¡Dios te salve María!
 

Va muy unido a unas palabras de Cristo. Hay algunos, -dice-, que renuncian al

matrimonio por el Reino de los Cielos y ofrecen toda su existencia en testimonio del

Reino de los Cielos. La iglesia llegó muy pronto a la convicción de que ser sacerdote

significaba dar testimonio de ese Reino de los Cielos. En el Antiguo Testamento, el

sacerdote tenía una situación paralela, aunque de otra naturaleza, que sirve de objetiva

analogía. Israel se instala en el país. Las once tribus recibieron su propia tierra, su

territorio. Sólo la tribu de Leví, la tribu de los sacerdotes, no recibió ninguna tierra, no

recibió ninguna herencia; su herencia era sólo Dios. Esto significaba, en la práctica, que

sus miembros tenían que vivir de las ofrendas del culto, y no de la explotación de las

tierras como las otras tribus. Su característica fundamental es que no tenían ninguna

propiedad. En el Salmo 16 se dice: " Tú eres mi copa, y la porción de mi herencia. Tú

eres quien garantiza mi suerte". Dios es mi heredad. Esta figura del Antiguo

Testamento que deja a la tribu de los sacerdotes sin territorio y que, podría decirse,

sólo vive de Dios, y, por tanto, sólo referida a Dios, se tradujo más adelante como unas

palabras de Jesús que venían a decir que, en la vida del sacerdote, su tierra es Dios.

Actualmente nos resulta difícil entender el carácter de esta renuncia, porque la

proporción de matrimonios y de hijos ha sufrido un gran cambio. Morir sin

descendencia, era considerado antiguamente como vivir inútilmente, "he trazado las

huellas de mi vida, pero no he dejado mi rastro; de haber tenidos hijos, habría

sobrevivido en ellos, hubiera quedado mi inmortalidad reflejada en mi descendencia".

Por eso, era casi condición de vida permanecer en el mundo de los vivos, dejando

descendencia.

La renuncia al matrimonio y a una familia habría que contemplarla bajo este punto de

vista, "renuncio a algo normal e importante para los demás, renuncio a traer nuevas

vidas al árbol de la vida, para vivir con la confianza de que sólo Dios es mi heredad, y

contribuir así a que los demás crean en la existencia del Reino de los Cielos", "Así, no

sólo con palabras, sino con mi propia existencia, daré testimonio de Jesucristo y de su

Evangelio, entregaré mi vida para que Dios disponga de ella".

El celibato, por tanto, tiene doble sentido, uno cristológico y otro apostólico. No se

trata de ahorrar tiempo -Como no soy padre de familia, dispongo de más tiempo-,

aunque sea verdad, eso sería una visión demasiado primitiva y pragmática. De lo que

se trata es de una existencia humana, que lo deja todo por Dios, y esto, exactamente,

quiere decir que entrega lo que a los demás les parece normal y condición de vida, un

aliciente para la existencia humana.

Por otra parte, no es un dogma. ¿Se trata acaso de una deliberación actualizada cada

día: de elegir una forma de vida de celibato o no celibato?

En efecto, no es un dogma. Es una costumbre de vida que, desde muy temprano, se fue

formando en el interior de la iglesia por muy buenas razones bíblicas. Recientes

investigaciones han demostrado que el celibato se remonta a tiempos muy remotos -

como hemos sabido por las fuentes del derecho- hasta el siglo II. En la Iglesia oriental,

el celibato también estuvo muy extendido desde tiempos muy lejanos donde nosotros

no podemos llegar. En Oriente hubo un cambio en este aspecto en el siglo VII. No

obstante, tanto antes como después de ese siglo, los monjes de Oriente siempre han

considerado muy importante el celibato tanto para los sacerdotes comunes como para

su jerarquía.

No es un dogma, es una costumbre de vida que creció en el seno de la Iglesia y que,

naturalmente, lleva consigo el riesgo de que pueda desaparecer. Siendo tan atacada,


 

 

 

puede haber caídas. Yo creo que lo que la gente de ahora tiene contra el celibato es que

ven a muchos sacerdotes que, en efecto, en su interior no están muy de acuerdo, y

entonces les parece una hipocresía que lo vivan mal o que se pasen la vida sufriendo y

que ...

... les destroce la vida ...

Cuanta menos fe haya más caídas habrá. Y con eso se consigue que, además, el celibato

pierda prestigio y no se le reconozca todo lo que tiene de positivo. Es muy importante

saber y tener clara la idea de que los tiempos de crisis del celibato coinciden siempre

con tiempos de crisis del matrimonio. Actualmente, no sólo se ven grietas en el

celibato, el matrimonio, como fundamento de nuestra sociedad, cada vez es más frágil

. En las legislaciones de los estados occidentales, se ofrecen con cierta frecuencia otras

alternativas que se ponen al mismo nivel, para después poder disolverlas legalmente

con más facilidad. Y una cosa más, el esfuerzo por vivir realmente bien el matrimonio,

tampoco es pequeño. Es decir, que si se aboliera el celibato, pasaríamos, en la práctica,

a la separación de matrimonios de sacerdotes, y tendríamos un nuevo problema

añadido. La Iglesia evangélica sabe mucho de eso.

Nosotros lo que podemos comprobar con todo esto es que las altas formas de vida que

se dan en la existencia humana conllevan también grandes riesgos.

La consecuencia que podemos sacar no es decir "así no podemos seguir" . No. Lo que

hemos de hacer esforzarnos en aumentar nuestra fe. Y también tenemos que tener más

cuidado a la hora de hacer la selección de los candidatos al sacerdocio. Porque sería

lamentable que alguno fuera cargado con algún problema y, sin decírselo a nadie,

pensara "preferiría no seguir adelante hacia el sacerdocio". 0 que pensara, por ejemplo,

"me gustan demasiado las chicas, pero ya lo arreglaré". Ese no es buen comienzo. El

candidato al sacerdocio tiene que contemplar la fe como la única fuerza en su vida;

debe saber que sólo vivirá de la fe. Sólo así, el celibato podrá ser el testimonio que

edifique a los hombres y además anime a los casados a vivir bien su matrimonio.

Ambas instituciones van estrechamente entrelazadas. Cuando una fidelidad no es

posible, la otra tampoco lo es; una lealtad fundamento la otra.

¿Es simple suposición eso que ha dicho de que la crisis del celibato coincide con la

crisis del matrimonio?

Es algo evidente. Cuando el hombre tiene que tomar una decisión vital y definitiva

sobre alguna cuestión intima, siempre se plantea las mismas preguntas: ,¿es bueno

decidir ahora a los, digamos, veinticinco años, algo para toda la vida?" Y, sobre todo,

"¿esto será conveniente para mí?", "¿podré hacer esto y realizarme, madurar, o será

mejor esperar otras posibilidades?". Y yendo más al fondo aún, la cuestión se presenta

así: "¿es propio del hombre decidir algo definitivo en el ámbito más íntimo de su

existencia?", "¿podrá el hombre mantener una decisión definitiva toda la vida?". Yo

daría estas dos respuestas con respecto al matrimonio: una, podrá si, de verdad, está

fuertemente anclado en la fe; y dos, podrá si lucha por alcanzar la plenitud del amor y

de la madurez humana. Y todo lo que el hombre realice fuera del matrimonio

monógamo está por debajo de él.

Pero si las cifras de las rupturas del celibato son exactas, se puede decir que, de facto,

el celibato hace tiempo que ha fracasado. Por eso le repito la pregunta: ¿Es tal vez una

deliberación actualizada cada día, en el sentido de ser una elección libre?


 

 

 

En cualquier caso ha de ser de libre elección. Más aún, antes de la ordenación hay que

afirmar bajo juramento que se hace libremente y porque se quiere. A mí siempre me

molesta mucho que se diga que nuestro celibato es obligatorio y que se nos ha

impuesto. Se vive el celibato desde el principio, por una palabra dada. Pero, ya dije

antes que habría que poner más atención durante la preparación al sacerdocio, para

que esa palabra sea seriamente dada. Éste es el primer punto. Y el segundo es que,

donde hay fe, y en la medida en que una iglesia viva de esa fe, es seguro que surgen

esas decisiones.

Yo creo que, en el fondo, suprimiendo esa condición no mejoraría nada, lo único que se

conseguiría es disimular un poco una auténtica crisis de fe. Para la Iglesia,

indudablemente, que haya algunos, pocos o muchos, que viven una doble vida es una

tragedia. Desgraciadamente, no es la primera vez que ocurre. En la baja Edad Media

hubo una situación similar causada por la Reforma. Fue un proceso muy doloroso que

ahora nos debería hacer reflexionar, pensando también en el sufrimiento de muchos

hombres por este motivo. En cualquier caso -y ese ha sido el resultado obtenido en el

último Sínodo de obispos- la mayoría de los pastores de la Iglesia están plenamente

convencidos de que el verdadero problema es una crisis de fe, y no el de la llamada

falta de adaptación. Así no se logran más ni mejores sacerdotes, sólo sirve para

disimular una crisis de fe, y para sugerir, al mismo tiempo, soluciones demasiado

superficiales.

Pero, una vez más, con respecto a mi anterior pregunta, ¿cree que llegará el día en el

que los sacerdotes puedan elegir libremente su vida de célibe o no célibe?

Ya le había entendido. Pero quería dejar muy claro que, según lo que cada sacerdote

decide libremente antes de su ordenación, eso que algunos llaman celibato forzoso no

existe. Sólo se puede ser admitido al sacerdocio voluntariamente. Y aquí cabe

preguntarse "¿y qué relación tienen el sacerdocio y el celibato?", "decidirse por el

celibato, ¿no es rebajar el sacerdocio?" Creo que antes de seguir adelante con este tema

deberíamos remitirnos nuevamente a la Iglesia ortodoxa y a la evangélica. La

cristiandad evangélica tiene un concepto muy diferente del ministerio. Para ellos, es

una función, una misión de servicio, que procede de la propia comunidad, pero, sin el

sentido de sacramento, no es sacerdocio en sentido estricto. Y en la Iglesia ortodoxa

tienen, por un lado, la forma de plenitud sacerdotal, que son los monjes sacerdotes y

son los únicos que pueden ser obispos. Y Por otro lado, los "Leutpriester" (sacerdotes o

clérigos públicos), que si quieren pueden casarse, pero deberá ser antes de su

ordenación y no podrán ejercer la cura de almas, solamente ocuparse de los servicios

del culto. Ésta es otra concepción diferente del sacerdocio. Pero nosotros pensamos que

cualquiera que desee ser sacerdote tiene que serlo de la misma forma que lo es un

obispo, sin que existan esas diferencias.

Son costumbres en la vida de la Iglesia que, aunque estén muy bien cimentadas y

fundamentadas, no hay por qué contemplarlas como totalmente absolutas. La Iglesia

se cuestionará con toda seguridad muchas cosas, una y otra vez, como acaba de

suceder en los dos últimos sínodos. pero, partiendo siempre de la historia de la

cristiandad de occidente, y por todo lo que subyace en el fondo de esta cuestión, creo

que la Iglesia no debe pensar que si se decidiera a solucionar esa "desadaptación"

saldría ganando; saldría perjudicada con toda seguridad.

Entonces, se podría decir que no cree que algún día en la Iglesia católica haya

sacerdotes casados.


 

 

 

Al menos en un tiempo previsible. Y, para ser enteramente sincero, le diré que,

actualmente, ya hay sacerdotes casados que proceden de la Iglesia anglicana o de otras

comunidades cristianas; son conversos que se han acercado a nosotros. Es decir, que en

casos excepcionales es posible, pero claro está, son eso, casos excepcionales. Y creo que

lo seguirán siendo también en el futuro.

¿Y no sería mejor que la Iglesia suprimiera el celibato, para evitar que hubiera tan

pocos sacerdotes?

No creo que ese argumento sea muy acertado. La cuestión del número de vocaciones al

sacerdocio abarca muchos aspectos. Tiene bastante que ver, por ejemplo, con el

número de hijos que hay actualmente. Si el promedio de natalidad ahora es de 1,5 hijos

por matrimonio, lógicamente, la posibilidad de vocaciones sacerdotales que pueda

haber es muy diferente a la que había en otros tiempos, cuando las familias

acostumbraban a ser numerosas. Y, por otra parte, en las familias, ahora predominan

otras expectativas. Tenemos la experiencia, por ejemplo, de que una de las dificultades

más frecuentes e importantes que hay en la vocación sacerdotal son los propios padres.

Ellos tienen otros planes distintos para sus hijos. Ese es el primer punto. Y un segundo

punto es que el número de cristianos practicantes es mucho menor y,

consecuentemente, el número de candidatos también se ha reducido notablemente. No

obstante, en proporción al número de hijos y de cristianos que participan en la Iglesia,

el número de vocaciones no se ha reducido tanto. Para ser exactos hay que tener en

cuenta esa proporción. Por eso lo primero de todo sería preguntarse "¿hay creyentes?".

Y, a continuación, "¿surgen de ahí vocaciones de sacerdotes?".

12. Los anticonceptivos

Señor Cardenal, muchos creyentes no entienden la postura de la Iglesia con respecto a

los anticonceptivos. ¿Entiende que no lo entiendan?

Sí. Claro que lo entiendo, porque es un tema algo complicado. Con las tribulaciones

del mundo actual, por las proporciones de las viviendas y por otras muchas razones,

en principio, parece razonable que el número de hijos no sea muy alto. Pero, por esa

misma razón, no se puede plantear este asunto desde la casuística individual, sino que

hemos de considerarlo conociendo primero cuáles son las intenciones de la Iglesia a

este respecto.

Yo creo que hay tres grandes opciones fundamentales para el hombre en torno a este

problema. Una es el cambio de actitud que la humanidad debe adoptar con respecto al

número de hijos y que ha de ser una actitud radicalmente positiva. El cambio de

enfoque en este ámbito ha sido considerable, Antes, hasta el siglo XIX, los hijos eran

considerados, incluso en las capas sociales más sencillas, como una bendición de Dios;

en cambio, ahora se ven como una carga que "ocupará mi sitio en el día de mañana", o

"mí espacio vital peligra", etcétera. Ésta sería una primera intención de la iglesia,

recobrar la primitiva -la auténtica- forma de enfocar este tema: cada hijo, un nuevo ser,

es una bendición. Dando vida, también se recibe vida, y salir de sí mismo y adherirse a

la bendición de la Creación es esencialmente bueno para el hombre.

La segunda es que, ante la actual situación -hasta ahora desconocida- de separación

entre la sexualidad y la reproducción, hemos de volver cuanto antes a recordar y a

recuperar el nexo íntimo que existe entre ambas realidades.


 

 

 

Pero hay representantes de la generación del 68, o de la generación actual, que dicen

haber vivido experiencias asombrosas. Rainer Langhans dice haber investigado en su

comuna lo que él llama "sexualidad orgásmica,", Y explica que con la píldora, se separa

la sexualidad de su parte espiritual y la gente se queda en una especie de callejón sin

salida". Langhans se lamenta que ya nadie se da, no hay entrega mutua". Según su

valoración, "lo supremo" de la sexualidad es la "paternidad" a la que él llama

"colaborar en los planes divinos".

Lo que ahí se produce son dos realidades totalmente separadas. En la famosa obra de

Aldous Huxley sobre el mundo del futuro, Un mundo feliz, una novela muy bien

fundamentada y con una visión muy lúcida sobre la tragedia que esperaba a la

humanidad en el mundo futuro, Huxley separaba la sexualidad de la reproducción.

Los niños, en esa novela, realmente se planificaban y se reproducían en un laboratorio.

Aquello fue una deliberada caricatura, pero, como toda caricatura, contenía cierto

parecido con la realidad: los niños se podían producir de acuerdo con una

planificación previa, porque eso estaba sujeto al control de la razón. Y así el hombre se

destruye a sí mismo. Con ese sistema, se despoja a los niños, por anticipado, de su

propio proyecto de vida, además de convertirles en un producto donde el hombre

quiere verse reflejado. Y la sexualidad se convierte así, en algo intercambiable

De ese modo, Por supuesto, desaparece la relación varón-mujer; y ya estamos viendo

cómo ha evolucionado todo esto.

En la cuestión de los anticonceptivos, la Iglesia quiere ayudar al hombre con esas tres

opciones fundamentales. porque la tercera opción, a ese respecto, es considerar, una

vez más, que los graves problemas morales nunca se pueden solucionar por medio de

la técnica o de la química; los problemas morales sólo se solucionan moralmente, es

decir, cambiando el modo de vida. Y yo diría que éste es -también con independencia

de los anticonceptivos- uno de nuestros mayores peligros. Porque, actualmente,

queremos dominar cualquier situación en la que se encuentre el hombre con ayuda de

la técnica y, hemos olvidado, que en la humanidad siempre ha habido problemas

humanos que no se han podido solucionar con esos sistemas, sino con la firme decisión

de dar un giro al estilo de vida. Yo insisto en que, en esta cuestión de los

anticonceptivos, lo primero de todo es reflexionar sobre estas tres alternativas

esenciales para el hombre, y donde la Iglesia está librando una batalla en su ayuda. Y,

después, es importante también poner más de relieve qué sentido tienen las objeciones

de la Iglesia, porque, tal vez, no siempre se formulen con mucho acierto, pero ahí se

ponen en juego los caminos que llevan la existencia humana hasta la vida eterna.

Queda aún una pregunta por hacer. Cuando un matrimonio con varios hijos vive la

continencia periódica, ¿está faltando a esa actitud positiva hacia los hijos?

No. Claro que no. Eso nunca debería suceder.

Pero, tal vez se sientan incómodos, como si estuvieran cometiendo un pecado, si no ...

En ese caso, yo les aconsejaría que consultaran a su director espiritual, que pidieran

consejo al sacerdote, porque esas cosas no se pueden dilucidar en abstracto.

 

13. El aborto

La Iglesia, el Papa, se oponen siempre con mucha vehemencia a cualquier medida "que

de una u otra forma promueva el aborto, la esterilización y también la anticoncepción".


 

 

 

Esos hechos lesionan la dignidad del hombre como imagen de Dios y socavan el

fundamento de la sociedad. De lo que se trata, básicamente, es de la protección de la

vida. Pero, en ese caso, ¿por qué insiste tanto la Iglesia en defender la pena de muerte

"sin excluirla", como un "derecho del Estado", como dice el Catecismo?

Cuando la pena de muerte es legal, lo que se hace es castigar a un sujeto que ha

cometido un delito comprobado de extrema gravedad, y que, además, pueda ser un

peligro para la paz social; es decir, se castiga a un culpable. En un aborto, en cambio, se

aplica la pena de muerte a una persona absolutamente inocente. Son dos cosas

totalmente diferentes que no admiten comparación.

Lo que ocurre es que muchos ven al niño no nacido como a un injusto agresor que "va

a disminuir mi espacio vital", "se entremeterá en mí vida", y al que, por tanto, hay que

castigar como a un injusto agresor. Pero ese es el punto de vista de los que, como

comentábamos antes, no ven al niño como una creación de Dios, no lo ven creado a

imagen de Dios y con derecho a la vida, todavía no ha nacido y ya lo ven como a un

enemigo o a un inoportuno sobre el que se puede disponer. Pienso que esto sucede

porque no se es consciente de que un hijo concebido ya es un ser, ya es un individuo.

El hijo ya se diferencia y se distingue de la madre aunque necesite todavía la

protección de su vientre-, y ya es persona, es un ser humano que requiere ser tratado

como tal. Si olvidamos este principio, que el hombre en cuanto hombre está bajo la

protección de Dios y no a merced de nuestro arbitrio, si olvidamos esto, estamos

olvidando el verdadero fundamento de los derechos humanos.

Pero, cuando alguien decide la interrupción de un embarazo por serios motivos de

conciencia, ¿se puede decir que está conspirando contra la vida?

Es difícil saber qué culpabilidad tiene una persona singular y no se puede, por tanto,

hacer un pronunciamiento en abstracto. Pero, el hecho como tal -a una situación así

también se puede llegar por presiones humanas-, es que, para arreglar una situación

conflictiva, se decide matar a un ser humano. Y eso nunca arregla un conflicto. Todos

sabemos por los psicólogos con qué fuerza se graba eso en el alma de la madre; ella

sabe que tenía un ser humano en su vientre y que era su hijo, del que, tal vez ahora,

pudiera estar muy orgullosa. La sociedad tiene que poner más medios para hallar otras

posibilidades que solucionen esas situaciones, para que desaparezcan las presiones a

esas madres en ciernes y se fomente de nuevo el amor a la infancia.

 

14. El matrimonio de los divorciados

Sólo algunos católicos particularmente fieles, divorciados que luego se casan

civilmente en matrimonio no reconocido por la Iglesia, cumplen con la excomunión

que les afecta por este motivo. Esto no parece muy justo, es una humillación, incluso

parece anticristiano. En el año 1972 usted decía: "El matrimono es sacramento... eso no

excluye que la Comunión de los santos de la Iglesia también abarque a los hombres

que, reconociendo esta doctrina y estos principios de vida, estén en una particular

situación de emergencia que requiera una especial comunión con el Cuerpo de Cristo".

Debo empezar precisando que las personas casadas civilmente no están excomulgadas

formalmente. Las excomuniones son una medida penitencial; significa una limitación

en la pertenencia a la Iglesia. Pero esas sanciones de la Iglesia no se les imponen a

ellos, aunque salte a la vista, por supuesto, que su núcleo central les afecta, puesto que

no pueden acercarse a comulgar. Pero, como decía, no están excomulgados en sentido


 

 

 

estricto. Esas personas siguen siendo miembros de la Iglesia que, por una determinada

circunstancia de su vida, no están en condiciones de recibir la comunión. No cabe

duda de que esto es un peso más, en este mundo nuestro en el que, precisamente, el

número de matrimonios deshechos parece ir en aumento.

Pero yo pienso que ese peso se puede sobrellevar algo mejor, si se tiene en cuenta que

hay otros muchos que tampoco pueden ir a comulgar. Este hecho, últimamente, se ha

convertido en un problema mayor, porque se ha hecho de la comunión una especie de

rito social, de modo que, el que no participe de ella queda significado de alguna forma.

Las cosas se juzgarían de distinto modo si volviera a ser manifiesto que hay otros que

también se dicen: "así no puedo comulgar", "tengo sobre la conciencia algo que me

impide acercarme a comulgar", y si, como dijo San Pablo, ahí se reconociera el Cuerpo

de Cristo. Eso por un lado. Y, por otro, que esas personas tengan conciencia de que, a

pesar de todo, la Iglesia les acoge y sufre con ellas.

Eso más bien parece un deseo piadoso.

Pero eso, como es natural, debería ser evidente en la vida de una comunidad. Por otra

parte cuando se acepta esa renuncia a la comunión, también se está haciendo algo

bueno por la Iglesia y por la humanidad, pues se da testimonio de la unidad del

matrimonio. Y pienso que, además, con eso se consigue algo muy importante, como es

reconocer que se debe cambiar de conducta, y entonces el sufrimiento y la renuncia

también pueden ser positivos. Y, por último, también es muy positivo volver a

recordar qué es la Misa, La Eucaristía está llena de significado, da fruto, aunque no

siempre se pueda ir a comulgar. 0 sea, que este asunto sigue siendo delicado y difícil,

pero cuando se pongan en orden todas estas ideas yo creo que resultará más llevadero.

Cuando el sacerdote recita las palabras, "Benditos los invitados a la cena del Señor", los

otros deben sentirse malditos.

Esto, desgraciadamente, ha quedo poco claro debido a una traducción incorrecta.

Porque esas palabras no se refieren directamente a la Eucaristía. Han sido tomadas del

Apocalipsis y hacen referencia a una invitación al banquete de bodas definitivo,

representado en la Eucaristía. El que no pueda acercarse en el momento de la

comunión, no debe, por eso, sentirse excluido del banquete de bodas de la eternidad.

Lo que importa es hacer un continuo examen de conciencia y pensar si se está

preparado para acercarse al banquete eterno -si eso sucediera ahora- y para ir a

comulgar en ese momento. Con ese llamamiento se exhorta al que no estuviera en

condiciones, a reflexionar que él también será invitado a ese banquete nupcial, como

todos los demás. Y, tal vez, sea mejor acogido por haber sufrido mucho.

Esta cuestión, ¿se volverá a discutir de nuevo, o se ha dado ya por zanjada?

Ya está decidida en lo fundamental, pero, de hecho, puede haber todavía alguna otra

cuestión o pregunta singular. Podría suceder, por ejemplo, que en un futuro se pudiera

comprobar con posterioridad, gracias a alguna verificación extrajudicial, que el primer

matrimonio había sido nulo. Esto, en la práctica de la cura de almas, podría suceder, en

algún caso. Y es posible, puede pensarse que haya cambios jurídicos de esa índole que

descomplicarían mucho algunas cosas. Pero el principio fundamental es definitivo, es

decir, que el matrimonio es indisoluble, y que el que abandona un matrimonio válido y

menosprecia el sacramento para volver a contraer matrimonio no puede comulgar.

Éste es un principio fundamental definitivo.


 

 

 

Casi siempre se insiste en los mismos puntos. Por ejemplo, ¿qué cosas de la antigua

Tradición debe conservar la Iglesia, y cuáles podría desechar? Y, ¿cómo se decide

esto?, ¿existe algún listado con una línea divisoria: a la derecha, lo que vale para

siempre y, a la izquierda, lo que se puede renovar?

No. No es tan fácil como eso, por supuesto. La misma Tradición contiene muchas cosas

que no son de igual importancia. Antes, en teología se hablaba de distintos grados de

evidencia, y no era tan equivocado. Actualmente, muchos creen que deberíamos

volver a esa costumbre. Cuando se habla de la jerarquía de las verdades, lo que se

quiere decir es que no todas tienen la misma importancia, es decir, que no todas son

esenciales, pues lo que las grandes resoluciones conciliares declaran es lo mismo que

ya está dicho en el Credo, único camino y, por tanto, parte esencial de la Iglesia, que

pertenece a su identidad más íntima. Y luego hay, además, distintas ramificaciones que

proceden de un gran árbol, y que están íntimamente en relación con él, pero que no

tienen la misma importancia. La Iglesia tiene sus señas de identidad para reconocer las

cosas, es decir, la iglesia no es inamovible, se identifica con todo lo viviente, pero

permaneciendo siempre fiel a sí misma a medida que evoluciona.

 

15. La ordenación de la mujer

La respuesta a otra de esas grandes cuestiones, la de la ordenación de la mujer, fue una

rotunda negativa, "presentada por el Magisterio de forma infalible". En otoño de 1 995

el Papa lo volvió a confirmar: "Nosotros no tenemos derecho a cambiar eso", decía en

su declaración. Da la impresión de que el argumento histórico aparece siempre. Pero si

se tomara eso tan en serio, entonces no habría podido haber un Pablo, pues decía que

lo nuevo debería abolir las cosas santas de la antigüedad. Y Pablo aportó muchas

novedades La gente se pregunta, ¿cuándo acabaremos con esas normas fijas? ¿cuando

se introducirán las novedades? Yeso de remitirse tanto a la historia, ¿no será una

especie de fetichismo incompatible con la libertad de los cristianos?

Aquí habría que hacer un par de precisiones. La primera sería decir que San Pablo hizo

cosas nuevas en nombre de Cristo, nunca en nombre propio. Y exhortaba, además,

clara y explícitamente, que si alguno que hubiera dado por válida la Revelación del

Antiguo Testamento y luego, arbitrariamente, cambiaba algo de ella, ese tal, actuaba

mal. Lo nuevo existía porque había sido establecido por Dios en Jesucristo. Y Pablo,

servidor de lo nuevo, sabía bien que aquello no era un descubrimiento suyo, pues tenía

su origen en Jesucristo. Él había adquirido un compromiso, y era muy exigente consigo

mismo en su cumplimiento. Si recordamos su narración de la última Cena,

expresamente dice: "Yo mismo he recibido lo que os he revelado", y luego seguía

explicando que él se sentía comprometido con lo que el Señor hizo en aquella última

,ocho y, después, le había sido confiado por la Tradición. 0 también si recordamos la

narración de la Resurrección, donde de nuevo dice: "Yo lo he recibido así y también he

tenido un encuentro con él. As! es como lo aprendemos nosotros, así es como lo

aprendemos todos nosotros; y el que no lo aprenda de esa forma, se aleja de Cristo".

Pablo distinguía muy bien lo nuevo, que tenía su origen en Cristo, y su compromiso

con él, que era lo que le legitimaba para hacer cosas nuevas. Éste era el primer punto

que yo quería precisar.

Y el segundo es que, de hecho, lo que no haya sido establecido por el Señor y la

Tradición apostólica sufre siempre continuos cambios en todos los ámbitos, ahora

también. Así que, lo que deberíamos preguntarnos es: ¿eso procede del Señor o no?,

¿cómo podemos saber eso?". La confirmación del Papa a la respuesta que nosotros -la


 

 

 

Congregación para la Doctrina de la Fe- redactamos para el tema de la ordenación de

mujeres, no significa que el Papa haya emitido un dogma o precepto infalible. Lo que

hizo el Papa fue confirmar nuevamente que la Iglesia -los obispos de todo tiempo y

lugar- así lo han visto y así lo mantienen. El Concilio Vaticano II dice: "lo que los

obispos exponen como doctrina definitiva en los casos de fe y de costumbres, de forma

unánime durante un largo tiempo, es infalible". Es la manifestación de un compromiso

que no había sido adquirido por ellos mismos. Nuestra respuesta se remite

exactamente a ese pasaje del Concilio (Lumen gentium, 25). No se trata, por tanto,

como ya dije antes, de una expresión de la infalibilidad del Papa, se trata de la

obligatoriedad de continuar en la Tradición. Y la continuidad en los orígenes de las

cosas, es algo especialmente importante. Nunca se ha dado algo por supuesto. Durante

algún tiempo, hubo religiones muy antiguas que tuvieron sacerdotisas y también las

hubo en algunas sectas de orientaciones gnósticas. Recientemente, un investigador

italiano ha descubierto que en los siglos V y VI, en el sur de Italia, hubo grupos de

sacerdotisas, y que los obispos y el Papa se opusieron mediante medidas terminantes y

enérgicas. La Tradición no nos viene de nuestro medio ambiente, nos llega de lo más

profundo del cristianismo.

Y añadiré, además, una información reciente que parece de interés. Es un diagnóstico

realizado por una de las feministas católicas más conocedoras de este tema, Elisabeth

Schüssler-Fiorenza. Esta mujer alemana es una importante exegeta, estudió exégesis en

Münster, allí se casó con un italoamericano de Florencia y actualmente es profesora de

universidad en Estados Unidos. Durante mucho tiempo ha luchado con energía a favor

de la ordenación de la mujer, pero ahora ha concluido que eso era un objetivo

equivocado. La experiencia de sacerdotes femeninos en la Iglesia anglicana ha dado

como resultado que ordination is not a solution, la ordenación no es una solución, "no

es lo que buscábamos". Y explica por qué. Dice: "ordination is subordinatíon", la

ordenación es subordinación, adaptación, sometimiento, y eso es precisamente lo que

no queremos". Es un diagnóstico totalmente acertado.

Ingresar en un ordo supone siempre entrar en una relación de adaptación y

sometimiento. "En nuestro movimiento de liberación -dice la señora Schüssel-Fiorenza-

, no queremos entrar ni en un ordo ni en un subordo, no queremos subordinación, lo

que queremos precisamente es vencer ese mismo fenómeno. El objetivo de nuestra

lucha no debe ser la ordenación de la mujer, -continúa diciendo-, sería una

equivocación; nuestro objetivo ha de ser suspender totalmente las ordenaciones y

conseguir que la Iglesia sea una sociedad igualitario en la que haya una sola shifting

leadership, un liderazgo intercambiable". La señora Schüssel-Fiorenza se ha dado

claramente cuenta de que las razones por las que estaba luchando en favor de la

ordenación de la mujer eran, en realidad, la "liberación hacia el sometimiento"; en eso

tiene razón. Eso es lo que verdaderamente hay en el fondo de esa cuestión. ¿Qué es

exactamente el sacerdocio? ¿Es un sacramento o se trata de que haya un liderazgo

intercambiable, donde nadie pueda retener el "poder" durante mucho tiempo? Creo

que las próximas discusiones acerca de este asunto discurrirán en esa línea.

Todas las cuestiones que hemos abordado hasta el momento vuelven a ser planteadas

de vez en cuando a lo largo de los años, con más o menos eco, por parte de la

población. ¿Qué juicio le merecen movimientos como las iniciativas populares de la

Iglesia en Alemania?

Eso ya está respondido en parte al hablar de la situación de la Iglesia en Alemania y en

otros países. Los comentarios hechos por Metz a ese respecto me parecieron muy

objetivos. Si no me equivoco, creo que Metz ha puesto el dedo en la llaga al decir que


 

 

 

eso es querer curar los síntomas, dejando a un lado el núcleo central de la crisis de la

Iglesia, algo que -con palabras quizá poco afortunadas- ha denominado "la crisis de

Dios". En sus comentarios ha puesto de relieve el punto más decisivo de ese asunto.

Cuando antes hablábamos de un moderno consenso contrario a la fe, yo lo citaba

cuando decía que Dios, aunque existiera, ya no contaba para nada. Cuando se vive así,

la Iglesia se convierte en una especie de club que tiene que buscar algo en sustitución

de lo que fueron sus fines y su sentido de las cosas. Y entonces, todo lo que no pueda

explicarse sin Dios, molesta. Y se deja de lado para poder continuar. Metz aclaraba -

hablo fiado de mi memoria-, que la mayoría de los postulados de las iniciciativas

populares ya se han llevado a cabo en la Iglesia protestante. Y es evidente que a pesar

de eso no han quedado al margen de la crisis. Por tanto, nosotros ahora nos

planteamos la pregunta -más o menos- de por qué vamos a ser nosotros una copia de

la cristiandad evangélica. y yo sólo puedo estar de acuerdo con este razonamiento.

Aquí se ha formado una especie de civilización cristiana occidental-liberal, que es

como una fe secularizada, donde todo viene a ser uniforme. Esta cultura que,

frecuentemente, tiene poco que ver con la esencia del cristianismo -en este caso, del

catolicismo-, cada vez parece tener más atractivo. Al parece, el Magisterio de la Iglesia

apenas tiene nada que objetar a esta filosofía, que representa de modo particular

Eugen Drewermann.

La ola de Drewermann ya está decayendo. Lo que él expone es sólo una variante de la

cultura general de una fe secularizada, como antes me comentaba. Yo diría que no se

quiere abandonar la religión, pero que tampoco se quiere que la religión reclame sus

derechos sobre el hombre. De la religión se busca lo misterioso, pero ahorrándose el

esfuerzo de la fe. Las múltiples formas de esta nueva religión, de esta nueva

religiosidad y su filosofía, se encuentran estrechamente unidas, en gran parte bajo el

lema de New Age: una especie de asociación mística con el fin de divinizar el universo,

al que se dirigen con diversas técnicas. Creen que así pueden vivir de forma suprema

la religión, pero manteniendo al mismo tiempo una visión científica del mundo. Frente

a eso, la fe cristiana parece complicada; indudablemente, exige bastante esfuerzo. Pero,

gracias a Dios, precisamente en nuestro siglo no han faltado pensadores cristianos, ni

formas de vida cristiana realmente ejemplares. Ahí es donde se hace patente la fe

cristiana, y se hará evidente también que con ella se logra la plenitud del ser humano.

Por eso hay en las jóvenes generaciones tantas manifestaciones en favor de una vida

cristiana, aunque esto no se perciba de manera masiva.

El mundo no parece olvidar fácilmente ese "canon" de las críticas que veíamos antes.

Siendo así, ¿qué se puede hacer? ¿No se podrían frenar todas esas preguntas? ¿Cómo

podrían liberarse de ellas?

Me parece de todos modos que no serán tan apremiantes cuando se deje de ver a la

Iglesia como una meta final, como un fin propio y un lugar de acceso a un poder;

cuando, gracias a una fe recia, el celibato se vuelva a vivir de forma decidida; cuando

se considere la vida eterna como el fin último del cristianismo y no se considere al

cristianismo como un grupo que busca ejercer el poder. Yo estoy convencido de que

algún día llegará un cambio espiritual crucial, y todas esas cuestiones, ahora,

apremiantes perderán su interés con la misma rapidez con que la obtuvieron. Porque,

en realidad, esas no son las verdaderas cuestiones del hombre.


 

 

 

 

 

 

Capítulo III: en los umbrales de una nueva época

 

1. Dos mil años de historia de la salvación. ¿Sin redención?

Hace dos mil años se proclamó la historia de la salvación, y desde hace dos mil años

existe una Iglesia que, como sucesora de Cristo, se hace responsable del nuevo ser

humano, de la paz, la justicia y el amor al prójimo. Justo al acabar el segundo milenio

después de Cristo, el balance parece más negativo que nunca. El escritor americano

Louis Begley ha denominado al siglo XX como "requiem satánico". Es un infierno de

asesinatos y homicidios, de masacres y crímenes violentos, un compendio de

atrocidades.

En el siglo XX se ha matado a más hombres que nunca. A este siglo le corresponden el

holocausto y la bomba atómica. Durante un tiempo se pensó que, después de la

segunda guerra mundial, habría una época de paz. Se pensaba que el holocausto nos

había demostrado a lo que podía llegar el racismo. Pero después del año 1945 hubo un

período de tensiones que desembocó en más guerras de las que nunca ha habido. Y en

la Europa de los años 90 hay guerra, y una guerra de religiones, y la hambruna, los

destierros, el racismo, la criminalidad, el predominio del mal va aumentando en el

mundo. Sin embargo, al final de este milenio también se registran grandes

transformaciones, muy positivas: el final del despotismo del Estado en los países

comunistas, la caída del telón de acero en Centroeuropa, la disposición a mantener

conversaciones de acercamiento en zonas críticas del Oriente Medio.

Cardenal Ratzinger, muchos se plantean serias dudas y se cuestionan, después de todo

esto, la eficacia de Dios y la de los hombres sobre el mundo. ¿El mundo está de verdad

redimido? Estos años después de Cristo, ¿pueden llamarse, de verdad, de salvación?

Sus palabras constituyen un cúmulo de observaciones y preguntas, pero la pregunta

fundamental del conjunto sería ésta: ¿el cristianismo ha traído la salvación, ha traído la

Redención, o todo ha sido en vano? ¿No será que el cristianismo ha perdido toda su

fuerza?

Creo que habría que empezar diciendo que la salvación, la salvación que procede de

Dios, no es algo cuantitativo ni puede añadirse a otros sumandos. Los conocimientos

técnicos que tiene la humanidad tal vez puedan detenerse ocasionalmente, pero

siempre van en la línea de un continuo avance. El ámbito cuantitativo es medible,

puede concretarse en mayor o menor medida. Pero cuando el hombre da un paso

adelante en el bien, no se puede cuantificar, porque cada vez es un nuevo hombre y,

por tanto, con cada nuevo hombre empieza en cierto sentido otra nueva historia.

Es importante resaltar esa distinción. La bondad del hombre, vamos a expresarle así,

no es cuantificable. De ahí que no se pueda deducir que el cristianismo, que en el año

cero comenzó siendo como un grano de mostaza, deba acabar siendo un erguido y

robusto árbol, y que todo el mundo pueda contemplar cómo ha ido mejorando de siglo

en siglo. Es un árbol que puede derribarse y cortarse; porque la Redención ha sido

confiada a la libertad del hombre, y Dios nunca privará al hombre de su libertad.

La Ilustración sostenía la idea de que el proceso civilizador debía introducir a la

humanidad en la verdad, la belleza y el bien casi de forma imperativa, para que


 

 

 

siguiera mejorando. Consecuentemente, pensando en el futuro, los actos de barbarie

eran inconcebibles.

Se trata de ese carácter de aventura, por llamarlo así, de la Redención, que siempre

remite a la libertad. Pues la Redención no ha sido decretada ni impuesta al hombre, ni

tampoco está cimentada sobre una base estable, la Redención se apoya en el frágil

recipiente de la libertad humana. Cuando el ser humano cree haber llegado a una

escala superior, debe contar siempre con que todo puede desplomarse y venirse de

nuevo abajo. En eso consisten, creo yo, las polémicas que se han planteado frente a

Jesús. ¿La Redención está cimentada sobre algún aspecto del mundo cuantificable,

medible, en el sentido de poder decir, "todos han recibido su pan, ya no habrá más

hambre,,? ¿.0 bien la Redención es algo muy diferente? Porque si está ligada a la

libertad, si no ha sido impuesta al hombre bajo ningún aspecto, sino ofrecida a su

libertad, por esa misma razón es, hasta cierto punto, también destruible.

Hemos de considerar, además, que el cristianismo ha sido siempre una siembra de

arnor. Si analizáramos todo lo acaecido en la historia gracias al cristianismo,

comprobaríamos que, realmente, es bastante considerable. Goethe dijo: "respetemos lo

que tenemos bajo nosotros". Por el cristianismo surgió la atención a los enfermos, la

protección a los más débiles y una gran organización del amor. Gracias al cristianismo

ciertamente, se extendió el respeto a los hombres en cualquier situación. Es interesante

saber, por ejemplo, que cuando el emperador Constantino reconoció el cristianismo, se

sintió obligado, desde el primer momento, a introducir cambios en las leyes

dominicales y a preocuparse de que los esclavos también pudieran disfrutar de sus

derechos.

O también recuerdo, por ejemplo, a Atanasio -gran obispo alejandrino del siglo IV- que

describía cómo se enfrentó, él mismo, a gentes de todas las razas con el cuchillo en la

mano hasta que, finalmente, los cristianos le inspiraron un sentimiento de paz. Estas

cosas no son fruto de la estructura de un reino político, y como vemos hoy en día,

también pueden venirse abajo.

Donde el hombre se aparta de la fe, los horrores del paganismo se presentan de nuevo

con reforzada potencia. Yo creo, y eso puede comprobarse, que Dios ha irrumpido en

la historia de una forma mucho más suave de lo que nos hubiera gustado. Pero así es

su respuesta a la libertad. Y si nosotros deseamos y aprobamos que Dios respete la

libertad, debemos respetar y amar la suavidad de sus manos.

Antes, el cristianismo no estaba extendido universalmente como lo está ahora. Pero su

expansión no ha estado siempre acompañada de santidad

Esa expansión cuantitativa del cristianismo -con el imprescindible crecimiento del

número de fieles- no siempre conlleva una mejora del mundo, porque, de hecho, no

todos los que se dicen cristianos lo son realmente. El cristianismo repercute,

indirectamente, en la configuración del mundo a través de los hombres, a través de su

libertad. Pero el cristianismo en sí, no es un nuevo y organizado sistema político-social

para acabar con el mal.

Con respecto a si ha habido Redención o no ha habido Redención, ¿qué significado

tiene la existencia del mal en el mundo?

El mal tiene poder y está en los caminos de la libertad del hombre, configurando sus

propias estructuras. Porque, evidentemente, hay formas del mal que presionan al

hombre y pueden bloquear su libertad, llegando, incluso, a levantar un muro que


 

 

 

impida la irrupción de Dios en el mundo. Pero Dios no venció al mal en Cristo en el

sentido de que éste ya no pudiera volver a tentar a la libertad del hombre, sino

brindándonos la posibilidad -sin obligarnos- de tomarnos de su mano para enderezar

nuestros caminos.

¿Con eso quiere decir que Dios tiene poco poder sobre este mundo?

En cualquier caso, no ha querido ejercer su poder como a nosotros nos hubiera

gustado. Lógicamente, en este Weltgeist, en este espíritu de la época, yo también me

haría esa pregunta que usted me hace: "¿por qué sigue impotente?", "¿por qué reina tan

débilmente, crucificado, como un fracasado?". Sin embargo, es evidente que quiere

reinar así, ese es el poder divino. Porque dominar por imposición, con un poder que se

ha conseguido y se mantiene por la fuerza, al parecer, no es la forma divina de poder.

Volviendo a la pregunta de antes: esta situación del mundo en el siglo XX, que ha sido

calificada como "requiem satánico", ¿no debería asustarnos?

Nosotros, los cristianos, sabemos que el mundo está siempre en manos de Dios. Aun

cuando el hombre se alejara de Dios hasta el punto de abocarse a la destrucción al final

de los tiempos, Dios volverá a establecer un nuevo comienzo. Nosotros hacemos las

cosas con la fe puesta en Dios, para que el hombre no se aleje de Él y el mundo sea, en

la medida en que nosotros podamos, una nueva Creación suya, que el hombre pueda

vivir una nueva vida como criatura suya.

Pero, por supuesto, también podría hacerse un diagnóstico más pesimista. Podría

ocurrir que la ausencia de Dios -Metz lo formuló de un modo un tanto extraño, como

la "crisis de Dios"- sea tan fuerte, que el hombre entre moralmente en barrena y

tengamos ante nosotros la destrucción del mundo, el apocalipsis, el caos. También se

puede contar con esa posibilidad. No debemos excluir un diagnóstico apocalíptico.

Pero, incluso entonces, contaríamos con la protección de Dios que acoge a los hombres

que le buscan; y el amor siempre es más fuerte que el odio.

"A finales del segundo milenio" -decía Juan Pablo II en cierta ocasión- "la Iglesia ha

vuelto a ser Iglesia de los mártires." Y por otra parte, usted, Señor Cardenal, hizo un

balance parecido sobre la situación actual: "Si no recuperamos un poco de nuestra

identidad cristiana, no seremos capaces de hacer frente a los desafíos de la hora

presente"

Pero, como decíamos anteriormente, la Iglesia también irá adquiriendo nuevas formas.

Será una Iglesia de minorías, menos identificada con las grandes sociedades, y

compuesta por círculos de creyentes plenamente convencidos, con vida interior; y

entonces la Iglesia podrá ser mucho más operativo. Podrá ser, con palabras de la

Biblia, precisamente, "la sal de la tierra". En esta transformación es nuevamente muy

importante que lo constante en el hombre, lo que es esencial para él, no se destruya

nunca, y las energías que le sostienen como hombre serán aún más necesarias.

La Iglesia tiene que tener, por una parte, flexibilidad para aceptar los cambios de

actitudes y de sistemas en la sociedad, y seguir solucionando sus anteriores

obligaciones de un modo nuevo. Pero, por otra, también tiene cada vez mayor

necesidad de la lealtad del hombre, para poder sostenerle y ayudarle a sobrevivir, y a

mantener su dignidad. La Iglesia tiene que dejar constancia de esto Y ayudar al

hombre, tirando de él hacia arriba, hacia Dios; sólo así recibirá el hombre el vigor y la

fortaleza que exige la paz en la tierra.


 

 

 

Hay gente que piensa que la Iglesia a veces actúa de forma que parece incompatible

con la Revelación. Un ejemplo de esas "grietas" en la historia del segundo milenio del

cristianismo sería lo que el Papa denominó intolerancia en contra los nombre de la

religión y complicidad en los delitos derechos humanos. Ahora, la Iglesia habla con

cierta frecuencia de sus errores en relación con los judíos, o en relación con la mujer

Estas confesiones parecían hasta ahora una pérdida de la propia autoridad. ¿No se

debería hablar, incluso con una actitud más abierta todavía, de los fallos que la Iglesia

ha tenido a lo largo de la historia?

La sinceridad es una virtud capital para todo, también para saber qué es y qué no es la

Iglesia, y para conocernos a nosotros mismos un poco mejor. En este sentido, una

decepción -si se puede decir así- producida por no ocultar el lado sombrío de la

historia de la Iglesia, también es una muestra de su honradez y de la importancia de la

sinceridad. Si una confesión, digámoslo así, si reconocer las propias culpas es propio

de la naturaleza del cristiano, porque sólo de ese modo puede ser justo y sincero

consigo mismo, lógicamente, también es propio de la naturaleza de la personalidad

colectiva de la Iglesia realizar esa puesta al día, ese reconocimiento de los propios

errores. Así que, efectivamente, la Iglesia necesita ese "salmo penitencial" para poder

presentarse lealmente ante Dios y ante los hombres.

No obstante, creo muy importante recordar y no pasar por alto que, pese a sus fallos y

debilidades, la Iglesia siempre ha proclamado la Palabra de Dios y ha impartido los

sacramentos, dejando así constancia de la fuerza y del vigor de la salvación, y

haciendo evidente que posee la fuerza capaz de vencer al mal. Y el poder de Dios

también se manifiesta en que, cuando el cristianismo parece a Punto de extinguirse y

quedar reducido a brasas y cenizas, la fe cristiana florece de nuevo. Me estoy

refiriendo, Por ejemplo, al siglo X, cuando el papado era una ruina que hacía pensar

que, en Roma, el cristianismo acabaría definitivamente. Y, sin embargo, fue entonces

cuando, con la vida monástica, resurgió un dinamismo nuevo para la fe. Es posible

que, ahora, en medio de esta decadencia de la Iglesia, el cristianismo perdure sólo

como una realidad apenas vivida. Pero la presencia de Cristo en su Iglesia ejerce un

dinamismo interior que constantemente la va renovando incluso en lugares

inesperados.

El peso de la historia que presiona sobre la Iglesia parece bastante importante. Lo digo,

porque con motivo de las celebraciones del Quinto centenario del descubrimiento de

América por Colón, se observaron algunos sentimientos críticos hacia las misiones, con

tanta fuerza que parecía que habían tenido lugar ayer.

Ahí, por supuesto, había muchos juicios globales que no responden a la verdad de la

historia; más bien respondían a las emociones del momento. Yo no pretendo discutir

los fallos o errores que pudieron someterse. Pero, precisamente ahora hay nuevos

estudios, más profundos, en relación con ese tema; y las nuevas investigaciones dejan

al descubierto que la fe -y la Iglesia también- realizó una gran tarea de protección de la

cultura frente a aquel aplastamiento brutal de los hombres, debido, sobre todo, a un

afán desmedido de posesión por parte de los descubridores. El Papa Pablo III Y sus

sucesores intercedieron con firmeza en favor de los derechos de los indígenas y

ordenaron los correspondientes ordenamientos jurídicos. La corona española, en

concreto el emperador Carlos V, también dictó nuevas leyes, en gran parte

irrealizables, pero que honran a la corona española, pues protegían los derechos de los

indígenas a los que, expresamente, reconocían como seres humanos y, por tanto,

titulares o portadores de derechos humanos. En el siglo de oro de España, los teólogos

y los canonistas españoles fueron los que dieron origen a la idea de los derechos


 

 

 

humanos. Posteriormente, otros los hicieron suyos, pero para entonces ya habían sido

redactados, en España, por Vitoria.

Aquel gran movimiento misionero de franciscanos y dominicos se transformó en un

movimiento defensor del hombre. No hablo sólo de Bartolomé de las Casas, sino de

otros muchos misioneros, de un gran número de misioneros anónimos. Ahora ha

salido a la luz un aspecto muy interesante de la historia de las misiones. Aquellos

primeros franciscanos que fueron a Méjico como misioneros aún estaban influenciados

por la teología del siglo XIII y predicaban un cristianismo muy sencillo, muy directo y

sin que mediara ninguna institución. Pero los indígenas apenas hubieran prestado

atención al cristianismo -como vemos que sucedió en Méjico- si no hubiera sido

porque percibían en la fe una especial fuerza liberadora. Liberadora también del culto

que habían tenido hasta entonces. Méjico fue conquistado porque el pueblo oprimido

cerró filas junto a los españoles para poder liberarse de aquel dominio. Todo ello junto

da una imagen muy diferente y en la que no existen culpas que perdonar. En la fe

había una gran fuerza protectora y liberadora que hizo posible que exista una

numerosa población india en Centro y Sudamérica; de no haberla habido, las cosas

hubieran sido muy diferentes.

Y, dígame, ¿cómo puede explicar que la rehabilitación de Galileo haya tardado siglos

en efectuarse?

Yo diría que aquí más bien se ha rendido homenaje a un tema que ya había prescrito.

Nadie se sentía en la necesidad de proceder a una rehabilitación expresa. El caso

Galileo fue intencionadamente ensalzado por la Ilustración, como ejemplo concreto del

conflicto entre Iglesia y ciencia. Tenía peso propio, históricamente hablando, pero la

sobrecarga de tensiones electrizantes y casi míticas no se justificaba. La Ilustración

quería hacer de ese asunto el prototipo del comportamiento de la Iglesia frente a la

ciencia. Y, de ese modo, el caso de Galileo fue hinchándose para poder poner de relieve

la enemistad y la hostilidad de una Iglesia demasiado anticuada frente a la ciencia.

Pero, lentamente, se fue forjando el juicio: "esto no está en el pasado, es algo que va

horadando los espíritus y que conviene depurar explícitamente".

Qué habría hecho el mundo sin la Iglesia es una interrogante sin respuesta. Pero no se

puede negar que la fe cristiana también ha liberado y cultivado al mundo, por ejemplo,

en el desarrollo de los derechos humanos, en la cultura y en la ciencia, en la educación

ética. Europa no hubiera sido posible sin esa fecundidad. El periodista judío Franz

Oppenheimer escribió: "Las democracias deben su origen al mundo judeo-cristiano de

Occidente. La historia de su origen condiciona fundamentalmente nuestro mundo

pluralista. También a su origen hemos de agradecer las normas que hasta ahora han

aprobado, juzgado y corregido nuestras democracias ". Y usted mismo también ha

dicho que la existencia de las democracias tenía algo que ver con la existencia de los

valores cristianos.

Yo sólo puedo subrayar eso que ha escrito Oppenheimer. Hoy en día, todos sabemos

que el modelo democrático procede de la constitución monástico, que fue pionera con

sus capítulos y sus votaciones. La idea de derechos iguales para todos encontró ahí su

forma política. También es cierto que antes había habido una democracia griega de

donde se tomaron algunas ideas decisivas, pero después del ocaso de los dioses, tenían

que ser transmitidas de alguna otra forma. Es un hecho evidente que las dos primeras

democracias -la americana y la inglesa- están basadas en una misma conformidad de

valores procedente de la fe cristiana, y que sólo pueden funcionar, y funcionan,

cuando existe un acuerdo fundamental sobre los valores. De no ser así, se disolverían,


Grupo

ViveTuFeCatolica
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis