¡Dios te salve María!
 

LA INMACULADA   CONCEPCIÓN

DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

 

 

Día 8 de diciembre

 

 

P. Juan Croisset, S.J.


1


 

Entre todas las festividades que celebra la Iglesia en

honor de la santísima Virgen, no hay otra que sea


más gloriosa que la de la Inmaculada Concepción;

por tanto, ninguna debe excitar más la devoción de los

fieles.      En    esta      festividad       celebramos        aquel      primer

instante en que María, saliendo de la nada, se encontró,

por una especial gracia, perfectamente hermosa á los

ojos de su Criador; quien, habiéndola formado como la

obra más cumplida y más cabal de su Omnipotencia, y

habiéndola colmado al mismo tiempo de todos los dones

más liberalmente que jamás lo había hecho en favor de

todas las criaturas, halló en ella un objeto digno de su

amor y de sus más dulces complacencias. Este primer

momento tan ignominioso y tan fatal á todos los hombres,

pues todos comienzan á ser hijos de ira desde el instante

mismo que empiezan á vivir, esclavos del demonio tan

pronto como hombres [por ser concebidos con el pecado

original; este pecado se borra con el bautismo pero no

sus consecuencias que es la debilidad de la naturaleza

humana       caída,       fomes      peccati,       muerte,       etc.];      este

momento es en María el principio y origen de todas las

bendiciones que Dios puede derramar sobre una pura

criatura. Este primer momento, vergonzoso para todos los

hombres, es un momento de gloria para Ella. Hija del

Altísimo, heredera del Cielo, digna esposa del Espíritu

Santo, precioso objeto del amor de Dios, ve á todos los

hijos de Adán esclavos del demonio, herederos del

infierno [y limbo de los párvulos, que es infierno] y

víctimas de la justicia divina.


 

2

 

 

 

Si, Virgen santa, exclama el sabio Idiota: Vos sois

toda hermosa en todo el curso de vuestra vida, sin

exceptuar un solo momento, y jamás ha habido en Vos

mancha alguna de pecado, sea mortal, sea venial, sea

original. María sólo ha sido dispensada, por un privilegio

singular y único, de aquella ley general de que nadie se

ha exceptuado.               No por Ti, sino por todos, se ha puesto

esta ley, podemos   decir  de María,  mejor que Asuero de

la hermosa Ester. (Esth., 15.) María en su  concepción fué

exenta de aquella ley general; y esto es lo que se

entiende por la Inmaculada Concepción de la santísima

Virgen; quiere decir, que María no tuvo parte alguna en

el pecado del primer hombre; y, por consiguiente, que

jamás contrajo la mancha del pecado original  que

inficionó toda la descendencia de Adán. Dios, por una

gracia      especialísima,         hizo en         favor     de María una

excepción de la ley. Sola Ella, por un privilegio tan

señalado, no fue envuelta en aquel naufragio universal.

Se debe exceptuar de la ley general la Virgen María,

cuando se trata del pecado, dice San Agustín; quien no

puede sufrir ni aun que se ponga en cuestión si estuvo

jamás sujeta á él. (Lib. de Nat. et Grat., cap. 36.) La razón

que      alega       el     Santo      manifiesta        todavía       mejor      su

pensamiento. Porque sabemos, añade este gran doctor,

que esta incomparable Virgen recibió tanto mayores

gracias para triunfar enteramente del pecado cuanto

mereció concebir y llevar en su casto seno á Aquel que

jamás fue capaz de pecado alguno. Esto es lo que movió

á los Padres del Concilio de Trento á declarar que no era

su     intención        comprender         á     la     bienaventurada           é

inmaculada Madre de Dios en el decreto en que se

trataba del pecado original. (Sess. 1.) No habiendo, pues,

querido el santo concilio confundirla con el resto de los

hombres en la ley general del pecado, ¿quién se atreverá

á envolverla en esta maldición común?


3

 

Este es también el motivo que ha tenido la Iglesia,

gobernada por el espíritu de Dios, para instituir esta

fiesta particular bajo el título de la Concepción de María.

En    ella      pretende        honrar      la     gracia      privilegiada         y

milagrosa que santificó á la santísima Virgen en el

momento que fue concebida. 

 

 

En este dichoso momento se cumplió en ella, dicen

los Padres, lo          que Dios había predicho á la serpiente:

Ella te quebrantará la cabeza.                   (Gen., 3.) El pecado

original, dice San Agustín, es como la cabeza de la

serpiente infernal; pues este pecado es el principio fatal

por el cual el demonio se hace dueño del hombre. (Apud

Ench., serm. de Conc.) Habiendo sido María libertada de

la mordedura de esta serpiente en su Inmaculada

Concepción por una gracia preveniente, dice el célebre

Jacobo       de      Valencia,        Obispo       de      Crisópolis,        fue

propiamente en este momento cuando le quebrantó la

cabeza     (Serm. Magníficat);       y este insigne privilegio fue

quien le hizo decir:           No se alegrará este enemigo sobre

Mí.

 

 

En virtud de esta predilección la llama la Iglesia la

Primogénita entre todas las puras criaturas, y la aplica

estas palabras de los Proverbios:                  El Señor me poseyó

desde el principio de sus caminos. Dios la protegerá

desde el amanecer, desde el primer momento de su vida.

Dios la ayudará por la mañana muy temprano,                      dice el

Profeta. (Ps. 45.)       Él Altísimo santificó el tabernáculo que

escogió para habitar en él. La santidad más pura debe

adornar su casa.         (Ps. 32.) Era decente y convenía, dice

San Anselmo, que la Virgen que Dios había escogido para

Madre suya fuese de una tal pureza, que no se pudiese

imaginar otra mayor en alguna criatura. (De Conc. B. V.)

Habiendo sido criados los ángeles en el estado de la

inocencia, la Reina de los ángeles, dicen los Padres,

¿debía cederles un solo momento en santidad? ¿Cómo


4

 

era posible que la gracia que Dios concedió á Eva, la

primera mujer que trajo al mundo la muerte, la negase á

María, que debía dar á luz al Autor de la vida? Es cierto,

dice San Ildefonso, que fue exenta de todo pecado

original Aquella            por     la     cual,     no sólo         hemos sido

libertados de la maldición que había traído sobre

nosotros       nuestra       primera       madre,       sino      que      hemos

alcanzado toda suerte de bendiciones.                    (De partu Virg.)

¿Se podría creer que aquel Dios que crió á la primera

virgen sin pecado, haya negado este privilegio á la

segunda, dice San Anfiloquio? (De Deipar.)                  Debiendo la

carne de Jesús ser una porción de la carne de María,

según la expresión de San Agustín                (Serm. de Assumpt.),

¿se podría imaginar que este Dios de pureza, tan celoso

de la inocencia y de la santidad más perfecta; que este

Dios que tiene un horror infinito á la mancha que deja el

menor pecado, hubiese permitido que la carne de María,

de la cual debía formar su propio cuerpo el Salvador del

mundo, hubiese sido jamás manchada? No quiera Dios,

exclama San Bernardo, que nos venga al pensamiento el

que esta dichosa morada, donde el Verbo hecho carne

habitó nueve meses, haya necesitado jamás de ser

purgada de la menor mancha. (Serm. 2.)

 

 

Dijo Dios: Hágase la luz, y la luz fue hecha. Esta luz

pura, dice San Vicente Ferrer, es la feliz concepción de la

Virgen María, porque fue hecha sin tinieblas ni sombra

alguna de pecado. (Serm. 2 de Nat.) No creáis, continúa

el mismo Padre, que la Concepción de María haya sido

como la nuestra. Nosotros somos concebidos todos en

pecado; pero, en la Concepción de María, lo mismo fue

formarse su cuerpo y criarse su alma que ser Ella

santificada; y en este mismo instante, añade, por haberse

encontrado del todo pura, del todo santa, del todo

hermosa á los ojos de Dios, los ángeles en el Cielo

celebraron, por decirlo así, la fiesta de su Concepción.


5

 

Queriendo Dios escoger una Madre que fuese digna

de Sí, para distinguirla no se propuso ni las ventajas del

nacimiento, ni los bienes de fortuna, ni lo elevado de la

condición, ni el resplandor del poder mundano, ni todo

aquello que las cualidades naturales tienen de más

brillante, sino sólo la gracia santificante, dada desde el

primer momento de su Concepción. Habiendo el Verbo

Eterno resuelto hacerse Hombre, siendo arbitro de elegir

una Madre que estuviese sobre el Trono, y de hacerla

Soberana de todos los reinos del mundo, en nada menos

piensa que en eso. Si la hace nacer de una sangre ilustre

que había juntado el sacerdocio  y  el  reino,  no  es  tanto,

en vista de la nobleza, cuanto por recompensar la fe de

Abraham, de Isaac, de Jacob y la santidad de David;

porque, si hubiera buscado el esplendor del nacimiento,

¿hubiera escogido una nobleza confundida con la plebe,

reducida á la condición de artesano, pobre, obscura, sin

nombre, sin cargos y sin empleos? No piensa el Señor en

todas estas ventajas que tienen tanto atractivo para

nosotros. Estos bienes naturales serían comunes á María

con todas las gentes del mundo; la Madre de un Dios

merece una distinción, un privilegio que la sea de tal

modo propio, que no convenga á otra persona que á Ella.

Pues ¿cuál es esa ventaja que Dios se propone con

preferencia á todas las otras, y que hace el carácter y

distintivo de la grandeza de María? ¿Cuál es esta insigne

gracia que la hace digna de ser Madre de Dios? ¿Cuál es

este privilegio singular que la distingue de los Jeremías,

de los Bautistas, de todos los más grandes santos y de

todas las vírgenes? Es, sin duda, la gracia insigne y

especial, que distingue tanto el primer momento de su

Concepción.

 

 

La santificación en el seno de su Madre, un

nacimiento del todo santo no hubieran sido un privilegio

particular de la Madre de Dios, que, en sentir de los

Padres, recibió más gracia Ella sola y más insignes


6

 

favores que todos los santos juntos, y á quien Dios dio

todas las gracias, toda la perfección, toda la gloria que

el entendimiento puede concebir en una pura criatura,

dice Santo Tomás de Villanueva, y todavía más de lo que

el espíritu humano puede concebir (Serm.                  2  de Nat.); en

fin, dice San Bernardino de Sena, á quien Dios dio una

gracia tan grande y tan singular cual podía darse á una

pura criatura. No hay, propiamente hablando, otra

prerrogativa que la de su Inmaculada Concepción, que la

distinga de todo lo criado.

 

 

Toda eres hermosa en tu Concepción,               dice el sabio

Idiota: ved aquí la sola prerrogativa que el Señor ha

juzgado digna de la Madre que escogió; y ved aquí

también lo que da un lustre singular á la gloria de la

Madre de Dios. Este privilegio único es el que tira el

último rasgo de semejanza entre ella y los retratos

enigmáticos que el Espíritu Santo ha hecho de ella; entre

esta Señora y todas aquellas figuras misteriosas que nos

la representan, ya bajo el símbolo de la azucena, cuya

blancura se hace admirar en medio de las espinas (Cant.,

4), ya bajo el de un jardín cerrado á la serpiente y de una

fuente sellada. La Santísima Trinidad cerró de tal suerte

este jardín, dice Ricardo de San Lorenzo, que ha sido

impenetrable á todo insulto enemigo. ¿Qué apariencia,

dicen los Padres, hay que la que debía ser Madre de Dios

fuese un solo momento objeto de su odio; que la Reina de

los ángeles y de los hombres fuese un solo instante

esclava del demonio; y, en fin, que la gracia de la

inocencia original, concedida á los ángeles y á Eva, fuese

negada á María?

 

 

¡ Qué votos, Dios mío, por espacio de cinco mil y

ciento noventa nueve años para ver aparecer al Redentor

de los hombres! Sepultados todos los mortales en las

tinieblas que se habían esparcido sobre la faz de la

tierra desde el pecado de Adán, suspiraban por aquel


7

 

hermoso día que debía producir el Sol de Justicia. La

Inmaculada Concepción de María es la aurora de este

día, dice el venerable Pedro de Cluni. ¡Qué gozo ver

aparecer la aurora cuando se espera con impaciencia el

día! La memoria de este gozo tan puro, el primer

momento en que esta aurora aparece sin sombra alguna,

es lo que la Iglesia celebra en este día; y como no puede

la  Iglesia  hacer  fiesta  sino  de  lo  que  es  santo,  según

Santo Tomás, la que celebra en este día demuestra la

santidad de esta Concepción Inmaculada.                                 

 

 

María es aquella vara derecha de que habla el

Espíritu Santo, dice San Ambrosio, en la que no se halló ni

el nudo del pecado original ni la corteza del actual. Esto

hizo decir á San Juan Damasceno que la naturaleza,

antes de producir su efecto respecto de María, había

esperado, por decirlo así, que la gracia produjera el

suyo. Los otros hombres, dice San Buenaventura, han sido

levantados de su caída por la gracia del Redentor; pero

María ha sido sostenida para que no cayera. (In.                     3,  dist.

2.) Esto hizo decir á San Bernardino que María era la

Primogénita del Redentor del mundo. El impedir la caída

es un beneficio mucho mayor que el levantar al que ha

caído.

 

 

San Buenaventura se explica sobre este insigne

favor de un modo todavía más preciso: digo que nuestra

Señora fue          llena      de la         gracia      preveniente        en     su

santificación, dice este seráfico doctor, esto es, de una

gracia preservativa de la mancha del pecado original, el

que hubiera contraído por la corrupción de la naturaleza

si no hubiera sido preservada por una gracia especial,

con la que fue prevenida               (Bonav., dist. 13); porque se

debe creer que por un nuevo género de santificación la

preservó el Espíritu Santo del pecado original, no porque

estuviese ya en Ella, sino porque, si hubiera entrado por

una gracia singular, no hubiera sido preservada de él.


 

 

(Id., Sermón de B. V.)


8


 

 

El angélico doctor Santo Tomás, oráculo de la

teología, y uno de los más devotos de la santísima Virgen,

no se explica menos claramente sobre su Inmaculada

Concepción. He hallado, dice, un hombre sin pecado, es á

saber, Jesucristo; pero no he hallado mujer alguna que

fuese totalmente exenta de él, hasta del original y venial,

fuera de la santísima Virgen, toda pura y digna de toda

alabanza.      (In. Epist. ad Gal.)        Bien se puede hallar, dice

en otra parte, una criatura más pura que todo lo que hay

puro entre lo criado, si se halla exenta del pecado

original; y tal fue la pureza de la bienaventurada Virgen,

la que fue exenta de todo pecado original y venial. (In                        1

Sent., dist. 44, art. 3.)

 

 

En este mismo sentido habla de la Inmaculada

Concepción de Maria San Bernardo, uno de los más

devotos de la Señora, cuando, en su sermón sobre la

Salve Regina,      exclama: Vos habéis sido inocente, María,

así por lo que mira al pecado original, como á los

actuales, y no hay otro que lo sea sino Vos sola... Porque

de todas partes, esto es, de parte del pecado original y

del actual, sois inocente Vos sola: todos los otros, si

fueran preguntados, ¿qué podrían decir sino lo que dice

el Apóstol San Juan? Si decimos que no tenemos pecados,

mentimos; no hay uno entre los hijos de los hombres, ni

grande ni pequeño, que esté dotado de una tan grande

santidad, ni tan privilegiado que no esté concebido en

pecado, excepto la Madre de Aquel que no puede tener

pecado, sino que quita Él mismo los pecados del mundo.

(Serm.    15   in Coena Dom.)        Estas palabras las tomó San

Bernardo de San Agustín.

 

 

Si esta gracia de predilección, que María hubiera

preferido, en sentir de los Padres, á la maternidad divina:

si el uno ó el otro de estos dos insignes favores se


 

9

 

hubieran dejado á su elección; si esta gracia, si este

privilegio ensalza tanto la gloria de María, no excita

menos la devoción de los fieles. Desde el nacimiento de

la     Iglesia      no     ha     habido      siglo alguno en               que     la

Inmaculada Concepción de la Madre de Dios no haya

sido el objeto de su veneración y de su culto.

 

 

En el primer siglo se ven los Santiagos, San Marcos y

San Andrés en sus liturgias, y especialmente en la de

Santiago [Jacobo] el Mayor, referida por Tesifón y por

Alacio. En el segundo, San Justino, mártir, San Hipólito y

San Cipriano. En el tercero, San Gregorio Taumaturgo,

Orígenes y San Dionisio Alejandrino. En el cuarto, San

Atanasio, San Ambrosio y San Antiloquio, que todos

hablan de la santísima Virgen como exenta por una

gracia especial de toda mancha de pecado. La Virgen

María, dice Orígenes, es digna del Digno, inmaculada del

Inmaculado, una del Uno, única del Único                   (Orig., t.    1  in

Matth.)  En el quinto siglo tenemos á San Agustín, San

Jerónimo, San Máximo de Turín y á Teodoreto. En el sexto,

á San Fulgencio y San Sabas, que se cree autor de un

Oficio á honra dé la Inmaculada Concepción de la Madre


de       Dios,


al      cual


San


Germán,


patriarca de


Constantinopla, añadió una antífona. En el siglo vii están

San Ildefonso, Sofronio, patriarca de Jerusalén, y el sexto

Concilio general tenido en Constantinopla, que recibió

con aplauso la carta de este patriarca, quien llama á

María     inmaculada y exenta de todo contagio de pecado.

En      el      viii,      Radverto,           abad          de       Corbia;         San        Juan

Damasceno;            Raimundo          Jordán,         abad         de Seles,              tan

conocido bajo el nombre de Idiota, que tomó por

humildad; y el segundo Concilio general Niseno, que

llama á la santísima Virgen más pura que toda la

naturaleza sensible é intelectual; esto es, más pura que

los mismos ángeles, que jamás fueron manchados con el

menor pecado, ni original ni actual. En el siglo ix,

Teófanes y las Meneas griegas tan antiguas                    (In Moenis.


 

10

 

hom. de Ann.); éstos son unos libros eclesiásticos para el

uso de los griegos, donde está bien señalada su devoción

á la Concepción Inmaculada: Por singular providencia, se

dice en ellos,        hizo Dios que la sagrada Virgen, desde el

mismo principio de su vida, fuese tan pura como convenía

á la que había de ser digna de tanto bien; esto es, de

Cristo. En el siglo X, San Gilberto y San Anselmo; el Beato

Pedro Damiano, cardenal, y San Bruno, fundador de los

cartujos. En el xi, los Beatos Ibos de Chartres. En el xii,

Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura y Escoto. En el

xiii, San Alberto Magno y Alejandro de Ales. En el xiv, San

Lorenzo Justiniano. Se cuentan más de cuatrocientos

autores de los tres siglos siguientes, de los cuales los

setenta son obispos, célebres todos por su piedad y por

su ciencia; todos los cuales han escrito en favor de la

Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. 

 

 

Los     soberanos        pontífices hablan              siguiendo        el

lenguaje de los Padres. Todos los que han gobernado la

Iglesia después de Sixto IV, excepto tres, que, no

habiendo vivido más que un mes en el pontificado, no han

tenido tiempo de mostrar su devoción á la Inmaculada

Concepción de la santísima Virgen, todos los otros han

procurado excitar el fervor de los fieles franqueando los

tesoros de la Iglesia en favor de todos los que honran con

un culto religioso á esta Inmaculada Concepción.

 

 

El papa Sixto IV, en dos bulas expedidas á este fin,

publica un Oficio compuesto por un religioso de Verona

para la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen,

cuyo fin principal es declarar que fue enteramente

preservada del pecado original; y el papa San Pío V, en

1569, dio permiso á toda la Orden de San Francisco para

rezar este Oficio; cuyo permiso extendió á todo el clero

secular y regular de España el papa Clemente XIII en

1761. El papa Clemente VII había ya publicado con el

mismo fin un Breviario compuesto por el cardenal


11

 

Quiñones, en el cual, á más de la oración, hay en los

Maitines un invitatorio en estos términos:                            Celebremos la

Concepción Inmaculada de la Virgen María, y adoremos

á Jesucristo nuestro Señor, que la preservó.                     Fuera de

esto, en los himnos que Zacarías , obispo de Guardia,

compuso de orden y con la aprobación del papa León X y

de Clemente VII, se dice que nuestra Señora fue criada

en estado de gracia. Alejandro VI y Adriano VI aprobaron

que algunas comunidades religiosas tomasen el título de

Orden de la Concepción Inmaculada de la Virgen María,

y las honraron concediéndolas muchos privilegios. Pocos

papas ha habido que no hayan concedido muchas

indulgencias á las cofradías erigidas bajo el título de la

Inmaculada Concepción y en favor de esta fiesta. El

célebre P. Antiste, de la Orden de Predicadores, hace

mención de una Orden de religiosas, fundada en honor

de la Inmaculada Concepción de la Reina del Cielo, con

la autoridad del papa Inocencio VIII, y confirmada

después por Julio II el año 1507, á 17 de Septiembre. En

la Regla que este Papa da á estas religiosas, después de

haber dicho en el cap. 1.° que las que entran en esta

Orden pretenden honrar la Concepción Inmaculada de la

Madre de Dios, añade que, entrar en esta Orden, es

hacer un servicio singular á esta augusta Reina. Manda,

igualmente, que las religiosas anden vestidas de un

hábito y escapulario blancos, y de un manto de color azul

celeste; y la razón que da de esta ordenanza es que, con

este vestido, dan á entender que el alma de la santísima

Virgen, desde su creación, fue hecha de un modo

particular templo del Hijo de Dios. El papa Paulo V

prohíbe, bajo graves penas, que se predique, se enseñe ó

se escriba que la santísima Virgen pecó en Adán; y

Gregorio XV extiende esta prohibición hasta á los

discursos particulares y conferencias. El papa Alejandro

VII, en un nuevo decreto de la Inmaculada Concepción,

de fecha 8 de Diciembre de 1661, dice que es una

antigua piedad de los fieles creer que la Madre de Dios


12

 

fue preservada de la mancha del pecado original, é hizo

que su fiesta se celebrara en Roma con magnificencia.

No hay iglesia particular que no tenga la misma devoción

y procure esmerarse en celebrar con solemnidad la

misma fiesta todos los años.

 

 

Se puede decir que se ve el mismo celo con la

Concepción Inmaculada de la santísima Virgen en los

más antiguos Concilios. El Concilio general de Efeso,

tenido       el     año     431, llama á              la santísima           Virgen

Inmaculada, esto es, como lo interpretó Sofronio, citando

á San Jerónimo, por eso Inmaculada, porque en nada fue

corrompida.     El cuarto Concilio de Toledo del año de 634

aprueba con elogio el Breviario reformado por San

Isidoro, arzobispo de Sevilla, en el que hay Oficio de la

Inmaculada Concepción señalado para toda la octava, y

en todo él se dice preservada, por un privilegio singular,

del pecado original. El Concilio undécimo de 675 hace un

elogio de la doctrina de San Ildefonso, y da bastante á

entender, alabando á este ilustre devoto de María, que

esta señora no fue comprendida en el pecado original.

 

 

La    devoción       particular       de todas          las     Ordenes

religiosas de la Inmaculada Concepción, el celo de todas

las Universidades, el unánime consentimiento de todos

los pueblos en honrar este primer privilegio de la Reina

de los Cielos, principio y fundamento de todos los otros,

todo esto hace esta fiesta todavía más célebre. El sabio

P. Antiste, en su admirable                Tratado de la Inmaculada

Concepción,     prueba que desde Santo Domingo hasta su

tiempo, todos los grandes y santos personajes que ha

habido en su Orden, cuyo número es bien grande, han

empleado su celo y su ciencia en adelantar la gloria de

la Madre de Dios, y singularmente en defender su

Inmaculada Concepción. Las célebres Ordenes de San

Benito, de las Camáldulas, de los Cartujos, del Cister, de

Cluni, de los Premostratenses, y todas las que han venido


13

 

después de ellas, todas hacen profesión de honrar la

santidad privilegiada de la Virgen María en este primer

momento, y darla testimonio de su celo y tierna devoción

con la magnificencia de su culto. Las más célebres

Universidades de Europa, y en particular las de París,

Colonia, Maguncia, Salamanca, Alcalá, Sevilla, Valencia,

Praga, etc., tienen estatuto de no admitir al grado de

doctor á quien no se obligue á defender la Inmaculada

Concepción de la Virgen María. Lo mismo practican

muchas hermandades y cofradías.

 

 

A fines del siglo xiv, Juan de Monzón, doctor en

teología, habiendo osado enseñar que la santísima

Virgen fue concebida en pecado, sublevó contra sí á

todos los fieles. La Universidad de París censuró y

condenó como falsa y escandalosa esta opinión. El obispo

Pedro de Orgemonte confirmó esta censura y condenó

solemnemente las proposiciones del doctor en presencia

de una infinidad de personas que habían concurrido á

este espectáculo, como al triunfo de la santísima Virgen.

Habiendo sido llevado el negocio al Papa, después de un

examen de cerca de un año, confirmó el soberano

Pontífice la sentencia del obispo de París y la censura de

la Universidad; pero, no habiendo querido el doctor

sujetarse á ella, le excomulgó el Papa con todos sus

adherentes por una bula expedida expresamente á este

fin.

 

 

Hacía ya más de setecientos años que la Iglesia

griega celebraba la fiesta de la Inmaculada Concepción

de la santísima Virgen, como es fácil mostrarlo por las

tablas de los griegos, cuando se comenzó á celebrar en

el Occidente, á principios del siglo xii. Hallándose un

abad de Normandía, llamado Elsín, en una furiosa

tempestad de mar, tuvo revelación que evitaría el

naufragio si hacía voto á Dios de celebrar en su

monasterio la fiesta de la Inmaculada Concepción. Hizo


14

 

el voto, la tempestad cesó, y la fiesta fue celebrada con

la mayor solemnidad. De Normandía pasó la celebridad á

Inglaterra, donde se solemnizó todavía más por el celo y

devoción de San Anselmo; de Inglaterra pasó luego á

Francia.      La    iglesia       de     Lyon,     tan     célebre       por     su

antigüedad,          por      el número            de sus           mártires,        y

singularmente por su tierna devoción á la santísima

Virgen, fue la primera en celebrar públicamente la fiesta

de su Inmaculada Concepción el año de 1545. La fiesta

de la Inmaculada Concepción se ha celebrado cada año

en ella con más solemnidad; y se puede decir que, como

en la Cristiandad no hay iglesia particular más noble,

más ilustre y más respetable que la de Lyon, tampoco hay

otra más amante de promover la gloria y el culto de la

Virgen santísima. Sus méritos y costumbres, épocas

sagradas de la más venerable antigüedad, publican

bastantemente cuál es su devoción á la Virgen María.

Ninguna       de sus          fiestas       deja      de      celebrarse        con

solemnidad. Se ven siempre quince ministros oficiando en

el altar el día de todas sus fiestas.

 

 

Jamás se pronuncia en el Oficio el nombre de María,

sin que se haga en señal de respeto una genuflexión ó

inclinación de cabeza. Todos los días se cantan al fin de

Completas una antífona y una oración particular en honra

suya. Y, cinco veces al año, todos los miembros de este

ilustre cabildo, con velas encendidas en las manos, se

ven cantar himnos de alabanza y de acción de gracias á

honra de la santísima Virgen.

 

 

Aunque la fiesta de la Inmaculada Concepción de la

Virgen santísima no sea de precepto sino después de las

bulas de Sixto IV, sin embargo, se celebra ya por

devoción en la mayor parte de las iglesias de Inglaterra,

Francia, Italia y España, y en todas partes con mucha

piedad y fruto.


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