¡Dios te salve María!
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LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA Día 8 de diciembre P. Juan Croisset, S.J. 1 Entre todas las festividades que celebra la Iglesia en honor de la santísima Virgen, no hay otra que sea más gloriosa que la de la Inmaculada Concepción; por tanto, ninguna debe excitar más la devoción de los fieles. En esta festividad celebramos aquel primer instante en que María, saliendo de la nada, se encontró, por una especial gracia, perfectamente hermosa á los ojos de su Criador; quien, habiéndola formado como la obra más cumplida y más cabal de su Omnipotencia, y habiéndola colmado al mismo tiempo de todos los dones más liberalmente que jamás lo había hecho en favor de todas las criaturas, halló en ella un objeto digno de su amor y de sus más dulces complacencias. Este primer momento tan ignominioso y tan fatal á todos los hombres, pues todos comienzan á ser hijos de ira desde el instante mismo que empiezan á vivir, esclavos del demonio tan pronto como hombres [por ser concebidos con el pecado original; este pecado se borra con el bautismo pero no sus consecuencias que es la debilidad de la naturaleza humana caída, fomes peccati, muerte, etc.]; este momento es en María el principio y origen de todas las bendiciones que Dios puede derramar sobre una pura criatura. Este primer momento, vergonzoso para todos los hombres, es un momento de gloria para Ella. Hija del Altísimo, heredera del Cielo, digna esposa del Espíritu Santo, precioso objeto del amor de Dios, ve á todos los hijos de Adán esclavos del demonio, herederos del infierno [y limbo de los párvulos, que es infierno] y víctimas de la justicia divina.
Si, Virgen santa, exclama el sabio Idiota: Vos sois toda hermosa en todo el curso de vuestra vida, sin exceptuar un solo momento, y jamás ha habido en Vos mancha alguna de pecado, sea mortal, sea venial, sea original. María sólo ha sido dispensada, por un privilegio singular y único, de aquella ley general de que nadie se ha exceptuado. No por Ti, sino por todos, se ha puesto esta ley, podemos decir de María, mejor que Asuero de la hermosa Ester. (Esth., 15.) María en su concepción fué exenta de aquella ley general; y esto es lo que se entiende por la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen; quiere decir, que María no tuvo parte alguna en el pecado del primer hombre; y, por consiguiente, que jamás contrajo la mancha del pecado original que inficionó toda la descendencia de Adán. Dios, por una gracia especialísima, hizo en favor de María una excepción de la ley. Sola Ella, por un privilegio tan señalado, no fue envuelta en aquel naufragio universal. Se debe exceptuar de la ley general la Virgen María, cuando se trata del pecado, dice San Agustín; quien no puede sufrir ni aun que se ponga en cuestión si estuvo jamás sujeta á él. (Lib. de Nat. et Grat., cap. 36.) La razón que alega el Santo manifiesta todavía mejor su pensamiento. Porque sabemos, añade este gran doctor, que esta incomparable Virgen recibió tanto mayores gracias para triunfar enteramente del pecado cuanto mereció concebir y llevar en su casto seno á Aquel que jamás fue capaz de pecado alguno. Esto es lo que movió á los Padres del Concilio de Trento á declarar que no era su intención comprender á la bienaventurada é inmaculada Madre de Dios en el decreto en que se trataba del pecado original. (Sess. 1.) No habiendo, pues, querido el santo concilio confundirla con el resto de los hombres en la ley general del pecado, ¿quién se atreverá á envolverla en esta maldición común?
Este es también el motivo que ha tenido la Iglesia, gobernada por el espíritu de Dios, para instituir esta fiesta particular bajo el título de la Concepción de María. En ella pretende honrar la gracia privilegiada y milagrosa que santificó á la santísima Virgen en el momento que fue concebida. En este dichoso momento se cumplió en ella, dicen los Padres, lo que Dios había predicho á la serpiente: Ella te quebrantará la cabeza. (Gen., 3.) El pecado original, dice San Agustín, es como la cabeza de la serpiente infernal; pues este pecado es el principio fatal por el cual el demonio se hace dueño del hombre. (Apud Ench., serm. de Conc.) Habiendo sido María libertada de la mordedura de esta serpiente en su Inmaculada Concepción por una gracia preveniente, dice el célebre Jacobo de Valencia, Obispo de Crisópolis, fue propiamente en este momento cuando le quebrantó la cabeza (Serm. Magníficat); y este insigne privilegio fue quien le hizo decir: No se alegrará este enemigo sobre Mí. En virtud de esta predilección la llama la Iglesia la Primogénita entre todas las puras criaturas, y la aplica estas palabras de los Proverbios: El Señor me poseyó desde el principio de sus caminos. Dios la protegerá desde el amanecer, desde el primer momento de su vida. Dios la ayudará por la mañana muy temprano, dice el Profeta. (Ps. 45.) Él Altísimo santificó el tabernáculo que escogió para habitar en él. La santidad más pura debe adornar su casa. (Ps. 32.) Era decente y convenía, dice San Anselmo, que la Virgen que Dios había escogido para Madre suya fuese de una tal pureza, que no se pudiese imaginar otra mayor en alguna criatura. (De Conc. B. V.) Habiendo sido criados los ángeles en el estado de la inocencia, la Reina de los ángeles, dicen los Padres, ¿debía cederles un solo momento en santidad? ¿Cómo
era posible que la gracia que Dios concedió á Eva, la primera mujer que trajo al mundo la muerte, la negase á María, que debía dar á luz al Autor de la vida? Es cierto, dice San Ildefonso, que fue exenta de todo pecado original Aquella por la cual, no sólo hemos sido libertados de la maldición que había traído sobre nosotros nuestra primera madre, sino que hemos alcanzado toda suerte de bendiciones. (De partu Virg.) ¿Se podría creer que aquel Dios que crió á la primera virgen sin pecado, haya negado este privilegio á la segunda, dice San Anfiloquio? (De Deipar.) Debiendo la carne de Jesús ser una porción de la carne de María, según la expresión de San Agustín (Serm. de Assumpt.), ¿se podría imaginar que este Dios de pureza, tan celoso de la inocencia y de la santidad más perfecta; que este Dios que tiene un horror infinito á la mancha que deja el menor pecado, hubiese permitido que la carne de María, de la cual debía formar su propio cuerpo el Salvador del mundo, hubiese sido jamás manchada? No quiera Dios, exclama San Bernardo, que nos venga al pensamiento el que esta dichosa morada, donde el Verbo hecho carne habitó nueve meses, haya necesitado jamás de ser purgada de la menor mancha. (Serm. 2.) Dijo Dios: Hágase la luz, y la luz fue hecha. Esta luz pura, dice San Vicente Ferrer, es la feliz concepción de la Virgen María, porque fue hecha sin tinieblas ni sombra alguna de pecado. (Serm. 2 de Nat.) No creáis, continúa el mismo Padre, que la Concepción de María haya sido como la nuestra. Nosotros somos concebidos todos en pecado; pero, en la Concepción de María, lo mismo fue formarse su cuerpo y criarse su alma que ser Ella santificada; y en este mismo instante, añade, por haberse encontrado del todo pura, del todo santa, del todo hermosa á los ojos de Dios, los ángeles en el Cielo celebraron, por decirlo así, la fiesta de su Concepción.
Queriendo Dios escoger una Madre que fuese digna de Sí, para distinguirla no se propuso ni las ventajas del nacimiento, ni los bienes de fortuna, ni lo elevado de la condición, ni el resplandor del poder mundano, ni todo aquello que las cualidades naturales tienen de más brillante, sino sólo la gracia santificante, dada desde el primer momento de su Concepción. Habiendo el Verbo Eterno resuelto hacerse Hombre, siendo arbitro de elegir una Madre que estuviese sobre el Trono, y de hacerla Soberana de todos los reinos del mundo, en nada menos piensa que en eso. Si la hace nacer de una sangre ilustre que había juntado el sacerdocio y el reino, no es tanto, en vista de la nobleza, cuanto por recompensar la fe de Abraham, de Isaac, de Jacob y la santidad de David; porque, si hubiera buscado el esplendor del nacimiento, ¿hubiera escogido una nobleza confundida con la plebe, reducida á la condición de artesano, pobre, obscura, sin nombre, sin cargos y sin empleos? No piensa el Señor en todas estas ventajas que tienen tanto atractivo para nosotros. Estos bienes naturales serían comunes á María con todas las gentes del mundo; la Madre de un Dios merece una distinción, un privilegio que la sea de tal modo propio, que no convenga á otra persona que á Ella. Pues ¿cuál es esa ventaja que Dios se propone con preferencia á todas las otras, y que hace el carácter y distintivo de la grandeza de María? ¿Cuál es esta insigne gracia que la hace digna de ser Madre de Dios? ¿Cuál es este privilegio singular que la distingue de los Jeremías, de los Bautistas, de todos los más grandes santos y de todas las vírgenes? Es, sin duda, la gracia insigne y especial, que distingue tanto el primer momento de su Concepción. La santificación en el seno de su Madre, un nacimiento del todo santo no hubieran sido un privilegio particular de la Madre de Dios, que, en sentir de los Padres, recibió más gracia Ella sola y más insignes
favores que todos los santos juntos, y á quien Dios dio todas las gracias, toda la perfección, toda la gloria que el entendimiento puede concebir en una pura criatura, dice Santo Tomás de Villanueva, y todavía más de lo que el espíritu humano puede concebir (Serm. 2 de Nat.); en fin, dice San Bernardino de Sena, á quien Dios dio una gracia tan grande y tan singular cual podía darse á una pura criatura. No hay, propiamente hablando, otra prerrogativa que la de su Inmaculada Concepción, que la distinga de todo lo criado. Toda eres hermosa en tu Concepción, dice el sabio Idiota: ved aquí la sola prerrogativa que el Señor ha juzgado digna de la Madre que escogió; y ved aquí también lo que da un lustre singular á la gloria de la Madre de Dios. Este privilegio único es el que tira el último rasgo de semejanza entre ella y los retratos enigmáticos que el Espíritu Santo ha hecho de ella; entre esta Señora y todas aquellas figuras misteriosas que nos la representan, ya bajo el símbolo de la azucena, cuya blancura se hace admirar en medio de las espinas (Cant., 4), ya bajo el de un jardín cerrado á la serpiente y de una fuente sellada. La Santísima Trinidad cerró de tal suerte este jardín, dice Ricardo de San Lorenzo, que ha sido impenetrable á todo insulto enemigo. ¿Qué apariencia, dicen los Padres, hay que la que debía ser Madre de Dios fuese un solo momento objeto de su odio; que la Reina de los ángeles y de los hombres fuese un solo instante esclava del demonio; y, en fin, que la gracia de la inocencia original, concedida á los ángeles y á Eva, fuese negada á María? ¡ Qué votos, Dios mío, por espacio de cinco mil y ciento noventa nueve años para ver aparecer al Redentor de los hombres! Sepultados todos los mortales en las tinieblas que se habían esparcido sobre la faz de la tierra desde el pecado de Adán, suspiraban por aquel
hermoso día que debía producir el Sol de Justicia. La Inmaculada Concepción de María es la aurora de este día, dice el venerable Pedro de Cluni. ¡Qué gozo ver aparecer la aurora cuando se espera con impaciencia el día! La memoria de este gozo tan puro, el primer momento en que esta aurora aparece sin sombra alguna, es lo que la Iglesia celebra en este día; y como no puede la Iglesia hacer fiesta sino de lo que es santo, según Santo Tomás, la que celebra en este día demuestra la santidad de esta Concepción Inmaculada. María es aquella vara derecha de que habla el Espíritu Santo, dice San Ambrosio, en la que no se halló ni el nudo del pecado original ni la corteza del actual. Esto hizo decir á San Juan Damasceno que la naturaleza, antes de producir su efecto respecto de María, había esperado, por decirlo así, que la gracia produjera el suyo. Los otros hombres, dice San Buenaventura, han sido levantados de su caída por la gracia del Redentor; pero María ha sido sostenida para que no cayera. (In. 3, dist. 2.) Esto hizo decir á San Bernardino que María era la Primogénita del Redentor del mundo. El impedir la caída es un beneficio mucho mayor que el levantar al que ha caído. San Buenaventura se explica sobre este insigne favor de un modo todavía más preciso: digo que nuestra Señora fue llena de la gracia preveniente en su santificación, dice este seráfico doctor, esto es, de una gracia preservativa de la mancha del pecado original, el que hubiera contraído por la corrupción de la naturaleza si no hubiera sido preservada por una gracia especial, con la que fue prevenida (Bonav., dist. 13); porque se debe creer que por un nuevo género de santificación la preservó el Espíritu Santo del pecado original, no porque estuviese ya en Ella, sino porque, si hubiera entrado por una gracia singular, no hubiera sido preservada de él. (Id., Sermón de B. V.) 8 El angélico doctor Santo Tomás, oráculo de la teología, y uno de los más devotos de la santísima Virgen, no se explica menos claramente sobre su Inmaculada Concepción. He hallado, dice, un hombre sin pecado, es á saber, Jesucristo; pero no he hallado mujer alguna que fuese totalmente exenta de él, hasta del original y venial, fuera de la santísima Virgen, toda pura y digna de toda alabanza. (In. Epist. ad Gal.) Bien se puede hallar, dice en otra parte, una criatura más pura que todo lo que hay puro entre lo criado, si se halla exenta del pecado original; y tal fue la pureza de la bienaventurada Virgen, la que fue exenta de todo pecado original y venial. (In 1 Sent., dist. 44, art. 3.) En este mismo sentido habla de la Inmaculada Concepción de Maria San Bernardo, uno de los más devotos de la Señora, cuando, en su sermón sobre la Salve Regina, exclama: Vos habéis sido inocente, María, así por lo que mira al pecado original, como á los actuales, y no hay otro que lo sea sino Vos sola... Porque de todas partes, esto es, de parte del pecado original y del actual, sois inocente Vos sola: todos los otros, si fueran preguntados, ¿qué podrían decir sino lo que dice el Apóstol San Juan? Si decimos que no tenemos pecados, mentimos; no hay uno entre los hijos de los hombres, ni grande ni pequeño, que esté dotado de una tan grande santidad, ni tan privilegiado que no esté concebido en pecado, excepto la Madre de Aquel que no puede tener pecado, sino que quita Él mismo los pecados del mundo. (Serm. 15 in Coena Dom.) Estas palabras las tomó San Bernardo de San Agustín. Si esta gracia de predilección, que María hubiera preferido, en sentir de los Padres, á la maternidad divina: si el uno ó el otro de estos dos insignes favores se
hubieran dejado á su elección; si esta gracia, si este privilegio ensalza tanto la gloria de María, no excita menos la devoción de los fieles. Desde el nacimiento de la Iglesia no ha habido siglo alguno en que la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios no haya sido el objeto de su veneración y de su culto. En el primer siglo se ven los Santiagos, San Marcos y San Andrés en sus liturgias, y especialmente en la de Santiago [Jacobo] el Mayor, referida por Tesifón y por Alacio. En el segundo, San Justino, mártir, San Hipólito y San Cipriano. En el tercero, San Gregorio Taumaturgo, Orígenes y San Dionisio Alejandrino. En el cuarto, San Atanasio, San Ambrosio y San Antiloquio, que todos hablan de la santísima Virgen como exenta por una gracia especial de toda mancha de pecado. La Virgen María, dice Orígenes, es digna del Digno, inmaculada del Inmaculado, una del Uno, única del Único (Orig., t. 1 in Matth.) En el quinto siglo tenemos á San Agustín, San Jerónimo, San Máximo de Turín y á Teodoreto. En el sexto, á San Fulgencio y San Sabas, que se cree autor de un Oficio á honra dé la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, al cual San Germán, patriarca de Constantinopla, añadió una antífona. En el siglo vii están San Ildefonso, Sofronio, patriarca de Jerusalén, y el sexto Concilio general tenido en Constantinopla, que recibió con aplauso la carta de este patriarca, quien llama á María inmaculada y exenta de todo contagio de pecado. En el viii, Radverto, abad de Corbia; San Juan Damasceno; Raimundo Jordán, abad de Seles, tan conocido bajo el nombre de Idiota, que tomó por humildad; y el segundo Concilio general Niseno, que llama á la santísima Virgen más pura que toda la naturaleza sensible é intelectual; esto es, más pura que los mismos ángeles, que jamás fueron manchados con el menor pecado, ni original ni actual. En el siglo ix, Teófanes y las Meneas griegas tan antiguas (In Moenis.
hom. de Ann.); éstos son unos libros eclesiásticos para el uso de los griegos, donde está bien señalada su devoción á la Concepción Inmaculada: Por singular providencia, se dice en ellos, hizo Dios que la sagrada Virgen, desde el mismo principio de su vida, fuese tan pura como convenía á la que había de ser digna de tanto bien; esto es, de Cristo. En el siglo X, San Gilberto y San Anselmo; el Beato Pedro Damiano, cardenal, y San Bruno, fundador de los cartujos. En el xi, los Beatos Ibos de Chartres. En el xii, Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura y Escoto. En el xiii, San Alberto Magno y Alejandro de Ales. En el xiv, San Lorenzo Justiniano. Se cuentan más de cuatrocientos autores de los tres siglos siguientes, de los cuales los setenta son obispos, célebres todos por su piedad y por su ciencia; todos los cuales han escrito en favor de la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. Los soberanos pontífices hablan siguiendo el lenguaje de los Padres. Todos los que han gobernado la Iglesia después de Sixto IV, excepto tres, que, no habiendo vivido más que un mes en el pontificado, no han tenido tiempo de mostrar su devoción á la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen, todos los otros han procurado excitar el fervor de los fieles franqueando los tesoros de la Iglesia en favor de todos los que honran con un culto religioso á esta Inmaculada Concepción. El papa Sixto IV, en dos bulas expedidas á este fin, publica un Oficio compuesto por un religioso de Verona para la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen, cuyo fin principal es declarar que fue enteramente preservada del pecado original; y el papa San Pío V, en 1569, dio permiso á toda la Orden de San Francisco para rezar este Oficio; cuyo permiso extendió á todo el clero secular y regular de España el papa Clemente XIII en 1761. El papa Clemente VII había ya publicado con el mismo fin un Breviario compuesto por el cardenal
Quiñones, en el cual, á más de la oración, hay en los Maitines un invitatorio en estos términos: Celebremos la Concepción Inmaculada de la Virgen María, y adoremos á Jesucristo nuestro Señor, que la preservó. Fuera de esto, en los himnos que Zacarías , obispo de Guardia, compuso de orden y con la aprobación del papa León X y de Clemente VII, se dice que nuestra Señora fue criada en estado de gracia. Alejandro VI y Adriano VI aprobaron que algunas comunidades religiosas tomasen el título de Orden de la Concepción Inmaculada de la Virgen María, y las honraron concediéndolas muchos privilegios. Pocos papas ha habido que no hayan concedido muchas indulgencias á las cofradías erigidas bajo el título de la Inmaculada Concepción y en favor de esta fiesta. El célebre P. Antiste, de la Orden de Predicadores, hace mención de una Orden de religiosas, fundada en honor de la Inmaculada Concepción de la Reina del Cielo, con la autoridad del papa Inocencio VIII, y confirmada después por Julio II el año 1507, á 17 de Septiembre. En la Regla que este Papa da á estas religiosas, después de haber dicho en el cap. 1.° que las que entran en esta Orden pretenden honrar la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios, añade que, entrar en esta Orden, es hacer un servicio singular á esta augusta Reina. Manda, igualmente, que las religiosas anden vestidas de un hábito y escapulario blancos, y de un manto de color azul celeste; y la razón que da de esta ordenanza es que, con este vestido, dan á entender que el alma de la santísima Virgen, desde su creación, fue hecha de un modo particular templo del Hijo de Dios. El papa Paulo V prohíbe, bajo graves penas, que se predique, se enseñe ó se escriba que la santísima Virgen pecó en Adán; y Gregorio XV extiende esta prohibición hasta á los discursos particulares y conferencias. El papa Alejandro VII, en un nuevo decreto de la Inmaculada Concepción, de fecha 8 de Diciembre de 1661, dice que es una antigua piedad de los fieles creer que la Madre de Dios
fue preservada de la mancha del pecado original, é hizo que su fiesta se celebrara en Roma con magnificencia. No hay iglesia particular que no tenga la misma devoción y procure esmerarse en celebrar con solemnidad la misma fiesta todos los años. Se puede decir que se ve el mismo celo con la Concepción Inmaculada de la santísima Virgen en los más antiguos Concilios. El Concilio general de Efeso, tenido el año 431, llama á la santísima Virgen Inmaculada, esto es, como lo interpretó Sofronio, citando á San Jerónimo, por eso Inmaculada, porque en nada fue corrompida. El cuarto Concilio de Toledo del año de 634 aprueba con elogio el Breviario reformado por San Isidoro, arzobispo de Sevilla, en el que hay Oficio de la Inmaculada Concepción señalado para toda la octava, y en todo él se dice preservada, por un privilegio singular, del pecado original. El Concilio undécimo de 675 hace un elogio de la doctrina de San Ildefonso, y da bastante á entender, alabando á este ilustre devoto de María, que esta señora no fue comprendida en el pecado original. La devoción particular de todas las Ordenes religiosas de la Inmaculada Concepción, el celo de todas las Universidades, el unánime consentimiento de todos los pueblos en honrar este primer privilegio de la Reina de los Cielos, principio y fundamento de todos los otros, todo esto hace esta fiesta todavía más célebre. El sabio P. Antiste, en su admirable Tratado de la Inmaculada Concepción, prueba que desde Santo Domingo hasta su tiempo, todos los grandes y santos personajes que ha habido en su Orden, cuyo número es bien grande, han empleado su celo y su ciencia en adelantar la gloria de la Madre de Dios, y singularmente en defender su Inmaculada Concepción. Las célebres Ordenes de San Benito, de las Camáldulas, de los Cartujos, del Cister, de Cluni, de los Premostratenses, y todas las que han venido
después de ellas, todas hacen profesión de honrar la santidad privilegiada de la Virgen María en este primer momento, y darla testimonio de su celo y tierna devoción con la magnificencia de su culto. Las más célebres Universidades de Europa, y en particular las de París, Colonia, Maguncia, Salamanca, Alcalá, Sevilla, Valencia, Praga, etc., tienen estatuto de no admitir al grado de doctor á quien no se obligue á defender la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Lo mismo practican muchas hermandades y cofradías. A fines del siglo xiv, Juan de Monzón, doctor en teología, habiendo osado enseñar que la santísima Virgen fue concebida en pecado, sublevó contra sí á todos los fieles. La Universidad de París censuró y condenó como falsa y escandalosa esta opinión. El obispo Pedro de Orgemonte confirmó esta censura y condenó solemnemente las proposiciones del doctor en presencia de una infinidad de personas que habían concurrido á este espectáculo, como al triunfo de la santísima Virgen. Habiendo sido llevado el negocio al Papa, después de un examen de cerca de un año, confirmó el soberano Pontífice la sentencia del obispo de París y la censura de la Universidad; pero, no habiendo querido el doctor sujetarse á ella, le excomulgó el Papa con todos sus adherentes por una bula expedida expresamente á este fin. Hacía ya más de setecientos años que la Iglesia griega celebraba la fiesta de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen, como es fácil mostrarlo por las tablas de los griegos, cuando se comenzó á celebrar en el Occidente, á principios del siglo xii. Hallándose un abad de Normandía, llamado Elsín, en una furiosa tempestad de mar, tuvo revelación que evitaría el naufragio si hacía voto á Dios de celebrar en su monasterio la fiesta de la Inmaculada Concepción. Hizo
el voto, la tempestad cesó, y la fiesta fue celebrada con la mayor solemnidad. De Normandía pasó la celebridad á Inglaterra, donde se solemnizó todavía más por el celo y devoción de San Anselmo; de Inglaterra pasó luego á Francia. La iglesia de Lyon, tan célebre por su antigüedad, por el número de sus mártires, y singularmente por su tierna devoción á la santísima Virgen, fue la primera en celebrar públicamente la fiesta de su Inmaculada Concepción el año de 1545. La fiesta de la Inmaculada Concepción se ha celebrado cada año en ella con más solemnidad; y se puede decir que, como en la Cristiandad no hay iglesia particular más noble, más ilustre y más respetable que la de Lyon, tampoco hay otra más amante de promover la gloria y el culto de la Virgen santísima. Sus méritos y costumbres, épocas sagradas de la más venerable antigüedad, publican bastantemente cuál es su devoción á la Virgen María. Ninguna de sus fiestas deja de celebrarse con solemnidad. Se ven siempre quince ministros oficiando en el altar el día de todas sus fiestas. Jamás se pronuncia en el Oficio el nombre de María, sin que se haga en señal de respeto una genuflexión ó inclinación de cabeza. Todos los días se cantan al fin de Completas una antífona y una oración particular en honra suya. Y, cinco veces al año, todos los miembros de este ilustre cabildo, con velas encendidas en las manos, se ven cantar himnos de alabanza y de acción de gracias á honra de la santísima Virgen. Aunque la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen santísima no sea de precepto sino después de las bulas de Sixto IV, sin embargo, se celebra ya por devoción en la mayor parte de las iglesias de Inglaterra, Francia, Italia y España, y en todas partes con mucha piedad y fruto. |
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