¡Dios te salve María!
 

Con el propósito de curar estas "inflamaciones" y preocupaciones del alma ofrece Gerson

ciertos calmantes, de la misma manera que los médicos se valen de medicinas para

mitigar el dolor (las que ellos llaman anodina o sedantes). 

Este autor, Juan Gerson hombre de gran erudición y director comprensivo de conciencias

atribuladas, comprobó (según mi entender) que ese "mariposeo" de la mente provocaba

tan grandes angustias en algunas personas que repetían las palabras de sus oraciones,

una detrás de otra, balbuceándolas con gran trabajo, y a pesar de su esfuerzo no iban a

ninguna parte, e incluso, a veces, quedaban más descontentas a la tercera vez que a la

primera. Tan completo era el fastidio, que perdían todo consuelo al rezar, y no faltaban

quienes estaban a punto de abandonar la oración como algo inútil y sin sentido (caso de

que continuaran así rezando) o, incluso, como de hecho temían, nocivo. Este autor,

amable y piadoso, con objeto de aliviar tan aguda molestia, distinguió tres aspectos en la

oración: el acto, la virtud y el' hábito. Explicándose con mucha claridad, pone el ejemplo de

una persona que se decide a hacer una peregrinación a Santiago (de Compostela)

partiendo desde Francia. 

Habrá trechos durante el viaje en que esta persona avanzará meditando en la figura del

santo y en el propósito de su viaje. En tales ratos continúa su peregrinación con un doble

acto, a saber: una continuidad natural y una continuidad moral (para usar las mismas

expresiones de Gerson). Continuidad natural porque, actualmente, avanza hacia aquel

lugar. Moral, porque sus pensamientos están centrados en la peregrinación como tal.

Llama "moral" a aquella intención (formam) por la que el hecho de ponerse en camino (en

sí mismo indiferente) es perfeccionado por una causa piadosa. Otros ratos, sin embargo,

caminará el peregrino considerando diferentes asuntos, sin pensar lo más mínimo en el

santo ni en el sitio de destino; puede ocurrir que vaya meditando en algo incluso más

santo, como en Dios mismo. Cuando así acontece continúa su peregrinación en el nivel

natural, pero no en el moral. Avanza con los pies, sí, pero no piensa, en ese preciso

momento, en la razón particular de su partida y, tal vez, ni siquiera se fija por dónde va

caminando. 

Aunque el acto moral de su peregrinación no se continúa, sí persevera la virtud moral: su

caminar, que es actividad bien natural, se ve penetrado e informado por una virtud moral,

al estar siempre acompañado por el buen propósito del primer momento (como una piedra

sigue la trayectoria del primer impulso aunque se retire la mano que la arrojó). Podrá

ocurrir que se dé el acto moral en ausencia del natural, como, por ejemplo, cuando piense

sobre la peregrinación mientras descansa sentado sin caminar. Finalmente, ocurre

también que no se den ninguno de los dos actos, por ejemplo, al dormir: ni camina ni

piensa en la peregrinación. Mas, aun en este caso, permanece la virtud moral

habitualmente, a no ser que sea intencionadamente rechazada. La peregrinación nunca se

ve, por tanto, interrumpida ni deja de tener mérito: persiste de modo habitual a no ser que

se tome una decisión en sentido contrario, abandonando el viaje o, al menos, retrasándolo.

Valiéndose de este ejemplo concluye de manera parecida en lo que se refiere a la oración:

una vez que se ha empezado con atención, nunca después puede ser interrumpida de tal

modo que la virtud de la primera intención no permanezca de modo continuo, actual                          o

habitualmente.    Y esto es así siempre que no se renuncie a aquella intención inicial

decidiendo abandonar la oración, o bien cortándola bruscamente por el pecado mortal. 

Oportet semper orare et non deficere. Dice Gerson sobre estas palabras de Cristo que no

se pronunciaron figurativamente, sino de modo directo y literal, y que, de hecho y

literalmente, son cumplidas por hombres buenos y rectos. Apoya su opinión en un

conocido Proverbio:   Qui  bene vivit semper orat      (el que vive con rectitud está siempre

rezando). Y esto es verdad porque, quien todo lo hace para la gloria de Dios (como reza la

prescripción del Apóstol), una vez que ha empezado con atención nunca interrumpe luego

su oración de tal modo qué la virtud meritoria no perdure, si no actualmente, al. menos

virtualmente. 


 

 

Esta es la explicación de un hombre bueno y versado como Juan Gerson, en su breve

tratado  De oratione et ejus valore.       Quiere aliviar y animar a quienes se angustian y

entristecen si, mientras rezan, se les va la cabeza a muchas otras cosas sin su querer ni

su conocimiento, pues ocurre aunque celosamente luchen por no distraerse. No pretende,

en absoluto, proporcionar un falso tranquilizante a quienes por pereza supina no ponen el

más mínimo esfuerzo durante la oración. 

Cuando hacemos cosa tan seria como la oración de modo negligente y descuidado, ni

rezamos ni tenemos a Dios propicio; por el contrario, le alejamos de nosotros en su

indignación. ¿Podrá alguien sorprenderse de que Dios se indigne al ser interpelado de

manera tan despectiva por una pobre creatura? ¿0 habremos de pensar que no se dirige

despectivamente a Dios quien le dice: "Oh, Dios, escucha mi oración" mientras su cabeza

anda volcada en mil cosas vanas y superficiales, y algunas veces (ojalá no ocurriera

nunca) hasta pecaminosas? Tal individuo ni siquiera oye su propia voz. Va murmurando de

memoria oraciones muy gastadas, la cabeza en las nubes, emitiendo sonidos sin sentido,

como dice Virgilio. En fin, al acabar la oración necesitamos muy a menudo alguna otra

oración para pedir perdón por la anterior negligencia. 

"Levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación. " Y en seguida les advirtió Cristo

del peligro tan grande que se cernía sobre ellos, para que quedara así claro que no sería

suficiente una oración rutinaria o somnolienta. "He aquí que se acerca la hora en que el

Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores" es decir: "Os predije que, iba

a ser traicionado por uno de vosotros, y os horrorizasteis ante esas palabras. Advertí que

Satanás os buscaba para sacudiros como el trigo, y escuchasteis esto con gran

despreocupación., sin dar respuesta, como si la tentación fuera algo a no tener en cuenta.

Para que supierais que no debe ser menospreciada, predije que todos os escandalizaríais

de mí, y todos lo negasteis. Al que más negó escandalizarse le predije que me negarla tres

veces antes de que el gallo cantara. Mas él insistió en que no sería así, sino que moriría

conmigo antes que negarme. Y lo mismo dijisteis los demás. Para que no consideraseis la

tentación como algo fácil y sin importancia, una y otra vez os mandé que vigilaseis e

hicieseis oración -no fuera que cayeseis en la tentación, Tan lejos estabais de estimar su

fuerza y su atracción., que no os preocupasteis de rezar ni de vigilar contra ella. Quizás os

llevó a desdeñar* el poder violento de la tentación diabólica el hecho de que, cuando os

envié de dos en dos para predicar la fe, me contabais al regresar que hasta los demonios

se os sometían. Pero yo, que conozco tanto la naturaleza de los demonios como la vuestra

(y con toda profundidad porque creé ambas), ya os advertí entonces que no os gloriaseis

en tal vanidad porque no era vuestro poder el que dominaba a los demonios: yo mismo lo

hacía, y lo hice por otros que iban a abrazar la fe verdadera; por ellos lo hice y no por

vosotros. Os recordé que debíais más bien gloriaros en el verdadero fundamento de la

alegría, esto es, en el hecho de que vuestros nombres están escritos en el libro de la vida.

Esto os pertenece con toda firmeza, porque una vez que hayáis alcanzado la culminación

de esa alegría, ya no podréis perderla aunque todo el ejército de los demonios luchara

contra vosotros. El poder que ejercisteis contra ellos en aquella ocasión aumentó tanto

vuestra confianza que desafiáis ahora la tentación como cosa de poca importancia. Hasta

ahora habéis visto la tentación como algo muy lejano, aunque os anuncié que el peligro se

cernía esta misma noche. Mas ahora os advierto: no sólo la noche sino la hora precisa

está ya muy cercana. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre será entregado en

manos de los pecadores. Ya no hay lugar para estar sentado o para dormir. Tendréis

necesidad de estar despiertos, vigilantes, y apenas hay tiempo para rezar. Ya no anuncio

cosas futuras, sino que en este mismo momento digo: Levantaos, vamos. El que me ha de

entregar está cerca. Si no queréis estar despiertos para rezar, levantaos por lo menos y

marchad rápidamente, no sea que más tarde no podáis escapar. Porque ya está aquí el

que me traiciona. "

Al decir "Levantaos, vamos", también pudo significar, no que huyeran, sino que se

adelantaran para hacer frente a los acontecimientos con confianza. Así lo hizo El mismo.


 

 

No se marchó en la dirección opuesta, sino que, mientras hablaba, iba al encuentro de

aquellos que le buscaban con el corazón lleno de furia criminal. 

Cristo sigue siendo entregado en la historia

"Todavía mientras Jesús hablaba, he aquí a Judas Iscariote, uno de los Doce, y con él una

gran muchedumbre con espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes, los

escribas y ancianos del pueblo". Nada hay tan eficaz para la salvación y para la siembra

de todas las virtudes en un corazón cristiano, como la contemplación piadosa y afectiva de

cada uno de los sucesos de la pasión de Cristo. Pero, junto a esto, no resulta de poco

interés considerar el mismo hecho histórico -aquel tiempo en que los Apóstoles dormían

mientras el Hijo del hombre era entregado- como una misteriosa imagen de lo que ocurriría

en el futuro. Para redimir al hombre, Cristo fue verdaderamente Hijo del hombre; aun

concebido sin semen de varón, descendía realmente del primer hombre; se hizo hijo de

Adán para poder restaurar en su pasión la posteridad de Adán, perdida y

desgraciadamente desposeída por la falta de los primeros padres, a un estado de felicidad

incluso mayor que el original. 

Por esta razón, y aun siendo Dios, continuamente se llamaba a si mismo Hijo del hombre,

porque era hombre verdadero. Insinuaba así de modo constante el beneficio de su muerte

al recordar la única naturaleza que puede morir. Aunque Dios murió por nosotros, ya que

murió aquél que era Dios, su, divinidad no sufrió la muerte., sino sólo su humanidad, o,

más bien, su cuerpo (si nos atenemos mas a lo que ocurre de hecho en la naturaleza que

al uso vulgar de las palabras; pues se dice de un hombre que muere cuando el alma se

separa del cuerpo sin vida, pero el alma es en si misma inmortal). No sólo se complacía en

ser llamado con esa expresión que define nuestra naturaleza, sino que se gozaba en

tomar la naturaleza humana para salvarnos y para unir a si, como si se tratara de un solo

cuerpo, a todos los que hemos sido regenerados por la fe y los sacramentos de salvación.

Se dignó incluso hacernos participes de su mismo nombre; y, de hecho, la Escritura llama

a todos los fieles "cristos y dioses". 

En consecuencia, pienso que no andamos equivocados al sospechar que se avecina de

nuevo un tiempo en que el Hijo del hombre, Cristo, será entregado en manos de los

pecadores, cuando observamos un peligro inminente de que el Cuerpo místico de Cristo, la

Iglesia de Cristo, esto es, el pueblo cristiano, es arrastrado a la ruina a manos de hombres

perversos e impíos. Y con dolor lo digo, porque ya son varios los siglos en los que no

hemos dejado de ver cómo esto acontece,, ora en un sitio, ora en otro; mientras, en

algunos lugares, invade el cruel turco territorios cristianos, o, en otros, poblaciones enteras

son desgajadas por las luchas intestinas de muchas sectas heréticas. 

Cuando veamos u oigamos que tales cosas empiezan a ocurrir, aunque sea muy lejos de

nosotros, pensemos que no es momento para sentarse y dormir, sino para levantarse

inmediatamente y socorrer a aquellos cristianos en el peligro en que se encuentran y de

cualquier manera que podamos. Si otra cosa no podemos, sea al menos con la oración. Ni

se ha de considerar este peligro de modo frívolo y superficial por el solo hecho de que

ocurra muy lejos de nosotros. Si tan acertada es aquella frase del poeta cómico: "Hombre

como soy, nada humano me es extraño ¿cómo no sería merecedor de grave reproche la

conducta de esos cristianos que duermen y roncan mientras otros cristianos están en

peligro? Para insinuarnos esto dirigió Cristo su advertencia de que convenía estar

despierto, vigilando y rezando, no sólo a los discípulos que estaban cerca suyo, sino

también a los que El quiso que se quedaran a cierta distancia. 

Si los males y desgracias de aquellos que están lejos no nos llegaran a conmover y

preocupar, muévanos, al menos, nuestro propio peligro. Pues razón de sobra tenemos

para temer que la maldad destructora no tardará en acercarse adonde estamos, de la

misma manera que sabemos por experiencia cuan grande e impetuosa es la fuerza

devastadora de un incendio, o cuán terrible el contagio de una peste al extenderse. Sin la


 

 

ayuda de Dios para que desvíe el mal, inútil es todo refugio humano. Recordemos, por

consiguiente, estas palabras evangélicas, y pensemos de continuo que es el mismo Cristo

quien las dirige de nuevo, una y otra vez, a nosotros:"¿Por qué dormís? Levantaos y rezad

para que no caigáis en la tentación. "

Otra idea se desprende de aquí, y es esta: Cristo es entregado de nuevo en manos de los

pecadores cuando su Cuerpo sacrosanto en la Eucaristía es consagrado y manoseado por

sacerdotes lujuriosos, disolutos y sacrílegos. 

Cuando tales cosas veamos (y desgraciadamente ocurren con mucha frecuencia),

pensemos que Cristo mismo nos habla de nuevo:"¿Por qué dormís? Despertaos,

levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación. Por que el Hijo del hombre es

entregado en manos de los pecadores. " Por el mal ejemplo de esos sacerdotes perversos,

la peste del vicio se extiende con facilidad entre el pueblo. Y cuanto menos idóneos son

para recibir la gracia quienes, por obligación, han de vigilar y rezar por el pueblo, tanto más

necesario es para éste estar bien despierto, levantarse y rezar con gran ardor, no sólo por

sí mismos, sino también por estos sacerdotes. ¡Qué grandísimo bien se haría al pueblo si

tales sacerdotes cambiaran y se hicieran mejores!

Una manera particular de entregar a Cristo en manos de los pecadores se da entre ciertas

personas que, aunque reciben el sacramento de, la Eucaristía con frecuencia, quieren dar

la impresión de que lo veneran de modo más santo al recibirlo bajo las dos especies, lo

cual va en contra del uso común y se hace sin necesidad alguna, y no sin grave afrenta a

la Iglesia católica. Sin embargo, estos mismos blasfeman de lo que han recibido, algunos

llamándolo "pan verdadero y vino verdadero" y otros, todavía peor, llamándolo

simplemente "pan y vino". Todos ellos niegan que el Cuerpo de Cristo esté contenido en el

sacramento que llaman "Corpus Christi". Cuando después de tanto tiempo que ha

transcurrido se ponen a hablar así contra los más evidentes pasajes de la Escritura, contra

las interpretaciones clarísimas de todos los santos, contra la fe constantísima de toda la

Iglesia durante tantos siglos, contra la verdad ampliamente atestiguada por miles de

milagros, esa gente que marcha en este último tipo de infidelidad, ¿qué diferencia, me

pregunto, existe entre ellos y los que cogieron prisionero a Cristo aquella noche? ¡Qué

poca diferencia entre esos y aquellas tropas de Pilato que en actitud de burla doblaban sus

rodillas delante de Cristo, como si le rindieran honor, mientras le insultaban y le llamaban

rey de los judíos!. Esta gente de ahora también se arrodilla ante la Eucaristía y la llama

Cuerpo de Cristo mientras, de acuerdo con su doctrina, no creen en ella más que los

soldados de Pilato creían que Cristo era rey. 

En cuanto oigamos que tales cosas ocurren en otros lugares -no importa qué lejos esten-,

imaginemos inmediatamente a Cristo diciéndonos con urgencia: "¿Por qué estáis

dormidos? Levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación. " No seamos ingenuos:

dondequiera se presenta hoy esta plaga con extraordinaria virulencia, no cogen todos la

enfermedad en un solo día. El contagio se extiende poco a poco y de manera

imperceptible. Quienes al principio no le daban importancia, se levantan más tarde para

oírlo y responder con cierta apatía o menosprecio; y luego son arrastrados al error, hasta

que, como un cáncer (según expresión del Apóstol), el escurridizo mal acaba finalmente

conquistando el país entero. Mantengámonos bien despiertos, levantémonos y recemos

asiduamente para que vuelvan sobre si todos cuantos han caldo en esta desgraciada

insania preparada por Satán, y para que Dios nunca permita entremos nosotros también

en tal tentación, ni permita jamás al diablo desatar las ráfagas de esa tormenta hacia

nuestras costas. Pero acabemos ya con esta digresión sobre los misterios y reanudemos

la historia. 

Judas, Apóstol y traidor

"Judas, habiendo tomado una cohorte de soldados que le dieron los sacerdotes y los

fariseos, fue allá con antorchas y armas. Estando Jesús todavía hablando, llega Judas

Iscariote, uno de los Doce, y con él un tropel de gente armada con espadas y garrotes,


 

 

enviada por los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les

había dado una señal... ". Me inclinaría a creer que la cohorte que, según los evangelistas,

fue dada al traidor por los pontífices, era una cohorte romana asignada por Pilato a los

sacerdotes. Los fariseos, escribas y ancianos del pueblo habían añadido a ella sus propios

servidores, bien porque no tuvieran suficiente confianza en los soldados del gobernador,

bien porque pensaron que un mayor número sería conveniente para que no fuese Cristo

rescatado por el repentino tumulto y la confusión causada por la oscuridad de la noche. 0

tal vez llevaban la intención de arrestar a todos los Apóstoles al mismo tiempo, sin dejar

que ninguno escapara en la oscuridad. No fue cumplido este último propósito, pues el

poder de Cristo no lo consintió; y El mismo fue capturado porque quiso ser hecho

prisionero El solo. 

Llevan antorchas encendidas y linternas para poder distinguir entre las tinieblas del pecado

el sol brillante de la justicia. Llevan antorchas, no para que pudieran ser iluminados con la

luz de Aquel que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, sino para extinguir aquel '

la luz eterna que nunca puede ser oscurecida. Tanto unos como otros, los enviados y

quienes les enviaban se afanaban por derrocar la ley de Dios por causa de sus tradiciones.

También ahora hay quienes siguen sus huellas, y persiguen a Cristo al esforzarse por

ensombrecer el esplendor de la gloria de Dios con su propia gloria. 

Merece la pena, en este pasaje, prestar atención y advertir la inestabilidad de las cosas

humanas. Apenas hacía seis días que, incluso los gentiles, estaban deseosos de ver a

Cristo a causa de sus milagros y la santidad de su vida. Los mismos judíos le hablan

recibido con respeto admirable al entrar en Jerusalén. Y, ahora, judíos y gentiles vienen a

arrestarle como a un ladrón. Entre ellos, no uno mas en el gentío, sino haciendo cabeza,

iba un hombre peor que todos los judíos y gentiles juntos: era Judas. Quiso Cristo ofrecer

este contraste para enseñar que la rueda de la fortuna no quedará inmóvil para nadie, y

que ningún hombre cristiano, su esperanza puesta en el cielo, ha de perseguir la gloria

desdeñable en la tierra. 

Observemos que las autoridades que en contra de Cristo enviaron aquella turba eran

sacerdotes -¡príncipes de los sacerdotes!-, fariseos, escribas y ancianos del pueblo. Lo

que es óptimo en la naturaleza, si empieza a desviarse, se corrompe en lo peor. Lucifer,

por ejemplo, que fue creado por Dios como uno de los más excelsos entre los ángeles del

cielo, vino a ser el peor de los demonios una vez que se entregó a la corrupción de la

soberbia. No fue lo más bajo del pueblo, sino lo más encumbrado, los principies de los

sacerdotes, cuya obligación y oficio era cuidar de la justicia y promover los asuntos de

Dios, quienes, particularmente, conspiraron para apagar el sol de la justicia y destruir al

unigénito de Dios. La avaricia, la envidia y la altivez les llevaron a tal extremo de locura. 

He aquí otro punto que no se debe pasar por alto. Judas, llamado en otros lugares con el

infame nombre de traidor, es ahora perturbado al recibir el titulo sublime de Apóstol.

"Judas Iscariote, uno de los Doce": ni era uno de los gentiles, ni uno de los judíos

enemigos,     ni uno       entre los muchos discípulos de Cristo (aun si lo hubiera sido,

inconcebible seria lo que hizo), sino -vergüenza jamás vista- uno de los Apóstoles

escogidos por Cristo. El solo, "uno de los Doce" fue capaz de entregar a su Señor para ser

capturado, e incluso se hizo cabecilla de la turba. 

Hay en este pasaje una lección que deben aprender quienes ocupan puestos y cargos en

la vida pública, pues no tienen siempre motivo para gloriarse y complacerse en sí mismos

cuando son llamados con títulos solemnes. No; tales títulos son dignos y apropiados si

quienes los poseen son conscientes de haber merecido tal tratamiento de honor por el

recto cumplimiento personal de sus deberes administrativos. De no ser así, tendrían que

ser abatidos por la vergüenza (a no ser que se deleiten en palabras vacías). No importa lo

que sean: príncipes, grandes señores, emperadores, obispos, sacerdotes; si son

miserables y perversos, deberían darse cuenta de que, cuando los hombres hacen sonar

en sus oídos los títulos espléndidos de sus cargos, no lo hacen sinceramente para


 

 

rendirles honor, sino para poder reprocharles, sin peligro alguno y bajo color de alabanza,

los honores que llevan y usan tan indignamente. "judas Iscariote, uno de los Doce"; cuando

el evangelista hace aparecer a Judas con el título de su Apostolado, la intención real no

es, en absoluto, alabarle, lo que está bien claro, pues le llama en seguida traidor. "El

traidor les había dado una señal diciendo: A quien yo besare, ése es, prendedle". 

Se suele preguntar aquí por qué necesitó el traidor dar una señal a la turba para identificar

a Jesús. Contestan algunos que acordaron hacerlo así porque más de una vez,

anteriormente, Cristo habla escapado de improviso de manos de quienes intentaban

prenderle. Ahora bien, debió de ocurrir esto de día, y dado que Cristo lo hacia sirviéndose

de su poder divino, bien desapareciendo de su vista o pasando a través de ellos mientras

miraban atónitos, se comprende que era inútil del todo dar una señal con objeto de

identificarle y que no escapara. Otros han dicho que uno de los dos Santiagos se parecía

mucho a Cristo, tanto que, si no se les miraba bien de cerca, no era fácil distinguirlos

(dicen que ésta era la razón de que fuera llamado hermano del Señor). Pero si podían

haber sido arrestados juntos y, más tarde, ser identificados, ¿qué necesidad había de dar

una señal? Era la noche ya avanzada, como dice el evangelista, y aunque se acercaba el

amanecer, todavía era de noche y la oscuridad lo llenaba todo, pues llevaban antorchas

que daban, seguramente, luz suficiente para hacerlos visibles desde lejos, pero no para

distinguir bien una persona a cierta distancia. Y aunque aquella noche tal vez tuvieron la

ventaja de cierta luz de la luna llena, sólo pudo servir para iluminar los contornos de las

figuras humanas en la distancia y no para obtener una buena iluminación de los rasgos

faciales, distinguiendo una persona de otra. Por otra parte, si iban corriendo al barullo con

la esperanza de capturar a todos a la vez (cada uno escogiendo su víctima sin saber quién

era), tendrían, con razón, miedo de que, entre tanta gente, pudiera alguno escapar y, lo

que es peor, que uno de los fugitivos fuera, precisamente, el único hombre que de verdad

perseguían (los que en mayor peligro se encuentran suelen ser los que más rápidamente

se preocupan de sí mismos). Tanto si así lo planearon, como si. Judas mismo lo insinuó, lo

cierto es que dispusieron la estratagema haciendo que el traidor se adelantara y señalara

al Maestro con un abrazo y un beso. Una vez puestos los ojos en El, pondrían en El sus

manos, y caso de que alguno de los otros escapara, ya no habría tanto peligro. 

"Les había dado el traidor esta señal: A quien yo besare, ése es. Prendedle y llevadle con

cautela. " ¡Hasta dónde llegará la mezquindad! ¿No te bastó, canalla traidor, con vender a

tu Señor, al que te habla elevado a la tarea sublime de Apóstol, en manos de hombres

impíos y con un beso, sin necesidad de estar tan preocupado de que se lo llevaran con

precaución, no fuera que llegara a escapar? Se te pagó para que le traicionaras, mientras

otros eran enviados para atraparle, custodiarle y conducirle a juicio. Pero tú, como si ese

papel en el crimen no fuera bastante importante, vas y te inmiscuyes en la tarea de los

soldados. Como si los ruines magistrados que les enviaron no les hubieran dado

instrucciones adecuadas, hacia falta un hombre como tú que añadiera un nuevo mandato

de llevárselo con precaución bien apresado. Habías cumplido del todo tu trabajo criminal

entregando a Cristo a sus sicarios. Pero si los soldados hubieran sido tan remisos que

Cristo consiguiera escapar de entre ellos, por su descuido o rescatado por la fuerza,

¿tenías miedo acaso de que entonces no te serían pagadas tus treinta piezas de plata,

paga ilustre de crimen tan horrendo? Se te pagara, no lo dudes, pero no desearás tanto

recibirlas con codicia como estarás inquieto y deseoso de arrojarlas lejos de tí tan pronto

como las hayas conseguido. Entretanto, llevarás a cabo una acción que trae dolor para tu

Señor y la muerte para ti, pero que será para muchos la salvación. 

'Tenía delante de ellos y se acercó a Jesús para besarle. En cuanto llegó, arrimándose a

Jesús le dijo: Salve, Maestro, salve. Y le besó. Le dijo Jesús: Amigo, ¿a qué has venido?

¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?" ". Iba Judas delante de la turba, v esto no sólo

es verdad en la historia, sino que tiene también un sentido espiritual: entre los que

participan en un mismo acto pecaminoso, el que tiene más motivos para abstenerse es el

que mayor culpa tiene delante del juicio de Dios. 


 

 

"Y se acercó para besarle. Y al llegar fue hacia El y le dijo: Maestro, salve, Maestro. Y le

besó. " Así se acercan a Cristo, así le saludan, así le besan también todos aquellos que se

fingen discípulos de Cristo y profesan su doctrina con la lengua mientras, de hecho y con

obras, se esfuerzan por destruirla con artilugios y toda una técnica de sutilezas. De igual

guisa que Judas le saludan quienes le llaman "Maestro" pero desprecian sus

mandamientos. De la misma manera le besan aquellos sacerdotes que consagran el

Cuerpo sacrosanto de Cristo, para después asesinar a los miembros de Cristo, almas

cristianas, con su falsa doctrina y su ejemplo depravado. Asi le saludan y besan también

quienes exigen ser considerados como personas buenas y pías porque, a pesar de ser

fieles laicos, persuadidos por malos sacerdotes, reciben el Cuerpo y la Sangre sagrados

de Cristo bajo ambas especies, contra la costumbre de todos los cristianos, sin ninguna

necesidad y no sin gran menosprecio por toda la Iglesia católica y, en consecuencia, no sin

grave falta. Esta gente lo hace contra la práctica y el uso de siempre de todos los

cristianos. Y no sólo se comportan así (cosa que podría ser tolerada), sino que, como si

fueran santos Padres de la Iglesia, condenan a todos los que reciben ambas sustancias

bajo sólo una de las dos especies. Es decir, fuera de si mismos, condenan a todos los

cristianos de todas partes y durante tantísimos años. A pesar de su importuna insistencia

en que ambas especies son necesarias para los laicos, ya son muchos entre ellos -tanto

laicos como sacerdotes- los que eliminan la realidad de ambas especies (el Cuerpo y la

Sangre). Se parecen en esto a los soldados de Pilato que se burlaban de Cristo

arrodillándose y saludándole como rey de los judíos. Se arrodillan en veneración de la

Eucaristía, y la llaman Cuerpo y Sangre de Cristo aunque ya no creen que sea lo uno ni lo

otro: creen como "creían" los soldados de Pilato que Cristo era rey de los judíos. 

Todos estos caracteres que he mencionado traen a nuestra cabeza al traidor Judas en

cuanto coinciden con él en dos cosas: su saludo y el beso con felonía. Así como todos

éstos representan una acción del pasado, Joab proporcionó una figura del futuro porque,

habiendo saludado a Amasa con estas palabras: "Saludos, hermano", acariciándole la

barbilla con su mano derecha como si quisiera besarle, desenvainó un puñal que llevaba

escondido y lo mató de un golpe. De la misma manera había matado a Abner. Más tarde,

como convenía según la justicia, pagó con su propia vida engaño tan horrible. Pues bien,

Judas recuerda a Joab, tanto si se consideran las personas y hechos criminales como la

venganza de Dios y el final desgraciado de cada uno. Se asemejan Joab y Judas con una

sola diferencia: que Judas superó a Joab en todos los aspectos. 

Gozaba Joab del favor y de la influencia de su príncipe y señor; pero con señor mucho

más grande trataba Judas. Joab mató a quien era amigo suyo; Judas era mucho más

íntimo con Jesús. La envidia y la ambición movían a Joab porque habla oído que el rey iba

a promover a Amasa sobre él; mas Judas se movía por la ambición mezquina de una

mísera recompensa, por unas pocas monedas de plata entregó a la muerte al Señor del

universo. Cuanto más enorme fue el crimen de Judas, tanto más miserable fue el castigo

que le siguió. Joab fue muerto a manos de otro, pero el desgraciado Judas se ahorcó con

su propia. mano. En la forma externa que tomó el delito hay una clara similitud entre

ambos crímenes. Joab asesina a Amasa en el mismo instante de saludarle, casi

besándole; Judas se acerca a Cristo cortésmente, le saluda con respeto, le besa como

muestra de amor; mas no pensaba el cruel villano en otra cosa sino en entregar a su Señor

a la muerte. Con todo, no pudo engañar a Cristo como Joab hiciera con Amasa. Cristo le

recibe, escucha su saludo, no rechaza el beso. Conocedor de la criminal traición, se

comportó durante ese rato como si nada supiera. 

Conducta de Cristo con el traidor

¿Por qué Cristo actuó así? ¿Era acaso para enseñarnos cómo disimular y fingir? ¿Para

enseñarnos a devolver, con fina astucia, el engaño con otro engaño? De ningún modo. Lo

hizo para indicamos que hemos de soportar con paciencia y mansedumbre todas las

injurias y ardides, sin enfurecemos, sin buscar venganza, sin dar rienda suelta a nuestras

pasiones para insultar al ofensor, sin buscar vano deleite en coger al enemigo en algún


 

 

traspié. Nos enseñaba a hacer frente a la injuria y a la falsedad con verdadera virtud y, en

una palabra, a vencer el mal en abundancia de bien. Es decir, hacer todo esfuerzo posible,

insistiendo con ocasión y sin ella, con palabras tan corteses como fuertes y penetrantes,

de tal modo que el hombre. miserable pueda cambiar para bien; y si no responde a este

tratamiento, no eche la culpa a nuestra negligencia, sino a la monstruosa magnitud de su

propia maldad. 

Como buen médico, intenta Cristo ambos métodos de cura, y en primer lugar, empleando

palabras suaves y afables: "Amigo, ¿a qué has venido?". Cuando se oyó llamar "amígo"el

traidor quedó indeciso y pensativo en la duda. Consciente de su crimen, temía que Cristo

hubiera usado el nombre de "amigo" para reprocharle con gravedad su enemistad. Por otra

parte, ya que los criminales se precian a sí mismos en la esperanza de que nadie conoce

sus crímenes, esperaba ciego en su locura (aunque tenla la experiencia de que los

pensamientos de los hombres estaban patentes ante Cristo, e incluso su propia traición

habla sido declarada durante la última cena), esperaba, digo, que su crimen pasara oculto

a Cristo; tan falto de razón estaba Judas. Y como nada podía ser más nocivo para él que

verse decepcionado en esta su esperanza porque nada podría disponerle peor para su

arrepentimiento, Cristo en su bondad no permitió que siguiera engañado. De ahí que

añadiera inmediatamente en tono grave: ". Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del

hombre?". 

Le llama con el nombre con que solía hacerlo de ordinario p ara que el recuerdo de su

anterior amistad ablandara el corazón del traidor y le moviera al arrepentimiento. Le

reprocha luego, abiertamente, su traición para que no siguiera pensando que estaba oculta

y le diera vergüenza confesarla. Sugiere, por fin, la criminal hipocresía del traidor: "¿con un

beso entregas al Hijo del hombre?". Entre los crímenes y obras perversas no es fácil

descubrir una más odiosa ante Dios que aquellas en las que pervertimos la naturaleza,

real y genuina de las cosas buenas Para hacerlas instrumentos de nuestra maldad. Odiosa

es ante Dios la mentira porque las palabras, que están por naturaleza ordenadas a

expresar el sentido de nuestro pensamiento, son trastocadas para un propósito de engaño

y decepción. Dentro de este genero de maldad, constituye una ofensa grave a Dios abusar

de las leyes y del derecho para infligir aquellas injurias que están, precisamente,

destinadas a prevenir. 

He ahí la razón por la que Cristo reprocha a Judas con dureza por ese modo detestable de

pecar. "Judas -le dice-, ¿entregas al Hijo del hombre con un beso? Ojalá fuera de hecho

como tú deseas aparentar; pero, de otro modo, muéstrate abiertamente., con sinceridad,

tal como realmente eres, porque quien obra la enemistad bajo el disfraz de la amistad es

un hombre vil que multiplica en esa acción su villanía. No estabas satisfecho, Judas, con

entregar al Hijo del hombre (hijo de aquel hombre por el que todos hubieran perecido si

este Hijo del hombre, que tú crees estar destruyendo, no redimiera a quienes desean ser

salvados), ¿no te fue suficiente, repito, traicionarle sin necesidad de hacerlo con un beso,

convirtiendo así un signo sagrado de amor en instrumento de tu traición? Estoy mejor

dispuesto hacia esta turba que me rodea y ataca por la fuerza de la violencia y

abiertamente, que hacia a ti, Judas, que me entregas a ella con un falso beso. "

Al ver Cristo que no había en el traidor señal alguna de arrepentimiento, y para mostrar

que prefería hablar con un enemigo sincero que con uno escondido en el anonimato, se

apartó de él y se encaminó hacia la turba bien armada. Dejaba claro que nada le

importaban las inicuas artimañas y tretas del traidor. Así lo relata el Evangelio: "Y Jesús,

que sabia todas las cosas que le habían de sobrevenir, salió a su encuentro, y les dijo: ¿A

quién buscáis? Respondiéronle: A Jesús Nazareno. Díjoles Jesús: Yo soy. Estaba también

entre ellos Judas, el que le entregaba. Apenas dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron en

tierra" '. 

¡Oh, Cristo salvador!, que hace apenas un rato tan grande era tu miedo que yacías

postrado en el suelo, en postura digna de compasión, y que con sudor de sangre


 

 

suplicabas al Padre que apartara de Ti el cáliz de tu Pasión, ¿Cómo es que ahora, de

manera tan repentina, te levantas, te lanzas como un gigante y vas gozoso al encuentro de

quienes te buscan para hacerte sufrir?, ¿por qué das a conocer tu identidad, tan

espontáneamente a quienes admiten buscarte, pero que ignoran todavía que eres Tú a

quien, de hecho, buscan? i Vengan, acudan aquí los débiles y pusilánimes. ! Que se

agarren con fuerza a una esperanza inquebrantable cuando se sientan aplastados por el

temor ante la muerte. Si con Cristo agonizan y temen y se apesadumbran, llenos de

angustia, tristeza, cansancio y sudor, participarán también en su consolación. Sin duda

ninguna, se sentirán fortalecidos por el mismo consuelo que tuvo Cristo (con la condición

de que hagan oración, de que perseveren en ella y de que abandonen todo en la voluntad

de Dios). Tan recreados serán por este espíritu de Cristo que sentirán renovarse sus

corazones como la tierra vieja es refrescada por el rocío del cielo y, por medio del madero

de la cruz de Cristo, inmerso en las aguas del dolor, el mismo pensamiento de la muerte,

antes tan amargo., se hará suave y llevadero. Un ánimo alegre y jovial sucederá al

cansancio, el vigor mental y la valentía reemplazaran el pavor y, al final, apetecerán la

muerte que antes les horrorizaba, considerando la vida triste y el morir una ganancia,

deseando verse libre de las ataduras del cuerpo para estar con Cristo. 

"Acercándose Cristo a la muchedumbre les pregunta: ¿A quién buscáis? Contestan: A

Jesús Nazareno. judas, el que le entregaba, estaba entre ellos. Y Jesús les dijo: Yo soy.

Cuando dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron por tierra. " Si pudiera darse el caso- de que

el pavor y la angustia de Cristo hubieran antes disminuido nuestra estima e imagen de El,

habría ahora que restaurarla ante esta su fortaleza tan varonil. Avanza impertérrito hacia

una masa de hombres armados (a aquellos que ni siquiera sabían quién era El) y, aun

seguro de su muerte (pues sabia todo lo que iba a ocurrirle), se ofrece libremente como

una víctima que va a ser cruelmente sacrificada. Este cambio, tan completo como

repentino, resulta verdaderamente admirable si se contempla desde su santísima

humanidad. ¿Qué estima tendremos de El? ¿Qué intensa reacción ha de producirse en los

corazones de todos los fieles por la fuerza de este poder divino pasando asombrosamente

a través del organismo debilitado de un hombre? Porque, ¿cómo fue posible que ninguno

de los que le buscaban pudiera reconocerle al acercarse? Había enseñado en el templo.

Había volcado las mesas de los vendedores. Había arrojado de allí a éstos. Habla

desarrollado su actividad en público. Habla desconcertado a los fariseos. Había satisfecho

a los saduceos. Habla refutado a los escribas. Habla eludido con. una prudente respuesta

la pregunta capciosa de los soldados herodianos. Habla alimentado a siete mil hombres

con siete panes, y curado enfermos y resucitado a los muertos. Se habla hecho accesible

a todo tipo de personas: fariseos y publicanos, ricos y pobres, justos y pecadores, judíos y

samaritanos y gentiles. Y. ahora, no hay nadie entre tanta gente que le reconozca por su

rostro o por su voz al dirigirse a ellos de cerca. Parece como si los que enviaran la turba

hubieran cuidado de no mandar a nadie que hubiera visto de antemano a la persona que

buscaban. ¿Cómo es posible que nadie distinguiera a Cristo por el beso y el abrazo que

habla dado Judas por señal? El mismo traidor, ahora entre la turba, ¿acaso olvidó de

repente cómo reconocer a quien acababa de traicionar y señalar con un beso? ¿Qué

ocurrió en suceso tan extraño? Pienso que nadie fue capaz de reconocerle por la misma

razón por la que, más tarde, María Magdalena, aunque le vio, no le reconoció sino cuando

El se reveló a sí mismo; lo mismo con aquellos dos discípulos que, aun mientras charlaban

con El, no supieron quién era hasta que El se dio a conocer; y aun así, pensaron que era

un viajero, como María Magdalena creyó que era el jardinero. En pocas palabras, no le

reconocieron por la misma causa que nadie pudo seguir en pie cuando Cristo empezó a

hablar: "Al decir: Yo soy, retrocedieron y cayeron por tierra. "

Declaraba así Cristo ser en verdad la palabra de Dios, que penetra con mayor agudeza

que una espada de dos filos. Del rayo dicen que es de tal naturaleza que derrite la espada

dejando ilesa la vaina. Aquí, la sola voz de Cristo, sin dañar los cuerpos, de tal modo

debilitó las almas que les dejó sin fuerzas para sostener los miembros. 


 

 

Menciona el evangelista que judas estaba entre la turba. Muy probablemente, al oír que

Jesús reprochaba abiertamente su traición, confundido por la vergüenza o aplastado por el

miedo, pues conocía bien el carácter impulsivo y pronto de Pedro, se retiró

inmediatamente y volvió con los de su calaña. El evangelista lo recuerda para que

entendamos que también con todos los demás cayó judas al suelo:., era Judas de tal

condición que no había en aquella muchedumbre nadie peor que él ni que más se

mereciera ser arrojado por tierra. Quiso también el evangelista advertir sobre la necesidad

de ser cuidadoso y prudente en la compañía y amigos que uno mantiene: si se anda con

gente miserable se corre el peligro de caer junto con ellos. Si alguien pone estúpidamente

su suerte junto con quienes van a un naufragio seguro, rara vez sucederá que se salve él

sólo nadando a tierra firme, mientras los demás se ahogan en el fondo del mar. 

Libertad de Cristo en su captura, pasión y muerte

Quien pudo arrojar a todos al suelo con sola su palabra, fácilmente hubiera podido hacerlo

con tal fuerza que ninguno volviera a levantarse jamás. Me parece que esto no lo duda

nadie. Cristo, sin embargo, los tiró al suelo para que supieran que nada podrían sobre El si

El no quisiera libremente padecer; y así, permitió que se levantaran para seguir haciendo

lo que El deseaba padecer. "Al levantarse les preguntó por segunda vez ': ¿A quién

buscáis?, y ellos respondieron: A Jesús Nazareno. " Tan atemorizados contestaron que

parece estaban fueran de su sano juicio. 

En efecto, podían haber sabido que no encontrarían a nadie, y en aquel lugar y en aquella

hora de la noche, que no fuese discípulo de Cristo o amigo suyo; y lo último que haría tal

persona seria darles una pista para encontrar a Cristo. Ellos, por su parte, en lugar de

mantener secreto el propósito de su búsqueda, descubren todo el meollo del asunto al

encontrarse con alguien que ni saben quién es ni por qué les interroga. 

Tan pronto preguntó: "¿A quién buscáis?" respondieron: "A Jesús Nazareno. " Contestó

Cristo Jesús: "Ya os he dicho que yo soy. Ahora bien, si me buscáis a mi., dejad ir a éstos.

" Es decir: "Si me buscáis a mi, ¿por qué no me arrestáis de golpe, ya que yo mismo me

he acercado a vosotros y os he dicho quién soy? Y la razón es que sois tan incapaces de

prenderme contra mi voluntad que ni siquiera podéis permanecer de pie mientras os hablo,

como acabáis de comprobar al caeros. Por si acaso lo habéis olvidado, os vuelvo a repetir

que yo soy Jesús de Nazaret. Si a mí me buscáis, dejad que éstos se vayan. " Que estas

últimas palabras de Cristo no eran un simple ruego es algo que, me parece, Cristo dejó

muy claro al arrojar a todos al suelo. 

Ocurre, a veces, que quienes planean una villanía no quedan contentos con la simple

acción criminal, sino que, con depravado desenfreno, añaden algunos "adornos" (por

llamarlos de algún modo), del todo innecesarios para su propósito criminal. Hay, incluso,

algunos ministros del mal tan absurda y perversamente cumplidores que, para evitar el

riesgo de omitir alguna obra mala a ellos confiada, añaden algo "extra" de su propia parte,

por si acaso. A ambos se refiere Cristo: "Si a mí me buscáis, dejad marchar a éstos. Si los

sumos sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos del pueblo desean ávidamente calmar su

sed con mi sangre, prestad atención y mirad: Cuando me buscabais, salí a vuestro

encuentro. Ni siquiera me conocíais, y me entregué a vosotros. Mientras estabais

postrados en el suelo, yo seguía junto a vosotros. Y ahora que os levantáis sigo en pie

dispuesto a ser capturado. Soy yo mismo quien me entrego a vosotros (cosa que el traidor

no pudo conseguir), para que ni vosotros ni mis discípulos piensen que su sangre deba ser

añadida a la mía, como si acaso no fuera suficiente crimen matarme a mí. Si a mi me

buscáis, dejad ir a éstos. "

Mandó que dejaran en paz a los discípulos y aun les forzó a hacerlo; salvados gracias a la

fuga, anuló todos sus esfuerzos por capturarlos. Todo esto lo había anunciado ya de

antemano, y mandó: "Dejad ir a esto?, para que se cumplieran aquellas otras palabras:"No

he perdido ninguno de los que me has confiado"'. Estas palabras que menciona el


 

 

evangelista son las mismas que había dirigido Cristo a su Padre aquella noche en la

cena:"Padre santo, guarda en tu nombre a estos que Tú me has confiado. " Y después:

"He guardado a los que me diste, y ninguno se ha perdido sino el hijo de la perdición, para

que se cumpla la Escritura. " Al predecir que los discípulos se salvarían cuando El fuese

arrestado, se declara Cristo ser su guardián y custodio. Así lo recuerda el evangelista a

sus lectores para que entiendan que, aunque di ' ¡era a la turba que los dejasen marchar,

ya había El mismo abierto una vía para que huyeran. 

El final desgraciado de Judas se predice en el salmo 108, donde, en forma de oración, se

lee: "Sean cortos sus días, y otro reciba su ministerio. " Se dijo esto de Judas, traidor

mucho antes de su traición, pero dudo que, aparte del salmista, conociera alguien que

estas palabras eran una predicción precisamente sobre Judas, hasta que Cristo lo mostró

con claridad y los hechos confirmaron las palabras. 

No hay que olvidar que ni los mismos profetas velan todo lo predicho por otros, porque el

espíritu de profecía se da a la medida, es personal. Y además me parece que nadie

entiende el sentido de todas las frases de la Sagrada Escritura de tal modo que nada

quede ya en ellas de misterio escondido, todavía ignorado, bien sea sobre los tiempos del

anticristo o sobre el juicio final por Cristo; y permanecerán ocultos hasta que venga de

nuevo Elías para explicarlos. Puedo de este modo aplicar a la Sagrada Escritura aquella

exclamación del Apóstol sobre la sabiduría de Dios, pues es en la Escritura donde ha

ocultado Dios el vasto cúmulo de su sabiduría: "Oh profundidad de los tesoros de la

sabiduría y de la ciencia de Dios: ¡cuán incomprensibles son sus juicios, cuán

inescrutables son sus caminos!". 

En nuestros días-, sin embargo, primero en un sitio y luego en otro, surgen día tras día,

casi como avispas y abejorros, individuos que se glorían de ser autodidactas (como dice

San jerónimo), y que sin la ayuda de los comentarios de los antiguos doctores, encuentran

muy accesibles, abiertos y claros todos aquellos pasajes que los antiguos Padres

confesaron hablan encontrado dificilísimos. Y los Padres fueron autores de no menor

ingenio ni inferior formación doctrinal, infatigables en el estudio y, por lo que se refiere, a

ese "espíritu" o "carisma" que estos autores modernos tienen tan a menudo en sus labios

como tan rara vez en sus corazones, también los Padres les superaron no menos que en

la santidad de sus vidas. 

Ocurre en nuestros días que estos autores nuevos, que súbitamente han florecido de la

tierra como teólogos y que quieren presentarse como quien lo sabe todo, no sólo están en

desacuerdo con aquellos autores de vida tan santa sobre el significado de la Escritura,

sino que ni siquiera perseveran unánimes en los grandes dogmas de la fe cristiana. Uno

cualquiera entre ellos, el que sea, pretendiendo tener la verdad, conquista a los demás, y,

a su vez, es conquistado por ellos: todos se asemejan en su oposición a la fe católica, y

son todos también iguales en ser así vencidos. El que habita en los cielos se ríe de sus

intentos, inútiles e impíos. Y a El suplico yo para que no se ría de ellos de tal guisa que los

desdeñe en su ruina eterna, sino para que les conceda la gracia salvadora del

arrepentimiento, y así, estos hijos pródigos, que durante tanto tiempo han andado

descarriados en el exilio, vuelvan sus pasos al seno de su madre, la Iglesia. De esta

manera, unidos todos en la verdadera fe de Cristo y en la caridad de sus miembros,

podamos obtener la gloria de Cristo, nuestra Cabeza, gloria que nadie, por mucho que se

engañe, puede esperar alcanzar fuera del cuerpo de Cristo y de la verdadera fe. 

El fin de Judas

Pero, volviendo a lo que decía, el hecho de que esa profecía se aplique a judas fue algo

insinuado por Cristo y que judas mostró al suicidarse; fue hecho luego explícito por Pedro

y cumplido por todos los Apóstoles cuando Matías fue elegido para ocupar su lugar: otro

recibió su episcopado. Después de esto, no hubo ya ningún otro cambio en el grupo de los


 

 

Doce, aunque los obispos suceden ininterrumpidamente a los Apóstoles. Aquel número

sagrado alcanzó su fin al cumplirse la profecía. 

Al decir Cristo: "Dejad que éstos se vayan" no imploraba su permiso, sino que declaraba,

de una manera velada, que El mismo había concedido a los Apóstoles el poder de

marcharse para que se cumplieran aquellas palabras: "Padre, he guardado a los que me

diste y ninguno se ha perdido excepto el hijo de la perdición. " Vale la pena contemplar

aquí con cuánta eficacia predijo Cristo en estas palabras el contraste entre el fin de Judas

y el de los demás, la ruina del traidor y el feliz desenlace de los otros. Habla Jesús con tal

firmeza que no-parece anunciar algo del futuro, sino lo que ya ha ocurrido: "He guardado -

dice -a aquellos que me diste. " No se defendieron con sus propias fuerzas, ni se salvaron

por la misericordia de los judíos, ni escaparon por la negligencia de la cohorte, sino gracias

a Cristo: "Yo los he guardado. Y ninguno se ha perdido sino el hijo de la perdición.

También él estaba entre los que Tú me diste. El me recibió, y también a él, como a todos

los que me reciben, le he dado poder de llegar a ser hijo de Dios. Cuando la avaricia le

enloqueció se pasó a Satanás, y abandonándome y traicionándome con perfidia,

rechazando la salvación y esforzándose en mi destrucción, se convirtió en hijo de la

perdición y pereció como un miserable en su propia miseria. "

Infaliblemente cierto del final de judas, Cristo habla de su ruina como si ya hubiera

acontecido. Mientras Cristo es apresado, aparece el infeliz traidor como jefe y gula de los

que le capturan, y yo lo imagino gozándose y exultando en el peligro de su Maestro y de

los que fueron sus condiscípulos, pues estoy convencido de que deseaba y esperaba que

todos fueran arrestados y condenados. El carácter perverso y la locura furiosa de la

ingratitud se manifiestan por esta peculiaridad: que desea la muerte de la misma víctima a

la que inicuamente ha injuriado. Quien tiene su conciencia plagada de úlceras criminales

ve en el mismo rostro de su víctima un reproche insoportable de su acción, y huye de él

con espanto. 

Se alegraba el traidor confiando que serían capturados todos juntos, y estaba tan

estúpidamente seguro de si mismo, que nada habla más lejano de su cabeza como el

pensamiento de la sentencia de muerte que Dios le colgaba, un lazo terrible a punto de

atrapar su cuello en cualquier momento. Qué digna de compasión es esta tenebrosidad de

la débil y mortal condición humana que a menudo tiembla de miedo y se perturba

tumultuosamente mientras ignora estar completamente a salvo; y otras veces, en cambio,

se comporta como si nada le preocupara, segura de todo peligro, y del todo inconsciente

de que una espada mortal pende sobre su cabeza. Temían los demás Apóstoles ser

prendidos y asesinados junto con Cristo y, sin embargo, todos consiguieron escapar.

Judas, por el contrario, al parecer libre de todo temor y que, incluso se deleitaba en el

miedo de los Apóstoles, pereció unas pocas horas después. 

Cruel es el apetito que se alimenta de la desgracia ajena. Ni hay razón alguna para que

alguien se goce y felicite porque esté en su poder causar la muerte a otro ser humano,

como se le antojaba al traidor gracias a los soldados que había conseguido. Aunque un

hombre puede enviar a otro a la muerte, puede estar bien seguro de que é1 mismo

también le seguirá, e incierta como es la hora de la muerte, puede ocurrir que él mismo, tal

vez, preceda a quien imagina con arrogancia haber enviado a la muerte. Asi ocurrió aquí,

en donde la del miserable Judas precedió a la de Cristo, a quien aquél habla entregado a

la muerte. 

Ejemplo triste y terrible para todos. No se crea el criminal seguro y libre de castigo, por

mucho que se precie en su arrogante impenitencia, porque contra los malvados conspiran

al unisono todas las creaturas junto con el Creador. El aire suspira por soplar vapores

nocivos contra el miserable. El mar desea arrollarlo con sus olas. Las montañas quieren

volcarse sobre él. Los valles, levantarse en contra suya. La tierra, entreabrirse bajo sus

pies. El infierno busca tragarlo tras una larga calda. Los demonios desean zambullirle en

las llamas devoradoras y eternas. Y entretanto, el único que preserva al hombre malvado


 

 

es el mismo Dios que aquél abandonó. Si alguien es tan obstinado en su imitación de

Judas que Dios decida no ofrecerle más la gracia que tan a menudo le ha sido procurada

(y por él rechazada), ese hombre sí que es verdaderamente desgraciado, y por mucho que

se halague a si mismo en la falsa ilusión de volar muy alto en el aire sobre una nube de

falsa felicidad, está, de hecho, revolcándose en un abismo de calamidad y de desgracia. A

Cristo clementísimo se ha de pedir por uno mismo y por los demás para no imitar a Judas

en su obcecación frenética, y poder así aceptar la gracia que Dios ofrece para ser

restaurados de nuevo por la penitencia y por la misericordia a la gloria. 


 

 

 

 

II. SOBRE LA OREJA SAJADA DE MALCO, LA FUGA DE LOS DISCÍPULOS Y LA

CAPTURA DE CRISTO. 

 

 

Furia y celo de Pedro

Desde mucho tiempo antes hablan los Apóstoles escuchado a Cristo predecir las cosas

que ahora velan acontecer. Aun afectados por la tristeza y la pena, recibieron entonces

todo aquello con mucha menos preocupación que ahora, cuando velan ocurrir todas

aquellas cosas delante de sus propios ojos. Al ver que una cohorte entera de soldados

buscaba a Jesús -Nazareno, no quedaba ya lugar para la duda o la ambigüedad: le

buscaban para hacerle prisionero. Al sospechar lo que se avecinaba fueron sus ánimos

abatidos e inundados por un tumulto de sentimientos. De un lado, solicitud y preocupación

por su Señor., al que tanto amaban; pero, también, miedo y temor por lo que pudiera

ocurrirles a ellos mismos. De otro lado, debieron sentir vergüenza al recordar aquella

magnífica promesa suya de morir antes que abandonar al Maestro. A todos estos estados

de ánimo seguían impulsos varios, porque, si su amor les llevaba a quedarse, el miedo les

hacia no permanecer, el temor a la muerte les movía a huir, y la vergüenza por lo que

habían prometido les inclinaba a resistir y no ceder. 

Recordaban, además, lo que Cristo les había dicho aquella misma noche: que si antes

tenían prohibido llevar cosa alguna para defenderse, ahora, el que no tuviera espada

debería comprar una, aunque para hacerlo se viera obligado a vender la túnica. Crecía

su... miedo al ver a la cohorte romana y a la turba de los judíos avanzando en bloque,

todos bien provistos de armas, mientras ellos eran sólo once y desarmados, excepto dos

que tenían dos espadas (aparte de algún cuchillo o puñal que tuviera algún otro). Pues

bien, a pesar de todo recordaron más tarde que al decir al Maestro: "Mira, aquí hay dos

espadas", El había contestado: "Es suficiente. " No entendiendo el misterio de esas

palabras le preguntan impetuosamente si quiere que ellos le defiendan con la espada:

'Señor, ¿herimos con la espada?"

Pedro, furioso por la emoción, no esperó la respuesta, sino que desenvainando la espada

asestó un golpe a un siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Quizá estaba

este criado junto a Pedro, o bien su aspecto fiero y altanero destacaba entre los demás.

De cualquier modo, parece que era conocido por su maldad porque los evangelistas

mencionan que era un siervo del sumo sacerdote, jefe y príncipe de todos los sacerdotes,

y como dice un autor satírico: "Cuanto más grande la casa, más soberbios los servidores. "

Saben los hombres por experiencia que, en cualquier parte, los servidores de grandes

señores superan a éstos en arrogancia. Y para que supiéramos que este individuo estaba

muy cercano al sumo pontífice (y así era tanto más distinguido en su soberbia), añadió

Juan, inmediatamente., su nombre: "El nombre del siervo era Malco". 

Es un dato que este evangelista no ofrece en cualquier lugar y sin una buena razón.

Imagino que este canalla llamado Malco debió de entrometerse altaneramente, irritando a

Pedro, que, a su vez, escogió a tal sujeto para iniciar la pelea; y vigorosamente habría

dirigido el ataque si Cristo no hubiera detenido su ímpetu. En efecto, prohibió Cristo a los

demás que lucharan, declaró ser impotente el celo de Pedro y, finalmente, curó la oreja de

este pobre individuo. Lo hizo así porque no vino a huir de la muerte, sino a padecería, y

además, caso de que no hubiera venido a morir, no habría necesitado de tal ayuda. 

Para recalcar bien esto, respondió primero a la pregunta de los otros Apóstoles: "Dejadles.

No sigáis adelante. Dejadles hacer otro poco. Con una sola palabra los tiré al suelo y, con

todo, como veis, les permití que se levantaran para que pudieran llevar a cabo lo que

desean hacer. Si a ellos les dejo llegar hasta ahí, haced vosotros otro tanto. Llegará el


 

 

momento en que ya no permitiré que puedan nada sobre mi; e incluso ahora no necesito

vuestra ayuda. "

Después, volviéndose a Pedro le dijo: 'Pon la espada en su lugar", como si dijera: "No

deseo ser defendido con la espada, y a vosotros os he escogido para una misión que no

es lucha con esa espada, sino con la espada de la palabra de Dios. Devuelve, por tanto, la

espada de hierro a su sitio, que es donde debe estar: en manos de los príncipes y de las

autoridades temporales para usarla contra los que obran el mal. Vosotros, Apóstoles de mi

rebaño, tenéis otra espada mucho más temible que cualquiera de hierro. Una espada por

la que el hombre impío es, a veces, cortado y desgajado de la Iglesia como miembro

podrido de mi Cuerpo místico, y entregado a Satanás para destrucción de la carne, y así

salvar el espíritu (supuesto que sea curable) y capacitarlo una vez mas para ser injertado y

seguir creciendo de nuevo. Aunque, ocurre alguna vez, que quien padece un tumor

incurable es entregado a la muerte invisible del alma, no sea que infeccione otros

miembros sanos con su enfermedad. Tan lejos estoy de desear que hagas uso de la

espada de hierro (que pertenece a la autoridad secular) que pienso asimismo que la

espada espiritual (cuyo manejo os pertenece) no debe ser desenvainada con mucha

frecuencia. Pero manejad con gran energía la espada de la palabra, cuyo tajo, como el del

bisturí, hace posible que salga el pus, y cura, ciertamente, hiriendo. Por lo que se refiere a

la maciza y peligrosa espada de la excomunión., deseo permanezca escondida en el

estuche de la misericordia a no ser que una necesidad urgente y grave requiera sea

desenvainada. " 

Cristo corrige al Apóstol

Con sólo tres palabras contestó a los otros Apóstoles, bien porque eran más moderados o

quizá sencillamente, porque eran más tibios que o para calmar el ímpetu bullicios y sin

freno de este último necesitó extenderse un poco más. No sólo le mandó envainar la

espada; añadió también la razón por la que no aprobaba su celo, por fervoroso que fuera.

"¿No quieres que beba el cáliz que mi Padre me dio a beber?". 

Tiempo antes, habla predicho Cristo en una ocasión a los Apóstoles que "convenía que

fuera él a Jerusalén y que padeciera mucho de los ancianos, escribas y príncipes de los

sacerdotes, y que fuese muerto y que resucitara al tercer día. Y tomándole aparte Pedro

trataba de disuadirle diciendo: 'De ningún modo, Señor. Nada de todo eso te ocurrirá'.

Cristo se volvió hacia Pedro y le dijo: 'Apártate de mi, Satanás, que no saboreas las cosas

que son de Dios". ¡Con qué energía replicó Cristo a Pedro!

Poco antes de esto, al confesar Pedro que Cristo era el Hijo de Dios, le había dicho:

'Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado eso la carne ni la

sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta

piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella". En esa

otra ocasión, sin embargo, declara ser escándalo, le llama Satanás, que no entiende las

cosas de Dios sino sólo las de los hombres. ¿Por qué todo esto? Porque intentaba Pedro

disuadirle de su camino hacia la muerte. Cristo le hizo ver que convenía perseverar hasta

la muerte, hasta aquella muerte irrevocablemente decretada por su propia voluntad. No

sólo no quería Cristo que ellos impidieran su muerte, sino que deseaba le siguieran

también en aquel mismo camino suyo. "Si alguien quiere venir en pos de mi, niéguese a sí

mismo, coja su cruz y sígame ". No contento con esta exigencia, fue más allá para mostrar

que si alguien rehusara seguirle en el camino hacia la muerte cuando el caso lo requiere,

no sólo no evita la muerte, sino que viene a caer en una mucho peor. Quien da su vida, no

la pierde, sino que la cambia por una vida más plena, pues "quien quiera salvar su vida, la

perderá; pero quien pierde su vida por mí la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar

todo el mundo, si pierde su alma? ¿Qué podrá dar entonces para rescatarla? El Hijo del

hombre ha de venir revestido de la gloria de su Padre y rodeado con sus ángeles, y

entonces dará a cada uno según sus obras`. 


 

 

Es posible que haya yo dedicado a este pasaje más tiempo del necesario. Pero, ante estas

palabras de Cristo tan graves y amenazadoras, por un lado, y tan eficaces, por otro, para

originar esperanza en la vida eterna, me pregunto si habrá alguien que no quede de

verdad conmocionado. 

La importancia de estas palabras en este lugar está clara. Pedro es amonestado para que

su celo no le desviara de tal modo que estorbara la muerte de Cristo. No obstante, vuelve

Pedro con igual ardor a oponerse a ella, y no se limita ahora a unas pocas palabras, sino

que intenta conseguirlo por la violencia de la lucha. Cristo, que sabia que Pedro lo hacia

con buena intención, y que a medida que se acercaba la pasión aparecía más y más

humilde con todos, no le reprochó con dureza. Le corrigió dándole una razón; declaró

después ser aquello un pecado; y, finalmente, afirmó que, caso de. que quisiera evitar la

muerte, no necesitaría de la ayuda de Pedro ni de ningún otro mortal. No tenla mas que

pedírselo a su Padre que hubiera enviado una poderosa e invencible legión de ángeles

para liberarle de esta gente ruin que buscaba cogerle prisionero. 

La razón con la que contrarrestó el celo de Pedro se contiene en su pregunta: "¿No

quieres que beba el cáliz que mi Padre me entregó? `. Mi vida entera hasta ahora ha

estado moldeada por la obediencia y ha sido modelo de humildad. ¿Qué he enseñado con

mas frecuencia o con mas energía sino que las autoridades deben ser obedecidas, que se

ha de tener honor y respeto a los padres, que lo que es del César se ha de entregar al

César y lo que es de Dios a Dios? Y ahora que debo acabar mi obra y hacerla perfecta en

todo detalle, ¿pretendes que rechace el cáliz que mi Padre me ofrece, deseas que el Hijo

del hombre desobedezca y que, de este modo, destruya y deshilache en un momento el

tapiz hermosísimo que durante tanto tiempo ha estado tejiendo?"

Enseña a Pedro, en segundo lugar, que, al asestar un golpe de espada, ha cometido un

pecado. Y lo hace con un ejemplo del Derecho civil: 'Todos que se sirven de la espada, a

espada morirán" ". Según el Derecho romano (al que estaban sometidos los judíos),

cualquier persona que fuera descubierta llevando una espada, sin legítima autoridad, con

el propósito de matar, era considerada en la misma categoría que el hombre que ya

hubiera asesinado a otro. ¡ Cuánto más en el caso de quien no sólo llevaba espada, sino

que la había desenvainado y asestado un golpe!. No me parece que Pedro, en tal

momento de consternación y desconcierto, pudiera controlarse para apuntar sólo a la oreja

de Malco, evitando deliberadamente golpearle en la cabeza, como si no hubiera querido

matarle sino tan sólo asustarle. 

Naturalmente, se podría añadir aquí que es licito servirse de la fuerza para proteger a un

inocente de un asalto criminal. Pero esta cuestión requeriría un tratamiento más extenso

del que se puede intentar en estas páginas. Por mucho que pueda excusarse la acción de

Pedro, ya que la hizo por un leal afecto hacía Cristo, una cosa está clara: lo hizo en

ausencia de legítima autoridad para emplear la fuerza, como muestra muy bien el hecho

de que Cristo le había severamente advertido de que no intentara impedir de ningún modo

su pasión y muerte, no sólo por la fuerza, sino ni siquiera con palabras. 

Finalmente, desaprueba el ataque violento de Pedro, señalando que su protección era del

todo superflua e innecesaria. "¿No sabes que puedo pedir ayuda a mi Padre, e

inmediatamente me enviaría más de doce legiones de ángeles?" '. Fijaos, mantiene

silencio sobre su propio poder, pero se gloria de gozar del favor de su Padre. A medida

que se acercaba más y más su muerte, deseaba evitar toda alocución sublime de si mismo

y no quería pregonar que su poder era igual al de su Padre. Queriendo dejar bien claro

que no necesitaba la ayuda de Pedro ni de ningún otro mortal, afirma que la ayuda de los

ángeles le habría sido enviada por su Padre todopoderoso inmediatamente, con sólo

haberla pedido. "¿No sabes que puedo pedir ayuda a mi Padre... ?" como si dijera: "Con

vuestros propios ojos acabáis de ver cómo arrojé al suelo, con sola mi voz y sin tocarla, a

toda esta turbamulta, tan grande que si confías ser suficientemente fuerte para

defenderme contra ella, debes estar completamente loco. Si esta razón no te convence,


 

 

considera, al menos, de quién confesaste tú que yo era hijo cuando al preguntaros '¿Quién

decís vosotros que soy yo?', tú diste al punto aquella respuesta que el cielo te enseñó: Tú

eres Cristo, el Hijo de Dios vivo'. Pues, si por divina revelación conoces que yo soy Hijo de

Dios, y ya que has de saber que los padres en esta tierra no abandonan a sus hijos,

¿piensas, acaso, que mi Padre celestial me abandonaría? ¿No sabes que, si se lo pidiera,

me enviaría más de doce legiones de ángeles, y que lo haría en el acto, sin tardanza? Y

contra tantas legiones de ángeles, ¿qué podría esta cohorte de plebeyos y ruines

mortales? Ciento veinte legiones de creaturas como éstas no podrían ni siquiera mirar el

rostro de un ángel airado. "

Vuelve después Cristo a lo primero como si fuera lo más importante, y dice: "¿Cómo se

cumplirán las Escrituras según las cuales conviene que ocurra así?". Llenas, en efecto,

están las Escrituras de vaticinios sobre la pasión y muerte de Cristo y sobre el misterio de

la redención de la humanidad que no se realizarla sin la pasión. Y para que ni Pedro ni

ningún otro musitara para sí mismo: "Si puedes conseguir todas esas legiones de tu Padre,

¿por qué no las pides?" le dijo Cristo: "¿Cómo se cumplirán las Escrituras según las cuales

conviene que suceda así? Si ves en la Sagrada Escritura que éste es el camino escogido

por la sabiduría justísima de Dios para instaurar de nuevo la raza humana en la gloria que

perdió, y aun así pidiera yo a mi Padre que me salvara de la muerte, ¿qué estaría

haciendo sino esforzarme por deshacer lo que vine a. cumplir? Hacer que bajen del cielo

los ángeles para defenderme, ¿qué otro resultado tendría sino, precisamente, excluir del

cielo a la raza humana entera para cuya redención a la gloria celestial he bajado yo a la

tierra? No luchas tú, por tanto, con tu espada contra los impíos judíos, sino que arremetes

contra toda la humanidad en la medida en que no dejas se cumplan las Escrituras ni

quieres que beba el cáliz que me dio mi Padre; aquel cáliz por el que yo, libre de culpa y

sin mancha, borraré la mácula de la naturaleza caída. " 

Malco, figura de la razón humana

Contemplad el corazón dulcísimo de Cristo que no pensó era bastante reprochar al que

golpeaba, sino que, para damos ejemplo de que hemos de devolver bien por mal, tocó

también la oreja sajada de su perseguidor y se la curó. Ningún cuerpo está tan plenamente

configurado por el alma como la letra de la Sagrada Escritura está permeada de misterios

espirituales. Así como nadie puede tocar una parte del cuerpo en que no se halle el alma

dando vida y sensación (incluso la parte más pequeña), de manera parecida, no hay en

toda la Sagrada Escritura un hecho o una historia aunque sea bien material y palpable, por

así decirlo, que no lleve la -vida y el aliento de algún misterio espiritual. Al considerar cómo

la oreja de Malco fue cortada por la espada de Pedro y restaurada por la mano de Cristo,

no nos quedemos únicamente con los hechos del relato (de los que podemos aprender

mucho para nuestra salvación): penetremos en el misterio espiritual de salvación

escondido bajo la letra de la historia. 

Este personaje, Malco, cuyo nombre significa en hebreo "rey" puede ser tomado como

figura de la razón humana; porque la razón debe gobernar en el hombre como un rey, y

verdaderamente reina cuando se sujeta a sí misma en el obsequio de la fe y sirve a Dios.

Y servir a Dios es reinar. 

Por su parte, el sumo sacerdote, junto con sus ministros, los escribas y los ancianos del

pueblo, era dado a depravadas supersticiones que mezclaba con la ley de Dios y, con el

pretexto de la piedad, luchaba contra la piedad esforzándose por demoler al fundador de la

verdadera religión. Todo esto hace que pueda ser tomado, junto con sus cómplices, como

figura de los heresiarcas sacrílegos, ministros supremos de la nefanda superstición. 

Cuando la razón se rebela contra la verdadera fe de Cristo y se hace adicta a la herejía,

huye de Cristo y se convierte en esclava del hereje al que sigue, descarriada por el diablo

y perdida en los vericuetos del error. Conserva la oreja izquierda, por la que escucha

siniestras herejías, mientras pierde la derecha, por la que debería oír la fe verdadera. 


 

 

No ocurre esto siempre por igual causa ni con el mismo resultado. Hay cabezas que

tienden a la herejía por malicia y adrede. En ese caso no cae la oreja de un golpe, sino

que va perdiéndose poco a poco y paso a paso, en la medida en que el diablo infiltra el

veneno; llega luego un momento en que las partes purulentas se endurecen obturando los

pasos de la trompa auditiva, de tal modo que nada bueno puede entrar. Difícilmente son

tales individuos restaurados en la salud porque las partes carcomidas por el cáncer

devorador se pierden del todo, y nada queda que pueda ser repuesto en su lugar. 

Puede también ocurrir que la oreja haya sido sajada de un golpe seco y preciso, a causa

de un celo imprudente, y que, entera, haya rodado hasta el suelo. Así pasa con aquellos

que, movidos por una pasión o un sentimiento repentino, abandonan la verdad

conquistados por una falsa apariencia de la verdad. También representa a quienes han

sido engañados por su celo; de éstos ya advirtió Cristo: "Vendrá un tiempo en que quien os

matare se creerá hacer un obsequio a Dios? ". De esta clase fue el Apóstol Pablo. 

Otros hay que, atolondradas sus inteligencias por apegos terrenos, -dejan que la oreja por

la que oían la buena doctrina del cielo sea amputada, cayendo sobre la tierra. A menudo

se compadece Cristo, de la desgracia de tales hombres, y recogiendo del suelo con su

propia mano la oreja que fue cortada en un súbito arrebato o por un celo mal entendido.,

con sólo tocarla la encola de nuevo a la cabeza, y vuelve a ser idónea para escuchar la

verdadera doctrina. 

En fin, sé bien que, de este pasaje, sacaron los antiguos Padres, con la gracia del Espíritu

Santo, varios significados misteriosos, cada autor el suyo; pero no es mi propósito hacer

un elenco de todos porque interrumpiría demasiado el relato de los acontecimientos

históricos. 

El poder de las tinieblas

«Dijo después Jesús a los príncipes de los sacerdotes y a los prefectos del templo y a los

ancianos que habían venido: "Habéis salido a prenderme con espadas y con garrotes

como si yo fuera un ladrón. Todos los días estaba entre vosotros enseñando en el templo y

nunca me echasteis la mano. Mas ésta es la hora vuestra y el poder de las tinieblas". Así

habló Cristo a aquellos príncipes de los sacerdotes y magistrados del templo que habían

venido. Tienen aquí algunos una cierta duda porque el evangelista Lucas señala que

Cristo se dirigió a los príncipes de los sacerdotes y a los magistrados del templo y a los

ancianos del pueblo, mientras que los demás evangelistas dicen que no fueron esas

personas al lugar, sino que enviaron una cohorte de soldados con sus servidores. 

Afirman algunos no encontrar tal dificultad porque se puede decir que Cristo habló con

ellos porque habló, de hecho., con los que hablan sido enviados. Ordinariamente, se

entiende que los príncipes hablan entre si por medio de sus embajadores respectivos, y

muchas personas se hablan valiéndose de mensajeros. Todo lo que decimos a un criado

que se nos ha enviado, lo hablamos, realmente, a su amo que nos lo envió., pues el

servidor repetirá todo a su señor. Aunque no juzgo improbable esta solución, me inclino

mucho más a favor de la opinión de quienes piensan que Cristo hablé cara a cara con los

príncipes de los sacerdotes, ministros del templo y ancianos del pueblo. Lucas, en efecto,

no dice que Cristo se dirigiera a todos los príncipes de los sacerdotes ni a todos los

prefectos del templo ni a todos los ancianos del pueblo, sino solamente a aquellos que

hablan venido. Parece indicar que, aunque reunidos todos en consejo se decidió enviar la

cohorte y los servidores para apresar a Jesús, hubo algunos de cada grupo (ancianos,

príncipes y fariseos) que fueron Junto a ellos. Esta explicación concuerda exactamente

con las palabras de Lucas y no contradice los relatos de otros evangelistas. 

Dirigiéndose, por tanto, a los príncipes, fariseos y ancianos, les recuerda Cristo

tácitamente que no atribuyan su captura a sus fuerzas ni a su habilidad, y que no se jacten

ridículamente de ella como si fuera una astuta e ingeniosa proeza (como suelen,

desgraciadamente, hacer quienes al obrar la maldad se ven acompañados por la suerte).


 

 

Nada pudieron contra El las insensatas maquinaciones con las que se esforzaban por

ahogar la verdad; detrás de todo estaba la profunda sabiduría de Dios que había previsto y

establecido el tiempo en que el príncipe de este mundo perdería su presa, es decir, el

género humano, por mucho que luchara por retenerla. 

De otro modo, les siguió explicando Cristo, no hubiera habido necesidad de comprar un

traidor, ni de venir en la noche con linternas y, antorchas, rodeados de soldados y armados

con espadas y garrotes. Podían haberlo hecho antes, en cualquier momento. Podían

haberle arrestado sin esfuerzo, sin pasar una noche en vela, sin ruido ni estrépito de

armas, todas aquellas veces mientras, tranquilamente sentado, enseñaba en el templo. Se

jactaban, quizá, porque pensaban que era muy difícil realizar lo que Cristo les mostraba

haber sido tan fácil; temían que la captura de Cristo hubiera podido originar un gran

peligro, un levantamiento del pueblo. Pero esta dificultad sólo se presentó, en su mayor

parte, después de la resurrección          de Lázaro. En efecto, más de una vez antes de este

suceso, y a pesar del amor por sus virtudes y del profundo respeto que el pueblo sentía

hacia El, había tenido Cristo que servirse de su poder para escapar de en medio de ellos.

Quienes entonces hubieran intentado cogerle y matarle no habrían encontrado ningún

peligro ni amenaza en la masa del pueblo, sino, más bien, un cómplice en el crimen (tan

mudable es siempre la muchedumbre anónima y tan inclinada a decidirse por la parte

equivocada). Los hechos mostraron poco después con qué facilidad se olvida el favor de la

muchedumbre hacia una persona y el miedo que de ahí pueda surgir; porque, en cuanto

fue Cristo apresado, el pueblo que antes aclamara con júbilo: "¡Bendito el que viene en

nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!" gritaba ahora furibundo en contra suya: "¡Afuera!

¡Crucifícalo ¡". 

Había querido Dios, hasta este momento, que los que deseaban capturar a Cristo

imaginaran todo tipo de razones ficticias para temblar de miedo cuando nada había que

temer. Ahora que habla llegado el tiempo oportuno para la redención de todos los mortales

(los que de verdad quieran ser redimidos) por la muerte cruel de uno solo, siendo así

restablecidos a la felicidad de la vida eterna, esas pobres creaturas que atrapan a Cristo

se jactan de haber realizado con gran inteligencia y astucia lo que, de. hecho, habla

prescrito Dios en su divina providencia y misericordia desde toda la eternidad; que ni

siquiera la calda de un pájaro al suelo, está fuera de su providencia. Para mostrarles cuán

errados andaban, y para que supieran que, sin su consentimiento, de nada hubiera valido

el engaño fraudulento del traidor, ni sus bien calculadas insidias, ni el poder de los

soldados romanos, les dijo: "Pero ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. "

Palabras de Cristo que Mateo consolida con razón al escribir: "Todo esto se hace para que

se cumplan las Escrituras del profeta ". 

Son muchos los lugares de los profetas donde se encuentran vaticinios sobre la muerte de

Cristo: "Fue llevado como un cordero al matadero, y su clamor no fue oído en las calle?",

"Horadaron mis manos y mis pies", 'Fue contado entre los malhechores", "Tomó sobre sí

nuestras enfermedades", "Por cuyas Hagas hemos sido sanados". Abundan los profetas

en claras predicciones de la muerte de Cristo, y, para que no quedaran incumplidas, era

necesario que no dependieran totalmente de planes humanos, sino de Aquel que previó y

ordenó desde toda la eternidad lo que iba a ocurrir, es decir, en el Padre de Cristo, en el

mismo Cristo y en el Espíritu Santo de ambos; pues las obras de los tres de tal modo se

unen que ninguna obra ad extra deja de pertenecer por igual a las tres Personas. El tiempo

oportuno para el cumplimiento de aquel plan estaba así previsto y prescrito, y los príncipes

de los sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos, inicuos ministros que se enorgullecían de

haber capturado a Cristo, no eran sino instrumentos ciegos de la voluntad bondadosísima

e inmutable de Dios todopoderoso, no sólo de las personas del Padre y del Espíritu Santo,

sino también de la persona de Cristo. Herramientas eran, en su ignorancia, ávidas,

cegadas y alocadas por la malicia, que causaban daño enorme en sí mismos y un bien

grande en otros, y que llevaron a Cristo a la muerte temporal, pero que fueron utilizadas

para conseguir la felicidad para el género humano y para Cristo la gloria eterna. 


 

 

Les dijo: "Mas ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. "Hubo un tiempo en el que,

aunque me odiabais con furor y deseabais perderme, aunque podíais haberlo hecho en

cualquier momento sin dificultad, no me cogisteis en el templo y ni siquiera pusisteis

manos sobre mí. ¿Por qué? Porque ni el Tiempo ni la hora habían llegado; no una hora

fijada por las estrellas del cielo o escogida por vuestras astucias, sino por el plan

inescrutable de mi Padre al que había yo dado' mi consentimiento. ¿Os preguntáis cuándo

la escogió? No en tiempos de Abraham, sino desde toda la eternidad. Desde siempre,

junto con el Padre, antes de que Abraham fuera' yo soy. Pero ésta es vuestra hora y el

poder de las tinieblas. Esta es la hora breve dada a vosotros, y éste, el poder concedido a

las tinieblas, para que podáis hacer en la oscuridad de la noche lo que no se os permitió a

la luz del día. Como aves de rapiña, como búhos y lechuzas, murciélagos y cuervos de la

noche, y otros pajarracos de esa suerte, chillando desaforadamente con vuestros picos,

revoloteáis ahora sobre mí, pero todo será en vano. Porque en tinieblas andáis cuando

achacáis mi muerte a vuestra fuerza. En tinieblas está

Pilato, el gobernador, cuando se enorgullezca de tener, poder para salvarme o

crucificarme: aunque mi pueblo y mis sacerdotes están a punto de entregarme a él, ningún

poder tendría sobre mí si no le fuera dado del cielo; por esta razón, los que a él me

entregan mayor pecado tienen. Mas ésta es la hora y el poder, pasajero y breve, de la

tiniebla. Quien camina en la oscuridad no sabe a dónde va; y vosotros ni veis ni sabéis lo

que hacéis, por lo que yo mismo rogaré al Padre para que se os pueda perdonar todo

cuanto tramáis contra mí. Mas no a todos se perdonará ni se excusará su ceguera; porque

vosotros mismos creáis y forjáis vuestra propia oscuridad. Apagáis la luz y cegáis primero

vuestros ojos, y luego, los ojos de los demás. Os convertís en ciegos que guían a otros

ciegos, hasta que ambos caen en el pozo. Esta vuestra hora es y será breve. Este es el

poder incontrolable y frenético que os trae aquí bien armados para apresar al inerme y

desarmado, el hombre cruel y sanguinario contra el hombre amable y apacible, hombres

culpables contra el hombre inocente, el traidor contra su señor, pobres criaturas mortales

contra su Dios. 

No sólo a vosotros, contra mí y aquí y ahora, se da este poder de la oscuridad, sino

también a otros gobernadores, césares y autoridades temporales contra otros discípulos

míos. Y poder de las tinieblas será esa hora, en verdad, porque cuanto sufran y digan no lo

padecerán ni expresarán con solas sus fuerzas, sino que venciendo con mi energía, en su

paciencia conquistarán sus almas, y será el Espíritu de mi Padre el que hable en ellos. De

la misma manera, quienes les atormenten y asesinen no harán nada de si mismos: el

Príncipe de las tinieblas (ya se acerca y no tiene poder sobre mi) inculcará el veneno en

verdugos y tiranos, mostrando y haciendo alarde de su fuerza a través de ellos y por el

tiempo que le sea permitido. No lucharán mis compañeros de armas contra la carne y la

sangre, sino contra príncipes y potestades, contra los que manipulan la oscuridad de este

mundo, contra los espíritus maléficos. Ha de nacer todavía Nerón, por el que el príncipe de

las tinieblas matará a Pedro, y después a Pablo, aunque éste todavía no se llama Pablo y

se mueve en contra mía. Por el príncipe de las tinieblas muchos otros césares y

autoridades se levantarán contra mis discípulos. 

Aunque las gentes se amotinen y tracen las naciones planes vanos, aunque se alcen los

poderosos de la tierra y conspiren juntos contra el Señor y su Cristo, esforzándose por

quebrantar los vínculos y arrojar el yugo tan suave que Dios tan amoroso y amable impone

por medio de sus pastores sobre sus cuellos testarudos, el que mora en los cielos se reirá

y se burlará de todos ellos. Que no está El, sobre un trono como el que tienen los

poderosos de la tierra, elevados a unos pocos pies del suelo, sino que se alza majestuoso

sobre la puesta del sol y se sienta por encima de los querubines; los cielos son su trono, la

tierra es su escabel, su nombre es "el Señor?'. Rey de reyes y señor de señores. Rey de

presencia impresionante que intimida los ánimos de los príncipes. Les hablará en su ira y

con su furor los turbará. Constituirá a Cristo, su Hijo que hoy ha engendrado, como rey

sobre Sión su monte santo, montaña que jamás se tambaleará.         Pondrá sus enemigos


 

 

como escañuelo bajo sus pies. Los que querían romper los lazos y arrojar lejos su yugo

serán gobernados con vara de hierro y los despedazará como el barro. Contra todos ellos

y contra su instigador, el príncipe de las tinieblas, serán mis discípulos confortados y

fortalecidos en el Señor. Y revestidos con la armadura de Dios, los lomos ceñidos con la

verdad, protegidos con la coraza de la justicia, calzados y listos para sembrar el evangelio

de la paz, alzando en todas las cosas el escudo de la fe, y poniéndose el casco de

salvación y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios, serán revestidos con el poder

de lo alto. 

Resistirán, de esta manera, las insidias del diablo, esto es, los halagos y lisonjas, los

placeres y comodidades que pondrá en labios de los perseguidores para que, vencidos por

la flojedad y la blandura, abandonen el camino de la verdad. Aguantarán también firmes

los asaltos abiertos de Satán resguardados por el escudo de la fe, bañando en lágrimas su

oración, y sudando sangre en la agonía de su pasión. De nada valdrán los fieros dardos

lanzados contra ellos por los esclavos de Satán. 

Después de haber cogido su cruz para seguirme, y una vez que hayan vencido al diablo y

aplastado a los esbirros terrenales de Satanás, entrarán, por fin, los mártires en el cielo

con una gloria admirable sobre una carroza triunfal. 

Pero, vosotros que ahora ejercéis sobre mí vuestra malicia y todos los que, en su

corrupción, os imiten después, raza de víboras que, con parecida maldad y sin

arrepentimiento, marcharán sobre los míos, seréis arrojados al fuego eterno del infierno.

Se os concede, mientras tanto, mostrar y ejercer vuestro poder; y, para que no os

ensoberbezcáis, no olvidéis que muy pronto se os acabará. No es el mundo sempiterno

para que sea permitido tal desenfrenado libertinaje, sino que su duración ha sido abreviada

hasta un tiempo muy corto por causa de los escogidos, para que no sean torturados más

allá de sus fuerzas. Vuestro tiempo y el poder de las tinieblas no son eternos, sino tan

fugaces como el momento presente, un instante temporal atrapado entre el pasado que ya

fue y el futuro que todavía no ha llegado. Breve es vuestra hora y, para que no os perdáis

nada de ella, proceded inmediatamente a gastarla. Ya que me buscáis a mi para

destruirme, daos prisa, haced rápidamente lo que pensáis hacer, pero dejad que éstos se

vayan. "Entonces, todos los discípulos le abandonaron y huyeron". 

La fuga de los discípulos

Fácilmente se ve en este pasaje qué difícil es la virtud de la paciencia. Muchos son los que

pueden enfrentarse con valentía a una muerte cierta con la condición de que puedan

devolver los golpes de los atacantes, dando rienda suelta a sus pasiones e hiriendo al

enemigo. Mas sufrir sin lo que pudiera ser el alivio de una posible venganza, arrostrar la

muerte con tal paciencia que no sólo no se devuelvan los golpes, sino que ni siquiera se

rechacen con palabras airadas, es, os lo aseguro, tal cumbre sublime de heroica virtud que

ni los Apóstoles tuvieron fuerzas para ascenderla. Fueron, ciertamente, admirables en su

promesa de ir a la muerte con Cristo artes que abandonarle; y la mantuvieron, en algún

sentido, porque estaban dispuestos a morir con la condición de que pudieran morir

peleando. Así lo mostró Pedro con obras al golpear a Malco. Pero cuando nuestro Señor

les negó el permiso para luchar y defenderse, "le abandonaron todos y huyeron". 

Alguna vez me he preguntado si, cuando Cristo dejó de orar y fue a donde estaban los

Apóstoles, encontrándolos dormidos, se dirigió a ambos grupos o sólo a aquellos

Apóstoles que El habla deseado estuviesen más cerca suyo. Al considerar ahora las

palabras del evangelista, "Todos le abandonaron y huyeron». ya no dudo de que todos por

igual se durmieron. Despiertos y rezando deberían haber estado para no caer en la

tentación, como Cristo les mandó; y, al dormirse, dieron una oportunidad al tentador de

debilitar sus voluntades con una atolondrada modorra que les inclinó más a buscar los

extremos, luchar o huir, que a soportarlo todo con paciencia. Por esta razón le

abandonaron todos y huyeron, cumpliéndose la palabra de Cristo: "Esta noche todos os


 

 

escandalizaréis de mi". y también lo que predijo el profeta:... "Heriré al pastor y se

descarriarán las ovejas"

"Le seguía un joven, envuelto solamente con un lienzo sobre su cuerpo, y

desprendiéndose de él, escapó desnudo". Quién era este adolescente es algo que nunca

se ha sabido con absoluta certeza. Algunos piensan que era Santiago, al que llamaban

hermano del Señor y distinguido con el sobrenombre de "justo". Dicen otros que era Juan

evangelista, a quien el Señor amó siempre con predilección, y que debía ser entonces muy

joven, pues llegó a vivir muchos años después de la muerte de Cristo (según jerónimo

murió sesenta y ocho años después de la pasión del Señor). No faltan autores antiguos

que afirman que este adolescente no era uno de los Apóstoles, sino uno de los servidores

en la casa donde Cristo había celebrado aquella noche la Pascua. Personalmente, me

siento más inclinado a aceptar esta opinión. Aparte de que no me parece verosímil que un

Apóstol llevara por todo vestido un simple lienzo, y además, tan mal sujeto que pudiera

desprenderse de repente, el contexto y los hechos de la historia, junto con las mismas

palabras del relato, me llevan a opinar así. 

Entre los que piensan que el joven era uno de los Apóstoles, la mayoría se inclina por

Juan; mas no me parece a mí probable por las propias palabras de Juan: "Seguían a

Jesús, Simón Pedro y otro discípulo que era conocido del pontífice, y así, entró con Jesús

en el atrio del pontífice. Pero Pedro se quedó en la puerta. Salió, pues, el otro discípulo, el

conocido del pontífice, y habló con la portera y consiguió que Pedro entrara" '. Los que

dicen que era el santo evangelista quien siguió a Cristo y huyó al ser hecho prisionero,

tienen que hacer frente a una dificultad en su argumento, y es ésta: el hecho de que el

joven arrojó la sábana y escapó desnudo. En efecto, parece esto no concordar bien con lo

que sigue, es decir, que Juan entró en el atrio del sumo sacerdote, introdujo a Pedro y

siguió a Cristo en todo momento hasta el lugar de la Crucifixión, permaneciendo junto al

Crucificado con la amadísima Madre de Cristo (junto a la Cruz, un hombre virginal y una

Virgen purísima), y que cuando Cristo se la encomendó, la aceptó como Madre allí mismo.

No cabe ninguna duda de que, en todo este tiempo y en esos distintos lugares, Juan iba

vestido. Era discípulo de Cristo, no uno de la secta de los cínicos. Por lo tanto, aunque

tenia sentido común para no evitar la desnudez del cuerpo cuando las circunstancias así lo

pidieran o la necesidad lo exigiera, sin embargo, difícil se me hace pensar que su pudor le

permitiera ir desnudo en público, a la vista de todos y sin razón alguna. Esos autores salen

de la dificultad diciendo que, en algún momento, fue a otro sitio y consiguió vestidos. No

discuto que no fuera posible, pero no me parece verosímil, sobre todo,. cuando veo en

este pasaje que siguió a Cristo con Pedro en todo momento y que entró junto con Jesús en

la residencia de Anás, suegro del pontífice. 

Hay, además, otro detalle que me inclina a estar con los que piensan que el joven no era

uno de los Apóstoles, sino uno de los siervos. Me refiero a la relación que establece el

evangelista Marcos entre los Apóstoles que se dieron a la fuga y el joven que quedó atrás;

pues dice: "Entonces, sus discípulos todos le abandonaron y huyeron. Pero un joven le

seguía. " No dice que "algunos" huyeron, sino "todos" y que la persona que se quedó

siguiendo a Cristo no era ninguno de los Apóstoles (porque todos huyeron), sino

adolescentem quemdam"cierto joven" es decir, un desconocido cuyo nombre Marcos

ignoraba y juzgó no hacía falta mencionar. 

Así las cosas, imaginaría yo los hechos de esta manera. Este muchacho, movido

previamente por la fama de Cristo y al que acababa de conocer personalmente (pues

servía a Cristo en la mesa con los discípulos), fue tocado por el soplo del Espíritu,

sintiendo de inmediato el impulso de la caridad. Movido así a una verdadera piedad, siguió

a Cristo cuando este salió de la casa, acabada la cena, y continuó siguiéndole a cierta

distancia, más lejos quizás que los Apóstoles, pero, con todo, junto a ellos. Y con ellos

permaneció hasta que, al aproximarse la muchedumbre, se perdió entre ella. Más tarde,

cuando el terror hizo que todos los Apóstoles escaparan de las manos de los soldados,

este muchacho se atrevió a permanecer allí., tanto más confiado porque sabía que nadie


 

 

era consciente del amor que sentía por Cristo. Mas, ¡qué difícil es disimular el amor que

tenemos hacia alguien! Aunque se había entremezclado con quienes odiaban a Cristo, su

porte y su expresión le traicionaron, dando claramente a entender que estaba a favor de

Cristo, ahora abandonado por los otros, y que le seguirla., no para perseguirle y entregarle,

sino como quien le sigue para entregarse a El. Al ver la turba que los discípulos habían

huido, y sólo este joven se atrevía a seguir a Cristo, rápidamente se echaron sobre él y le

atraparon. 

Y este hecho me hace pensar que también pretendieron capturar a todos los Apóstoles, y

únicamente la sorpresa se lo impidió para que no quedara sin cumplir el mandato de

Cristo: "Dejad que éstos se vayan. " Estas palabras de Cristo se referían principalmente a

los Apóstoles que El había elegido, pero no las limitó a ellos: quiso en su bondad

extenderlas a quien, sin haber sido llamado, le había seguido por su propia cuenta

introduciéndose en la santa compañía de los Apóstoles. Mostraba Cristo su oculto poder,

al mismo tiempo que aparecía la imbecilidad de la turba, porque no sólo no pudieron

prender a los once., sino que ni siquiera pudieron retener entre todos a este muchacho, al

que ya tenían atrapado y que estaba -puede uno imaginarse- completamente rodeado. "Le

cogieron, mas él, arrojando el lienzo, escapó desnudo de entre ellos. "

Tampoco dudo lo más mínimo que este muchacho que siguió a Cristo aquella noche y que

no pudo ser apartado de El sino por la fuerza de la violencia en el último momento y

después que todos los Apóstoles' habían huido, volvió después, en la primera ocasión que

tuvo, a la grey de Cristo y vive ahora con Cristo en la gloria sempiterna. A Dios pido y de

Dios espero que también nosotros vivamos allí algún día con este muchacho. El mismo

nos dirá quién era, y conoceremos con gran gozo y satisfacción muchos otros detalles de

las cosas que ocurrieron aquella noche y que no se recogen en la Escritura. 

Mientras tanto., y para hacer más fácil y seguro el camino que allí conduce, no será de

poco provecho recoger los consejos espirituales que se desprenden de la fuga de los

Apóstoles antes de poder ser capturados y de la fuga de este joven después de haber sido

capturado. Serán como provisiones para el camino. Advierten los antiguos Padres de la

Iglesia una y otra vez, para que no confiemos tanto en nuestras propias fuerzas, que no

nos pongamos, voluntariamente y sin necesidad alguna, en peligro de pecado. Si alguien

se encontrara en una situación en que parece ser muy posible que sea arrastrado por la

fuerza hasta ofender a Dios, debe hacer lo que hicieron los Apóstoles: huyendo evitaron

ser atrapados. No digo esto como si se hubiera de alabar la fuga de los Apóstoles; Cristo

la permitió a causa de su debilidad, y El mismo, lejos de alabarla, había predicho que esa

noche seria ocasión de pecado y escándalo. 

De todos modos, si sentimos que nuestro animo no es lo suficientemente fuerte, imitemos

su huida siempre que podamos huir del peligro de pecado sin caer en el pecado. Ahora

bien, si alguien escapa cuando Dios le manda permanecer y afrontar el peligro con

confianza, bien por razón de su propia salvación o por la de aquellos que le han sido

encomendados a su cuidado, ese tal se comporta, sin ninguna duda, muy insensatamente.

Pero, ¿y si lo hace para salvar la vida? También, porque, ¿qué puede ser más disparatado

y necio que el preferir un breve tiempo de dolor y desgracia a una eternidad de felicidad?

Si huye por salvar la vida, al pensar que si no lo hace puede ser forzado a ofender a Dios,

se comporta no sólo mal, sino insensatamente. Enorme es el crimen de quien abandona su

puesto, y si a esto añade la desesperación, resulta tan grave como pasarse al enemigo.

Pues ¿quién puede pensar algo peor que des esperar de la ayuda de Dios, y escapando,

entregar al enemigo el puesto que Dios os había asignado para guardar? ¿Qué locura

mayor que buscar evitar un pecado meramente posible (si uno permanece en su sitio),

mientras se comete con toda seguridad un pecado al escapar. Cuando la huida no encierra

ofensa a Dios, el plan más seguro, ciertamente, es darse prisa por escapar, en lugar de

retrasarlo tanto que sea atrapado y caiga en peligro de cometer un pecado horrendo. Fácil

es, cuando se puede, escapar a tiempo; difícil y peligroso es luchar. 


 

 

Desprendimiento y perseverancia

Enseña también este muchacho con su ejemplo qué tipo de hombre puede resistir as

tiempo, con menos peligro y escapar fácilmente de manos de sus enemigos, si éstos

hubieran llegado a capturarle. En efecto., aunque este muchacho fue el que más resistió

siguiendo a Cristo durante un trecho hasta que le prendieron, sin embargo, y gracias a que

no iba vestido con muchos y variados vestidos, sino que llevaba tan sólo un simple lienzo,

ni siquiera bien sujeto, sino echado sin mayor cuidado sobre su cuerpo, de tal modo que

fácilmente podría desprenderse de él, pudo, en un momento, arrojar la prenda en manos

de sus perseguidores y huir de ellos desnudo. Llevándose el meollo, les dejó con la

cáscara. 

¿Qué significa esto para nosotros? Qué otra cosa puede significar sino ésta: que así como

un hombre barrigón, hecho torpe y lento por el peso de la tripa, o un hombre que lleva

consigo una pesada carga de ropajes y vestidos, difícilmente está en condiciones de correr

con rapidez, de la misma manera el hombre con un cínto de bolsas repletas de dinero, muy

difícilmente podrá escapar cuando caigan súbitamente sobre él las angustias y los

pesares. Ni podrá correr muy de prisa o ir muy lejos si los vestidos que lleva, aunque sean

ligeros, están tan atados y apretados que no puede respirar con comodidad. Con más

facilidad podrá escapar el que, aunque lleve muchos ropajes, puede desprenderse de ellos

en un momento, que otro hombre que lleve muy pocos, pero tan apretadamente atados

que ha. de arrastrarlos consigo dondequiera que vaya. 

Se ven hombres (más raramente de lo que me gustaría, pero se les ve todavía, gracias a

Dios) extraordinariamente ricos que preferirían perder todo cuanto poseen antes que

ofender a Dios por el pecado. Tienen muchos vestidos, pero no están estrechamente

"apegados" y así, cuando el peligro les lleva a huir lo hacen con toda facilidad,

simplemente arrojando los vestidos. Se ve también a otros -más de los que uno quisiera-

que tienen cosas y vestidos de muy poca calidad, pero que, sin embargo, tan apegados se

encuentran a esas sus pobres riquezas, que más fácilmente se les podría arrancar la piel

de su cuerpo que separarlos de sus posesiones. Un hombre así haría mejor en darse a la

fuga con tiempo, pues, en cuanto alguien le coja por la vestimenta, preferirá morir antes

que abandonar la túnica. 

En fin, aprendemos del ejemplo de este muchacho que hemos de estar siempre

preparados ante las contrariedades y dificultades que se presentan de improviso y que

pueden hacer necesaria la huida; nos enseña, sin duda, que para estar preparados no es

bueno estar cargado con muchos vestidos, ni tan apretujados y abrochados a uno solo

que, cuando la ocasión lo urja, nos sea casi imposible arrojar la tela y escapar desnudos. 

Si desea alguien seguir investigando un poco más podrá ver que lo que este joven hizo

encierra otra lección todavía más profunda. 

Porque el cuerpo es como el vestido del alma; en un sentido, se pone el alma su cuerpo al

entrar en el mundo y se separa de él al dejar este mundo y morir. Así como los vestidos

valen mucho menos que el cuerpo, así el alma es mucho más preciosa que el cuerpo. Tan

loco de atar estaría quien diera su alma para salvar la vida corporal como quien optara por

perder el cuerpo y la vida antes que perder el manto. Así habló Cristo del cuerpo: "¿No

vale más el cuerpo que el vestido?" % pero cuanto más dijo del alma: "¿De qué te sirve

ganar el universo entero si pierdes tu alma?. Qué dará el hombre a cambio de su alma?

Pero a vosotros os digo, amigos míos, no temáis a los que matan el cuerpo y, después, no

pueden hacer nada más. Yo os mostraré a quién habéis de temer. Temed a aquel que,

después de quitar la vida, puede arrojar al infierno. A éste, os repito, habéis de temer" '. 

Nos advierte además el ejemplo de este muchacho qué tipo de vestido debe ser el cuerpo

para el alma cuando nos enfrentemos a tales pruebas. No ha de ser corpulento y

gordinflón por causa del desenfreno, ni tampoco debilucho y flojo a causa de una vida


 

 

disoluta, sino fino y esbelto como un mantel, con la grasa gastada y apurada por el ayuno.

No estaremos así tan apegados que no podamos deshacernos de él, de buena gana, si la

causa de Dios lo exige. Aquel joven, atrapado por esos miserables y antes de ser forzado

a decir o hacer algo que pudiera ofender el honor de Cristo, abandonó su túnica y escapó

desnudo de sus garras. No está de más recordar que, mucho tiempo antes, otro joven se

había comportado de manera similar. En efecto, el santo e inocente patriarca José dejó a

la posteridad un ejemplo singular, enseñando que hay que huir del peligro contra la

castidad con la misma prontitud y decisión con que uno escapa de un intento de asesinato. 

Era José varón de hermoso semblante y de porte esbelto. La mujer de Putifar, en cuya

casa era José jefe de los siervos, puso en él sus ojos y cayó perdidamente enamorada. Tal

era el furor y el frenesí de su deseo que no sólo llegó a ofrecerse ella misma al joven

desvergonzadamente, con sus miradas y palabras, tentándole para vencer su aversión,

sino que cuando este muchacho la rechazó, se agarró ella a sus vestidos ofreciendo el

vergonzoso espectáculo de una mujer pretendiendo      a un hombre por la fuerza. Antes

hubiera muerto José que cometer pecado tan abominable. Sabía bien los peligros de

entablar combate con las fuerzas de Venus, y no desconocia que la más segura victoria

consiste en huir. De esta manera, abandonó José su manto en manos de la adúltera y se

dio inmediatamente a la fuga. 

Como decía, para evitar caer en pecado hemos de arrojar no sólo la túnica o la camisa o

cualquier otro vestido del cuerpo, sino hasta el mismo cuerpo, que es el vestido del alma.

Si al pecar pretendemos salvar el cuerpo, en realidad, lo perdemos, y con él perdemos

también el alma. Por el contrario, si soportamos con paciencia y por amor de Dios la

pérdida del cuerpo, nos ocurrirá entonces lo que ocurre con la serpiente: que muda su

vieja piel (llamada, me parece,      senecta)   a fuerza de frotar y restregar entre zarzas y

abrojos, y, abandonándola en los matorrales, aparece de nuevo rejuvenecida y

resplandeciente. Si seguimos el consejo de Cristo y nos hacemos astutos y prudentes

como las serpientes, dejaremos nuestros cuerpos envejecidos sobre la tierra, desgastados

entre las espinas de la tribulación padecida por amor, y seremos llevados al cielo, los

cuerpos relucientes y en plena juventud, para jamás sentir los efectos de la vejez. 

La captura de Cristo

"Se acercaron y echaron manos sobre Jesús. La tropa de soldados y el tribuno y los

servidores de los judíos prendieron a Jesús y le ataron; de allí lo llevaron primero a casa

de Anás, porque era suegro de Caifás, que era pontífice aquel año. Caifás había

aconsejado a los judíos que convenía que un hombre muriese por el pueblo. Y se

reunieron así todos: sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos ". 

No están de acuerdo los estudiosos sobre el momento en que por primera vez pusieron

manos sobre Cristo. Los evangelistas concuerdan en el hecho, pero hay variaciones en la

manera de relatarlo (uno lo anticipa, otro vuelve atrás para contar un detalle omitido). Entre

los comentadores, unos siguen una opinión; otros, una diferente, sin que ninguno impugne

la verdad de la historia ni niegue que una opinión distinta de la suya pueda ser la más

correcta. 

En efecto, Mateo y Marcos cuentan lo sucedido en un orden que hace lícito suponer que

echaron mano a Jesús inmediatamente después del beso de Judas. Esta opinión la siguen

bien conocidos doctores de la Iglesia, y también la aprueba aquel hombre egregio que fue

Juan Gerson en su obra        Monotessaron (obra que yo he seguido, generalmente, al

enumerar los sucesos de la Pasión en este libro). 

Sin embargo, en este pasaje no sigo a Gerson, sino a otros autores, célebres también,

que., apoyados en los relatos de Lucas y Juan, mantienen que sólo después de que Judas

hubo besado a Jesús y regresado con la cohorte y los judíos, después de que Cristo

hiciera con su sola voz que la cohorte se postrara de rodillas, y la oreja del siervo del sumo

sacerdote fue mutilada y restaurada; después de haber prohibido luchar a los Apóstoles, y


 

 

haber sido Pedro amonestado porque ya había empezado a luchar; después de dirigirse

Cristo a los magistrados judíos presentes y haberles anunciado que tenían ahora permiso

para hacer lo que antes no hablan podido hacer; después de haber escapado los

Apóstoles; después de haber sido aquel joven capturado, y no haber podido ser retenido,

salvándose gracias a la aceptación de su desnudez, sólo entonces, después de todas

estas cosas, echaron mano sobre Jesús. 

 

 

 

THOMAS MORVS IN HOC OPERE VLTERIVS PROGRESSVS NON EST, HACTENVS

ENIM CVM ESSET PERVENTVM, OMNI NEGATO SCRIBENDI instrumento, multo arctius

quam antra in carcere detentus: non ita multo post prope turrim londinensem loco consueto

securi percussus est, secundo Nonas Iulii, Anno Domini supra millesimum quingentesimo

tricesimo quinto, Regis vero Henrici octaui vicesimo septimo.


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