¡Dios te salve María!
 

15

 

El año de 1647, el emperador Fernando III de este

nombre hizo una igual consagración de su persona y de

los estados á la santísima Virgen, bajo el título de su

Concepción Inmaculada; y, para hacer eterna la memoria

de este ofrecimiento, mandó erigir en la Plaza Mayor de

Viena una soberbia columna adornada de emblemas y de

figuras, que son otros tantos símbolos de la victoria que

María ha conseguido sobre el pecado. Casi en los mismos

términos, el rey don Juan I de Aragón y de Valencia, el

año de 1394, hizo igual consagración de su persona y de

su reino á la Virgen santísima en Zaragoza, con una

declaración auténtica en favor de la Inmaculada.

 

 

En el Oficio compuesto por un religioso de Verona

para la fiesta de la Inmaculada Concepción de Nuestra

Señora, y publicado en dos bulas de Sixto IV, cuyo

principal fin es declarar que fue enteramente preservada

del pecado original, se encuentra una oración, que es la

que ya regularmente se dice en toda España.

 

 

Pero entre los días más memorables señalará la

historia de la Iglesia el 8 de Diciembre de 1854, en que la

augusta Madre de Dios recibió de la Cátedra de la

verdad un nuevo triunfo. Roma presenció en dicho día uno

de los espectáculos más tiernos y conmovedores que han

visto las generaciones todas. La Iglesia entera batió

palmas porque el dogma, proclamado el 8 de Diciembre

en la basílica Vaticana por el Vicario de Jesucristo, era

creído y celebrado con anticipación por la voz de todos

los obispos, y por las oraciones y súplicas más ardientes

de todos los fieles de la Iglesia universal.

 

 

Acabado de cantar el                Veni Creator Spiritus,           se

levantó Beato Pío Pp. IX, y dijo la oración. Luego, en

presencia de toda la Iglesia católica, representada por

54 cardenales, un patriarca, 42 arzobispos, 100 obispos,

más de 200 prelados inferiores, por muchos miles de


16

 

sacerdotes y religiosos de todas las Ordenes, ritos y

naciones, sin contar 50.000 fieles, á lo menos, de todas

condiciones y nacionalidades; cubierto con la tiara y

como Doctor supremo, facultado para interpretar las

sentencias y tradiciones, y pronunciar los dogmas de fe,

comenzó á leer la bula Ineffabilis Deus, con acento grave

y majestuoso. Después de haber invocado á la santísima

Trinidad y á los santos apóstoles Pedro y Pablo, al llegar

al punto de la Inmaculada Concepción se le enterneció la

voz, se arrasaron en lágrimas sus ojos, y al decir las


palabras


solemnes


declaramos,


pronunciamos


y


definimos,     su emoción y sus sollozos le embargaron el

habla, viéndose precisado á interrumpir la lectura del

documento y á enjugarse el arroyo de lágrimas que

brotaba de sus ojos. Dominada algún tanto su emoción,

continuó la lectura con aquella entonación firme y llena

de autoridad que conviene al Juez de la fe. No se sabía si

predicaba ó leía, tan tierna y enérgica era su voz,

notándose bien á las claras que hablaban en él al mismo

tiempo el Padre de la Cristiandad, el hijo devoto de

María, el Supremo Pastor de la Iglesia y el Juez infalible

de la fe y de las costumbres; mejor dicho: quien habló por

su boca fue el Espíritu Santo, que une con el oráculo del

Doctor de la verdad los sentimientos de un corazón

totalmente consagrado á María.                                                           

 

 

Se emocionó de nuevo cuando, después de haber

declarado  que  la  creencia  en  este  misterio  ha  sido  en

todos       los      siglos       creencia        católica,        y     que,       por

consiguiente, la deben profesar todos sus hijos; y después

de haber establecido las penas en que incurrirían los que

fuesen tan temerarios que la contradijesen, llegó al punto

de referir las gracias de que se reconocía deudor él

mismo á la purísima Madre de Dios; de las esperanzas

que fundaba en su protección para alivio de los males de

la sociedad y de la Iglesia, y del gozo que sentía al

enaltecer la gloria de Aquella que había sido siempre el


 

17

 

objeto de su amor, y de la cual emanan todos los bienes y

todos los dones del Cielo. ¡Qué hermoso estaba Beato Pío

Pp. IX derramando lágrimas de ternura en el acto de

coronar á su Madre amadísima! Lágrimas preciosas que,

recogidas por los ángeles, brillan como diamantes sobre

la corona que la Reina de los mártires y de los ángeles

reservaba en el Cielo para el Pontífice que la ha

tributado gloria tan magnífica.

 

 

Pero esa brillante corona, que puso sobre la cabeza

de nuestra Reina y Señora la palabra del Vicario de

Jesucristo, había de tener un signo material, que la

simbolizase y transmitiese su memoria á las futuras

generaciones. No lo olvidó Beato Pío pp. IX. Una corona

de oro fino, esmaltada con riquísimas piedras preciosas,

adorna la frente de la Virgen Inmaculada, que ha

representado perpetuamente el arte del mosaico sobre

el altar mayor de la capilla de los Canónigos, en el

Vaticano. Concluido el            Te Deum,      el Papa bendijo tan

espléndida         diadema        sobre el          altar      mismo      de     la


Confesión,


y


procesionalmente,


con


el


debido


acompañamiento, fue Beato Pío Pp. IX mismo á llevar á la

venerada sagrada imagen la corona, costeada por la

piedad del insigne Capítulo de San Pedro. Con sus

sagradas manos la colocó sobre la frente de la augusta

Soberana de Cielos y Tierra, en presencia de toda la

Iglesia, allí representada por obispos y fieles de todas las

naciones de la Cristiandad.

 

 

La Iglesia entera se asoció en este día al afortunado

pueblo de Roma. Le manifestó por modo solemnísimo la

hermosa unidad católica, que sólo brilla en la verdadera

religión. Con inusitados festejos celebró la Ciudad Eterna

la por tantos siglos suspirada declaración del dogma de

la Inmaculada Concepción de María; é indescriptible fue

el entusiasmo, que se manifestó en todas partes con

suntuosas fiestas religiosas y santos regocijos. No fue la


 

18

 

última la católica España, ni podía serlo, no obstante de

verse comprimida en sus manifestaciones religiosas por

la impiedad que imperaba en el famoso y malhadado

bienio, teniendo que limitar sus sentimientos y sus gozos

á las paredes de los templos.

 

 

Para perpetuar la memoria de la solemne definición

dogmática de la Inmaculada Concepción de la Virgen,

dispuso Beato Pío Pp. IX erigir un monumento en Roma, y

para dar testimonio de que este misterio fue sostenido

siempre por modo singular, pues la nación española

quiso que el monumento se levantara                      en la Plaza de

España,     donde continúa. Para él contribuyeron con

ofrendas, además de Su Santidad, gran número de fieles

de todas partes. Destinóse al efecto una bella columna

de mármol de Corinto, hallada en Campo Marzo en 1778;

y  la  dirección  de  la  obra  se  confió al célebre arquitecto

Luis Poletti. Levántase la columna monumental frente á la

fachada del Colegio De Propaganda Fide, apoyada sobre

una gran base octógona, de la cual arrancan cuatro

pedestales, que sostienen las estatuas de mármol de los

Profetas que hablaron por modo especial de la Virgen

Inmaculada. Estas representan en colosales dimensiones

á Moisés, á David, á Isaías y á Ezequiel, labradas por

distintos       autores.       Cada      una     de las          cuatro      caras

principales de la base contienen en bajo relieve en

mármol: la Definición del dogma de la Concepción; el

Sueño de San José; la Comunión de la Virgen y la

Anunciación, ejecutados por varios artistas. La estatua de

la Virgen, que remata el monumento, fue modelada por

Ofici, autor también del grupo de la parte inferior, que

representa los emblemas de los cuatro Evangelistas,

sosteniendo un globo terrestre, sobre el cual brilla la

estatua. Esta obra fue fundida en bronce por Luis Derossi.

Pueden leerse en el monumento inscripciones análogas al

objeto y un monograma de la Virgen. La altura total de

este soberbio monumento es de treinta metros. La


19

 

estatua de la Virgen mide más de tres metros. Fue

inaugurado por Beato Pío Pp. IX el 8 de Septiembre de

1857.

Para terminar, recordaremos que además de la

fiesta solemne de este día, que es la principal, la Iglesia

celebra este misterio en otros dos días, á saber: el 11 de

Febrero, en memoria de la aparición primera de la

Concepción Inmaculada en Lourdes, en 1858; y el 26 de

Noviembre, en memoria de la Inmaculada Concepción

con el título de la Medalla Milagrosa, cuya aparición

acaeció en 1830.

 

 

La Misa es en honra de la Inmaculada

Concepción, y la oración la siguiente:

 

 

¡Oh Dios, que, por la Inmaculada Concepción de la

Virgen, preparaste una morada digna para tu Hijo! Te

suplicamos que, así como por la muerte prevista de este

Hijo la preservaste de toda mancha, nos concedas

también, por su intercesión, la gracia de ir á Vos después

de esta vida purificados de nuestros pecados. Por

Nuestro Señor Jesucristo, etc.

 

 

La Epístola es del cap. 4                       del libro de los

Proverbios.

 

 

El Señor me tuvo consigo al comenzar sus obras,

desde el principio, antes de hacer cosa ninguna. Desde la

eternidad tuve Yo el principado, y desde lo antiguo, antes

de que fuese la Tierra. No existían aún los abismos, y ya

estaba Yo concebida. Ni habían brotado las fuentes de

las aguas, ni los montes estaban sentados sobre su

pesada mole; antes que los collados estaba Yo parida;

todavía no había hecho Él la Tierra, ni los ríos, ni los

quicios del mundo. Cuando disponía los Cielos, estaba Yo

presente; cuando cercaba los abismos con cierta ley en

sus confines, cuando formaba allá arriba los aires, y


20

 

suspendía las fuentes de las aguas; cuando fijaba al mar

sus confines, é imponía ley á las aguas para que no

traspasasen sus límites; cuando echaba los fundamentos

de la Tierra estaba Yo con Él disponiendo todas las cosas,

y me deleitaba todos los días jugando delante de Él

continuamente, jugando en el Universo, y mis delicias

(son) el estar con los hijos de los hombres. Ahora, pues

¡oh hijos!, oídme: Bienaventurados los que andan mis

caminos. Oíd mi doctrina, y sed sabios, y no queráis

despreciarla. Bienaventurado el hombre que me escucha,

y que vela todos los días á la puerta de mi casa, y

aguarda á los umbrales de mi puerta: el que me hallare,

hallará la vida, y recibirá del Señor la salvación.

 

 

REFLEXIONES

 

 

El Señor me ha poseído desde el principio de sus

caminos. ¿Quién es esta hija favorecida del Cielo, á quien

la Iglesia aplica estas palabras, y que puede gloriarse de

no haber estado jamás bajo la esclavitud del demonio? Es

una pura criatura que Dios escogió por Madre desde la

eternidad. ¿Nos pasmaremos, á vista de esto, que el

Señor haya sido tan celoso de la posesión de su corazón,

y que se haya reservado sus primeros homenajes? Es un

templo donde debe residir toda la plenitud de la

Divinidad. ¿Debe pasmarnos el que Dios no sufra en él la

menor profanación? No es hombre, es Dios para quien se

prepara esta habitación. (Par.             9.) Es preciso que María

sea exenta del pecado original, porque el Hijo de Dios

debe nacer en su seno como en su templo; y el primer uso

de su destino y de su oficio merece el privilegio de su

santidad. No se debe discurrir de su Concepción como de

la concepción de los otros hombres. María parece

exteriormente una mujer como las demás; pero es un

templo que la gracia prepara para Dios. Y si para honrar

el templo de Jerusalén quiso Dios, en cierto modo,

prepararse Él mismo, bajando sensiblemente en figura de


21

 

una nube, ¿no era preciso que, habiendo formado el

designio de bajar al templo vivo de María, le consagrase

también?        En     este       templo       no     debe       preceder la

construcción á la consagración, como sucede en los otros:

es necesario que el primer momento de su vida sea

asimismo el de su consagración, para que de este modo

se pueda decir de ella lo que se dijo del templo de

Salomón, que Dios le llenó de su majestad y de su gloria.

De tal suerte llenó Dios todos los estados de la vida de

María, de su gracia y de su gloria, que ninguno estuvo

vacío de Dios, y, por consiguiente, el primer momento de

su concepción estuvo lleno de su majestad y consagrado

con su gloria. En el templo de Salomón no se oyó, cuando

se edificaba, ni martillo, ni cuña, ni ruido de otro

instrumento: figura perfecta de la pureza y de la santidad

de la Concepción y de toda la vida de la santísima

Virgen. Es esta Señora el Arca de Noé, que se salva sola

de las aguas que anegaron á todos los habitadores dé la

tierra. Es el Arca de la Alianza, fabricada de una madera

incorruptible, y adornada de un oro finísimo por dentro y

por fuera. Es un espejo sin mancha, que jamás ha sido

empañado con el soplo de la serpiente. Es una sangre de

que el Espíritu Santo debe formar un cuerpo para el

mismo Dios. ¿No es justo, pues, que impida el que se

corrompa? El Santo de los santos ¿podría unir á Sí una

carne manchada con el pecado? Aprendamos de la

Iglesia á reverenciar en Maria una prerrogativa tan

singular, sin querer escudriñar este misterio con una

curiosidad infiel que deroga mucho á la gloria de la

Madre del           Salvador.       Podemos       aprender        de esta

prerrogativa la idea que es preciso formar de la gracia

santificante por la distinción que Dios pretende hacer de

María, dándosela desde el primer instante de su origen; y

asimismo el horror que Dios tiene al pecado, y el que

nosotros debemos tener; pues Dios exime á María de la

ley común para no unirse á una carne que hubiera estado

un solo momento manchada con el borrón del pecado.


22

 

Nosotros no podemos embarazar el ser concebidos en

pecado; pero podemos y debemos vivir sin pecado, con la

ayuda de la gracia, que á ninguno falta.

El Evangelio es del cap. 1, versículos 26 al 28

de San Lucas.

 

 

En aquel tiempo envió Dios al ángel Gabriel á una

ciudad de Galilea, llamada Nazaret, á una Virgen,

desposada con un varón, por nombre José, de la casa de

David, y el nombre de la Virgen era María. Y, habiendo

entrado el ángel adonde Ella estaba, le dijo: Dios te salve

¡oh llena de gracia! El Señor es contigo; bendita Tú eres

entre todas las mujeres.

 

 

MEDITACIÓN

 

 

De la Inmaculada Concepción de la santísima

Virgen.

 

 

PUNTO PRIMERO.—Considera que por la Inmaculada

Concepción de la Virgen santísima se entiende aquel

insigne y singular privilegio por el cual preservó Dios á

esta dichosa criatura de la mancha del pecado original,

que inficionó á toda la posteridad de Adán. Todo el

mundo sabe que el privilegio es una ley particular que

exime á las personas privilegiadas de una ley común á

que todos los demás están sujetos. El privilegio, pues,

tanto es más apreciable cuanto la ley de que exime es

más universal y más dura. María, en su concepción, fue

substraída de la ley que sujetaba los hombres al pecado.

¿Y hubo jamás ley más dura y más común? Imagina, si es

posible, el valor, la grandeza, la excelencia del privilegio

de la Inmaculada Concepción de María. Conociendo á

Dios la santísima Virgen, y amándole en aquel alto grado

en que le conocía y amaba, ninguna prerrogativa,

ninguna gracia, ninguna dignidad le hubiera parecido


23

 

capaz de indemnizarla de la desgracia de haber estado

un       solo       momento           en       la       enemistad             de       su       Dios.

Aprendamos la idea que debemos formar del pecado. A

la verdad, si la augusta calidad de Madre de Dios pedía

que fuese exenta de toda corrupción después de su

muerte, y de toda mancha de pecado venial durante su

vida, ¿cuánto más pedía esta dignidad incomprensible

que fuese exenta del pecado original? ¿Qué apariencia

de verdad podría tener, qué decencia sería el que la

Madre de Dios hubiese estado en el primer instante de su

vida bajo la tiranía del demonio? ¿Qué bien parecería

que, pudiendo Dios eximirla de él tan fácilmente, hubiese

querido que fuese su esclava? Por otra parte, ¡cuán

glorioso es para la Madre de Dios este insigne privilegio!

¡De cuántos dones, de cuántos privilegios no es origen y

fundamento! Supuesta esta verdad, la santísima Virgen

fue colmada de los más grandes favores en este primer

momento, y en este primer momento estuvo ya llena de

gracia:    Vos sola poseéis,          dice San Bernardo,          todas las

virtudes y méritos de todos los santos juntos.                    ¿Con qué

devoción, pues, y con qué culto no se debe honrar y

celebrar el primer momento de la más santa vida? Como

todos los ríos entran en el mar, dice San Buenaventura,

así todos los torrentes de gracias y bendiciones que salen

del seno de Dios y se reparten por todos los santos se

reunieron en el corazón de María en el primer momento

de su vida, en el cual fue ya santificada. ¡Cuán justo y

debido es celebrar este dichoso momento con todas las

demostraciones de gozo y de la solemnidad más perfecta

! Un hijo bien nacido mira como la más natural y más

justa obligación el tomar toda la parte que puede en las

prosperidades y en la gloria de su madre. La naturaleza,

la razón, el reconocimiento inspiran á todos los hijos

estos sentimientos. Se han visto y se ven todos los días

soberanos que hacen dar á sus madres los honores del

triunfo, que ellos mismos han rehusado para sí, deseando

que los pueblos hiciesen fiesta sólo para honrar á sus


24

 

madres. ¡Cuál debe ser, pues, el gozo, la veneración, la

alegría de todos los verdaderos fieles en este día! ¡ Con

qué devoción, con qué gusto, con qué fervor no debemos

celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción de la

Madre de Dios! De todas las fiestas instituidas á honra

suya,  ¿qué  otra  le  es  más  agradable, y en qué otra se

complace más? Nuestra tibieza y nuestra indiferencia en

esta ocasión ¿no serían una prueba de nuestro poco

reconocimiento, de nuestra poca confianza y de nuestro

poco amor? El no tener sino una mediana devoción á la

Inmaculada Concepción de la Madre de Dios ¿podría ser

una prueba sensible de nuestra veneración y de nuestra

ternura?

 

 

PUNTO SEGUNDO.—Considera que en esta admirable

santificación        hay     tres     prerrogativas        singulares,       tres

ventajas que jamás se han encontrado juntas en la

santificación de otra pura criatura, y son: que la

santificación         de     la santísima            Virgen      fue      original,

inalterable, y siempre fue en aumento. Los ángeles, Adán

y Eva, fueron creados con la gracia santificante, pero

podían perderla; y, en efecto, Adán y Eva la perdieron,

como también los ángeles rebeldes. Pero María, en su

inmaculada Concepción, estuvo llena de una santidad

que jamás perdió, y que era incapaz de perderla, no por

naturaleza,        sino     por     gracia.       Los    apóstoles fueron

confirmados en gracia después de la venida del Espíritu

Santo; pero, además de haber sido pecadores, no

estaban exentos de faltas leves; al paso que María,

desde el primer instante de su vida, fue inmutablemente

abrasada del más puro amor de Dios, inmutablemente

unida con su Dios, y por un particular favor exenta toda

su vida de faltas aun las más leves. Los bienaventurados

en el Cielo están libres de toda imperfección, y gozan de

una santidad incapaz de alteración; pero esta santidad

no puede crecer, ni ser más perfecta; pero la de María

siempre fue creciendo, multiplicándose al infinito, por


25

 

decirlo así, todo el tiempo que vivió sobre la Tierra. Esta

primera gracia estuvo acompañada de los dones del

Espíritu Santo, de los hábitos infusos, de las virtudes

morales é intelectuales de los dones de profecía, de

milagros, de inteligencia de las Escrituras en el más alto

grado      de     perfección.        Las    nieblas       que      ofuscan      el

entendimiento de los otros niños no obscurecían las luces

del suyo. Su corazón no estuvo ocupado desde entonces

sino en amar ardientemente á aquel divino Esposo de

quien debía ser un día Madre; y el tiempo que es perdido

para el resto de ios hombres, fue para ella un tiempo de

mérito y de bendiciones. ¡              Qué gracia, qué gloría la de

María en este primer momento! No se puede decir, ni aun

se puede comprender, lo que valió este privilegio. Porque

¿qué progresos no debía hacer en la santidad un alma

que tenía más gracia que todos los serafines, y que no

sentía imperfección alguna de la naturaleza corrompida?

¿A qué grado de contemplación no debió elevarse la que

no sentía el peso de su cuerpo, y la que tenía un espíritu

tan ilustrado? ¿Cuál debió ser el exceso de su amor á

Dios, pues lejos de que le entibiasen las demás pasiones,

podía hacer servir todas ellas para inflamarla más y más

cada      instante?       ¡Cuál     debe      ser,     Dios     mío,     nuestra

admiración, nuestra ternura, nuestra veneración para con

Vuestra Madre en este primer instante de su Concepción!

Pero ¡ con qué devoción debemos celebrar esta fiesta!


 

 

Virgen


 

santa,


 

Virgen


 

inmaculada,


 

yo


 

creo


firmemente que Dios te poseyó desde el principio; creo

que no sólo tu Concepción, sino también toda tu vida,

estuvo sin mancha; y que amaste á Dios sin interrupción

alguna hasta el último instante de tu vida. Haz, Virgen,

santa, que por esta confianza que tengo en tu bondad

entre en la amistad de tu Hijo para no perderla jamás, y

que, honrando toda mi vida tu Concepción inmaculada, lo

mejor que me sea posible, alcance por tu intercesión la

gracia de una santa muerte.


 

 

 

 

 

JACULATORIAS


26


 

 

Eres toda hermosa, amada Madre mía, y no hay

mancha alguna, en Ti.— Cant., 4.

 

 

Todos los que celebran ¡ oh Virgen santa! tu

Inmaculada Concepción, experimenten los efectos de tu

protección.—Eccl.

 

 

PROPÓSITOS

 

 

1. Como no hay misterio de la santísima Virgen, ni

fiesta      establecida         á    honra     suya,      que     le    sea     más

agradable que la de su Inmaculada Concepción, se

puede decir que tampoco hay otra en que la santísima

Virgen sea más bondadosa para los que la celebran con

fervor y tienen particular devoción á este misterio. Sé tú

de este número; ten toda tu vida una singular devoción á

esta Inmaculada Concepción: quiero decir, que no se te

pase día alguno sin honrar á la Virgen santísima

concebida sin pecado. Da gracias á Dios todos los días

por este privilegio singular, por esta gracia única que

hizo á su Madre. Ten en tu oratorio ó en tu cuarto la

imagen de la Inmaculada Concepción de María. Saluda

muchas       veces       entre      día      con     esta      corta      oración

jaculatoria: Dios te salve, María, concebida sin pecado

original. Inspira esta santa devoción á tus hijos, á tus

criados, á tus amigos y á todo el mundo. Celebra esta

fiesta con más solemnidad que las otras. Reza todos los

días el Oficio parvo de la Inmaculada Concepción, lo cual

puedes hacer cómodamente mientras oyes Misa. Se ha

notado, de muchos siglos á esta parte, que no hay santo

ni verdadero devoto de la Virgen que no tenga especial

devoción á su Inmaculada Concepción.


 

27

 

2.  Es una obra de piedad, muy agradable á la

Madre de Dios, vestir de blanco el día de hoy á alguna

pobre doncella, en honra de este misterio. También es

una obra muy piadosa celebrar su octava, haciendo cada

uno de los ocho días una oración, una limosna, ó alguna

otra buena obra con esta intención, y comulgando lo más

á menudo que se pueda durante esta octava. Si hay una

iglesia ó capilla donde la santa Virgen sea honrada

particularmente bajo la invocación de la Inmaculada

Concepción, ve á ella á hacer oración una vez cada, día

de la octava.


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