¡Dios te salve María!
 

contrario- a la nueva concepción del mundo que entonces predominaba. Sin embargo,

también se ha ido acreditando, al mismo tiempo, su necesidad y su justificación en la

historia.

Ya a finales de la Ilustración, antes de la Revolución Francesa, se decía: "ahora el Papa -

Dalai Lama de la cristiandad- deberá desaparecer, para que pueda dar comienzo la

nueva era de la razón". Y, efectivamente, el Papa se ocultó por algún tiempo en el

exilio francés. Pero, en el siglo XIX, el pontificado se hizo más fuerte de lo que nunca

había sido, y el cristianismo en el siglo XIX, no tuvo ni la fuerza, ni la forma del

medievo, pero tuvo, en cambio, nuevo impulso y mucha más influencia que antes, en

la sociedad. Por tanto, había dos corrientes simultáneas aunque independientes,

intentando unificarse. La nueva situación del mundo hizo que la confesión de la fe

resultara más difícil y que su manifestación -por la misma razón- se hiciera más

personal, pero, a pesar de todo, el cristianismo no se quedó atrás, como una antigualla.

Los hombres comparan a la Iglesia con otros competidores, y los ponderan y buscan

refugio en ellos. Tal vez por eso para las generaciones anteriores, fuera más fácil

conservar la fe; su religión ya estaba probada y era digna de ser acogida, no había nada

que cuestionar Ahora se han creado, en este sentido ciertas reservas. Se ha creado

como una especie de dogma del mundo moderno, pensar que la Iglesia se basa, sobre

todo, en el poder y la opresión. Con tanto hombre ilustrado y con el Estado

secularizados, consecuentemente, su estrella ha empezado a extinguirse.

Yo a eso diría dos cosas. La primera, que precisamente en los sistemas totalitarios es

donde la Iglesia ha demostrado que no se deja conformar a una sola concepción del

mundo, y se establece como polo contrario y como comunidad universal, como una

fuerza contraria a la opresión. En el siglo XX se ha demostrado, de forma hasta ahora

desconocida, que precisamente esa vinculación colectiva que es la Iglesia, crea una

fuerza antagónica frente a cualquier mecanismo opresor y frente al uniformismo

político y económico universal; más aún, da libertad a los hombres y es para ellos una

última barrera contra la opresión. Los mártires siempre han sido un ejemplo claro para

todos de cómo resistir. Que la Iglesia es elemento de libertad se comprueba fácilmente

tanto en Europa del Este como en China, tanto en Sudamérica como en África. Y es

elemento de libertad porque, justamente, su forma colectiva también encierra un

compromiso solidario. Si a partir de ahí, me opongo firmemente contra una dictadura,

ya no sólo lo hago en nombre propio, sino desde una fuerza interior que trasciende a

mi propio yo y a mi subjetividad.

Ahora, la segunda parte de su pregunta. Se suele tener la idea de que todo lo que

subsiste remite, en el fondo, a una relación de poder Y esa ideología corrompe a la

humanidad y también destruye a la Iglesia. Citaré un ejemplo concreto: si

contempláramos la Iglesia solamente desde la perspectiva del poder, el que no ostente

un cargo en ella, estaría oprimido, por así decir. En ese sentido, la ordenación de la

mujer, por ejemplo, sería una cuestión imperiosa, puesto que todo el mundo tiene

derecho al poder. Yo creo que esta ideología recelosa, que en el fondo siempre gira en

torno al poder, no sólo destruye la solidaridad y la cohesión en la iglesia, sino enn la

vida humana en general, y, además, da una visión falsa de la iglesia, como si el poder

fuera un fin para la Iglesia. Corno si el poder fuera la única categoría para explicar el

mundo y la comunidad que vive en él.

En la Iglesia no estamos para asociarnos y ejercer un poder. Si pertenecer a la iglesia

tiene algún sentido, es sólo porque la Iglesia nos da la vida eterna, es decir, la auténtica

vida. Todo lo demás es secundario. De no ser así, cualquier "poder" en ella la


 

 

 

convertiría en una simple asociación y en un absurdo teatro. Hay que dar de lado ya

esa ideal del poder y ese reduccionismo de la Iglesia, que aún perdura como

consecuencia de un recelo de orientación marxista.

La iglesia ha establecido un buen número de prohibiciones, es como un código de la

circulación que ordenara la velocidad de nuestras vidas. Pero nuestro estilo de vida

nos va señalando los cruces con un "tú puedes. dale más gas". En este vértigo nuestro,

la felicidad parece algo fácil Y rápido de conseguir, mientras que en la religión, la

felicidad es una especie de ensoñación libre de sufrimientos, de encantamiento místico

espiritual Tal vez por eso, la Iglesia recibe tantas críticas y no puede aprovechar las

oportunidades espirituales que ahora se presentan. Porque la Iglesia hace

reclamaciones, habla de pecado, de sufrimiento y de justicia. Sólo un ejemplo curioso

acerca de esto: Al Estado se le exige leyes más severas contra tantas extralimitaciones

que son una continua amenaza para la seguridad de la sociedad, mientras que respecto

a la Iglesia -cuyas leyes son morales- sucede lo contrario, y se le exigen leyes más

suaves.

En la actual concepción del mundo, esas ideas de autonomía y antiautoritarias, son

muy frecuentes. Predominan tanto como el concepto de poder. Ambos conceptos se

han convertido en dos categorías que cuentan mucho para el hombre. Y una

consecuencia de esto es que, si el sujeto autónomo es el que tiene la última palabra,

entonces, también puede quererlo todo. Y quiere de la vida lo máximo que se pueda

obtener de ella. A mí, esto me parece uno de los más graves problemas de la existencia

actual. Dicen "la vida es breve y complicada, tengo que conseguir todo lo que pueda de

ella", y "eso no me lo podrá impedir nadie". Y se sigue pensando "tengo que volcarme

en mi propia vida, tengo que realizarme", y "nadie me convencerá de lo contrario". "Si

alguien interviene en mi vida incomodándome, es enemigo de mi propio yo".

En el fondo de los documentos de El Cairo y Pekín (en la Conferencia sobre población

y desarrollo, y en la Conferencia sobre la mujer, de las Naciones Unidas), se percibe

esta concepción del mundo. Se concibe al hombre de un mundo puramente

individualista, el hombre sólo es él mismo. Al hombre le han suprimido una relación

que le pertenece y que necesita para llegar a ser él mismo. Ese derecho sobre sí mismo

de ser su última instancia, y ese otro derecho a hacerse dueño de tanto como pueda en

la vida -sea del modo que sea- y a que nadie pueda impedírselo, es propio del sentido

de la vida que actualmente se ofrece a los hombres. Estando así las cosas, es natural

que el "tú no puedes hacer eso" -hay reglas a las cuales todos debemos someternos- sea

una ingerencia en mi vida, se convierte en una agresión contra la que hay que estar

bien armado. Y aquí es donde encontramos la cuestión fundamental que hay que

debatir: ¿cómo es feliz el hombre?, ¿qué tiene que hacer exactamente con su vida?, ¿es

cierto que sólo él puede ser su propia norma para poder ser feliz?

No hace mucho comentaba a unos amigos que aquí cerca, en Frascati, suelen podar las

viñas y, justamente por eso, la vid da sus frutos, porque se hace esa poda una vez al

año. En el Evangelio de San Juan, en el capítulo 15, se utiliza esa escena como una

parábola de la existencia humana y de la comunidad de la Iglesia. Cuando no se tiene

el coraje para podar, sólo crecen hojas. Y referido a la Iglesia: entonces sólo crecen

papeles, de ahí ya no sale vida. Pues, repitámonos las palabras de Cristo que vienen a

decirnos que cuando nos creemos dueños de nosotros mismos y con poder para

juzgarlo todo, nos destruimos. porque no estamos en una isla con nuestro propio yo,

no nos hemos creado a nosotros mismos; hemos sido creados y creados para el amor,

para la entrega, para la renuncia, sabiendo negarnos a nosotros mismos. Sólo si nos

damos, sólo si perdemos la propia vida -corno dijera Cristo- tendremos vida.


 

 

 

Esa posibilidad que se presenta a la libertad del hombre es fundamental y debe

decidirse libremente. Pero hay que dejar bien claro que vivir sólo de derechos no es

una buena receta para la vida. Negarse al sufrimiento, negarse a ser criatura, equivale

a negarse a estar sometido a unas normas, y eso, al final de todo, es la negación del

amor y la causa de la ruina del hombre. Cuando el hombre sabe someter sus derechos,

y se deja podar, es cuando puede madurar y dar fruto.

Actualmente es frecuente observar que la gente joven cada vez se siente menos

exigida. Eso explica, en parte, que se marchen y su interés por ciertas sectas de

exigencias muy radicales y a corto plazo; primero, porque quieren estar a buen seguro,

quieren ocultarse en alguna parte, pero, al mismo tiempo, porque quieren sentirse

exigidos. En el interior más recóndito del hombre se esconde un deseo que sólo él

conoce bien: "tengo que exigirme más y formarme bien para saber darme a los demás y

saber perder".

La discrepancia entre fe y sociedad también procede de que la sociedad quiere poner a

prueba la plausibilidad -la utilidad- en nuestros días, de la Iglesia, de la historia de la

Iglesia y de su doctrina. Pero, ¿esas cosas se pueden probar?

Si lo que se busca es realmente una explicación razonable de la fe, eso no sería hacer

pruebas. Eso forma parte del mensaje del cristianismo desde el principio. La fe sólo

podía penetrar y extenderse por el mundo si era fácil de entender, si era un mensaje

que, posteriormente, pudiera ser explicado por otras gentes. Pablo lo hizo, y no sólo a

los judíos en la sinagoga. Habló también a los llamados temerosos de Dios, a los

timoratos, habló a los gentiles que reconocían al Dios verdadero en el monoteísmo de

Israel. Y al hablarles les razonó con argumentos que el judaísmo -y aquel paganismo

monoteísta influido por el judaísmo- sólo llegaría a ser plenamente consecuente si

llegaba hasta Cristo. Un cometido importante del cristianismo es dar siempre

respuestas no sólo razonables, sino sustanciales. En cualquier caso, si el concepto de

utilidad no se entiende en toda su amplitud, y sólo interesan algunas cosas del

cristianismo que sean "útiles" para nuestra actual forma de vida y para nuestras

costumbres, entonces estaríamos transmitiendo un cristianismo empobrecido y que ha

perdido valor.

5. Los defectos de la iglesia

El Cardenal König explicaba la situación actual en el mundo con las siguientes

palabras: "Lo que ha conducido al mundo a desunirse de la Iglesia, ha sido una

evolución de siglos. Es una discrepancia creciente entre el estado de la conciencia del

hombre moderno y la doctrina cristiana". Y más adelante. añadía el Cardenal: "La

propia Iglesia debería ser crítica y, antes que nada, preguntarse qué parte de culpa

puede tener en las interferencias que se dan en su modo de comunicarse, para

remediarlo".

Las interferencias en la comunicación, que comenta el Cardenal König, son totalmente

evidentes, y pienso que también nosotros tenemos parte de culpa. Todavía no hemos

encontrado la forma de expresarnos, para dirigirnos a las conciencias en el momento

actual. Más tarde hablaremos de algunos conceptos como, por ejemplo, pecado

original, redención, expiación, pecado, etcétera, que son palabras que expresan la

verdad, pero que, a la mayoría de los hombres, en el lenguaje actual no les dicen

absolutamente nada. Deberían recuperar su sentido y volver a ser comunicables

gracias a nuestro esfuerzo, ésa es nuestra tarea. Pero eso sólo lo conseguiremos,

viviéndolo bien nosotros en nuestro interior. Esos conceptos se nos harán también más


 

 

 

inteligibles, y los podremos transmitir mejor si personalmente les damos nueva vida.

Pero a esto habría que añadir que el cristianismo, de todas formas, nunca ha sido fácil

de comunicar. Dice cosas para que se propaguen a toda la humanidad pero que sólo se

pueden entender si entramos por el camino común. Son dos requisitos: uno, vivir bien

el cristianismo para conocerlo y entenderlo mejor, y, después, exponerlo de forma

convincente, a través de un cauce común para todos.

La imagen de la Iglesia en la opinión pública es, por diversas razones, la de una

autoridad intimidatoria, anquilosada. ¿Por qué es tan exigente la función de la Iglesia?

Siendo como es pastora de un gran rebaño ¿no debería ser más maternal con respecto a

las almas?

Cuando habla la Iglesia, mucha gente sólo conserva en la memoria alguna prohibición

moral -casi siempre relacionada con la sexualidad- y, por eso, les parece que la Iglesia

sólo se ocupa de juzgar y de restringir la vida. Tal vez se haya dicho demasiado, y

demasiadas veces, en unos tonos que no siempre la relacionaban suficientemente con

la verdad y con el amor. Pero también depende mucho de la selección que hagan los

medios de comunicación, para su posterior difusión. Las prohibiciones tienen interés

como aviso, como advertencias dentro de un contexto y con un contenido tangible. Si

la Iglesia sólo hablara de Dios, de Jesucristo, o de temas puntuales de la fe, no llegaría

a utilizar el lenguaje secular y no se llegaría a oír nada de lo que dijera, De modo que-

cabría preguntarse si, en vez de quejarse de los medios, la Iglesia no podría dosificar

mejor su propia exposición ante la opinión pública. Dentro del núcleo propiamente

dicho de la vida de la fe, las cosas singulares pueden anunciarse referidas unas a otras,

y entonces las prohibiciones también tienen su importancia, mayor y más positivo,

dentro de esa totalidad. Anunciarlas de la forma más pública y abierta posible siempre

desfigura las proporciones, creo yo. La Iglesia tendría que reflexionar sobre cómo

hallar la fórmula más conveniente para que, al hablar de fe a distintos colectivos, el

mundo reciba su discurso completo y no sólo parte de sus manifestaciones.

La opinión pública tiene la impresión de que la Iglesia sólo reacciona, se aplica con

tesón y reprende con severidad, en lo referente a los mandamiento divinos, y que en lo

demás, simplemente confía que Dios no permitirá que la Iglesia se venga abajo. La

Iglesia está rodeada de una dinámica que no es capaz de cambiar su lógica, e insiste, a

pesar de todo, en sus propias afirmaciones. Por eso sus actuaciones no son demasiado

radicales, sigue entumecida, amurallada dentro de su fortaleza. Y su mensaje queda en

pura retórica.

Esa impresión que dice, varía mucho según las diferentes culturas de las naciones. En

tiempos de opresión bajo un régimen comunista, no sólo los creyentes, sino los no

creyentes, o también la gente en búsqueda de la fe -como fue, por ejemplo, el caso de

Václav Havel- han tenido una impresión muy diferente. Ellos realmente percibieron

que la Iglesia anunciaba un mensaje de libertad. Que era una energía que también

llegaba a los no creyentes y que les inspiraba la confianza de saber que los poderes

totalitarios nunca llegan a dominar todo.

En África, donde la Iglesia sufre continuos enfrentamientos con el Estado, por la

corrupción que suele ser el principal problema de los Estados africanos, nunca ha

predominado esa impresión de que la Iglesia permanezca impertérrita en sus propias

afirmaciones, sino que es una gran fuerza dinámica, absolutamente presente en todo;

que sale en defensa del Tercer mundo; que emprende muchas iniciativas con ese fin;

que esas iniciativas no se limitan a un simple y determinado tipo de colaboración

material para ayudar al desarrollo, sino que incluye un intercambio de otras muchas


 

 

 

cosas. También en Sudamérica la perspectiva es otra. Se tiene la impresión de que la

Iglesia es una realidad viva y dinámica, o no, según cómo se la reciba. Si en Alemania,

en Centroeuropa, por ejemplo, sólo se ve a la Iglesia como contraria al progreso y

autodefendiéndose, creo que es debido a que ahí, precisamente, se da una autodefensa

ante las objeciones que plantea la Iglesia cuando no permite muchas de las cosas que

se aceptan simplemente porque resultan cómodas.

"No os adaptéis al mundo" amonestaba el Papa. Pero, ¿no se ha adaptado ya la propia

Iglesia? Parece tener mucho apego a la seguridad que le da su patrimonio,- invierte

mucho dinero, tiempo y energía en la conservación de sus inmuebles. ¿No sería mejor

que fuera algo más clara y explicara dónde reside su fortuna?

En eso le daría la razón. La inercia es un hecho importante también en la Iglesia. Y, en

consecuencia, la Iglesia tiende a defender sus bienes, las posesiones adquiridas. Pero

esa facultad que tiene de autodecisión y autorreducción, no ha evolucionado

convenientemente. Esto a nosotros, también nos afecta en Alemania. Tenemos más

instituciones eclesiales de las que podemos atender con ánimo eclesial. Esto supone un

descrédito para la Iglesia que se aferra a esos sistemas institucionales, aunque ahí ya

no quede nada suyo. Y con eso se va dando la impresión de que en un hospital o una

escuela, por ejemplo, hay gente que sin tener nada que ver con ella, se compromete en

una institución eclesial, sólo porque la Iglesia es su propietaria y tiene la voz cantante.

Habría que hacer un examen de conciencia sobre todas estas cosas. Desgraciadamente,

siempre ha sido así en la historia; cuando la Iglesia no era capaz de renunciar a los

bienes temporales, se los quitaban de todos modos, y eso contribuía a su salvación.

Pero, de vez en cuando, no ha sido así; estoy pensando en la separación de Iglesia y

Estado en Francia, durante el Pontificado de Pío X, es decir, a principios de este siglo.

En esa ocasión, la Iglesia, recibió una oferta para poder conservar sus posesiones que,

al mismo tiempo, requería una revisión general de todas ellas por parte de las altas

esferas del Estado. Y Pío X explicó, además, que el bien de la Iglesia era mucho más

importante que sus bienes. Abandonábamos nuestros bienes, para defender nuestro

bien. No deberíamos perder esto de vista, porque es importante.

Cardenal Ratzinger, yo me pregunto, por qué la Iglesia no transmite mejor la fe a los

que no tenemos ni idea, a los analfabetos, y por qué no nos habla con más frecuencia

de lo más importante del catolicismo, de la libertad de pensamiento, de la

reconciliación y la misericordia. También echo de menos sus ritos tradicionales, sus

costumbres, sus fiestas, que con tanto orgullo y tanta sabiduría ha celebrado durante

dos mil años. En un libro de Isaac Singer leí la descripción de la tradicional fiesta judía

de los Tabernáculos. El rabino salmodió las oraciones de la mesa y pronunció una

prédica. Una interpretación de la Torá como aquella no se había oído nunca y aquello

enardeció a los judíos. El rabino desveló algunos santos misterios. Por la tarde al final

de todo, extendieron un mantel de fiesta sobre la mesa y sobre ella colocaron un trozo

de pan y una jarra de vino, y un poco más allá, una copa. Según la impresión de todos

los participantes, la fiesta de los Tabernáculos había convertido aquella vivienda en

casa de Dios. Nuestros encuentros, los de los cristianos, más bien recuerdan una fiesta

burguesa, con un plato frío de fiambres y cervezas.

Aquí aparece de nuevo el tema de la fusión o amalgama de cristianismo y sociedad, y

la mezcla de las costumbres cristianas con las de las fiestas populares que ya habíamos

visto. Pero relacionado con este tema, me gustaría referirme a otro aspecto.

Seguramente el rabino no diría nada nuevo, pero el ambiente de fe y de rito festivo que

se produce, siempre es nuevo y siempre se hace presente de forma nueva.


 

 

 

En nuestra liturgia hay una tendencia que a mí me parece equivocada, y que consiste

en la "enculturación" de la liturgia que se quiere introducir en el mundo moderno:

"tiene que ser más breve; tiene que desaparecer lo que parezca ininteligible;

convendría transcribirlo todo a un lenguaje más popular". Con todo eso, se está

entendiendo mal el verdadero sentido y lo fundamental de la esencia de la liturgia y

las fiestas litúrgicas. Porque en liturgia no hay que entender las cosas de forma

racional, se entienden de múltiples formas, todas ellas con significado propio, e

incorporándolas a una fiesta, que no es inventada por una comisión, sino que existe

desde hace siglos muy lejanos, desde la eternidad.

Cuando el judaísmo perdió el Templo, empezaron a celebrar sus fiestas y ritos en las

sinagogas, y los ritos de las grandes fiestas también se empezaron a celebrar en las

casas de los creyentes. Esos ritos dependen de formas determinadas de vida y, por

tanto, no pueden comprenderse superficialmente, sino en su contexto y con la

exposición de la historia de la fe; sólo en ese marco pueden interpretarse, y no

aisladamente. El sacerdote no es un "Showman" al que se le ocurra algo que luego

comunica a los demás. Al contrario, tiene que ser muy mal "showman", tiene que

desaparecer, porque él está en representación de alguien, no actúa en nombre propio.

La liturgia, como es natural, debe ser inteligible. Es muy importante que se lea y se

interprete bien la Palabra de Dios. Pero entender debidamente la Palabra de Dios

requiere otra clase de comprensión. No es una novedad que deba ser estudiada por

diversas comisiones. De ser así, se reduciría a algo que se realiza conforme a las

reuniones de las comisiones de estudio en Roma, en Tréveris o en París. Por el

contrario, tiene que conservar siempre todo, su continuidad, manteniendo las últimas

indicaciones, para que a través de ella yo pueda encontrarme con lo eterno en una

misma comunidad festiva a lo largo de los siglos; eso es muy diferente a algo planifica

por un comité o una comisión de festejos.

Creo que ahí ha habido una especie de clericalismo, a partir del cual se entiende un

poco la petición de la ordenación de la mujer. Porque, ahí al sacerdote, a la persona del

sacerdote, se le otorga una importancia desmedida, es decir, se espera de él que haga

todo perfecto, que lo presente todo muy bien, etc. Porque, con esa mentalidad, el

centro de la celebración es realmente el sacerdote. En consecuencia, cabe preguntarse

"¿por qué concretamente él?,,. Cuando, por el contrario, el sacerdote sabe desaparecer

personalmente, y reconocerse sólo como mera representación, entonces ya no queda

nada circunscrito exclusivamente a él por el esmero con que cumple sus deberes; su

persona, entonces, queda en un plano secundario, que permite que algo mucho más

importante que él pueda hacer su aparición. Sólo así nos damos cuenta claramente de

que la Tradición no es manipulable, y podemos admirarla en todo su peso y en toda su

fuerza. Su belleza y su grandeza se diluyen en el conjunto de la ceremonia, aunque no

se observe en detalles concretos. Porque el centro de todo es -ciertamente- la Palabra

que ahí se va a proclamar e interpretar.

¿No convendría reactivar el antiguo rito, para contrarrestar tanto afán de igualdad y

tanta desilusión?

Con eso no solucionaríamos nada. En mi opinión, son muchos más los que hablan en

favor del antiguo rito que los que realmente lo desean. Ahora es bastante imprevisible

predecir, si se diera el caso, los riesgos que llevaría consigo o qué cosas resultarían

ahora inadmisibles. Cuando a una comunidad de fieles le dicen que aquello, que hasta

entonces había sido verdadero y sagrado, en realidad, era sólo una majadería y, por

tanto, se debe omitir, después, no parece muy conveniente decirle que es mejor volver


 

 

 

a revivirlo. Porque entonces, lógicamente le plantearía la pregunta: "en ese caso, ¿qué

debernos creer de todo esto?, ¿Omitirán mañana lo que se permite hoy?>. No obstante,

como dije antes, el simple retorno a la antigüedad, no sería una solución. En los

últimos treinta años nuestra cultura ha cambiado tan radicalmente, que una liturgia

celebrada en latín causaría extrañeza y sería difícil de aceptar para muchos. Lo que

realmente necesitamos es una nueva educación litúrgica, sobre todo de los sacerdotes.

Habría que insistir y explicar muy claramente que en la ciencia litúrgica no se

producen continuamente modelos nuevos, como es costumbre hacer en la industria del

automóvil. La liturgia está para ser incorporada a fiestas y a ferias litúrgicas y preparar

al hombre para esos misterios. Deberíamos aprender de la Iglesia oriental, y también

de todas las religiones del mundo, donde todos saben que la liturgia no está para

descubrir nuevos textos y ritos, sino que perdura, precisamente, porque no se deja

manipular. La juventud actual es muy sensible a esto. Existen muchos centros donde la

liturgia se respeta y se vive sin aspavientos, que atraen a muchos aunque no entiendan

todas y cada una de las palabras. Necesitaríamos más centros que sigan esa línea. Pero,

desgraciadamente, mientras la tolerancia para lo que son pasatiempos es casi ilimitada,

la tolerancia para la antigua liturgia es casi inexistente. Y eso es indicio de que no

andamos por buen camino.

¿Puede saberse cuándo empezó la crisis de la Iglesia? ¿Tiene esta crisis su origen en

fallos anteriores? ¿Ha hecho acopio la Iglesia de demasiadas cargas y ahora le están

pasando la cuenta?

La historia tiene una continuidad y nosotros, lógicamente, no podemos escapar de ella.

Así como en la historia de Alemania ha habido cosas buenas y cosas malas que la

generación actual debe sobrellevar, en la historia de la Iglesia sucede lo mismo. Y por

eso es bueno preguntarse ¿qué cosas ha habido en la Iglesia que ahora nos pesen más,

cuáles fueron los errores que ahora debemos reconocer y afrontar? Pero, junto a todo

eso, también está siempre la novedad de la generación presente.

La actual crisis tiene raíces en el pasado, pero yo no exageraría buscando causas y

razones muy antiguas. Las nuevas coyunturas históricas también conducen a muchos

altibajos. Como ejemplo me gusta recordar lo siguiente: cuando hizo su aparición el

liberalismo político, en el interior de la Iglesia hubo, consecuentemente, una discusión

sobre el modernismo que Pío X dirigió con gran agudeza. Después de la primera

guerra mundial, aquello desapareció repentinamente. Actualmente, hay muchos que

dicen que entonces se discutió demasiado sobre aquel terna, en vez de sofocarlo

inmediatamente. Pero la realidad es que se vio la primera guerra mundial como el

fracaso del liberalismo y que, a partir de entonces, se eclipsó como fuerza espiritual. Y

con ello, inesperadamente se dio origen a una nueva toma de conciencia, no sólo entre

los católicos, sino también en la cristiandad evangélica. Harnack, gran maestro liberal

de la teología, se retiró; Karl Barth con su nueva y radical religiosidad ocupó su lugar;

Erik Peterson, gran exégeta protestante e historiador, se convirtió al catolicismo. En la

Iglesia evangélica se origina un nuevo movimiento litúrgico, mientras que la antigua

teología liberal había sido marcadamente contraria al culto. Todo esto quiere decir que

las generaciones de entonces ya no se interesaban por los problemas del modernismo.

Esto se comprueba perfectamente en la autobiografía de Romano Guardini, cuando

cuenta que él, que era estudiante durante esa fase del liberalismo, acabó en un

consciente pronunciamiento antiliberal.

Después de la segunda guerra mundial la situación duró algún tiempo todavía, pero

enseguida se formó el Estado del bienestar, que, llegó mucho más lejos que la bella

époque. Surgió así una especie de neoliberalismo, y, de pronto, reapareció aquel


 

 

 

cristianismo algo anticuado, desfasado y anacrónico tal como era antes de la primera

guerra mundial.

Las crisis aparecen con los distintos cambios de época de la historia, y así hemos de

contemplarlas. Hasta cierto punto puedo darle la razón a Karl Marx que dijo que la

constitución ideológica de una época también es siempre reflejo de toda su estructura

económica y social.

¿Es posible que en el actual proceso de decadencia de la Iglesia esté funcionando cierta

autopurificación?

Hay fuerzas purificadoras funcionando, estoy convencido de ello. Pero no, por eso,

podemos pensar que la pérdida de la fe, el agotamiento de la fe, sean en sí mismos un

proceso de purificación. La situación actual es una oportunidad para la purificación,

pero cada cual lo utilizará de un modo diferente. Y con esto volvemos de nuevo a la

cuestión anterior sobre las posesiones y las instituciones eclesiales. Esa podría ser una

buena purificación. Pero, por atravesar una fase de decadencia no se llega,

automáticamente, a la purificación.

Medir los éxitos de la Iglesia es bastante difícil, al menos con criterios políticos o

económicos, porque no hay cifras del negocio, ni de sus miembros. Sin embargo,

Jesucristo aconsejaba a los suyos que administraran los bienes que el Señor les había

confiado. Más aún, tenían que guardarlos bien y aumentarlos con métodos, por cierto,

poco ortodoxos.

La primera pregunta sería ¿cómo hemos de interpretar las parábolas? Porque aunque

Jesucristo en esta historia hablara de bancos, de hacer negocios con el dinero para que

produjera ganancias, eso no puede interpretarse como que aconsejara un método

económico. Y la historia del administrador infiel -parábola especialmente difícil-

cuando dice "bien, éste al menos encontró una solución, sed prudentes como él fue

prudente", eso tampoco significa que haya que interpretar las parábolas como ejemplos

a poner en práctica. Lo que, en cambio, sí quiere decir es que hay que estar bien

despiertos y ser prudentes, y que hay que aprovechar las oportunidades porque

también nos han sido confiadas la imaginación y la creatividad. Pero, sobre todo,

significa que ser sólo buen creyente, decir "yo soy piadoso, me salvaré a mi manera y

los demás que hagan lo que quieran", eso no es suficiente. La fe es un don recibido

para transmitirlo a los demás, y no ha sido debidamente acogida si se piensa que es

sólo para uno mismo. El cristianismo interiormente bien vivido está marcado por una

dinámica que nos lleva a compartirlo. He hallado algo que puedo hacer y no puedo

conformarme con decir "esto me basta". Porque en ese mismo instante destruiría el

bien hallado. Es como cuando se recibe una gran alegría: existe la necesidad de

contarla enseguida, de compartirla con alguien, porque si no, no es una alegría

completa. Y esa es exactamente la dinámica de dar a los demás una parte del mensaje

que Cristo dio a los suyos; además del esfuerzo, la imaginación y la audacia e, incluso

el riesgo de perder nosotros algo en ello. Por eso, no podemos quedarnos tranquilos y

pensar "bueno, no se trata de una promesa concreta, los éxitos los da Dios, Cumplimos

con lo nuestro, si vienen otros o no, ya se verá". En el interior de la Iglesia, siempre

debe estar presente esa intranquilidad: ha recibido un don destinado a toda la

humanidad.

Pero además están las palabras del Señor: "Os envío como a corderos entre lobos", y

también, "seréis perseguidos". Y eso significa, exactamente, que se nos está anticipando

que nuestras obras siempre estarán relacionadas con el destino del mismo Jesucristo. A


 

 

 

mí me parece que la cristiandad debería vivir con esta tensión en todo momento. No es

razonable que haya una autosatisfacción en el sentido de "bueno, ya hemos conseguido

lo nuestro, no podemos hacer nada más", porque nuestra tarea se renueva

constantemente: hemos de ser buenos administradores, como usureros -que esa fue la

expresión empleada por Jesucristo- aunque no lleguemos a tocar el éxito con las

manos.

 

6. El canon de las críticas

Cardenal Ratzinger, al hablar de las críticas a la Iglesia, me decía que había una especie

de "canon" de preguntas: la ordenación de la mujer, los preservativos, el celibato, el

matrimonio de los divorciados. Estas preguntas puntuales datan del año 1984. Las

iniciativas populares de la Iglesia, del año 1995, en Austria, Alemania y Suiza, han

demostrado que este tipo de preguntas siguen sin respuesta. Se sigue dando vueltas

siempre sobre lo mismo, indefinidamente. Tal vez fuera bueno hacer alguna aclaración

al respecto. Yo creo que hay muchos que no saben lo que dicen cuando hablan del

papado o del sacerdocio; no conocen el significado exacto de esos conceptos.

Primero aclararla que esas preguntas, efectivamente, son auténticas. Pero, si las

tratáramos aquí, una a una, como cuestiones o temas singulares de la cristiandad, nos

extenderíamos mucho. Referente a esos temas, hay una consideración muy sencilla, en

dirección contraria, (formulada por Johann Baptist Metz en un artículo sobre las

iniciativas populares de la Iglesia) que dice lo siguiente: esas cuestiones ya están

resueltas en la cristiandad evangélica, Los cristianos evangélicos hicieron lo contrario

que nosotros, y eso, ahora nos permite comprobar que con ello -como es evidente- no

han logrado solucionar el problema de la cristiandad en nuestro mundo de hoy. Por lo

tanto, la problemática de la cristiandad, el esfuerzo de ser cristiano ahora sigue siendo

tan dramático como antes.

Metz se preguntaba -si no recuerdo Mal- por qué íbamos a hacer nosotros un

duplicado de lo que han hecho los protestantes. Saber que ya existe una experiencia

evidente, que el cristianismo no fracasa precisamente por eso, por cuestiones como

esas, es magnífico. Ha quedado demostrado que las soluciones que han empleado para

esos temas no han hecho más atractivo el Evangelio, ni más fácil ser cristiano, ni

tampoco han conseguido un consenso para mantener más unida a la Iglesia. Tener esto

muy claro de una vez por todas, me parece muy importante, porque esas cuestiones no

son, en absoluto, las que pueden dañar a la Iglesia.

 

 

 

7. El dogma de la infalibilidad

En ese caso, permítame que abordemos el tema por el que los protestantes cortaron por

lo sano: el dogma de la infalibilidad. ¿Qué dice ese dogma exactamente? ¿Se ha

comprendido o traducido correctamente que cada vez que habla el Papa lo que dice es,

automáticamente, santo y verdadero? Quiero formularle esta pregunta al inciar este

capítulo sobre las críticas, porque este es un asunto que, por diferentes razones,

preocupa mucho a todo el mundo

Al formular la pregunta, se ha formulado también el error. Ese dogma no significa que

todo lo que diga el Papa sea infalible. Significa, exactamente, que en el cristianismo, en

la fe católica en todo caso, hay una última instancia para tomar decisiones. Significa

que el Papa tiene autoridad para decidir, con carácter vinculante, en las cuestiones


 

 

 

esenciales, y que nosotros, en definitiva, podemos tener la certeza de que la herencia

de Cristo se ha interpretado correctamente. Esa vinculación está presente, de un modo

u otro en todas las comunidades de creyentes, aunque no esté referida al Papa.

La Iglesia ortodoxa también sabe que las decisiones del Concilio son infalibles, en el

sentido de que ahí también hay una certeza de que se trata de la herencia de Cristo

correctamente interpretada; esto pertenece a nuestra fe común. No necesitamos

rebuscar y espigar en la Biblia cada cosa nueva, porque la iglesia tiene esta facultad de

darnos una certeza común. Lo que nos diferencia de los ortodoxos es que el

cristianismo romano, además del Concilio ecuménico, disfruta de otra instancia

suprema para cerciorarse, que es el sucesor de Pedro que nos da la garantía de esa

certeza. El Papa, lógicamente también está sujeto a ciertas condiciones -que a él le

obligan en grado sumo- para garantizar que no se trata de una decisión suya, de su

conciencia subjetiva, sino que se ha tomado conforme a la conciencia de la Tradición.

De todas formas, ha costado mucho tiempo encontrar esa solución.

Se celebraron muchos Concilios antes de adoptar una teoría sobre ellos. Los Padres del

Concilio de Nicea, en el año 235, primer Concilio, no sabían qué era exactamente un

Concilio, sólo sabían que habían sido convocados por el Emperador. Pero todos tenían

muy claro que no hablaban en nombre propio dando su opinión personal (como

aconteció en el Concilio de los Apóstoles: "Porque el Espíritu Santo y nosotros hemos

decidido", Hech 15, 28), es decir, estaban convencidos de que el Espíritu Santo había

decidido con ellos, por ellos. El Concilio de Nicea hablaba de tres sedes primadas en la

Iglesia: Roma, Antioquía y Alejandría. Eran las instancias donde cerciorarse de la

verdad, las tres concordes con la tradición de San Pedro. Roma y Antioquía eran sedes

de los obispos sucesores de San Pedro, mientras que Alejandría había sido sede de

Marcos, también de tradición petrina, y, por tanto, admitida en aquel trío.

Los obispos de Roma fueron muy pronto conscientes de su tradición petrina, y de que,

junto a aquella responsabilidad, habían recibido la promesa de ayuda para responder a

ella. En la crisis del arrianismo esto se hizo evidente al ser Roma la única instancia que

pudo hacer frente al Emperador. El obispo de Roma que, naturalmente, debe oír a toda

la Iglesia en su conjunto y no crear una nueva fe, tiene una función que está en la línea

de la promesa petrina. Después se formuló de una forma inteligible y, de hecho, fue

definitiva a partir del año 1870.

Pero cabe todavía destacar que, además de en el interior de la cristiandad católica,

también en el exterior hubo siempre el sentimiento de que era necesaria una única

autoridad para todo. Y así ha quedado de manifiesto, por ejemplo, en el diálogo con

los anglicanos. Los anglicanos están dispuestos, digamos, a aceptar un proceso de

revisión de la vinculación a la tradición del primado de Roma, sin reconocer a Pedro,

expresamente, en las palabras del Papa. Yparte de la cristiandad evangélica también

piensa que la cristiandad debería tener una especie de portavoz expresado en una

persona. La Iglesia ortodoxa, por su parte, también escucha voces de crítica y protesta

por la desmembración de la Iglesia en las iglesias autocéfalas (iglesias nacionales), en

vez de volver al principio petrino, de gran significado para ellos. Todo esto no significa

el reconocimiento del dogma romano, pero las convergencias van en aumento.

 

8. Un mensaje de alegría y no de amenaza

La moral tradicional de la Iglesia católica, según una de las críticas, está basada en el

sentimiento de pecado. Es particularmente negativa cuando se trata de valorar los


 

 

 

temas sexuales. La Iglesia ha impuesto una serie de cargas que nada tienen que ver con

la Revelación. Ahora dicen que la teología cristiana, por explicarlo de alguna manera,

ya no se ocupará de los fundamentos del pecado y de la contrición. Se deberían poder

buscar nuevas experiencias del misterio religioso más allá de sus normas.

La contraposición del encabezamiento, mensaje de alegría y no de amenaza, me resulta

complicado de valorar. Porque el que lea el Evangelio ve enseguida que Jesucristo

proclama un mensaje de alegría, aunque nos hable también de un juicio. En el

Evangelio hay palabras tremendas sobre el juicio, que incluso podrían producirnos

escalofríos. No hay por qué ocultarlo. Pero eso es porque el Señor no parece ver

ninguna contradicción entre el anuncio de un tribunal o de un juicio y el de la alegría,

sino que da a entender lo contrario. Parece decirnos que hay un juicio, que se hará

justicia, en todo caso para los oprimidos, para los injustamente tratados, y eso es

motivo de esperanza y, por tanto, un mensaje de alegría. Sólo podrían sentirse

amenazados los opresores o los que practiquen la injusticia.

Adorno también dijo que sólo podría haber justicia si los muertos resucitasen; para que

todo quedara purificado, había que hacer justicia a las injusticias habidas, con carácter

retroactivo, por así decir. En alguna parte tiene que haber una sanción para todas las

injusticias, tiene que haber una victoria de la justicia o, al menos, eso es lo que todavía

esperamos. Cristo -y su juicio no sólo es la victoria sobre el Mal, Cristo es la victoria del

Bien y, de hecho, ese es el mensaje de alegría: "Dios es justo y Dios es juez". Ese

mensaje de alegría, naturalmente me llama al deber. Si yo sólo lo recibo para mi propia

reprobación, al final carecería de significado y me causaría aturdimiento. Nosotros

debemos dirigirnos amistosamente a los que padecen la falta de justicia -aunque

tengan derecho a ella- sin perder de vista el carácter de ese juicio, y aceptando que

nosotros mismos, también estamos subordinados a esas mismas reglas y, por tanto,

hemos de intentar no ser de los que practican la injusticia.

Por supuesto, en ese mensaje de justicia se da un elemento de intranquilidad, pero es

bueno que se dé. Lo que intento decir es que, al contemplar las injusticias cometidas

por ricos y poderosos de la Edad Media, se observa que cuando la hora del juicio se

veía cercana, trataban de compensar aquello con limosnas y haciendo obras buenas.

Entonces se comprueba que la conciencia del juicio divino también tenía consecuencias

en el orden político y social. Existe la conciencia de que "no me puedo ir así de este

mundo, tengo que hacer algo para arreglarlo", y eso quiere decir que había una

amenaza por encima de todas aquellas riquezas, que, por lo menos, era saludable. Y

eso, concretamente, es una ayuda para el hombre.

De todos modos quisiera añadir que por Cristo sabemos que ese Juez no aplica la

justicia con mano férrea, sino que nos da su gracia y, por tanto, podemos dirigirnos a él

confiadamente. Pero creo importante que cada uno sopese en esa balanza lo que hace,

y sabiendo que se hará justicia, considere que no puede obrar como le apetece, sino

que deberá actuar siendo consciente de que ha de presentarse ante un tribunal, sin que

esto le lleve a vivir una vida atemorizada o con escrúpulos.

Y me parece que ahí también se ha trazado la línea a seguir por la Iglesia y por la

pastoral de la Iglesia. Ella también tiene que poder amenazar a los poderosos, tiene

que poder salir al paso de los que "tiran" su vida, de los que la malgastan y destruyen,

adoptando una actitud de amenaza precisamente por su bien, por su derecho a un

auténtico bienestar y a la propia felicidad. Pero esa actitud no debe convertirse en

motivo de miedos o temores; la Iglesia tiene que saber en cada caso a quién se dirige,

Porque hay receptores, que son almas casi enfermas, a quienes se les podría inducir


 

 

 

fácilmente al miedo. Entonces habría que quitarles ese miedo y animarles, hablándoles

con otras palabras, de la gracia y la esperanza que iluminarán sus almas. Pero también

hay otros con la piel más gorda, que bien merecerían una buena tunda de palos. Creo

que, en el fondo, es lo mismo, el mensaje amenzador es también de alegría, porque nos

hace conscientes y nos advierte que el mundo es bueno y siempre vence el bien.

 

 

 

9. Somos el Pueblo de Dios

El concepto "Pueblo de Dios", se utiliza hoy en día, para reclamar una autonomía

frente al papel de la Iglesia, con el lema "somos el pueblo y se hace lo que el pueblo

diga". Por otra parte, también existe el dicho "la voz del pueblo es la voz de Dios".

¿Cómo explicar entonces este concepto?

Un teólogo y creyente lo primero que oye es lo que dice la Biblia. Nosotros no

podemos dar una respuesta por nuestra cuenta a las grandes cuestiones "¿quién es

Dios?", "¿qué es Iglesia?", "¿qué la gracia?", etcétera. En el don de la fe existe,

precisamente, un precedente. El pueblo de Dios es un concepto bíblico. Y el estudio

bíblico nos da la normativa a seguir para utilizarlo. Lo primero y más esencial es que

se trata de un concepto para las mentes de antaño, donde el concepto de pueblo tenía

muy poco que ver con el moderno de naciones o países, y estaba sobre todo

relacionado con tribus y familias.

Para empezar es un concepto de relación. Eso es lo que ha constatado la nueva

exégesis. Israel no es pueblo de Dios considerado solamente como nación política. Sólo

es pueblo de Dios cuando se vuelve hacia Dios. Sólo es Pueblo de Dios en esa relación,

en ese dirigirse a Dios que en Israel consiste en el sometimiento a la Torá (a la Ley). El

concepto de pueblo de Dios en el Antiguo Testamento incluye, ante todo, la elección

que hace Dios del pueblo de Israel sin méritos propios, no siendo un gran pueblo,

siendo poco significativo, tal vez, uno de los pueblos más pequeños, pero lo elige por

amor. Ese concepto, entre otras cosas, incluye la aceptación de ese amor que,

concretamente, significa sometimiento a la Torá. Sólo es pueblo de Dios con ese

sometimiento en relación con Dios.

El concepto de pueblo de Dios en el Nuevo Testamento sólo se refiere (con una o, tal

vez, dos excepciones) a Israel, es decir, al pueblo relacionado con la Antigua Alianza,

no es un concepto inmediatamente eclesial. De todos modos la Iglesia se entiende

como una continuación de Israel, aunque los cristianos no desciendan de Abrahám, y,

por tanto, no pertenezcan propiamente a ese pueblo. Pero, según dice el Nuevo

Testamento, descienden de Cristo y son también, por eso, hijos de Abrahám. Es decir,

es el pueblo de Dios el que es de Cristo. Se podría señalar que el concepto de Torá ha

sido sustituido por la persona de Cristo, y la categoría de pueblo de Dios que no se

utiliza para el nuevo pueblo, se vincula a la comunidad de Cristo, y a la vida como

Cristo y con Cristo, como dice San Pablo: "procurad tener los mismos sentimientos que

tuvo Cristo Jesús" (Fil 2, 5). Pablo describe los "sentimientos de Cristo" con las palabras

"se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz". El concepto pueblo de Dios se

aplica cristianamente sólo cuando se recoge en su aceptación bíblica. De cualquier otra

forma que no sea esa, sólo son utilizaciones no cristianas que pueden pasarse por alto.

Y, en mi opinión, creo que también son producto de la soberbia. Porque, ¿quién puede

decir de sí mismo "nosotros somos pueblo de Dios, esos otros no"?


 

 

 

Yo añadiría a esa afirmación, "somos el pueblo", una nueva consideración. De esa

afirmación, "somos el pueblo", también se deduce otra, "nosotros decidimos". Si en

Alemania, una asociación reuniera a todos sus miembros y dijera: "somos el pueblo y,

por tanto, decidimos que esto sea así", todo el mundo se mofaría de ellos, Todos los

pueblos tiene sus distintos órganos de decisión, todo el mundo sabe que las leyes

federales no se pueden decidir en un concejo municipal, es decir, por medio de un

órgano que no representa una totalidad. De igual modo, tampoco puede decir

cualquiera, "nosotros somos la Iglesia que decide", sino que todos pertenecemos a un

grupo, y todos los grupos pertenecen a una totalidad. Si en un pueblo auténticamente

democrático, hubiera distintos grupos que quisieran decidir por la totalidad, se vería

como un absoluto absurdo. En ese caso, debería haber un concejo municipal de

párrocos y una reunión diocesana para poder decidir sus propios asuntos. No. Los

asuntos de la Iglesia no pueden decidirse así.

A la Iglesia le sucede, tal como el Derecho público nos ha preparado (lo cual también

tiene significado para la Iglesia), que vive no sólo sincrónicamente sino también

diacrónicamente. Esto significa exactamente que todos -incluso los difuntos- vivimos y

formamos parte siempre de la totalidad de la Iglesia, pertenecemos siempre a una

totalidad de la Iglesia. Ayer, por ejemplo, en un Estado teníamos la Administración

Reagan y hoy tenemos la Administración Clinton, y la siguiente Administración

probablemente deshará todo lo realizado por la anterior, porque "ahora comenzarnos

de nuevo". Pero en la Iglesia no es así. La Iglesia vive su identidad en todas las

generaciones, con una identidad que sobrevive a todos los tiempos y cuya mayoría

está formada por santos. Cada nueva generación intenta sumarse a esa hilera de santos

con su propia aportación. Pero sólo podrá hacerlo, aceptando la continuidad de la

iglesia e incorporándose a ella.

Pero en los Estados también se logra una continuidad que nada tiene que ver con sus

Presidentes.

Efectivamente, es un argumento muy convincente. Es cierto que en los Estados no

siempre se empieza de nuevo, desde el principio. A todo el mundo le gusta poder

continuar con la tradición de su Estado, sujeto a una

Constitución, sin necesidad de empezar a construir desde cero. Y lo que es válido para

un Estado, también lo es para la Iglesia, claro está, pero, eso sí, de forma mucho más

estricta y mucho más profunda.

Hay algunos movimientos del tipo de "somos el pueblo", que no quieren pertenecer a

ese gran rebaño que obedece órdenes, reglas e indicaciones, y, sencillamente, han

saltado la valla.

¿Quiere decir en el Estado? Sí, así es. Pero en la Iglesia no se da ese fenómeno. Los

movimiento básicamente democráticos nos demuestran que, de hecho, eso no funciona

en el Estado. La Unión Soviética tuvo así sus comienzos. Al preparar los distintos

concejos, tenían también que decidir las "bases", porque todo el mundo tenía que

participar activamente. Y esa supuesta democracia directa, que se contrapuso como

democracia popular a una democracia representativa (parlamentaria), en la realidad

quedó convertida en una solemne mentira. Y en un concejo eclesial no sería muy

diferente.


 

 

 

Ese lema utilizado por muchos, "somos el pueblo", también ha tenido bastante éxito,

porque en nuestro pasado, cuando éramos jóvenes, fue también el lema de los

movimientos de protesta en la República Democrática de Alemania.

Sí, creo que efectivamente fue así. Pero en aquel caso, todo el pueblo seguía aquel

lema. Ahora ese consenso ha desaparecido. Ya sólo es una fuerte protesta, pero aun así,

en base a eso, no se puede conducir positivamente a una comunidad.

 

10. Santo gobierno y fraternidad

¿Por qué la Iglesia de hoy sigue actuando con métodos autoritarios y sigue organizada

con estructuras "totalitarias"? En la Iglesia se podrían utilizar otros modelos más

democráticos. En una sociedad democrática no se pueden reclamar los derechos

humanos y luego dejarlos colgados de una percha. No se puede exigir al prójimo, y

recriminar, legislar y obrar con un dedo acusador en alto.

Primero unas palabras con respecto a la jerarquía. La traducción exacta de este

concepto, no es precisamente santo gobierno, sino causa santa. La palabra "arkho"

puede significar efectivamente las dos cosas, causa y yo mando, pero aquí su

verdadero significado es el de "causa santa". Es la fuerza de una causa que se va

comunicando y que es santa, y, por eso siempre actúa de nuevo en cada nueva

generación de la Iglesia. Esta fuerza no perdura por la mera continuidad de

generaciones, sino que procede de esa fuente que siempre se hace presente de nuevo, y

que, por medio de los sacramentos, se sigue comunicando a todos. Esto, me parece a

mí que, de entrada, ofrece una visión diferente bastante importante, porque al

sacerdocio no le corresponde la categoría de gobernante. Al sacerdocio le corresponde,

por el contrario, ser instrumento y representante de un nuevo comienzo a cuya

disposición se pone. Entender el sacerdocio, el episcopado, el papado como dominio,

es tergiversarlo y desfigurarlo.

Por el Evangelio sabemos que los discípulos discutieron por una cuestión de rango, la

tentación de dominio propia de la juventud estuvo presente desde el primer momento,

y lo sigue estando. No se puede negar que en todas las épocas esté presente esa misma

tentación, también en la nuestra. Pero también, y a la vez, está aquel gesto del Señor

que lavó los pies a sus discípulos Para prepararles a compartir la mesa con Él, con el

mismo Dios. Con ese ademán nos está diciendo "esto es sacerdocio, si no os agrada, no

sois sacerdotes". 0 como también dijo a la madre de los Zebedeos "la condición es beber

mi propio cáliz", que es lo mismo que decir: hay que sufrir con Cristo. Si luego

estaremos sentados a su derecha 0 a su izquierda, no lo sabemos. Así que, por lo

pronto, lo que sabemos es que ser su discípulo significa beber el cáliz, acabar junto al

Señor compartiendo su mismo destino, lavar los pies a los demás, sufrir junto a Él. Éste

sería por tanto el primer punto: el origen que da sentido a la jerarquía no es, en ningún

caso, el de crear un sistema de dominio, sino el de mantener siempre presente algo que

no procede del individuo. Nadie puede por sí mismo perdonar los pecados, nadie

puede por sí mismo comunicar el Espíritu Santo, ni puede por sí mismo hacer la

transubstanciación del pan en el Cuerpo de Cristo, ni hacerlo presente. Para eso hay

que realizar un servicio en el cual la Iglesia no puede autoregularse, sino que vive

siempre de acuerdo con su origen primero.

Y una segunda observación: la palabra fraternidad es muy bonita, pero no deberíamos

olvidar su doble sentido. La primera pareja de hermanos que ha existido en la historia,

según cuenta la Biblia, fueron Caín y Abel, y uno mató al otro. Pero esa situación ha

acontecido en más lugares que en la historia religiosa. La mitología del origen de Roma


 

 

 

nos habla de Rómulo y Remo. Empezó también con dos hermanos, y uno mató al otro.

Es decir que el hecho de ser hermanos no significa, automáticamente, que sean un

modelo de amor y equidad. Así como la paternidad se puede convertir en tiranía, en la

historia también tenemos innumerables ejemplos de fraternidad negativa. La

fraternidad tiene también que ser, diríamos, redimida, y para eso hay que acercarla a la

Cruz, para que ahí tome su verdadera forma.

Y ahora tratemos acerca de las cuestiones prácticas. Es posible que en la Iglesia haya

actualmente demasiada decisión y demasiado gobierno. En realidad, según su

naturaleza, tiene una función que consiste sólo en servir para que se celebren los

sacramentos, para hacer que Cristo pueda estar siempre presente y para que se

proclame la Palabra de Dios. Todo lo demás está supeditado a esto. No tendría por qué

haber una función de gobierno permanente, pues debería ser suficiente con obedecer lo

que está establecido desde el principio y renovar nuestra vinculación a Cristo. El titular

de un cargo debería estar, no para darse a conocer y para cambiar las cosas, sino para

servir de conductor o canal para los demás, ocultándose a sí mismo, pero de eso ya

hemos hablado. Sobre todo, debería ser el primero en obedecer sin protestar "querría

decir tal cosa", sino preguntando qué dice Cristo y cuál es nuestra fe, y, luego, viviendo

sometido a ella. Y, en segundo lugar, debería ser también un buen servidor, siempre a

disposición de los demás, de forma que, en ese seguimiento de Cristo, estuviera

permanentemente dispuesto a lavarles los pies. En San Agustín puede apreciarse muy

bien esto; ya hemos hablado de ello: siempre estaba ocupado con menudencias,

dedicado al lavatorio de pies y dispuesto a malgastar su preciosa vida por los demás,

pero sabía que con eso no la malgastaba. Ésta sería la auténtica imagen del sacerdote.

Cuando se vive así, rectamente, ser sacerdote no puede significar que, al fin, se ha

alcanzado un puesto de mando, significa que se ha renunciado a un proyecto de vida

para darse al servicio de los demás.

Forma parte también de esta tarea, y cito nuevamente a San Agustín, "corregir,

reprender y sufrir disgustos".

Agustín explicaba en un sermón lo siguiente: "Tú quieres vivir mal, tú quieres

hundirte. Pero yo no puedo quererlo. Yo debo reprenderte, aunque no te guste" . Y

entonces utilizaba el ejemplo de aquel padre que sufría la enfermedad del sueño, cuyo

hijo continuamente le despertaba porque ése era el único modo de curarle. El padre

entonces decía "déjame dormir, estoy agotado". Y el hijo respondía "no, no puedo dejar

que duermas". "Y ésa es", proseguía Agustín, "la función de un obispo". No puedo

consentir que sigáis durmiendo. Ya sé que os gustaría continuar dormidos, pero eso es

precisamente lo que no puedo permitir. Y, en ese sentido, es como la Iglesia puede

también alzar su dedo índice y hacer advertencias. Pero haciendo siempre patente que

lo que quiere no es fastidiar a los hombres, sino mostrarles que está inquieta por su

propio bien: "no puedo dejaros dormir porque ese sueño sería mortal". Pero en el

ejercicio de esa autoridad tiene también que sobrellevar el peso del sufrimiento de

Cristo. Nosotros decimos, con una visión puramente humana "Cristo ha dado

testimonio de haber sufrido". Y la Iglesia también tiene que dar ese testimonio. Por eso

la Iglesia, cuando tiene mártires y confesores de la fe, se hace más digna de crédito.

Cuando la Iglesia se vuelve cómoda, pierde credibilidad.

11. El celibato

Bien. Nada hay que enfade más a la gente, que la vieja cuestión sobre el celibato.

Aunque sólo afecte a una mínima fracción de la Iglesia ¿por qué existe el celibato?


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