¡Dios te salve María!
 

abandonarnos a la pura merced de la  especial providencia de Dios, a fin de que se sirva de  nosotros, según le plazca, en medio de estas espinas  y de estos desiertos. En tal estado, pues, digamos a Dios:  « ¡Oh Padre!, si es posible, que pase de mí  este cáliz»; pero añadamos con valor:  «mas no se haga mi voluntad sino la tuya»; y  detengámonos en esto con toda la calma que nos sea  posible, ya que Dios, al vernos en esta santa indiferencia,  nos consolará con gracias y favores, así como  al ver a Abrahán resuelto a privarse de su hijo  Isaac, se contentó con verle indiferente y con  aquella pura resignación, y le consoló con una  visión muy agradable y con dulcísimas  bendiciones. Luego, en toda clase de aflicciones, así  corporales como espirituales, y en las distracciones y  privaciones de la devoción sensible, hemos de decir, con todo nuestro corazón y con una profunda  sumisión: «El Señor me ha dado los  consuelos, el Señor me los ha quitado; sea bendito su  santo Nombre», pues, perseverando en esta humildad, nos  devolverá sus deliciosos favores, como hizo con Job,  el cual se sirvió constantemente de parecidas  palabras en todas sus desolaciones.

 

 5.  Por último, Filotea, en medio de todas nuestras  inquietudes y esterilidades, no perdamos el ánimo,  sino que, esperando pacientemente la vuelta de los  consuelos, sigamos siempre nuestro camino; no dejemos, por  ello, ninguno de los ejercicios de devoción, antes  bien, si es posible multipliquemos nuestras buenas obras, y,  si no podemos presentar a nuestro amado Esposo confituras  tiernas, ofrezcámoselas secas, pues le da lo mismo,  con tal que el corazón que se las presente  esté absolutamente resuelto a quererle amar. Cuando  la primavera es buena, las abejas fabrican más miel y  producen menos abejorros, porque, siendo favorable el buen  tiempo, se esmeran en hacer tanta cosecha entre las flores, que olvidan la cría de sus ninfas; pero, cuando la  primavera es desapacible y nublada, producen más  ninfas y no tanta miel, porque, no pudiendo salir para la  cosecha, se ocupan en poblarse y en multiplicar la raza.  Filotea, ocurre algunas veces que el alma, al verse en la  hermosa primavera de las consolaciones espirituales, se  entretiene tanto en amontonarlas y en chupar de ellas, que,  en medio de la abundancia de tan suaves delicias, hace  muchas menos buenas obras, y, al contrario, en medio de las  asperezas y esterilidades espirituales, según se ve  privada de los agradables sentimientos de la  devoción, multiplica mucho más las obras  sólidas y abunda en la producción interior de  las verdaderas virtudes de la paciencia, humildad, propia  abyección, resignación y abnegación de  su amor propio.

 

 Es,  pues, un gran abuso en muchos, particularmente en las  mujeres, creer que el servicio que hacemos a Dios sin gusto,  sin ternura de corazón y sin sentimiento, es menos  agradable a la divina Majestad; al contrario, nuestros actos  son como las rosas, las cuales cuando están frescas son más bellas, pero, en cambio, cuando están  secas despiden más olor y es mayor su fortaleza. Lo  mismo ocurre en nuestro caso: aunque nuestras buenas obras,  hechas con ternura de corazón, sean más  agradables a nosotros, porque no miramos más que  nuestro propio deleite, hechas con sequedad y esterilidad  son más olorosas, y tienen más valor delante  de Dios. Sí, amada Filotea, en tiempo de sequedad,  nuestra voluntad nos lleva al servicio de Dios como por la  fuerza, por lo que entonces es menester que esta voluntad  sea más vigorosa y constante que en tiempo de  ternura. No es gran cosa servir a un príncipe en  medio de las delicias de la corte; servirle, empero, en la  dureza de la guerra, en medio de la incertidumbre y de las  persecuciones, es una verdadera señal de constancia y  de fidelidad. La bienaventurada Angela de Foliño dice  que la oración más grata a Dios es la que se  hace por fuerza y con tedio, es decir, aquella a la cual  somos llevados, no por el gusto que en ella sentimos, ni por  la propia inclinación, sino únicamente por el  deseo de agradar a Dios, de manera que nuestra voluntad vaya  a regañadientes, forzando y violentando las  sequedades que a ello se oponen. Lo mismo digo de toda clase  de buenas obras, pues cuantas más contradicciones, ya  exteriores ya interiores, nos salen al paso al hacerlas,  más apreciadas y más agradables son delante de  Dios. Cuanto menos hay de nuestro interés particular  en la práctica de las virtudes, tanto más  resplandece en ellas la pureza del amor: el niño besa  de buen grado a su madre cuando le da azúcar, pero si  la besa después de haberle dado ajenjo o  acíbar, señal es de que la ama en gran manera.

 

  

CAPÍTULO  XV

 

CONFIRMACIÓN  Y ACLARACIÓN DE LO QUE HEMOS DICHO, CON UN EJEMPLO  NOTABLE

 

Mas,  para hacer más evidente esta instrucción,  quiero poner aquí un caso de la historia de San  Bernardo, tal como lo he encontrado en un docto y prudente  escritor. Dice así:

 

 A  casi todos los que comienzan a servir a Dios y no son  todavía experimentados en las privaciones de la  gracia ni en las vicisitudes de la vida espiritual, les  ocurre que, al faltarles el gusto de la devoción  sensible y la agradable luz que les invita a correr por el  camino de Dios, pierden enseguida el aliento y caen en la  pusilanimidad y tristeza de corazón. Los doctos dan  esta razón, a saber, que la naturaleza racional no  puede estar mucho tiempo hambrienta y sin ningún  deleite celestial o terreno. Ahora bien, así como las  almas elevadas sobre sí mismas por el gusto de los  placeres superiores, fácilmente renuncian a las cosas  visibles, así también, cuando por  disposición divina se ven privadas del goce espiritual, al verse también faltas de los consuelos  materiales y no estando todavía acostumbradas a  esperar el retorno del verdadero Sol, les parece que no  están ni en el cielo ni en la tierra, y que  vivirán sumidas en una noche perpetua; así  como los niños pequeños cuando les destetan echan de menos la leche materna, de la misma manera estas  almas languidecen y gimen y se vuelven displicentes e  impertinentes, principalmente consigo mismas.

 

 Esto,  pues, aconteció, en el viaje de que tratamos, a uno  de la comunidad, llamado Godofredo de Perona, consagrado,  hacía poco, al servicio de Dios. Invadido  súbitamente por la sequedad, privado de consuelo y  lleno de tinieblas interiores, comenzó por acordarse  de sus amigos del mundo, de sus parientes, de las riquezas  que acababa de dejar, y fue acometido por una fuerte  tentación, de la cual, por no haberla podido ocultar  en su interior, se dio cuenta uno de sus amigos  íntimos, quien, después de habérselo  ganado con dulces palabras, le dijo confidencialmente:  «¿Qué te ocurre? ¿Qué pasa,  que, contra tu carácter, te vuelves pensativo y  triste?» Entonces, Godofredo, suspirando profundamente,  respondió: « ¡Ay, hermano! jamás en  toda mi vida, estaré alegre». El  compañero, movido a compasión por estas  palabras, corrió, con celo fraternal, a contarlo al  padre común, San Bernardo, el cual, al ver el  peligro, entró en una iglesia cercana, para rogar a  Dios por él. Godofredo, entretanto, agotado por la  tristeza, puso la cabeza sobre una piedra y se  durmió. Al poco rato, ambos se levantaron: el uno de  la oración con la gracia alcanzada, y el otro del  sueño, con el rostro tan sonriente y sereno, que su  querido amigo, maravillado de un cambio tan grande y tan  repentino, no pudo contenerse de recordarle amigablemente lo  que antes le había respondido; entonces Godofredo le  replicó: «Sí antes te dije que nunca  estaría alegre, ahora te aseguro que jamás  estaré triste».

 

 Así  terminó la tentación de aquel devoto  personaje. Pero en esta historia, repara, amada Filotea: 1.  Que Dios, ordinariamente, da a gustar algún anticipo  de las delicias celestiales a los que comienzan a servirle,  para apartarlos de los placeres terrenos y alentarles en la  prosecución del divino amor, como la madre que, para  atraer a su seno a su hijo, se pone miel en los pechos. 2.  Que, no obstante, es este mismo Dios bueno, quien, a veces,  según sus sapientísimos consejos, nos quita la  leche y la miel de los con suelos, para que destetados de  esta manera, aprendamos a comer el pan seco y más  sólido de una devoción vigorosa, purificada  con la prueba de la aridez y de las tentaciones. 3. Que, a veces, en medio de las arideces y de las sequedades,  estallan grandes tormentas, y, entonces, es menester  combatir con constancia las tentaciones, porque no vienen de  Dios; es, empero, necesario sufrir con paciencia las  sequedades, pues Dios las ha ordenado para nuestro ejercicio.4. Que nunca hemos de perder el ánimo en  medio de los enojos interiores, ni decir como el buen  Godofredo: «Jamás estaré alegre», pues en medio de la noche hemos de esperar la luz; y,  recíprocamente, durante la mayor bonanza espiritual  de que podamos gozar, nunca hemos de decir:  «Jamás estaré triste»; no, porque,  como dice el Sabio, «en los días de la  prosperidad nos hemos de acordar de la adversidad».  Hemos de esperar en medio de las penas, y hemos de temer en  medio de las prosperidades, y, en ambos casos, siempre nos  hemos de humillar. 5. Que es un excelente remedio el  descubrir nuestro mal a algún amigo espiritual que  pueda consolarnos.

 

 Finalmente,  para poner fin a esta advertencia, que es tan necesaria,  hago notar que, como en todas las cosas, también en  éstas, nuestro buen Dios y nuestro enemigo, tienen  designios opuestos, ya que, por estas tribulaciones, quiere  Dios conducirnos a una gran pureza de corazón, a una  completa renuncia de nuestro propio interés en las  cosas que son de su servicio, y a un perfecto desasimiento  de nosotros mismos; y el maligno al contrario, procura,  echar mano de estas penas para desalentarnos, para hacer que  nos inclinemos de nuevo del lado de los placeres sensuales,  y, finalmente, para lograr que nos hagamos enojosos a  nosotros mismos y a los demás, para desacreditar y  difamar la devoción. Pero, si observas las  enseñanzas que te he dado, harás grandes  progresos en la perfección, merced al ejercicio que  harás en medio de estas aflicciones interiores,  acerca de las cuales no quiero acabar de hablar sin decirte  todavía una palabra.

 

 A  veces la apatía, las arideces y las sequedades  provienen de la mala disposición del cuerpo, como  acaece cuando por el exceso de vigilias, de trabajo, de  ayunos, se siente agobiado de cansancio, de modorra, de  pesadez y de otras parecidas debilidades, las cuales aunque  sólo afectan a él, no dejan, empero, de  incomodar al espíritu, por la estrecha  relación que, entre ambos, existe. Por lo mismo, en  tales ocasiones, es menester acordarse siempre de hacer  muchos actos de virtud con la punta de nuestro  espíritu y voluntad superior, porque, si bien parece  que nuestra alma duerme y está invadida de sopor y  dejadez, con todo, los actos de nuestro espíritu no  dejan de ser muy agradables a Dios, y, en este estado,  podemos muy bien decir con la sagrada Esposa: «Yo  duermo, pero mi corazón está en vela»; y,  como he dicho más arriba, si sentimos menos gusto en  trabajar de esta manera, hay, empero, más  mérito y virtud. Pero, en este caso, el remedio  está en vigorizar el cuerpo con algún  legítimo alivio y recreación. Así San  Francisco mandaba a sus religiosos que fuesen tan moderados  en sus trabajos, que no quedase ahogado el fervor del  espíritu.

 

 Y, a  propósito de este glorioso Padre, una vez fue  combatido y dominado por una tan profunda melancolía  de espíritu, que no podía disimularla en su  semblante. Si quería estar con sus religiosos, no  podía; si se separaba de ellos, era peor; la  abstinencia y la maceración de la carne le agotaban,  y la oración no le producía ningún  alivio. Dos años estuvo así, de tal manera,  que parecía completamente abandonado de Dios; pero, al fin, después de haber sufrido humildemente fuerte  tempestad, el Salvador, en un momento, le devolvió la  bienaventurada paz. Esto quiere decir que los más  grandes siervos de Dios están sujetos a estas  sacudidas, por lo que los más pequeños no han  de maravillarse si les alcanza alguna de ellas.

 


 

(Quinta  parte)

 

CAPÍTULO  I

 

QUE CADA  AÑO CONVIENE RENOVAR LOS BUENOS PROPÓSITOS CON  LOS EJERCICIOS SIGUIENTES

 

El  punto capital de estos ejercicios consiste en reconocer de  verdad su importancia. Nuestra humana naturaleza decae fácilmente de sus buenos afectos, a causa de la  fragilidad y de la mala inclinación de nuestra carne,  que gravita sobre nuestra alma y siempre la arrastra hacia  abajo, si ella no se eleva con frecuencia, a fuerza de  resolución; de la misma manera que las aves caen  continuamente, si no multiplican el ímpetu y el  aleteo para mantenerse en el aire. Por esta causa, amada Filotea, tienes necesidad de renovar y repetir con mucha  frecuencia los buenos propósitos que has hecho de  servir a Dios, pues, de no hacerlo, corres el peligro de  caer en el primitivo estado o en otro peor; porque las  caídas espirituales son de tal naturaleza, que  siempre nos precipitan más abajo del estado desde el  cual nos habíamos elevado hacia la devoción.

 

 No  hay reloj, por bueno que sea, al que no tengamos que dar  cuerda dos veces al día, por la mañana y por  la noche; además, es menester, a lo menos una vez al  año, desmontar todas sus piezas, para sacar el  orín que en ellas se haya formado, enderezar las  torcidas y reparar las ya gastadas. Así, el que tiene  verdadero cuidado de su corazón, ha de elevarlo hacia  Dios, por la mañana y por la noche, con los  ejercicios más arriba indicados, y, aparte de esto,  ha de considerar muchas veces su estado, enderezarlo y  arreglarlo; finalmente, a lo menos una vez al año, ha  de desmontar y examinar, una por una, todas las piezas, es decir, todos sus afectos y pasiones, para reparar todas las  faltas que en ellos pudiera haber. Y, así como el  relojero unta con algún aceite refinado las ruedas y  los resortes de su reloj, para que los movimientos se  produzcan con más suavidad y la máquina  esté menos expuesta al orín, así la  persona devota, después de la práctica de este  examen de su corazón, debe untarlo, para renovarlo  cual conviene, con los sacramentos de la confesión y  de la eucaristía. Este ejercicio reparará tus fuerzas abatidas por el tiempo, enfervorizará tu  corazón, hará que reverdezcan los buenos  propósitos y que florezcan de nuevo las virtudes de  tu espíritu.

 

 Los  antiguos cristianos así lo practicaban con toda  diligencia, el día del aniversario del bautismo de  Nuestro Señor> en el cual, como dice San Gregorio,  obispo de Nacianzog renovaban la profesión y las  protestas que se hacen al recibir este sacramento.  Hagámoslo también, amada Filotea,  preparándonos muy de buen grado y aplicándonos  a ello con toda seriedad.

 

 Habiendo,  pues, escogido el tiempo oportuno, según el consejo  de tu padre espiritual, y habiéndose retirado un poco  a la soledad, así espiritual como real, y más  que de ordinario, harás una, dos o tres meditaciones  sobre los puntos siguientes, según el método  trazado en la segunda parte.

 

  

CAPÍTULO  II

 

CONSIDERACIÓN  SOBRE EL INMENSO BENEFICIO QUE DIOS NOS HACE AL LLAMARNOS A  SU SERVICIO, SEGÚN LA PROMESA YA  CITADA

 

1.  Considera, los puntos de tu promesa. El primero es haber  dejado, rehusado, detestado, renunciado, para siempre, todo pecado mortal; el segundo es haber dedicado y consagrado tu  alma, tu corazón, tu cuerpo, con todo lo que de  él depende, al amor y al servicio de Dios; el tercero  es que, si llegases a caer en alguna mala acción, te  levantarías enseguida, mediante la gracia de Dios.  ¡Qué resoluciones tan bellas, justas, dignas y  generosas! Reflexiona bien en tu interior cuán santa,  razonable y deseable es esta promesa.

 

 2.  Considera a quien has hecho esta promesa: la has hecho a  Dios. Si la palabra razonable dada a los hombres nos obliga estrechamente, cuánto más la palabra dada a  Dios. « ¡Ah, Señor! -decía David-,  es a Ti, a quien mi corazón ha hablado; mi corazón ha dicho una buena palabra; jamás la  olvidaré».

 

 3.  Considera en presencia de quien, pues ha sido delante de  toda la corte celestial. ¡Ah! la Santísima  Virgen, San José, tu Ángel bueno, San Luis,  toda esta bendita compañía te miraba y, al  oír tus palabras, exhalaba suspiros de gozo y  aprobación, y, con una mirada de amor inefable,  veía tu corazón, que, postrado a los pies del  Salvador, se consagraba a su servicio. En la Jerusalén celestial hubo un gozo muy particular, y  ahora se celebrará allí la  conmemoración, si de corazón renuevas tus propósitos.

 

 4.  Considera por qué procedimiento hiciste las promesas.  ¡Ah! ¡Qué dulce y generoso fue Dios para  contigo en aquel tiempo! Mas díme ¿no fuiste  invitada por los suaves atractivos del Espíritu  Santo? Las cuerdas, con las cuales arrastró Dios tu barquichuela hacia este puerto de salvación, ¿no  fueron el amor y la caridad? ¿No te atrajo  después con su azúcar divino, con los  sacramentos, la lectura y la oración? ¡Ah, amada  Filotea!, tú dormías y Dios velaba por ti, y  pensaba pensamientos de paz sobre tu corazón, y  meditaba para ti. meditaciones de amor.

 

 5.  Considera en qué tiempo te inspiró Dios estas  grandes resoluciones; fue en la flor de tu edad. ¡Ah!  ¡Qué gozo conocer tan pronto lo que sólo  podemos saber demasiado tarde! San Agustín, ganado  para Dios a la edad de treinta años, exclamaba:  « ¡Belleza antigua! ¿Cómo te he  conocido tan tarde? ¡Ah, te veía y no  hacía caso de ti ! » Y tú podrías  muy bien decir: « ¡Oh Dulzura antigua! ¿ Por  qué no te he saboreado antes?» Y sin embargo,  todavía no lo merecías, por lo tanto,  reconociendo la gracia que te ha hecho Dios, de atraerte en  tu juventud, dile con David: « ¡ Oh Dios  mío, Tú me has iluminado y tocado desde mi  juventud, y yo proclamaré siempre tu  misericordia». Y si esto no ha ocurrido hasta tu vejez,  ¡qué gracia, Filotea, que, después de los  abusos de los años precedentes, Dios te haya llamado  antes de la muerte, y haya detenido el curso de tu miseria  en un tiempo en el cual, si esto hubiese continuado,  hubieras sido eternamente desdichada!

 

 Considera  los efectos de esta vocación: según me parece,  encontrarás en ti muy buenos cambios, si comparas lo  que eres con lo que fuiste. ¿ No sientes gozo en saber  hablar de Dios por la oración, en sentirte inclinada  a quererle amar, en haber sosegado y pacificado muchas  pasiones que te inquietaban, en haber evitado muchos pecados  y tropiezos de conciencia y, finalmente, en haber comulgado  con mucha más frecuencia que no lo hubieras hecho,  uniéndote con esta soberana fuente de gracias  eternas? ¡Ah! ¡Qué grandes son estas  gracias! Es menester pesarlas con el peso del santuario. Es  la diestra de Dios la que ha hecho todo esto. «La  bondadosa mano de Dios, exclama David, ha hecho la virtud;  su diestra me ha levantado. ¡Ah! no moriré, sino  que viviré y proclamaré con el corazón,  con la boca y con mis obras las maravillas de su  bondad».

 

 Después  de todas estas consideraciones, las cuales, como ves,  inspiran gran abundancia de buenos afectos, es menester acabar sencillamente con una acción de gracias y con  una plegaria, anhelando sacar mucho provecho de ellas,  retirándote con humildad y confianza en Dios;  reservando el esfuerzo que exigen las resoluciones para  después del segundo punto de este ejercicio.

 

  

CAPÍTULO  III

 

DEL EXAMEN  DE NUESTRA ALMA SOBRE EL AVANCE EN LA VIDA  DEVOTA

 

Este  segundo punto del ejercicio es un poco largo, y es mi  parecer que, para practicarlo, no se requiere hacerlo todo  de una vez, sino por partes, por ejemplo, examinando ora el  propio comportamiento con Dios, ora lo une hace referencia a  ti mismo, ora lo que atañe a tus relaciones con el  prójimo, ora considerando tus pasiones. No es  necesario ni conveniente que lo hagas de rodillas,  excepción hecha del comienzo y del fin, cuando se  producen los afectos. Los otros puntos del examen puedes hacerlos, con provecho, paseando, y aun más  útilmente en la cama, si puedes estar en ella sin  adormecerte y bien desvelada; mas, para hacer eso, es  menester haberlos leído antes. Es, no obstante,  necesario hacer todo este segundo punto en tres días y dos noches, tomando de cada día y de cada noche  alguna hora, es decir, algún tiempo, según te  sea posible; porque, si este ejercicio se hiciese a  intervalos muy distantes, perdería su eficacia e  impresionaría muy débilmente. Después  de cada punto del examen, verás si has faltado y en  qué faltas has incurrido, y cuáles son los  movimientos más notables que has sentido, al objeto  de manifestarlo, para tomar consejo, resolución y  ánimo. Aunque no es necesario que los días en  los cuales hagas éste y los demás ejercicios  te apartes del trato de la gente, conviene, empero,  procurarlo algún tanto, sobre todo, hacia el atardecer, para que puedas acostarte más temprano y  tener el reposo de cuerpo y de espíritu que se  requiere para la consideración. También  conviene dirigir, durante el día, frecuentes  aspiraciones a Dios, a la Santísima Virgen, a los  ángeles y a toda la corte celestial; importa  también mucho hacerlo todo con un corazón  enamorado de Dios y de la perfección de tu alma.

 

 Así,  pues, para comenzar bien este examen: 1. Ponte en la  presencia de Dios. 2. Invoca el Espíritu Santo,  pidiéndole luz y claridad, para que puedas conocerle  bien, como San Agustín, que exclama delante de Dios:  « ¡Oh Señor, conózcame a mí, conózcate a Ti!»; y San Francisco, que  preguntaba a Dios, diciendo: «¿Quién eres  Tú y quién soy yo?» Declara que no  quieres conocer tus progresos sino para alegrarte en Dios;  no para glorificarte, sino para glorificar a Dios y darle  las gracias. 3. Asegura que, si, como crees, descubres que  has aprovechado poco, o bien que has retrocedido, de ninguna  manera querrás abatirte por ello ni enfriarte por  ninguna clase de desaliento o relajación de  ánimo, sino que, al contrario, querrás  alentarte y animarte más, humillarte y poner remedio  a tus defectos, con el auxilio de la gracia de Dios.

 

 Hecho  esto, considerarás despacio y tranquilamente  cómo, hasta la hora presente, te has portado con  Dios, con el prójimo y contigo misma.

 

  

CAPÍTULO  IV

 

EXAMEN DEL  ESTADO DE NUESTRA ALMA CON RELACION A  DIOS

 

1.  ¿Cómo está tu corazón con respecto  al pecado mortal? ¿ Has hecho una resolución  firme de no cometerlo jamás, por cualquier cosa que  te pueda ocurrir? ¿Has mantenido esta resolución  desde que la hiciste hasta ahora? En esta resolución consiste el fundamento de la vida espiritual.

 

 2.  ¿Cómo está tu corazón con respecto  a los mandamientos de la Ley de Dios? ¿Te parecen  buenos, dulces y agradables? ¡Ah, hija mía! el  que tiene el gusto en buen estado y sano el estómago,  quiere los buenos manjares y rechaza los malos.

 

 3.  ¿Cómo está tu corazón en lo que  atañe a los pecados veniales? Es imposible vivir sin  cometer alguno, en una u otra ocasión; mas,  ¿tienes inclinación a alguno en particular? Y,  lo que todavía sería peor: ¿hay alguno al  cual tengas afecto y amor?

 

 4.  ¿Cómo está tu corazón si  consideramos los ejercicios piadosos? ¿Los tienes en la  debida estima? ¿Los aprecias? ¿Te causan fastidio?  ¿Encuentras gusto en ellos? ¿Hacia cuáles  te sientes más o menos inclinada? Escuchar la palabra  de Dios, leerla, hablar de ella, meditar, aspirar a Dios,  confesarte, recibir consejos espirituales, prepararte para  la comunión, comunicarte, reducir los afectos:  ¿qué hay en todo esto que repugne a tu  corazón? Y, si descubres en ti alguna cosa a la cual  tu corazón esté menos inclinado, examina de  dónde procede esta apatía, y cuál es la  causa de la misma.

 

 5.  ¿Cómo está tu corazón para con el  mismo Dios? ¿Se complace tu corazón en acordarse  de Dios? ¿No siente una suavidad agradable?  «¡Ah! -dice David-, me he acordado de Dios y me he  deleitado». ¿Sientes en tu corazón cierta  facilidad en amarle y un gusto especial en saborear este  amor? ¿Goza tu corazón al pensar en la  inmensidad de Dios, en su bondad, en su suavidad? S i el  recuerdo de Dios viene a tu mente en medio de las  ocupaciones del mundo y de las vanidades, ¿te detienes  en él y te conmueve? ¿Te parece que tu  corazón se inclina hacia él y, en cierta  manera, se adelanta? Ciertamente, hay almas que son  así. Si el marido de una mujer vuelve de lejanas  tierras, enseguida que la esposa se da cuenta de su regreso  y oye su voz, aunque esté muy atareada y dominada por  alguna violenta consideración en medio de sus  ocupaciones, su corazón, empero, no queda sujeto,  sino que deja los demás pensamientos para pensar en  su recién llegado esposo. Lo mismo les ocurre a las  almas que aman a Dios; aunque anden muy atareadas, cuando  les asalta el recuerdo de Dios, casi apartan la  atención de todo lo restante, a causa del gozo que  sienten de que vuelva este amable recuerdo, lo cual es muy  buena señal.

 

 6.  ¿Cómo está tu corazón con respecto  a Jesucristo, Dios y Hombre? ¿Estás contenta  cerca de Él? Las abejas se complacen alrededor de la  miel, y las avispas en la podredumbre; de la misma manera  las almas buenas se gozan en Jesucristo y sienten por  Él una gran ternura de corazón; pero las malas  se gozan en las vanidades. 7. ¿ Cómo está  tu corazón con respecto a la Santísima Virgen,  los santos y el ángel de tu guarda? ¿Tienes una  especial confianza en su protección? ¿Te gustan  sus imágenes, su vidas, sus alabanzas?

 

 8.  En cuanto a tu lengua, ¿cómo hablas de Dios?  ¿Te gusta hablar de Él según tu  condición y conocimientos? ¿Te gusta cantar los  salmos?

 

 9.  En cuanto a las obras examina si tienes interés por  la gloria externa de Dios y por hacer alguna cosa en honor  suyo; porque los que aman a Dios, aman, con Él, el  esplendor de su casa. ¿Tienes conciencia de haber  arrancado algún afecto y renunciado a alguna cosa por  Dios? Ten en cuenta que es muy buena señal de amar,  privarse de algo en obsequio de la persona amada. ¿Qué has dejado hasta ahora por amor de Dios?

 

  

CAPÍTULO  V

 

EXAMEN DE  NUESTRO ESTADO CON RELACIÓN A NOSOTROS  MISMOS

 

1.  ¿Cómo te amas a ti misma? ¿Te amas  demasiado para este mundo? Si es así, desearás  estar siempre en él y andarás preocupada para  establecerte en esta tierra; pero, si te amas para el cielo,  desearás, o, a lo menos, fácilmente te  resignarás a salir de acá abajo, a la hora que  plazca a Nuestro Señor.

 

 2.  ¿Tienes bien ordenado el amor a ti misma? Porque nada  hay que nos arruine tanto como el amor desordenado de  nosotros mismos. Ahora bien, el amor ordenado quiere que  amemos más al alma que al cuerpo, que tengamos  más interés en adquirir las virtudes que toda  otra cosa, que nos preocupemos más del honor  celestial que del honor bajo y caduco. El corazón  bien ordenado se dice con frecuencia: «¿Qué  dirán los ángeles si pienso tal cosa?», y  no «¿qué dirán los hombres?»

 

 3.  ¿Qué amor tienes a tu corazón? ¿Te  cansas de servirlo en sus enfermedades? ¡Ah! le debes  estos cuidados: el de socorrerle, el de hacer que le  socorran cuando sus pasiones le atormentan y el de dejarlo  todo para esto.

 

 4.  ¿Qué crees que eres delante de Dios? Nada, sin  duda. Ahora bien, no arguye gran humildad, en una mosca, el  no tenerse por nada delante de una montaña, ni, en  una gota de agua, el no tenerse por nada en  comparación con el mar, ni, en una chispa o  pequeña llama, el no tenerse por nada delante del  sol; pero la humildad consiste en no tenernos en más  que los otros y en no querer ser tenidos en más por  ellos: ¿cómo estás respecto a este punto?

 

 5.  En cuanto a la lengua, ¿haces alarde de alguna cosa?  ¿Te alabas hablando de tí?

 

 6.  En cuanto a las obras, ¿te das algún gusto  contrario a la salud? Me refiero al placer vano e  inútil, como velar sin motivo y otros semejantes.

 

  

CAPÍTULO  VI

 

EXAMEN DEL  ESTADO DE NUESTRA ALMA CON RELACIÓN AL  PRÓJIMO

 

El  marido y la mujer se han de amar con un amor dulce y  tranquilo, firme y perseverante, en primer lugar porque Dios  así lo ordena y lo quiere. Lo mismo digo de los hijos  y de los próximos parientes, y también de los  amigos, de cada uno según su grado.

 

 Mas,  hablando en general, ¿cómo está tu  corazón con respecto al prójimo? ¿Le amas  cordialmente y por amor de Dios? Para conocer bien si es  así, has de imaginarte ciertas personas enojosas y  antipáticas, pues aquí es donde se ejercita el  amor de Dios con el prójimo, y mucho más si se  trata de aquellos que nos hacen algún mal, de obra o  de palabra. Examina bien si tu corazón es franco con  ellos, y si sientes alguna contrariedad en amarles.

 

 ¿Eres  propensa a hablar mal del prójimo, sobre todo de los  que no te quieren? ¿Causas daño al  prójimo directa o indirectamente? Por poco razonable  que seas, fácilmente te darás cuenta de ello.

 

  

CAPÍTULO  VII

 

EXAMEN  SOBRE LOS AFECTOS DE NUESTRA ALMA

 

He  desarrollado así estos puntos, cuyo examen nos da a  conocer el progreso espiritual que hemos hecho, porque, en  cuanto al examen de los pecados, se hace con miras a las  confesiones de los que no pretenden adelantar.

 

 No  es menester, empero, ocuparse en cada uno de estos puntos  sino con tranquilidad, considerando el estado de nuestro corazón con respecto a los mismos, desde que hicimos  los propósitos, y examinando las faltas notables  cometidas contra ellos.

 

 Mas,  para abreviar, es necesario reducir el examen al  conocimiento de nuestras pasiones; y, si se nos hace pesado  el examen con los pormenores dichos, podemos hacerlo  considerando el estado de nuestra alma y la manera como nos  hemos conducido:

 

 En  nuestro amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos.

 

 En  nuestra aversión al pecado propio y al pecado  cometido por los demás, pues hemos de desear el  exterminio de ambos.

 

 En  nuestros deseos de bienes, de placeres y de honores.

 

 En  el temor de los peligros de pecar, y de perder los bienes de  este mundo: tememos demasiado esto y muy poco aquello.

 

 En  la esperanza, que, tal vez, tenemos demasiado puesta en el  mundo y en las criaturas, y muy poco en Dios y en las cosas eternas.

 

 En  la tristeza, si es excesiva por cosas vanas.

 

 En  el gozo, si es excesivo y por cosas indignas.

 

 Finalmente,  ¿qué afectos tienen atado nuestro  corazón? ¿Qué pasiones le dominan?  ¿Qué cosas principalmente le alteran? Porque por  las pasiones del alma conocemos su estado,  pulsándolas unas tras otras. Así como el que  toca el laúd, que pulsando todas las cuerdas descubre  cuáles están desentonadas, y las afina,  tirando y aflojando, así, después de haber  pulsado el odio, el deseo, la esperanza, la tristeza y el  gozo de nuestra alma, si encontramos estas pasiones fuera de  tono para la pieza que queremos tocar, que es la gloria de  Dios, podemos afinarlas, mediante su gracia y el consejo de  nuestro padre espiritual.

 

  

CAPÍTULO  VIII

 

AFECTOS QUE  ES MENESTER EXCITAR DESPUÉS DEL  EXAMEN

 

Después  de haber considerado tranquilamente cada punto del examen, y  visto en qué estado te encuentras, pasarás a  los afectos de la manera siguiente:

 

 Da  gracias a Dios de tal o cual enmienda que hayas advertido en  tu vida desde tu resolución, y reconoce que ha sido únicamente su misericordia la que lo ha hecho en ti y  por ti.

 

 Humíllate  mucho delante de Dios, reconociendo que, si has adelantado  tan poco, ha sido por tu culpa, porque no has correspondido  con fidelidad, con esfuerzo y constancia, a las  inspiraciones, luces y movimientos que te ha comunicado en  la oración y por otros medios.

 

 Prométele  alabarle por siempre jamás, por las gracias con que  te ha favorecido, para esta pequeña enmienda de tus inclinaciones.

 

 Pídele  perdón de la infidelidad y deslealtad con que has  correspondido.

 

 Ofrécele  tu corazón, para que sea enteramente Señor del  mismo.

 

 Suplícale  que te haga enteramente fiel.

 

 Invoca  a los santos, a la Virgen Santísima, al ángel  de tu guarda, a tu santo patrón, a San José, y  a otros santos.

 

  

CAPÍTULO  IX

 

CONSIDERACIONES  OPORTUNAS PARA RENOVAR NUESTROS BUENOS  PROPÓSITOS

 

Después  de haber hecho bien el examen y de haber consultado con  algún director digno sobre las faltas y sus remedios, harás las siguientes consideraciones, una cada  día, a manera de meditación, dedicando a ello  el tiempo de tu oración y empleando, en la  preparación y en los afectos, el mismo método  que indiqué para las meditaciones de la primera  parte, poniéndote ante todo, en la presencia de Dios  e implorando su gracia para afianzarte en su santo amor y en  su servicio.

 

  

CAPÍTULO  X

 

PRIMERA  CONSIDERACIÓN: DE LA EXCELENCIA DE NUESTRAS  ALMAS

 

Considera  la nobleza y la excelencia de tu alma, que posee un  entendimiento capaz de conocer no sólo el mundo  visible, sino también la existencia de los  ángeles y del paraíso; que hay un Dios  soberano absoluto, lleno de bondad e inefable; que hay una  eternidad; y, además, capaz de conocer lo que es  menester para vivir en este mundo visible, para juntarse con  los ángeles en el paraíso, y gozar de Dios  eternamente.

 

 Tu  alma tiene, además, una voluntad noble, la cual puede  amar a Dios y no puede odiarle en sí mismo. Mira  cuán generoso es tu corazón, y que, así  como nada puede lograr que las abejas se posen en cosa  alguna corrompida, sino tan sólo en las flores, así también tu corazón sólo  puede reposar en Dios, y ninguna criatura puede  satisfacerle. Recuerda francamente las mayores y más  agradables diversiones que, en otros tiempos, llenaron tu  corazón, y juzga, con sinceridad, si no estaban  llenas de inquietud, de acerbos pensamientos y de cuidados  importunos, entre los cuales tu pobre corazón se  sentía desgraciado.

 

 ¡Ah!,  nuestro corazón, cuando corre en pos de las  criaturas, anda ansioso, pensando que podrá en ellas  saciar sus deseos; pero, en cuanto les ha dado alcance, ve  que todo queda por hacer y que nada puede contentarle, pues  Dios no quiere que nuestro corazón encuentre lugar  alguno donde poder descansar, para que, como la paloma  soltada del arca de Noé, vuelva a su Dios, del cual  salió. ¡Ah! ¡Qué cualidad tan  hermosa la de nuestro corazón! ¿Por qué,  pues, lo ocupamos, contra su voluntad, en el servicio de las  criaturas?

 

 ¡Oh,  hermosa alma mía!, has de decir, tú puedes  conocer y amar a Dios, ¿por qué te entretienes  en cosas de menor precio? Puedes aspirar a la eternidad,  ¿por qué te detienes en los instantes? Este fue  uno de los lamentos del hijo pródigo, el cual, habiendo podido vivir deliciosamente en la mesa de su padre,  comía vilmente con las bestias. ¡Oh, alma  mía!, tú eres capaz de Dios; desventurada de  ti, si te contentas con lo que es menos que Dios. Eleva tu  alma a esta consideración; recuérdale que es eterna y digna de la eternidad, aliéntala a que siga  por este camino.

 

  

CAPÍTULO  XI

 

SEGUNDA  CONSIDERACIÓN: DE LA EXCELENCIA DE LAS  VIRTUDES

 

Considera  que las virtudes y la devoción pueden, por sí  solas, contentar el alma en este mundo; mira qué  bellas son. Compara las virtudes con los vicios que le son  contrarios: qué suavidad la de la paciencia, en  comparación con la venganza; de la dulzura, en  comparación con la ira y el despecho; de la humildad,  en comparación con la arrogancia y la  ambición; de la esplendidez, en comparación  con la avaricia; de la caridad, en comparación con la  envidia; de la sobriedad, en comparación con el  despilfarro. Las virtudes tienen esto de admirable, a saber,  que deleitan el alma con una dulzura y una suavidad incomparables, cuando se han practicado, al paso que los  vicios la dejan infinitamente rendida y maltratada.  ¡Ánimo!, pues, ¿por qué no ponemos  manos a la obra para conseguir estas suavidades?

 

 En  cuanto al vicio, el que tiene poco no está contento y  el que tiene mucho está descontento: en cuanto a la  virtud, el que tiene poca ya siente gozo, y siempre siente  más, conforme va avanzando. ¡Oh vida devota,  qué bella, qué dulce, qué agradable, qué suave eres! Tú endulzas las tribulaciones,  haces suaves los consuelos, sin ti el bien es mal y los  placeres están llenos de inquietud, de  turbación y de desfallecimiento; el que te conoce  puede muy bien decir con la Samaritana: «Domine, da  mihi hanc aquam»: «Señor, dame de esta  agua»; aspiración muy frecuente en Santa Teresa  y en Santa Catalina de Génova, aunque por motivos muy  diferentes.

 

  

CAPÍTULO  XII

 

TERCERA  CONSIDERACIÓN: DEL EJEMPLO DE LOS  SANTOS

 

Considera  el ejemplo de toda suerte de santos; ¿qué no han  hecho para amar a Dios y ser devotos? Mira a estos  mártires, invencibles en sus resoluciones:  ¿qué tormentos no han soportado para mantenerse  en ellas? Pero sobre todo a estas hermosas y jóvenes  doncellas, más blancas que los lirios en pureza,  más encarnadas que la rosa en caridad; unas a los  doce años, otras a los trece, a los quince, a los  veinte, a los veinticinco, han sufrido mil clases de  martirios antes que renunciar -a su propósito no  sólo en lo tocante a la profesión de fe, sino  en lo que era una prueba de su devoción: unas  muriendo antes de perder la virginidad, otras antes que  dejar de servir a los afligidos, de consolar a los  atormentados, de enterrar a los muertos. i Dios mío!  i qué constancia ha manifestado este débil  sexo, en ocasiones parecidas!

 

 Contempla  a tantos santos confesores: i Con qué firmeza han  despreciado el mundo! i Cómo se han hecho invencibles  en sus resoluciones! Nada ha podido hacerles desistir; las  han abrazado sin reservas y las han mantenido sin  excepción. ¡Dios mío! ¡Dios  mío! ¿ Qué es lo que dice San  Agustín de su madre Santa Mónica? ¡Con  qué firmeza sostuvo su empresa de servir a Dios en su  matrimonio y en su viudez! ¡ Y San Jerónimo, de  su hija Paula! ¡ Con cuántos obstáculos y  con cuánta diversidad de acontecimientos! Mas,  ¿qué no haremos nosotros, alentados por tan  excelentes patronos? Ellos eran lo que somos nosotros; lo hacían por el mismo Dios, por las mismas virtudes;  ¿por qué no haremos lo mismo nosotros,  según nuestra condición y vocación, por  el cumplimiento de nuestros amados propósitos y de  nuestras santas promesas?

 

  

CAPÍTULO  XIII

 

CUARTA  CONSIDERACIÓN: DEL AMOR QUE JESUCRISTO NOS  TIENE

 

Considera  el amor con que Jesucristo ha sufrido en el huerto de los  Olivos y en el monte Calvario, Este amor era para ti, y, con  todas aquellas penas y trabajos, obtenía de Dios  Padre, para tu corazón, las buenas resoluciones y  promesas, y, por los mismos medios, todo lo que necesitas  para mantener, alimentar, robustecer y consumar estas  resoluciones. ¡Oh resolución, qué  preciada eres, siendo hija de tal madre, cual es la  Pasión de mi Salvador! ¡Oh, cómo te ha de  amar mi alma, pues tan amada has sido de mi Jesús!  ¡Ah Señor! ¡Oh Salvador de mi alma!  ¡Tú moriste para obtener en mi favor estas  resoluciones! Concédeme, pues, la gracia de que muera  antes de dejarlas.

 

 Ya  ves, Filotea, cuanta verdad es que el Corazón de  nuestro amado Jesús veía el tuyo, desde el  árbol de la cruz, y le amaba, y, por este amor,  obtenía para 61 todos los bienes que jamás  podrás tener, y entre otros, tus resoluciones.  Sí, amada Filotea, nosotros podemos decir con  Jeemías: «¡Oh Señor!, antes de que  yo existiese, Tú me mirabas y me llamabas por mi  nombre>, como sea que su bondad preparó, con su  amor y su misericordia, todos los recursos generales y  particulares de nuestra salvación, y, por  consiguiente, nuestras resoluciones. Sí, ciertamente:  así como la mujer que ha de ser madre prepara la  cuna, las mantillas y las fajitas, y además busca  nodriza para el niño que espera, aunque  todavía no haya venido al mundo, así también Nuestro Señor, después de  haberte concebido en su bondad y llevado en sus  entrañas, al querer darte a luz para tu salvación y hacerte hija suya, preparó en el  árbol de la cruz, todo lo que era menester para ti:  tu cuna espiritual, tus mantillas y fajitas, tú  nodriza, y todo lo que era conveniente para tu felicidad, a  saber, todos los recursos, todos los alicientes, todas las  gracias por las cuales conduce tu alma y quiere llevarla  hasta la perfección.

 

 ¡  Ah, Dios mío! ¡ Cómo deberíamos  grabar todo esto -es nuestra memoria! ¿ Es posible que  yo haya sido amada, y tan dulcemente amada, de mi Salvador;  que Él haya pensado particularmente en mí y en  todos estos pormenores, con los cuales me ha atraído  hacia Él? ¡Cómo hemos de amarle y  emplearlo todo para nuestra utilidad! Todo esto es muy  dulce: este corazón amable de mi Dios pensaba en  Filotea, la amaba y le procuraba mil medios de  salvación, como si no hubiere más almas en el mundo en quienes pensar, de la misma manera que el sol  ilumina un lugar de la tierra como si no iluminase otros y  sólo iluminase aquél. Así Nuestro  Señor pensaba y cuidaba de todos sus hijos, de forma  que pensaba en cada uno de ellos, como si no hubiese tenido  que pensar en los demás. «Me amó -dice  San Pablo-, y se entregó por mí»; como si  dijera: sólo por mí, como si nada hubiese  hecho por los demás. Esto, Filotea, ha de permanecer  grabado en nuestra alma, para tener en mucho y fomentar tu  resolución, tan preciosa para el Corazón del  Salvador.

 

  

CAPÍTULO  XIV

 

QUINTA  CONSIDERACIÓN: DEL AMOR ETERNO DE DIOS A  NOSOTROS

 

Considera  el amor eterno que Dios te ha tenido; porque ya antes de que  Nuestro Señor Jesucristo, en cuanto hombre, sufriese  en la cruz por ti, su divina Majestad te concebía en  su soberana bondad, y te amaba en gran manera. Mas,  ¿cuándo comenzó a amarte? Comenzó  cuando comenzó a ser Dios. ¿Y cuándo  comenzó a ser Dios? Nunca, pues siempre ha sido, sin principio ni fin, y te ha amado siempre desde la eternidad;  por esto te preparaba las gracias y los favores que te ha  hecho. Lo dice por el profeta: «Te amaré (dice a  ti y a cada uno de nosotros) con un amor perpetuo; por lo  tanto te atraje, compadecido de ti». Ha pensado, pues,  entre otras cosas, en hacerte formar tus resoluciones para  servirle.

 

 ¡Dios  mío! ¡Qué resoluciones son éstas,  pensadas, meditadas, proyectadas por Dios, desde toda la  eternidad! ¡Cuán amadas y preciosas han de ser  para nosotros! ¡Qué no hemos de sufrir, antes  que dejar perder una sola brizna de ellas! Ciertamente, ni que se hubiese de perder todo el mundo para nosotros, pues  todo el mundo junto no vale lo que vale una alma, y una alma  no vale nada sin nuestras resoluciones.

 

 

 

CAPÍTULO  XV

 

AFECTOS  GENERALES SOBRE LAS ANTERIORES RESOLUCIONES, Y  CONCLUSIÓN DEL EJERCICIO

 

¡  Oh amadas resoluciones!, vosotras sois el hermoso  árbol de la vida que mi Dios ha plantado, con su  mano, en medio de mi corazón, y que mi corazón  quiere regar con su sangre, para que fructifique; antes mil  muertes, que permitir que viento alguno lo arranque. No, ni  la vanidad, ni las delicias, ni las riquezas, ni las  tribulaciones me arrancarán jamás mi  propósito.

 

 ¡Ah  Señor! Tú has plantado y eternamente has  guardado este hermoso árbol dentro de tu paternal  corazón para mi jardín. ¡Ah!  ¡Cuántas almas no han sido favorecidas de esta  manera! ¿Cómo podré yo humillarme  jamás lo bastante a vista de tal misericordia?

 

 ¡  Oh bellas, oh santas resoluciones! Si yo os conservo,  vosotras me conservaréis; si vivís en mi alma,  mi alma vivirá en vosotras. Vivid, pues, por siempre  jamás, ¡oh resoluciones!, que sois eternas en la  misericordia de mi Dios; permaneced y vivid eternamente en  mí: que nunca os abandone.

 

 Después  de estos afectos, es menester que concretes los medios  necesarios para mantener estas preciosas resoluciones, y que  asegures que quieres servirte de ellas fielmente: la  frecuencia de la oración, de los sacramentos, de las  buenas obras, la enmienda de tus faltas descubiertas en el  segundo punto, el apartarte de las ocasiones, la  práctica de los avisos que te den en este sentido.

 

 Hecho  esto, como quien toma aliento y fuerzas, declara mil veces  que continuarás en tus propósitos, y, como si  tuvieses el corazón, el alma y la voluntad en tus  manos, dedícalos, conságralos,  sacrifícalos e inmólalos a Dios, prometiendo  que jamás volverás a tomarlos, sino que los dejarás en las manos de su divina Majestad, para  seguir en todo y por todo sus mandamientos. Ruega a Dios que  te renueve toda entera; que renueve y robustezca tus  propósitos; invoca a la Virgen y a tu ángel, a  San Luis y a los demás santos.

 

 Con  esta emoción del corazón, ve a los pies de tu  padre espiritual; acúsate de las principales faltas  que recuerdes haber cometido desde tu última  confesión general, y recibe la absolución, de  la misma manera que la primera vez; haz la promesa, en su  presencia, y fírmala, y, finalmente, ve a unir tu  corazón renovado con su Principio y Salvador, en el  Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

 

  

CAPÍTULO  XVI

 

DE LOS  SENTIMIENTOS QUE ES MENESTER CONSERVAR DESPUÉS DE  ESTE EJERCICIO

 

Este  día, en que habrás hecho esta  renovación, y los días siguientes, has de  repetir con frecuencia, con el corazón y con la boca,  estas ardientes palabras de San Pablo, de San  Agustín, de Santa Catalina de Génova y de  otros santos: «No, ya no soy mía; que viva, que  muera, soy de mi Salvador; ya no digo ni yo ni mío:  el yo es Jesús; el mío es ser suya. ¡Oh  mundo!, tú siempre eres el mismo, y yo he sido  siempre la misma, pero, en adelante, ya no seré yo  misma». Nosotros no seremos más nosotros mismos,  porque tendremos el corazón cambiado, y el mundo, que tanto nos ha engañado, será engañado en  nosotros, pues, al no darse cuenta de nuestra  transformación, creerá que todavía  somos Esaú y nosotros nos habremos trocado en Jacob.

 

 Conviene  que todos estos ejercicios reposen en el corazón, y  que, al dejar la meditación y la  consideración, andemos con tiento, entre las ocupaciones y las conversaciones, para que el licor de  nuestras resoluciones no se derrame enseguida, pues es  necesario que se filtre y penetre bien en todas as partes  del alma, pero sin violentar ni el espíritu ni el  cuerpo.

 

  

CAPÍTULO  XVII

 

RESPUESTA A  DOS OBJECIONES QUE PUEDEN HACERSE ACERCA DE ESTA  «INTRODUCCIÓN»

 

Filotea,  el mundo te dirá que estos ejercicios y estas  advertencias son tan numerosos, que el que quiera  observarlos no podrá hacer otra cosa. ¡Ah, amada  Filotea!, aunque no hiciésemos otra cosa, mucho  haríamos, pues haríamos lo que  deberíamos hacer en este mundo. Pero, ¿no te das cuenta del engaño? Si todos estos ejercicios se  hubiesen de hacer cada día, ciertamente nos  ocuparían del todo; pero no es necesario hacerlos  sino a su debido tiempo y lugar, y según se vaya  ofreciendo la ocasión a cada uno.  ¡Cuántas leyes no hay en el Código que  deben ser observadas! Pero esto se entiende según las  circunstancias, y no en el sentido de que se hayan de  practicar todos los días. David, rey atareado en  asuntos muy difíciles, practicaba muchos más  ejercicios de los que yo te he enseñado. San Luis,  rey admirable así en la guerra como en la paz, y que,  con un cuidado sin igual, administraba justicia, oía  dos misas todos los días, rezaba vísperas y  completas con su capellán, hacía su meditación, visitaba los hospitales, se confesaba, y  tomaba disciplina todos los viernes, asistía con  frecuencia a los sermones, celebraba muchas conferencias  espirituales, y, a pesar de ello, no desperdiciaba una sola  ocasión para procurar el bien público, y su  corte era más bella y estaba más floreciente  que en tiempos de sus predecesores. Haz, pues,  decididamente, estos ejercicios, según te los he  enseñado, y Dios te dará tiempo y fuerza para  resolver los demás asuntos; y así lo  hará, aunque tenga que detener la carrera del sol,  como lo hizo con Josué, en otro tiempo. Hagamos  siempre lo que conviene hacer, pues Dios trabaja por  nosotros.

 

 Dirá  el mundo que yo supongo siempre que Filotea tiene el don de  la oración mental, y, como quiera que no todo el  mundo lo tiene, esta Introducción no servirá  para todos. Es verdad que he supuesto esto, y también  lo es que no todo el mundo tiene el don de la oración  mental; pero es igualmente cierto que todos pueden tenerlo,  aun los más ineptos, con tal que tengan buenos  directores y quieran trabajar para adquirirlo, según  la cosa lo merece. Y si se encuentra alguno que no posee  este don en ningún grado (lo cual no ocurre sino muy  raras veces), el discreto padre espiritual fácilmente  hará que suplan el defecto,  enseñándoles a que lean u oigan leer con  atención las mismas consideraciones puestas en las  meditaciones.

 

  

CAPÍTULO  XVIII

 

TRES  ÚLTIMOS E IMPORTANTES AVISOS PARA ESTA  «INTRODUCCIÓN»

 

Cada  primer día del mes, después de la  meditación, renueva la promesa que se encuentra en la  primera parte, y, en todo momento, promete que la quieres  guardar, diciendo con David: «No, jamás,  eternamente, no me olvidaré de tus justificaciones,  ¡oh Dios mío!, pues en ellas me has vivificado». Y cuando sientas en tu alma alguna  turbación, toma en tu mano tu promesa, y, postrada  con espíritu de humildad, pronúnciala con todo  tu corazón, y te sentirás en gran manera  aliviada. Haz abiertamente profesión de querer ser  devota. No digo de ser devota, sino de querer serlo, y no te  avergüences de los actos comunes y necesarios que  conducen al amor de Dios. Confiesa, sin respetos humanos,  que procuras meditar, que prefieres morir antes que pecar  mortalmente, que quieres frecuentar los sacramentos y seguir  los consejos de tu director (aunque a veces no es necesario  nombrarle, por muchos motivos). Porque esta franqueza en  confesar que queremos servir a Dios y que estamos  consagrados a su amor con un especial afecto, es muy  agradable a su divina Majestad, que no quiere que nos  avergoncemos ni de Él ni de la cruz, y,  además, cierra el camino a muchos razonamientos que  el mundo quisiera hacer en contra, y nos crea una  reputación que nos compromete a perseverar. Los  filósofos se presentaban como filósofos, para  que se les dejase vivir como tales; nosotros nos hemos de  dar a conocer como deseosos de la devoción, para que  se nos deje vivir devotamente. Y si alguien te dice que se  puede vivir devotamente, sin la práctica de estos  avisos y de estos ejercicios, no lo niegues; pero dile  amablemente que tu debilidad es tan grande, que necesita una  ayuda y un auxilio mayor del que se requiere en los  demás.

 

 Finalmente,  amada Filotea, te conjuro, por todo cuanto hay de sagrado en  el cielo y en la tierra, por el bautismo que has recibido,  por los pechos que amamantaron a Jesucristo, por el  corazón amoroso con que Él te amó, y  por las entrañas de la misericordia en la cual  esperas, que continúes y perseveres en esta  bienaventurada empresa de la vida devota. Nuestros  días se deslizan y la muerte está en la  puerta. «La trompeta -dice San Gregorio Nacianceno-,  toca a retiro; que cada uno se prepare, porque el juicio  está cerca». La madre de Sinforiano, al ver que  le conducían al martirio, gritaba detrás de  él: «Hijo mío, hijo mío,  acuérdate de la vida eterna; mira al cielo, y piensa  en Aquel que reina en él; tu próximo fin  presto acabará con tu carrera en este mundo».  Filotea, lo mismo te digo yo; mira al cielo, y no lo dejes  por el infierno; mira al infierno y no te precipites en  él por gozar de unos momentos; contempla a  Jesucristo, y no reniegues de Él por el mundo, y,  cuando la tribulación de la vida devota te parezca  dura, canta con San Francisco: «Mientras espero bienes  mejores, el trabajo de ahora es pasatiempo».

 

 ¡VIVA  Jesús! al cual con el Padre y el Espíritu  Santo, sea honor y gloria, ahora y siempre y por los siglos  de los siglos. Así sea.


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