¡Dios te salve María!
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Va muy unido a unas palabras de Cristo. Hay algunos, -dice-, que renuncian al matrimonio por el Reino de los Cielos y ofrecen toda su existencia en testimonio del Reino de los Cielos. La iglesia llegó muy pronto a la convicción de que ser sacerdote significaba dar testimonio de ese Reino de los Cielos. En el Antiguo Testamento, el sacerdote tenía una situación paralela, aunque de otra naturaleza, que sirve de objetiva analogía. Israel se instala en el país. Las once tribus recibieron su propia tierra, su territorio. Sólo la tribu de Leví, la tribu de los sacerdotes, no recibió ninguna tierra, no recibió ninguna herencia; su herencia era sólo Dios. Esto significaba, en la práctica, que sus miembros tenían que vivir de las ofrendas del culto, y no de la explotación de las tierras como las otras tribus. Su característica fundamental es que no tenían ninguna propiedad. En el Salmo 16 se dice: " Tú eres mi copa, y la porción de mi herencia. Tú eres quien garantiza mi suerte". Dios es mi heredad. Esta figura del Antiguo Testamento que deja a la tribu de los sacerdotes sin territorio y que, podría decirse, sólo vive de Dios, y, por tanto, sólo referida a Dios, se tradujo más adelante como unas palabras de Jesús que venían a decir que, en la vida del sacerdote, su tierra es Dios. Actualmente nos resulta difícil entender el carácter de esta renuncia, porque la proporción de matrimonios y de hijos ha sufrido un gran cambio. Morir sin descendencia, era considerado antiguamente como vivir inútilmente, "he trazado las huellas de mi vida, pero no he dejado mi rastro; de haber tenidos hijos, habría sobrevivido en ellos, hubiera quedado mi inmortalidad reflejada en mi descendencia". Por eso, era casi condición de vida permanecer en el mundo de los vivos, dejando descendencia. La renuncia al matrimonio y a una familia habría que contemplarla bajo este punto de vista, "renuncio a algo normal e importante para los demás, renuncio a traer nuevas vidas al árbol de la vida, para vivir con la confianza de que sólo Dios es mi heredad, y contribuir así a que los demás crean en la existencia del Reino de los Cielos", "Así, no sólo con palabras, sino con mi propia existencia, daré testimonio de Jesucristo y de su Evangelio, entregaré mi vida para que Dios disponga de ella". El celibato, por tanto, tiene doble sentido, uno cristológico y otro apostólico. No se trata de ahorrar tiempo -Como no soy padre de familia, dispongo de más tiempo-, aunque sea verdad, eso sería una visión demasiado primitiva y pragmática. De lo que se trata es de una existencia humana, que lo deja todo por Dios, y esto, exactamente, quiere decir que entrega lo que a los demás les parece normal y condición de vida, un aliciente para la existencia humana. Por otra parte, no es un dogma. ¿Se trata acaso de una deliberación actualizada cada día: de elegir una forma de vida de celibato o no celibato? En efecto, no es un dogma. Es una costumbre de vida que, desde muy temprano, se fue formando en el interior de la iglesia por muy buenas razones bíblicas. Recientes investigaciones han demostrado que el celibato se remonta a tiempos muy remotos - como hemos sabido por las fuentes del derecho- hasta el siglo II. En la Iglesia oriental, el celibato también estuvo muy extendido desde tiempos muy lejanos donde nosotros no podemos llegar. En Oriente hubo un cambio en este aspecto en el siglo VII. No obstante, tanto antes como después de ese siglo, los monjes de Oriente siempre han considerado muy importante el celibato tanto para los sacerdotes comunes como para su jerarquía. No es un dogma, es una costumbre de vida que creció en el seno de la Iglesia y que, naturalmente, lleva consigo el riesgo de que pueda desaparecer. Siendo tan atacada, puede haber caídas. Yo creo que lo que la gente de ahora tiene contra el celibato es que ven a muchos sacerdotes que, en efecto, en su interior no están muy de acuerdo, y entonces les parece una hipocresía que lo vivan mal o que se pasen la vida sufriendo y que ... ... les destroce la vida ... Cuanta menos fe haya más caídas habrá. Y con eso se consigue que, además, el celibato pierda prestigio y no se le reconozca todo lo que tiene de positivo. Es muy importante saber y tener clara la idea de que los tiempos de crisis del celibato coinciden siempre con tiempos de crisis del matrimonio. Actualmente, no sólo se ven grietas en el celibato, el matrimonio, como fundamento de nuestra sociedad, cada vez es más frágil . En las legislaciones de los estados occidentales, se ofrecen con cierta frecuencia otras alternativas que se ponen al mismo nivel, para después poder disolverlas legalmente con más facilidad. Y una cosa más, el esfuerzo por vivir realmente bien el matrimonio, tampoco es pequeño. Es decir, que si se aboliera el celibato, pasaríamos, en la práctica, a la separación de matrimonios de sacerdotes, y tendríamos un nuevo problema añadido. La Iglesia evangélica sabe mucho de eso. Nosotros lo que podemos comprobar con todo esto es que las altas formas de vida que se dan en la existencia humana conllevan también grandes riesgos. La consecuencia que podemos sacar no es decir "así no podemos seguir" . No. Lo que hemos de hacer esforzarnos en aumentar nuestra fe. Y también tenemos que tener más cuidado a la hora de hacer la selección de los candidatos al sacerdocio. Porque sería lamentable que alguno fuera cargado con algún problema y, sin decírselo a nadie, pensara "preferiría no seguir adelante hacia el sacerdocio". 0 que pensara, por ejemplo, "me gustan demasiado las chicas, pero ya lo arreglaré". Ese no es buen comienzo. El candidato al sacerdocio tiene que contemplar la fe como la única fuerza en su vida; debe saber que sólo vivirá de la fe. Sólo así, el celibato podrá ser el testimonio que edifique a los hombres y además anime a los casados a vivir bien su matrimonio. Ambas instituciones van estrechamente entrelazadas. Cuando una fidelidad no es posible, la otra tampoco lo es; una lealtad fundamento la otra. ¿Es simple suposición eso que ha dicho de que la crisis del celibato coincide con la crisis del matrimonio? Es algo evidente. Cuando el hombre tiene que tomar una decisión vital y definitiva sobre alguna cuestión intima, siempre se plantea las mismas preguntas: ,¿es bueno decidir ahora a los, digamos, veinticinco años, algo para toda la vida?" Y, sobre todo, "¿esto será conveniente para mí?", "¿podré hacer esto y realizarme, madurar, o será mejor esperar otras posibilidades?". Y yendo más al fondo aún, la cuestión se presenta así: "¿es propio del hombre decidir algo definitivo en el ámbito más íntimo de su existencia?", "¿podrá el hombre mantener una decisión definitiva toda la vida?". Yo daría estas dos respuestas con respecto al matrimonio: una, podrá si, de verdad, está fuertemente anclado en la fe; y dos, podrá si lucha por alcanzar la plenitud del amor y de la madurez humana. Y todo lo que el hombre realice fuera del matrimonio monógamo está por debajo de él. Pero si las cifras de las rupturas del celibato son exactas, se puede decir que, de facto, el celibato hace tiempo que ha fracasado. Por eso le repito la pregunta: ¿Es tal vez una deliberación actualizada cada día, en el sentido de ser una elección libre? En cualquier caso ha de ser de libre elección. Más aún, antes de la ordenación hay que afirmar bajo juramento que se hace libremente y porque se quiere. A mí siempre me molesta mucho que se diga que nuestro celibato es obligatorio y que se nos ha impuesto. Se vive el celibato desde el principio, por una palabra dada. Pero, ya dije antes que habría que poner más atención durante la preparación al sacerdocio, para que esa palabra sea seriamente dada. Éste es el primer punto. Y el segundo es que, donde hay fe, y en la medida en que una iglesia viva de esa fe, es seguro que surgen esas decisiones. Yo creo que, en el fondo, suprimiendo esa condición no mejoraría nada, lo único que se conseguiría es disimular un poco una auténtica crisis de fe. Para la Iglesia, indudablemente, que haya algunos, pocos o muchos, que viven una doble vida es una tragedia. Desgraciadamente, no es la primera vez que ocurre. En la baja Edad Media hubo una situación similar causada por la Reforma. Fue un proceso muy doloroso que ahora nos debería hacer reflexionar, pensando también en el sufrimiento de muchos hombres por este motivo. En cualquier caso -y ese ha sido el resultado obtenido en el último Sínodo de obispos- la mayoría de los pastores de la Iglesia están plenamente convencidos de que el verdadero problema es una crisis de fe, y no el de la llamada falta de adaptación. Así no se logran más ni mejores sacerdotes, sólo sirve para disimular una crisis de fe, y para sugerir, al mismo tiempo, soluciones demasiado superficiales. Pero, una vez más, con respecto a mi anterior pregunta, ¿cree que llegará el día en el que los sacerdotes puedan elegir libremente su vida de célibe o no célibe? Ya le había entendido. Pero quería dejar muy claro que, según lo que cada sacerdote decide libremente antes de su ordenación, eso que algunos llaman celibato forzoso no existe. Sólo se puede ser admitido al sacerdocio voluntariamente. Y aquí cabe preguntarse "¿y qué relación tienen el sacerdocio y el celibato?", "decidirse por el celibato, ¿no es rebajar el sacerdocio?" Creo que antes de seguir adelante con este tema deberíamos remitirnos nuevamente a la Iglesia ortodoxa y a la evangélica. La cristiandad evangélica tiene un concepto muy diferente del ministerio. Para ellos, es una función, una misión de servicio, que procede de la propia comunidad, pero, sin el sentido de sacramento, no es sacerdocio en sentido estricto. Y en la Iglesia ortodoxa tienen, por un lado, la forma de plenitud sacerdotal, que son los monjes sacerdotes y son los únicos que pueden ser obispos. Y Por otro lado, los "Leutpriester" (sacerdotes o clérigos públicos), que si quieren pueden casarse, pero deberá ser antes de su ordenación y no podrán ejercer la cura de almas, solamente ocuparse de los servicios del culto. Ésta es otra concepción diferente del sacerdocio. Pero nosotros pensamos que cualquiera que desee ser sacerdote tiene que serlo de la misma forma que lo es un obispo, sin que existan esas diferencias. Son costumbres en la vida de la Iglesia que, aunque estén muy bien cimentadas y fundamentadas, no hay por qué contemplarlas como totalmente absolutas. La Iglesia se cuestionará con toda seguridad muchas cosas, una y otra vez, como acaba de suceder en los dos últimos sínodos. pero, partiendo siempre de la historia de la cristiandad de occidente, y por todo lo que subyace en el fondo de esta cuestión, creo que la Iglesia no debe pensar que si se decidiera a solucionar esa "desadaptación" saldría ganando; saldría perjudicada con toda seguridad. Entonces, se podría decir que no cree que algún día en la Iglesia católica haya sacerdotes casados. Al menos en un tiempo previsible. Y, para ser enteramente sincero, le diré que, actualmente, ya hay sacerdotes casados que proceden de la Iglesia anglicana o de otras comunidades cristianas; son conversos que se han acercado a nosotros. Es decir, que en casos excepcionales es posible, pero claro está, son eso, casos excepcionales. Y creo que lo seguirán siendo también en el futuro. ¿Y no sería mejor que la Iglesia suprimiera el celibato, para evitar que hubiera tan pocos sacerdotes? No creo que ese argumento sea muy acertado. La cuestión del número de vocaciones al sacerdocio abarca muchos aspectos. Tiene bastante que ver, por ejemplo, con el número de hijos que hay actualmente. Si el promedio de natalidad ahora es de 1,5 hijos por matrimonio, lógicamente, la posibilidad de vocaciones sacerdotales que pueda haber es muy diferente a la que había en otros tiempos, cuando las familias acostumbraban a ser numerosas. Y, por otra parte, en las familias, ahora predominan otras expectativas. Tenemos la experiencia, por ejemplo, de que una de las dificultades más frecuentes e importantes que hay en la vocación sacerdotal son los propios padres. Ellos tienen otros planes distintos para sus hijos. Ese es el primer punto. Y un segundo punto es que el número de cristianos practicantes es mucho menor y, consecuentemente, el número de candidatos también se ha reducido notablemente. No obstante, en proporción al número de hijos y de cristianos que participan en la Iglesia, el número de vocaciones no se ha reducido tanto. Para ser exactos hay que tener en cuenta esa proporción. Por eso lo primero de todo sería preguntarse "¿hay creyentes?". Y, a continuación, "¿surgen de ahí vocaciones de sacerdotes?". 12. Los anticonceptivos Señor Cardenal, muchos creyentes no entienden la postura de la Iglesia con respecto a los anticonceptivos. ¿Entiende que no lo entiendan? Sí. Claro que lo entiendo, porque es un tema algo complicado. Con las tribulaciones del mundo actual, por las proporciones de las viviendas y por otras muchas razones, en principio, parece razonable que el número de hijos no sea muy alto. Pero, por esa misma razón, no se puede plantear este asunto desde la casuística individual, sino que hemos de considerarlo conociendo primero cuáles son las intenciones de la Iglesia a este respecto. Yo creo que hay tres grandes opciones fundamentales para el hombre en torno a este problema. Una es el cambio de actitud que la humanidad debe adoptar con respecto al número de hijos y que ha de ser una actitud radicalmente positiva. El cambio de enfoque en este ámbito ha sido considerable, Antes, hasta el siglo XIX, los hijos eran considerados, incluso en las capas sociales más sencillas, como una bendición de Dios; en cambio, ahora se ven como una carga que "ocupará mi sitio en el día de mañana", o "mí espacio vital peligra", etcétera. Ésta sería una primera intención de la iglesia, recobrar la primitiva -la auténtica- forma de enfocar este tema: cada hijo, un nuevo ser, es una bendición. Dando vida, también se recibe vida, y salir de sí mismo y adherirse a la bendición de la Creación es esencialmente bueno para el hombre. La segunda es que, ante la actual situación -hasta ahora desconocida- de separación entre la sexualidad y la reproducción, hemos de volver cuanto antes a recordar y a recuperar el nexo íntimo que existe entre ambas realidades. Pero hay representantes de la generación del 68, o de la generación actual, que dicen haber vivido experiencias asombrosas. Rainer Langhans dice haber investigado en su comuna lo que él llama "sexualidad orgásmica,", Y explica que con la píldora, se separa la sexualidad de su parte espiritual y la gente se queda en una especie de callejón sin salida". Langhans se lamenta que ya nadie se da, no hay entrega mutua". Según su valoración, "lo supremo" de la sexualidad es la "paternidad" a la que él llama "colaborar en los planes divinos". Lo que ahí se produce son dos realidades totalmente separadas. En la famosa obra de Aldous Huxley sobre el mundo del futuro, Un mundo feliz, una novela muy bien fundamentada y con una visión muy lúcida sobre la tragedia que esperaba a la humanidad en el mundo futuro, Huxley separaba la sexualidad de la reproducción. Los niños, en esa novela, realmente se planificaban y se reproducían en un laboratorio. Aquello fue una deliberada caricatura, pero, como toda caricatura, contenía cierto parecido con la realidad: los niños se podían producir de acuerdo con una planificación previa, porque eso estaba sujeto al control de la razón. Y así el hombre se destruye a sí mismo. Con ese sistema, se despoja a los niños, por anticipado, de su propio proyecto de vida, además de convertirles en un producto donde el hombre quiere verse reflejado. Y la sexualidad se convierte así, en algo intercambiable De ese modo, Por supuesto, desaparece la relación varón-mujer; y ya estamos viendo cómo ha evolucionado todo esto. En la cuestión de los anticonceptivos, la Iglesia quiere ayudar al hombre con esas tres opciones fundamentales. porque la tercera opción, a ese respecto, es considerar, una vez más, que los graves problemas morales nunca se pueden solucionar por medio de la técnica o de la química; los problemas morales sólo se solucionan moralmente, es decir, cambiando el modo de vida. Y yo diría que éste es -también con independencia de los anticonceptivos- uno de nuestros mayores peligros. Porque, actualmente, queremos dominar cualquier situación en la que se encuentre el hombre con ayuda de la técnica y, hemos olvidado, que en la humanidad siempre ha habido problemas humanos que no se han podido solucionar con esos sistemas, sino con la firme decisión de dar un giro al estilo de vida. Yo insisto en que, en esta cuestión de los anticonceptivos, lo primero de todo es reflexionar sobre estas tres alternativas esenciales para el hombre, y donde la Iglesia está librando una batalla en su ayuda. Y, después, es importante también poner más de relieve qué sentido tienen las objeciones de la Iglesia, porque, tal vez, no siempre se formulen con mucho acierto, pero ahí se ponen en juego los caminos que llevan la existencia humana hasta la vida eterna. Queda aún una pregunta por hacer. Cuando un matrimonio con varios hijos vive la continencia periódica, ¿está faltando a esa actitud positiva hacia los hijos? No. Claro que no. Eso nunca debería suceder. Pero, tal vez se sientan incómodos, como si estuvieran cometiendo un pecado, si no ... En ese caso, yo les aconsejaría que consultaran a su director espiritual, que pidieran consejo al sacerdote, porque esas cosas no se pueden dilucidar en abstracto. 13. El aborto La Iglesia, el Papa, se oponen siempre con mucha vehemencia a cualquier medida "que de una u otra forma promueva el aborto, la esterilización y también la anticoncepción". Esos hechos lesionan la dignidad del hombre como imagen de Dios y socavan el fundamento de la sociedad. De lo que se trata, básicamente, es de la protección de la vida. Pero, en ese caso, ¿por qué insiste tanto la Iglesia en defender la pena de muerte "sin excluirla", como un "derecho del Estado", como dice el Catecismo? Cuando la pena de muerte es legal, lo que se hace es castigar a un sujeto que ha cometido un delito comprobado de extrema gravedad, y que, además, pueda ser un peligro para la paz social; es decir, se castiga a un culpable. En un aborto, en cambio, se aplica la pena de muerte a una persona absolutamente inocente. Son dos cosas totalmente diferentes que no admiten comparación. Lo que ocurre es que muchos ven al niño no nacido como a un injusto agresor que "va a disminuir mi espacio vital", "se entremeterá en mí vida", y al que, por tanto, hay que castigar como a un injusto agresor. Pero ese es el punto de vista de los que, como comentábamos antes, no ven al niño como una creación de Dios, no lo ven creado a imagen de Dios y con derecho a la vida, todavía no ha nacido y ya lo ven como a un enemigo o a un inoportuno sobre el que se puede disponer. Pienso que esto sucede porque no se es consciente de que un hijo concebido ya es un ser, ya es un individuo. El hijo ya se diferencia y se distingue de la madre aunque necesite todavía la protección de su vientre-, y ya es persona, es un ser humano que requiere ser tratado como tal. Si olvidamos este principio, que el hombre en cuanto hombre está bajo la protección de Dios y no a merced de nuestro arbitrio, si olvidamos esto, estamos olvidando el verdadero fundamento de los derechos humanos. Pero, cuando alguien decide la interrupción de un embarazo por serios motivos de conciencia, ¿se puede decir que está conspirando contra la vida? Es difícil saber qué culpabilidad tiene una persona singular y no se puede, por tanto, hacer un pronunciamiento en abstracto. Pero, el hecho como tal -a una situación así también se puede llegar por presiones humanas-, es que, para arreglar una situación conflictiva, se decide matar a un ser humano. Y eso nunca arregla un conflicto. Todos sabemos por los psicólogos con qué fuerza se graba eso en el alma de la madre; ella sabe que tenía un ser humano en su vientre y que era su hijo, del que, tal vez ahora, pudiera estar muy orgullosa. La sociedad tiene que poner más medios para hallar otras posibilidades que solucionen esas situaciones, para que desaparezcan las presiones a esas madres en ciernes y se fomente de nuevo el amor a la infancia. 14. El matrimonio de los divorciados Sólo algunos católicos particularmente fieles, divorciados que luego se casan civilmente en matrimonio no reconocido por la Iglesia, cumplen con la excomunión que les afecta por este motivo. Esto no parece muy justo, es una humillación, incluso parece anticristiano. En el año 1972 usted decía: "El matrimono es sacramento... eso no excluye que la Comunión de los santos de la Iglesia también abarque a los hombres que, reconociendo esta doctrina y estos principios de vida, estén en una particular situación de emergencia que requiera una especial comunión con el Cuerpo de Cristo". Debo empezar precisando que las personas casadas civilmente no están excomulgadas formalmente. Las excomuniones son una medida penitencial; significa una limitación en la pertenencia a la Iglesia. Pero esas sanciones de la Iglesia no se les imponen a ellos, aunque salte a la vista, por supuesto, que su núcleo central les afecta, puesto que no pueden acercarse a comulgar. Pero, como decía, no están excomulgados en sentido estricto. Esas personas siguen siendo miembros de la Iglesia que, por una determinada circunstancia de su vida, no están en condiciones de recibir la comunión. No cabe duda de que esto es un peso más, en este mundo nuestro en el que, precisamente, el número de matrimonios deshechos parece ir en aumento. Pero yo pienso que ese peso se puede sobrellevar algo mejor, si se tiene en cuenta que hay otros muchos que tampoco pueden ir a comulgar. Este hecho, últimamente, se ha convertido en un problema mayor, porque se ha hecho de la comunión una especie de rito social, de modo que, el que no participe de ella queda significado de alguna forma. Las cosas se juzgarían de distinto modo si volviera a ser manifiesto que hay otros que también se dicen: "así no puedo comulgar", "tengo sobre la conciencia algo que me impide acercarme a comulgar", y si, como dijo San Pablo, ahí se reconociera el Cuerpo de Cristo. Eso por un lado. Y, por otro, que esas personas tengan conciencia de que, a pesar de todo, la Iglesia les acoge y sufre con ellas. Eso más bien parece un deseo piadoso. Pero eso, como es natural, debería ser evidente en la vida de una comunidad. Por otra parte cuando se acepta esa renuncia a la comunión, también se está haciendo algo bueno por la Iglesia y por la humanidad, pues se da testimonio de la unidad del matrimonio. Y pienso que, además, con eso se consigue algo muy importante, como es reconocer que se debe cambiar de conducta, y entonces el sufrimiento y la renuncia también pueden ser positivos. Y, por último, también es muy positivo volver a recordar qué es la Misa, La Eucaristía está llena de significado, da fruto, aunque no siempre se pueda ir a comulgar. 0 sea, que este asunto sigue siendo delicado y difícil, pero cuando se pongan en orden todas estas ideas yo creo que resultará más llevadero. Cuando el sacerdote recita las palabras, "Benditos los invitados a la cena del Señor", los otros deben sentirse malditos. Esto, desgraciadamente, ha quedo poco claro debido a una traducción incorrecta. Porque esas palabras no se refieren directamente a la Eucaristía. Han sido tomadas del Apocalipsis y hacen referencia a una invitación al banquete de bodas definitivo, representado en la Eucaristía. El que no pueda acercarse en el momento de la comunión, no debe, por eso, sentirse excluido del banquete de bodas de la eternidad. Lo que importa es hacer un continuo examen de conciencia y pensar si se está preparado para acercarse al banquete eterno -si eso sucediera ahora- y para ir a comulgar en ese momento. Con ese llamamiento se exhorta al que no estuviera en condiciones, a reflexionar que él también será invitado a ese banquete nupcial, como todos los demás. Y, tal vez, sea mejor acogido por haber sufrido mucho. Esta cuestión, ¿se volverá a discutir de nuevo, o se ha dado ya por zanjada? Ya está decidida en lo fundamental, pero, de hecho, puede haber todavía alguna otra cuestión o pregunta singular. Podría suceder, por ejemplo, que en un futuro se pudiera comprobar con posterioridad, gracias a alguna verificación extrajudicial, que el primer matrimonio había sido nulo. Esto, en la práctica de la cura de almas, podría suceder, en algún caso. Y es posible, puede pensarse que haya cambios jurídicos de esa índole que descomplicarían mucho algunas cosas. Pero el principio fundamental es definitivo, es decir, que el matrimonio es indisoluble, y que el que abandona un matrimonio válido y menosprecia el sacramento para volver a contraer matrimonio no puede comulgar. Éste es un principio fundamental definitivo. Casi siempre se insiste en los mismos puntos. Por ejemplo, ¿qué cosas de la antigua Tradición debe conservar la Iglesia, y cuáles podría desechar? Y, ¿cómo se decide esto?, ¿existe algún listado con una línea divisoria: a la derecha, lo que vale para siempre y, a la izquierda, lo que se puede renovar? No. No es tan fácil como eso, por supuesto. La misma Tradición contiene muchas cosas que no son de igual importancia. Antes, en teología se hablaba de distintos grados de evidencia, y no era tan equivocado. Actualmente, muchos creen que deberíamos volver a esa costumbre. Cuando se habla de la jerarquía de las verdades, lo que se quiere decir es que no todas tienen la misma importancia, es decir, que no todas son esenciales, pues lo que las grandes resoluciones conciliares declaran es lo mismo que ya está dicho en el Credo, único camino y, por tanto, parte esencial de la Iglesia, que pertenece a su identidad más íntima. Y luego hay, además, distintas ramificaciones que proceden de un gran árbol, y que están íntimamente en relación con él, pero que no tienen la misma importancia. La Iglesia tiene sus señas de identidad para reconocer las cosas, es decir, la iglesia no es inamovible, se identifica con todo lo viviente, pero permaneciendo siempre fiel a sí misma a medida que evoluciona. 15. La ordenación de la mujer La respuesta a otra de esas grandes cuestiones, la de la ordenación de la mujer, fue una rotunda negativa, "presentada por el Magisterio de forma infalible". En otoño de 1 995 el Papa lo volvió a confirmar: "Nosotros no tenemos derecho a cambiar eso", decía en su declaración. Da la impresión de que el argumento histórico aparece siempre. Pero si se tomara eso tan en serio, entonces no habría podido haber un Pablo, pues decía que lo nuevo debería abolir las cosas santas de la antigüedad. Y Pablo aportó muchas novedades La gente se pregunta, ¿cuándo acabaremos con esas normas fijas? ¿cuando se introducirán las novedades? Yeso de remitirse tanto a la historia, ¿no será una especie de fetichismo incompatible con la libertad de los cristianos? Aquí habría que hacer un par de precisiones. La primera sería decir que San Pablo hizo cosas nuevas en nombre de Cristo, nunca en nombre propio. Y exhortaba, además, clara y explícitamente, que si alguno que hubiera dado por válida la Revelación del Antiguo Testamento y luego, arbitrariamente, cambiaba algo de ella, ese tal, actuaba mal. Lo nuevo existía porque había sido establecido por Dios en Jesucristo. Y Pablo, servidor de lo nuevo, sabía bien que aquello no era un descubrimiento suyo, pues tenía su origen en Jesucristo. Él había adquirido un compromiso, y era muy exigente consigo mismo en su cumplimiento. Si recordamos su narración de la última Cena, expresamente dice: "Yo mismo he recibido lo que os he revelado", y luego seguía explicando que él se sentía comprometido con lo que el Señor hizo en aquella última ,ocho y, después, le había sido confiado por la Tradición. 0 también si recordamos la narración de la Resurrección, donde de nuevo dice: "Yo lo he recibido así y también he tenido un encuentro con él. As! es como lo aprendemos nosotros, así es como lo aprendemos todos nosotros; y el que no lo aprenda de esa forma, se aleja de Cristo". Pablo distinguía muy bien lo nuevo, que tenía su origen en Cristo, y su compromiso con él, que era lo que le legitimaba para hacer cosas nuevas. Éste era el primer punto que yo quería precisar. Y el segundo es que, de hecho, lo que no haya sido establecido por el Señor y la Tradición apostólica sufre siempre continuos cambios en todos los ámbitos, ahora también. Así que, lo que deberíamos preguntarnos es: ¿eso procede del Señor o no?, ¿cómo podemos saber eso?". La confirmación del Papa a la respuesta que nosotros -la Congregación para la Doctrina de la Fe- redactamos para el tema de la ordenación de mujeres, no significa que el Papa haya emitido un dogma o precepto infalible. Lo que hizo el Papa fue confirmar nuevamente que la Iglesia -los obispos de todo tiempo y lugar- así lo han visto y así lo mantienen. El Concilio Vaticano II dice: "lo que los obispos exponen como doctrina definitiva en los casos de fe y de costumbres, de forma unánime durante un largo tiempo, es infalible". Es la manifestación de un compromiso que no había sido adquirido por ellos mismos. Nuestra respuesta se remite exactamente a ese pasaje del Concilio (Lumen gentium, 25). No se trata, por tanto, como ya dije antes, de una expresión de la infalibilidad del Papa, se trata de la obligatoriedad de continuar en la Tradición. Y la continuidad en los orígenes de las cosas, es algo especialmente importante. Nunca se ha dado algo por supuesto. Durante algún tiempo, hubo religiones muy antiguas que tuvieron sacerdotisas y también las hubo en algunas sectas de orientaciones gnósticas. Recientemente, un investigador italiano ha descubierto que en los siglos V y VI, en el sur de Italia, hubo grupos de sacerdotisas, y que los obispos y el Papa se opusieron mediante medidas terminantes y enérgicas. La Tradición no nos viene de nuestro medio ambiente, nos llega de lo más profundo del cristianismo. Y añadiré, además, una información reciente que parece de interés. Es un diagnóstico realizado por una de las feministas católicas más conocedoras de este tema, Elisabeth Schüssler-Fiorenza. Esta mujer alemana es una importante exegeta, estudió exégesis en Münster, allí se casó con un italoamericano de Florencia y actualmente es profesora de universidad en Estados Unidos. Durante mucho tiempo ha luchado con energía a favor de la ordenación de la mujer, pero ahora ha concluido que eso era un objetivo equivocado. La experiencia de sacerdotes femeninos en la Iglesia anglicana ha dado como resultado que ordination is not a solution, la ordenación no es una solución, "no es lo que buscábamos". Y explica por qué. Dice: "ordination is subordinatíon", la ordenación es subordinación, adaptación, sometimiento, y eso es precisamente lo que no queremos". Es un diagnóstico totalmente acertado. Ingresar en un ordo supone siempre entrar en una relación de adaptación y sometimiento. "En nuestro movimiento de liberación -dice la señora Schüssel-Fiorenza- , no queremos entrar ni en un ordo ni en un subordo, no queremos subordinación, lo que queremos precisamente es vencer ese mismo fenómeno. El objetivo de nuestra lucha no debe ser la ordenación de la mujer, -continúa diciendo-, sería una equivocación; nuestro objetivo ha de ser suspender totalmente las ordenaciones y conseguir que la Iglesia sea una sociedad igualitario en la que haya una sola shifting leadership, un liderazgo intercambiable". La señora Schüssel-Fiorenza se ha dado claramente cuenta de que las razones por las que estaba luchando en favor de la ordenación de la mujer eran, en realidad, la "liberación hacia el sometimiento"; en eso tiene razón. Eso es lo que verdaderamente hay en el fondo de esa cuestión. ¿Qué es exactamente el sacerdocio? ¿Es un sacramento o se trata de que haya un liderazgo intercambiable, donde nadie pueda retener el "poder" durante mucho tiempo? Creo que las próximas discusiones acerca de este asunto discurrirán en esa línea. Todas las cuestiones que hemos abordado hasta el momento vuelven a ser planteadas de vez en cuando a lo largo de los años, con más o menos eco, por parte de la población. ¿Qué juicio le merecen movimientos como las iniciativas populares de la Iglesia en Alemania? Eso ya está respondido en parte al hablar de la situación de la Iglesia en Alemania y en otros países. Los comentarios hechos por Metz a ese respecto me parecieron muy objetivos. Si no me equivoco, creo que Metz ha puesto el dedo en la llaga al decir que eso es querer curar los síntomas, dejando a un lado el núcleo central de la crisis de la Iglesia, algo que -con palabras quizá poco afortunadas- ha denominado "la crisis de Dios". En sus comentarios ha puesto de relieve el punto más decisivo de ese asunto. Cuando antes hablábamos de un moderno consenso contrario a la fe, yo lo citaba cuando decía que Dios, aunque existiera, ya no contaba para nada. Cuando se vive así, la Iglesia se convierte en una especie de club que tiene que buscar algo en sustitución de lo que fueron sus fines y su sentido de las cosas. Y entonces, todo lo que no pueda explicarse sin Dios, molesta. Y se deja de lado para poder continuar. Metz aclaraba - hablo fiado de mi memoria-, que la mayoría de los postulados de las iniciciativas populares ya se han llevado a cabo en la Iglesia protestante. Y es evidente que a pesar de eso no han quedado al margen de la crisis. Por tanto, nosotros ahora nos planteamos la pregunta -más o menos- de por qué vamos a ser nosotros una copia de la cristiandad evangélica. y yo sólo puedo estar de acuerdo con este razonamiento. Aquí se ha formado una especie de civilización cristiana occidental-liberal, que es como una fe secularizada, donde todo viene a ser uniforme. Esta cultura que, frecuentemente, tiene poco que ver con la esencia del cristianismo -en este caso, del catolicismo-, cada vez parece tener más atractivo. Al parece, el Magisterio de la Iglesia apenas tiene nada que objetar a esta filosofía, que representa de modo particular Eugen Drewermann. La ola de Drewermann ya está decayendo. Lo que él expone es sólo una variante de la cultura general de una fe secularizada, como antes me comentaba. Yo diría que no se quiere abandonar la religión, pero que tampoco se quiere que la religión reclame sus derechos sobre el hombre. De la religión se busca lo misterioso, pero ahorrándose el esfuerzo de la fe. Las múltiples formas de esta nueva religión, de esta nueva religiosidad y su filosofía, se encuentran estrechamente unidas, en gran parte bajo el lema de New Age: una especie de asociación mística con el fin de divinizar el universo, al que se dirigen con diversas técnicas. Creen que así pueden vivir de forma suprema la religión, pero manteniendo al mismo tiempo una visión científica del mundo. Frente a eso, la fe cristiana parece complicada; indudablemente, exige bastante esfuerzo. Pero, gracias a Dios, precisamente en nuestro siglo no han faltado pensadores cristianos, ni formas de vida cristiana realmente ejemplares. Ahí es donde se hace patente la fe cristiana, y se hará evidente también que con ella se logra la plenitud del ser humano. Por eso hay en las jóvenes generaciones tantas manifestaciones en favor de una vida cristiana, aunque esto no se perciba de manera masiva. El mundo no parece olvidar fácilmente ese "canon" de las críticas que veíamos antes. Siendo así, ¿qué se puede hacer? ¿No se podrían frenar todas esas preguntas? ¿Cómo podrían liberarse de ellas? Me parece de todos modos que no serán tan apremiantes cuando se deje de ver a la Iglesia como una meta final, como un fin propio y un lugar de acceso a un poder; cuando, gracias a una fe recia, el celibato se vuelva a vivir de forma decidida; cuando se considere la vida eterna como el fin último del cristianismo y no se considere al cristianismo como un grupo que busca ejercer el poder. Yo estoy convencido de que algún día llegará un cambio espiritual crucial, y todas esas cuestiones, ahora, apremiantes perderán su interés con la misma rapidez con que la obtuvieron. Porque, en realidad, esas no son las verdaderas cuestiones del hombre. Capítulo III: en los umbrales de una nueva época 1. Dos mil años de historia de la salvación. ¿Sin redención? Hace dos mil años se proclamó la historia de la salvación, y desde hace dos mil años existe una Iglesia que, como sucesora de Cristo, se hace responsable del nuevo ser humano, de la paz, la justicia y el amor al prójimo. Justo al acabar el segundo milenio después de Cristo, el balance parece más negativo que nunca. El escritor americano Louis Begley ha denominado al siglo XX como "requiem satánico". Es un infierno de asesinatos y homicidios, de masacres y crímenes violentos, un compendio de atrocidades. En el siglo XX se ha matado a más hombres que nunca. A este siglo le corresponden el holocausto y la bomba atómica. Durante un tiempo se pensó que, después de la segunda guerra mundial, habría una época de paz. Se pensaba que el holocausto nos había demostrado a lo que podía llegar el racismo. Pero después del año 1945 hubo un período de tensiones que desembocó en más guerras de las que nunca ha habido. Y en la Europa de los años 90 hay guerra, y una guerra de religiones, y la hambruna, los destierros, el racismo, la criminalidad, el predominio del mal va aumentando en el mundo. Sin embargo, al final de este milenio también se registran grandes transformaciones, muy positivas: el final del despotismo del Estado en los países comunistas, la caída del telón de acero en Centroeuropa, la disposición a mantener conversaciones de acercamiento en zonas críticas del Oriente Medio. Cardenal Ratzinger, muchos se plantean serias dudas y se cuestionan, después de todo esto, la eficacia de Dios y la de los hombres sobre el mundo. ¿El mundo está de verdad redimido? Estos años después de Cristo, ¿pueden llamarse, de verdad, de salvación? Sus palabras constituyen un cúmulo de observaciones y preguntas, pero la pregunta fundamental del conjunto sería ésta: ¿el cristianismo ha traído la salvación, ha traído la Redención, o todo ha sido en vano? ¿No será que el cristianismo ha perdido toda su fuerza? Creo que habría que empezar diciendo que la salvación, la salvación que procede de Dios, no es algo cuantitativo ni puede añadirse a otros sumandos. Los conocimientos técnicos que tiene la humanidad tal vez puedan detenerse ocasionalmente, pero siempre van en la línea de un continuo avance. El ámbito cuantitativo es medible, puede concretarse en mayor o menor medida. Pero cuando el hombre da un paso adelante en el bien, no se puede cuantificar, porque cada vez es un nuevo hombre y, por tanto, con cada nuevo hombre empieza en cierto sentido otra nueva historia. Es importante resaltar esa distinción. La bondad del hombre, vamos a expresarle así, no es cuantificable. De ahí que no se pueda deducir que el cristianismo, que en el año cero comenzó siendo como un grano de mostaza, deba acabar siendo un erguido y robusto árbol, y que todo el mundo pueda contemplar cómo ha ido mejorando de siglo en siglo. Es un árbol que puede derribarse y cortarse; porque la Redención ha sido confiada a la libertad del hombre, y Dios nunca privará al hombre de su libertad. La Ilustración sostenía la idea de que el proceso civilizador debía introducir a la humanidad en la verdad, la belleza y el bien casi de forma imperativa, para que siguiera mejorando. Consecuentemente, pensando en el futuro, los actos de barbarie eran inconcebibles. Se trata de ese carácter de aventura, por llamarlo así, de la Redención, que siempre remite a la libertad. Pues la Redención no ha sido decretada ni impuesta al hombre, ni tampoco está cimentada sobre una base estable, la Redención se apoya en el frágil recipiente de la libertad humana. Cuando el ser humano cree haber llegado a una escala superior, debe contar siempre con que todo puede desplomarse y venirse de nuevo abajo. En eso consisten, creo yo, las polémicas que se han planteado frente a Jesús. ¿La Redención está cimentada sobre algún aspecto del mundo cuantificable, medible, en el sentido de poder decir, "todos han recibido su pan, ya no habrá más hambre,,? ¿.0 bien la Redención es algo muy diferente? Porque si está ligada a la libertad, si no ha sido impuesta al hombre bajo ningún aspecto, sino ofrecida a su libertad, por esa misma razón es, hasta cierto punto, también destruible. Hemos de considerar, además, que el cristianismo ha sido siempre una siembra de arnor. Si analizáramos todo lo acaecido en la historia gracias al cristianismo, comprobaríamos que, realmente, es bastante considerable. Goethe dijo: "respetemos lo que tenemos bajo nosotros". Por el cristianismo surgió la atención a los enfermos, la protección a los más débiles y una gran organización del amor. Gracias al cristianismo ciertamente, se extendió el respeto a los hombres en cualquier situación. Es interesante saber, por ejemplo, que cuando el emperador Constantino reconoció el cristianismo, se sintió obligado, desde el primer momento, a introducir cambios en las leyes dominicales y a preocuparse de que los esclavos también pudieran disfrutar de sus derechos. O también recuerdo, por ejemplo, a Atanasio -gran obispo alejandrino del siglo IV- que describía cómo se enfrentó, él mismo, a gentes de todas las razas con el cuchillo en la mano hasta que, finalmente, los cristianos le inspiraron un sentimiento de paz. Estas cosas no son fruto de la estructura de un reino político, y como vemos hoy en día, también pueden venirse abajo. Donde el hombre se aparta de la fe, los horrores del paganismo se presentan de nuevo con reforzada potencia. Yo creo, y eso puede comprobarse, que Dios ha irrumpido en la historia de una forma mucho más suave de lo que nos hubiera gustado. Pero así es su respuesta a la libertad. Y si nosotros deseamos y aprobamos que Dios respete la libertad, debemos respetar y amar la suavidad de sus manos. Antes, el cristianismo no estaba extendido universalmente como lo está ahora. Pero su expansión no ha estado siempre acompañada de santidad Esa expansión cuantitativa del cristianismo -con el imprescindible crecimiento del número de fieles- no siempre conlleva una mejora del mundo, porque, de hecho, no todos los que se dicen cristianos lo son realmente. El cristianismo repercute, indirectamente, en la configuración del mundo a través de los hombres, a través de su libertad. Pero el cristianismo en sí, no es un nuevo y organizado sistema político-social para acabar con el mal. Con respecto a si ha habido Redención o no ha habido Redención, ¿qué significado tiene la existencia del mal en el mundo? El mal tiene poder y está en los caminos de la libertad del hombre, configurando sus propias estructuras. Porque, evidentemente, hay formas del mal que presionan al hombre y pueden bloquear su libertad, llegando, incluso, a levantar un muro que impida la irrupción de Dios en el mundo. Pero Dios no venció al mal en Cristo en el sentido de que éste ya no pudiera volver a tentar a la libertad del hombre, sino brindándonos la posibilidad -sin obligarnos- de tomarnos de su mano para enderezar nuestros caminos. ¿Con eso quiere decir que Dios tiene poco poder sobre este mundo? En cualquier caso, no ha querido ejercer su poder como a nosotros nos hubiera gustado. Lógicamente, en este Weltgeist, en este espíritu de la época, yo también me haría esa pregunta que usted me hace: "¿por qué sigue impotente?", "¿por qué reina tan débilmente, crucificado, como un fracasado?". Sin embargo, es evidente que quiere reinar así, ese es el poder divino. Porque dominar por imposición, con un poder que se ha conseguido y se mantiene por la fuerza, al parecer, no es la forma divina de poder. Volviendo a la pregunta de antes: esta situación del mundo en el siglo XX, que ha sido calificada como "requiem satánico", ¿no debería asustarnos? Nosotros, los cristianos, sabemos que el mundo está siempre en manos de Dios. Aun cuando el hombre se alejara de Dios hasta el punto de abocarse a la destrucción al final de los tiempos, Dios volverá a establecer un nuevo comienzo. Nosotros hacemos las cosas con la fe puesta en Dios, para que el hombre no se aleje de Él y el mundo sea, en la medida en que nosotros podamos, una nueva Creación suya, que el hombre pueda vivir una nueva vida como criatura suya. Pero, por supuesto, también podría hacerse un diagnóstico más pesimista. Podría ocurrir que la ausencia de Dios -Metz lo formuló de un modo un tanto extraño, como la "crisis de Dios"- sea tan fuerte, que el hombre entre moralmente en barrena y tengamos ante nosotros la destrucción del mundo, el apocalipsis, el caos. También se puede contar con esa posibilidad. No debemos excluir un diagnóstico apocalíptico. Pero, incluso entonces, contaríamos con la protección de Dios que acoge a los hombres que le buscan; y el amor siempre es más fuerte que el odio. "A finales del segundo milenio" -decía Juan Pablo II en cierta ocasión- "la Iglesia ha vuelto a ser Iglesia de los mártires." Y por otra parte, usted, Señor Cardenal, hizo un balance parecido sobre la situación actual: "Si no recuperamos un poco de nuestra identidad cristiana, no seremos capaces de hacer frente a los desafíos de la hora presente" Pero, como decíamos anteriormente, la Iglesia también irá adquiriendo nuevas formas. Será una Iglesia de minorías, menos identificada con las grandes sociedades, y compuesta por círculos de creyentes plenamente convencidos, con vida interior; y entonces la Iglesia podrá ser mucho más operativo. Podrá ser, con palabras de la Biblia, precisamente, "la sal de la tierra". En esta transformación es nuevamente muy importante que lo constante en el hombre, lo que es esencial para él, no se destruya nunca, y las energías que le sostienen como hombre serán aún más necesarias. La Iglesia tiene que tener, por una parte, flexibilidad para aceptar los cambios de actitudes y de sistemas en la sociedad, y seguir solucionando sus anteriores obligaciones de un modo nuevo. Pero, por otra, también tiene cada vez mayor necesidad de la lealtad del hombre, para poder sostenerle y ayudarle a sobrevivir, y a mantener su dignidad. La Iglesia tiene que dejar constancia de esto Y ayudar al hombre, tirando de él hacia arriba, hacia Dios; sólo así recibirá el hombre el vigor y la fortaleza que exige la paz en la tierra. Hay gente que piensa que la Iglesia a veces actúa de forma que parece incompatible con la Revelación. Un ejemplo de esas "grietas" en la historia del segundo milenio del cristianismo sería lo que el Papa denominó intolerancia en contra los nombre de la religión y complicidad en los delitos derechos humanos. Ahora, la Iglesia habla con cierta frecuencia de sus errores en relación con los judíos, o en relación con la mujer Estas confesiones parecían hasta ahora una pérdida de la propia autoridad. ¿No se debería hablar, incluso con una actitud más abierta todavía, de los fallos que la Iglesia ha tenido a lo largo de la historia? La sinceridad es una virtud capital para todo, también para saber qué es y qué no es la Iglesia, y para conocernos a nosotros mismos un poco mejor. En este sentido, una decepción -si se puede decir así- producida por no ocultar el lado sombrío de la historia de la Iglesia, también es una muestra de su honradez y de la importancia de la sinceridad. Si una confesión, digámoslo así, si reconocer las propias culpas es propio de la naturaleza del cristiano, porque sólo de ese modo puede ser justo y sincero consigo mismo, lógicamente, también es propio de la naturaleza de la personalidad colectiva de la Iglesia realizar esa puesta al día, ese reconocimiento de los propios errores. Así que, efectivamente, la Iglesia necesita ese "salmo penitencial" para poder presentarse lealmente ante Dios y ante los hombres. No obstante, creo muy importante recordar y no pasar por alto que, pese a sus fallos y debilidades, la Iglesia siempre ha proclamado la Palabra de Dios y ha impartido los sacramentos, dejando así constancia de la fuerza y del vigor de la salvación, y haciendo evidente que posee la fuerza capaz de vencer al mal. Y el poder de Dios también se manifiesta en que, cuando el cristianismo parece a Punto de extinguirse y quedar reducido a brasas y cenizas, la fe cristiana florece de nuevo. Me estoy refiriendo, Por ejemplo, al siglo X, cuando el papado era una ruina que hacía pensar que, en Roma, el cristianismo acabaría definitivamente. Y, sin embargo, fue entonces cuando, con la vida monástica, resurgió un dinamismo nuevo para la fe. Es posible que, ahora, en medio de esta decadencia de la Iglesia, el cristianismo perdure sólo como una realidad apenas vivida. Pero la presencia de Cristo en su Iglesia ejerce un dinamismo interior que constantemente la va renovando incluso en lugares inesperados. El peso de la historia que presiona sobre la Iglesia parece bastante importante. Lo digo, porque con motivo de las celebraciones del Quinto centenario del descubrimiento de América por Colón, se observaron algunos sentimientos críticos hacia las misiones, con tanta fuerza que parecía que habían tenido lugar ayer. Ahí, por supuesto, había muchos juicios globales que no responden a la verdad de la historia; más bien respondían a las emociones del momento. Yo no pretendo discutir los fallos o errores que pudieron someterse. Pero, precisamente ahora hay nuevos estudios, más profundos, en relación con ese tema; y las nuevas investigaciones dejan al descubierto que la fe -y la Iglesia también- realizó una gran tarea de protección de la cultura frente a aquel aplastamiento brutal de los hombres, debido, sobre todo, a un afán desmedido de posesión por parte de los descubridores. El Papa Pablo III Y sus sucesores intercedieron con firmeza en favor de los derechos de los indígenas y ordenaron los correspondientes ordenamientos jurídicos. La corona española, en concreto el emperador Carlos V, también dictó nuevas leyes, en gran parte irrealizables, pero que honran a la corona española, pues protegían los derechos de los indígenas a los que, expresamente, reconocían como seres humanos y, por tanto, titulares o portadores de derechos humanos. En el siglo de oro de España, los teólogos y los canonistas españoles fueron los que dieron origen a la idea de los derechos humanos. Posteriormente, otros los hicieron suyos, pero para entonces ya habían sido redactados, en España, por Vitoria. Aquel gran movimiento misionero de franciscanos y dominicos se transformó en un movimiento defensor del hombre. No hablo sólo de Bartolomé de las Casas, sino de otros muchos misioneros, de un gran número de misioneros anónimos. Ahora ha salido a la luz un aspecto muy interesante de la historia de las misiones. Aquellos primeros franciscanos que fueron a Méjico como misioneros aún estaban influenciados por la teología del siglo XIII y predicaban un cristianismo muy sencillo, muy directo y sin que mediara ninguna institución. Pero los indígenas apenas hubieran prestado atención al cristianismo -como vemos que sucedió en Méjico- si no hubiera sido porque percibían en la fe una especial fuerza liberadora. Liberadora también del culto que habían tenido hasta entonces. Méjico fue conquistado porque el pueblo oprimido cerró filas junto a los españoles para poder liberarse de aquel dominio. Todo ello junto da una imagen muy diferente y en la que no existen culpas que perdonar. En la fe había una gran fuerza protectora y liberadora que hizo posible que exista una numerosa población india en Centro y Sudamérica; de no haberla habido, las cosas hubieran sido muy diferentes. Y, dígame, ¿cómo puede explicar que la rehabilitación de Galileo haya tardado siglos en efectuarse? Yo diría que aquí más bien se ha rendido homenaje a un tema que ya había prescrito. Nadie se sentía en la necesidad de proceder a una rehabilitación expresa. El caso Galileo fue intencionadamente ensalzado por la Ilustración, como ejemplo concreto del conflicto entre Iglesia y ciencia. Tenía peso propio, históricamente hablando, pero la sobrecarga de tensiones electrizantes y casi míticas no se justificaba. La Ilustración quería hacer de ese asunto el prototipo del comportamiento de la Iglesia frente a la ciencia. Y, de ese modo, el caso de Galileo fue hinchándose para poder poner de relieve la enemistad y la hostilidad de una Iglesia demasiado anticuada frente a la ciencia. Pero, lentamente, se fue forjando el juicio: "esto no está en el pasado, es algo que va horadando los espíritus y que conviene depurar explícitamente". Qué habría hecho el mundo sin la Iglesia es una interrogante sin respuesta. Pero no se puede negar que la fe cristiana también ha liberado y cultivado al mundo, por ejemplo, en el desarrollo de los derechos humanos, en la cultura y en la ciencia, en la educación ética. Europa no hubiera sido posible sin esa fecundidad. El periodista judío Franz Oppenheimer escribió: "Las democracias deben su origen al mundo judeo-cristiano de Occidente. La historia de su origen condiciona fundamentalmente nuestro mundo pluralista. También a su origen hemos de agradecer las normas que hasta ahora han aprobado, juzgado y corregido nuestras democracias ". Y usted mismo también ha dicho que la existencia de las democracias tenía algo que ver con la existencia de los valores cristianos. Yo sólo puedo subrayar eso que ha escrito Oppenheimer. Hoy en día, todos sabemos que el modelo democrático procede de la constitución monástico, que fue pionera con sus capítulos y sus votaciones. La idea de derechos iguales para todos encontró ahí su forma política. También es cierto que antes había habido una democracia griega de donde se tomaron algunas ideas decisivas, pero después del ocaso de los dioses, tenían que ser transmitidas de alguna otra forma. Es un hecho evidente que las dos primeras democracias -la americana y la inglesa- están basadas en una misma conformidad de valores procedente de la fe cristiana, y que sólo pueden funcionar, y funcionan, cuando existe un acuerdo fundamental sobre los valores. De no ser así, se disolverían, |
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