¡Dios te salve María!
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No trates, en manera alguna, con personas impúdicas, sobre todo si, además, son desvergonzadas, como suelen serlo casi siempre; porque así como los machos cabríos, al lamer los almendros dulces, los convierten en amargos, así también estas almas malolientes y estos corazones infectos no hablan con persona alguna, del mismo o de diferente sexo, a cuyo pudor no causen algún detrimento: tienen el veneno en los ojos y en el aliento, como el basilisco. Al contrario, trata con personas castas y virtuosas; piensa y lee con frecuencia las cosas sagradas, porque «la palabra de Dios es casta» y hace castos a los que se dan a ella, por lo que David la compara con el topacio, piedra preciosa que tiene la propiedad de adormecer el ardor de la concupiscencia. Procura estar siempre cerca de Jesucristo crucificado, espiritualmente por la meditación, y realmente por la sagrada Comunión, porque, así como los que duermen sobre la hierba llamada agnus-castus, se hacen castos y honestos, de la misma manera, si tu corazón descansa sobre Nuestro Señor, que es el verdadero Cordero casto e inmaculado, verás presto tu alma y tu corazón purificado de toda mancha y lubricidad. CAPÍTULO XIV DE LA POBREZA DE ESPÍRITU PRACTICADA EN MEDIO DE LAS RIQUEZAS « Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» ; luego, desgraciados los ricos de espíritu, porque de ellos es la desgracia del infierno. Es rico de espíritu aquel que tiene las riquezas en su espíritu o su espíritu en las riquezas; aquel es pobre de espíritu, que no tiene las riquezas en su espíritu ni su espíritu en las riquezas. Los halcones construyen sus nidos en forma de pelota y sólo dejan en ellos una abertura en la parte superior; los dejan en la orilla, junto al mar, y los hacen tan fuertes e impenetrables, que, aunque se los lleven las olas, nunca puede entrar en ellos el agua, sino que siempre flotan, y permanecen en medio del mar, sobre el mar y como señores del mar. Tu corazón, querida Filotea, ha de ser como estos nidos, abierto solamente al cielo e impenetrable a las riquezas y a las cosas perecederas; si posees alguna de estas cosas, guarda tu corazón libre de todo afecto a ellas; haz que siempre se mantenga por encima de todo y que, en medio de las riquezas, permanezca sin riquezas y sea señor de las riquezas. No, no pongas este espíritu celestial en las riquezas de la tierra; haz que se conserve siempre superior, sobre ellas y no debajo de ellas. Hay mucha diferencia entre poseer venenos y ser envenenados. Así todos los farmacéuticos tienen venenos, para servirse de ellos en diversas ocasiones, pero no, por ello, están envenenados, porque no tienen el veneno en su cuerpo, sino en sus tiendas. De la propia manera puedes tú tener riquezas sin ser emponzoñada por ellas; así ocurrirá si las tienes en tu bolsillo o en tu casa, pero no en tu corazón. Ser rico de hecho y, a la vez, pobre de espíritu, he aquí la gran felicidad del cristiano, porque, de esta manera, goza de las ventajas de la riqueza en este mundo y del mérito de la pobreza en el otro. ¡Ali Filotea! Jamás confesará nadie que es avaro; todos quieren ser tenidos por libres de esta bajeza y vileza del corazón. Unos dan por excusa la pesada carga de los hijos; otros dicen que la prudencia exige allegar recursos; nunca hay bastante, y siempre se descubren necesidades para tener más; aun los más avaros no sólo no confiesan que lo son, pero ni siquiera lo creen en su conciencia; porque la avaricia es una fiebre prodigiosa, que se vuelve más insensible cuanto es más violenta y ardorosa. Moisés vió, que el fuego sagrado quemaba una zarza y no la consumía; el fuego profano de la avaricia quema y devora al avariento, pero no le consume; al contrario, el avaro, en medio de los ardores y calores más excesivos, se gloria de sentir el fresco más agradable del mundo y cree que su sed insaciable es una sed enteramente natural y ligera. Si durante mucho tiempo, apeteces, con ardor e inquietud, los bienes que no posees, aunque andes diciendo que no los quieres poseer injustamente, no por ello dejas de ser avaro de verdad. El que ardorosamente, durante mucho tiempo y con inquietud, desea beber, aunque sólo quiera beber agua, da pruebas de que tiene calentura. ¡ Filotea ! No sé si es un deseo justo el desear poseer justamente lo que otros justamente poseen; pues parece que, con este deseo, lo que quisiéramos sería acomodarnos mediante la incomodidad del prójimo. Cuando alguno posee un bien justamente, ¿no es más justo que él lo guarde justamente, que desear nosotros poseerlo aunque sea con justicia? ¿Por qué, pues, hacemos recaer nuestros deseos sobre el bien de los demás, para privarles de él? Ciertamente, aunque fuese justo este deseo, no sería caritativo, porque nosotros no quisiéramos que nadie desease, aunque fuese justamente, lo que justamente queremos conservar. Tal fue el pecado de Acab, el cual quiso poseer, sin injusticia, la viña de Nabot, quien, más justamente todavía, deseaba conservarla; la deseó con ardor, durante mucho tiempo, y con afán, con lo cual ofendió a Dios. Antes de desear los bienes del prójimo, amada Filotea, aguarda que comience a querer desprenderse de ellos, pues entonces su deseo hará que el tuyo no sólo sea justo, sino también conforme a la caridad. Y digo esto, porque deseo que te preocupes de acrecentar tus bienes y caudales, con tal que lo hagas, no sólo según justicia, sino también con dulzura y caridad. Si sientes gran afecto a los bienes que posees, si te traen muy atareada y pones en ellos el corazón, esclavizando a ellos tu pensamiento y temiendo perderlos, con un miedo intenso e impaciente, ello es debido a que padeces todavía cierta fiebre; porque los calenturientos suelen beber el agua que les dan con una avidez, con una especie de atención y presteza, que no tienen los que están sanos; no es posible complacerse mucho en una cosa, sin ponerle mucho afecto. Si te acontece que, al perder alguno de tus bienes, sientes que tu corazón queda muy desolado y afligido, créeme, Filotea, ello es debido a que le tenías mucha afición, porque no hay señal mayor del afecto a una cosa perdida que la aflicción causada por su pérdida. No desees, pues, con un deseo completo y formal el bien que no posees; no introduzcas muy adentro de tu corazón el que ya tienes; no te aflijas por las pérdidas que puedan sobrevenir, y entonces tendrás motivos para creer que, siendo rica de hecho, no lo eres de afecto, sino que eres pobre de espíritu, y, por lo tanto, bienaventurada, porque «tuyo es el reino de los cielos». CAPÍTULO XV CÓMO HA DE PRACTICAR LA POBREZA REAL EL QUE ES RICO DE HECHO El pintor Parrasio pintó al pueblo ateniense de una manera muy ingeniosa, representándolo con un carácter diverso y variable, colérico, injusto, inconstante, cortés, clemente, misericordioso, altivo, glorioso, humilde, valiente y pusilánime y todo esto en un conjunto; pero yo, amada Filotea, quisiera poner juntas en tu corazón la riqueza y la pobreza, un gran cuidado y un gran desprecio de las cosas temporales. Has de tener mucho más interés del que tienen los mundanos en hacer que tus bienes sean útiles y fructuosos. Dime: los jardineros de los grandes príncipes ¿no son mucho más solícitos y diligentes en cultivar y embellecer los jardines que tienen bajo su cuidado, que si fuesen de su propiedad? ¿Por qué esto? Sin duda, porque consideran aquellos jardines como jardines de príncipes y de reyes, a los cuales desean hacerse gratos por estos servicios. Ahora bien, Filotea, los bienes que tenemos no son nuestros: Dios nos los ha dado y quiere que los hagamos útiles y fructuosos, por lo que le prestamos un servicio agradable cuando tenemos este cuidado. Pero conviene que sea un cuidado más grande y más sólido que el que tienen los mundanos de sus bienes, porque éstos sólo trabajan por amor de sí mismos, y nosotros hemos de trabajar por amor de Dios; ahora bien, así como el amor de sí mismo es un amor violento, turbulento e inquieto, así también el cuidado que produce está lleno de turbación, de tristeza y de inquietud; y, así como el amor de Dios es dulce, apacible y tranquilo, así la solicitud que de él se deriva, aunque se trate de los bienes de la tierra, es amable, dulce y graciosa. Tengamos, pues, este cuidado amable de la conservación, y aun del aumento, de nuestros bienes temporales, cuando se ofrezca ocasión justa para ello y en cuanto lo exija nuestra condición, ya que Dios quiere que así lo hagamos por su amor. Pero procura que el amor propio no te engañe, porque, a veces, de tal manera remeda el amor de Dios, que se corre el riesgo de creer que ambos son una misma cosa. Ahora bien, para impedir que te engañe y que este cuidado de los bienes temporales degenere en avaricia, además de lo que te he dicho en el capítulo precedente, es menester practicar con mucha frecuencia la pobreza real y efectiva, en medio de todos los bienes y riquezas que Dios nos haya dado. Despréndete siempre de alguna parte de tus haberes, dándolos de corazón a los pobres; porque dar de lo que se posee es empobrecerse algún tanto, y, cuanto más des, más pobre serás. Es cierto que Dios te lo devolverá, no sólo en el otro mundo, sino también en éste, porque nada ayuda tanto a prosperar como la limosna; siempre serás pobre de ello. ¡ Oh! ¡Santa y rica pobreza la que nace de la limosna! Ama a los pobres y a la pobreza, porque, mediante este amor, llegarás a ser verdaderamente pobre, porque, como dice la Escritura, nosotros nos volvemos como las cosas que amamos. El amor hace iguales a los amantes. ¿Quién es débil -dice San Pablo-, que yo no lo sea con él?» Y hubiera podido decir: «¿Quién es pobre, que yo no lo sea con él?» porque el amor le hacía ser como aquellos a quienes amaba. Si, pues, amas a los pobres, serás verdaderamente amante de su pobreza, y pobre como ellos. Ahora bien, si amas a los pobres, has de andar con frecuencia entre ellos; complácete en hablarles; no te desdeñes de que se acerquen a ti en las iglesias, en las calles y en todas partes. Seas con ellos pobre de palabra, hablándoles como una amiga, pero seas rica de manos, dándoles de tus bienes, ya que eres poseedora de riquezas. ¿Quieres hacer más, Filotea? No te contentes con ser pobre con los pobres, sino procura ser más pobre que los pobres, ¿De qué manera? «El siervo es menos que su señor». Hazte, pues, sierva de los pobres. Sírveles en el lecho cuando están enfermos, con tus propias manos; seas su cocinera a costa tuya; seas su costurera y su lavandera. ¡Oh, Fílotea! este servicio es más glorioso que una realeza. Nunca he admirado lo bastante el fervor con que este consejo fue practicado por San Luis, uno de los grandes reyes que ha habido en el mundo -gran rey, digo; rey de toda clase de grandezas- Servía con frecuencia a los pobres, a quienes sustentaba, y, casi todos los días, hacía sentar tres a su mesa; con frecuencia comía de sus sobras, con un amor sin igual. Cuando visitaba los hospitales (cosa que hacía muy a menudo), solía servir a los que padecían los males más horribles, como a los leprosos, a los cancerosos y a otros semejantes, y les servía con la cabeza descubierta y de rodillas, respetando, en su persona, al Salvador del mundo, y amándolos con un afecto tan tierno como el de una dulce madre para con su hijo. Santa Isabel, hija del rey de Hungría, estaba ordinariamente entre los pobres ' y, a veces, se complacía en aparecer en medio de sus damas vestida como una mujer pobre, y les decía: «Si fuese pobre, vestiría así». ¡Ah, amada Fílotea! ¡Qué pobres eran este príncipe y esta princesa, en medio de sus riquezas, y que ricos en su pobreza! «Bienaventurados los que son pobres de esta manera, porque de ellos es el reino de los cielos». «Tenía hambre, y vosotros me disteis de comer; tenía frío, y vosotros me cubristeis; tomad posesión del reino que os ha sido preparado desde la creación del mundo», dirá el Rey de los pobres y Rey de los reyes en su gran juicio. Nadie hay que, alguna vez, no tenga alguna privación o alguna falta de comodidades. A veces acontece que llega un huésped, al que quisiéramos y deberíamos agasajar, y no hay manera de hacerlo en aquel momento; que tenemos los buenos trajes en otra parte, y nos hacen falta para acudir a donde hay que ir por compromiso; que todos los vinos de la bodega se han echado a perder y están agrios: los únicos que tenemos son malos y recientes; que estamos en el campo, en una mala choza, sin cama ni habitación, ni mesa, ni servicio. Finalmente, por rica que sea una persona, es muy fácil que, con frecuencia, le falte alguna cosa necesaria; ésta es, pues, la manera de ser pobre en las cosas que nos faltan. Filotea, alégrate de estas ocasiones, acéptalas de buen grado y súfrelas gozosamente. Cuando te sobrevengan contratiempos, que te empobrezcan poco a poco, como tempestades, fuego, inundaciones, esterilidades, hurtos, pleitos, ¡ah!, entonces tienes buena coyuntura para practicar la pobreza, recibiendo con dulzura estas disminuciones de intereses y adaptándote con paciencia y constancia a este empobrecimiento. Esaú se presentó a su padre con las manos cubiertas de pelo, y Jacob hizo lo mismo; mas, como quiera que el pelo que estaba en las manos de Jacob no era de su propia piel, sino de los guantes, se le podía arrancar, sin incomodarle ni martirizarle; por el contrario, como la piel de las manos de Esaú era naturalmente peluda, si le hubiesen querido arrancar el pelo, le hubieran causado dolor; él hubiera gritado y se hubiera enardecido para defenderse. Cuando tenemos nuestros bienes en el corazón, si el mal tiempo, o los ladrones, o algún tramposo nos arrebata una parte de ellos, ¡qué quejas, qué turbaciones, qué impaciencias no sentimos! Pero, cuando nuestros bienes no nos preocupan más de lo que Dios quiere, y no los tenemos en el corazón, si acontece que nos los arrancan ' no perdemos, por ello el juicio ni la tranquilidad. Es la misma diferencia que existe entre las bestias y el hombre en cuanto al vestir: el ropaje de las bestias está adherido a la carne; el de los hombres es tan sólo postizo, y pueden quitárselo o ponérselo, según les plazca. CAPÍTULO XVI MANERA DE PRACTICAR LA POBREZA DE ESPÍRITU EN MEDIO DE LA POBREZA REAL Pero, si eres realmente pobre, queridísima Filotea, por Dios, procura serlo también de espíritu; haz de la necesidad virtud, y emplea esta piedra preciosa de la pobreza en lo que ella vale: su brillo no es conocido en este mundo, a pesar de que es extremadamente hermoso y rico. Ten paciencia, pues andas en buena compañía: Nuestro Señor, Nuestra Señora, los Apóstoles y otros muchos santos y santas que fueron pobres, y aun 'pudiendo ser ricos, menospreciaron el serlo. ¡Cuántos grandes del mundo, viniendo las mayores contradicciones, han ido, con diligencia no igualada, a buscar la santa pobreza en los claustros y en los hospitales! Mucho se han afanado para encontrarla, como lo atestiguan San Alejo, Santa Paula, San Paulino, Santa Ángela y tantos otros. Mas, he aquí Filotea, que la pobreza, más amable contigo, se presenta en tu casa; la has encontrado sin buscarla y sin trabajo; abrázala, pues, como a una amiga muy querida de Jesucristo, que nació, vivió y murió en la pobreza, la cual fue su alimento durante toda su vida. Tu pobreza, Filotea, tiene dos grandes ventajas, merced á las cuales pueden acrecentarse en gran manera tus méritos. La primera es que no te ha sobrevenido por propia elección, sino por la sola voluntad de Dios, que te ha hecho pobre, sin cooperación alguna por parte de tu voluntad. Ahora bien, lo que recibimos puramente de la voluntad de Dios siempre le es más agradable, con tal que lo aceptemos de corazón y por amor a su voluntad divina: donde hay menos de nuestra parte, hay más de parte de Dios. La simple y pura aceptación de la voluntad de Dios, purifica extraordinariamente el sufrimiento. La segunda ventaja de esta pobreza es el ser una pobreza verdaderamente pobre. Una pobreza alabada, halagada, socorrida y ayudada, participa de la riqueza; a lo menos no es enteramente pobre; pero una pobreza despreciada, rechazada, vilipendiada y abandonada, es pobre de verdad. Ahora bien, tal suele ser ordinariamente la pobreza de los seglares, porque, puesto que no son pobres por propia elección, sino por necesidad, no se hace gran caso de ella; y, porque se hace poco caso, su pobreza es más pobre que la de los religiosos, aunque ésta tenga, bajo otro concepto, una muy grande excelencia y sea mucho más recomendable, por razón del voto y de la intención por la cual ha sido escogida. No te quejes, pues, amada Filotea, de tu pobreza, porque sólo nos quejamos de lo que nos desagrada, y si te desagrada la pobreza, no eres pobre de espíritu, sino rica de afecto. No te desconsueles si no te ves socorrida cual convendría, pues precisamente en esto consiste la excelencia de la pobreza. Querer ser pobre sin ninguna incomodidad, supone una ambición muy grande, porque esto es querer el honor de la pobreza y la comodidad de las riquezas. No te avergüences de ser pobre ni de pedir limosna por caridad; recibe la que te den, con humildad, y acepta, con dulzura, las repulsas. Acuérdate con frecuencia del viaje de la Santísima Virgen a Egipto, llevando allí a su querido Hijo y de los muchos desprecios, pobreza y miseria que hubo de soportar. Si vives como ella, serás muy rica en medio de tu pobreza. CAPÍTULO XVII DE LA AMISTAD Y, EN PRIMER LUGAR, DE LA QUE ES MALA Y FRÍVOLA El amor ocupa el primer lugar entre las pasiones del alma; es el rey de todos los movimientos del corazón; transforma en sí mismo todas las demás cosas y nos hace tales cuales son los objetos amados. Ten, pues, gran cuidado, Filotea, en que tu amor no sea malo, porque, enseguida, serías tú mala con-lo él. Ahora bien, la amistad es el más peligroso de todos los amores, porque los demás pueden darse sin comunicación alguna; pero en cuanto a la amistad, por estribar esencialmente en aquélla, es imposible tenerla con una persona sin participar de sus cualidades. No todo amor es amistad, porque puede el hombre amar sin ser amado, y, entonces, hay amor, pero no amistad, ya que la amistad es un amor mutuo, y sin amor mutuo no puede existir; además, no basta que sea mutuo, sino que es menester que las partes que se aman conozcan su recíproco afecto, porque, si. lo ignoran, habrá amor, mas no amistad; en tercer lugar, es también necesario que exista alguna clase de comunicación que sea el fundamento de la amistad. Según sea la diversidad de trato, la amistad es también diversa, y el trato es diverso, según sean los bienes que los amigos se comunican mutuamente; si son bienes falsos y vanos, la amistad es falsa y vana; si son bienes verdaderos, la amistad es verdadera, y, cuanto más excelentes sean los bienes, más excelente será la amistad. Porque, así como la miel es más excelente cuando es chupada de las flores más exquisitas, así el amor fundado en la más exquisita comunicación es también el más excelente; y así como la miel de Heraclea del Ponto es venenosa y vuelve locos a los que la comen, porque está sacada del acónito, que abunda en aquella región, de la misma manera, la amistad fundada en la comunicación de bienes falsos y viciosos, es del todo falsa y mala. La comunicación de los placeres carnales es una mutua inclinación y un cebo brutal, que no merece el nombre de amistad entre los hombres, más de lo que merece entre los jumentos y caballos. La amistad fundada en la comunicación de los placeres sensuales es grosera e indigna del nombre de amistad, como lo es también la que se funda en virtudes frívolas y vanas, porque estas virtudes dependen también de los sentidos. Llamo placeres sensuales a los que se refieren inmediata y principalmente a los sentidos externos, como el placer de contemplar la belleza, de oír una dulce voz, de tocar, y otros semejantes. Entiendo por virtudes frívolas ciertas habilidades y cualidades vanas, que los espíritus débiles llaman virtudes y perfecciones. Si oyes hablar a la mayor parte de las doncellas, de las mujeres y de los jóvenes, advertirás que no se recatan de decir: aquel joven es muy virtuoso, posee muchas perfecciones porque baila bien, juega bien a toda clase de juegos, viste bien, es galante, tiene hermosas facciones, y los charlatanes tienen por más virtuosos a los que son más chistosos. Ahora bien, como que todo esto sólo mira a los sentidos, también las amistades que de aquí nacen se llaman sensuales, vanas y frívolas, y más merecen el nombre de vanidad que el de amistad. Tales son ordinariamente las amistades de la gente moza, que se enamora de unos bigotes, de unos cabellos, de unas miradas, de un vestido, del porte, de la verbosidad: amistades propias de la edad de los enamorados, cuya virtud está en ciernes y cuyo juicio está en capullo. Por lo mismo, estas amistades no son más que pasajeras, y se derriten, como la nieve al sol. CAPÍTULO XVIII LOS AMORÍOS Cuando estas amistades frívolas se entablan entre personas de diferente sexo y sin mirar al matrimonio, se llaman amoríos, porque, no siendo abortos, o mejor dicho, fantasmas de la amistad, no pueden llevar el nombre de amistad ni de amor, a causa de su incomparable vanidad e imperfección. Por ellas, pues, los corazones de los hombres y de las mujeres quedan aprisionados, esclavos y encadenados los unos con los otros, con vanos y locos afectos, fundados en estas frívolas comunicaciones y placeres ruines de que acabamos de hablar. Y aunque estos necios amores acaban, ordinariamente, por fundirse y precipitarse en carnalidades y lascivias feas, no es, empero, éste el primer intento de los que se entretienen en ellos; de lo contrario ya poseerían amoríos, sino manifiestas torpezas. En algunos casos, podrán pasar aun muchos años, sin que, entre los tocados de esta locura, ocurra alguna cosa, directamente contraria a la castidad del cuerpo, porque se contentan únicamente con desahogar su corazón con deseos, anhelos, suspiros, galanterías y otras necesidades y vanidades parecidas, y esto con diversas pretensiones. Unos no intentan otra cosa que satisfacer a su corazón, dando y recibiendo amor, guiados en esto por su inclinación amorosa, y éstos cuando escogen sus amores, sólo tienen en cuenta si son o no de su agrado y según sus instintos, de manera que, al encontrarse con una persona que les place, sin examinar el interior y el comportamiento de la misma, dan comienzo a este cambio de amoríos, y se enredan en la miserable red de la cual a duras penas podrán salir. Otros obran movidos por la vanidad, pues creen que es una cosa muy gloriosa cautivar y ligar los corazones con el amor; y éstos, como que andan en pos de la gloria, ponen sus trampas y tienden sus redes en lugares de relumbrón, distinguidos, raros e ilustres. A otros les guía la inclinación amorosa y, a la vez, la vanidad, pues, aunque su corazón se inclina al amor, no se entregan a éste si, al mismo tiempo, no pueden lograr alguna ventaja gloriosa. Tales amistades son todas malas, locas y vanas: malas, porque conducen y acaban, al fin, en el pecado de la carne, y roban el amor y, por consiguiente, el corazón, a Dios, a la esposa y al marido, a los cuales se deben; locas, porque carecen de fundamento y de motivo; vanas porque no producen ningún provecho, ni honor ni contento. Al contrario, malbaratan el tiempo, son un estorbo para el honor, y no dan otro placer que el de un desazonado querer y esperar, sin saber lo que se pretende ni lo que se quiere. Porque a estos desdichados y débiles espíritus les parece que siempre hay un no sé qué envidiable en las manifestaciones de amor que se les hacen, y no saben precisar en qué consiste; y, así, su deseo nunca se ve saciado, sino que siempre anda en desasosiego su corazón, con perpetuas desconfianzas, celos e inquietudes. San Gregorio Nacianceno, escribiendo contra las mujeres vanas, dice maravillas en esta materia. He aquí una muestra, dirigida a las mujeres, pero, aplicable también a los hombres: «Tu natural belleza basta para tu marido; pero, si es para varios hombres, como una red para una bandada de pájaros, ¿qué ocurrirá? Aquél te será agradable, a quien haya sido agradable tu belleza, y le devolverás mirada por mirada; en seguida acudirán las sonrisas y las palabritas de amor, encubiertas al principio, mas pronto te familiarizarás con ellas, y pasarás a la galantería manifiesta. Guárdate bien, lengua mía, de decir lo que ocurrirá después, pero quiero añadir otra verdad: nada de cuanto los jóvenes y las muchachas dicen o hacen, en medio de estas necias complacencias, está exento de grandes aguijones. En todo este fárrago de amoríos, unos se embrollan con otros, y unos atraen a otros, como el hierro atraído por un imán arrastra consigo, consecutivamente, a otros hierros». ¡Oh! ¡Y qué bien habla este gran obispo! ¿Qué piensas hacer? Dar amor, ¿no es verdad? Pero nadie da voluntariamente amor sin que, a la vez, lo reciba; en este juego, el que coge es cogido. La hierba aproxis recibe y toma el fuego en cuanto lo ve; lo mismo hacen nuestros corazones: en cuanto ven una alma inflamada de amor, al instante son abrasados por ella. Yo quiero recibir amor, dirá alguno, pero no quiero ir tan lejos. ¡Ah!, te engañas: este fuego del amor es mas vivo y penetrante de lo que te imaginas; procurarás no recibir más que una chispa, y quedarás maravillada al ver, en un momento, abrasado tu corazón reducidas a ceniza todas tus resoluciones y a humo tu buen nombre. Exclama el Sabio: «¿quién tendrá compasión de un fascinador mordido por una serpiente?» Y yo exclamo con él: ¡Oh!, locos e insensatos, ¿queréis fascinar el amor, para poderlo manejar a vuestro sabor? Queréis jugar con él, y él os picará y morderá traidoramente, y ¿sabéis lo que dirán de ello? Todo el mundo se burlará de vosotros y se reirá de vuestra pretensión de querer encantar el amor y de haber querido, con necia presunción, introducir en vosotros una peligrosa serpiente que os ha echado a perder y ha perdido vuestra alma y vuestro honor. ¡ Dios mío, qué ceguera es ésta, jugar así al fiado, sobre prendas tan livianas, con el principal tesoro de nuestra alma! Sí, Filotea, puesto que Dios no quiere al hombre, sí no es por el alma; ni el alma, si no es por la voluntad; ni la voluntad, si no es por el amor. ¡ Ah, Señor! Nuestro amor no llega, ni de mucho, al grado que requiere; quiero decir que nos falta infinitamente para tener el que se necesita para amar a Dios, y, no obstante, miserables de nosotros, lo prodigamos y lo, malbaratamos en cosas vanas, vacías y frívolas, como si nos sobrase. ¡Ah!, este gran Dios, que se había reservado el amor de nuestras almas, en reconocimiento de su creación, conservación y redención, exigirá una cuenta muy estrecha por estas locas sustracciones que de él le hacemos; porque si, con tanto rigor, ha de examinar las palabras ociosas, ¿qué no hará con las amistades vanas, inconvenientes, locas y perniciosas? El nogal es muy dañoso a las viñas y a los campos en los cuales está plantado, pues, siendo tan grande, absorbe todo el jugo de la tierra, la cual se hace impotente para alimentar a las otras plantas; su follaje es tan tupido, que hace una sombra muy grande y muy espesa, bajo la cual son atraídos los viandantes, quienes, para coger el fruto, destrozan y pisotean cuanto hay alrededor. Estos amoríos causan los mismos daños al alma, pues la absorben de tal manera y atraen tan fuertemente sus movimientos, que no puede, después, llegar a hacer ninguna obra buena: las hojas, es decir, las conversaciones, los juegos, los requiebros son tan frecuentes, que malbaratan todo el tiempo, y, finalmente, son causa de tantas tentaciones, distracciones, sospechas y otras consecuencias, que todo el corazón queda pisoteado y deshecho. Resumiendo, estos amoríos ahuyentan, no sólo el amor celestial, sino también el temor de Dios, enervan el espíritu, debilitan la reputación: son, en una palabra, el juguete de las cortes, pero la peste de los corazones. CAPÍTULO XIX DE LA VERDADERA AMISTAD ¡ Oh, Filotea!, ama a todo el mundo con amor de caridad, pero no tengas amistad sino con aquellos que pueden comunicar contigo cosas virtuosas; y cuanto más exquisitas sean las virtudes, más perfecta será la amistad. Si la comunicación tiene por objeto las ciencias, tu amistad es, ciertamente, muy loable; y lo es todavía más, si la comunicación se refiere a las virtudes de la prudencia, discreción, fortaleza y justicia. Pero, si vuestra mutua y recíproca comunicación es acerca de la caridad, de la devoción, de la perfección cristiana, ¡oh Dios mío!, qué preciosa será esta amistad. Será excelente, porque vendrá de Dios; excelente, porque tenderá a Dios; excelente, porque durará eternamente en Dios. ¡Qué bueno es amar en la tierra como se ama en el cielo y aprender a amarse los unos a los otros, en este mundo, de la misma manera que nos amaremos eternamente en el otro! No hablo ahora del simple amor de caridad, porque esta virtud hemos de tenerla con respecto a todos los hombres; sino que hablo de la amistad espiritual, por la que dos, o tres o más almas se comunican su devoción, sus afectos espirituales, y forman como un solo espíritu. Con cuánta razón pueden cantar estas bienaventuradas almas: « i Oh, cuán bueno y agradable es el que los hermanos vivan unidos!» Sí, porque el bálsamo delicioso de la devoción destila de un corazón a otro por una continua participación, de suerte que se puede afirmar que Dios hace mover-sobre esta amistad su bendición y la vida por los siglos de los siglos. Me parece que todas las demás amistades no son sino sombras, en comparación de aquélla, y que sus lazos no son más que cadenas de vidrio, en comparación con este gran vínculo de la santa devoción, todo él de oro. No quieras trabar otra clase de amistades, se entiende de las amistades buscadas por ti; porque claro está que no se pueden dejar ni despreciar las amistades que la naturaleza y los deberes preexistentes nos obligan a cultivar: con los padres, los parientes, los bienhechores, los vecinos y otros; hablo de las que tú misma escoges. Quizás muchos te dirán que no hay que tener ninguna clase de particular afecto y amistad, porque esto ocupa el corazón, distrae el espíritu y engendra envidias; pero se equivocan en sus consejos. Por haber leído en los escritos de muchos santos y en devotos autores, que las amistades particulares y los afectos extraordinarios son infinitamente perjudiciales a los religiosos, creen que lo mismo se ha de entender con respecto a todo el mundo; pero, acerca de esto, hay mucho que decir. Porque, considerando que, en un monasterio bien ordenado, el fin común a todos es encaminarse a la verdadera devoción, será fácil de entender que no son necesarias estas particulares comunicaciones, por temor de que, al buscar en particular lo que es común, no se pase de las particularidades a las parcialidades; pero, en lo que atañe a los que viven entre los mundanos y abrazan la verdadera virtud, necesitan unirse unos con otros con una santa y sagrada amistad, ya que, merced a ésta, se alientan, ayudan y estimulan mutuamente a obrar bien. Y, así como los que andan por la llanura no necesitan darse la mano, pero los que andan por caminos escabrosos y resbaladizos se cogen los unos a los otros, para caminar con más seguridad; de la misma manera, los que viven en las comunidades religiosas no tienen necesidad de amistades particulares, pero los que están en el mundo necesitan de ellas para apoyarse y socorrerse los unos a los otros, en medio de los parajes difíciles que han de atravesar. En el mundo, no todos conspiran al mismo fin, ni todos tienen el mismo espíritu; se impone, pues, la separación y la amistad, según las aspiraciones de cada uno; y esta separación crea, ciertamente, una parcialidad, pero una parcialidad santa, que no produce otra división que la del bien y el mal, la de los corderos y los cabritos, la de las abejas y los moscardones, separaciones de todo punto necesarias., A la verdad, no me atrevería a negar que Nuestro Señor amó con más particular y más dulce amistad a San Juan, a Lázaro, a Marta y a Magdalena, pues la Escritura da testimonio de ello. Sabemos que San Pedro amó tiernamente a San Marcos y a Santa Petronila; como San Pablo, a Timoteo y a Santa Tecla. San Gregorio Nacianceno se gloria cien veces de la amistad incomparable que profesó al gran San Basilio, y la describe de esta manera: «Parecía que en nosotros no había más que una sola alma en dos cuerpos». Y, aunque no hemos de creer a los que afirman que todas las cosas están en todas las cosas, hemos de creer, empero, que nosotros éramos dos en cada uno de nosotros, el uno en el otro; los dos teníamos una sola aspiración: cultivar la virtud y ajustar los designios de nuestra vida a las esperanzas venideras, saliendo así de esta tierra mortal antes de morir en ella. San Agustín atestigua que San Ambrosio amaba a Santa Mónica únicamente por las virtudes que veía en ella, y que ella, recíprocamente, le amaba como a un ángel de Dios. Pero me equivoco al entretenerte en una cosa tan clara. San Jerónimo, San Agustín, San Gregorio, San Bernardo y todos los más grandes siervos de Dios, han tenido amistades muy particulares, sin menoscabo de su perfección. San Pablo, al censurar los vicios de los gentiles, les acusa de que son personas sin afecto; es decir, que no tienen ninguna amistad. Y Santo Tomás, como todos los buenos filósofos, afirma que la amistad es una virtud: y nótese que habla de la amistad particular, pues, como él mismo dice, la verdadera amistad no puede extenderse a muchas personas. Luego la perfección no consiste en no tener amistades, sino en tenerlas únicamente buenas, santas y sagradas. CAPÍTULO XX DE LA DIFERENCIA ENTRE LA AMISTAD VERDADERA Y LAS AMISTADES FALSAS He aquí, pues, la gran advertencia, Filotea. La miel de Heraelea, que es tan venenosa, es parecida a la otra ' que es tan saludable: es un gran peligro tomar la una por la otra, o tomarlas mezcladas, porque la bondad de la una no impide el daño de la otra. Es menester andar muy alerta para no ser engañado por estas amistades, tanto más cuando se entablan entre personas de diferente sexo, sea cual fuere el pretexto, pues Satanás engaña, con frecuencia, a los que aman. Se comienza por el amor virtuoso, pero, si no se es muy discreto, pronto se mezclará el amor frívolo, después el amor sensual, después el amor carnal. Si no se anda con mucho cuidado, también hay peligro en el amor espiritual, aunque en éste, es más difícil ser engañado, porque su pureza y blancura ponen más de manifiesto las fealdades que Satanás quiere mezclar; por esta causa, cuando lo intenta, lo hace con más disimulo, y procura introducir las impurezas casi insensiblemente. La amistad mundana se distingue de la santa y virtuosa, como la miel de Heraclea se distingue de la otra; la miel de Heraclea es más dulce al paladar que la miel ordinaria, a causa del acónito, que le da un exceso de dulzura, y la amistad mundana suele producir una serie de palabras almibaradas, una sarta de frases apasionadas y de alabanzas inspiradas en la belleza, en la gracia y en las dotes sensuales; en cambio, la amistad sagrada usa de un lenguaje sencillo y franco, sólo alaba la virtud y la gracia de Dios, único fundamento sobre el cual estriba. La miel de Heraclea, una vez engullida, produce vértigos, y la falsa amistad provoca trastornos en el espíritu, que hacen titubear a la persona en la castidad y devoción, induciéndola a miradas afectadas, halagadoras e inmoderadas, a caricias sensuales, a suspiros desordenados, a ligeras quejas de no sentirse amada, a suaves, pero rebuscadas y cautivadoras exterioridades, a la galantería, a los besos y a otras familiaridades e intimidades indecorosas, presagios ciertos e indudables de una próxima ruina de la honestidad; al contrario, la amistad santa tiene los ojos simples y castos, sus caricias son puras y francas, sólo suspira por el cielo, sus intimidades son para el espíritu, únicamente se queja cuando Dios no es amado, señales infalibles de la honestidad. La miel de Heraclea perturba la vista, y esta amistad mundana perturba el juicio hasta el extremo de que los que están tocados de ella creen que obran bien cuando obran mal, y tienen por razones sólidas sus excusas, sus pretextos y sus palabras; temen la luz y aman las tinieblas; pero la amistad santa tiene los ojos claros y no se esconde, sino que gusta de aparecer ante las personas de bien. Finalmente, la miel de Heraclea llena la boca de amargura; de la misma manera, las falsas amistades se convierten y acaban en palabras y en demandas carnales y malolientes, y, si no son aceptadas, en injurias, calumnias, imposturas, tristezas, confusiones y celos, que degeneran, muchas veces, en embrutecimiento y locura; pero la amistad casta siempre es honesta, cortés y amable por igual, y nunca se muda, si no es en una más perfecta y pura unión de espíritu, imagen de la amistad bienaventurada que se vive en los cielos. Dice San Gregorio Nacianceno que el pavo real, cuando chilla y abre la rueda con las plumas extendidas, excita mucho la lubricidad de las parejas que le oyen. Cuando un hombre comienza a pavonearse, a engalanarse, a halagar, a silbar y a murmurar a los oídos de una mujer, sin miras al santo matrimonio, ¡oh! indudablemente no pretende otra cosa más que provocarla a alguna acción impúdica; y la mujer, si es honrada, tapará sus orejas, para no oír el grito de este pavo real ni la voz del fascinador que quiere encantarla; porque, si le escucha, ¡oh Dios mío, qué mal augurio de la futura pérdida del corazón! El joven que hace ademanes, gestos y caricias, o bien dice palabras en las cuales no quisiera ser sorprendido por su padre, madre, esposa o confesor, da, con ello, pruebas de que se trata de otra cosa que del honor y de la conciencia. La Santísima Virgen se turbó al ver un ángel en forma humana, porque estaba sola y le tributaba muy grandes elogios, aunque celestiales. ¡Oh Salvador del mundo!, la pureza teme a un ángel en figura humana, y ¿por qué, pues, la impureza no temerá a un hombre, aunque sea en figura de ángel, cuando le dirige alabanzas sensuales y humanas? CAPÍTULO XXI ADVERTENCIA Y REMEDIOS CONTRA LAS MALAS AMISTADES Mas ¿qué remedios hay contra la peste y podredumbre de locos amores, necedades e impurezas? Enseguida que sientas sus primeros síntomas, vuélvete del otro lado, y, con una absoluta detestación de estas vanidades, corre a la cruz del Salvador y toma su corona de espinas, para cercar con ella tu corazón, a fin de que estas pequeñas zorras no se le acerquen. Guárdate bien de dar beligerancia a este enemigo; no digas: «le escucharé, pero nada haré de cuanto me diga; le escucharé, pero le negaré el corazón». ¡Ah Filotea!, por Dios, sé muy rigurosa en tales ocasiones; el corazón y el oído se complacen mutuamente, y, así como es imposible detener un torrente que ha empezado a precipitarse por la vertiente de una montaña, así también es difícil impedir que el amor que se ha deslizado por el oído, no penetre en el corazón. Según Alemeón, las cabras respiran por el oído; Aristóteles lo niega, y yo no sé lo que en ello hay de verdad; pero una cosa sé, y es que nuestro corazón alienta por los oídos, y que, así como aspira y exhala sus pensamientos por la lengua, así también respira por los oídos, por los cuales recibe los pensamientos de los demás. Guardemos, pues, con mucho cuidado, nuestros oídos del aire de las palabras necias; porque, de lo contrario, nuestro corazón quedará, con frecuencia, apestado. No escuches ninguna clase de proposiciones, sea cual sea el pretexto con que te sean hechas; solamente en este caso, no hay peligro de que seas descortés y huraña. Recuerda que has consagrado tu corazón a Dios, y que, habiéndole sacrificado tu amor, sería un sacrilegio robarle una sola brizna; al contrario, sacrifícaselo de nuevo, con mil resoluciones y protestas, y permaneciendo en medio de éstas como un ciervo en su refugio, acude a Dios; Él te socorrerá, y su amor tomará el tuyo bajo su protección, para que viva únicamente por Él. Pero, si ya has quedado cogida en las redes de estos locos amores, ¡Dios mío, que dificultad en desprenderte de ellas! Ponte delante de su divina Majestad; reconoce, en su presencia, la grandeza de tu miseria, tu flaqueza y tu vanidad; después, con el mayor esfuerzo de tu corazón que te sea posible, detesta estos amores comenzados; abjura la vana profesión que de ellos hubieres hecho; renuncia a todas las promesas recibidas, y, con una muy grande y decidida voluntad recoge tu corazón y resuelve nunca más expansionarte con estos juegos y entretenimientos de amor. Si puedes alejarte de la ocasión, te lo aprobaré infinito, porque así como los que han sido mordidos de la serpiente no pueden fácilmente curarse en presencia de los que, en otra ocasión, han sido picados por el mismo animal, así la persona que ha sido mordida por el amor, difícilmente curará de esta pasión, mientras esté cerca de la otra que haya recibido la misma mordedura. El cambio de lugar es el gran sedante para calmar los ardores y las inquietudes, así de] amor como del dolor. El jovencito del cual habla San Ambrosio, en el libro segundo de La Penitencia, después de haber hecho un largo viaje se sintió completamente libre de los locos amores que había tenido, y quedó tan trocado, que, al encontrarle su loca enamorada y al decirle: «¿No me conoces? Soy la misma», respondió él: «Sí, ciertamente, pero yo no soy el mismo»; la ausencia había producido, en él, esta mudanza. Y San Agustín afirma que, para calmar el dolor que sintió a la muerte de su amigo, salió de Tagaste, donde éste había muerto, y se fue a Cartago. Mas ¿qué ha de hacer el que no puede ausentarse? Es menester que rompa absolutamente con toda conversación particular, con todo trato secreto, con las miradas dulces, con las sonrisas y, en general, con toda clase de comunicación y cebo que puedan alimentar este fuego maloliente y humeante; o, en último extremo, si es imprescindible hablar con el cómplice, que sea para declarar, con una atrevida, breve y severa protesta, el eterno divorcio que se ha jurado. A todos los que han caído en estas redes les digo a veces: «Cortad, rasgad, romped»; no es caso de entretenerse en descoser estas locas amistades, es menester rasgarlas; no es caso de deshacer los nudos, es menester romperlos o cortarlos; por otra parte, se trata de unas cuerdas y ataduras que no tienen valor alguno. No se ha de remendar un amor que es tan contrario al amor de Dios. Pero, después que haya roto las cadenas de esta infamante esclavitud, ¿quedará todavía en mí algún resabio de ella? ¿ Las marcas y los trazos de los hierros dejarán también señales en mis pies, es decir, en mis afectos? De ninguna manera, Filotea, si concibes el aborrecimiento que tu mal merece; porque, supuesto que dejase rastro en ti, no serías agitada por ningún movimiento que no fuese el de un gran horror al amor infamante y a todo cuanto de él se deriva. y permanecerías libre de todo otro afecto hacia el objeto abandonado, que no fuese una purísima caridad para con Dios. Pero, si por la imperfección de tu arrepentimiento, quedan todavía en ti algunas malas inclinaciones, procura a tu alma una soledad mental, según lo que te he enseñado más arriba, y recógete en ella cuanto puedas, y, con mil reiterados impulsos de tu espíritu, renuncia a todas tus inclinaciones; abjúralas con todas tus fuerzas; lee, más de lo que sueles, libros santos; confiésate y comulga con más frecuencia que de ordinario; trata humilde e ingenuamente con tu director acerca de todas las sugestiones y tentaciones que te sobrevengan en ese punto, si te es posible, o, a lo menos, con alguna alma fiel y prudente, y no dudes de que Dios te librará de toda pasión, mientras perseveres fiel a estos ejercicios. «¡Ah! -me dirás- pero, ¿no será una ingratitud romper tan despiadadamente una amistad?» ¡Oh! ¡Dichosa ingratitud la que nos hace agradables a Dios! No, por Dios, Filotea, esto no será ingratitud, sino un gran beneficio que harás al amante, porque, al romper tus lazos, rompes los suyos, pues eran comunes a ambos, y, aunque, de momento, no se dé, cuenta del beneficio, no tardará en reconocerlo, y como tú cantará en acción de gracias: « ¡ Oh Señor!, has roto mis ataduras; yo te inmolaré la hostia de alabanza e invocaré tu santo Nombre». CAPÍTULO XXII ALGUNAS OTRAS ADVERTENCIAS SOBRE LAS AMISTADES La amistad requiere una gran comunicación entre los amigos; de lo contrario, no puede nacer ni subsistir. Por esta causa, ocurre que, con la comunicación propia de la amistad, se deslizan y pasan insensiblemente de corazón a corazón otras comunicaciones, por una mutua infusión y recíproco cambio de afectos, de tendencias e impresiones. Pero, de un modo particular, ocurre esto cuando tenemos en grande aprecio a aquel a quien amamos, porque, entonces, de tal manera abrimos el corazón a la amistad, que, con ella, fácilmente entran todas sus inclinaciones y afectos, tanto si son buenos como si son malos. Es cierto que las abejas que hacen la miel de Heraclea no buscan sino la miel, pero con la miel chupan insensiblemente las cualidades venenosas del acónito, entre el cual hacen su cosecha. Pues bien, Filotea, en este punto, es menester practicar las palabras que el Salvador de nuestras almas solía decir, como nos lo enseñan los antiguos: «Sed buenos cambistas y buenos negociantes de moneda», es decir, no aceptéis la moneda falsa junto a la buena, ni el oro de baja ley con el oro fino; separemos lo precioso de lo ruin, porque nadie hay que no tenga alguna imperfección. Y ¿qué razón hay para recibir mezcladas las taras y las imperfecciones del amigo, junto con su amistad? Ciertamente, es menester amarle, a pesar de su imperfección, pero sin amar ni recibir ésta, porque la amistad supone la comunicación del bien, mas no la del mal. Así como los que extraen las arenas del río, las dejan en la ribera después de haber separado el oro, para llevárselo, de la misma manera los que gozan de la comunicación de alguna buena amistad, han de separar de ella la arena de las imperfecciones, y no dejarla penetrar en el alma. Cuenta San Gregorio, que muchos amaban y admiraban tanto a San Basilio, que se dejaban llevar hasta el extremo de imitarle aun en sus imperfecciones exteriores «en su hablar lento, en su espíritu abstracto y pensativo, en la forma de su barba y en su porte». Y conocemos a maridos, esposas, hijas, amigos que, por tener en grande estima a sus amigos, a sus padres, a sus maridos, a sus esposas, adquieren, por condescendencia o por imitación, mil pequeños defectos, con el trato amistoso que sostienen. Ahora bien, esto en manera alguna se ha de hacer, pues cada uno harto y demasiado tiene con sus malas inclinaciones, sin necesidad de echar sobre sí las de los demás; y la amistad, no sólo no exige esto, sino que, al contrario, nos obliga a ayudarnos los unos a los otros, para librarnos mutuamente de toda clase de imperfecciones. Es indudable que se han de soportar pacientemente, en el amigo, sus imperfecciones, pero no nos hemos de inclinar a ellas ni mucho menos trasladarlas a nosotros. Y no hablo sino de las imperfecciones, porque, en cuanto a los pecados, ni los hemos de admitir, ni los hemos de soportar en el amigo. Es una amistad débil o mala, ver al amigo en peligro y no socorrerle, verle morir de una apostema y no atreverse a clavarle el bisturí de la corrección para salvarle. La verdadera y viva amistad, no puede conservarse entre los pecados. Se dice de la salamandra que apaga el fuego sobre el cual se acuesta, y el pecado destruye la amistad, porque no puede subsistir si no es sobre la verdadera virtud. j Cuánto menos, pues, hay que pecar por motivos de amistad! El amigo es enemigo, cuando quiere inducirnos al pecado, y merece perder la amistad, cuando pretende perder y condenar al amigo; y una de las señales más seguras de la falsa amistad es verla sostenida con una persona viciada por el pecado, sea cual sea éste. Si la persona a quien amamos es viciosa es sin duda nuestra amistad, porque, no pudiendo referirse a la virtud verdadera, forzosamente ha de tomar pie de alguna virtud frívola o de alguna cualidad sensual. La sociedad formada entre comerciantes con miras al provecho temporal, no tiene más que la apariencia de verdadera amistad, porque se inspira, no en el amor a las personas, sino en el amor al lucro. Finalmente, estas dos divinas afirmaciones son dos grandes columnas para asegurar bien la vida cristiana. Una es del Sabio: «El que teme a Dios siempre tendrá buena amistad»; la otra es de Santiago Apóstol: «La amistad de este mundo es enemiga de Dios». CAPÍTULO XXIII DE LOS EJERCICIOS DE LA MORTIFICACIÓN EXTERIOR Los que entienden en cosas rústicas y campestres aseguran que si se escribe una palabra sobre una almendra bien entera, y después se encierra ésta de nuevo en la cáscara, bien colocada y cerrada con todo cuidado, y se planta de esta manera, todo el fruto que el árbol producirá después, llevará igualmente escrito y grabado el mismo nombre, En cuanto a mí, Filotea, nunca he podido aprobar el método de aquellos que, para reformar al hombre, empiezan por el exterior, por el porte, por los vestidos, por los cabellos. Muy al contrario, me parece que es menester comenzar por el interior: «Convertios a Mí de todo corazón», nos dice Dios: «Hijo mío, dame tu corazón»; porque así, siendo el corazón la fuente de los actos, son éstos lo que aquél es. El divino Esposo, al convidar al alma, le dice: «Ponme un sello sobre tu corazón, como un sello como sobre tu brazo». Sí, ciertamente, pues cualquiera persona que tenga a Jesucristo en su corazón, lo tiene también en todas sus acciones exteriores. Por esto, amada Filotea, he querido, ante todo, grabar y escribir en tu corazón este santo y sagrado: VIVA JESÚS, bien convencido de que, después de esto, tu vida, que proviene de tu corazón, como el almendro de la almendra, producirá todos los actos, que son sus frutos, escritos y grabados con el mismo nombre de salvación, y que, tal como vivirá Jesús en tu corazón, vivirá también en todas tus exterioridades, y se manifestará en tus ojos, en tu boca, en tus manos y aun en tus cabellos, y podrás decir santamente, a imitación de San Pablo: «Vivo yo, mas no soy yo quien vivo, sino que Jesucristo vive en mí». En una palabra: el que ha ganado el corazón del hombre ha ganado a todo el hombre. Pero este mismo corazón, por el cual queremos comenzar, requiere que se le instruya acerca de cómo ha de regular su manera de conducirse y su porte exterior, a fin de que, no sólo se vea en él la santa devoción, sino también una gran prudencia y discreción. Con este fin, voy a hacerte algunas advertencias. Si puedes soportar el ayuno, harás bien en ayunar algunos días, además de los prescritos por la Iglesia; porque, aparte del efecto ordinario del ayuno, que es elevar el espíritu, refrenar la carne, practicar la virtud y alcanzar una mayor recompensa en el cielo, es un gran bien conservar el propio dominio sobre la glotonería, y tener el instinto sexual y el cuerpo sujetos a la ley del espíritu, y, aunque no sean muchos los ayunos, no obstante el enemigo nos teme más cuando conoce que sabemos ayunar. Los miércoles, viernes y sábados son los días en los cuales los antiguos cristianos más se ejercitaban en la abstinencia; escoge, pues, algunos de estos días para ayunar, según te lo aconsejen tu devoción y la discreción de tu director. De buen grado diré aquello que San Jerónimo decía a la buena dama Leta: «Mucho me desagradan los ayunos largos e inmoderados, sobre todo en aquellos que se hallan en edad todavía tierna. He aprendido, por experiencia, que el potro, cuando está cansado de andar, busca la manera de escabullirse»; es decir, el joven debilitado por el exceso en los ayunos, fácilmente degenera en la molicie. En dos ocasiones corren mal los ciervos: cuando están demasiado cargados de grasa y cuando están demasiado flacos. Nosotros estamos muy expuestos a las tentaciones, cuando nuestro cuerpo está demasiado nutrido y cuando está demasiado débil, porque lo primero lo vuelve insolente a causa de su vigor, y lo segundo lo vuelve desesperado a causa de su flaqueza; y, así como nosotros a duras penas podemos llevar el cuerpo cuando está demasiado grueso, tampoco él puede llevarnos a nosotros cuando está demasiado flaco. La falta de esta moderación en los ayunos, disciplinas, cilicios y austeridades inutiliza para el servicio de la caridad los mejores años de muchos, como sucedió al mismo San Bernardo, que, después, se arrepintió de haber sido demasiado austero; y, en el mismo grado en que han maltratado el cuerpo en los comienzos, se ven obligados a halagarlo después. ¿No sería mejor darle un trato justo y proporcionado a las cargas y trabajos a que esté obligado por su condición? El ayuno y el trabajo rinden y abaten la carne. Si el trabajo que haces te es muy necesario o es muy útil para la gloria de Dios, prefiero que sufras la penalidad del trabajo que la del ayuno; éste es el sentir de la Iglesia, la cual, por consideración a los trabajos útiles al servicio de Dios y del prójimo, exime a los que los hacen aun del ayuno de precepto. Uno se mortifica ayunando, otro sirviendo a los enfermos, visitando a los presos, confesando, predicando, asistiendo a los desolados, orando y con otros ejercicios semejantes; esta mortificación vale más que aquélla, porque, además de refrenar, como ella, produce frutos mucho más deseables. Por lo tanto, en general, es preferible guardar las fuerzas corporales más de lo necesario, que agotarlas más de lo que conviene, pues podemos abatirlas siempre que queremos, mas no repararlas siempre que es necesario. Me parece que hemos de sentir mucha reverencia por el aviso que nuestro Salvador y Redentor Jesús dio a sus discípulos: «Comed lo que os pongan delante». Creo que es mayor virtud comer, sin elegir lo que te presenten y por el mismo orden que te lo den, ya sea de tu agrado, ya no lo sea, que escoger siempre lo peor. Porque, aunque esta manera de vivir parece más austera, no obstante la otra exige más resignación, pues, por ella, no sólo se renuncia al propio gusto, sino también a escoger, y, ciertamente, no es pequeña austeridad doblegar siempre el propio gusto al gusto de los demás y tenerlo sujeto a las circunstancias, tanto más cuanto que esta clase de mortificación no es aparatosa, ni molesta para nadie, y muy apropiada a la vida social. Rechazar unos manjares para tomar otros, picar y gustarlo todo, no encontrar nunca cosa alguna bien hecha ni limpia, quejarse a cada momento.... todo esto delata un corazón goloso y demasiado atento a los platos y a los manjares. Más dice en favor de San Bernardo que bebiese, sin darse cuenta, aceite en lugar de agua o vino, que si, a sabiendas, hubiese bebido agua de ajenjos; porque era señal de que no pensaba en lo que bebía. Y, en este descuido de lo que se ha de comer o beber, consiste la práctica perfecta de esta sagrada advertencia: «Comed lo que os pongan delante>. No obstante, exceptúo los manjares que perjudican a la salud o que ponen enfermizo al espíritu, como son, para muchos, los manjares calientes o picantes, alcohólicos o flatulentos, y exceptúo también algunas ocasiones en las cuales la naturaleza necesita ser recreada o alentada, para poder soportar algún trabajo para la gloria de Dios. Una constante y moderada sobriedad vale más que las abstinencias violentas, hechas de tarde en tarde y con treguas de gran relajación. La disciplina posee una virtud maravillosa para despertar el deseo de la devoción, si se toma de una manera moderada. El cilicio refrena poderosamente el cuerpo, pero su uso no es indicado para los casados ni para las complexiones delicadas, ni para los que han de soportar grandes calamidades. Es verdad que, en los días más indicados para la penitencia, se puede hacer uso de él, pero siempre con el consejo de un confesor discreto. Es menester emplear la noche en dormir, tanto como sea necesario, para poder velar muy útilmente de día, cada uno según su complexión. Y, como quiera que la Sagrada Escritura, en muchos lugares, el ejemplo de los santos y la razón natural nos recomiendan, en gran manera, el madrugar, por ser este tiempo el mejor y el más fructuoso de nuestro día, y el mismo Nuestro Señor es llamado sol naciente, y la Santísima Virgen alba del día, creo que es una virtud acostarse temprano, por la noche, para poder despertarse y levantarse muy de mañana. Ciertamente, esta hora es la más agradable, la más dulce y la menos embarazosa; aun los pájaros, en ella, nos invitan a despertarnos y a alabar a Dios: así, pues, el madrugar es útil a la salud y a la santidad. Balaán iba, montado en su asna, al encuentro de Balac. Mas, como que no obraba con rectitud de intención, le esperó en el camino el ángel con una espada para matarle. La asna, que veía al ángel, se detuvo pertinazmente por tres veces; Balaán no cesaba de golpearla cruelmente a bastonazos, para obligarla a andar, hasta que, a la tercera vez, la asna, agachándose, con Balaán montado encima, le habló, por un milagro, y le dijo: «¿ Qué te he hecho yo? ¿Por qué me has golpeado ya tres veces?» Y enseguida se le abrieron a Balaán los ojos, y vio al ángel el cual le dijo: «¿Por qué has pegado a tu asna? Si ella no hubiese retrocedido delante de mí, yo te hubiera muerto y hubiera salvado a ella». Entonces dijo Balaán al ángel: «Señor, he pecado, porque no sabía que te hubieses puesto frente a mí, en el camino». ¿Lo ves Filotea? Balaán es la causa del mal, pega y da de bastonazos a la pobre asna, que no tiene ninguna culpa. Así ocurre, con frecuencia, en nuestras cosas: porque tal esposa ve a su marido o a su hijo enfermo, acude, al instante, al ayuno, al cilicio, a la disciplina, como lo hizo David en semejante ocasión. ¡Ah querida amiga! tú azotas a la pobre asna, castigas tu cuerpo, y él no es responsable de tu mal, ni de que Dios tenga la espada desenvainada contra ti; castiga tu corazón, que es idólatra de este esposo, y que tolera mil defectos en el hijo y le induce al orgullo, a la vanidad y a la ambición. Tal hombre ve que, con frecuencia, cae en la bajeza del pecado de lujuria: el remordimiento interior se pone delante de su conciencia, con la espada en la mano, para atravesarlo con un santo temor; y, al momento, reaccionando en su corazón, exclama: « ¡ Ah carne envilecida! ¡Ah cuerpo desleal! ¡ Cómo me habéis hecho traición! » y he aquí que, enseguida, comienza a mortificar a esta carne con ayunos inmoderados, con disciplinas excesivas, con cilicios insoportables. ¡Ah pobre alma! Si tu carne pudiese hablar, como la burra de Balaán, te diría: ¿ Por qué me pegas, miserable? Es sobre ti, alma mía, que Dios descarga su ira; eres tú la criminal. ¿Por qué me induces a malas conversaciones? ¿Por qué aplicas mis ojos, mis manos, mis labios a las deshonestidades? ¿Por qué me perturbas con imaginaciones perversas? Ten pensamientos buenos, y yo no tendré movimientos malos; trata con personas honestas, y yo no seré excitada por su concupiscencia. ¡Ah! eres tú la que me arrojas al fuego, y, después, quieres que no arda; tiras pavesas a los ojos, y no quieres que se inflamen». Y Dios te dice, indudablemente, en estas ocasiones: «Castiga, rompe, acuchilla, despoja principalmente tu corazón, ya que es contra él que se ha encendido mi enojo». Es cierto que para curar la comezón no es tan necesario lavarse y bañarse como purificar la sangre y refrescar el hígado; así también, para curar nuestros defectos, bueno es mortificar la carne, pero, ante todo, es necesario purificar nuestros afectos y refrescar nuestros corazones. Ahora bien, en todo y por todas partes, de ninguna manera se han de emprender austeridades corporales sin el consejo de nuestro guía. CAPÍTULO XXIV DE LAS CONVERSACIONES Y DE LA SOLEDAD En la devoción de los seglares, de la cual vamos tratando, el buscar las conversaciones y el huir de ellas son dos extremos censurables. El rehuirlas implica desdén y menosprecio del prójimo, y el buscarlas es cosa que se resiente de ociosidad e inutilidad. Hemos de amar al prójimo como a nosotros mismos: para demostrar que le amamos, es menester no huir de su compañía, y, para probar que nos amamos a nosotros mismos, hemos de permanecer con nosotros, cuando con nosotros nos encontremos. Ahora bien, estamos con nosotros, cuando estamos solos. «Piensa en ti, dice San Bernardo, y después en los demás». Y así, si nada te impele a hacer una visita o a recibirla en tu casa, quédate sola contigo misma y conversa con tu corazón; pero, si viene a ti alguna visita o algún motivo justificado te convida a hacerla, hazla en nombre de Dios, Filotea; trata con el prójimo de buen grado y ponle buena cara. Llamamos malas conversaciones a las que se tienen con mala intención, o bien, cuando los que toman parte en ellas son viciosos, indiscretos y disolutos; y de éstos hay que huir, como las abejas huyen de los enjambres de tábanos o abejorros. Porque, así como los que han sido mordidos por perros rabiosos, tienen el sudor, la saliva y el aliento peligrosos, sobre todo para los niños y para las personas de complexión débil, de la misma manera, nadie puede tratar con estos viciosos e incontinentes sin riesgo y peligro, sobre todo cuando se tiene una devoción todavía tierna y delicada. Hay conversaciones que sólo sirven para recreación, las cuales se tienen únicamente para distraerse de las ocupaciones serias; en cuanto a éstas, así como, por una parte, no es menester entregarse a ellas, así también, por otra, se les puede conceder el ocio destinado a la recreación. Otras conversaciones tienen por finalidad el buen trato; tales son las mutuas visitas y ciertas reuniones que se tienen para honrar al prójimo. En cuanto a éstas, así como no hay que ser demasiado meticuloso en practicarlas, tampoco hay que ser desatento, despreciándolas, sino que cada uno ha de cumplir en ello, con modestia, su deber, para evitar así la rusticidad como la frivolidad. Quedan ahora las conversaciones útiles, como las que se entablan entre las personas devotas y virtuosas. ¡Oh Filotea!, siempre te hará mucho bien tener con frecuencia estas conversaciones. La viña plantada entre olivos produce racimos oleosos, a los que se pega el gusto del olivo: el alma que, con frecuencia, se encuentra entre personas de virtud, forzosamente ha de participar de sus cualidades. Los abejorros solos no pueden hacer miel, pero con las abejas, se ayudan mutuamente a hacerla: el conversar con almas devotas es una gran ventaja para excitarnos mucho a la devoción. En toda conversación , la ingenuidad, la simplicidad, la dulzura y la modestia son siempre preferidas. Hay personas que no hacen un solo ademán ni un solo movimiento si no es con tanto artificio que se hacen enojosos a todo el mundo; y, así como aquel que no quisiera andar sino contando los pasos, ni hablar sino cantando, sería a todos antipático, así los que toman un aire fingido y todo lo hacen a compás, importunan en gran manera en la conversación, y, en esta clase de personas, siempre hay algún aspecto de presunción. Hemos de procurar habitualmente que, en nuestra conversación, predomine siempre una jovialidad moderada. San Romualdo y San Antonio son muy alabados, porque a pesar de sus austeridades tenían siempre el rostro y las palabras llenas de regocijo, de gracia y de cortesía. Procura estar siempre alegre con los que están alegres, y repito con el Apóstol: «Está siempre gozosa, pero en Nuestro Señor, y que todos los hombres vean tu modestia». Para alegrarte en Nuestro Señor, es menester que el objeto de tu gozo no sólo sea lícito, sino también honesto. Te lo digo, porque hay cosas que, no obstante ser lícitas, no son honestas; y, para que vean tu modestia, guárdate de las insolencias, que siempre son reprensibles: hacer caer a uno, ensuciar a otro, pellizcar a un tercero, hacer daño a un tonto, son bromas y goces necios e insolentes. Empero, además de la soledad mental, a la cual puedes retirarte siempre, en medio del bullicio de las conversaciones, como he dicho más arriba, has de amar la soledad local y real, no para irte al desierto como Santa- María Egipciaca, San Pablo, San Antonio, Arsenio y otros padres solitarios, sino para estar un poco en tu habitación, en tu jardín o en otro lugar, donde puedas, a tu sabor, recoger tu espíritu en tu corazón, y recrear tu alma con buenas reflexiones y santos pensamientos o con un rato de buena lectura, a ejemplo de aquel obispo Nacianceno, que, hablando de sí mismo, dice: «Paseaba conmigo mismo al atardecer, durante algún tiempo, por la orilla del mar, porque tenía la costumbre de tomar esta recreación, para distraerme y librarme un poco de los enojos de cada día», y enseguida discurre acerca del buen pensamiento que tuvo y que he referido en otro lugar,. Y toma también por modelo a San Ambrosio, hablando del cual, dice San Agustín que con frecuencia, cuando entraba en su habitación (pues tenía siempre la puerta abierta para todo el mundo), lo encontraba leyendo, y, después de haber esperado un rato se iba sin decirle nada para no estorbarle, y pensando que no había de robar aquel poco tiempo que quedaba a este gran pastor para robuster y recrear su espíritu, después del trasiego de tantas ocupaciones. También, un día, habiendo contado los Apóstoles a Nuestro Señor que habían predicado y trabajado mucho, les dijo: «Venid a la soledad y descansad un poco». CAPITULO XXV DE LA DECENCIA EN LOS VESTIDOS Quiere San Pablo que las mujeres devotas (lo mismo se diga de los hombres) vistan con decoro y se adornen con decencia y sobriedad. Ahora bien, la decencia en el vestir y en el ornato depende de la materia de la forma y de la limpieza. En cuanto a la limpieza, ha de ser siempre la misma en nuestros vestidos, en los cuales, en la medida de lo posible, no hemos de tolerar ninguna mancha ni dejadez. La limpieza exterior es, en alguna manera, el reflejo de la honestidad interior. El mismo Dios exige la decencia corporal en los que se acercan a los altares y en los que tienen principalmente a su cargo la devoción. En cuanto a la materia y a la forma de los vestidos, la decencia se ha de juzgar según las diversas circunstancias de tiempo, de edad, de condición, de compañías, de ocasiones. Ordinariamente, acostumbrados a vestir mejor los días festivos, según la importancia de la solemnidad que se celebra; en tiempo de penitencia, como en Cuaresma, se viste con más sencillez; en las bodas se llevan trajes nupciales, y en los actos fúnebres se emplean ropas de luto; delante de los príncipes es menester un mayor realce, el cual disminuye entre los propios familiares. La mujer casada puede y debe adornarse delante de su marido; si hace lo mismo cuando está lejos de él, entonces cabe preguntar a qué ojos quiere complacer con este cuidado singular. A las doncellas se les permite un mayor acicalamiento, porque pueden lícitamente pretender agradar a muchos, aunque no sea más que para conquistar uno solo, para el santo matrimonio. Tampoco es reprobable que las viudas que quieren casarse de nuevo se adornen discretamente, con tal que no se muestren frívolas, pues habiendo sido ya madres de familia y habiendo pasado por las tristezas de la viudez, se considera que su espíritu es más maduro y sensato. Mas, en cuanto a las verdaderas viudas que lo son no sólo de cuerpo sino también de corazón, ningún adorno es más adecuado que la humildad, la modestia y la devoción, pues, si quieren dar amor a los hombres, no son verdaderas viudas, y, si no se lo quieren dar, ¿a qué tantos atavíos? El que no desea huéspedes, ha de sacar el rótulo de su casa. Nos reímos siempre de los viejos cuando quieren presumir, y ¿por qué? Por que esto es una necedad, únicamente tolerable en la juventud. Seas correcta, Filotea; que no haya en ti dejadez ni desaliño: sería despreciar a aquellos con los cuales convives, presentarte delante de ellos con vestidos ofensivos; pero guárdate de la afectación, de las vanidades, curiosidades y frivolidades. En cuanto te sea posible, inclínate siempre del lado de la sencillez y de la modestia, que, sin duda, es el mejor adorno de la belleza y lo que mejor encubre la fealdad. San Pedro avisa, de un modo particular, a las doncellas que no lleven los cabellos encrespados, rizados y ondulados. Los hombres que son tan débiles de complacerse en estas frivolidades, son llamados, en todas partes, hermafroditas, y las mujeres que se envanecen por ello, son tenidas por ligeras en la castidad; si la guardan, a lo menos no se echa de ver, en medio de tantas trivialidades y bagatelas. Dicen que lo hacen sin pensar mal, mas yo digo que el demonio siempre piensa mal. Quisiera que mi devoto o mi devota anduviesen siempre mejor vestidos, pero que, a la vez, fuesen los menos pomposos y afectados, y como dice el proverbio, estuviesen adornados de gracia, de modestia y dignidad. Dice brevemente San Luis que cada uno ha de vestir según su estado, de manera que los discretos y buenos no puedan decir: «Es demasiado», ni los jóvenes: «Es demasiado poco». Y, si los jóvenes no quieren contentarse con la decencia, hay que inclinarse al parecer de los prudentes. CAPÍTULO XXVI DEL HABLAR, Y PRIMERAMENTE CÓMO HAY QUE HABLAR CON DIOS Los médicos conocen muy bien el estado de salud o de enfermedad de un hombre por el examen de la lengua; asimismo nuestras palabras son el mejor indicio de las cualidades de nuestras almas: «Por tus palabras -dice el Salvador-, serás justificado, y por tus palabras serás condenado». Ponemos instintivamente la mano sobre el dolor que sentimos, y la lengua sobre el amor que tenemos. Luego, si estás enamorada de Dios, Filotea, con frecuencia hablarás de Dios, en las conversaciones familiares con los de tu casa, con los amigos y con los vecinos, porque «la boca del justo meditará la sabiduría, y su lengua hablará juiciosamente». Y, así como las abejas, con su diminuta boca, no gustan otra cosa sino la miel, de la misma manera tu lengua siempre estará llena de la miel de su Dios, y no sentirá suavidad mayor que la de dejar escapar por los labios las alabanzas y las bendiciones de su santo Nombre, como se cuenta de San Francisco, el cual, cuando pronunciaba el santo Nombre del Señor, se chupaba y lamía los labios, como para saborear la mayor dulzura del mundo. Pero habla siempre de Dios como de Dios, es decir, con reverencia y devoción, sin querer sentar plaza de sabia ni de predicadora, sino con espíritu de dulzura, de caridad y de humildad, destilando como sepas (tal como se dice de la Esposa del Cantar de los Cantares) la deliciosa miel de la devoción, gota a gota, ora en el oído de uno, ora en el oído de otro, rogando a Dios, en el retiro de tu alma, que se digne hacer caer este santo rocío hasta el fondo del corazón de aquellos que te escuchan. Sobre todo, este oficio angélico se ha de desempeñar con dulzura, no a guisa de corrección, sino en forma de inspiración, porque es una maravilla ver cuán poderoso cebo es, para ganar los corazones, la suavidad y la amable proposición de alguna cosa buena. Nunca, pues, hables de Dios ni de la devoción como por compromiso y pasatiempo, sino siempre con atención y devoción; y te digo esto para librarte de una notoria vanidad que se echa de ver en muchos que profesan la devoción, los cuales, en toda ocasión, dicen palabras santas y fervorosas, como por rutina y sin pensar en ello, y, después de haberlas dicho, creen que son lo que las palabras dan a entender, lo cual no es verdad. CAPÍTULO XXVII DE LA HONESTIDAD EN LAS PALABRAS Y DEL RESPETO DEBIDO A LAS PERSONAS |
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