¡Dios te salve María!
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Con el propósito de curar estas "inflamaciones" y preocupaciones del alma ofrece Gerson ciertos calmantes, de la misma manera que los médicos se valen de medicinas para mitigar el dolor (las que ellos llaman anodina o sedantes). Este autor, Juan Gerson hombre de gran erudición y director comprensivo de conciencias atribuladas, comprobó (según mi entender) que ese "mariposeo" de la mente provocaba tan grandes angustias en algunas personas que repetían las palabras de sus oraciones, una detrás de otra, balbuceándolas con gran trabajo, y a pesar de su esfuerzo no iban a ninguna parte, e incluso, a veces, quedaban más descontentas a la tercera vez que a la primera. Tan completo era el fastidio, que perdían todo consuelo al rezar, y no faltaban quienes estaban a punto de abandonar la oración como algo inútil y sin sentido (caso de que continuaran así rezando) o, incluso, como de hecho temían, nocivo. Este autor, amable y piadoso, con objeto de aliviar tan aguda molestia, distinguió tres aspectos en la oración: el acto, la virtud y el' hábito. Explicándose con mucha claridad, pone el ejemplo de una persona que se decide a hacer una peregrinación a Santiago (de Compostela) partiendo desde Francia. Habrá trechos durante el viaje en que esta persona avanzará meditando en la figura del santo y en el propósito de su viaje. En tales ratos continúa su peregrinación con un doble acto, a saber: una continuidad natural y una continuidad moral (para usar las mismas expresiones de Gerson). Continuidad natural porque, actualmente, avanza hacia aquel lugar. Moral, porque sus pensamientos están centrados en la peregrinación como tal. Llama "moral" a aquella intención (formam) por la que el hecho de ponerse en camino (en sí mismo indiferente) es perfeccionado por una causa piadosa. Otros ratos, sin embargo, caminará el peregrino considerando diferentes asuntos, sin pensar lo más mínimo en el santo ni en el sitio de destino; puede ocurrir que vaya meditando en algo incluso más santo, como en Dios mismo. Cuando así acontece continúa su peregrinación en el nivel natural, pero no en el moral. Avanza con los pies, sí, pero no piensa, en ese preciso momento, en la razón particular de su partida y, tal vez, ni siquiera se fija por dónde va caminando. Aunque el acto moral de su peregrinación no se continúa, sí persevera la virtud moral: su caminar, que es actividad bien natural, se ve penetrado e informado por una virtud moral, al estar siempre acompañado por el buen propósito del primer momento (como una piedra sigue la trayectoria del primer impulso aunque se retire la mano que la arrojó). Podrá ocurrir que se dé el acto moral en ausencia del natural, como, por ejemplo, cuando piense sobre la peregrinación mientras descansa sentado sin caminar. Finalmente, ocurre también que no se den ninguno de los dos actos, por ejemplo, al dormir: ni camina ni piensa en la peregrinación. Mas, aun en este caso, permanece la virtud moral habitualmente, a no ser que sea intencionadamente rechazada. La peregrinación nunca se ve, por tanto, interrumpida ni deja de tener mérito: persiste de modo habitual a no ser que se tome una decisión en sentido contrario, abandonando el viaje o, al menos, retrasándolo. Valiéndose de este ejemplo concluye de manera parecida en lo que se refiere a la oración: una vez que se ha empezado con atención, nunca después puede ser interrumpida de tal modo que la virtud de la primera intención no permanezca de modo continuo, actual o habitualmente. Y esto es así siempre que no se renuncie a aquella intención inicial decidiendo abandonar la oración, o bien cortándola bruscamente por el pecado mortal. Oportet semper orare et non deficere. Dice Gerson sobre estas palabras de Cristo que no se pronunciaron figurativamente, sino de modo directo y literal, y que, de hecho y literalmente, son cumplidas por hombres buenos y rectos. Apoya su opinión en un conocido Proverbio: Qui bene vivit semper orat (el que vive con rectitud está siempre rezando). Y esto es verdad porque, quien todo lo hace para la gloria de Dios (como reza la prescripción del Apóstol), una vez que ha empezado con atención nunca interrumpe luego su oración de tal modo qué la virtud meritoria no perdure, si no actualmente, al. menos virtualmente. Esta es la explicación de un hombre bueno y versado como Juan Gerson, en su breve tratado De oratione et ejus valore. Quiere aliviar y animar a quienes se angustian y entristecen si, mientras rezan, se les va la cabeza a muchas otras cosas sin su querer ni su conocimiento, pues ocurre aunque celosamente luchen por no distraerse. No pretende, en absoluto, proporcionar un falso tranquilizante a quienes por pereza supina no ponen el más mínimo esfuerzo durante la oración. Cuando hacemos cosa tan seria como la oración de modo negligente y descuidado, ni rezamos ni tenemos a Dios propicio; por el contrario, le alejamos de nosotros en su indignación. ¿Podrá alguien sorprenderse de que Dios se indigne al ser interpelado de manera tan despectiva por una pobre creatura? ¿0 habremos de pensar que no se dirige despectivamente a Dios quien le dice: "Oh, Dios, escucha mi oración" mientras su cabeza anda volcada en mil cosas vanas y superficiales, y algunas veces (ojalá no ocurriera nunca) hasta pecaminosas? Tal individuo ni siquiera oye su propia voz. Va murmurando de memoria oraciones muy gastadas, la cabeza en las nubes, emitiendo sonidos sin sentido, como dice Virgilio. En fin, al acabar la oración necesitamos muy a menudo alguna otra oración para pedir perdón por la anterior negligencia. "Levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación. " Y en seguida les advirtió Cristo del peligro tan grande que se cernía sobre ellos, para que quedara así claro que no sería suficiente una oración rutinaria o somnolienta. "He aquí que se acerca la hora en que el Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores" es decir: "Os predije que, iba a ser traicionado por uno de vosotros, y os horrorizasteis ante esas palabras. Advertí que Satanás os buscaba para sacudiros como el trigo, y escuchasteis esto con gran despreocupación., sin dar respuesta, como si la tentación fuera algo a no tener en cuenta. Para que supierais que no debe ser menospreciada, predije que todos os escandalizaríais de mí, y todos lo negasteis. Al que más negó escandalizarse le predije que me negarla tres veces antes de que el gallo cantara. Mas él insistió en que no sería así, sino que moriría conmigo antes que negarme. Y lo mismo dijisteis los demás. Para que no consideraseis la tentación como algo fácil y sin importancia, una y otra vez os mandé que vigilaseis e hicieseis oración -no fuera que cayeseis en la tentación, Tan lejos estabais de estimar su fuerza y su atracción., que no os preocupasteis de rezar ni de vigilar contra ella. Quizás os llevó a desdeñar* el poder violento de la tentación diabólica el hecho de que, cuando os envié de dos en dos para predicar la fe, me contabais al regresar que hasta los demonios se os sometían. Pero yo, que conozco tanto la naturaleza de los demonios como la vuestra (y con toda profundidad porque creé ambas), ya os advertí entonces que no os gloriaseis en tal vanidad porque no era vuestro poder el que dominaba a los demonios: yo mismo lo hacía, y lo hice por otros que iban a abrazar la fe verdadera; por ellos lo hice y no por vosotros. Os recordé que debíais más bien gloriaros en el verdadero fundamento de la alegría, esto es, en el hecho de que vuestros nombres están escritos en el libro de la vida. Esto os pertenece con toda firmeza, porque una vez que hayáis alcanzado la culminación de esa alegría, ya no podréis perderla aunque todo el ejército de los demonios luchara contra vosotros. El poder que ejercisteis contra ellos en aquella ocasión aumentó tanto vuestra confianza que desafiáis ahora la tentación como cosa de poca importancia. Hasta ahora habéis visto la tentación como algo muy lejano, aunque os anuncié que el peligro se cernía esta misma noche. Mas ahora os advierto: no sólo la noche sino la hora precisa está ya muy cercana. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores. Ya no hay lugar para estar sentado o para dormir. Tendréis necesidad de estar despiertos, vigilantes, y apenas hay tiempo para rezar. Ya no anuncio cosas futuras, sino que en este mismo momento digo: Levantaos, vamos. El que me ha de entregar está cerca. Si no queréis estar despiertos para rezar, levantaos por lo menos y marchad rápidamente, no sea que más tarde no podáis escapar. Porque ya está aquí el que me traiciona. " Al decir "Levantaos, vamos", también pudo significar, no que huyeran, sino que se adelantaran para hacer frente a los acontecimientos con confianza. Así lo hizo El mismo. No se marchó en la dirección opuesta, sino que, mientras hablaba, iba al encuentro de aquellos que le buscaban con el corazón lleno de furia criminal. Cristo sigue siendo entregado en la historia "Todavía mientras Jesús hablaba, he aquí a Judas Iscariote, uno de los Doce, y con él una gran muchedumbre con espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes, los escribas y ancianos del pueblo". Nada hay tan eficaz para la salvación y para la siembra de todas las virtudes en un corazón cristiano, como la contemplación piadosa y afectiva de cada uno de los sucesos de la pasión de Cristo. Pero, junto a esto, no resulta de poco interés considerar el mismo hecho histórico -aquel tiempo en que los Apóstoles dormían mientras el Hijo del hombre era entregado- como una misteriosa imagen de lo que ocurriría en el futuro. Para redimir al hombre, Cristo fue verdaderamente Hijo del hombre; aun concebido sin semen de varón, descendía realmente del primer hombre; se hizo hijo de Adán para poder restaurar en su pasión la posteridad de Adán, perdida y desgraciadamente desposeída por la falta de los primeros padres, a un estado de felicidad incluso mayor que el original. Por esta razón, y aun siendo Dios, continuamente se llamaba a si mismo Hijo del hombre, porque era hombre verdadero. Insinuaba así de modo constante el beneficio de su muerte al recordar la única naturaleza que puede morir. Aunque Dios murió por nosotros, ya que murió aquél que era Dios, su, divinidad no sufrió la muerte., sino sólo su humanidad, o, más bien, su cuerpo (si nos atenemos mas a lo que ocurre de hecho en la naturaleza que al uso vulgar de las palabras; pues se dice de un hombre que muere cuando el alma se separa del cuerpo sin vida, pero el alma es en si misma inmortal). No sólo se complacía en ser llamado con esa expresión que define nuestra naturaleza, sino que se gozaba en tomar la naturaleza humana para salvarnos y para unir a si, como si se tratara de un solo cuerpo, a todos los que hemos sido regenerados por la fe y los sacramentos de salvación. Se dignó incluso hacernos participes de su mismo nombre; y, de hecho, la Escritura llama a todos los fieles "cristos y dioses". En consecuencia, pienso que no andamos equivocados al sospechar que se avecina de nuevo un tiempo en que el Hijo del hombre, Cristo, será entregado en manos de los pecadores, cuando observamos un peligro inminente de que el Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia de Cristo, esto es, el pueblo cristiano, es arrastrado a la ruina a manos de hombres perversos e impíos. Y con dolor lo digo, porque ya son varios los siglos en los que no hemos dejado de ver cómo esto acontece,, ora en un sitio, ora en otro; mientras, en algunos lugares, invade el cruel turco territorios cristianos, o, en otros, poblaciones enteras son desgajadas por las luchas intestinas de muchas sectas heréticas. Cuando veamos u oigamos que tales cosas empiezan a ocurrir, aunque sea muy lejos de nosotros, pensemos que no es momento para sentarse y dormir, sino para levantarse inmediatamente y socorrer a aquellos cristianos en el peligro en que se encuentran y de cualquier manera que podamos. Si otra cosa no podemos, sea al menos con la oración. Ni se ha de considerar este peligro de modo frívolo y superficial por el solo hecho de que ocurra muy lejos de nosotros. Si tan acertada es aquella frase del poeta cómico: "Hombre como soy, nada humano me es extraño ¿cómo no sería merecedor de grave reproche la conducta de esos cristianos que duermen y roncan mientras otros cristianos están en peligro? Para insinuarnos esto dirigió Cristo su advertencia de que convenía estar despierto, vigilando y rezando, no sólo a los discípulos que estaban cerca suyo, sino también a los que El quiso que se quedaran a cierta distancia. Si los males y desgracias de aquellos que están lejos no nos llegaran a conmover y preocupar, muévanos, al menos, nuestro propio peligro. Pues razón de sobra tenemos para temer que la maldad destructora no tardará en acercarse adonde estamos, de la misma manera que sabemos por experiencia cuan grande e impetuosa es la fuerza devastadora de un incendio, o cuán terrible el contagio de una peste al extenderse. Sin la ayuda de Dios para que desvíe el mal, inútil es todo refugio humano. Recordemos, por consiguiente, estas palabras evangélicas, y pensemos de continuo que es el mismo Cristo quien las dirige de nuevo, una y otra vez, a nosotros:"¿Por qué dormís? Levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación. " Otra idea se desprende de aquí, y es esta: Cristo es entregado de nuevo en manos de los pecadores cuando su Cuerpo sacrosanto en la Eucaristía es consagrado y manoseado por sacerdotes lujuriosos, disolutos y sacrílegos. Cuando tales cosas veamos (y desgraciadamente ocurren con mucha frecuencia), pensemos que Cristo mismo nos habla de nuevo:"¿Por qué dormís? Despertaos, levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación. Por que el Hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores. " Por el mal ejemplo de esos sacerdotes perversos, la peste del vicio se extiende con facilidad entre el pueblo. Y cuanto menos idóneos son para recibir la gracia quienes, por obligación, han de vigilar y rezar por el pueblo, tanto más necesario es para éste estar bien despierto, levantarse y rezar con gran ardor, no sólo por sí mismos, sino también por estos sacerdotes. ¡Qué grandísimo bien se haría al pueblo si tales sacerdotes cambiaran y se hicieran mejores! Una manera particular de entregar a Cristo en manos de los pecadores se da entre ciertas personas que, aunque reciben el sacramento de, la Eucaristía con frecuencia, quieren dar la impresión de que lo veneran de modo más santo al recibirlo bajo las dos especies, lo cual va en contra del uso común y se hace sin necesidad alguna, y no sin grave afrenta a la Iglesia católica. Sin embargo, estos mismos blasfeman de lo que han recibido, algunos llamándolo "pan verdadero y vino verdadero" y otros, todavía peor, llamándolo simplemente "pan y vino". Todos ellos niegan que el Cuerpo de Cristo esté contenido en el sacramento que llaman "Corpus Christi". Cuando después de tanto tiempo que ha transcurrido se ponen a hablar así contra los más evidentes pasajes de la Escritura, contra las interpretaciones clarísimas de todos los santos, contra la fe constantísima de toda la Iglesia durante tantos siglos, contra la verdad ampliamente atestiguada por miles de milagros, esa gente que marcha en este último tipo de infidelidad, ¿qué diferencia, me pregunto, existe entre ellos y los que cogieron prisionero a Cristo aquella noche? ¡Qué poca diferencia entre esos y aquellas tropas de Pilato que en actitud de burla doblaban sus rodillas delante de Cristo, como si le rindieran honor, mientras le insultaban y le llamaban rey de los judíos!. Esta gente de ahora también se arrodilla ante la Eucaristía y la llama Cuerpo de Cristo mientras, de acuerdo con su doctrina, no creen en ella más que los soldados de Pilato creían que Cristo era rey. En cuanto oigamos que tales cosas ocurren en otros lugares -no importa qué lejos esten-, imaginemos inmediatamente a Cristo diciéndonos con urgencia: "¿Por qué estáis dormidos? Levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación. " No seamos ingenuos: dondequiera se presenta hoy esta plaga con extraordinaria virulencia, no cogen todos la enfermedad en un solo día. El contagio se extiende poco a poco y de manera imperceptible. Quienes al principio no le daban importancia, se levantan más tarde para oírlo y responder con cierta apatía o menosprecio; y luego son arrastrados al error, hasta que, como un cáncer (según expresión del Apóstol), el escurridizo mal acaba finalmente conquistando el país entero. Mantengámonos bien despiertos, levantémonos y recemos asiduamente para que vuelvan sobre si todos cuantos han caldo en esta desgraciada insania preparada por Satán, y para que Dios nunca permita entremos nosotros también en tal tentación, ni permita jamás al diablo desatar las ráfagas de esa tormenta hacia nuestras costas. Pero acabemos ya con esta digresión sobre los misterios y reanudemos la historia. Judas, Apóstol y traidor "Judas, habiendo tomado una cohorte de soldados que le dieron los sacerdotes y los fariseos, fue allá con antorchas y armas. Estando Jesús todavía hablando, llega Judas Iscariote, uno de los Doce, y con él un tropel de gente armada con espadas y garrotes, enviada por los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una señal... ". Me inclinaría a creer que la cohorte que, según los evangelistas, fue dada al traidor por los pontífices, era una cohorte romana asignada por Pilato a los sacerdotes. Los fariseos, escribas y ancianos del pueblo habían añadido a ella sus propios servidores, bien porque no tuvieran suficiente confianza en los soldados del gobernador, bien porque pensaron que un mayor número sería conveniente para que no fuese Cristo rescatado por el repentino tumulto y la confusión causada por la oscuridad de la noche. 0 tal vez llevaban la intención de arrestar a todos los Apóstoles al mismo tiempo, sin dejar que ninguno escapara en la oscuridad. No fue cumplido este último propósito, pues el poder de Cristo no lo consintió; y El mismo fue capturado porque quiso ser hecho prisionero El solo. Llevan antorchas encendidas y linternas para poder distinguir entre las tinieblas del pecado el sol brillante de la justicia. Llevan antorchas, no para que pudieran ser iluminados con la luz de Aquel que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, sino para extinguir aquel ' la luz eterna que nunca puede ser oscurecida. Tanto unos como otros, los enviados y quienes les enviaban se afanaban por derrocar la ley de Dios por causa de sus tradiciones. También ahora hay quienes siguen sus huellas, y persiguen a Cristo al esforzarse por ensombrecer el esplendor de la gloria de Dios con su propia gloria. Merece la pena, en este pasaje, prestar atención y advertir la inestabilidad de las cosas humanas. Apenas hacía seis días que, incluso los gentiles, estaban deseosos de ver a Cristo a causa de sus milagros y la santidad de su vida. Los mismos judíos le hablan recibido con respeto admirable al entrar en Jerusalén. Y, ahora, judíos y gentiles vienen a arrestarle como a un ladrón. Entre ellos, no uno mas en el gentío, sino haciendo cabeza, iba un hombre peor que todos los judíos y gentiles juntos: era Judas. Quiso Cristo ofrecer este contraste para enseñar que la rueda de la fortuna no quedará inmóvil para nadie, y que ningún hombre cristiano, su esperanza puesta en el cielo, ha de perseguir la gloria desdeñable en la tierra. Observemos que las autoridades que en contra de Cristo enviaron aquella turba eran sacerdotes -¡príncipes de los sacerdotes!-, fariseos, escribas y ancianos del pueblo. Lo que es óptimo en la naturaleza, si empieza a desviarse, se corrompe en lo peor. Lucifer, por ejemplo, que fue creado por Dios como uno de los más excelsos entre los ángeles del cielo, vino a ser el peor de los demonios una vez que se entregó a la corrupción de la soberbia. No fue lo más bajo del pueblo, sino lo más encumbrado, los principies de los sacerdotes, cuya obligación y oficio era cuidar de la justicia y promover los asuntos de Dios, quienes, particularmente, conspiraron para apagar el sol de la justicia y destruir al unigénito de Dios. La avaricia, la envidia y la altivez les llevaron a tal extremo de locura. He aquí otro punto que no se debe pasar por alto. Judas, llamado en otros lugares con el infame nombre de traidor, es ahora perturbado al recibir el titulo sublime de Apóstol. "Judas Iscariote, uno de los Doce": ni era uno de los gentiles, ni uno de los judíos enemigos, ni uno entre los muchos discípulos de Cristo (aun si lo hubiera sido, inconcebible seria lo que hizo), sino -vergüenza jamás vista- uno de los Apóstoles escogidos por Cristo. El solo, "uno de los Doce" fue capaz de entregar a su Señor para ser capturado, e incluso se hizo cabecilla de la turba. Hay en este pasaje una lección que deben aprender quienes ocupan puestos y cargos en la vida pública, pues no tienen siempre motivo para gloriarse y complacerse en sí mismos cuando son llamados con títulos solemnes. No; tales títulos son dignos y apropiados si quienes los poseen son conscientes de haber merecido tal tratamiento de honor por el recto cumplimiento personal de sus deberes administrativos. De no ser así, tendrían que ser abatidos por la vergüenza (a no ser que se deleiten en palabras vacías). No importa lo que sean: príncipes, grandes señores, emperadores, obispos, sacerdotes; si son miserables y perversos, deberían darse cuenta de que, cuando los hombres hacen sonar en sus oídos los títulos espléndidos de sus cargos, no lo hacen sinceramente para rendirles honor, sino para poder reprocharles, sin peligro alguno y bajo color de alabanza, los honores que llevan y usan tan indignamente. "judas Iscariote, uno de los Doce"; cuando el evangelista hace aparecer a Judas con el título de su Apostolado, la intención real no es, en absoluto, alabarle, lo que está bien claro, pues le llama en seguida traidor. "El traidor les había dado una señal diciendo: A quien yo besare, ése es, prendedle". Se suele preguntar aquí por qué necesitó el traidor dar una señal a la turba para identificar a Jesús. Contestan algunos que acordaron hacerlo así porque más de una vez, anteriormente, Cristo habla escapado de improviso de manos de quienes intentaban prenderle. Ahora bien, debió de ocurrir esto de día, y dado que Cristo lo hacia sirviéndose de su poder divino, bien desapareciendo de su vista o pasando a través de ellos mientras miraban atónitos, se comprende que era inútil del todo dar una señal con objeto de identificarle y que no escapara. Otros han dicho que uno de los dos Santiagos se parecía mucho a Cristo, tanto que, si no se les miraba bien de cerca, no era fácil distinguirlos (dicen que ésta era la razón de que fuera llamado hermano del Señor). Pero si podían haber sido arrestados juntos y, más tarde, ser identificados, ¿qué necesidad había de dar una señal? Era la noche ya avanzada, como dice el evangelista, y aunque se acercaba el amanecer, todavía era de noche y la oscuridad lo llenaba todo, pues llevaban antorchas que daban, seguramente, luz suficiente para hacerlos visibles desde lejos, pero no para distinguir bien una persona a cierta distancia. Y aunque aquella noche tal vez tuvieron la ventaja de cierta luz de la luna llena, sólo pudo servir para iluminar los contornos de las figuras humanas en la distancia y no para obtener una buena iluminación de los rasgos faciales, distinguiendo una persona de otra. Por otra parte, si iban corriendo al barullo con la esperanza de capturar a todos a la vez (cada uno escogiendo su víctima sin saber quién era), tendrían, con razón, miedo de que, entre tanta gente, pudiera alguno escapar y, lo que es peor, que uno de los fugitivos fuera, precisamente, el único hombre que de verdad perseguían (los que en mayor peligro se encuentran suelen ser los que más rápidamente se preocupan de sí mismos). Tanto si así lo planearon, como si. Judas mismo lo insinuó, lo cierto es que dispusieron la estratagema haciendo que el traidor se adelantara y señalara al Maestro con un abrazo y un beso. Una vez puestos los ojos en El, pondrían en El sus manos, y caso de que alguno de los otros escapara, ya no habría tanto peligro. "Les había dado el traidor esta señal: A quien yo besare, ése es. Prendedle y llevadle con cautela. " ¡Hasta dónde llegará la mezquindad! ¿No te bastó, canalla traidor, con vender a tu Señor, al que te habla elevado a la tarea sublime de Apóstol, en manos de hombres impíos y con un beso, sin necesidad de estar tan preocupado de que se lo llevaran con precaución, no fuera que llegara a escapar? Se te pagó para que le traicionaras, mientras otros eran enviados para atraparle, custodiarle y conducirle a juicio. Pero tú, como si ese papel en el crimen no fuera bastante importante, vas y te inmiscuyes en la tarea de los soldados. Como si los ruines magistrados que les enviaron no les hubieran dado instrucciones adecuadas, hacia falta un hombre como tú que añadiera un nuevo mandato de llevárselo con precaución bien apresado. Habías cumplido del todo tu trabajo criminal entregando a Cristo a sus sicarios. Pero si los soldados hubieran sido tan remisos que Cristo consiguiera escapar de entre ellos, por su descuido o rescatado por la fuerza, ¿tenías miedo acaso de que entonces no te serían pagadas tus treinta piezas de plata, paga ilustre de crimen tan horrendo? Se te pagara, no lo dudes, pero no desearás tanto recibirlas con codicia como estarás inquieto y deseoso de arrojarlas lejos de tí tan pronto como las hayas conseguido. Entretanto, llevarás a cabo una acción que trae dolor para tu Señor y la muerte para ti, pero que será para muchos la salvación. 'Tenía delante de ellos y se acercó a Jesús para besarle. En cuanto llegó, arrimándose a Jesús le dijo: Salve, Maestro, salve. Y le besó. Le dijo Jesús: Amigo, ¿a qué has venido? ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?" ". Iba Judas delante de la turba, v esto no sólo es verdad en la historia, sino que tiene también un sentido espiritual: entre los que participan en un mismo acto pecaminoso, el que tiene más motivos para abstenerse es el que mayor culpa tiene delante del juicio de Dios. "Y se acercó para besarle. Y al llegar fue hacia El y le dijo: Maestro, salve, Maestro. Y le besó. " Así se acercan a Cristo, así le saludan, así le besan también todos aquellos que se fingen discípulos de Cristo y profesan su doctrina con la lengua mientras, de hecho y con obras, se esfuerzan por destruirla con artilugios y toda una técnica de sutilezas. De igual guisa que Judas le saludan quienes le llaman "Maestro" pero desprecian sus mandamientos. De la misma manera le besan aquellos sacerdotes que consagran el Cuerpo sacrosanto de Cristo, para después asesinar a los miembros de Cristo, almas cristianas, con su falsa doctrina y su ejemplo depravado. Asi le saludan y besan también quienes exigen ser considerados como personas buenas y pías porque, a pesar de ser fieles laicos, persuadidos por malos sacerdotes, reciben el Cuerpo y la Sangre sagrados de Cristo bajo ambas especies, contra la costumbre de todos los cristianos, sin ninguna necesidad y no sin gran menosprecio por toda la Iglesia católica y, en consecuencia, no sin grave falta. Esta gente lo hace contra la práctica y el uso de siempre de todos los cristianos. Y no sólo se comportan así (cosa que podría ser tolerada), sino que, como si fueran santos Padres de la Iglesia, condenan a todos los que reciben ambas sustancias bajo sólo una de las dos especies. Es decir, fuera de si mismos, condenan a todos los cristianos de todas partes y durante tantísimos años. A pesar de su importuna insistencia en que ambas especies son necesarias para los laicos, ya son muchos entre ellos -tanto laicos como sacerdotes- los que eliminan la realidad de ambas especies (el Cuerpo y la Sangre). Se parecen en esto a los soldados de Pilato que se burlaban de Cristo arrodillándose y saludándole como rey de los judíos. Se arrodillan en veneración de la Eucaristía, y la llaman Cuerpo y Sangre de Cristo aunque ya no creen que sea lo uno ni lo otro: creen como "creían" los soldados de Pilato que Cristo era rey de los judíos. Todos estos caracteres que he mencionado traen a nuestra cabeza al traidor Judas en cuanto coinciden con él en dos cosas: su saludo y el beso con felonía. Así como todos éstos representan una acción del pasado, Joab proporcionó una figura del futuro porque, habiendo saludado a Amasa con estas palabras: "Saludos, hermano", acariciándole la barbilla con su mano derecha como si quisiera besarle, desenvainó un puñal que llevaba escondido y lo mató de un golpe. De la misma manera había matado a Abner. Más tarde, como convenía según la justicia, pagó con su propia vida engaño tan horrible. Pues bien, Judas recuerda a Joab, tanto si se consideran las personas y hechos criminales como la venganza de Dios y el final desgraciado de cada uno. Se asemejan Joab y Judas con una sola diferencia: que Judas superó a Joab en todos los aspectos. Gozaba Joab del favor y de la influencia de su príncipe y señor; pero con señor mucho más grande trataba Judas. Joab mató a quien era amigo suyo; Judas era mucho más íntimo con Jesús. La envidia y la ambición movían a Joab porque habla oído que el rey iba a promover a Amasa sobre él; mas Judas se movía por la ambición mezquina de una mísera recompensa, por unas pocas monedas de plata entregó a la muerte al Señor del universo. Cuanto más enorme fue el crimen de Judas, tanto más miserable fue el castigo que le siguió. Joab fue muerto a manos de otro, pero el desgraciado Judas se ahorcó con su propia. mano. En la forma externa que tomó el delito hay una clara similitud entre ambos crímenes. Joab asesina a Amasa en el mismo instante de saludarle, casi besándole; Judas se acerca a Cristo cortésmente, le saluda con respeto, le besa como muestra de amor; mas no pensaba el cruel villano en otra cosa sino en entregar a su Señor a la muerte. Con todo, no pudo engañar a Cristo como Joab hiciera con Amasa. Cristo le recibe, escucha su saludo, no rechaza el beso. Conocedor de la criminal traición, se comportó durante ese rato como si nada supiera. Conducta de Cristo con el traidor ¿Por qué Cristo actuó así? ¿Era acaso para enseñarnos cómo disimular y fingir? ¿Para enseñarnos a devolver, con fina astucia, el engaño con otro engaño? De ningún modo. Lo hizo para indicamos que hemos de soportar con paciencia y mansedumbre todas las injurias y ardides, sin enfurecemos, sin buscar venganza, sin dar rienda suelta a nuestras pasiones para insultar al ofensor, sin buscar vano deleite en coger al enemigo en algún traspié. Nos enseñaba a hacer frente a la injuria y a la falsedad con verdadera virtud y, en una palabra, a vencer el mal en abundancia de bien. Es decir, hacer todo esfuerzo posible, insistiendo con ocasión y sin ella, con palabras tan corteses como fuertes y penetrantes, de tal modo que el hombre. miserable pueda cambiar para bien; y si no responde a este tratamiento, no eche la culpa a nuestra negligencia, sino a la monstruosa magnitud de su propia maldad. Como buen médico, intenta Cristo ambos métodos de cura, y en primer lugar, empleando palabras suaves y afables: "Amigo, ¿a qué has venido?". Cuando se oyó llamar "amígo"el traidor quedó indeciso y pensativo en la duda. Consciente de su crimen, temía que Cristo hubiera usado el nombre de "amigo" para reprocharle con gravedad su enemistad. Por otra parte, ya que los criminales se precian a sí mismos en la esperanza de que nadie conoce sus crímenes, esperaba ciego en su locura (aunque tenla la experiencia de que los pensamientos de los hombres estaban patentes ante Cristo, e incluso su propia traición habla sido declarada durante la última cena), esperaba, digo, que su crimen pasara oculto a Cristo; tan falto de razón estaba Judas. Y como nada podía ser más nocivo para él que verse decepcionado en esta su esperanza porque nada podría disponerle peor para su arrepentimiento, Cristo en su bondad no permitió que siguiera engañado. De ahí que añadiera inmediatamente en tono grave: ". Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?". Le llama con el nombre con que solía hacerlo de ordinario p ara que el recuerdo de su anterior amistad ablandara el corazón del traidor y le moviera al arrepentimiento. Le reprocha luego, abiertamente, su traición para que no siguiera pensando que estaba oculta y le diera vergüenza confesarla. Sugiere, por fin, la criminal hipocresía del traidor: "¿con un beso entregas al Hijo del hombre?". Entre los crímenes y obras perversas no es fácil descubrir una más odiosa ante Dios que aquellas en las que pervertimos la naturaleza, real y genuina de las cosas buenas Para hacerlas instrumentos de nuestra maldad. Odiosa es ante Dios la mentira porque las palabras, que están por naturaleza ordenadas a expresar el sentido de nuestro pensamiento, son trastocadas para un propósito de engaño y decepción. Dentro de este genero de maldad, constituye una ofensa grave a Dios abusar de las leyes y del derecho para infligir aquellas injurias que están, precisamente, destinadas a prevenir. He ahí la razón por la que Cristo reprocha a Judas con dureza por ese modo detestable de pecar. "Judas -le dice-, ¿entregas al Hijo del hombre con un beso? Ojalá fuera de hecho como tú deseas aparentar; pero, de otro modo, muéstrate abiertamente., con sinceridad, tal como realmente eres, porque quien obra la enemistad bajo el disfraz de la amistad es un hombre vil que multiplica en esa acción su villanía. No estabas satisfecho, Judas, con entregar al Hijo del hombre (hijo de aquel hombre por el que todos hubieran perecido si este Hijo del hombre, que tú crees estar destruyendo, no redimiera a quienes desean ser salvados), ¿no te fue suficiente, repito, traicionarle sin necesidad de hacerlo con un beso, convirtiendo así un signo sagrado de amor en instrumento de tu traición? Estoy mejor dispuesto hacia esta turba que me rodea y ataca por la fuerza de la violencia y abiertamente, que hacia a ti, Judas, que me entregas a ella con un falso beso. " Al ver Cristo que no había en el traidor señal alguna de arrepentimiento, y para mostrar que prefería hablar con un enemigo sincero que con uno escondido en el anonimato, se apartó de él y se encaminó hacia la turba bien armada. Dejaba claro que nada le importaban las inicuas artimañas y tretas del traidor. Así lo relata el Evangelio: "Y Jesús, que sabia todas las cosas que le habían de sobrevenir, salió a su encuentro, y les dijo: ¿A quién buscáis? Respondiéronle: A Jesús Nazareno. Díjoles Jesús: Yo soy. Estaba también entre ellos Judas, el que le entregaba. Apenas dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron en tierra" '. ¡Oh, Cristo salvador!, que hace apenas un rato tan grande era tu miedo que yacías postrado en el suelo, en postura digna de compasión, y que con sudor de sangre suplicabas al Padre que apartara de Ti el cáliz de tu Pasión, ¿Cómo es que ahora, de manera tan repentina, te levantas, te lanzas como un gigante y vas gozoso al encuentro de quienes te buscan para hacerte sufrir?, ¿por qué das a conocer tu identidad, tan espontáneamente a quienes admiten buscarte, pero que ignoran todavía que eres Tú a quien, de hecho, buscan? i Vengan, acudan aquí los débiles y pusilánimes. ! Que se agarren con fuerza a una esperanza inquebrantable cuando se sientan aplastados por el temor ante la muerte. Si con Cristo agonizan y temen y se apesadumbran, llenos de angustia, tristeza, cansancio y sudor, participarán también en su consolación. Sin duda ninguna, se sentirán fortalecidos por el mismo consuelo que tuvo Cristo (con la condición de que hagan oración, de que perseveren en ella y de que abandonen todo en la voluntad de Dios). Tan recreados serán por este espíritu de Cristo que sentirán renovarse sus corazones como la tierra vieja es refrescada por el rocío del cielo y, por medio del madero de la cruz de Cristo, inmerso en las aguas del dolor, el mismo pensamiento de la muerte, antes tan amargo., se hará suave y llevadero. Un ánimo alegre y jovial sucederá al cansancio, el vigor mental y la valentía reemplazaran el pavor y, al final, apetecerán la muerte que antes les horrorizaba, considerando la vida triste y el morir una ganancia, deseando verse libre de las ataduras del cuerpo para estar con Cristo. "Acercándose Cristo a la muchedumbre les pregunta: ¿A quién buscáis? Contestan: A Jesús Nazareno. judas, el que le entregaba, estaba entre ellos. Y Jesús les dijo: Yo soy. Cuando dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron por tierra. " Si pudiera darse el caso- de que el pavor y la angustia de Cristo hubieran antes disminuido nuestra estima e imagen de El, habría ahora que restaurarla ante esta su fortaleza tan varonil. Avanza impertérrito hacia una masa de hombres armados (a aquellos que ni siquiera sabían quién era El) y, aun seguro de su muerte (pues sabia todo lo que iba a ocurrirle), se ofrece libremente como una víctima que va a ser cruelmente sacrificada. Este cambio, tan completo como repentino, resulta verdaderamente admirable si se contempla desde su santísima humanidad. ¿Qué estima tendremos de El? ¿Qué intensa reacción ha de producirse en los corazones de todos los fieles por la fuerza de este poder divino pasando asombrosamente a través del organismo debilitado de un hombre? Porque, ¿cómo fue posible que ninguno de los que le buscaban pudiera reconocerle al acercarse? Había enseñado en el templo. Había volcado las mesas de los vendedores. Había arrojado de allí a éstos. Habla desarrollado su actividad en público. Habla desconcertado a los fariseos. Había satisfecho a los saduceos. Habla refutado a los escribas. Habla eludido con. una prudente respuesta la pregunta capciosa de los soldados herodianos. Habla alimentado a siete mil hombres con siete panes, y curado enfermos y resucitado a los muertos. Se habla hecho accesible a todo tipo de personas: fariseos y publicanos, ricos y pobres, justos y pecadores, judíos y samaritanos y gentiles. Y. ahora, no hay nadie entre tanta gente que le reconozca por su rostro o por su voz al dirigirse a ellos de cerca. Parece como si los que enviaran la turba hubieran cuidado de no mandar a nadie que hubiera visto de antemano a la persona que buscaban. ¿Cómo es posible que nadie distinguiera a Cristo por el beso y el abrazo que habla dado Judas por señal? El mismo traidor, ahora entre la turba, ¿acaso olvidó de repente cómo reconocer a quien acababa de traicionar y señalar con un beso? ¿Qué ocurrió en suceso tan extraño? Pienso que nadie fue capaz de reconocerle por la misma razón por la que, más tarde, María Magdalena, aunque le vio, no le reconoció sino cuando El se reveló a sí mismo; lo mismo con aquellos dos discípulos que, aun mientras charlaban con El, no supieron quién era hasta que El se dio a conocer; y aun así, pensaron que era un viajero, como María Magdalena creyó que era el jardinero. En pocas palabras, no le reconocieron por la misma causa que nadie pudo seguir en pie cuando Cristo empezó a hablar: "Al decir: Yo soy, retrocedieron y cayeron por tierra. " Declaraba así Cristo ser en verdad la palabra de Dios, que penetra con mayor agudeza que una espada de dos filos. Del rayo dicen que es de tal naturaleza que derrite la espada dejando ilesa la vaina. Aquí, la sola voz de Cristo, sin dañar los cuerpos, de tal modo debilitó las almas que les dejó sin fuerzas para sostener los miembros. Menciona el evangelista que judas estaba entre la turba. Muy probablemente, al oír que Jesús reprochaba abiertamente su traición, confundido por la vergüenza o aplastado por el miedo, pues conocía bien el carácter impulsivo y pronto de Pedro, se retiró inmediatamente y volvió con los de su calaña. El evangelista lo recuerda para que entendamos que también con todos los demás cayó judas al suelo:., era Judas de tal condición que no había en aquella muchedumbre nadie peor que él ni que más se mereciera ser arrojado por tierra. Quiso también el evangelista advertir sobre la necesidad de ser cuidadoso y prudente en la compañía y amigos que uno mantiene: si se anda con gente miserable se corre el peligro de caer junto con ellos. Si alguien pone estúpidamente su suerte junto con quienes van a un naufragio seguro, rara vez sucederá que se salve él sólo nadando a tierra firme, mientras los demás se ahogan en el fondo del mar. Libertad de Cristo en su captura, pasión y muerte Quien pudo arrojar a todos al suelo con sola su palabra, fácilmente hubiera podido hacerlo con tal fuerza que ninguno volviera a levantarse jamás. Me parece que esto no lo duda nadie. Cristo, sin embargo, los tiró al suelo para que supieran que nada podrían sobre El si El no quisiera libremente padecer; y así, permitió que se levantaran para seguir haciendo lo que El deseaba padecer. "Al levantarse les preguntó por segunda vez ': ¿A quién buscáis?, y ellos respondieron: A Jesús Nazareno. " Tan atemorizados contestaron que parece estaban fueran de su sano juicio. En efecto, podían haber sabido que no encontrarían a nadie, y en aquel lugar y en aquella hora de la noche, que no fuese discípulo de Cristo o amigo suyo; y lo último que haría tal persona seria darles una pista para encontrar a Cristo. Ellos, por su parte, en lugar de mantener secreto el propósito de su búsqueda, descubren todo el meollo del asunto al encontrarse con alguien que ni saben quién es ni por qué les interroga. Tan pronto preguntó: "¿A quién buscáis?" respondieron: "A Jesús Nazareno. " Contestó Cristo Jesús: "Ya os he dicho que yo soy. Ahora bien, si me buscáis a mi., dejad ir a éstos. " Es decir: "Si me buscáis a mi, ¿por qué no me arrestáis de golpe, ya que yo mismo me he acercado a vosotros y os he dicho quién soy? Y la razón es que sois tan incapaces de prenderme contra mi voluntad que ni siquiera podéis permanecer de pie mientras os hablo, como acabáis de comprobar al caeros. Por si acaso lo habéis olvidado, os vuelvo a repetir que yo soy Jesús de Nazaret. Si a mí me buscáis, dejad que éstos se vayan. " Que estas últimas palabras de Cristo no eran un simple ruego es algo que, me parece, Cristo dejó muy claro al arrojar a todos al suelo. Ocurre, a veces, que quienes planean una villanía no quedan contentos con la simple acción criminal, sino que, con depravado desenfreno, añaden algunos "adornos" (por llamarlos de algún modo), del todo innecesarios para su propósito criminal. Hay, incluso, algunos ministros del mal tan absurda y perversamente cumplidores que, para evitar el riesgo de omitir alguna obra mala a ellos confiada, añaden algo "extra" de su propia parte, por si acaso. A ambos se refiere Cristo: "Si a mí me buscáis, dejad marchar a éstos. Si los sumos sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos del pueblo desean ávidamente calmar su sed con mi sangre, prestad atención y mirad: Cuando me buscabais, salí a vuestro encuentro. Ni siquiera me conocíais, y me entregué a vosotros. Mientras estabais postrados en el suelo, yo seguía junto a vosotros. Y ahora que os levantáis sigo en pie dispuesto a ser capturado. Soy yo mismo quien me entrego a vosotros (cosa que el traidor no pudo conseguir), para que ni vosotros ni mis discípulos piensen que su sangre deba ser añadida a la mía, como si acaso no fuera suficiente crimen matarme a mí. Si a mi me buscáis, dejad ir a éstos. " Mandó que dejaran en paz a los discípulos y aun les forzó a hacerlo; salvados gracias a la fuga, anuló todos sus esfuerzos por capturarlos. Todo esto lo había anunciado ya de antemano, y mandó: "Dejad ir a esto?, para que se cumplieran aquellas otras palabras:"No he perdido ninguno de los que me has confiado"'. Estas palabras que menciona el evangelista son las mismas que había dirigido Cristo a su Padre aquella noche en la cena:"Padre santo, guarda en tu nombre a estos que Tú me has confiado. " Y después: "He guardado a los que me diste, y ninguno se ha perdido sino el hijo de la perdición, para que se cumpla la Escritura. " Al predecir que los discípulos se salvarían cuando El fuese arrestado, se declara Cristo ser su guardián y custodio. Así lo recuerda el evangelista a sus lectores para que entiendan que, aunque di ' ¡era a la turba que los dejasen marchar, ya había El mismo abierto una vía para que huyeran. El final desgraciado de Judas se predice en el salmo 108, donde, en forma de oración, se lee: "Sean cortos sus días, y otro reciba su ministerio. " Se dijo esto de Judas, traidor mucho antes de su traición, pero dudo que, aparte del salmista, conociera alguien que estas palabras eran una predicción precisamente sobre Judas, hasta que Cristo lo mostró con claridad y los hechos confirmaron las palabras. No hay que olvidar que ni los mismos profetas velan todo lo predicho por otros, porque el espíritu de profecía se da a la medida, es personal. Y además me parece que nadie entiende el sentido de todas las frases de la Sagrada Escritura de tal modo que nada quede ya en ellas de misterio escondido, todavía ignorado, bien sea sobre los tiempos del anticristo o sobre el juicio final por Cristo; y permanecerán ocultos hasta que venga de nuevo Elías para explicarlos. Puedo de este modo aplicar a la Sagrada Escritura aquella exclamación del Apóstol sobre la sabiduría de Dios, pues es en la Escritura donde ha ocultado Dios el vasto cúmulo de su sabiduría: "Oh profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios: ¡cuán incomprensibles son sus juicios, cuán inescrutables son sus caminos!". En nuestros días-, sin embargo, primero en un sitio y luego en otro, surgen día tras día, casi como avispas y abejorros, individuos que se glorían de ser autodidactas (como dice San jerónimo), y que sin la ayuda de los comentarios de los antiguos doctores, encuentran muy accesibles, abiertos y claros todos aquellos pasajes que los antiguos Padres confesaron hablan encontrado dificilísimos. Y los Padres fueron autores de no menor ingenio ni inferior formación doctrinal, infatigables en el estudio y, por lo que se refiere, a ese "espíritu" o "carisma" que estos autores modernos tienen tan a menudo en sus labios como tan rara vez en sus corazones, también los Padres les superaron no menos que en la santidad de sus vidas. Ocurre en nuestros días que estos autores nuevos, que súbitamente han florecido de la tierra como teólogos y que quieren presentarse como quien lo sabe todo, no sólo están en desacuerdo con aquellos autores de vida tan santa sobre el significado de la Escritura, sino que ni siquiera perseveran unánimes en los grandes dogmas de la fe cristiana. Uno cualquiera entre ellos, el que sea, pretendiendo tener la verdad, conquista a los demás, y, a su vez, es conquistado por ellos: todos se asemejan en su oposición a la fe católica, y son todos también iguales en ser así vencidos. El que habita en los cielos se ríe de sus intentos, inútiles e impíos. Y a El suplico yo para que no se ría de ellos de tal guisa que los desdeñe en su ruina eterna, sino para que les conceda la gracia salvadora del arrepentimiento, y así, estos hijos pródigos, que durante tanto tiempo han andado descarriados en el exilio, vuelvan sus pasos al seno de su madre, la Iglesia. De esta manera, unidos todos en la verdadera fe de Cristo y en la caridad de sus miembros, podamos obtener la gloria de Cristo, nuestra Cabeza, gloria que nadie, por mucho que se engañe, puede esperar alcanzar fuera del cuerpo de Cristo y de la verdadera fe. El fin de Judas Pero, volviendo a lo que decía, el hecho de que esa profecía se aplique a judas fue algo insinuado por Cristo y que judas mostró al suicidarse; fue hecho luego explícito por Pedro y cumplido por todos los Apóstoles cuando Matías fue elegido para ocupar su lugar: otro recibió su episcopado. Después de esto, no hubo ya ningún otro cambio en el grupo de los Doce, aunque los obispos suceden ininterrumpidamente a los Apóstoles. Aquel número sagrado alcanzó su fin al cumplirse la profecía. Al decir Cristo: "Dejad que éstos se vayan" no imploraba su permiso, sino que declaraba, de una manera velada, que El mismo había concedido a los Apóstoles el poder de marcharse para que se cumplieran aquellas palabras: "Padre, he guardado a los que me diste y ninguno se ha perdido excepto el hijo de la perdición. " Vale la pena contemplar aquí con cuánta eficacia predijo Cristo en estas palabras el contraste entre el fin de Judas y el de los demás, la ruina del traidor y el feliz desenlace de los otros. Habla Jesús con tal firmeza que no-parece anunciar algo del futuro, sino lo que ya ha ocurrido: "He guardado - dice -a aquellos que me diste. " No se defendieron con sus propias fuerzas, ni se salvaron por la misericordia de los judíos, ni escaparon por la negligencia de la cohorte, sino gracias a Cristo: "Yo los he guardado. Y ninguno se ha perdido sino el hijo de la perdición. También él estaba entre los que Tú me diste. El me recibió, y también a él, como a todos los que me reciben, le he dado poder de llegar a ser hijo de Dios. Cuando la avaricia le enloqueció se pasó a Satanás, y abandonándome y traicionándome con perfidia, rechazando la salvación y esforzándose en mi destrucción, se convirtió en hijo de la perdición y pereció como un miserable en su propia miseria. " Infaliblemente cierto del final de judas, Cristo habla de su ruina como si ya hubiera acontecido. Mientras Cristo es apresado, aparece el infeliz traidor como jefe y gula de los que le capturan, y yo lo imagino gozándose y exultando en el peligro de su Maestro y de los que fueron sus condiscípulos, pues estoy convencido de que deseaba y esperaba que todos fueran arrestados y condenados. El carácter perverso y la locura furiosa de la ingratitud se manifiestan por esta peculiaridad: que desea la muerte de la misma víctima a la que inicuamente ha injuriado. Quien tiene su conciencia plagada de úlceras criminales ve en el mismo rostro de su víctima un reproche insoportable de su acción, y huye de él con espanto. Se alegraba el traidor confiando que serían capturados todos juntos, y estaba tan estúpidamente seguro de si mismo, que nada habla más lejano de su cabeza como el pensamiento de la sentencia de muerte que Dios le colgaba, un lazo terrible a punto de atrapar su cuello en cualquier momento. Qué digna de compasión es esta tenebrosidad de la débil y mortal condición humana que a menudo tiembla de miedo y se perturba tumultuosamente mientras ignora estar completamente a salvo; y otras veces, en cambio, se comporta como si nada le preocupara, segura de todo peligro, y del todo inconsciente de que una espada mortal pende sobre su cabeza. Temían los demás Apóstoles ser prendidos y asesinados junto con Cristo y, sin embargo, todos consiguieron escapar. Judas, por el contrario, al parecer libre de todo temor y que, incluso se deleitaba en el miedo de los Apóstoles, pereció unas pocas horas después. Cruel es el apetito que se alimenta de la desgracia ajena. Ni hay razón alguna para que alguien se goce y felicite porque esté en su poder causar la muerte a otro ser humano, como se le antojaba al traidor gracias a los soldados que había conseguido. Aunque un hombre puede enviar a otro a la muerte, puede estar bien seguro de que é1 mismo también le seguirá, e incierta como es la hora de la muerte, puede ocurrir que él mismo, tal vez, preceda a quien imagina con arrogancia haber enviado a la muerte. Asi ocurrió aquí, en donde la del miserable Judas precedió a la de Cristo, a quien aquél habla entregado a la muerte. Ejemplo triste y terrible para todos. No se crea el criminal seguro y libre de castigo, por mucho que se precie en su arrogante impenitencia, porque contra los malvados conspiran al unisono todas las creaturas junto con el Creador. El aire suspira por soplar vapores nocivos contra el miserable. El mar desea arrollarlo con sus olas. Las montañas quieren volcarse sobre él. Los valles, levantarse en contra suya. La tierra, entreabrirse bajo sus pies. El infierno busca tragarlo tras una larga calda. Los demonios desean zambullirle en las llamas devoradoras y eternas. Y entretanto, el único que preserva al hombre malvado es el mismo Dios que aquél abandonó. Si alguien es tan obstinado en su imitación de Judas que Dios decida no ofrecerle más la gracia que tan a menudo le ha sido procurada (y por él rechazada), ese hombre sí que es verdaderamente desgraciado, y por mucho que se halague a si mismo en la falsa ilusión de volar muy alto en el aire sobre una nube de falsa felicidad, está, de hecho, revolcándose en un abismo de calamidad y de desgracia. A Cristo clementísimo se ha de pedir por uno mismo y por los demás para no imitar a Judas en su obcecación frenética, y poder así aceptar la gracia que Dios ofrece para ser restaurados de nuevo por la penitencia y por la misericordia a la gloria. II. SOBRE LA OREJA SAJADA DE MALCO, LA FUGA DE LOS DISCÍPULOS Y LA CAPTURA DE CRISTO. Furia y celo de Pedro Desde mucho tiempo antes hablan los Apóstoles escuchado a Cristo predecir las cosas que ahora velan acontecer. Aun afectados por la tristeza y la pena, recibieron entonces todo aquello con mucha menos preocupación que ahora, cuando velan ocurrir todas aquellas cosas delante de sus propios ojos. Al ver que una cohorte entera de soldados buscaba a Jesús -Nazareno, no quedaba ya lugar para la duda o la ambigüedad: le buscaban para hacerle prisionero. Al sospechar lo que se avecinaba fueron sus ánimos abatidos e inundados por un tumulto de sentimientos. De un lado, solicitud y preocupación por su Señor., al que tanto amaban; pero, también, miedo y temor por lo que pudiera ocurrirles a ellos mismos. De otro lado, debieron sentir vergüenza al recordar aquella magnífica promesa suya de morir antes que abandonar al Maestro. A todos estos estados de ánimo seguían impulsos varios, porque, si su amor les llevaba a quedarse, el miedo les hacia no permanecer, el temor a la muerte les movía a huir, y la vergüenza por lo que habían prometido les inclinaba a resistir y no ceder. Recordaban, además, lo que Cristo les había dicho aquella misma noche: que si antes tenían prohibido llevar cosa alguna para defenderse, ahora, el que no tuviera espada debería comprar una, aunque para hacerlo se viera obligado a vender la túnica. Crecía su... miedo al ver a la cohorte romana y a la turba de los judíos avanzando en bloque, todos bien provistos de armas, mientras ellos eran sólo once y desarmados, excepto dos que tenían dos espadas (aparte de algún cuchillo o puñal que tuviera algún otro). Pues bien, a pesar de todo recordaron más tarde que al decir al Maestro: "Mira, aquí hay dos espadas", El había contestado: "Es suficiente. " No entendiendo el misterio de esas palabras le preguntan impetuosamente si quiere que ellos le defiendan con la espada: 'Señor, ¿herimos con la espada?" Pedro, furioso por la emoción, no esperó la respuesta, sino que desenvainando la espada asestó un golpe a un siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Quizá estaba este criado junto a Pedro, o bien su aspecto fiero y altanero destacaba entre los demás. De cualquier modo, parece que era conocido por su maldad porque los evangelistas mencionan que era un siervo del sumo sacerdote, jefe y príncipe de todos los sacerdotes, y como dice un autor satírico: "Cuanto más grande la casa, más soberbios los servidores. " Saben los hombres por experiencia que, en cualquier parte, los servidores de grandes señores superan a éstos en arrogancia. Y para que supiéramos que este individuo estaba muy cercano al sumo pontífice (y así era tanto más distinguido en su soberbia), añadió Juan, inmediatamente., su nombre: "El nombre del siervo era Malco". Es un dato que este evangelista no ofrece en cualquier lugar y sin una buena razón. Imagino que este canalla llamado Malco debió de entrometerse altaneramente, irritando a Pedro, que, a su vez, escogió a tal sujeto para iniciar la pelea; y vigorosamente habría dirigido el ataque si Cristo no hubiera detenido su ímpetu. En efecto, prohibió Cristo a los demás que lucharan, declaró ser impotente el celo de Pedro y, finalmente, curó la oreja de este pobre individuo. Lo hizo así porque no vino a huir de la muerte, sino a padecería, y además, caso de que no hubiera venido a morir, no habría necesitado de tal ayuda. Para recalcar bien esto, respondió primero a la pregunta de los otros Apóstoles: "Dejadles. No sigáis adelante. Dejadles hacer otro poco. Con una sola palabra los tiré al suelo y, con todo, como veis, les permití que se levantaran para que pudieran llevar a cabo lo que desean hacer. Si a ellos les dejo llegar hasta ahí, haced vosotros otro tanto. Llegará el momento en que ya no permitiré que puedan nada sobre mi; e incluso ahora no necesito vuestra ayuda. " Después, volviéndose a Pedro le dijo: 'Pon la espada en su lugar", como si dijera: "No deseo ser defendido con la espada, y a vosotros os he escogido para una misión que no es lucha con esa espada, sino con la espada de la palabra de Dios. Devuelve, por tanto, la espada de hierro a su sitio, que es donde debe estar: en manos de los príncipes y de las autoridades temporales para usarla contra los que obran el mal. Vosotros, Apóstoles de mi rebaño, tenéis otra espada mucho más temible que cualquiera de hierro. Una espada por la que el hombre impío es, a veces, cortado y desgajado de la Iglesia como miembro podrido de mi Cuerpo místico, y entregado a Satanás para destrucción de la carne, y así salvar el espíritu (supuesto que sea curable) y capacitarlo una vez mas para ser injertado y seguir creciendo de nuevo. Aunque, ocurre alguna vez, que quien padece un tumor incurable es entregado a la muerte invisible del alma, no sea que infeccione otros miembros sanos con su enfermedad. Tan lejos estoy de desear que hagas uso de la espada de hierro (que pertenece a la autoridad secular) que pienso asimismo que la espada espiritual (cuyo manejo os pertenece) no debe ser desenvainada con mucha frecuencia. Pero manejad con gran energía la espada de la palabra, cuyo tajo, como el del bisturí, hace posible que salga el pus, y cura, ciertamente, hiriendo. Por lo que se refiere a la maciza y peligrosa espada de la excomunión., deseo permanezca escondida en el estuche de la misericordia a no ser que una necesidad urgente y grave requiera sea desenvainada. " Cristo corrige al Apóstol Con sólo tres palabras contestó a los otros Apóstoles, bien porque eran más moderados o quizá sencillamente, porque eran más tibios que o para calmar el ímpetu bullicios y sin freno de este último necesitó extenderse un poco más. No sólo le mandó envainar la espada; añadió también la razón por la que no aprobaba su celo, por fervoroso que fuera. "¿No quieres que beba el cáliz que mi Padre me dio a beber?". Tiempo antes, habla predicho Cristo en una ocasión a los Apóstoles que "convenía que fuera él a Jerusalén y que padeciera mucho de los ancianos, escribas y príncipes de los sacerdotes, y que fuese muerto y que resucitara al tercer día. Y tomándole aparte Pedro trataba de disuadirle diciendo: 'De ningún modo, Señor. Nada de todo eso te ocurrirá'. Cristo se volvió hacia Pedro y le dijo: 'Apártate de mi, Satanás, que no saboreas las cosas que son de Dios". ¡Con qué energía replicó Cristo a Pedro! Poco antes de esto, al confesar Pedro que Cristo era el Hijo de Dios, le había dicho: 'Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado eso la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella". En esa otra ocasión, sin embargo, declara ser escándalo, le llama Satanás, que no entiende las cosas de Dios sino sólo las de los hombres. ¿Por qué todo esto? Porque intentaba Pedro disuadirle de su camino hacia la muerte. Cristo le hizo ver que convenía perseverar hasta la muerte, hasta aquella muerte irrevocablemente decretada por su propia voluntad. No sólo no quería Cristo que ellos impidieran su muerte, sino que deseaba le siguieran también en aquel mismo camino suyo. "Si alguien quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, coja su cruz y sígame ". No contento con esta exigencia, fue más allá para mostrar que si alguien rehusara seguirle en el camino hacia la muerte cuando el caso lo requiere, no sólo no evita la muerte, sino que viene a caer en una mucho peor. Quien da su vida, no la pierde, sino que la cambia por una vida más plena, pues "quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierde su vida por mí la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿Qué podrá dar entonces para rescatarla? El Hijo del hombre ha de venir revestido de la gloria de su Padre y rodeado con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras`. Es posible que haya yo dedicado a este pasaje más tiempo del necesario. Pero, ante estas palabras de Cristo tan graves y amenazadoras, por un lado, y tan eficaces, por otro, para originar esperanza en la vida eterna, me pregunto si habrá alguien que no quede de verdad conmocionado. La importancia de estas palabras en este lugar está clara. Pedro es amonestado para que su celo no le desviara de tal modo que estorbara la muerte de Cristo. No obstante, vuelve Pedro con igual ardor a oponerse a ella, y no se limita ahora a unas pocas palabras, sino que intenta conseguirlo por la violencia de la lucha. Cristo, que sabia que Pedro lo hacia con buena intención, y que a medida que se acercaba la pasión aparecía más y más humilde con todos, no le reprochó con dureza. Le corrigió dándole una razón; declaró después ser aquello un pecado; y, finalmente, afirmó que, caso de. que quisiera evitar la muerte, no necesitaría de la ayuda de Pedro ni de ningún otro mortal. No tenla mas que pedírselo a su Padre que hubiera enviado una poderosa e invencible legión de ángeles para liberarle de esta gente ruin que buscaba cogerle prisionero. La razón con la que contrarrestó el celo de Pedro se contiene en su pregunta: "¿No quieres que beba el cáliz que mi Padre me entregó? `. Mi vida entera hasta ahora ha estado moldeada por la obediencia y ha sido modelo de humildad. ¿Qué he enseñado con mas frecuencia o con mas energía sino que las autoridades deben ser obedecidas, que se ha de tener honor y respeto a los padres, que lo que es del César se ha de entregar al César y lo que es de Dios a Dios? Y ahora que debo acabar mi obra y hacerla perfecta en todo detalle, ¿pretendes que rechace el cáliz que mi Padre me ofrece, deseas que el Hijo del hombre desobedezca y que, de este modo, destruya y deshilache en un momento el tapiz hermosísimo que durante tanto tiempo ha estado tejiendo?" Enseña a Pedro, en segundo lugar, que, al asestar un golpe de espada, ha cometido un pecado. Y lo hace con un ejemplo del Derecho civil: 'Todos que se sirven de la espada, a espada morirán" ". Según el Derecho romano (al que estaban sometidos los judíos), cualquier persona que fuera descubierta llevando una espada, sin legítima autoridad, con el propósito de matar, era considerada en la misma categoría que el hombre que ya hubiera asesinado a otro. ¡ Cuánto más en el caso de quien no sólo llevaba espada, sino que la había desenvainado y asestado un golpe!. No me parece que Pedro, en tal momento de consternación y desconcierto, pudiera controlarse para apuntar sólo a la oreja de Malco, evitando deliberadamente golpearle en la cabeza, como si no hubiera querido matarle sino tan sólo asustarle. Naturalmente, se podría añadir aquí que es licito servirse de la fuerza para proteger a un inocente de un asalto criminal. Pero esta cuestión requeriría un tratamiento más extenso del que se puede intentar en estas páginas. Por mucho que pueda excusarse la acción de Pedro, ya que la hizo por un leal afecto hacía Cristo, una cosa está clara: lo hizo en ausencia de legítima autoridad para emplear la fuerza, como muestra muy bien el hecho de que Cristo le había severamente advertido de que no intentara impedir de ningún modo su pasión y muerte, no sólo por la fuerza, sino ni siquiera con palabras. Finalmente, desaprueba el ataque violento de Pedro, señalando que su protección era del todo superflua e innecesaria. "¿No sabes que puedo pedir ayuda a mi Padre, e inmediatamente me enviaría más de doce legiones de ángeles?" '. Fijaos, mantiene silencio sobre su propio poder, pero se gloria de gozar del favor de su Padre. A medida que se acercaba más y más su muerte, deseaba evitar toda alocución sublime de si mismo y no quería pregonar que su poder era igual al de su Padre. Queriendo dejar bien claro que no necesitaba la ayuda de Pedro ni de ningún otro mortal, afirma que la ayuda de los ángeles le habría sido enviada por su Padre todopoderoso inmediatamente, con sólo haberla pedido. "¿No sabes que puedo pedir ayuda a mi Padre... ?" como si dijera: "Con vuestros propios ojos acabáis de ver cómo arrojé al suelo, con sola mi voz y sin tocarla, a toda esta turbamulta, tan grande que si confías ser suficientemente fuerte para defenderme contra ella, debes estar completamente loco. Si esta razón no te convence, considera, al menos, de quién confesaste tú que yo era hijo cuando al preguntaros '¿Quién decís vosotros que soy yo?', tú diste al punto aquella respuesta que el cielo te enseñó: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo'. Pues, si por divina revelación conoces que yo soy Hijo de Dios, y ya que has de saber que los padres en esta tierra no abandonan a sus hijos, ¿piensas, acaso, que mi Padre celestial me abandonaría? ¿No sabes que, si se lo pidiera, me enviaría más de doce legiones de ángeles, y que lo haría en el acto, sin tardanza? Y contra tantas legiones de ángeles, ¿qué podría esta cohorte de plebeyos y ruines mortales? Ciento veinte legiones de creaturas como éstas no podrían ni siquiera mirar el rostro de un ángel airado. " Vuelve después Cristo a lo primero como si fuera lo más importante, y dice: "¿Cómo se cumplirán las Escrituras según las cuales conviene que ocurra así?". Llenas, en efecto, están las Escrituras de vaticinios sobre la pasión y muerte de Cristo y sobre el misterio de la redención de la humanidad que no se realizarla sin la pasión. Y para que ni Pedro ni ningún otro musitara para sí mismo: "Si puedes conseguir todas esas legiones de tu Padre, ¿por qué no las pides?" le dijo Cristo: "¿Cómo se cumplirán las Escrituras según las cuales conviene que suceda así? Si ves en la Sagrada Escritura que éste es el camino escogido por la sabiduría justísima de Dios para instaurar de nuevo la raza humana en la gloria que perdió, y aun así pidiera yo a mi Padre que me salvara de la muerte, ¿qué estaría haciendo sino esforzarme por deshacer lo que vine a. cumplir? Hacer que bajen del cielo los ángeles para defenderme, ¿qué otro resultado tendría sino, precisamente, excluir del cielo a la raza humana entera para cuya redención a la gloria celestial he bajado yo a la tierra? No luchas tú, por tanto, con tu espada contra los impíos judíos, sino que arremetes contra toda la humanidad en la medida en que no dejas se cumplan las Escrituras ni quieres que beba el cáliz que me dio mi Padre; aquel cáliz por el que yo, libre de culpa y sin mancha, borraré la mácula de la naturaleza caída. " Malco, figura de la razón humana Contemplad el corazón dulcísimo de Cristo que no pensó era bastante reprochar al que golpeaba, sino que, para damos ejemplo de que hemos de devolver bien por mal, tocó también la oreja sajada de su perseguidor y se la curó. Ningún cuerpo está tan plenamente configurado por el alma como la letra de la Sagrada Escritura está permeada de misterios espirituales. Así como nadie puede tocar una parte del cuerpo en que no se halle el alma dando vida y sensación (incluso la parte más pequeña), de manera parecida, no hay en toda la Sagrada Escritura un hecho o una historia aunque sea bien material y palpable, por así decirlo, que no lleve la -vida y el aliento de algún misterio espiritual. Al considerar cómo la oreja de Malco fue cortada por la espada de Pedro y restaurada por la mano de Cristo, no nos quedemos únicamente con los hechos del relato (de los que podemos aprender mucho para nuestra salvación): penetremos en el misterio espiritual de salvación escondido bajo la letra de la historia. Este personaje, Malco, cuyo nombre significa en hebreo "rey" puede ser tomado como figura de la razón humana; porque la razón debe gobernar en el hombre como un rey, y verdaderamente reina cuando se sujeta a sí misma en el obsequio de la fe y sirve a Dios. Y servir a Dios es reinar. Por su parte, el sumo sacerdote, junto con sus ministros, los escribas y los ancianos del pueblo, era dado a depravadas supersticiones que mezclaba con la ley de Dios y, con el pretexto de la piedad, luchaba contra la piedad esforzándose por demoler al fundador de la verdadera religión. Todo esto hace que pueda ser tomado, junto con sus cómplices, como figura de los heresiarcas sacrílegos, ministros supremos de la nefanda superstición. Cuando la razón se rebela contra la verdadera fe de Cristo y se hace adicta a la herejía, huye de Cristo y se convierte en esclava del hereje al que sigue, descarriada por el diablo y perdida en los vericuetos del error. Conserva la oreja izquierda, por la que escucha siniestras herejías, mientras pierde la derecha, por la que debería oír la fe verdadera. No ocurre esto siempre por igual causa ni con el mismo resultado. Hay cabezas que tienden a la herejía por malicia y adrede. En ese caso no cae la oreja de un golpe, sino que va perdiéndose poco a poco y paso a paso, en la medida en que el diablo infiltra el veneno; llega luego un momento en que las partes purulentas se endurecen obturando los pasos de la trompa auditiva, de tal modo que nada bueno puede entrar. Difícilmente son tales individuos restaurados en la salud porque las partes carcomidas por el cáncer devorador se pierden del todo, y nada queda que pueda ser repuesto en su lugar. Puede también ocurrir que la oreja haya sido sajada de un golpe seco y preciso, a causa de un celo imprudente, y que, entera, haya rodado hasta el suelo. Así pasa con aquellos que, movidos por una pasión o un sentimiento repentino, abandonan la verdad conquistados por una falsa apariencia de la verdad. También representa a quienes han sido engañados por su celo; de éstos ya advirtió Cristo: "Vendrá un tiempo en que quien os matare se creerá hacer un obsequio a Dios? ". De esta clase fue el Apóstol Pablo. Otros hay que, atolondradas sus inteligencias por apegos terrenos, -dejan que la oreja por la que oían la buena doctrina del cielo sea amputada, cayendo sobre la tierra. A menudo se compadece Cristo, de la desgracia de tales hombres, y recogiendo del suelo con su propia mano la oreja que fue cortada en un súbito arrebato o por un celo mal entendido., con sólo tocarla la encola de nuevo a la cabeza, y vuelve a ser idónea para escuchar la verdadera doctrina. En fin, sé bien que, de este pasaje, sacaron los antiguos Padres, con la gracia del Espíritu Santo, varios significados misteriosos, cada autor el suyo; pero no es mi propósito hacer un elenco de todos porque interrumpiría demasiado el relato de los acontecimientos históricos. El poder de las tinieblas «Dijo después Jesús a los príncipes de los sacerdotes y a los prefectos del templo y a los ancianos que habían venido: "Habéis salido a prenderme con espadas y con garrotes como si yo fuera un ladrón. Todos los días estaba entre vosotros enseñando en el templo y nunca me echasteis la mano. Mas ésta es la hora vuestra y el poder de las tinieblas". Así habló Cristo a aquellos príncipes de los sacerdotes y magistrados del templo que habían venido. Tienen aquí algunos una cierta duda porque el evangelista Lucas señala que Cristo se dirigió a los príncipes de los sacerdotes y a los magistrados del templo y a los ancianos del pueblo, mientras que los demás evangelistas dicen que no fueron esas personas al lugar, sino que enviaron una cohorte de soldados con sus servidores. Afirman algunos no encontrar tal dificultad porque se puede decir que Cristo habló con ellos porque habló, de hecho., con los que hablan sido enviados. Ordinariamente, se entiende que los príncipes hablan entre si por medio de sus embajadores respectivos, y muchas personas se hablan valiéndose de mensajeros. Todo lo que decimos a un criado que se nos ha enviado, lo hablamos, realmente, a su amo que nos lo envió., pues el servidor repetirá todo a su señor. Aunque no juzgo improbable esta solución, me inclino mucho más a favor de la opinión de quienes piensan que Cristo hablé cara a cara con los príncipes de los sacerdotes, ministros del templo y ancianos del pueblo. Lucas, en efecto, no dice que Cristo se dirigiera a todos los príncipes de los sacerdotes ni a todos los prefectos del templo ni a todos los ancianos del pueblo, sino solamente a aquellos que hablan venido. Parece indicar que, aunque reunidos todos en consejo se decidió enviar la cohorte y los servidores para apresar a Jesús, hubo algunos de cada grupo (ancianos, príncipes y fariseos) que fueron Junto a ellos. Esta explicación concuerda exactamente con las palabras de Lucas y no contradice los relatos de otros evangelistas. Dirigiéndose, por tanto, a los príncipes, fariseos y ancianos, les recuerda Cristo tácitamente que no atribuyan su captura a sus fuerzas ni a su habilidad, y que no se jacten ridículamente de ella como si fuera una astuta e ingeniosa proeza (como suelen, desgraciadamente, hacer quienes al obrar la maldad se ven acompañados por la suerte). Nada pudieron contra El las insensatas maquinaciones con las que se esforzaban por ahogar la verdad; detrás de todo estaba la profunda sabiduría de Dios que había previsto y establecido el tiempo en que el príncipe de este mundo perdería su presa, es decir, el género humano, por mucho que luchara por retenerla. De otro modo, les siguió explicando Cristo, no hubiera habido necesidad de comprar un traidor, ni de venir en la noche con linternas y, antorchas, rodeados de soldados y armados con espadas y garrotes. Podían haberlo hecho antes, en cualquier momento. Podían haberle arrestado sin esfuerzo, sin pasar una noche en vela, sin ruido ni estrépito de armas, todas aquellas veces mientras, tranquilamente sentado, enseñaba en el templo. Se jactaban, quizá, porque pensaban que era muy difícil realizar lo que Cristo les mostraba haber sido tan fácil; temían que la captura de Cristo hubiera podido originar un gran peligro, un levantamiento del pueblo. Pero esta dificultad sólo se presentó, en su mayor parte, después de la resurrección de Lázaro. En efecto, más de una vez antes de este suceso, y a pesar del amor por sus virtudes y del profundo respeto que el pueblo sentía hacia El, había tenido Cristo que servirse de su poder para escapar de en medio de ellos. Quienes entonces hubieran intentado cogerle y matarle no habrían encontrado ningún peligro ni amenaza en la masa del pueblo, sino, más bien, un cómplice en el crimen (tan mudable es siempre la muchedumbre anónima y tan inclinada a decidirse por la parte equivocada). Los hechos mostraron poco después con qué facilidad se olvida el favor de la muchedumbre hacia una persona y el miedo que de ahí pueda surgir; porque, en cuanto fue Cristo apresado, el pueblo que antes aclamara con júbilo: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!" gritaba ahora furibundo en contra suya: "¡Afuera! ¡Crucifícalo ¡". Había querido Dios, hasta este momento, que los que deseaban capturar a Cristo imaginaran todo tipo de razones ficticias para temblar de miedo cuando nada había que temer. Ahora que habla llegado el tiempo oportuno para la redención de todos los mortales (los que de verdad quieran ser redimidos) por la muerte cruel de uno solo, siendo así restablecidos a la felicidad de la vida eterna, esas pobres creaturas que atrapan a Cristo se jactan de haber realizado con gran inteligencia y astucia lo que, de. hecho, habla prescrito Dios en su divina providencia y misericordia desde toda la eternidad; que ni siquiera la calda de un pájaro al suelo, está fuera de su providencia. Para mostrarles cuán errados andaban, y para que supieran que, sin su consentimiento, de nada hubiera valido el engaño fraudulento del traidor, ni sus bien calculadas insidias, ni el poder de los soldados romanos, les dijo: "Pero ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. " Palabras de Cristo que Mateo consolida con razón al escribir: "Todo esto se hace para que se cumplan las Escrituras del profeta ". Son muchos los lugares de los profetas donde se encuentran vaticinios sobre la muerte de Cristo: "Fue llevado como un cordero al matadero, y su clamor no fue oído en las calle?", "Horadaron mis manos y mis pies", 'Fue contado entre los malhechores", "Tomó sobre sí nuestras enfermedades", "Por cuyas Hagas hemos sido sanados". Abundan los profetas en claras predicciones de la muerte de Cristo, y, para que no quedaran incumplidas, era necesario que no dependieran totalmente de planes humanos, sino de Aquel que previó y ordenó desde toda la eternidad lo que iba a ocurrir, es decir, en el Padre de Cristo, en el mismo Cristo y en el Espíritu Santo de ambos; pues las obras de los tres de tal modo se unen que ninguna obra ad extra deja de pertenecer por igual a las tres Personas. El tiempo oportuno para el cumplimiento de aquel plan estaba así previsto y prescrito, y los príncipes de los sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos, inicuos ministros que se enorgullecían de haber capturado a Cristo, no eran sino instrumentos ciegos de la voluntad bondadosísima e inmutable de Dios todopoderoso, no sólo de las personas del Padre y del Espíritu Santo, sino también de la persona de Cristo. Herramientas eran, en su ignorancia, ávidas, cegadas y alocadas por la malicia, que causaban daño enorme en sí mismos y un bien grande en otros, y que llevaron a Cristo a la muerte temporal, pero que fueron utilizadas para conseguir la felicidad para el género humano y para Cristo la gloria eterna. Les dijo: "Mas ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. "Hubo un tiempo en el que, aunque me odiabais con furor y deseabais perderme, aunque podíais haberlo hecho en cualquier momento sin dificultad, no me cogisteis en el templo y ni siquiera pusisteis manos sobre mí. ¿Por qué? Porque ni el Tiempo ni la hora habían llegado; no una hora fijada por las estrellas del cielo o escogida por vuestras astucias, sino por el plan inescrutable de mi Padre al que había yo dado' mi consentimiento. ¿Os preguntáis cuándo la escogió? No en tiempos de Abraham, sino desde toda la eternidad. Desde siempre, junto con el Padre, antes de que Abraham fuera' yo soy. Pero ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. Esta es la hora breve dada a vosotros, y éste, el poder concedido a las tinieblas, para que podáis hacer en la oscuridad de la noche lo que no se os permitió a la luz del día. Como aves de rapiña, como búhos y lechuzas, murciélagos y cuervos de la noche, y otros pajarracos de esa suerte, chillando desaforadamente con vuestros picos, revoloteáis ahora sobre mí, pero todo será en vano. Porque en tinieblas andáis cuando achacáis mi muerte a vuestra fuerza. En tinieblas está Pilato, el gobernador, cuando se enorgullezca de tener, poder para salvarme o crucificarme: aunque mi pueblo y mis sacerdotes están a punto de entregarme a él, ningún poder tendría sobre mí si no le fuera dado del cielo; por esta razón, los que a él me entregan mayor pecado tienen. Mas ésta es la hora y el poder, pasajero y breve, de la tiniebla. Quien camina en la oscuridad no sabe a dónde va; y vosotros ni veis ni sabéis lo que hacéis, por lo que yo mismo rogaré al Padre para que se os pueda perdonar todo cuanto tramáis contra mí. Mas no a todos se perdonará ni se excusará su ceguera; porque vosotros mismos creáis y forjáis vuestra propia oscuridad. Apagáis la luz y cegáis primero vuestros ojos, y luego, los ojos de los demás. Os convertís en ciegos que guían a otros ciegos, hasta que ambos caen en el pozo. Esta vuestra hora es y será breve. Este es el poder incontrolable y frenético que os trae aquí bien armados para apresar al inerme y desarmado, el hombre cruel y sanguinario contra el hombre amable y apacible, hombres culpables contra el hombre inocente, el traidor contra su señor, pobres criaturas mortales contra su Dios. No sólo a vosotros, contra mí y aquí y ahora, se da este poder de la oscuridad, sino también a otros gobernadores, césares y autoridades temporales contra otros discípulos míos. Y poder de las tinieblas será esa hora, en verdad, porque cuanto sufran y digan no lo padecerán ni expresarán con solas sus fuerzas, sino que venciendo con mi energía, en su paciencia conquistarán sus almas, y será el Espíritu de mi Padre el que hable en ellos. De la misma manera, quienes les atormenten y asesinen no harán nada de si mismos: el Príncipe de las tinieblas (ya se acerca y no tiene poder sobre mi) inculcará el veneno en verdugos y tiranos, mostrando y haciendo alarde de su fuerza a través de ellos y por el tiempo que le sea permitido. No lucharán mis compañeros de armas contra la carne y la sangre, sino contra príncipes y potestades, contra los que manipulan la oscuridad de este mundo, contra los espíritus maléficos. Ha de nacer todavía Nerón, por el que el príncipe de las tinieblas matará a Pedro, y después a Pablo, aunque éste todavía no se llama Pablo y se mueve en contra mía. Por el príncipe de las tinieblas muchos otros césares y autoridades se levantarán contra mis discípulos. Aunque las gentes se amotinen y tracen las naciones planes vanos, aunque se alcen los poderosos de la tierra y conspiren juntos contra el Señor y su Cristo, esforzándose por quebrantar los vínculos y arrojar el yugo tan suave que Dios tan amoroso y amable impone por medio de sus pastores sobre sus cuellos testarudos, el que mora en los cielos se reirá y se burlará de todos ellos. Que no está El, sobre un trono como el que tienen los poderosos de la tierra, elevados a unos pocos pies del suelo, sino que se alza majestuoso sobre la puesta del sol y se sienta por encima de los querubines; los cielos son su trono, la tierra es su escabel, su nombre es "el Señor?'. Rey de reyes y señor de señores. Rey de presencia impresionante que intimida los ánimos de los príncipes. Les hablará en su ira y con su furor los turbará. Constituirá a Cristo, su Hijo que hoy ha engendrado, como rey sobre Sión su monte santo, montaña que jamás se tambaleará. Pondrá sus enemigos como escañuelo bajo sus pies. Los que querían romper los lazos y arrojar lejos su yugo serán gobernados con vara de hierro y los despedazará como el barro. Contra todos ellos y contra su instigador, el príncipe de las tinieblas, serán mis discípulos confortados y fortalecidos en el Señor. Y revestidos con la armadura de Dios, los lomos ceñidos con la verdad, protegidos con la coraza de la justicia, calzados y listos para sembrar el evangelio de la paz, alzando en todas las cosas el escudo de la fe, y poniéndose el casco de salvación y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios, serán revestidos con el poder de lo alto. Resistirán, de esta manera, las insidias del diablo, esto es, los halagos y lisonjas, los placeres y comodidades que pondrá en labios de los perseguidores para que, vencidos por la flojedad y la blandura, abandonen el camino de la verdad. Aguantarán también firmes los asaltos abiertos de Satán resguardados por el escudo de la fe, bañando en lágrimas su oración, y sudando sangre en la agonía de su pasión. De nada valdrán los fieros dardos lanzados contra ellos por los esclavos de Satán. Después de haber cogido su cruz para seguirme, y una vez que hayan vencido al diablo y aplastado a los esbirros terrenales de Satanás, entrarán, por fin, los mártires en el cielo con una gloria admirable sobre una carroza triunfal. Pero, vosotros que ahora ejercéis sobre mí vuestra malicia y todos los que, en su corrupción, os imiten después, raza de víboras que, con parecida maldad y sin arrepentimiento, marcharán sobre los míos, seréis arrojados al fuego eterno del infierno. Se os concede, mientras tanto, mostrar y ejercer vuestro poder; y, para que no os ensoberbezcáis, no olvidéis que muy pronto se os acabará. No es el mundo sempiterno para que sea permitido tal desenfrenado libertinaje, sino que su duración ha sido abreviada hasta un tiempo muy corto por causa de los escogidos, para que no sean torturados más allá de sus fuerzas. Vuestro tiempo y el poder de las tinieblas no son eternos, sino tan fugaces como el momento presente, un instante temporal atrapado entre el pasado que ya fue y el futuro que todavía no ha llegado. Breve es vuestra hora y, para que no os perdáis nada de ella, proceded inmediatamente a gastarla. Ya que me buscáis a mi para destruirme, daos prisa, haced rápidamente lo que pensáis hacer, pero dejad que éstos se vayan. "Entonces, todos los discípulos le abandonaron y huyeron". La fuga de los discípulos Fácilmente se ve en este pasaje qué difícil es la virtud de la paciencia. Muchos son los que pueden enfrentarse con valentía a una muerte cierta con la condición de que puedan devolver los golpes de los atacantes, dando rienda suelta a sus pasiones e hiriendo al enemigo. Mas sufrir sin lo que pudiera ser el alivio de una posible venganza, arrostrar la muerte con tal paciencia que no sólo no se devuelvan los golpes, sino que ni siquiera se rechacen con palabras airadas, es, os lo aseguro, tal cumbre sublime de heroica virtud que ni los Apóstoles tuvieron fuerzas para ascenderla. Fueron, ciertamente, admirables en su promesa de ir a la muerte con Cristo artes que abandonarle; y la mantuvieron, en algún sentido, porque estaban dispuestos a morir con la condición de que pudieran morir peleando. Así lo mostró Pedro con obras al golpear a Malco. Pero cuando nuestro Señor les negó el permiso para luchar y defenderse, "le abandonaron todos y huyeron". Alguna vez me he preguntado si, cuando Cristo dejó de orar y fue a donde estaban los Apóstoles, encontrándolos dormidos, se dirigió a ambos grupos o sólo a aquellos Apóstoles que El habla deseado estuviesen más cerca suyo. Al considerar ahora las palabras del evangelista, "Todos le abandonaron y huyeron». ya no dudo de que todos por igual se durmieron. Despiertos y rezando deberían haber estado para no caer en la tentación, como Cristo les mandó; y, al dormirse, dieron una oportunidad al tentador de debilitar sus voluntades con una atolondrada modorra que les inclinó más a buscar los extremos, luchar o huir, que a soportarlo todo con paciencia. Por esta razón le abandonaron todos y huyeron, cumpliéndose la palabra de Cristo: "Esta noche todos os escandalizaréis de mi". y también lo que predijo el profeta:... "Heriré al pastor y se descarriarán las ovejas" "Le seguía un joven, envuelto solamente con un lienzo sobre su cuerpo, y desprendiéndose de él, escapó desnudo". Quién era este adolescente es algo que nunca se ha sabido con absoluta certeza. Algunos piensan que era Santiago, al que llamaban hermano del Señor y distinguido con el sobrenombre de "justo". Dicen otros que era Juan evangelista, a quien el Señor amó siempre con predilección, y que debía ser entonces muy joven, pues llegó a vivir muchos años después de la muerte de Cristo (según jerónimo murió sesenta y ocho años después de la pasión del Señor). No faltan autores antiguos que afirman que este adolescente no era uno de los Apóstoles, sino uno de los servidores en la casa donde Cristo había celebrado aquella noche la Pascua. Personalmente, me siento más inclinado a aceptar esta opinión. Aparte de que no me parece verosímil que un Apóstol llevara por todo vestido un simple lienzo, y además, tan mal sujeto que pudiera desprenderse de repente, el contexto y los hechos de la historia, junto con las mismas palabras del relato, me llevan a opinar así. Entre los que piensan que el joven era uno de los Apóstoles, la mayoría se inclina por Juan; mas no me parece a mí probable por las propias palabras de Juan: "Seguían a Jesús, Simón Pedro y otro discípulo que era conocido del pontífice, y así, entró con Jesús en el atrio del pontífice. Pero Pedro se quedó en la puerta. Salió, pues, el otro discípulo, el conocido del pontífice, y habló con la portera y consiguió que Pedro entrara" '. Los que dicen que era el santo evangelista quien siguió a Cristo y huyó al ser hecho prisionero, tienen que hacer frente a una dificultad en su argumento, y es ésta: el hecho de que el joven arrojó la sábana y escapó desnudo. En efecto, parece esto no concordar bien con lo que sigue, es decir, que Juan entró en el atrio del sumo sacerdote, introdujo a Pedro y siguió a Cristo en todo momento hasta el lugar de la Crucifixión, permaneciendo junto al Crucificado con la amadísima Madre de Cristo (junto a la Cruz, un hombre virginal y una Virgen purísima), y que cuando Cristo se la encomendó, la aceptó como Madre allí mismo. No cabe ninguna duda de que, en todo este tiempo y en esos distintos lugares, Juan iba vestido. Era discípulo de Cristo, no uno de la secta de los cínicos. Por lo tanto, aunque tenia sentido común para no evitar la desnudez del cuerpo cuando las circunstancias así lo pidieran o la necesidad lo exigiera, sin embargo, difícil se me hace pensar que su pudor le permitiera ir desnudo en público, a la vista de todos y sin razón alguna. Esos autores salen de la dificultad diciendo que, en algún momento, fue a otro sitio y consiguió vestidos. No discuto que no fuera posible, pero no me parece verosímil, sobre todo,. cuando veo en este pasaje que siguió a Cristo con Pedro en todo momento y que entró junto con Jesús en la residencia de Anás, suegro del pontífice. Hay, además, otro detalle que me inclina a estar con los que piensan que el joven no era uno de los Apóstoles, sino uno de los siervos. Me refiero a la relación que establece el evangelista Marcos entre los Apóstoles que se dieron a la fuga y el joven que quedó atrás; pues dice: "Entonces, sus discípulos todos le abandonaron y huyeron. Pero un joven le seguía. " No dice que "algunos" huyeron, sino "todos" y que la persona que se quedó siguiendo a Cristo no era ninguno de los Apóstoles (porque todos huyeron), sino adolescentem quemdam"cierto joven" es decir, un desconocido cuyo nombre Marcos ignoraba y juzgó no hacía falta mencionar. Así las cosas, imaginaría yo los hechos de esta manera. Este muchacho, movido previamente por la fama de Cristo y al que acababa de conocer personalmente (pues servía a Cristo en la mesa con los discípulos), fue tocado por el soplo del Espíritu, sintiendo de inmediato el impulso de la caridad. Movido así a una verdadera piedad, siguió a Cristo cuando este salió de la casa, acabada la cena, y continuó siguiéndole a cierta distancia, más lejos quizás que los Apóstoles, pero, con todo, junto a ellos. Y con ellos permaneció hasta que, al aproximarse la muchedumbre, se perdió entre ella. Más tarde, cuando el terror hizo que todos los Apóstoles escaparan de las manos de los soldados, este muchacho se atrevió a permanecer allí., tanto más confiado porque sabía que nadie era consciente del amor que sentía por Cristo. Mas, ¡qué difícil es disimular el amor que tenemos hacia alguien! Aunque se había entremezclado con quienes odiaban a Cristo, su porte y su expresión le traicionaron, dando claramente a entender que estaba a favor de Cristo, ahora abandonado por los otros, y que le seguirla., no para perseguirle y entregarle, sino como quien le sigue para entregarse a El. Al ver la turba que los discípulos habían huido, y sólo este joven se atrevía a seguir a Cristo, rápidamente se echaron sobre él y le atraparon. Y este hecho me hace pensar que también pretendieron capturar a todos los Apóstoles, y únicamente la sorpresa se lo impidió para que no quedara sin cumplir el mandato de Cristo: "Dejad que éstos se vayan. " Estas palabras de Cristo se referían principalmente a los Apóstoles que El había elegido, pero no las limitó a ellos: quiso en su bondad extenderlas a quien, sin haber sido llamado, le había seguido por su propia cuenta introduciéndose en la santa compañía de los Apóstoles. Mostraba Cristo su oculto poder, al mismo tiempo que aparecía la imbecilidad de la turba, porque no sólo no pudieron prender a los once., sino que ni siquiera pudieron retener entre todos a este muchacho, al que ya tenían atrapado y que estaba -puede uno imaginarse- completamente rodeado. "Le cogieron, mas él, arrojando el lienzo, escapó desnudo de entre ellos. " Tampoco dudo lo más mínimo que este muchacho que siguió a Cristo aquella noche y que no pudo ser apartado de El sino por la fuerza de la violencia en el último momento y después que todos los Apóstoles' habían huido, volvió después, en la primera ocasión que tuvo, a la grey de Cristo y vive ahora con Cristo en la gloria sempiterna. A Dios pido y de Dios espero que también nosotros vivamos allí algún día con este muchacho. El mismo nos dirá quién era, y conoceremos con gran gozo y satisfacción muchos otros detalles de las cosas que ocurrieron aquella noche y que no se recogen en la Escritura. Mientras tanto., y para hacer más fácil y seguro el camino que allí conduce, no será de poco provecho recoger los consejos espirituales que se desprenden de la fuga de los Apóstoles antes de poder ser capturados y de la fuga de este joven después de haber sido capturado. Serán como provisiones para el camino. Advierten los antiguos Padres de la Iglesia una y otra vez, para que no confiemos tanto en nuestras propias fuerzas, que no nos pongamos, voluntariamente y sin necesidad alguna, en peligro de pecado. Si alguien se encontrara en una situación en que parece ser muy posible que sea arrastrado por la fuerza hasta ofender a Dios, debe hacer lo que hicieron los Apóstoles: huyendo evitaron ser atrapados. No digo esto como si se hubiera de alabar la fuga de los Apóstoles; Cristo la permitió a causa de su debilidad, y El mismo, lejos de alabarla, había predicho que esa noche seria ocasión de pecado y escándalo. De todos modos, si sentimos que nuestro animo no es lo suficientemente fuerte, imitemos su huida siempre que podamos huir del peligro de pecado sin caer en el pecado. Ahora bien, si alguien escapa cuando Dios le manda permanecer y afrontar el peligro con confianza, bien por razón de su propia salvación o por la de aquellos que le han sido encomendados a su cuidado, ese tal se comporta, sin ninguna duda, muy insensatamente. Pero, ¿y si lo hace para salvar la vida? También, porque, ¿qué puede ser más disparatado y necio que el preferir un breve tiempo de dolor y desgracia a una eternidad de felicidad? Si huye por salvar la vida, al pensar que si no lo hace puede ser forzado a ofender a Dios, se comporta no sólo mal, sino insensatamente. Enorme es el crimen de quien abandona su puesto, y si a esto añade la desesperación, resulta tan grave como pasarse al enemigo. Pues ¿quién puede pensar algo peor que des esperar de la ayuda de Dios, y escapando, entregar al enemigo el puesto que Dios os había asignado para guardar? ¿Qué locura mayor que buscar evitar un pecado meramente posible (si uno permanece en su sitio), mientras se comete con toda seguridad un pecado al escapar. Cuando la huida no encierra ofensa a Dios, el plan más seguro, ciertamente, es darse prisa por escapar, en lugar de retrasarlo tanto que sea atrapado y caiga en peligro de cometer un pecado horrendo. Fácil es, cuando se puede, escapar a tiempo; difícil y peligroso es luchar. Desprendimiento y perseverancia Enseña también este muchacho con su ejemplo qué tipo de hombre puede resistir as tiempo, con menos peligro y escapar fácilmente de manos de sus enemigos, si éstos hubieran llegado a capturarle. En efecto., aunque este muchacho fue el que más resistió siguiendo a Cristo durante un trecho hasta que le prendieron, sin embargo, y gracias a que no iba vestido con muchos y variados vestidos, sino que llevaba tan sólo un simple lienzo, ni siquiera bien sujeto, sino echado sin mayor cuidado sobre su cuerpo, de tal modo que fácilmente podría desprenderse de él, pudo, en un momento, arrojar la prenda en manos de sus perseguidores y huir de ellos desnudo. Llevándose el meollo, les dejó con la cáscara. ¿Qué significa esto para nosotros? Qué otra cosa puede significar sino ésta: que así como un hombre barrigón, hecho torpe y lento por el peso de la tripa, o un hombre que lleva consigo una pesada carga de ropajes y vestidos, difícilmente está en condiciones de correr con rapidez, de la misma manera el hombre con un cínto de bolsas repletas de dinero, muy difícilmente podrá escapar cuando caigan súbitamente sobre él las angustias y los pesares. Ni podrá correr muy de prisa o ir muy lejos si los vestidos que lleva, aunque sean ligeros, están tan atados y apretados que no puede respirar con comodidad. Con más facilidad podrá escapar el que, aunque lleve muchos ropajes, puede desprenderse de ellos en un momento, que otro hombre que lleve muy pocos, pero tan apretadamente atados que ha. de arrastrarlos consigo dondequiera que vaya. Se ven hombres (más raramente de lo que me gustaría, pero se les ve todavía, gracias a Dios) extraordinariamente ricos que preferirían perder todo cuanto poseen antes que ofender a Dios por el pecado. Tienen muchos vestidos, pero no están estrechamente "apegados" y así, cuando el peligro les lleva a huir lo hacen con toda facilidad, simplemente arrojando los vestidos. Se ve también a otros -más de los que uno quisiera- que tienen cosas y vestidos de muy poca calidad, pero que, sin embargo, tan apegados se encuentran a esas sus pobres riquezas, que más fácilmente se les podría arrancar la piel de su cuerpo que separarlos de sus posesiones. Un hombre así haría mejor en darse a la fuga con tiempo, pues, en cuanto alguien le coja por la vestimenta, preferirá morir antes que abandonar la túnica. En fin, aprendemos del ejemplo de este muchacho que hemos de estar siempre preparados ante las contrariedades y dificultades que se presentan de improviso y que pueden hacer necesaria la huida; nos enseña, sin duda, que para estar preparados no es bueno estar cargado con muchos vestidos, ni tan apretujados y abrochados a uno solo que, cuando la ocasión lo urja, nos sea casi imposible arrojar la tela y escapar desnudos. Si desea alguien seguir investigando un poco más podrá ver que lo que este joven hizo encierra otra lección todavía más profunda. Porque el cuerpo es como el vestido del alma; en un sentido, se pone el alma su cuerpo al entrar en el mundo y se separa de él al dejar este mundo y morir. Así como los vestidos valen mucho menos que el cuerpo, así el alma es mucho más preciosa que el cuerpo. Tan loco de atar estaría quien diera su alma para salvar la vida corporal como quien optara por perder el cuerpo y la vida antes que perder el manto. Así habló Cristo del cuerpo: "¿No vale más el cuerpo que el vestido?" % pero cuanto más dijo del alma: "¿De qué te sirve ganar el universo entero si pierdes tu alma?. Qué dará el hombre a cambio de su alma? Pero a vosotros os digo, amigos míos, no temáis a los que matan el cuerpo y, después, no pueden hacer nada más. Yo os mostraré a quién habéis de temer. Temed a aquel que, después de quitar la vida, puede arrojar al infierno. A éste, os repito, habéis de temer" '. Nos advierte además el ejemplo de este muchacho qué tipo de vestido debe ser el cuerpo para el alma cuando nos enfrentemos a tales pruebas. No ha de ser corpulento y gordinflón por causa del desenfreno, ni tampoco debilucho y flojo a causa de una vida disoluta, sino fino y esbelto como un mantel, con la grasa gastada y apurada por el ayuno. No estaremos así tan apegados que no podamos deshacernos de él, de buena gana, si la causa de Dios lo exige. Aquel joven, atrapado por esos miserables y antes de ser forzado a decir o hacer algo que pudiera ofender el honor de Cristo, abandonó su túnica y escapó desnudo de sus garras. No está de más recordar que, mucho tiempo antes, otro joven se había comportado de manera similar. En efecto, el santo e inocente patriarca José dejó a la posteridad un ejemplo singular, enseñando que hay que huir del peligro contra la castidad con la misma prontitud y decisión con que uno escapa de un intento de asesinato. Era José varón de hermoso semblante y de porte esbelto. La mujer de Putifar, en cuya casa era José jefe de los siervos, puso en él sus ojos y cayó perdidamente enamorada. Tal era el furor y el frenesí de su deseo que no sólo llegó a ofrecerse ella misma al joven desvergonzadamente, con sus miradas y palabras, tentándole para vencer su aversión, sino que cuando este muchacho la rechazó, se agarró ella a sus vestidos ofreciendo el vergonzoso espectáculo de una mujer pretendiendo a un hombre por la fuerza. Antes hubiera muerto José que cometer pecado tan abominable. Sabía bien los peligros de entablar combate con las fuerzas de Venus, y no desconocia que la más segura victoria consiste en huir. De esta manera, abandonó José su manto en manos de la adúltera y se dio inmediatamente a la fuga. Como decía, para evitar caer en pecado hemos de arrojar no sólo la túnica o la camisa o cualquier otro vestido del cuerpo, sino hasta el mismo cuerpo, que es el vestido del alma. Si al pecar pretendemos salvar el cuerpo, en realidad, lo perdemos, y con él perdemos también el alma. Por el contrario, si soportamos con paciencia y por amor de Dios la pérdida del cuerpo, nos ocurrirá entonces lo que ocurre con la serpiente: que muda su vieja piel (llamada, me parece, senecta) a fuerza de frotar y restregar entre zarzas y abrojos, y, abandonándola en los matorrales, aparece de nuevo rejuvenecida y resplandeciente. Si seguimos el consejo de Cristo y nos hacemos astutos y prudentes como las serpientes, dejaremos nuestros cuerpos envejecidos sobre la tierra, desgastados entre las espinas de la tribulación padecida por amor, y seremos llevados al cielo, los cuerpos relucientes y en plena juventud, para jamás sentir los efectos de la vejez. La captura de Cristo "Se acercaron y echaron manos sobre Jesús. La tropa de soldados y el tribuno y los servidores de los judíos prendieron a Jesús y le ataron; de allí lo llevaron primero a casa de Anás, porque era suegro de Caifás, que era pontífice aquel año. Caifás había aconsejado a los judíos que convenía que un hombre muriese por el pueblo. Y se reunieron así todos: sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos ". No están de acuerdo los estudiosos sobre el momento en que por primera vez pusieron manos sobre Cristo. Los evangelistas concuerdan en el hecho, pero hay variaciones en la manera de relatarlo (uno lo anticipa, otro vuelve atrás para contar un detalle omitido). Entre los comentadores, unos siguen una opinión; otros, una diferente, sin que ninguno impugne la verdad de la historia ni niegue que una opinión distinta de la suya pueda ser la más correcta. En efecto, Mateo y Marcos cuentan lo sucedido en un orden que hace lícito suponer que echaron mano a Jesús inmediatamente después del beso de Judas. Esta opinión la siguen bien conocidos doctores de la Iglesia, y también la aprueba aquel hombre egregio que fue Juan Gerson en su obra Monotessaron (obra que yo he seguido, generalmente, al enumerar los sucesos de la Pasión en este libro). Sin embargo, en este pasaje no sigo a Gerson, sino a otros autores, célebres también, que., apoyados en los relatos de Lucas y Juan, mantienen que sólo después de que Judas hubo besado a Jesús y regresado con la cohorte y los judíos, después de que Cristo hiciera con su sola voz que la cohorte se postrara de rodillas, y la oreja del siervo del sumo sacerdote fue mutilada y restaurada; después de haber prohibido luchar a los Apóstoles, y haber sido Pedro amonestado porque ya había empezado a luchar; después de dirigirse Cristo a los magistrados judíos presentes y haberles anunciado que tenían ahora permiso para hacer lo que antes no hablan podido hacer; después de haber escapado los Apóstoles; después de haber sido aquel joven capturado, y no haber podido ser retenido, salvándose gracias a la aceptación de su desnudez, sólo entonces, después de todas estas cosas, echaron mano sobre Jesús. THOMAS MORVS IN HOC OPERE VLTERIVS PROGRESSVS NON EST, HACTENVS ENIM CVM ESSET PERVENTVM, OMNI NEGATO SCRIBENDI instrumento, multo arctius quam antra in carcere detentus: non ita multo post prope turrim londinensem loco consueto securi percussus est, secundo Nonas Iulii, Anno Domini supra millesimum quingentesimo tricesimo quinto, Regis vero Henrici octaui vicesimo septimo. |
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