¡Dios te salve María!
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LA SAL DE LA TIERRA Cardenal Joseph Ratzinger Cristianismo e Iglesia Católica ante el nuevo milenio Una conversación con Peter Seewal Nota del editor Nota del editor ....................................................................................................... 2 Prólogo .................................................................................................................... 2 Capítulo I: la fe Católica: signos y palabras ............................................................. 3 2. Familia y vocación ........................................................................................... 19 3. El joven profesor .............................................................................................. 28 4. Obispo y cardenal ............................................................................................ 40 5. El prefecto y su papa ....................................................................................... 44 6. Resumen............................................................................................................ 56 Capítulo II: los problemas de la Iglesia Católica............................................. 59 2. Sobre la situación de la Iglesia ....................................................................... 63 3. La situación en Alemania ............................................................................... 76 4. Las causas de la decadencia ........................................................................... 80 5. Los defectos de la iglesia ................................................................................ 83 6. El canon de las críticas .................................................................................... 89 7. El dogma de la infalibilidad ........................................................................... 89 8. Un mensaje de alegría y no de amenaza ...................................................... 90 9. Somos el Pueblo de Dios................................................................................. 92 10. Santo gobierno y fraternidad ....................................................................... 94 11. El celibato ........................................................................................................ 95 12. Los anticonceptivos ....................................................................................... 99 13. El aborto ........................................................................................................ 100 14. El matrimonio de los divorciados ............................................................. 101 15. La ordenación de la mujer .......................................................................... 103 Capítulo III: en los umbrales de una nueva época........................................ 106 1. Dos mil años de historia de la salvación. ¿Sin redención?....................... 106 2. Catarsis: la época de transición y sus duras pruebas ............................... 111 3. Una "nueva primavera para el espíritu humano" en el tercer milenio .. 113 4. Iglesia, estado y sociedad ............................................................................. 116 5. Ecumenismo y unidad .................................................................................. 117 6. El Islamismo ................................................................................................... 118 7. El Judaísmo..................................................................................................... 120 8. ¿Un nuevo concilio? ...................................................................................... 123 9. El futuro de la Iglesia y la Iglesia del futuro.............................................. 124 10. La visión de una nueva Iglesia .................................................................. 127 11. "Puro, puro, puro": la revolución espiritual ............................................ 130 12. Nuevas oportunidades para el mundo mediante la Iglesia .................. 132 13. La verdadera historia del mundo. La plenitud de los tiempos............. 135 Nota del editor El Cardenal Ratzinger, desde hace más de dieciséis años Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es, para muchos, el pensador más influyente en la Iglesia católica después del Papa. Un periodista alemán, Peter Seewald, ha conseguido unas declaraciones impresionantes, por su extensión y profundidad, sobre multitud de cuestiones que importan a todo el mundo. Desde la perspectiva pesimista de quien abandonó la Iglesia -y vive en el limitado, pero influyente, ambiente germano en el que grupos de católicos rechazan las enseñanzas del Magisterio- Seewald formula, sin demasiados miramientos, graves preguntas y acusaciones. Por su parte, el Cardenal rompe esquemas y entra al fondo de todas las cuestiones que le plantea, sin dejarse impresionar por las apariencias favorables o desfavorables del momento o del lugar. Ratzinger responde con libertad, desde la fe cristiana y desde su experiencia, a los retos y desafíos que se le presentan al cristianismo; y lo hace sin fáciles entusiasmos pero con esperanza. La sal de la tierra contiene historias de su infancia y de su familia, su vocación sacerdotal y actividad teológico en diversas universidades alemanas, sus intervenciones clave en el Concilio Vaticano II, su valiente actitud ante los abusos del 68, su tarea como arzobispo de Munich cuando fue designado por Pablo VI, y, luego, su trabajo al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuando le nombra Juan Pablo II (teología de la liberación, ordenación sacerdotal de mujeres, celibato, preservativos, bioética, inculturación, sectas..., y nombres propios como Drewerrnann, Boff, Küng, Gutiérrez). Se da un repaso a cómo está la Iglesia en los diversos países, y se examinan las perspectivas ecuménicas. Pero, sobre todo, críticas y más críticas, porque el antiguo redactor de "Der Spiegel" y "Stern" se hace portavoz de quienes opinan que la Iglesia está anticuada, es un poder autoritario, no conecta con las modas del mundo. A lo largo de estas páginas, el lector aprenderá más cosas sobre el Papa Juan Pablo II, sobre el modo de trabajar en la Curia romana, sobre qué es vivir y comportarse como cristiano en el tiempo presente y en el que está por llegar. En fin, La sal de la tierra no sólo ofrece una información extraordinaria, sino que, sobre todo, invita a quien lo lee a plantearse cuestiones decisivas que debe y puede pensar mejor, porque, verdaderamente, se trata de un libro provocador y apasionante. JUAN JOSÉ ESPINOSA Director de Libros-Palabra Prólogo Roma en invierno. En la plaza de San Pedro la gente llevaba abrigo y sujetaba el paraguas con fuerza. En los cafés tomaban té, y cuando fui al camposanto a visitar una tumba, incluso los gatos protestaban. El Cardenal, como de costumbre, todavía tenía que trabajar el sábado en su oficina y, cuando él terminara, pensábamos acercarnos a Frascati, a Villa Cavalletti, un antiguo colegio de Jesuitas. El chofer esperaba junto a un Mercedes que la Congregación para la Doctrina de la Fe había comprado de segunda mano hace años en Alemania. Yo estaba allí con una enorme cartera, como si fuera a hacer un viaje alrededor del mundo. Por fin se abrió la puerta y por allí salió un hombre de pelo muy canoso dando pasitos cortos, con aspecto resuelto al tiempo que fácilmente vulnerable. Iba vestido de traje negro con alzacuellos y en la mano tenia una pequeña y modesta cartera negra. Yo había dejado de pertenecer a la Iglesia hacía tiempo; tuve motivos sobrados para hacerlo. Antes, nada más entrar en la casa de Dios, uno se sentaba allí y enseguida se sentía torpedeado por minúsculas partículas cargadas de una fe de siglos. Pero ahora, en cambio, todo se ha hecho cuestionable y la Tradición durante tanto tiempo vigente, queda cada vez más lejana. Hay quienes opinan que la religión tendría que adaptarse a las necesidades del hombre, pero también hay otros que piensan que el cristianismo está pasado de moda; el cristianismo no va ya con nuestro tiempo; su legitimidad ha caducado. Desertar de la Iglesia no es cosa fácil, pero volver a ella mucho menos todavía. Porque, ¿existe Dios realmente? Y en caso afirmativo, ¿necesitamos también la Iglesia? ¿Cómo tendría que ser en realidad la Iglesia y cómo podríamos volver a confiar en ella? El Cardenal no me preguntó nada sobre mi pasado, ni tampoco mi situación actual. No le interesó saber por anticipado las preguntas, ni tampoco pidió que se suprimiera o se introdujera alguna cosa. Nuestro encuentro se celebró en un clima intenso y serio, si bien es verdad que el "príncipe" de la Iglesia, allí sentado, y con un pie apoyado en el travesaño del respaldo de la silla, parecía tan despreocupado que se podría pensar que estaba hablando con un estudiante. En una ocasión interrumpió la conversación para recogerse en meditación o, tal vez, para pedir al Espíritu Santo la respuesta más indicada. No lo sé. El Cardenal Joseph Ratzinger está considerado, sobre todo en su propio país, un hombre de Iglesia muy combativo y también discutido. Muchos de sus anteriores análisis y valoraciones se ven actualmente confirmados, algunos incluso hasta en el menor detalle. Y nadie conoce las defecciones y el drama de la Iglesia de nuestro tiempo con mayor dolor que este hombre discreto, de origen sencillo y procedente de la rústica Baviera. En una ocasión le pregunté cuántos caminos puede haber para llegar a Dios. Yo ignoraba cuál podría ser su respuesta. Podía contestar que pocos o muchos. El Cardenal no necesitó mucho tiempo para responderme: "tantos como hombres". PETER SEEWALD Munich, 15 de agosto de 1996 Capítulo I: la fe Católica: signos y palabras Señor Cardenal, dicen que el Papa le tiene miedo, que suele exclamar.- "¡Válgame Dios! Qué dirá el Cardenal Ratzinger de esto." Tal vez haya dicho eso, pero en broma, porque el Papa no me teme en absoluto. Cuando va a ver al Papa, ¿hay alguna especie de ceremonial? No. ¿Empiezan rezando? No. Lamento tener que decir que no rezamos; nos sentamos ante una mesa. 0 sea, que entra y se dan la mano. Sí. Pero primero yo le estoy esperando, llega el Papa, nos damos la mano, nos sentamos ante una mesa, y a continuación, casi siempre, sigue un rato de "charla" personal de cosas que nada tienen que ver con la teología. Luego, generalmente yo le presento los asuntos a tratar, el Papa hace las preguntas que quiere hacer y, después, sigue otro poco de conversación. ¿El Papa le hace indicaciones concretas en sus conversaciones? Según los temas. En muchos casos suele esperar hasta conocer qué decimos nosotros en lo esencial. Por ejemplo, en la cuestión acerca de la recepción en la iglesia católica de los anglicanos conversos para los que hay que buscar alguna fórmula jurídica, el Papa casi no interviene y se limita a decir: "sed generosos". Pero cómo se haga exactamente, no le interesa demasiado. Hay otros temas, en cambio, que le preocupan especialmente, todos los que afectan a la moral, sea bioética o ética social y, todo el ámbito de la filosofía, o los temas relacionados con el Catecismo y con la doctrina de la fe. Todo eso le interesa mucho personalmente y da lugar a que se originen conversaciones de gran densidad. ¿Cómo viste el Cardenal para esas ocasiones? Con traje talar. Para estar con el Papa es tradicional ir de sotana. ¿Y el Papa? El Papa, de sotana blanca. ¿Y en qué idioma hablan? Hablamos alemán entre nosotros. ¿En latín, no? No. En una ocasión, un piadoso visitante de la comunidad evangélica de Hutter, se dirigió a usted diciéndole: "Hermano Joseph,. ¿Le pareció poco indicado o tal vez irrespetuoso? Según el protocolo eclesiástico, el tratamiento que se da a los cardenales es el de Eminencia. No. "Hermano Joseph" me pareció muy bien. No es nuestra forma usual de tratarnos, pero ya que hablamos tanto de la fraternidad de los cristianos -yo escribí un pequeño libro, en 1960, sobre la fraternidad de los cristianos-, ahí la tenemos, precisamente ahí, en esa esfera que desde hace tiempo tengo muy presente. ¿Los cardenales también tienen que cumplir órdenes superiores? Por "superiores" quiero decir algo así como las que un obispo pueda imponer a sus sacerdotes. Un cardenal antes que nada es un cristiano, sacerdote y obispo. Es alguien que tiene la responsabilidad de que en la Iglesia se proclame el Evangelio y se impartan los sacramentos. Yo no utilizaría tan fácilmente esas palabras, "órdenes superiores", simplemente diría que hay algunas exigencias específicas de un cardenal. También un párroco, un párroco rural, está muy comprometido con sus feligreses en el sentido de que tiene que conocerles bien y estar junto a ellos en la enfermedad, en tristezas y alegrías, en bodas y entierros, en sus momentos de crisis y en los de gozo. Tiene que creer con ellos y al mismo tiempo pilotar la nave de la Iglesia. ¿No resulta sumamente agotador el trato diario con Dios? ¿No acaba uno cansado, harto? Tener trato con Dios para mí es una necesidad. Tan necesario como respirar todos los días, como ver la luz o comer a diario, o tener amistades, todas esas cosas son necesarias, es parte esencial de nuestra vida. Pues es lo mismo. Si Dios dejara de existir, yo no podría respirar espiritualmente. En el trato con Dios no hay hastío posible. Tal vez pueda haber hastío en algún ejercicio de piedad, en alguna lectura piadosa, pero nunca en una relación con Dios como tal. No obstante, es cierto que por el hecho de estar ocupado en los asuntos de Dios y de la Iglesia, las cosas no son automáticamente mejores, ni más fáciles de hacer o de creer. Desgraciadamente eso es así. La lectura teológico, en sí, no mejora al hombre desde luego, pero contribuye a ello cuando se lee, no como pura teoría sino tratando de poner en práctica lo leído e intentando conocer mejor a Dios. Tratando también de conocerse mejor a sí mismo y a todos los hombres -al conjunto del universo- y luego se pone esfuerzo por vivir la vida de una nueva forma. La teología sólo es una ocupación intelectual, especialmente si está enfocada con precisión y rigor científico; puede influir mucho en la conducta del hombre, pero en sí misma, no hace mejor al hombre. Y, ¿hay alguna exigencia de Jesucristo que se haga difícil también para un cardenal? Por supuesto, porque, en principio, un cardenal es un hombre tan frágil como los demás y al que la diversidad de sus responsabilidades puede ponerle a veces en situaciones difíciles. Puede que no llegue a cumplir debidamente los Diez Mandamientos resumidos en uno, el nuevo mandamiento del amor. Amar, amar a Dios y a los hombres resulta a veces- difícil, sobre todo si tratamos de hacerlo conforme a la Palabra de Dios. Es indudable -y es de todos bien conocido- que a lo largo de la historia ha habido algunos cardenales muy débiles en ese sentido. 0 sea, que amar a los hombres a veces también le resulta difícil a un cardenal Verá, no se puede amar genéricamente. Alguna vez, se puede dar cierta antipatía que haga las cosas un poco más difíciles, eso sí. Y también, a veces, se puede llegar a dudar de que un hombre sea bueno y preguntarse si no será que se le ha escapado un poco de las manos al Creador y, por eso, ahora hay que tener más cuidado con esa criatura, que parece menos digna de ser amada. Pero he de decir que yo no conozco a ningún ser humano de esas características y, por tanto, no puedo darle mi opinión a ese respecto. Pero, además, siempre hay que aceptar que los demás sean como son. En mi caso, todos los seres humanos que conozco son buenos y a mí me parece una evidencia de que el Creador sabe lo que hace. ¿Usted también se confiesa? ¿Tiene confesor particular? Sí. Eso me parece muy necesario para todo el mundo. Es decir, que un cardenal también comete agravios. Por lo que se ve. ¿Y también se siente a veces como los demás hombres, un poco desvalido, sobrecargado, o se encuentra solo? Sí. Concretamente en mi actual trabajo, mis fuerzas suelen estar muy por debajo de mis necesidades. A medida que nos vamos haciendo mayores nos damos más cuenta de que flaquean nuestras fuerzas, que ya no son suficientes para todo lo que quisiéramos hacer. Y nos sentimos débiles, sin recursos ante alguna situación concreta. Es el momento de dirigirse a Dios para decirle "ahora ayúdame Tú, porque yo ya no puedo más". Eso también es soledad. Pero el Señor ha puesto tantas personas buenas en mi camino, que, gracias a Él, nunca me he sentido solo. Desde el año 1981 es el Prefecto de la Congregación romana para la Doctrina de la Fe. Esa Congregación no sólo es la más antigua del Vaticano sino que, además, ha sido durante siglos la más temida, el entonces llamado "Santo oficio". Su tarea consiste en conservar la fe católica en toda su pureza, defender a la Iglesia contra las, herejías y, en caso necesario sancionar las infracciones contra la fe. Ahora bien, ¿todo lo que opina el Prefecto de la Congregación se convierte automáticamente en doctrina? No, eso no. Yo nunca me atrevería a imponer mis ideas teológicas a la cristiandad por medio de resoluciones de la Congregación. En realidad, suelo intentar reservarme mi opinión y hacer únicamente de moderador de un gran equipo de trabajo. Nosotros trabajamos, por explicarlo de alguna forma, en grandes círculos. Mantenemos correspondencia con teólogos de todo el mundo que nos asesoran. Tenemos contactos con los obispos de distintos organismos, y también contamos con nuestros propios teólogos en Roma, además de la Comisión teológico, la Comisión bíblica y también la llamada Consulta, que es la autoridad competente en las deliberaciones. Además, están los cardenales como última instancia. Sólo pueden tomarse decisiones de esta manera, trabajando en grandes círculos. Nosotros, en la Asamblea cardenalicia no podemos decidir nada si antes no están de acuerdo en lo esencial los Consultores, porque si hubiera diferencia de opiniones doctrinales entre los buenos teólogos, nosotros después no somos una -digamos- voz superior; nosotros sólo nos regimos por unanimidad. De modo que solamente decidimos cuando hay un gran acuerdo en el conjunto de asesores; sólo podemos tomar decisiones si llegamos a una Convergencia importante. Pero también habrá algunas cosas que usted pueda exponer como simple opinión personal. Es obvio que sí. He sido profesor durante muchos años y me gusta seguir la discusión teológico lo mejor que puedo. Procuro estar al día, y también tengo mí propia opinión sobre la forma de hacer teología que a veces expongo en alguna publicación. ¿Y se ha dado alguna vez el caso, de que el Cardenal Ratzinger haya tenido que contradecirse? Quiero decir, que haya expuesto alguna opinión personal que no pudiera luego apoyar como Prefecto. Puede suceder que con el paso del tiempo tenga que hacer alguna rectificación. Podría ser, por ejemplo, que me diese cuenta de que en una simple conversación no había juzgado certeramente tal o cual asunto. Lo que nunca podré hacer es lo contrario, es decir, no reconocer una certeza obtenida actualmente con los medios de que dispongo. Eso no. En cambio, sí puede ser que una exposición Con nuevos datos haga necesaria la rectificación de algo anterior. Es evidente que muchos de sus llamamientos y advertencias, no han surtido efecto en la actualidad. En todo caso, en nuestro tiempo, no se ha conseguido una movilización contracorriente, ni tampoco ha habido un cambio fundamental en la línea de pensamiento. No obstante, usted siempre confía en que Dios conducirá a la Iglesia por sendas misteriosas. Pero que el debate gire siempre alrededor de lo mismo y que el nivel de la polémica haya descendido tanto, ¿no resulta algo deprimente? Y, por otra parte, el contenido de la fe resulta cada vez más oscuro y la indiferencia ante estas cuestiones cada vez mayor Yo nunca me he imaginado dando un golpe de timón a la historia. Los caminos de Dios nunca conducen a resultados rápidamente mensurables, y eso puede comprobarse viendo cómo . Jesucristo acabó en la Cruz. Esto, a mi me parece muy importante, porque hasta sus discípulos le hacían preguntas parecidas "¿qué pasa?", "¿por qué no nos siguen?", y entonces el Señor les respondía con las parábolas del grano de mostaza o de la levadura, para que comprendieran que la medida que utiliza Dios no es la de las estadísticas precisas. Sin embargo, lo que aconteció con el grano de mostaza y un poco de levadura fue algo enormemente importante y decisivo, aunque ellos entonces no lo podían ver. Para conocer los resultados en estas cuestiones, yo creo que hay que olvidarse totalmente de proporciones cuantitativas. No somos un negocio que se contabilice haciendo cálculos del tipo "estamos vendiendo mucho", "tenemos una buena política de ventas". Nosotros prestamos un servicio que después ponemos en manos del Señor. Y eso no quiere decir que lo que hagamos sea inútil. Actualmente, por ejemplo, la fe está resurgiendo con mucha fuerza entre los jóvenes de todos los continentes. Quizá haya llegado el momento de despedirnos de una Iglesia clerical. Posiblemente estemos ante una nueva época de la historia de la Iglesia muy diferente, en la que volvamos a ver una cristiandad semejante a aquel grano de mostaza, que ya está surgiendo en grupos pequeños, aparentemente poco significativos, pero que gastan su vida en luchar intensamente contra el Mal, y en tratar de devolver el Bien al mundo; están dando entrada a Dios en el mundo. He comprobado que, en Alemania también existen nuevos movimientos religiosos de este género, pero no quisiera citar nombres concretos. Probablemente no habrá conversiones en masa al cristianismo, no se darán cambios que pudieran ser considerados ejemplares para la historia, pero existe una presencia nueva y muy fuerte de la fe, que da aliento a los hombres. Ahora hay más dinamismo, más alegría. Hay una presencia nueva de la fe llena de significado para el mundo. Pues, a pesar de eso, cada vez son más los que se preguntan si la nave de la Iglesia seguirá navegando en el futuro. ¿Merece la pena embarcarse? Sí. Yo creo firmemente que sí. Es una nave antigua, pero bien conservada y siempre joven. El actual diagnóstico del momento nos ayuda, precisamente, a ver su necesidad cada vez más patente. No tenemos nada más que pensar qué pasaría si esta nave se separara del paralelogramo de fuerzas del momento presente, para darnos cuenta de cuál sería el desmoronamiento, el hundimiento, de la fuerza espiritual. Hemos de pensar también, que buena parte de culpa de esta decadencia de la Iglesia y del cristianismo, se debe a la actual quiebra espiritual, a la falta de orientación y a los innumerables descuidos habidos en los últimos treinta o cuarenta años, y que ahora estamos padeciendo. Es más, yo diría que si no existiera esta nave, habría que inventarla. Responde tanto a las actuales necesidades del hombre, está tan anclada en el ser del hombre -en lo que el hombre es, quiere y debe ser-, que yo creo que la mejor garantía de que la Iglesia nunca perderá su fuerza esencial, y la mejor garantía de que esta nave no puede hundirse con facilidad es, precisamente, el hombre. Pero es difícil imaginar que la fe católica, dentro de poco, se pueda vivir como si se tratara de algo moderno; aunque, si se considera detenidamente, tal vez, pueda ser una alternativa, una forma de vida, mucho más consciente y radical de lo que hoy en día podamos pensar. De la Iglesia se piensa, por ejemplo, que está anticuada, que sus métodos se han anquilosado, que se ha ido enfriando y endureciendo y, así, nos presentan su imagen no si se tratase de un Pan Zer, un viejo tanque que nos aplasta la vida. Son muchos los que tienen esta extraña impresión, y pocos los que son capaces de reconocer que, ya sopla un aire fresco de novedad, de coraje, de magnanimidad, que nos brinda la posibilidad de cambiar esta vida nuestra atiborrada de viejos hábitos manidos. En la iglesia han permanecido fieles frente al fenómeno de lo moderno sólo los que son capaces de verlo así. Es evidente que se ha perdido el concepto de lo que es, realmente, la Iglesia y de lo que debería ser. El verdadero significado de los signos y de las palabras de la fe parece haber quedado oculto por una cortina de humo. Sobre todo si lo comparamos con el Budismo zen, por ejemplo que a nadie se le ocurriría pensar que lo puede aprender con facilidad y sin ningún esfuerzo. Los cristianos nos damos cuenta de que ya no reconocemos la importancia que, de hecho, tiene el cristianismo. En la iglesia, por ejemplo, las imágenes ya no nos dicen nada, han dejado de suponer algo para nosotros- Ignoramos su significado. Incluso conceptos que algunos todavía desconocen -como sagrario, por ejemplo- la generación actual los ignora, y además predomina un sentimiento que "ya conocemos el cristianismo, ahora vamos a buscar otra cosa". por decirlo de algún modo, una cierta curiosidad Por tanto, me parece Muy importante promover, por el cristianismo, fomentar el deseo de descubrir qué es exactamente. Pero para esto hay que empezar por sacar a la luz del día lo más importante. Es decir, lo ya conocido desde hace mucho tiempo, y -a partir de ahí- fomentar el interés por esa inmensa riqueza que el cristianismo contiene, contemplar su enorme variedad, no Como un pesado lastre de métodos y de sistemas, sino COMO lo que realmente es: un tesoro para nuestra vida que bien merece la pena conocer a fondo. Ahora deseo hacerle unas cuantas preguntas de cierto relieve a las que después volveremos: ¿Qué quiere decir exactamente, "católico"? ¿Es un determinado sistema? ¿Es una forma concreta de ordenar el mundo todas las cosas? Y En alguno de sus escritos encontré la siguiente frase: "Todos los hombres son criaturas de un solo Dios y, por tanto, del mismo rango, todos relacionados fraternalmente, todos responsables unos de otros y, por tanto, llamados a amar al prójimo sea quien sea." ¿Esta afirmación suya es originariamente católica? Eso espero. La fe en Dios Creador es el núcleo del catolicismo. A partir de ahí se deduce la fe en la unidad del ser del hombre en todos los hombres, y en la identidad de la dignidad humana. Pero dudo mucho que el catolicismo pueda ser visto como un sistema de vida. Se pueden intentar explicar sus elementos fundamentales, pero es obvio que requiere algo más que un conocimiento superficial como si quisiéramos -por poner un ejemplo- enterarnos del programa de un partido político. Es la adaptación de la propia vida a una nueva estructura que abarca todo un proyecto de vida. Me parece imposible explicarlo en pocas palabras. Es una forma concreta de vida que, al habituarse a ella, al comunicarse con ella, proporciona un gran enriquecimiento en la nueva manera de pensar y de ver las cosas. Evidentemente, podemos exponer los puntos esenciales más importantes como son que lo primero de todo es creer en Dios -en un solo Dios, para ser más exactos- que ama a los hombres y se relaciona con ellos, que llega hasta nosotros y se nos ha hecho accesible a través de Jesucristo que forma parte de la historia. Esto es así y es, además, algo tan concreto que el propio Jesucristo fundó para nosotros una comunidad. Pero yo diría, que el catolicismo sólo puede entenderse debidamente, poniéndose en camino. Pensarlo y vivirlo tiene que ser una misma cosa; no hay otro modo de entender el catolicismo, creo yo. Está claro que no existen fórmulas para resumir el catolicismo, pero, ¿podría al menos decir qué es lo más propio de su fe? La fe de los cristianos significa ver en Cristo vivo, hecho carne por nosotros, al Hijo de Dios hecho hombre, y creer en Dios, en la Trinidad de un solo Dios, Creador del ciclo y de la tierra; y creer que este Dios que se humilló y -por así decir- se hizo pequeño, vela por nosotros los hombres y forma parte de nuestra historia, y creer también que el espacio donde todo esto se manifiesta es la Iglesia, lugar privilegiado de su expresión. Por eso, la Iglesia no es una simple organización humana -aunque haya tanto de humano en ella-, es mucho más, pues la fe nos exige estar con y en la Iglesia; en la iglesia se interpretan y se viven las Sagradas Escrituras. "El que se haga tan pequeño COMO uno de estos niños", dice el Nuevo Testamento, según Mateo, "ése será el mayor en el reino de los cielos." La teología de lo pequeño es fundamental en el cristianismo. Nuestra fe nos lleva a descubrir que la extraordinaria grandeza de Dios se manifiesta en la debilidad, y nos lleva a afirmar que la fuerza de la historia se encuentra siempre en el hombre que ama, es decir, en una fuerza que no se puede medir como se miden las categorías del poder. Dios quiso darse así a conocer, en la impotencia de Nazaret y del Gólgota. Por lo tanto, no es mayor el que posea mayor capacidad de destrucción -aunque el potencial destructivo siga siendo una legitimación para el poder en el mundo-, sino por el contrario, una pequeña partícula de amor, pareciendo tan débil, es muy superior a la máxima capacidad de destrucción. En una ocasión dijo que la fe cristiana no es una teoría, sino realidad. Y además creo que eso es muy importante, porque lo esencial incluso del mismo Jesucristo no es que haya divulgado unas ideas -cosa que por cierto, hizo-, lo realmente importante es que "yo soy cristiano porque creo que eso ha acontecido". Dios vino al mundo para actuar en él; es un hecho, una realidad, no es una imagen. Personalmente, qué le parece lo más atractivo del catolicismo. La grandeza de vivir esta historia de la que formo parte, me parece algo fascinante; es algo que -en mi opinión incluso sólo humanamente tiene mucho de extraordinario. Y también me llena de admiración que una institución con tantas debilidades y errores, a nivel humano, siga manteniéndose firme y que yo -mientras forme parte de ella- esté en comunión con todos los fieles vivos y difuntos de esa gran comunidad. Y que aquí, en esta comunidad, es donde también tengo la certeza de algo fundamental en mi vida: que Dios se ha fijado en mí. Es una certeza en la que he basado mi vida y en la que quiero vivir y morir. Jesucristo, y con él también la imagen de la Iglesia, ¿no es un misterio que se pueda aceptar o rechazar? Como una especie de "take or leave it", como dicen los americanos, un "lo tomas o lo dejas". Hay que tomar una decisión, por supuesto. Pero no como si decido tomar un café, que puedo tomarlo o dejarlo. Es una decisión mucho más seria, que repercute en la estructura de toda mi vida y me afecta a mí mismo en lo más profundo de mi ser. Si decido vivir sin Dios, o contra Dios -cosa que por supuesto tengo libertad para poder hacer- todos mis actos serán, lógicamente, distintos a si pretendo vivir cara a Dios. Es una decisión que abarca plenamente todo mi ser: mi concepto del mundo, cómo quiero ser y Cómo soy. No es una decisión cualquiera, como una de tantas que pueda tomar en el mercado de posibilidades que se me ofrece. Ahí se decide todo el proyecto de mi vida. Hay gente que opina que la religión es una especie de coraza espiritual, como un recurso o APOYO que el hombre -que no quiere reconocer sus debilidades- se ha fabricado, para estar a bien consigo mismo y con el mundo. Algo parecido a esto dijo el psicoanalista C.G.Jung: "Las religiones son sistemas psicoterapéuticos en el sentido estricto de la palabra. La Iglesia tiene cuadros clínicos terribles que manifiestan todo el alcance del problema espiritual." ¿Es esto la fe? En eso que ha dicho Jung -y que luego Drewermann también ha hecho suyo- hay algo de cierto. La religión, efectivamente, tiene dotes curativas y puede dar respuesta a muchas necesidades y miedos atávicos, ayudando a superarlos. Pero eso no significa que podamos reducirla Y considerarla como medio psicoterapéutico. No basta con remitirse a una de esas imágenes de la religión para obtener la curación deseada, porque no es así. Acabaríamos pensando que eran imágenes falsas o que habían perdido su facultad curativa. Eso es un sobreañadido a la religión y, desde luego, no es una característica suya. Es evidente que la religión es algo más que eso, porque en todas las épocas de la humanidad ha existido (también sin fines terapéuticos) una tendencia a lo eterno, la humanidad tiende a la eternidad y continuamente trata de establecer una relación con el más allá. Lo esencial de la religión es la relación del hombre que trasciende a algo que no conoce y que la fe llama Dios, y la facultad del hombre de trascender a su relación original por encima de lo tangible y de lo mensurable. El hombre tiene muchas relaciones en su vida, y según cómo sean las que la constituyen fundamentalmente y que lleva grabadas en el fondo de su ser -con el padre, la madre, el hermano, la hermana etc- así será su vida. Pero si la primera de todas esas relaciones, es decir, si la relación con, Dios no es buena, entonces ninguna de las otras podrá ser buena. Yo diría que esto es, en definitiva, el verdadero contenido de la religión. Las grandes culturas que conocemos tienen bastantes coincidencias en sus respectivas religiones. Parece haber bastante consonancia de doctrinas: la misma invitación a la mesura, las mismas advertencias sobre el egocentrismo y la autonomía. ¿Por qué entonces no son iguales todas las religiones? ¿Por qué es mejor el Dios de los cristianos que el de los indios? ¿ Y por qué sólo es salvífica una religión? Esta sugerencia es muy antigua, viene repitiéndose desde que comenzó la investigación acerca de la historia de las religiones, en tiempos de la Ilustración, e incluso antes. Pero, al estudiar cada religión por separado, fue perdiendo vigor hasta casi desaparecer. Las religiones no son todas iguales. Hay religiones de niveles muy diferentes e, incluso, hay algunas que están visiblemente enfermas y son perjudiciales para el hombre. En la crítica de la religión que hace el marxismo, hay algo de cierto cuando afirma que existen religiones y prácticas religiosas que alienan al hombre. Pensemos, Por ejemplo, en África. La creencia en los espíritus ha sido y es, un serio impedimento para la estructuración de una nueva economía más moderna y más adecuada al actual y creciente desarrollo de ese continente. Y, además, no se puede vivir marcados por un miedo irracional a los espíritus, porque eso impide que en la intimidad de esas vidas pueda haber lo que llamamos religión. 0 consideremos si no, el cosmos religioso indio ("hinduismo" es una definición equívoca que sirve para muchas religiones). En ese . cosmos encontraremos una enorme variedad de religiones, desde las más puras y elevadas -acuñadas en el amor-, a otras que son, incluso, inhumanas y con ritos homicidas. En buena parte de la historia de la religión han quedado huellas, como sabemos, de sacrificios humanos. Y también sabemos que cuando se hace política de la religión, ésta se convierte en instrumento de destrucción y de opresión; en la propia religión cristiana se han dado algunos casos patológicos- La quema de brujas fue un retroceso a lo germano, que después de su conversión -en las postrimerías de la Edad Media-, fue superado con mucho esfuerzo, pero la pérdida de la fe, a finales del Medioevo, ocasionó que volviera a resurgir. En una palabra, tampoco los dioses son todos iguales. Incluso, hay divinidades negativas, corno algunos dioses griegos o del cosmos religioso indio . Por lo tanto, cuando se estudia detenidamente la historia de las religiones enseguida se olvida esa idea de igualdad. Pero, al menos se podría aceptar que alguien que profesa una confesión diferente a la católica, también puede salvarse. Eso es algo muy diferente. Es perfectamente posible que alguien que reciba con aprovechamiento -con rectitud- los medios auxiliares propios de su religión, sea un hombre cabal, y es, por tanto, posible que ese hombre sea agradable a Dios y le otorgue la salvación. Eso no está excluido, más bien todo lo contrario, seguramente es así en muchos casos, pero deducir de ahí que todas las religiones son iguales, que todas juntas forman un gran concierto, una gran sinfonía, nos llevaría únicamente a un grave error. Algunas religiones pueden hacer difícil que el hombre sea bueno. Y esto también acontece en el cristianismo cuando los cristianos lo viven de una forma que no es correcta, o en sectas, etc. Por eso en la historia de las religiones -de todas las religiones- siempre es necesario velar por su pureza para evitar que, por el motivo que fuere, pudiera convertirse en impedimento para la relación con Dios, en vez de guiar al hombre por el buen camino. Yo añadiría algo más, y es que el cristianismo ha quedado establecido como única religión verdadera en la historia de las religiones a partir de la figura de Cristo. Y eso quiere decir que en la figura de Cristo -más exactamente en la Palabra de Dios- es donde se encuentra esa fuerza necesaria para la purificación de la religión. Los cristianos no necesariamente viven bien el cristianismo. Pero en Cristo encuentran las pautas y los medios que conducen a esa purificación indispensable para que la religión no sea un sistema opresivo ni de alienación del hombre, sino un camino de encuentro con Dios y consigo mismo. Pero actualmente hay mucha gente que piensa que la religión cristiano-católica tiene una visión del mundo bastante pesimista. La idea de que el cristianismo -que cree en el fin del mundo, el Juicio, etc.- sea de naturaleza pesimista tiene su origen en la Revolución francesa. Más adelante, en el transcurso de la historia, la Edad Moderna que hizo del progreso ley, opinaba de otra forma y decía que la fe cristiana era, fundamentalmente, optimista. Y nosotros, entre tanto, hemos podido comprobar cómo, paulatinamente, iban desapareciendo esas dos contraposiciones, y cómo iba decayendo también esa confianza que la Edad Moderna tenía en sí misma. Porque cada vez es más evidente que con los avances también hay más posibilidades de destrucción, mientras que la razón ética del hombre quizá no ha crecido tanto, y entonces sucede que el hombre convierte su poder en poder de destrucción. El cristianismo afirma que, aunque la historia progrese y gracias a ello avance la humanidad, no por eso ésta mejora en lo esencial. En la lectura del Apocalipsis observamos que la humanidad se mueve cíclicamente. Siempre hay horrores que se solucionan pero dan paso a otros nuevos, y no se ve que se augure un estado saludable para el hombre a lo largo de la historia. En el cristianismo no hay motivos para que las cosas humanas tengan que ir necesariamente a mejor; en cambio, es propio de la fe cristiana tener la certeza de que Dios nunca abandonará al hombre y, por tanto, la humanidad nunca acabará en un total fracaso, aunque a muchos les parezca que hubiera sido mejor que la humanidad nunca hubiera aparecido sobre el planeta. Por otra parte, ese esquema de optimismo y pesimismo, está fuera de lugar. El cristiano sabe, como cualquier hombre dotado de razón, que en la historia suele haber grandes crisis; tal vez ahora nos encontremos ante una de ellas, y sabe, también, que esas crisis no se pueden solucionar automáticamente; no disponemos de un interruptor para girarlo a: "positivo". Por lo tanto, seguimos continuamente amenazados por las contrariedades. Pero el cristiano tiene, sobre todo, un último recurso y es que Dios sostiene al mundo en sus manos, cuidando de él de tal forma que, incluso, después de un horror como el de Auschwítz, que a todos nos conmueve las entrañas, el mundo puede rehacerse de nuevo. Porque Dios, es más fuerte que el mal. ¿La Cruz es un símbolo de horror? La Cruz en sí tiene ciertamente algo de horror que nunca deberíamos olvidar. Esa es la forma más cruel de ejecución que se conocía en la Antigüedad. Era, de hecho, una muerte ignominiosa que no podía aplicarse a un ciudadano romano, Pues quedaría también mancillado el honor de Roma. Contemplar al más Puro de todos los seres humanos, al que era más que hombre, ejecutado de forma tan cruel, nos produce, por lo menos, un enorme espanto. Pero ese mismo espanto nos lo debería producir el ver cómo somos realmente y nuestra propia indolencia. Lutero dijo algo semejante, y me parece acertado, cuando afirmó que el hombre debía escandalizarse de sí mismo para regresar al buen camino. Sin embargo la Cruz no se queda sólo en eso, en horror, porque desde ese madero no nos está contemplando un fracasado, un desventurado, víctima del más horrible suplicio de la humanidad. El Crucificado, que nos contempla desde la Cruz, nos está diciendo algo muy diferente de las arengas de Espartaco a sus fracasadas huestes. Desde la Cruz nos contempla un Bien infinito que hace que de ese horror, nazca una vida nueva. Nos contempla el Bien supremo del propio Dios que se ofrece por nosotros Y se nos entrega para -Con nosotros- cargar con el peso de todos los horrores de la historia. Ese signo de la Cruz considerado en profundidad, nos muestra, por un lado, cómo Puede ser de Peligroso el ser humano y hasta dónde pueden llegar las atrocidades de las que es capaz, pero, por otro, también nos invita a contemplar el inmenso e infinito Poder de Dios y que somos amados por Él. Por eso, la Cruz es un signo de perdón y de esperanza que alcanza hasta los últimos confines del mundo. En nuestro tiempo, hay muchos que se preguntan como se puede seguir hablando de Dios y hacer teología, después de Auschwitz. Y yo a eso respondería, que en la Cruz está concentrado todo el horror de Auschwitz por anticipado. Dios ha sido crucificado y, desde la Cruz, está proclamando que ese Dios, tan débil en apariencia, es un Dios que perdona y es, en su aparente ocultamiento, Dios Todopoderoso. La verdad sobre Dios y el hombre, vista desde fuera, casi siempre parece triste y difícil de comprender. ¿La fe es, tal vez, sólo para naturalezas fuertes? Porque, además, también parece ser muy exigente en todo. Yo afirmaría todo lo contrario. La fe es una fuente de alegría. Cuando Dios falta, el mundo queda en tinieblas, todo parece aburrido y no satisface nada. En la actualídad se comprueba fácilmente que cuanto más se vacía el mundo de Dios, más necesidad hay de consumismo y más se vacía el mundo de alegría. El máximo gozo es siempre producto del amor y en eso consiste exactamente la esencial manifestación de la fe. Nosotros somos amados por Dios de modo absoluto. Por eso es tan bien aceptada la difusión del cristianismo entre los débiles y los que sufren. Claro está que eso también se puede interpretar según el pensamiento marxista diciendo "son sólo buenas palabras", "eso no es la revolución". Pero no veo justificado que nos preocupen ahora afirmaciones como esas. El cristianismo ha logrado unir a señores y a esclavos de una forma totalmente nueva; aunar tal como Pablo advierte al dueño de un esclavo: "no castigues a tu esclavo, ahora es tu hermano,>. Así que podemos decir que la alegría es un elemento constitutivo del Cristianismo. Alegría, Pero no en el sentido de la que es causada por el OCIO y la diversión, que siempre puede ocultar cierto fondo de desesperanza. Todos sabemos que el alboroto, a veces, es una máscara para disimular la desesperanza. El cristianismo da una alegría propiamente dicha. Y es una alegría que, además de ser compatible con las dificultades de nuestra existencia, contribuye a hacerla más fácil. En el Evangelio, la historia de Jesucristo empieza con las palabras que el ángel dirigió a María, en forma de saludo, "¡Alégrate!". Y en la noche de su nacimiento, los ángeles también repetían: "os anunciamos una gran alegría". El propio Jesucristo manifiesta que viene a traernos una buena nueva, es decir, que el meollo nuclear del mensaje es siempre este: "vengo a anunciaros una gran alegría, Dios está aquí, os ama y así será para siempre". Sin embargo, parece bastante más fácil no creer que creer Es un Poco paradójico, porque la fe existe por todas partes -el hombre es un ser religioso- pero al mismo tiempo siempre requiere mucha lucha. Que no creer sea más fácil que creer es muy relativo. Parece más fácil, tal vez, en el sentido de poder liberarse de las ataduras de la fe y decir "yo no me molesto más en esto, es una pesadez", "voy a dejarlo del todo". Ese es el Primer acto de lo que podríamos llamar, la facilidad de no creer Pero vivir sin fe no es fácil. Vivir sin fe significa, para empezar, sentirse en un estado de nihilismo que enseguida requiere tener algún punto de referencia. La vida sin fe es muy complicada generalmente. No tenemos más que recordar la filosofía totalmente carente de fe de Sartre, Camus y de otros muchos, para poder comprobarlo enseguida, Un acto de fe quizá sea complicado en su punto de partida y en su aceptación, pero en el mismo instante de advertir que hemos sido tocados por la fe -"alégrate"-, se siente un gran gozo interior. Por eso al hablar del acto de fe, no se debe resaltar sólo su dificultad unilateralmente. Esa facilidad de no creer y la dificultad de creer se mueven en planos diferentes. A mí me parece que la carga que conlleva la falta de fe es aún más pesada. La fe da alas al espíritu del hombre Esto se observa sobre todo en los Padres de la Iglesia y muy en particular en la teología monástica, "ser hombres de fe significa ser como ángeles", dicen, "podremos volar, porque no sentiremos nuestro propio peso". "Ser creyente significa aligerarse del propio peso -de ese peso que siempre tira de nosotros hacia abajo- y librarse de él para quedar sostenidos por la fe". ¿En qué se distingue un buen católico de los demás hombres? Los católicos somos como todos los mortales, y entre ellos pueden darse todas las categorías posibles de buenos y malos, como sucede en otras religiones, donde puede haber hombres de gran calidad interior que, gracias a sus mitos, se acercan al gran misterio y allí encuentran su forma de perfección. Nosotros no podemos apoyarnos en las estadísticas para saber dónde están los buenos y dónde los mejores. Nosotros -los católicos- afirmamos que el que viva la fe fielmente, y se deje formar por ella, se purificará de sus propios errores y flaquezas, y será un hombre bueno. Entonces, ¿el católico es más feliz q e los demás? Ser feliz es una categoría enormemente polifacético, qué duda cabe. Pensemos, para empezar, en el Sermón de la Montaña que comienza con las llamadas Bienaventuranzas. Con las Bienaventuranzas el Señor nos dio a conocer la forma de alcanzar la felicidad. Manifestó a la humanidad, que el cristianismo es también escuela de felicidad: "Yo os enseñaré el camino",. Pero luego comprobarnos que lo que ahí se nos explica no parece coincidir mucho con lo que los hombres, en general, entendernos por felicidad. Nosotros diríamos que es feliz alguien que dispone de muchos medios, los suficientes para procurarse una buena vida. Diríamos que es feliz alguien a quien vemos siempre contento y a quien las cosas parecen irle bien. Pero el Señor nos dijo: "Bienaventurados los que lloran". Es decir, que al parecer, la doctrina de Cristo sobre la felicidad resulta Paradójica, al menos. comparada con la idea, que nosotros tenemos del concepto de felicidad, Y es que no se trata de una felicidad en el sentido de bienestar, Para entenderlo, tenemos primero que convertirnos; tenemos que olvidarnos de la escala de valore que generalmente utilizamos: "felicidad es igual a riqueza, posesiones, poder...", porque por el mero hecho de medir estos bienes como grandes valores ya vamos Por mal camino, La promesa de felicidad que recibe el católico no es de una felicidad "extrínseca", sino de un estado de felicidad en unión con el Señor. Se le Promete que el Señor será un faro de felicidad en su vida, cosa que, en efecto, es así. Pero, ¿dónde está Dios, dónde se le encuentra? ¿Se oculta en alguna parte? Al parecer, Dios, se manifiesta muy Pocas veces, y los hombres se desesperan porque creen que Ya no les hace caso, no les deja ver ninguna señal clara y no se pueden comunicar con Él. No se manifiesta de un modo demasiado visible. No se manifiesta, necesariamente, en forma de catástrofes naturales -aunque éstas puedan, por supuesto, ser una locución Suya- pero, generalmente, Dios no habla demasiado alto, Pero sí nos habla una y otra vez. Oírle depende, como es natural, de que el receptor -digamos- y el emisor estén en sintonía. Ahora en nuestro tiempo, con nuestro actual estilo de vida y de forma de pensar, hay demasiadas interferencias entre los dos y sintonizar resulta particularmente difícil. Y, por otra parte, estamos tan distanciados de Dios que, aunque oyéramos su voz, tampoco la reconoceríamos como suya, así sin más. No obstante, yo diría que a cualquiera de nosotros que esté atento, esté donde esté, puede acontecerle que perciba al Señor, "Dios me habla". Y esa es la gran oportunidad que tengo para conocerle. Y si yo estoy vigilante y alguien me ayuda a descifrarlo, también en las desgracias puede, de pronto, irrumpir en mi vida. Es obvio que Dios no habla demasiado alto; pero a lo largo de toda la vida sí nos habla por signos o sirviéndose de encuentros con otras personas. Basta simplemente con estar un poco atentos y no consentir que las cosas de fuera nos absorban completamente. Y qué pasa, por ejemplo, con los católicos que tienen dudas. ¿Son considerados como unos hipócritas o herejes? Lo más llamativo de los cristianos es que distinguen una verdad de fe de una verdad científica. Estudian a Darwin, y también van a la Iglesia. ¿Se puede hacer esa distinción? Porque verdad sólo puede haber una; o el mundo fue creado en seis días o fue evolucionando en millones de años. En un mundo tan confuso como el nuestro es casi inevitable que se presenten dudas. Pero no hay que confundir una duda con una pérdida de fe. Se puedo aceptar honradamente una cuestión que preocupa, y conservar la fe en lo esencial. Por un lado tratando de hallar la solución a esas aparentes contradicciones y, por otro, sabiendo también que no todo se puede comprender, y que eso, que yo no he podido solucionar, tiene solución- En la historia de la teología, a veces, quedan puntos oscuros sin resolver de momento, y que todavía no se han podido interpretar satisfactoriamente. Las Cuestiones de fe requieren tiempo y paciencia. Ese asunto que mencionaba antes - Darwin, la Creación, el evolucionismo- está en un diálogo interminable que, a pesar de las facilidades que ahora tenemos a nuestro alcance, sigue aún sin concluir. El problema del origen del mundo en seis días no es un tema apremiante ni para la ciencia moderna ni tampoco para la fe. En la Biblia queda bien claro que su narración no es un esquema teológico, ni se pretende narrar un relato exhaustivo de la historia de la Creación. En el Antiguo Testamento, son varias las descripciones de la Creación; en el Libro de Job y en el Libro de la Sabiduría hay otros dos relatos, donde queda suficientemente claro que los creyentes de la época no intentaban hacer una narración, digamos, casi fotográfica de los orígenes, de todo lo creado. Aquello estaba pensado como una visión general de lo más fundamental, con el único fin de explicar que el mundo procede sólo del poder de Dios y que es criatura suya. Pero cómo se llevó a cabo ese proceso, es una cuestión que la propia Biblia ha dejado completamente abierta. No así la teoría del evolucionismo que, por el contrario, me parece que -por ahora no ha dado solución a muchas de sus hipótesis y que incluso, a veces, las mezcla con filosofías casi míticas. Todavía quedan por organizar unas cuantas sesiones críticas sobre todo ese asunto. Cardenal, hay muchos católicos que no consiguen dar el paso de la fe de niño a la fe de adulto. ¿Cómo se puede, después de haber leído la Biblia con ojos críticos, recuperar una fe sin complicaciones? Lo primero que hay que saber es que los complicados textos bíblicos sobre la historia de nuestros orígenes no afectan, ni siquiera tangecialmente, a la fe en cuanto tal. Lo que conocemos de su lectura es algo muy singular y muy importante. En esa historia ciertamente complicada, que -dicho sea de paso- sigue siendo hipotética, se comprueba hasta qué punto se grabaron en la conciencia del hombre unas manifestaciones y realidades, que no eran simple hallazgo del ser humano. Yo creo que si reflexionamos, precisamente, sobre los elementos humanos de la historia bíblica, es corno mejor comprobaremos que allí había algo más. El relato de esa historia es el resultado de un tipo de ayuda que, evidentemente, no fue solamente humana. Por lo tanto, dejemos ese aspecto técnico de la historia en manos de la ciencia y que ella nos aporte más luces sobre ese tema, y nosotros volvamos de nuevo al simple acto de fe. Le diré algo más: es evidente que esa historia es extraordinaria, no sólo por la participación del hombre, sino porque lo acontecido fue algo extraordinario y singular. ¿Cuántos caminos hay para llegar a Dios? Tantos como hombres. Porque, incluso dentro de una misma fe, cada uno tiene su propio camino personal. Tenemos las palabras de Jesucristo: "Yo soy el camino,,. Así que, en definitiva, hay un sólo camino y todo el que se dirija a Dios ya está de algún modo en ese camino que es Jesucristo. Pero eso no significa que conscientemente, Voluntariamente, todos los caminos sean idénticos, significa que ese único camino es tan ancho que puede convertirse en el camino personal de cada hombre. La siguiente paradoja es de Tertuliano: "Creo porque es absurdo", mientras que Agustín decía que él creía,- "para conocer" - ¿Por qué cree el Cardenal Ratzinger? Yo soy decididamente agustiniano. Así como la Creación es asequible a la razón y es razonable, de la fe se podría decir que es consecuencia de la Creación y, por consiguiente, da acceso al conocimiento; yo estoy convencido de esto. La fe significa introducirse en el conocimiento x. agese aforismo de Tertuliano -a Tertuliano le gustaba orar hasta el extremo sus formulaciones- responde, como es natural, al conjunto de todo su pensamiento. Lo que ahí quería decir era que Dios se muestra precisamente de forma paradójica a lo que el mundo entiende, para así manifestar mejor su divinidad. Pero Tertuliano, en aquella época, ya estaba algo enemistado con la filosofía y yo no comparto esa posición, sino la de San Agustín. ¿Y usted también ha adoptado alguna frase significativa sobre la fe? Yo no necesito ningún lema. A mi me parece que esa frase de San Agustín -que más tarde también adoptaría Santo Tomás- describe con exactitud en qué dirección hay que ir. ¡Creo! Y ese mismo acto de fe incluye que procede de la razón. Porque mientras yo estoy sometiendo a la fe sé que estoy abriendo la puerta a la recta comprensión de lo que no entiendo. Cardenal, la mayor parte de los hombres de nuestro tiempo, no pueden creer lo que saben y no saben lo que tienen que creer Pero en su persona se dan la unidad de fe y de pensamiento, y también una integridad que nosotros, hombres modernos, escépticos y corruptos ya no conocemos. ¿Qué clase de sentimiento es ese? Yo no me atrevería a juzgar al hombre moderno en general; no sé si realmente existe esa falta de unidad en los hombres, o si tal vez pueden encontrar la unidad, de diversos modos. El hombre, en su fuero interno, siempre se siente atraído por polos diferentes; eso es algo muy corriente que le sucede a cualquiera, también a mí, sacerdote y obispo. Porque todos tenemos algunas aptitudes o dificultades, aficiones e intereses por diversas cosas, y la fe de la Iglesia no lleva consigo que todo eso desaparezca, no hace que esos intereses se vayan apagando, uno tras otro. Todo el mundo, y yo también, tiene tensiones en su interior, pero yo no diría que eso suponga desunión. Porque, al fin y al cabo, se puede creer con la Iglesia y adquirir conocimientos, con la confianza de que, precisamente por la fe, mis conocimientos recibirán una luz que -por otra parte- me permitirá también profundizar más en la fe; estos dos aspectos se ayudan mutuamente, se complementan recíprocamente. Es decir, que lo que subyace en el acto de fe en Cristo es una unificación de todas las tensiones, y, por consiguiente, el intento de mantener una unidad de vida, de forma que esas tensiones nunca produzcan frustración o ruptura. Con respecto a una nueva evangelización, antes me ha hablado de algunos encuentros e incluso de la necesidad de una especie de revolución cristiana. Pero aunque se hiciera algún nuevo estudio sobre la necesidad de la evangelización no serviría de mucho, ya que eso sólo acabaría en "nuevos y más animados aspectos culturales del cristianismo". En cambio, sería mucho más eficaz dar más a conocer a Jesucristo a los hombres. A mí me parece que a muchos hombres de nuestro tiempo les gustaría poder creer en algo. Pero ahora creer no parece tan fácil como antes. Eso salta a la vista. Hemos avanzado tanto en nuestros conocimientos, y hemos sistematizado y ampliado tanto nuestras experiencias que el acceso a la fe ya no es fácil. Pienso que, efectivamente, necesitaríamos una especie de revolución de la fe en muchos sentidos. Por lo pronto, necesitamos más coraje para oponernos a bastantes de las convicciones generales de la actualidad. Hay mucha gente con una ideología que, ordinariamente, aspira a conseguir un alto nivel de vida -que le permita realizar todo lo que quiera, todo lo que desee- y en todo eso, Dios resulta una dimensión desconocida, que no cuenta para nada. Y eso lleva consigo que la moralidad Se produzca como fruto de la simple casualidad o por un golpe de suerte. Como Ya hemos dicho, esa ideología en la que ahora vivimos y que, día a día, se nos va imponiendo, nos induce a certezas que, en el fondo, apartan al hombre de lo esencial. El hombre actual, por una parte, ya no es capaz de reflexionar sobre lo esencial, pero, por otra, nota que está falto de algo. Las grandes calamidades colectivas, que tanto abundan en el momento actual, se deben a que, en la vida del hombre falta algo, se advierte la carencia de algo. Deberíamos tener el coraje suficiente para romper con mucho de lo que el hombre de finales del siglo xx considera "normal", para volver a descubrir la fe en toda su sencillez. Y ese descubrimiento sería muy fácil mediante un encuentro personal con Cristo, que no sería un encuentro con un personaje histórico, sino con el mismo Dios hecho hombre. Y, después, cuando la fe ya ha penetrado en el alma, la vida se orienta de forma muy distinta. Entonces sí podría surgir una cultura de la fe, estoy seguro de ello. Pero, para eso es muy importante que un pronunciamiento de esa índole no se haga sólo a título personal, sino compartido con muchos más, hasta formar una comunidad. Y, en la medida en que se fuera viviendo así, se iría creando un nuevo estilo de vida que también daría paso a la nueva cultura. El futuro se espera con cierta impaciencia. Se ha ido fraguando poco a poco, una especie de histeria general, que ha creado muchas expectativas sobre el futuro. Nunca ha habido tantos finales, ni tantos comienzos, como ahora. A veces parece que las cosas evolucionan Positivamente, pero en otras ocasiones parece que el mundo actual es demencial. La sociedad, tan ávida de lujo y placer, tiene muy cerca una gran pobreza debida a las guerras o a las catástrofes naturales -cada vez más frecuentes- sin darse cuenta de los evidentes signos de decadencia de la cultura, ni de la tremenda falta de orientación; la sociedad desconoce lo que tiene que hacer. Antes no había tanta inestabilidad como ahora, tanta drogadicción, ni tantas relaciones rotas, niños abandonados, chabolismo, etc. ni, paradójicamente, tanta despreocupación. En una ocasión, Cardenal, usted dijo que lo que le falta a nuestro tiempo no es capacidad para afligirse sino para alegrarse. Pero con ese panorama que tenemos ¿no le parece que alegrarse resulta cada vez más difícil? Si nos fijamos un poco observaremos que, ahora, la alegría espontánea y desenfadada escasea cada vez más. Parece como si la alegría actual estuviera hipotecada por cargas morales e ideológicas. Cuando nos alegramos de algo sentimos temor; es como si temiéramos faltar a la solidaridad con los que sufren, e, incluso, pensamos "no debo alegrarme tanto, con tantas necesidades y tanta injusticia como hay en el mundo". Yo entiendo que se piense eso, porque ahí actúan e influyen mucho los sentimientos. Sin embargo, esa conclusión es un error porque con la pérdida de la alegría no mejora el mundo. Al revés, no alegrarse en aras del sufrimiento no ayuda nada a los que padecen. Exactamente pasa lo contrario; este mundo nuestro necesita muchos hombres y mujeres que descubran la alegría de hacer el bien y, así, todos recibirán el ánimo y el empuje suficientes para seguir haciéndolo. La alegría nunca rompe la solidaridad. Cuando la alegría es sana, cuando no es egoísta y procede de la percepción de un bien, es difusiva y se extiende con facilidad. Siempre me sorprende que en los barrios de mayor miseria, por ejemplo en Sudamérica, haya tanta gente alegre y risueña. Es evidente que, pese a todas sus penurias, siguen ejerciendo el bien y se aferran a él para levantar su moral y sacar nuevas fuerzas. Hemos de repetir, una vez más, que necesitamos una fuente de confianza que sólo la fe puede proporcionarnos. Hemos de confiar en que el mundo es bueno, Dios está en el mundo y por eso es bueno. Y hemos de confiar también en que vivir es bueno y ser hombre es bueno. Y en consecuencia, tendremos fuerza suficiente para alegramos nosotros y para hacer a otros también partícipes de ese mensaje de alegría. En cuanto a esa doble faceta que describía del momento presente, yo creo que ahora hay una nueva conciencia de la solidaridad, un deseo de responsabilizarse de la humanidad e incluso de la Creación. Actualmente proliferan las asociaciones tratando de contribuir a resolver solidariamente los posibles focos de crisis. Tratan de ayudar con su propio esfuerzo y su alegría, trabajando en favor de la paz y procurando atender las diversas necesidades, según sus posibilidades. Todo el mundo puede ver esto y debería estar agradecido por ello. Y también nos sirve a todos para reflexionar en que nunca debemos olvidar todo lo que hay de bueno en el hombre. Pero también me hablaba antes de un mundo demencial y despreocupado. Así es. La explicación que yo daría a ese panorama es que la masificación de la sociedad en el mundo actual, por un lado, y los nuevos avances tecnológicos, por otro, han dado paso a nuevas categorías del mal. No deberíamos pasar esto por alto. Luchar contra esa masificación que, además, reduce al hombre al aislamiento y a una soledad radical, y tratar de crear otras posibilidades más saludables para la sociedad, es todo un reto. Un reto que requiere que todos nosotros nos pongamos manos a la obra. Sólo la técnica, no basta. Yo diría que de todo lo que hemos considerado se pueden concluir dos cosas: una, que el hombre es un ser moral, responsable de sí mismo y de toda la humanidad, y Otra, que es un ser que, para poder seguir adelante, necesita recibir ayuda de Dios. 2. Familia y vocación Cardenal, qué opina de la siguiente afirmación: "Venimos al mundo, sabemos lo que queremos saber y estamos donde queremos estar". No sé muy bien de qué se trata exactamente. Ignoro su procedencia. Pero el hombre, ciertamente, viene al mundo interrogando. Aristóteles añadía aún algo más -y Santo Tomás también-, decían que el hombre venía cual tabula rasa. Es decir, los dos postularon que las facultades cognoscitivas eran innatas en el hombre y que la mente, desde el principio, estaba en una disposición receptiva. Yo lo matizaría un poco más. No obstante, es cierto que el hombre es un ser inquisitivo, y que en su fuero interno - por decirlo de alguna forma- siempre espera respuestas. Yo soy un poco platónico. Con eso quiero decir que creo que hay una especie de memoria, como un recuerdo de Dios grabado en el hombre, y que hay que despertarlo en él. El hombre no sabe originariamente qué debe saber, ni tampoco está originariamente donde debe estar; es un hombre, un ser humano en camino. En la religión bíblica, en el Antiguo y el Nuevo Testamento, se recogen muchas imágenes de un pueblo de Dios nómada, y se hace siempre hincapié en que Israel era un pueblo en el exilio. Y esa imagen significa -exactamente- lo que es la existencia humana. Nos indica que el hombre es un ser que está puesto en un camino que no es ficticio, y que acontecerá algo en su vida que él tiene que buscar y descubrir qué es, y que también se puede equivocar. Usted utiliza con bastante frecuencia la palabra "providencia". ¿Qué significa eso exactamente para usted? Yo estoy firmemente convencido de que Dios nos ve y nos da plena libertad, pero al mismo tiempo nos dirige. Lo he podido comprobar con cierta frecuencia cuando, a veces, se amontonan muchas cosas por hacer que -en un primer momento- se nos antojan enojosas, molestas, complicadas hasta que, de pronto, uno se da cuenta que todo estaba bien como estaba, que aquello era exactamente lo que había que hacer. En la práctica, eso significa para mí, que mi vida no consiste en meras casualidades, sino que hay alguien que me precede y ha previsto todo por mí, que piensa y dispone mi vida. Yo puedo rehusarlo -por supuesto-, pero también puedo aceptarlo, y entonces es cuando soy consciente de que, en efecto, hay una luz "providente" que me dirige. Pero eso no quiere decir que el hombre esté predestinado, sino simplemente que tiene un destino, un fin que reclama el uso de su libertad. Eso es exactamente lo que se nos dice en la parábola de los talentos. Allí se entregan cinco talentos, y el hombre que los recibe, recibe al mismo tiempo un determinado encargo que puede cumplir o no cumplir. En cualquier caso, cada hombre recibe una misión -la suya-, cada uno recibe su talento particular y ninguno es superfluo, ninguno es en vano. Por eso, el hombre debe saber para qué ha sido llamado a la vida y, luego, ver cuál es su respuesta a esa llamada, a esa vocación concreta que le ha sido otorgada porque -sin duda es lo mejor para él. Cardenal Ratzinger, usted nació en Marktl am Inn -Alta Baviera- un 16 de abril de 1927, en un Sábado Santo. ¿Eso se ajusta a su modo de ser? Sí. A mí me alegra mucho haber nacido en ese día, víspera del Domingo de Gloria, justo al empezar la Pascua pero sin que todavía haya dado comienzo. Además, me parece muy significativo, porque indica lo que es mi propia historia en la realidad, lo que es mi situación actual: estar a las puertas de la Gloria, sin entrar todavía en ella. Sus padres se llamaban José y María. Cuatro horas después de nacer, exactamente a las 8.30 de la mañana, sus padres le llevaron a bautizar. Debió ser un día muy agitado. Yo no recuerdo nada, claro está. Mis hermanos me contaron que fue un día de una gran nevada, de mucho frío, a pesar de ser un 16 de abril. Pero eso no tiene nada de particular en Baviera. De todas formas, no deja de ser raro que le bauticen sólo cuatro horas después de nacer. ¿A qué tanta prisa? Es cierto. Fue así de rápido -cosa que a mí me alegra sobremanera- porque coincidió con que era Sábado Santo. En aquella época todavía no se festejaba la noche pascual, se celebraba la Resurrección a primera hora de la mañana, con la bendición del agua que después serviría para los bautizos durante todo el año. Y como en la iglesia iba a tener lugar la Liturgia del Bautismo, mis padres se dijeron "bueno, ¡pues el chico ya está aquí!", "si le llevamos a la iglesia, le bautizarán con las primeras aguas bautismales." Y así fue. A mí aún me emociona esa coincidencia de nacer a la misma hora en que la Iglesia preparaba el agua para los bautismos y el hecho de haber sido el primer bautizado con aquellas aguas bautismales recién bendecidas. Me sobrecoge esa coincidencia que me vincula con el tiempo pascual, y esa estrecha unión entre mi nacimiento y mi bautismo. Creció en pleno campo y era el menor de tres hermanos. Su padre era gendrme, es decir, que era de familia modesta, no acomodada. En cierta ocasión comentó que su madre hacía el jabón en casa. Bueno, mis padres se casaron algo mayores y, en Baviera, la profesión de mi padre - que tenía el grado de Comisario- estaba bien remunerada. No éramos una familia pobre en el sentido literal de la palabra. El ingreso mensual de mi padre estaba garantizado, pero es bien cierto que vivíamos una vida sencilla, de austeridad, que yo agradezco. Porque, precisamente, viviendo ese régimen de vida, se experimentan alegrías que no se obtienen en una vida de abundancia. Recuerdo con mucho agrado lo felices que éramos entonces por cosas muy pequeñas, y ,cómo nos ayudábamos en todo, unos a otros. La situación en que nos encontrábamos -una vida modesta, con cierta preocupación por las finanzas- originó en nosotros una solidaridad interior, que nos unió aún más, si cabe. Mis padres se vieron obligados a hacer muchas renuncias para que los tres hermanos pudiéramos estudiar. Y nosotros nos dábamos cuenta y procurábamos corresponderles de alguna manera. Así, en ese clima, aprendimos a vivir con sencillez, siendo felices con poca cosa y queriéndonos mucho entre nosotros. De algún modo éramos |
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