¡Dios te salve María!
 

Cardenal Ratzinger, usted tenía fama de ser un teólogo progresista, y era, además, un

profesor "estrella"; sus clases siempre estaban repletas hasta los topes. Con frecuencia

hablaba a sus alumnos de sinceridad, de tolerancia, y al mismo tiempo tronaba contra

la rigidez neoescolástica de Roma. Reprochaba al Vaticano ser el responsable del

enfriamiento de la Iglesia. Siendo todavía un joven teólogo, se quejaba de que la Iglesia

tuviera "las riendas demasiado cortas; hay demasiadas leyes, muchas de las cuales han

contribuido a la falta de fe de este siglo, en vez de contribuir a su salvación." Después

de esto, con razón podría decirse que las reformas del Vaticano II hubieran sido

imposibles sin su entrada en acción.

Me parece un poco exagerado. Una persona sola, un individuo, un teólogo -y

totalmente desconocido en el mundo para más señas- hubiera sido incapaz de hacer

algo significativo sin otros compañeros de viaje en la misma dirección; ni siquiera

siendo un cardenal conocido y famoso hubiera podido hacer nada, .

Cuando el Papa Juan convocó el Concilio y dió a conocer su lema -dar un gran salto

hacia adelante para poner la fe al día-, el aggiornamento, como a él le gustaba repetir,

los padres conciliares reaccionaron con una clara voluntad de cambio: había grandes

deseos de renovación y de superar aquellos vetustos y envarados modelos escolásticos,

para arriesgarse a una nueva libertad. Así fue en casi todo el mundo. No sabría decir,

por ejemplo, si tal vez en África había otros deseos. Pero así se pensaba en todos los

episcopados a lo largo y ancho del mundo.

Yo no recuerdo exactamente esas frases que me atribuía antes, pero es cierto que yo

opinaba que la teología escolástica, tal como estaba, había dejado de ser un buen

instrumento para un posible diálogo entre la fe y nuestro tiempo. En aquella situación,

la fe tenía que abandonar el viejo Panzer y hablar un lenguaje más adecuado a

nuestros días, tenía que mantener una actitud diferente. En la iglesia hacía falta más

libertad. Pero, lógicamente, los sentimientos propios de la juventud jugaban un papel

importante en todas esas reflexiones. No obstante, aquel sentimiento también se hacía

presente en todo el conjunto de la Iglesia, relacionado tal vez con la existencia de un

nuevo resurgimiento de la postguerra; existía la esperanza de que, "por fin ha sonado

una hora nueva para el cristianismo".

Usted mismo repetía muchas veces que quería ser muy fiel al Vaticano II, sin

"nostalgias de un ayer ya pasado e irrecuperable,,. Pero, pocos años después de acabar

el Concilio, también comenzó a hablar de un "Konzilsungeist", un no-espíritu del

Concilio, con un balance bastante negativo. Ya se había dado aquel esperado paso

adelante, pero los resultados que se recogían poco después eran un claro "proceso de

decadencia". ¿Qué fue lo que salió mal?

Esto es lo que nos preguntamos todos. Se ha demostrado empíricamente que no se han

cumplido las expectativas, esto se puede comprobar estadísticamente. Y actualmente

hay además mucha gente llamada progresista que habla de un "invierno de la Iglesia".

Desde luego, es indiscutible que aún no ha sonado esa hora del cristianismo, al

contrario, ha habido muchas defecciones, pero siempre junto a nuevos resurgimientos,

que también los hay, por supuesto.

Pero esto, ¿por qué es así? yo lo explicaría de dos maneras. Para empezar, teníamos

demasiadas esperanzas, qué duda cabe. Pero no podemos hacer la Iglesia a nuestro

antojo. Nosotros cumplimos un ministerio, pero el bien y el mal no dependen sólo de

nuestra actividad. En la historia ha seguido habiendo tendencias que no valoramos

suficientemente. Eso por una parte. Habíamos alimentado demasiadas expectativas,


 

 

 

probablemente, en un sentido no totalmente correcto. Porque esperábamos mucho en

el sentido de querer ver crecer el cristianismo, sin darnos cuenta de que esa "sonada

hora" de la Iglesia, podía también presentarse bajo otro aspecto distinto.

Lo segundo sería que hay una notable diferencia entre lo que los padres conciliares

querían comunicar y lo que los mass media comunicaron y, lo que en general, ha

quedado impreso en la conciencia del mundo. Los padres del Concilio querían

aggiornare la fe, pero de forma que, al mismo tiempo, fuera presentada con nuevo

vigor. Y, en vez de eso, se fue forjando la idea de que la reforma consistía en un ir

soltando lastre; se fue generalizando la idea de que había que simplificar la fe. Pero

con eso, sólo se consigue la decadencia de la fe.

Ahora constatamos que, en la realidad, esas facilidades, acomodaciones y concesiones,

no han logrado un reforzamiento de la fe, ni la simplificación, ni la intensificación

deseadas. En el fondo, hay dos conceptos de reforma. Uno es el de huir del mero poder

externo, reducir factores externos en aras de una fe mejor vivida. Y el otro consiste en

hacer que la historia nos resulte más cómoda, por decirlo de forma un poco grotesca.

Naturalmente, eso es lo que sale mal.

Es evidente que en nuestros días continúa esa falsa interpretación. Actualmente hay

muy pocos que se remiten al Concilio, ni entre los considerados reformistas, ni

tampoco entre los conservadores. En el año 1975, usted indicaba que los resultados del

Concilio, "todavía no son visibles. Aún no les ha llegado su hora, pero llegará, Estoy

seguro de eso".

Así es. El Concilio ha tenido dos interpretaciones. Aun así, los textos conciliares siguen

siendo la continuidad de la fe. De ahí que, actualmente, haya muchos que piensan que

los textos del Concilio fueron solamente un primer impulso para el despegue y ahora

hay que comprometerse en alguna dirección, pero alejándose de los textos. Con esa

premisa no se puede hablar del Concilio. Como es lógico, no es necesario seguirlo al

pie de la letra, pero el gran legado que nos ha dejado el Vaticano II es precisamente el

valor directivo de sus declaraciones propiamente dichas. Sólo podremos aceptarlo,

explicarlo, entenderlo, a partir de ahí. Y también a partir de ahí emanan impulsos

colosales -a escala mundial- como la libertad religiosa, por ejemplo, y otros aspectos

semejantes.

Pero, antes que nada, deberíamos empezar por sacar provecho de la grandeza de la fe,

aprovechar los estímulos que su conocimiento nos proporciona. Yo quisiera insistir -

una vez más- en que el auténtico tesoro que nos ha dejado el Concilio se encuentra

concretamente en sus textos. Si los leemos cuidadosa e íntegramente, estaremos

seguros de no caer en ninguno de los dos extremos, y ante nosotros se abrirá un nuevo

camino con mucho futuro.

El inicio de la revolución estudiantil en Europa coincidió con sus críticas a la mala

utilización del Concilio. ¿Había alguna relación entre las dos cosas? Al parecer, por

entonces tuvo lugar también la ruptura con Tubinga. Aquel célebre y joven profesor de

teología, anteriormente progresista, adoptó -de pronto- una actitud hostil. Cuentan

que, en una ocasión, los estudiantes le arrancaron el micrófono. supongo que el

proceso que fueron siguiendo los acontecimientos debió ser terrible para usted.

Posteriormente afirmó: "En aquellos años aprendí cuándo debía darse por terminada

una discusión, porque si no, aquello podía acabar siendo una patraña y habría que

emplearse a fondo en resistir para mantenerse libre de ella".


 

 

 

No. A mí nunca me arrancaron el micrófono. Tampoco tuve dificultades con los

estudiantes, sino más bien con los activistas que procedían de un fenómeno social

extraño. En Tubinga las clases estuvieron siempre muy concurridas y fueron bien

acogidas por los estudiantes, y el contacto con ellos era irreprochable. Pero fue

entonces cuando, en efecto, percibí cómo se iba infiltrando una tendencia nueva que -

fanáticamente- se servía del cristianismo como instrumento para su ideología. Y

aquello sí que me pareció una auténtica patraña. Fue entonces cuando realmente vi con

claridad e incluso experimenté que el concepto inicial de reforma se corrompía.

Comprobé que se estaba haciendo mal uso de la Iglesia y de la fe ya que se utilizaban

como instrumentos de poder con otros fines y para otras formas de pensar e ideologías

distintas. La unánime voluntad de servir a la fe se había destruido. Había sido

reemplazada por una instrumentalización en servicio de una ideología tiránica, de

orientaciones, además, realmente brutales, crueles. Entonces comprendí perfectamente,

que si se quería perseverar en la voluntad del Concilio, había que oponer resistencia a

todos aquellos abusos. Como le dije, nunca tuve dificultades con los estudiantes, pero

fui testigo de la tiranía que allí se ejercía, incluso brutalmente.

Para poder concretar un poco más en los procedimientos utilizados en aquella época

me gustaría citarle unas palabras que mi colega protestante, el pastor Beyerhaus, con

quien yo trabajaba, recordaba recientemente en una publicación suya. Son citas que no

proceden de un opúsculo bolchevique de propaganda atea. Se publicaron en octavillas

en el verano de 1969, para repartirlas entre estudiantes de Teología evangélica de

Tubinga. Su encabezamiento rezaba "el señor Jesús, partisano", y seguía diciendo:

"¿qué otra cosa puede ser la Cruz de Cristo sino expresión sadomasoquista de

ensalzamiento del dolor?". 0 esta otra: "el Nuevo Testamento es un documento cruel,

¡una gran superchería de masas!". Con el espíritu de la crítica marxista a la religión, se

recriminaba a la Iglesia ser cómplice de la explotación capitalista de los pobres y, se

atribuía a la teología convencional una función sistemática de estabilización social. En

eso también tomó parte el llamado "Nuevo Testamento de Tubinga" ... Tengo grabado

en la memoria, como un trauma, nuestra impotencia cuando mi colega Ulrich Wickert

y yo nos presentamos en una asamblea plenaria de estudiantes. Sugerimos que la

"Teología evangélica" se distanciara de aquellas octavillas blasfemas y no se

responsabilizara de ellas. "No". Fue la respuesta que recibimos: "ahí se exponen

resultados sociopolíticos muy serios, primero tenemos que escucharles y ponernos de

acuerdo sobre la verdad". El fervoroso grito del profesor Wickert: "Ese, ¡Maldito sea

Jesús! debe desaparecer de nuestro medio quedó sin respuesta." (P. Beyerhaus, Der

Kirchlichtheologische Dienst des Albrecht-BengelHauses, en: "Die Krisis", 17.III.1969,

pg. 9 y ss.). En la "Teología católica" no se llegó tan lejos pero la corriente que también

estaba prendiendo era exactamente la misma. Entonces comprendí que el que allí

quisiera seguir siendo progresista tenía que cambiar de modo de pensar.

Supongo que su libro "Introducción al cristianismo" no empieza por casualidad con

historia de Hans.

Efectivamente. A mí me sucedió exactamente lo mismo que en esa historia, cuando en

aquellos años contemplaba el nuevo movimiento teológico. El cristianismo era

considerado entonces como una pesada carga, era como la famosa pepita de oro del

cuento de Hans. En cambio para mí estaba perfectamente claro que cada vez que se

reiteraba aquel continuo sucederse de reinterpretaciones, era sólo para cambiar a peor.

La metáfora del famoso cuento describe exactamente la situación que en aquel

momento estábamos viviendo. Yo escribí esa historia en 1967, cuando estaba

empezando todo esto.


 

 

 

Algunos especulan si Hans podría ser...

No. No tiene nada que ver con Hans Küng, se lo aseguro categóricamente. Nunca he

tenido un enfrentamiento con él, ni por asomo.

Posiblemente, usted también hubiera podido ser un gran crítico, como ya es tradición

en los rebeldes eclesiásticos alemanes. ¿Qué se lo impidió? Hans Küng sospecha que

Pablo VI estimuló que se hicieran ciertas críticas para saber a quién entregar algunos

cargos de gobierno.

Yo no sé nada de eso. De todos modos, Pablo VI nunca me habló en esos términos; la

primera vez que le vi, personalmente fue en junio de 1977, después de mi consagración

episcopal. Ser nombrado arzobispo de Munich en 1977 fue una sorpresa para mí, sí, me

impresionó mucho. Y, desde luego, no fue una contrapartida a concesiones

oportunistas. No. Mi nombramiento llegó porque se fueron conociendo las diversas

situaciones por las que había pasado -además, naturalmente, de los cambios de actitud

propios de la edad-, y aquello hizo que llamara la atención mi forma de pensar.

Exactamente en el Concilio, mi principal objetivo había sido poner al descubierto el

centro nuclear de la fe -que existía debajo de tanto cuerpo extraño- para darle impulso

y dinamismo. Ese impulso es una constante en mi vida. Además, es imposible que yo

pudiera replegarme a una oposición anticlerical. A ese nombramiento no se accede por

el mero hecho de ser profesor. Pero lo más importante para mí es y ha sido siempre no

apartarme de la dirección que quedó grabada en mi vida desde la niñez, y permanecer

en ella siendo fiel.

De todas formas, en el desempeño de su tarea, siempre ha demostrado querer ocultar

su propia personalidad, y nunca lo contrario. Es evidente que responde a lo que

entiende por obligación, obedecer, servir, etc. unos cuantos conceptos que,

precisamente, con las diversas revoluciones culturales, han caído en descrédito.

Pero estoy seguro de que volverán a ser bien vistos. Porque si no estamos dispuestos a

someternos a un colectivo y a ponernos a su servicio, no habrá una libertad común

para todos; la libertad del hombre es siempre una libertad compartida. Es una libertad

vivida entre todos y eso exige servir. También es verdad que podemos hacer mal uso

de esas virtudes, -por decir así-, sometiéndolas a un mal sistema. No son puras en sí,

sólo formalmente, son puras en relación con el para qué al que estén sometidas. Y en

mi caso, ese para qué es la fe, es Dios, es Cristo, por eso tengo la seguridad de que su

sometimiento es bueno.

Usted se enfrentó a partir de un determinado momento, a algunos teólogos e incluso

reaccionó con bastante vehemencia frente a ciertas críticas al núcleo central de la

teología. Su frase preferida era: "es la Iglesia de Dios, y no un campo experimental para

los teólogos".

Yo desearía no tener que enfrentarme a ningún teólogo, porque es como luchar contra

mí mismo. La teología es un oficio noble e importante, y el trabajo realizado por un

teólogo siempre es relevante. Hacer crítica y ser críticos es también propio de la

teología. Me opuse claramente, es cierto, a una teología que parecía haber perdido el

norte y que, por tanto, había dejado de hacer un servicio. Porque nosotros somos, sólo,

servidores de la Iglesia, y no los que decidimos lo que es la Iglesia. Eso es un punto

determinante para mí. En efecto, exactamente esas palabras: "ésta es su Iglesia, no la

nuestra", significan para mí estar ante un cruce de caminos que hay que saber

distinguir. Que nosotros no decidimos qué es la Iglesia, y que creemos firmemente que


 

 

 

Dios quiere su Iglesia y nosotros tenemos que saber qué quiere de ella para ponemos a

su servicio.

 

4. Obispo y cardenal

 

 

 

Pablo VI le nombró arzobispo de Munich y Freising en 1977, calificándole entonces de

"destacado maestro de teólogos". Un poco más tarde, le nombró Cardenal. Su encargo

consistía en "trabajar en el campo de Dios". ¿Qué sintió al ser nombrado arzobispo de

Munich?

Al principio tuve grandes dudas sobre si podía y debía aceptar ese nombramiento.

Para empezar, tenía muy poca experiencia como pastor de almas, siempre me había

sentido más inclinado por la labor docente. Pero, además, me hallaba en un momento -

tenía entonces 50 años- en el que creía haber encontrado una opinión personal, mi

propia opinión teológica, y quería dedicarme a mi trabajo con el fin de aportar algo -

aunque fuera poco- al conjunto de la teología. Por otra parte, mi salud era algo precaria

y la nueva misión requeriría también esfuerzo físico.

Así que pedí consejo. Me dejé asesorar, porque en situaciones tan extraordinarias como

ésta había que ensar un poco antes de aceptar algo que, en principio, no estaba en mi

proyecto de vida. Pero la problemática actual de la Iglesia está estrechamente

relacionada con la teología. Ahora es bueno que haya teólogos dispuestos a ser

obispos. Así que acepté, con el fin que reza mí lema episcopal de ser un "cooperador de

la verdad". Pero yo quería decir cooperando lo más posible. Haciendo valer mi propio

carisma -si se quiere- en comunión con otros cooperadores, aportando mi experiencia y

mi competencia teológicas para que la Iglesia de nuestro tiempo esté bien dirigida, y

para que el legado del Concilio se adopte debidamente.

Entre otras cosas, llamó mucho la atención su dedicación como obispo a la moralidad

de entonces. Le preocupaba la desaparición de la tradición y de la autenticidad. Hizo

cuanto pudo por unificar fuerzas dispersas y que todo volviera a centrarse

nuevamente. Ninguna crítica de aquella época fue tan radical y dramática como la

suya. Advirtió las posibles degeneraciones en los corazones de los ricos y los vividores,

y también habló de la mefistofélico sonrisa que, después de muchos intentos,

finalmente salía a la luz. ¿Qué le empujaba a todo esto? ¿Imaginaba ya su futuro? ¿Por

qué criticaba a la sociedad con tanta vehemencia?

Ahora se habla mucho de la misión profético de la Iglesia. Pero esa palabra a veces está

mal empleada. La Iglesia no puede pactar con el Zeitgeist, con el espíritu de los

tiempos. Tiene que cargar con todo el peso y responder a los peligros de cada época.

La Iglesia tiene que hablar a las conciencias de los poderosos y a las de los

intelectuales, pero también a las de los desaprensivos -que pasan frívolamente por la

vida sin querer enterarse de la miseria de su entorno-, y a muchas otras conciencias. Yo

me vi obligado a acometer esa tarea, como obispo. Era evidente el déficit espiritual que

había; un agotamiento de la fe, el descenso de vocaciones, el bajo nivel moral -incluso

entre hombres de Iglesia-, la alarmante tendencia a la violencia, y muchas cosas más. A

mí, como a los Padres de la Iglesia, me sonaban continuamente al oído aquellas

palabras de la Biblia condenando a los pastores de grandes rebaños que, para evitar

conflictos, son como perros mudos que permiten que el peligro se extienda. Una vida

tranquila nunca ha sido la primera característica de un ciudadano, y la imagen de un


 

 

 

obispo pendiente sólo de ahorrarse disgustos y de disimular conflictos para tener

tranquilidad, siempre me ha parecido, además de grotesca, impensable para mí.

En su época de obispo de Munich no le ahorraron conflictos,- respetuosamente decían

que era un "tradicionalista" que demostraba tener "un fundado conocimiento de la

tradición del Magisterio". El periódico "Süddeutsche Zeitung" escribía sobre usted,

"entre todos los conservadores de la Iglesia, es el que tiene mayor capacidad de

diálogo". Pues bien, aquella fama cambió repentinamente en el año 1981, cuando le

nombraron Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sus palabras de

despedida fueron exactamente: "Las noticias procedentes de Roma no siempre serán

agradables".

Todavía hoy en día me consuela pensar que nunca rehuí ninguno de los conflictos de

aquel período de Munich, pues -como ya dije antes- no hacer frente a los problemas me

ha parecido siempre la peor forma de desempeñar un cargo; me parece inconcebible.

Desde el principio supe que, en mi nuevo puesto en Roma, tendría que llevar a cabo

tareas a veces nada fáciles de realizar, pero creo estar en condiciones de poder decir

con toda sinceridad que siempre he buscado -ante todo- el diálogo con todos y cada

uno, y eso ha dado sus frutos. Actualmente mantenemos un constante diálogo con las

Conferencias episcopales y los superiores de las órdenes religiosas más relevantes, y

así hemos conseguido solucionar bastantes problemas que, de entrada, parecían losas

pesadas y muy difíciles de remover. Y, sobre todo, hemos logrado que nuestras

relaciones con muchos obispos del mundo entero fueran personales, cosa que -creo yo-

es muy de agradecer por ambas partes.

Entonces, ¿se ha llegado a sentir la persona indicada, o quizá predestinada, para esa

tarea?

Eso sería decir demasiado. Dos o tres años antes, yo no hubiera podido imaginarme

nada semejante. Me sentía muy lejos del mundo de la Curia romana, no tenía ninguna

relación con ella. Empecé a verlo como una posibilidad durante el Concilio y aun

entonces, como casi imposible. Desde luego, nunca como una predestinación.

¿Supo previamente que el Papa venido de Polonia, a quien ya conocía desde hacía

tiempo, le llamaría a Roma?

No. Le vi por primera vez en el Sínodo del año 1977, y después nos conocimos un poco

más en el Cónclave de 1978; es decir, no hace tanto tiempo que nos conocemos. Me

entendí muy bien con él, de forma espontánea; desde el primer momento, pero no se

me ocurrió en absoluto que el Papa pudiera pensar en mí para nada.

¿Y esa decisión, fue únicamente de Juan Pablo II?

Supongo que sí, pero nunca se lo he preguntado. También podría ser que hubiera

pedido el parecer de otras personas. Pero creo que fue decisión suya, personal.

¿Cree que el hecho de ser alemán fue una ventaja o una desventaja?

Por ahí se suele pensar en el alemán según una imagen muy difundida. Quiero decir

con esto, que, cuando mis decisiones no gustan, se atribuyen de inmediato a la

conocida tozudez de los alemanes, que son gente algo intolerante, inflexibles; casi todo

se atribuye al hecho de que soy alemán. Cuando me inventaron el epíteto

Panzerkardinal, era también por alusión a mi nacionalidad. Pero, bueno, nadie utiliza

tal alusión con tono hostil, ni tampoco lo destaca. Ahora todo el mundo sabe que no


 

 

 

hago mi política particular en privado, y que, sobre todo, me gusta actuar

colegialmente; por eso estoy tan convencido de que todo cuanto hago no es sólo

expresión personal de mi carácter alemán, sino que más bien procede de un

ensamblaje de diversas estructuras de los servicios y oficios propios de la Curia

romana.

¿Qué le une más en particular al Papa? ¿Cree tener alguna semejanza de idiosincrasia

con él?

Ante todo, su trato humano, tan directo y descomplicado, esa cordial apertura para

todo el mundo, que emana de él. También su sentido del humor y, por supuesto, esa

piedad suya que vemos todos, sin alardes, porque es fruto de su vida interior. Se nota

enseguida que es un hombre de Dios. Es un hombre que no trata de aparentar nada,

que es realmente un hombre de Dios, y también, por añadidura, muy original. Tiene en

su haber una larga historia, muy digna de reflexión. Todo eso se capta casi de

inmediato. El Papa es un hombre que conoce el sufrimiento de cerca. También decidió

su vocación después de haberlo meditado mucho. En Polonia tuvo que sufrir primero

la invasión alemana y luego la rusa, y después tuvo que vivir bajo un régimen

comunista. Él mismo se forjó su propio camino intelectual. Le interesó mucho la

filosofía alemana y también se metió de lleno en la historia del pensamiento europeo. Y

además, llegó a puntos particularmente fundamentales de la historia de la teología por

caminos muy apartados de la vía ordinaria. Su riqueza intelectual y su facilidad para

conversar e intercambiar ideas fueron también otros aspectos que, lógicamente, me

resultaron especialmente atractivo desde el primer momento.

Ambos eran hombres muy cultos y prudentes, eran jóvenes y muy polémicos. Según

un observador, en el fondo los dos eran "dos inteligentes reformadores de

personalidad conciliadora, pero cuyo pesimismo les hizo ver el mundo de hoy al borde

de una catástrofe universal". ¿Hubo algún entendimiento previo entre los dos, en los

fines y objetivos con respecto a la dirección de la Iglesia?

No. En absoluto. El Papa me dijo en una ocasión que tenía intención de llamarme a

Roma, y yo le expuse mis inconvenientes; "entonces", me dijo, "lo pensaremos un poco

más". Pero después de su atentado, volvimos a vernos y entonces me hizo saber que

seguía pensando lo mismo. Y yo volví a ponerle trabas, porque me sentía más atraído

por la teología y creía tener cierto derecho a dedicarme a mis propias publicaciones;

quería dedicar tiempo a mi propia obra, y no pensaba que eso fuera compatible con

ninguna otra obligación. Pero, al parecer, ya había otros que ya lo estaban haciendo

compatible antes que yo, así que el Papa me contestó, "no, eso no es un obstáculo,

podemos arreglarlo". Eso fue todo, nunca hubo una conversación programática ni

nada parecido.

La Congregación para la Doctrina de la Fe no es precisamente una de las instituciones

más apreciadas. Nadie puede olvidar que antiguamente era la Santa Inquisición. ¿Qué

aspecto nuevo ha deseado impulsar en esta responsabilidad suya?

Yo, antes que nada, quería que las decisiones se tomaran colegialmente en vez de ser

individuales, y dar mayor relieve a cada uno de sus órganos separadamente. Además,

quería establecer también un diálogo con la teología Y con los teólogos, y, por

supuesto, con todos los obispos que -no olvidemos- son nuestros inmediatos

interlocutores. Pero no sabría decir hasta qué punto se ha conseguido ya todo esto. De

todas formas, a estas alturas ya se ha hecho mucho por reforzar contactos con los

obispos. Hemos viajado por los cinco continentes, para hablar directamente con las


 

 

 

respectivas Comisiones episcopales para la Doctrina de la Fe y los obispos que las

componen, y ahora comenzaremos otro nuevo ciclo de viajes. También se han

intensificado las visitas ad limina y hemos ampliado el equipo asesor de teólogos

cuanto hemos podido, sobre todo en la Comisión teológico internacional y en la

Pontifica comisión bíblica. Estos eran los puntos más destacados que yo quería llevar a

cabo y son los que sigo fomentando.

Y saber que podría utilizar su influencia personal, ¿no le ha servido de estímulo para

realizar su trabajo?

Esa idea, al principio, más bien me asustaba, porque si lo personal sale fácilmente a la

luz, lógicamente tiene que interferir también en el cumplimiento de los encargos. Pero,

por otra parte, colaborar y ayudar todo lo posible a la Iglesia en la actual situación,

ponerme a su disposición, es algo que siempre me motiva mucho.

¿Ha tenido o tiene sensación poder?

Sí, pero es un poder de modesto alcance. El poder que nosotros tenemos es realmente

muy pequeño, porque todo lo que hacemos es únicamente un llamamiento a los

obispos, y estos a su vez hacen una advertencia a los teólogos o a los superiores de las

órdenes religiosas. Nos ocupamos, sobre todo, de entablar conversaciones. Como es

lógico, existen muchas normas disciplinarias que nosotros también debemos respetar

humildemente, porque nuestro poder no es ejecutivo. Pero siempre está en el ánimo de

todos la voluntad unánime de servir a la Iglesia.

Yo me refería concretamente a tener conciencia de poder, pero aplicada a su persona.

Tal vez sea objetivo reconocer que ejerzo una especie de poder sobre muchas cosas,

pero personalmente no tengo sensación de ser poderoso. Al fin y al cabo, yo no

dispongo de más armas que los argumentos y apelar a la fe, eso es todo. Nuestra tarea

sólo es importante cuando somos conscientes de que lo primero de todo es la Iglesia, y

cuando los demás aprueban lo que nosotros hacemos. A mí nunca me ha dominado la

ambición de poder.

En su última exhortación de despedida, antes de marcharse a Roma, nos habló de los

sentimientos de un escéptico, de un hombre que pensaba haberlo echado todo a perder

y que se preguntaba, "¿Es realmente necesario este nombramiento?" Y, un poco más

adelante, usted nos decía: "Y con enorme sensación de soledad, aquel hombre se seguía

preguntando si no será mejor otra Iglesia distinta y otro nombramiento diferente. Se

preguntaba si su celibato, no querido por él y aceptado por voluntad de otros, tendría

algún sentido. Se había hecho la oscuridad en su interior y lo único que deseaba era ser

un hombre como los demás, y no ser él mismo". Después de oír todo esto, era fácil

relacionar a ese escéptico con el Cardenal que nos narraba su historia.

Yo no recuerdo exactamente ese sermón, pero que un creyente se plantee ese tipo de

cuestiones me parece bastante normal. En mi Introducción al cristianismo, yo

explicaba que las dudas de fe no cierran ninguna puerta, pero que conviene

despejarlas cuanto antes para no quedar encerrado en ellas. Las preguntas que se hacía

ese hombre, desde luego, no eran pura novela, son auténticas, yo también me las

planteé, pero abandonándome después con absoluta confianza -por así decir-, en la fe;

y eso no significa darlas de lado, significa que esas cuestiones quedan muy mitigadas

ante esa gran seguridad.


 

 

 

5. El prefecto y su papa

 

 

 

Según el Código de Derecho Canónico, el cometido de su Congregación viene a ser la

tutela de la buena doctrina ... con los mil millones de cristianos. ¿De dónde saca toda

su vigilar ... corregir errores y reconducirlos a un camino recto. Yo imagino que eso de

tener que estar detrás de todo, tener que amonestar y gobernar con cierta rigidez, no

debe ser tarea fácil. Lo digo -sobre todo- porque siempre se piensa que su

Congregación es bastante intransigente y que, además, menosprecia a los hombres

Pero no es así. Todo el que tenga que tratar con nosotros sabe que no somos

inhumanos; siempre intentamos buscar la solución más conveniente para todos. Lo

que ocurre es que, en la Iglesia, como en toda sociedad, hay que hallar un equilibrio

entre los derechos del individuo y el bien común de toda la sociedad. Aquí se trata de

que la Iglesia está y se mantiene unida por la fuerza de un bien que es la fe. Una de sus

obligaciones es proteger a los que no tienen capacidad para oponer resistencia

intelectual -por explicarlo de alguna manera- frente a muchos errores intelectuales a

los que está expuesta su vida. Pero nuestro trabajo también consiste en vigilar que se

respeten los derechos de los afectados. Nuestro actual ordenamiento jurídico, que aún

hemos de mejorar, consiste precisamente en alcanzar el equilibrio entre estas dos cosas.

Por regla general, hacemos lo posible por resolver todos los asuntos sin tener que

aplicar sanciones. Primero buscamos una solución por la vía del diálogo y dando una

oportunidad para que el autor pueda explicarse mejor. Esto significa, exactamente, que

primero nos ponemos nosotros en contacto con su obispo o su superior, para que éste

mantenga -a su vez- una conversación con él. Con esa conversación suele ser suficiente

para evitar que se cometa un error y para animar al implicado a dar muestras de haber

cambiado el modo de exponer sus ideas.

Su equipo de trabajo sólo consta de, aproximadamente, cuarenta colaboradores, que no

es mucho en comparación con los mil millones de cristianos. ¿De dónde saca toda su

información? ¿Cómo puede enterarse de todo lo que pasa por el mundo?

Nuestra mejor fuente de información son, sin duda, las propias Conferencias

episcopales y nuestras reuniones con los obispos. Pero hay también muchas

publicaciones -libros y revistas de teología- que nosotros procuramos conocer y dar a

conocer a las distintas Conferencias episcopales. Además, cada uno de mis

colaboradores tiene adjudicada una sección, que también recibe su propia información.

Y también estamos informados por los mismos teólogos, por un gran círculo de

personas que colaboran con nosotros, por las Conferencias episcopales y los obispos de

todo el orbe.

¿Y usted tiene que verlo todo, lo hace todo personalmente? ¿El Catecismo, por ejemplo,

ha salido de su pluma?

No. No podría con todo, sería imposible. Lo que hago es coordinar el trabajo de modo

que sea colegiado, y dirigirlo para que al final salga algo de ahí. Para la redacción del

Catecismo pudimos contar con múltiples instrumentos. Como órgano de trabajo,

propiamente dicho, había una Comisión compuesta por quince obispos de varios

continentes. Ese órgano creó a su vez un grupo de otros ocho obispos, que fueron los

auténticos redactores del Catecismo. Uno de ellos era el encargado de coordinar ese

trabajo específico. Por eso creo que podríamos decir que los autores fuimos todos

conjuntamente. Y además, pudimos disponer todo el tiempo de un amplísimo "input",


 

 

 

como se dice ahora. Escribimos personalmente a todos los obispos y a todas las

Conferencias episcopales, y aquí se recibió respuesta de más de mil obispos.

¿Y hubo también un "input" procedente del mismo pueblo de la Iglesia?

Nosotros impusimos la condición de que las opiniones enviadas por los obispos

recogieran la fe -y la forma de vivirla- en las iglesias locales, y que no enviaran sus

opiniones privadas. No podíamos pedir la opinión a mil millones de cristianos. Pero,

como precisamente el obispo representa a todo un conjunto de fieles, pudimos conocer

la opinión de todos los creyentes por medio de sus más de mil obispos.

¿Hay alguna afirmación o formulación en el Catecismo que no haya sido de su total

agrado?

Sí. No todo ha sido demasiado afortunado, eso es cierto.

¿Podría citarme algún ejemplo?

Creo que no; soy incapaz de decirle alguno; para eso tendría que utilizar el texto y

remitirme a él. Pero el Catecismo, en su conjunto, es una obra espléndida y

fundamental, de fácil lectura según los ecos que hemos recibido. Mucha gente

corriente, sencilla, que no sabe teología, nos han comunicado que pueden leer y

entender el Catecismo con facilidad. En algunos países europeos, -por muchas razones,

tanto antes como después- su acogida ha sido algo más moderada. Pero en un país

como Norteamérica, donde hay mucho juicio critico, ya se han vendido dos millones

de ejemplares. En Asia se está empezando a vender ahora; pero en toda Sudamérica,

en España, en Francia, ha tenido muy buena acogida, incluso en Gran Bretaña. Y eso se

debe a que en el Catecismo hay un valioso tesoro, contiene gran profusión de citas de

los Padres de la Iglesia. Es un libro hecho por los hombres, sin duda, y por tanto es

mejorable, pero es un magnífico libro.

¿Qué fue lo que más le gustó?, ¿qué le parece lo mejor del libro?

En la Introducción, el tema de la fe está muy bien tratado. Lo mismo sucede con buena

parte de la sección de la Iglesia y de los sacramentos, y también con la teología de la

liturgia -ahí han intervenido muy buenos liturgistas-; todo eso está muy bien

explicado. Y la parte dedicada a la oración es muy bonita, con un estilo muy propio.

Me parece muy afortunada.

¿Cuánto tiempo se necesitó para que el libro quedara tal como lo hemos recibido

nosotros?

Aproximadamente, casi cinco años. El Sínodo celebrado en 1985 expresó ese deseo, y el

Papa intervino en 1986 y nombró la Comisión. Se empezó a trabajar en el otoño del 86,

aproximadamente. Y se publicó seis años después, en 1992.

Con respecto a su trabajo de Prefecto, ¿en qué se basa para saber que lo que decide su

Congregación es correcto?

La primera garantía que tenemos de que nosotros no inventamos nada, es que nos

remitimos y acudimos a los grandes pronunciamientos de la fe. La segunda es que,

antes de decidir algo, nos asesoramos ampliamente. No se trata de una opinión

particular, es la opinión de un círculo de asesores que han mostrado su acuerdo en una

definición concreta. Lo realmente importante es que no nos alejemos de lo que la fe ha


 

 

 

puesto ya a nuestra disposición -aunque, lógicamente, tengamos que actualizarlo-, y

que corresponda a un acuerdo de la mayoría.

¿Preparó aquel trabajo con la ayuda de la meditación? Dicen que meditaba mucho, que

pensaba mucho las cosas en solitario. Y usted mismo también ha contestado en alguna

ocasión que tiene que pensar un poco más tal o cual cosa. ¿Qué quiere decir con eso

exactamente?

Lo primero es informarse bien, por supuesto. Ese es el primer paso, conocer bien el

estado de la cuestión. Después hay que buscar consejo en uno mismo, en el propio

interior para encontrar la lógica de todo -en su conjunto y en relación con el resto- y

comprenderlo y trabajarlo. Por eso hay que llevarlo también a la oración personal. El

proceso de mi trabajo creo que fue el siguiente: primero la información y la

preparación acompañada del diálogo, y después una nueva preparación interior. Esos

fueron los pasos que fui dando.

¿Se sintió de alguna manera inspirado para realizar ese trabajo? ¿En qué se nota que se

trata de una inspiración?

Las inspiraciones vienen de fuera, no se pueden provocar. Y, además, hay que tener

mucho cuidado ante una inspiración. Lo prudente es comprobar que lo que se nos

ocurre se conforma con la lógica del conjunto. Y, por lo demás, en el caso de tener una

"inspiración", primero hay que esperar a que no sea en un momento de gran agitación;

hay que tener la cabeza muy despejada para poder pensar y, a veces, eso requiere

tomarse un poco de tiempo.

Nada más comenzar su nueva tarea, tuvo que enfrentarse a la teología de la liberación,

y reprender a algunos teólogos que dudaban de la infalibilidad del Papa y criticaban

también otros dogmas. Su anterior fama, al menos en Alemania, le daba una imagen

de un hombre muy tenaz. Mirando al pasado, ¿no le parece haber reaccionado alguna

vez con demasiada dureza? Aunque su respuesta fuera correcta.

Yo ahí distinguiría las reacciones personales de las reacciones por razón de mi cargo.

Estoy dispuesto a admitir, sin duda, que en alguna polémica personal haya podido

reaccionar con dureza. Pero en lo que respecta a lo que hacemos desde la

Congregación, nuestra actitud es siempre moderada. Tuvimos que intervenir en el

tema de la teología de la liberación, pero también con el fin de acudir en ayuda de los

obispos. A fin de cuentas, existía la amenaza de una politización de la fe, que la

reducía a una parcialidad política irresponsable e injustificable y que hubiera echado a

perder la religión. No hay duda de que el llamativo éxodo a diversas sectas se debe en

gran parte a esa politización. Actualmente ya se reconoce en todo el mundo que

aquellas indicaciones nuestras eran muy necesarias y que fueron acertadas. Un

destacado ejemplo de que aquellas instrucciones daban alientos positivos es el caso de

Gustavo Gutiérrez, conocido en todo el mundo como el creador de la teología de la

liberación. Nos pusimos en contacto con él -alguna vez, yo mismo, personalmente- y

llegamos a un entendimiento cada vez mayor. Esto nos ayudó a nosotros a

comprenderle mejor, y él, por su parte, revisó su obra y reelaboró una nueva "teología

de la liberación" dirigida a mejor causa y con posibilidad de futuro.

Quedan aún algunos puntos conflictivos por resolver. Pero, entre tanto, en el escenario

mundial, la cuestión de la teología de la liberación ha cambiado completamente.

Ahora bien, cuando volvemos la vista atrás, a esos 15 años, hemos de reconocer que,

con el tiempo, se ha demostrado que aquellas indicaciones nuestras eran objetivamente


 

 

 

correctas y fueron eficaces, aunque, tal vez en un primer momento, eso no se viera.

Algunos de los episcopados que entonces lo dudaban, ahora lo contemplan ya como

algo natural.

Pero no sólo hubo diálogo con ellos, también hubo una imposición de años de silencio,

un silencio expiatorio.

Esa expresión, "silencio expiatorio", se inventó en Alemania. Nosotros solamente le

dijimos que no hablara de ese tema durante un año, y que dedicara ese tiempo a la

reflexión y suspendiera sus viajes por el mundo. Bueno, siempre se puede discutir si

eso estuvo bien o no, pero visto con objetividad, invitar a alguien a reflexionar sobre

un planteamiento difícil, no estaba mal hecho. Seguro que a cualquiera de nosotros nos

vendría muy bien que alguien nos dijera, "bueno, déjalo todo, no sigas hablando de

eso, no publiques con tanta agitación y procura reposarlo todo en tu interior". Yo no

querría insistir más en este tema, en el bien que puede hacer tomar esa medida. Boff,

en todo caso, podía seguir dando clases, pero ese año dejó de hacerlo. Lo único que se

le pidió que hiciera fue que durante un año dejara de tratar ese tema en sus

conferencias y publicaciones. Algo semejante a lo que Pablo VI hiciera con Küng, a

quien invitó a no publicar, sino a meditar sobre la infalibilidad, durante un tiempo.

Evidentemente, Hans Küng no aceptó aquella invitación, y por lo que se ve, el señor

Boff tampoco. Eso explica que nosotros nos preguntemos si a la Iglesia le parecen

oportunas las medidas utilizadas.

De la forma que se comunicó la noticia por todo el mundo, efectivamente, parece que

no ha servido de nada. pero, tanto por lo que se ve en la evolución de la historia, corno

por el camino seguido por el señor Boff, -del que, dicho sea de paso, no quiero opinar-,

todo ello ha dado mucho que pensar a mucha gente.

¿Y qué opina sobre Hans Küng, que esperaba ser rehabilitado?

Ahí habría que empezar por desmontar un mito. A Hans Küng se le retiró en el año

1979 la facultad para dar doctrina en nombre y por encargo de la Iglesia. Eso no debió

gustarle nada, pues por ese medio se iba abriendo su propio camino. A partir de

entonces quedaba libre de las clases y de sus respectivos exámenes, en el marco del

cuerpo docente de teología; de modo que así podía dedicarse totalmente a su tema. En

una conversación que mantuvo conmigo en el año 1982, él mismo me confesó que no

quería volver a su anterior posición y que se había adaptado muy bien y estaba mucho

mejor en su actual situación. Poco a poco se había alejado de las cuestiones

estrictamente teológicas, de modo que podía dedicarse a la investigación y al

desarrollo de sus grandes temas. Entre tanto pasó a ser profesor emérito, o sea, que

darle entonces un nuevo encargo de dar doctrina en nombre de la Iglesia tenía aún

menos sentido que antes. Pero eso, naturalmente, no era lo que él esperaba. Su teología

tenía que ser reconocida como fórmula válida de la teología católica. Pero, en vez de

retractarse de sus dudas sobre el papado, radicalizó sus posiciones y se distanció aún

más de la fe de la Iglesia sobre la Cristología y sobre Dios trino. Yo respeto el camino

que sigue según su conciencia, pero entonces no puede exigir el respaldo de la Iglesia,

más bien tendrá que admitir que su pronunciamiento en cuestiones esenciales es

absolutamente personal.

Cardenal Ratzinger, usted suele exigir, para ver la realidad tal como es, que se

manifieste cierto inconformismo frente al moderno "Zeitgeist" -al espíritu de la época-,

Lo ha afirmado muchas veces en sus análisis sobre las causas de crisis en la Iglesia y en


 

 

 

el mundo. Eso no beneficia mucho la imagen del Cardenal en la opinión pública, en los

medios de información. ¿Dependerá tal vez de la determinación con que defiende sus

puntos de vista, de la fuerza de su expresión?

Yo, por supuesto, soy el que menos sabe de eso. No sé cuántos lectores interesados

tengo, ni cuántos de ellos con buena memoria. Lo digo porque cuando acontece algo

particular, no creo que nadie se acuerde de que eso confirma un diagnóstico que yo ya

había hecho. Creo, más bien, que se trata de que se identifica, se relaciona mi persona

con el cargo de Prefecto y con la general aversión hacia su función y hacia el

Magisterio de la Iglesia como tal. De modo que, para muchos, lo que yo diga puede ser

leído como parte de un mecanismo que quiere tener cogida de la oreja a la humanidad,

en vez de como un sincero y verdadero intento intelectual de comprender al mundo y

los hombres.

¿Es suficiente con actuar bien? Quiero decir que las decisiones correctas generalmente

han de estar sometidas a puntos de vista y modos de exponer que también sean

correctos. "Es la melodía lo que hace la música", dice el refrán.

Sí. Así es, y en eso estoy absolutamente abierto a toda crítica. Siempre procuramos

hacer las cosas lo mejor que podemos. Sobre todo, insisto, intentamos hallar el mejor

modo gracias a nuestras conversaciones con los obispos y con los superiores de las

órdenes religiosas. Pero eso no excluye que, para algunos asuntos que son básicos,

tengamos que recurrir, en ocasiones, a decisiones, e incluso a medidas, impopulares.

Antes de ser Prefecto ha sido pastor de almas. Según su experiencia, ¿le parece

admisible que un sacerdote joven haga o diga algo indebido, siendo director de la

Comisión que vela por la fe católica?

Sí. Naturalmente. En todo caso, es bueno que argumente y hable en términos

diferentes, porque si no, los jóvenes no entenderían su mensaje. Cada generación tiene

un estilo al que hay que adaptarse. La fe es un camino y hay que adaptarse a sus

distintas etapas. Lo que nos tiene que mantener a todos siempre unidos no son las

opiniones personales ni las colectivas que hoy en día estén en boga, sino que tanto los

fieles creyentes como los sacerdotes estemos unidos en la fe de la Iglesia y sigamos

transmitiendo su contenido con la máxima fidelidad.

Entonces, ¿quiere eso decir que se puede perdonar a un sacerdote joven, con

problemas para predicar la moral sexual de la Iglesia a la juventud, aunque alguna vez

diga algo que no es de su agrado?

Sí. Naturalmente, sólo depende de cuál haya sido su intención. Nadie aprende a hacer

todo bien en la primera.

¿Puede un cardenal hablar de sexo?

Naturalmente. Un cardenal puede hablar de cualquier cosa que sea humana. Y el sexo

no tiene por qué tener colgada la etiqueta de pecado, porque, antes que nada, es un

don de la Creación. En mi cargo actual, tengo que hablar, incluso con bastante

frecuencia, de ese tema. Tengo mucho interés en que la moral y el cristianismo no

queden reducidos al sexto mandamiento, pero las cuestiones que la cristiandad nos

plantea y que requieren nuestro constante apoyo, casi siempre se refieren a ese aspecto

de la existencia humana.


 

 

 

Sin embargo, en una ocasión describió la sexualidad como una mina flotante,

explicando así su poder omnipresente. Eso más bien parece un rechazo de la

sexualidad.

No. No es éste el caso, porque eso sería contrario a la fe, que nos dice que el hombre ha

sido creado por Dios en su totalidad, y Dios creó al hombre, varón y mujer. La

sexualidad no es, por tanto, lo que más tarde originó el pecado; forma parte del plan

de Dios. Que Dios creara al hombre varón y mujer significa exactamente que lo creó

sexuado, y, por tanto, forma parte realmente del primer concepto de Creación y del

primer don del ser del hombre.

Si dije eso, con esas palabras que usted citaba, quería decir exactamente que una fuerza

separada de su núcleo humano puede desplegar también un gran poder de

destrucción. Porque la sexualidad informa toda la personalidad del ser humano, varón

o mujer, y por eso, -precisamente porque su fuerza es grande y el hombre sin ella no

puede madurar ni llegar a ser él mismo-, está grabada en lo más profundo del ser

humano, y separada de esa unidad puede destruirle y aniquilarle.

Ahora bien, hay que reconocer que esa imagen de la sexualidad como poder

omnipresente se ha impuesto totalmente en nuestros días.

Es evidente que el actual quebrantamiento -como nunca antes había sucedido- de la

integridad de la persona y de la unión del varón con la mujer, se debe a la técnica y a

los mass media. Ahora se ha neutralizado el sexo y se pone a la venta como una

mercancía cualquiera.

Pero eso está pasando desde hace 2000 años...

De acuerdo, pero que se pueda comprar sexo directamente en la tienda, o que nos

inunden con imágenes del hombre visto como objeto y no como persona, eso ha

pasado a una categoría distinta, debido a su comercialización. Al convertir la

sexualidad en una mercancía que puede difundirse masivamente, se han producido

también la alienación, el abuso, de una forma que excede lo hasta ahora acostumbrado.

En la Edad Media hubo burdeles públicos que, en buena parte, eran administrados

incluso por algunas Iglesias locales.

El propio San Agustín se preguntaba: "¿qué se debe hacer en una situación como esa?".

Y él mismo responde "tal como el hombre está hecho es mejor para un ciudadano

ordenado que haya una solución ordenada". También ahora se puede hacer valer esta

reflexión de un gran Padre de la iglesia que fue lo suficientemente realista para ver que

el hombre ahí es tentado y seducido a desviarse de la práctica religiosa. Pero me parece

que un acoso como el que actualmente sufrimos, no se había conocido nunca.

Entonces, el que siga rigurosamente la doctrina sexual católica, ¿queda inmune de esas

tentaciones?

No. No se puede decir que sólo por eso, porque el hombre no está totalmente acabado

por todas partes, siempre está en camino -como ya vimos antes- y, por eso mismo,

siempre corre riesgos. El hombre debe estar continuamente volviendo a ser él mismo.

El hombre no está ahí simplemente. Siempre es libre, y la libertad nunca acaba. Pero,

quien desee realmente vivir en una comunidad de fieles donde todos nos ayudamos

mutuamente, donde nos sustentamos unos a otros creando nuevos estímulos, ahí

encontrará un ambiente donde se puede vivir muy bien el matrimonio.


 

 

 

En el cumplimiento de su cargo, ¿ha temido alguna pregunta que quizá no tuviera

respuesta fácil?

"Temer" no es la palabra exacta. Pero es cierto que con frecuencia nos exponen

problemas que no son de rápida respuesta. Sobre todo cuando se trata de problemas en

el ámbito de la ética, muy especialmente en el ámbito de la ética médica, y también en

el de la ética social. Desde un hospital norteamericano, por ejemplo, nos expusieron el

siguiente problema, "¿hay obligación de suministrar agua y algún alimento hasta el

final a un paciente en estado de coma irreversible?". Éste es un tema de enorme

importancia para los últimos responsables. En principio, por la propia responsabilidad,

pero, sobre todo, porque hay que dar con una orientación a seguir en todos los

hospitales. Finalmente, y después de larguísimas horas de estudio, tuvimos que

responder que consultaran la solución de su problema a nivel local pues nosotros no

estábamos en condiciones de dar una respuesta con total certeza.

En medicina, en el ámbito de la ética médica, es donde continuamente se están dando

avances, que -al mismo tiempo- originan situaciones límite hasta ahora desconocidas.

Y eso hace que la aplicación de los principios no siempre sea evidente. Nosotros no

producimos certezas como por encanto. En muchos casos tenemos que decir que

primero busquen consejo y ayudas entre ellos mismos, para que nosotros podamos

conocer sus experiencias -por así decir- en su propio contexto, y a diferentes niveles, y,

de esa forma, llegaremos a tener una certeza absoluta.

Pero, ¿piensa que debe haber y que hay siempre una respuesta?

No tiene por qué ser siempre una respuesta universal. Nosotros somos conscientes de

nuestras propias limitaciones y, si no tenemos información suficiente, preferimos no

dar una respuesta. Como le explicaba en el caso antes citado, no siempre tenemos

soluciones para todo. por eso es muy importante que la consulta que nos formulen esté

bien planteada, porque lo primero que hacemos para hallar una respuesta es un

estudio serio de todo el conjunto, y eso nos sirve luego de poste indicador. No

respondemos porque nos sintamos obligados a dar solución a todo, al contrario,

intentamos hacerlo porque hay otros muchos hombres en situaciones límites similares

y la responsabilidad es colectiva.

Yo nunca he sabido qué camino hay que seguir, ni qué instrumentos hay que emplear

para que esas cuestiones, cada vez más complicadas, lleguen hasta donde tienen que

llegar

Para empezar, existen unos principios elementales que no debemos olvidar nunca. En

el caso que veíamos antes, por ejemplo, lo primero sería que el hombre es hombre

desde el principio hasta el fin, y nosotros no podemos disponer de la vida humana;

hemos de contemplarla como un don recibido y respetar su dignidad hasta el final. Y

después hay otros principios -no muchos- muy simples, pero esenciales. Pero

actualmente, dadas las nuevas perspectivas de la medicina y de la técnica, hay

ocasiones en las que cabe preguntarse cómo aplicarlos. Para empezar, siempre es muy

necesario estar bien informados. Por eso, los médicos tiene que decir con exactitud qué

es lo que se puede hacer en esos casos y qué consecuencias o problemas seguirán

después.

Si nos fijamos en el ejemplo anterior del agua y de la alimentación, ahí se ha llegado a

una situación en la que, al paciente, ya no se le pueden administrar medicamentos.

Entonces, unos opinarán, "administrarle alimentación artificial, por vía oral o



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