios, si gustase de  causarle molestia e intentase querer  aquello que sabe que le es enojoso?

 

  

CAPÍTULO  XXIII

 

QUE HEMOS  DE PURIFICARNOS DEL AFECTO A LAS COSAS INÚTILES Y  PELIGROSAS

 

Los  juegos, los bailes, los festines, las pompas, las comedias  no son esencialmente cosas malas, sino indiferentes, y  pueden ejecutarse bien o mal; pero siempre son peligrosas, y  aficionarse a ellas todavía lo es más. Por lo  tanto, Filotea, aunque sea lícito jugar, bailar,  adornarse, asistir a representaciones honestas y a  banquetes, si alguien llega a aficionarse a ello, es cosa contraria a la devoción y, en gran manera, peligrosa.  No está el mal en hacerlo, sino en aficionarse. Es un  mal sembrar de afectos inútiles y vanos la tierra de  nuestro corazón, pues ocupan el lugar de las buenas  impresiones e impiden que la savia de nuestra alma sea  empleada por las buenas inclinaciones.

 

 Así,  los antiguos nazarenos no sólo se privaban de todo lo  que podía embriagar, sino también de los  racimos y del agraz; no porque los racimos y el agraz  embriaguen, sino porque, comiendo agraz, hay peligro de  excitar el deseo de comer racimos y de provocar la  afición a beber mosto o vino. Ahora bien, no digo yo  que no podamos usar de estas cosas peligrosas; advierto, empero, que nunca podemos aficionarnos a ellas sin que se  resienta la devoción. Los ciervos, cuando conocen que  están demasiado gruesos, huyen y se retiran a sus  escondrijos, pues saben que su grasa les pesa tanto, que les  impediría correr, si se viesen atacados: el  corazón del hombre cargado de estos afectos  inútiles, superfluos y peligrosos, no puede,  ciertamente correr con prontitud, ligereza y facilidad hacia  su Dios, que es el verdadero término de la  devoción. Los niños corren y se cansan  detrás de las mariposas; a nadie parece mal, porque  son niños. Pero, ¿no es cosa ridícula y  muy lamentable ver cómo hombres hechos se aficionan e  impacientan por bagatelas tan indignas, como lo son las  cosas que acabo de enumerar, las cuales, además de  ser inútiles, nos ponen en peligro de desarreglarnos  y desordenarnos, cuando vamos en pos de ellas? Por esta  razón, amada Filotea, te digo que es menester  purificarse de estas aficiones, y, aunque  los actos no sean siempre contrarios a la devoción,  las aficiones, empero, le son siempre nocivas.

 

  

CAPÍTULO  XXIV

 

QUE HEMOS  DE PURIFICARNOS DE LAS MALAS  INCLINACIONES

 

Tenemos  también, Filotea, ciertas inclinaciones naturales,  las cuales, porque no tienen su origen en nuestros pecados particulares, no son propiamente pecado, ni mortal ni  venial, pero se llaman imperfecciones, y sus actos se llaman  efectos o faltas. Por ejemplo, Santa Paula según  refiere San Jerónimo, tenía una gran  inclinación a la tristeza y a la melancolía,  hasta el extremo de que, cuando murieron sus hijos y su  esposo, estuvo a punto de morir de pena. Esto era una  imperfección, pero no un pecado, pues ocurría  contra su deseo y voluntad. Hay personas que son  naturalmente ligeras, otras ásperas, otras contrarias  a aceptar fácilmente el parecer de los demás,  otras propensas a la indignación, otras a la  cólera, otras al amor, y, por decirlo en breves  palabras, son pocas las personas en las cuales no se pueda  echar de ver alguna imperfección. Ahora bien, aunque  estas imperfecciones sean propias y como connaturales a cada  uno de nosotros, no obstante, con el ejercicio y afición contraria, pueden corregirse y moderarse, y  aun puede el alma purificarse y librarse totalmente de  ellas. Y esto es, Filotea, lo que debes hacer. Se ha  encontrado la manera de endulzar los almendros amargos,  haciendo un corte al pie del tronco, para que salga la  savia. ¿ Por qué no hemos de poder nosotros  hacer salir de nuestro interior las inclinaciones perversas,  para llegar a ser mejores? No existe ningún natural  tan bueno que no pueda malearse con los hábitos  viciosos; tampoco hay un natural tan rebelde que, con la  gracia de Dios, ante todo, y después con trabajo y  diligencia, no pueda ser domado y superado. Ahora, pues, voy  a darte los avisos y proponerte los ejercicios, con los  cuales purificarás tu alma de las aficiones y de todo  afecto a los pecados veniales, y, de esta manera,  asegurarás más y más tu conciencia  contra todo pecado mortal. Dios te conceda la gracia de  practicarlos bien.

 


 

 

Introducción  a la vida devota

 

(Segunda  parte)

 

SEGUNDA  PARTE DE LA INTRODUCCIÓN

 

Diferentes  avisos para elevación del alma a Dios, mediante la  oración y los sacramentos

 

 

 

CAPITULO  I

 

DE LA  NECESIDAD DE LA ORACIÓN

 

1.  La oración al llevar nuestro entendimiento hacia las  claridades de la luz divina y al inflamar nuestra voluntad  en el fuego del amor celestial, purifica nuestro  entendimiento de sus ignorancias, y nuestra voluntad de sus  depravados afectos; es el agua de bendición que, con  su riego, hace reverdecer y florecer las plantas de nuestros  buenos deseos, lava nuestras almas de sus imperfecciones y  apaga en nuestros corazones la sed de las pasiones.

 

 2.  Pero, de un modo particular, te aconsejo la oración  mental afectuosa, especialmente la que versa sobre la vida y  pasión de Nuestro Señor. Contemplándole  con frecuencia, en la meditación, toda tu alma se  llenará de Él; aprenderás su manera de conducirse, y tus acciones se conformarán con el  modelo de las suyas. Él es la luz del mundo; es,  pues, en Él, por Él y para Él que hemos  de ser ilustrados e iluminados; es el árbol del  deseo, a cuya sombra nos hemos de rehacer; es la fuente viva  de Jacob, donde nos hemos de purificar de todas nuestras  fealdades. Finalmente, los niños, a fuerza de  escuchar a sus madres y de balbucir con ellas, aprenden a  hablar su lenguaje; así nosotros, permaneciendo cerca  del Salvador, por la meditación, y observando sus  palabras, sus actos y sus afectos, aprenderemos, con su  gracia, a hablar, obrar y a querer como Él.

 

 Conviene  que nos detengamos aquí Filotea, y, créeme, no  podemos ir a Dios Padre sino por esta puerta. Pues  así como el cristal de un espejo no podría  detener nuestra imagen si no tuviese detrás de  sí una capa de estaño o de plomo, de la misma  manera, la Divinidad no podría ser bien contemplada  por nosotros, en este mundo, si no se hubiese unido a la  sagrada Humanidad del Salvador, cuya vida y muerte son el  objeto más proporcionado, apetecible, delicioso y  provechoso, que podemos escoger para nuestras meditaciones  ordinarias. No en vano es llamado, el Salvador, pan bajado  del cielo; porque, así como el pan se ha de comer con  toda clase de manjares, de la misma manera el Salvador ha de  ser meditado, considerado y buscado en todas nuestras  acciones y oraciones. Muchos autores, para facilitar la  meditación, han distribuido su vida y su muerte en  diversos puntos: los que te aconsejo de un modo particular  son San Buenaventura, Bellintani, Bruno, Capilia, Granada y  La Puente.

 

 3.  Emplea, en la oración, una hora cada día,  antes de comer; pero, si es posible, mejor será  hacerlas a primeras horas de la mañana, porque, con  el descanso de la noche, tendrás el espíritu  menos fatigado y más expedito. No emplees más  de una hora, si el padre espiritual no te dice expresamente  otra cosa.

 

 4.  Si puedes practicar este ejercicio en la iglesia, y tienes  allí bastante quietud para ello, te será cosa  fácil y cómoda, porque nadie, ni el padre, ni  la madre, ni el esposo, ni la esposa, ni cualquier otro,  podrán impedirte que estés una hora en la  iglesia; en cambio, estando a merced de otros, no  podrás, en tu casa, tener una hora tan libre.

 

 5.  Comienza toda clase de oraciones, ya sean mentales ya  vocales, poniéndote en la presencia de Dios, y cumple  esta regla, sin excepción, y verás, en poco  tiempo, el provecho que sacarás de ella.

 

 6.  Si quieres creerme, di el Padrenuestro, el Avemaría y  el Credo en latín; pero, al mismo tiempo,  aplícate a entender, en tu lengua, las palabras que  contiene, para que, mientras las rezas en el lenguaje  común de la Iglesia, puedas, al mismo tiempo, saborear el admirable y delicioso sentido de estas  oraciones, que es menester decir fijando el pensamiento y  excitando el afecto sobre el significado de las mismas, y no  de corrida, para poder rezar más, sino procurando  decir lo que digas, de corazón, pues un solo  Padrenuestro dicho con sentimiento vale más que  muchos rezados de prisa y con precipitación.

 

 7.  El Rosario es una manera muy útil de orar, con tal  que se rece cual conviene. Para hacerlo así, procura  tener algún librito de los que enseñan la  manera de rezarlo. Es también muy provechoso rezar  las letanías de Nuestro Señor, de la  Santísima Virgen y de los santos, y todas las otras  preces vocales, que se encuentran en los manuales y Horas  aprobadas, pero ten bien entendido que, si posees el don de  la oración mental, para ésta ha de ser el  primer lugar; de manera que, si después de  ésta, ya sea por tus ocupaciones, ya por cualquier  otro motivo, no puedes hacer la oración vocal, no te  inquietes por ello y conténtate con decir  simplemente, antes o después de la meditación,  la oración dominical, la salutación  angélica o el símbolo de los apóstoles.

 

 8.  Si mientras haces la oración vocal, sientes el  corazón inclinado y movido a la oración  interior o mental, no te niegues a entrar en ella, sino deja  que ande tu espíritu con suavidad, y no te preocupe  el no haber terminado las oraciones vocales que te  habías propuesto rezar, pues la mental que  habrás hecho en su lugar, es más agradable a  Dios y más útil a tu alma. Exceptúo el  oficio eclesiástico, si estuvieses obligado a  rezarlo, pues, en este caso, hay que cumplir con la  obligación.

 

 9.  En el caso de transcurrir toda la mañana, sin haber  practicado este santo ejercicio de la oración mental,  debido a las muchas ocupaciones o a cualquiera otra causa  (lo cual, en lo posible, es menester procurar que no  ocurra), repara esta falta por la tarde, pero mucho  después de la comida, porque si hicieres la  oración en seguida y antes de que estuviese bastante adelantada la digestión, te invadiría un  fuerte sopor, con detrimento de tu salud. Y, si no puedes  hacerlo en todo el día, conviene que repares esta  pérdida, multiplicando las oraciones jaculatorias,  leyendo algún libro espiritual, haciendo alguna penitencia que impida la repetición de esta falta, y  con la firme resolución de volver a tu santa  costumbre el día siguiente.

 

  

CAPÍTULO  II

 

BREVE  MÉTODO PARA MEDITAR, Y PRIMERAMENTE DE LA PRESENCIA  DE DIOS, PRIMER PUNTO DE LA  PREPARACIÓN

 

Tal  vez no sabes, Filotea, cómo se ha de hacer la  oración mental, porque es una cosa que, en nuestros  tiempos, son, por desgracia, muy pocos los que la saben. Por  esta razón, te presento un método sencillo y  breve, confiando en que, con la lectura de muchos y muy  buenos libros que se han escrito acerca de esta materia, y,  sobre todo, por la práctica, serás más ampliamente instruida. Te indico, en primer lugar, la  preparación, que consiste en dos puntos, el primero  de los cuales es ponerte en la presencia de Dios, y el  segundo, invocar su auxilio. Ahora bien, para ponerte en la  presencia de Dios, te propongo cuatro importantes medios, de  los cuales podrás servirte en los comienzos.

 

 El  primero consiste en formarse una idea viva y completa de la  presencia de Dios, es decir, pensar que Dios está en  todas partes, y que no hay lugar ni cosa en este mundo donde  no esté con su real presencia; de manera que,  así como los pájaros, por dondequiera que  vuelan, siempre encuentran aire, así también  nosotros, dondequiera que estemos o vayamos, siempre encontramos a Dios. Todos conocemos esta verdad, pero no  todos la consideramos con atención. Los ciegos, que  no ven al rey, cuando está delante de ellos no dejan  de tomar una actitud respetuosa si alguien les advierte su  presencia; pero, a pesar de ello, es cierto que, no  viéndole, fácilmente se olvidan de que  está presente y aflojan en el respeto y reverencia.  ¡Ay, FiIotea! Nosotros no vemos a Dios presente, y,  aunque la fe nos lo dice, no viéndole con los ojos,  nos olvidamos con frecuencia de Él y nos portamos  como si estuviese muy lejos de nosotros; pues, aunque  sabemos que está presente en todas las cosas, como quiera que no pensamos en Él, equivale a no saberlo.  Por esta causa, es menester que, antes de la oración,  procuremos que en nuestra alma se actúe,  reflexionando y considerando esta presencia de Dios. Este  fue el pensamiento de David, cuando exclamó: «Si  subo al cielo, ¡oh Dios mío!, allí  estás Tú; si desciendo a los infiernos,  allí te encuentro»; y, en este sentido, hemos de  tomar las palabras de Jacob, el cual, al ver la sagrada  escalera, dijo: «¡Oh! ¡Qué terrible es  este lugar! Verdaderamente, Dios está aquí y  yo no lo sabía». Al querer, pues, hacer  oración, has de decir de todo corazón a tu  corazón: « ¡Oh corazón mío,  oh corazón mío! Realmente, Dios está  aquí».

 

 El  segundo medio para ponerse en esta sagrada presencia, es  pensar que no solamente Dios está presente en el  lugar donde te encuentras, sino que está muy  particularmente en tu corazón y en el fondo de tu  espíritu, al cual vivifica y anima con su presencia,  y es allí el corazón de tu corazón y el  alma de tu alma; porque, así como el alma, infundida  en el cuerpo, se encuentra presente en todas las partes del  mismo, pero reside en el corazón con una especial  permanencia, así también Dios, que está  presente en todas las cosas, mora, de una manera especial,  en nuestro espíritu, por lo cual decía David:  «Dios de mi corazón», y San Pablo  escribía que «nosotros vivimos, nos movemos y  estamos en Dios». Al considerar, pues, esta verdad, excitarás en tu corazón una gran reverencia  para con Dios, que está en él  íntimamente presente.

 

 El  tercer medio es considerar que nuestro Salvador, en su  humanidad, mira desde el cielo todas las personas del mundo, especialmente los cristianos que son sus hijos, y  todavía de un modo más particular, a los que  están en oración, cuyas acciones y movimientos  contempla. Y esto no es una simple imaginación, sino  una verdadera realidad, pues aunque no le veamos, es cierto  que Él nos mira, desde arriba. Así le vio San  Esteban, durante su martirio. Podemos, pues, decir muy bien con la Esposa de los Cantares: «Vedle detrás de  la pared, mirando por las ventanas, a través de las  celosías».

 

 El  cuarto medio consiste en servirse de la simple  imaginación, representándonos al Salvador, en  su humanidad sagrada, como si estuviese junto a nosotros,  tal como solemos representarnos nuestros amigos, cuando  decimos: me parece que estoy viendo a tal persona, que hace  esto y aquello; diría que la veo, y así por el  estilo. Pero si el Santísimo Sacramento estuviese  presente en el altar, entonces esta presencia será  real y no puramente imaginaria, porque las especies y las  apariencias del pan serían tan sólo como un  velo, detrás del cual Nuestro Señor realmente  presente, nos vería y contemplaría, aunque  nosotros no le viésemos en su propia forma.

 

 Emplearás,  pues, uno de estos cuatro medios para poner tu alma en la  presencia de Dios antes de la oración, y no es  menester que uses a la vez de todos ellos, sino ora uno, ora  otro, y aun sencilla y libremente.

 

  

CAPITULO  III

 

DE LA  INVOCACION, SEGUNDO PUNTO DE LA  PREPARACION

 

La  invocación se hace de esta manera: al sentirse tu  alma en la presencia de Dios, se postra con extremada  reverencia, reconociéndose indignísima de  estar delante de una tan soberana Majestad, y reconociendo,  no obstante, que esta misma bondad así lo quiere, le  pide la gracia de servirla y adorarla en esta  meditación. Si te parece podrás emplear  algunas palabras breves y fervorosas, como lo son  éstas de David: «Oh Dios mío, no me  apartes de delante de tu faz y no me quites tu santo Espíritu. Ilumina tu rostro sobre tu sierva, y  meditaré tus maravillas. Dame inteligencia y  consideraré tu ley, y la guardaré en mi  corazón. Yo soy tu sierva; dame el  espíritu». También te será  provechoso invocar a tu Ángel de la Guarda y a los  santos personajes que entran en el misterio que meditas:  como, en el de la muerte del Señor, podrás  invocar a la Madre de Dios, a San Juan, a la Magdalena y al  buen ladrón, para que te sean comunicados los  sentimientos y emociones interiores que ellos recibieron, y  en la meditación de tu muerte, podrás invocar  al Ángel de la Guarda, que estará allí  presente, para que te inspire las consideraciones oportunas,  y así en los demás misterios.

 

  

CAPÍTULO  IV

 

DE LA  PROPOSICIÓN DEL MISTERIO, TERCER PUNTO DE LA  PREPARACIÓN

 

Después  de estos dos puntos ordinarios de la meditación,  sigue el tercero, que es común a toda clase de  meditaciones; es el que unos llaman composición de  lugar, y otros lección interior, y no consiste en  otra cosa que en proponer a la imaginación el cuerpo  del misterio que se quiere meditar, como si realmente y de  hecho ocurriese en nuestra presencia. Por ejemplo, si quieres considerar a Nuestro Señor en la cruz, te  imaginarás que estás en el monte Calvario y  que ves todo lo que se hizo y se dijo el día de la  pasión, o bien te imaginarás el lugar de la  crucifixión tal como lo describen los evangelistas.  Lo mismo digo acerca de la muerte, según ya lo he  indicado en la meditación correspondiente, como  también acerca del infierno y de todos los misterios  semejantes, en los cuales se trata de cosas visibles y  sensibles: porque, en cuanto a los demás misterios,  tales como la grandeza de Dios, la excelencia de las  virtudes, el fin para el cual hemos sido creados, que son  cosas invisibles, no es posible servirse de esta clase de  imaginaciones. Es cierto que se puede echar mano de  cualesquiera semejanzas o comparaciones, para ayudar a la  meditación; pero esto es muy difícil de  encontrar, y no quiero tratar contigo de estas cosas sino de  una manera muy sencilla, de suerte que tu espíritu no  se vea forzado a hacer invenciones. '

 

 Ahora  bien, por medio de estas imaginaciones, concentramos nuestro  espíritu en los misterios que queremos meditar, para que no ande divagando de acá para allá, de la  misma manera que enjaulamos un pájaro o sujetamos el  halcón con un cordel, para tenerlo sujeto en la mano.  Dirá, no obstante, alguno, que es mejor usar el  simple pensamiento de la f e o una simple aprensión  puramente mental y espiritual en la representación de  estos misterios, o bien considerar que las cosas ocurren en tu espíritu; pero esto es demasiado sutil para los  que comienzan, y, hasta que Dios no te lleve más  arriba, te aconsejo, Filotea, que permanezcas en el humilde  valle que te muestro.

 

  

CAPITULO  V

 

DE LAS  CONSIDERACIONES, SEGUNDA PARTE DE LA  MEDITACIÓN

 

Después.  del acto de la imaginación, sigue el acto del  entendimiento, que llamamos meditación, la cual no es  otra cosa que una o varias consideraciones hechas con el fin  de mover los afectos hacia Dios y las cosas divinas: y, en  esto, la meditación se separa del estudio y de los  demás pensamientos y consideraciones, las cuales no  se hacen para alcanzar la virtud o el amor de Dios, sino  para otros fines e intenciones: para saber, o disponerse  para escribir o disputar. Teniendo, pues, como he dicho, tu espíritu concentrado dentro del círculo de la  materia que quieres meditar-por medio de la  imaginación si el objeto es sensible, o por la  sencilla proposición, si no es sensible-,  comenzarás a hacer consideraciones sobre el mismo, de  las cuales encontrarás ejemplos prácticos en  las meditaciones que te he propuesto. Y, si tu  espíritu encuentra suficiente gusto, luz y fruto en  una de las consideraciones, te detendrás en ella, sin  pasar adelante, haciendo como las abejas, que no dejan la  flor, mientras encuentran en ella miel que chupar. Pero, si  en alguna de las consideraciones, después de haber  ahondado un poco, no te encuentras a tu sabor,  pasarás a otra; pero, en esta labor anda despacio y  con simplicidad, sin  apresurarte.

 

 

CAPÍTULO  VI

 

DE LOS  AFECTOS Y PROPÓSITOS, TERCERA PARTE DE LA  MEDITACION

 

La  meditación produce buenos movimientos en la voluntad  o parte afectiva de nuestra alma, como amor de Dios y del  prójimo, deseo del paraíso y de la gloria,  celo de la salvación de las almas, imitación  de la vida de Nuestro Señor, compasión, admiración, gozo, temor de no ser grato a Dios, del  juicio, del infierno, odio al pecado, confianza en la bondad  y misericordia de Dios, confusión por nuestra mala  vida pasada: y en estos afectos, nuestro espíritu se  ha de expansionar y extender, en la medida de lo posible. Y,  si, en esto, quieres ser ayudada, torna el primer volumen de  las Meditaciones de Dom Andrés Capilia, y lee el  prefacio, donde enseña la manera de explayar los  afectos. Lo mismo encontrarás más extensamente  explicado, en el Tratado de la Oración del Padre  Arias.

 

 No  obstante, Filotea, no te has de detener tanto en estos  afectos generales, que no los conviertas en resoluciones  especiales y particulares, para corregirte y enmendarte, Por  ejemplo, la primera palabra que Nuestro Señor dijo en  la cruz producirá seguramente en tu alma un buen  deseo de imitarle, es decir, de perdonar a los enemigos y de  amarles. Pues bien, te digo que esto es muy poca cosa, si no  añades un propósito especial de esta manera:  en adelante no me enojaré por las palabras injuriosas  que aquél o aquélla, el vecino o la vecina, mi  criado o la criada, dicen contra mí, ni tampoco por  tales o cuales desprecios, de que me ha hecho objeto  éste o aquél; al contrario, diré tal o  cual cosa, para ganarlos o suavizarlos, y así de los demás afectos. Por este medio, Filotea,  corregirás tus faltas en poco tiempo, mientras que,  con solos los afectos, lo conseguirías tarde y con  dificultad.

 

  

CAPÍTULO  VII

 

DE LA  CONCLUSIÓN Y RAMILLETE  ESPIRITUAL

 

Finalmente,  la meditación se ha de acabar con tres cosas, que se  han de hacer con toda la humildad posible. La primera es la acción de gracias a Dios por los afectos y  propósitos que nos ha inspirado, y por su bondad y  misericordia, que hemos descubierto en el misterio meditado.  La segunda es el acto de ofrecimiento, por el cual ofrecemos  a Dios su misma bondad y misericordia, la muerte, la sangre,  las virtudes de su Hijo, y, a la vez nuestros afectos y  resoluciones. La tercera es la súplica, por la cual  pedimos a Dios, con insistencia, que nos comunique las  gracias y las virtudes de su Hijo y otorgue su bendición a nuestros afectos y propósitos,  para que podamos fielmente ponerlos en práctica.  Después hemos de pedir por la Iglesia, por nuestros  pastores, parientes, amigos y por los demás,  recurriendo, para este fin, a la intercesión de la  Madre de Dios, de los ángeles y de los santos.  Finalmente, ya he hecho notar que conviene decir el  Padrenuestro y el Avemaría, que es la plegaria  general y necesaria de todos los fieles.

 

 A  todo esto he añadido que hay que hacer un  pequeño ramillete de devoción. He aquí  lo que quiero decir: los que han paseado por un hermoso  jardín no salen de él satisfechos, si no se  llevan cuatro o cinco flores, para olerlas y tenerlas  consigo durante todo el día. Por la  meditación, hemos de escoger uno, dos o tres puntos,  los que más nos hayan gustado y los que sean  más a propósito para nuestro aprovechamiento,  para recordarlos durante todo el día y olerlos  espiritualmente. Y este ramillete se hace en el mismo lugar  donde hemos meditado, sin movernos, o bien paseando solos  durante un rato.

 


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