¡Dios te salve María!
|
![]() |
|||||
se desintegrarían. De ahí se obtiene un balance histórico muy positivo para el cristianismo que desplegó una relación nueva del hombre consigo mismo y con una nueva humanidad. La antigua democracia griega dependía de la seguridad de los dioses. La democracia cristiana de la Edad Moderna dependía de los auténticos valores de la fe obtenidos por la elección de una mayoría. Justo en ese balance del siglo XX que hacía antes, quedaba demostrado que, cuando se suprime el cristianismo, irrumpen de nuevo los poderes del mal que han de ser nuevamente rechazados por el cristianismo. De forma puramente histórica podría decirse que no hay democracia sin fundamentos religiosos. El Cardenal inglés Newman dijo a propósito del mensaje que la Iglesia trae al mundo: "Sólo por nosotros los cristianos se podrá detener la caída del mundo, porque una red internacional de comunidades cristianas se extiende universalmente. La existencia del mundo está vinculada a la existencia de la Iglesia. Si la Iglesia cayese enferma, el mundo elevaría una protesta por ello". Esa formulación tal vez resulte demasiado drástica, y, sin embargo, yo diría que, precisamente, la historia de las grandes dictaduras ateas de nuestro siglo - nacionalsocialismo y comunismo- ha demostrado que, cuando faltan la fuerza de la Iglesia y el empuje de la fe, el mundo salta en pedazos. El paganismo precristiano aún tenía cierta inocencia y la vinculación a los dioses también encarnaba valores primitivos que ponían límites al mal, ahora si desaparecieran las fuerzas contrarias al mal se produciría un enorme cataclismo. Ahora podemos decir, basados en la certeza de la experiencia, que, después de haber sido arrancada de cuajo la autoridad moral que representa la fe cristiana, la humanidad se encuentra como un gran barco después de chocar contra un iceberg, dando bandazos y afrontando enormes riesgos para poder sobrevivir. 2. Catarsis: la época de transición y sus duras pruebas Justo al acabar un siglo el tiempo parece correr más aprisa, como si tuviera algún compromiso secreto. Es como aquel grano de mostaza que seguía pareciendo pequeño, hasta que, poco antes de que llegara la hora, de pronto creció para darse a conocer al mundo. Muchos son los convencidos de que ahora nos encontramos en los orígenes de una nueva sociedad universal que se distinguirá de la actual en cuestiones fundamentales, del mismo modo que el mundo de la revolución industrial se distinguió de su anterior período agrario. Es algo así como lo que los sociólogos llaman un suceso en la línea divisoria de aguas, como una vuelta del curso actual de un río hacia valores menos significativos para sobrevivir en la nueva época. Estos son tiempos en los que no hay realmente un Hoy, sino un No-más-como-ayer y un Todavía-menos~que-mañana. ¿Debemos tener alguna actitud fundamental ante esta transición? Yo también percibo esa aceleración de la historia. Siempre que se hace un descubrimiento, lo que sigue después también transcurre a mucha velocidad. Cuando pienso en los cambios habidos en el mundo en estos últimos treinta años, casi puedo tocar con las manos esa aceleración de la historia y todas sus modificaciones llevadas a cabo. El mundo cambiante está presionando el presente e incluso podría decirse que, en cierto grado, ya está aquí. Y vemos seguir adelante su proceso sin que nosotros hayamos podido siquiera vislumbrar ni su dirección ni lo que pueda venir de ahí. Sólo se perciben las grandes colectividades. Ahí están la Unión Europea, el mundo islámico, o el intento de crear una conciencia universal para todos a través de las conferencias de la O.N.U. Al mismo tiempo, observamos cómo crece la autoafirmación de lo propio, que cada vez es más obstinada. Uniformidad y división en mutua dependencia. Y en esa uniformidad se va desarrollando, paradójicamente, una creciente irritabilidad de unos contra otros. Pero, de momento, nadie sabría predecir qué forma concreta pueda tomar todo esto. Por eso a mí me parece que, en una situación como la actual, en este mundo de cambios tan rápidos e imprevisibles, la constancia del hombre en lo esencial es cada vez más importante. Según algunos datos, está empeorando la supervivencia en este planeta. A partir de mitad de los años ochenta, las catástrofes naturales en el mundo han aumentado, en número y en gravedad, dejando claro, además, que no sólo fueron causadas por la naturaleza, sino que la mayoría de ellas fueron originadas por el hombre. Unas veces, interviniendo directamente en un sistema natural, y otras, perdiendo el control sobre sus propios sistemas. Algunos creen que se trata de la ira de Dios. Posiblemente sea una purificación, una catarsis. Posiblemente haya que hacer pedazos todo lo anterior, para después poder rehacerlo de nuevo. Pero, ¿se requiere tanta danza infernal sobre un volcán, se requiere tanta agitación, tantas furias desatadas y tantos efluvios al final de los tiempos, para este climaterio de la historia universal, y para poder recomenzar de nuevo? ¿Era éste el verdadero sentido del Apocalipsis? Eso es muy difícil de responder. Lo que nosotros deberíamos hacer es esmerarnos en preparar un nuevo comienzo con las fuerzas de la Creación y de la Redención que ya tenemos. Y también deberíamos liberar, digamos, esa energía que tiene el hombre para luchar y para limitarse a sí mismo. Porque, evidentemente, de ahí es de donde nos vienen todas las fuerzas. De ahí sabe el hombre que él no hace todo lo que puede hacer -podría destruir el mundo y destruirse a sí mismo-, porque, frente a ese "poder hacer" está la medida del "deber hacer" y del "querer hacer". No sólo para reconocer una imposibilidad física, sino para reconocer también la que definimos como imposibilidad moral. La educación en este sentido es, sin duda alguna, fundamental, para que el género humano pueda superar la tentación del árbol prohibido. La Iglesia debería enseñar al hombre a crecer por sí mismo y saber contrarrestar su fuerza física, con la correspondiente fuerza moral. Y eso no se obtiene de la simple moralidad, como sabemos, es fruto de la unión interior con Dios vivo. La moral tiene fuerza sólo cuando Dios existe como fuerza interior en nuestro ser (Dasein), y no cuando procede de un puro cálculo personal. Tal vez no quede ya ninguna posibilidad de salvación desde fuera, pero sí desde dentro, la salvación de una conciencia que no esté basada en el ego. Hace poco usted decía: "Tal vez las advertencias bíblicas sobre los cambios perjudiciales en la vida del hombre quisieran decirnos: el estado de nuestro espíritu influye en la naturaleza". Sí. A mí a veces también me parece ver claramente que es el hombre quien amenaza a la naturaleza con arrebatarle su hálito de vida. Y esa contaminación ambiental exterior que sufrimos también me parece espejo y emanación de la contaminación de nuestro interior, a la que apenas prestamos atención. Yo diría que ese es el gran déficit de los movimientos ecologistas. Arremeten con pasión muy comprensible y justificada contra la contaminación del medio ambiente, mientras tratan la autocontaminación espiritual del hombre como si fuera uno de sus derechos a la libertad. Ahí hay algo erróneo. Eliminamos la contaminación cuantificable, pero no prestamos atención a la contaminación espiritual del hombre -que es parte de la Creación- para poder respirar humanamente, y, en cambio, defendemos lo que, con un concepto falso de libertad, crea la voluntad humana. Mientras sigamos cultivando en nuestro interior esa caricatura de libertad, es decir, la libertad de la destrucción espiritual, todos los cambios que queramos dirigir hacia el exterior serán ineficaces. Creo que habría que prestar más atención a esto. No sólo la naturaleza tiene leyes, disposiciones y un orden de vida que hemos de seguir si queremos vivir en y de ella. El hombre es criatura y, como tal, tiene también un orden en la Creación. El hombre no puede hacer nada arbitrariamente, por sí mismo. Para poder vivir desde dentro, tiene que reconocerse como criatura y procurar tener en su interior la pureza del ser criatura, algo así como una especie de ecología espiritual, si queremos llamarlo así. Cuando no se entiende este punto central de la ecología, todo lo demás es inútil. El capítulo 8 de la Carta a los Romanos lo explica muy claramente. Dice que Adán, o sea, el hombre interiormente contaminado, trata a la Creación como a una esclava y la somete, y que la Creación sometida gime por ello. Hoy en día escuchamos a la Creación gemir como nunca. Pablo, además, añade que la Creación espera la presencia del Hijo de Dios para poder respirar, y que sólo respirará cuando se vea sometida a hombres que sean un reflejo de Dios. Al parecer, con tanto cambio en el mundo, todavía nos esperan nuevas sorpresas, ya no sabemos exactamente qué debemos hacer. La pregunta es si la cristiandad, con el conocimiento básico que tiene, podrá hallar una respuesta correcta a todas estas evoluciones, a resultados tan distintos y a tanta cosa por aclarar. Efectivamente, ahora tienen que aplicar esos conocimientos básicos en campos nuevos, y eso no se consigue sin esfuerzo, requiere un conjunto de resultados, sufrimientos y experiencias. Pero los puntos de partida esenciales de la cristiandad, ofrecen siempre soluciones que, con la ayuda de nuevas experiencias, después se pueden acabar de concretar. Por eso el cristianismo es una constante forma de pensamiento y de vida, y no una receta que pueda aplicarse a todo. Pero sí nos da una orientación básica y luces para poder llegar a la respuesta conveniente. Siendo conscientes de que el hombre es, antes que nada, imagen de Dios, y respetando el orden de vida explicado en los Diez Mandamientos, ya tenemos la orientación esencial y necesaria para poder establecer las respuestas ante los nuevos problemas. Y esto requiere el esfuerzo de muchos en una búsqueda común de lo más justo y correcto, de lo más auténtico, antes de poder pasar a su aplicación. 3. Una "nueva primavera para el espíritu humano" en el tercer milenio Al acabar este siglo, muchas de las promesas hechas a la sociedad, se han venido abajo. Por ejemplo el marxismo (Marx: "La religión es el opio del pueblo"), el psicoanálisis (Freud: "La religión es la neurosis de la humanidad"), así como la idea que tienen los sociólogos de que la ética no es más que una instancia moral. A todo eso hay que añadir las nuevas tesis sobre las reformas en las relaciones sexuales, o en la educación, y todo con una nueva concepción de la autoridad. Usted mismo se atrevía a hacer un pronóstico hace diez años: "Lo nuevo aún está por venir". ¿Qué idea tenía entonces de todo lo nuevo?, ¿sabía ya lo que iba a suceder? ¿Quería entonces decir que la cultura de la postmodernidad sobreviviría, una cultura que usted describió como "de autodistanciamiento del primer recuerdo del hombre", que es el "recuerdo de Dios"? Yo expresaba esa esperanza. Lo que yo entonces quería decir era que los aforismos y las contradicciones de esas teorías también dejaban ver su falsedad interior. Y ese es, ahora, en gran medida, nuestro caso. Estamos atravesando una época de desmitificación de muchas ideologías que sólo eran una explicación económica del mundo dada por Marx, y que, en principio, parecían muy lógicas y convincentes. Incluso llegó a fascinar a muchos, sobre todo, por estar compaginada con una ética, pero que, sencillamente, no contenía la realidad. El hombre, ahí, no tenía explicación. Ahora ya se ha demostrado que la religión, en efecto, es una realidad primigenia en el hombre. Y lo mismo sucede con otras realidades, como, por ejemplo, con la educación antiautoritaria, que ya se ha visto que es inadecuada porque es propio de la naturaleza del hombre necesitar una autoridad. Y lo que yo quería expresar ahí, es mi esperanza de que, con la experiencia de la historia, cuanto antes, se llegue a la autocrítica de esas ideologías. Porque eso nos haría reflexionar y tendríamos una nueva visión de lo cristiano y, entonces, con el nuevo concepto adquirido y con los fragmentos de verdad que hubiera en esas ideologías, lograríamos una nueva presencia del cristianismo. De todas formas, ya hemos visto que de los fracasos y de los derrumbamientos no se producen necesariamente nuevas perspectivas positivas. En los países excomunistas, por ejemplo, el continuo empeoramiento de su situación económica y política, no origina desde luego, la regeneración del comunismo, pero tampoco produce un movimiento positivo, en el sentido de decir: "tendríamos que volver a los antiguos valores cristianos". Lo que realmente produce es cansancio en las almas, agotamiento, resignación; y, lógicamente, la desesperanza va en aumento. El renacimiento cristiano no llega por la negación de anteriores ideologías; con eso no se producen necesariamente movimientos hacia actitudes más vitales, más positivas. Simplemente se abre un espacio a la decepción que podría conducir a nuevos fracasos, pero que también puede ofrecer al hombre otra posibilidad: la de sentirse atraído por la fuerza y el vigor del cristianismo, y entonces se produciría una regeneración. Por tanto, como veíamos antes, no se origina como una necesidad por ley natural. De momento se puede observar que lo puramente científico, la visión racionalista y materialista del mundo, que tanto ha marcado a este siglo, se va agotando y va desapareciendo. ¿Volverá el hombre del tercer milenio a aceptar mitos en su vida? Antiguamente había mitos que servían de velo para ocultar la realidad. ¿Se volverá a los mitos para afrontar las nuevas realidades, para conocer mejor las verdades más Profundas? En el medievo el mundo estaba lleno de signos, nada existía por sí mismo, todo estaba relacionado con el más allá. "El hombre vive de ilusiones", decía el gran filósofo de la historia Johann Huizinga, "y porque todo es ilusión para él, entiende la oscura metafísica". Los mitos despiertan interés por todas partes, eso es querer volver a lo anterior, al cristianismo, es una vuelta a la antigua mitología con la esperanza de encontrar otros modelos de vida y de recobrar las primitivas fuerzas. Pero ahí se esconde mucho romanticismo. Porque cuando no nos satisface el presente, ni podemos volver atrás en la historia, ni podemos recuperar el pasado. En esa evocación de los mitos precristianos, que no se buscan en el cristianismo por encontrarlo demasiado racional o demasiado gastado hay, ante todo, un deseo de huir de las exigencias del cristianismo, buscando el máximo apoyo en lo religioso, pero evitando en todo lo posible cualquier compromiso, eludiendo cualquier vinculación posible. Yo no digo que en esos mitos no se oculte algo a lo que nosotros podamos recurrir. La humanidad también ha encontrado la verdad en esos mitos, y eso le ha ayudado a buscar otros caminos. Pero si los mitos ya están preparados por nosotros, y los elegimos según nuestras necesidades, entonces no tienen ninguna fuerza La religión, como su propio nombre indica, no puede existir sin una ligadura. De no existir una disposición al compromiso, al sometimiento, a la verdad ante todo, la religión solamente sería un juego. Antes me ha citado El juego de perlas de cristal. La nueva búsqueda corre el riesgo de no ser suficientemente trascendente, y, entonces, las fuerzas que confiamos recibir no llegarán nunca. Más bien será una especie de sueño en el que los problemas y los poderes reales, que el nuevo mundo trae consigo, no se dejarán dominar ni conducir por caminos rectos. La nostalgia de la religión que ahora existe es la simple necesidad de recibir algo de su fuerza, y, también, el reconocimiento de que la necesitamos porque estamos viviendo de modo precario. Esto es, con toda seguridad, algo positivo, pero aún está demasiado vinculado a la voluntad. La humildad de reconocer una verdad que resulta exigente y que yo no he escogido para mi, sigue ausente. ¿Imagina usted que la humanidad pueda ser testigo de una nueva Ilustración que, con enfoques liberales positivos, reconciliara los extremos e incluyera de nuevo la dimensión de la fe en la vida y en el pensamiento? Tal vez así quedaría dignamente superado en la conciencia humana lo que podríamos llamar el foso de Andrés y se pondría fin a la escisión del hombre. A lo mejor ésta podría ser la visión de una nueva integración, una integración que no renunciaría a Dios. Un creyente siempre tiene la esperanza de que a un período de oscuridad y desintegración le suceda otro de retorno. Pero un cambio hacia adelante, como expliqué antes, porque nosotros no podemos retrotraernos a períodos anteriores. Usted me hablaba de una nueva integración, exactamente de la posibilidad de una nueva Ilustración que descubriera lo esencial y lo uniera a lo nuevo. En mi opinión, esa es una esperanza que no se vislumbra a corto plazo. Las corrientes de separación de las fuerzas espirituales son aún muy grandes. Por una parte, está la fascinación de tener un conocimiento integral, y por otra, la previa resignación. Pero también existe un gran temor al compromiso que eso pudiera significar. Yo creo que, de momento, nos encontramos todavía en un largo período de confusión. Pero el cristiano siempre hará lo que deba hacer para que, por encima de esa fragmentación del conocimiento que tanto desintegra la vida, se manifiesten la integridad y la unidad del hombre que proceden de Dios, y vuelvan a unirse, por así decir, todos los caminos. Debemos intentar conseguirlo, aunque yo no albergo la esperanza de que esto se consiga enseguida. Juan Pablo II habló en su discurso ante las Naciones Unidas en Nueva York, en el año 1995, de los fundamentos de un nuevo orden universal y de una nueva esperanza para el tercer milenio. "Veremos", decía el Papa, "que las lágrimas de este siglo han preparado el fundamento para una nueva primavera del espíritu humano." ¿Qué quiso decir con una "nueva primavera"? ¿Una nueva identidad del hombre? Esto es todo un capítulo. El Papa abriga la gran esperanza de que a un milenio de divisiones le suceda otro de uniones. Mantiene la tesis de que el primer milenio de la cristiandad fue un milenio de unidad entre todos los cristianos. Aunque hubo cismas, que todos conocemos, se mantuvo la unión entre Oriente y Occidente. El segundo milenio, que estamos acabando, ha sido el de los grandes cismas, pero ahora hemos llegado también a un acuerdo común para buscar la forma de volver a la unidad. Su gran esfuerzo ecuménico está en esta perspectiva histórico-filosófica. El Papa está plenamente convencido de que tanto la declaración afirmativa como el llamamiento al ecumenismo del Vaticano II, se inserta en este movimiento histórico-filosófico. Este resurgimiento del ecumenismo en el Vaticano II es señal clara de que estamos en vías de una nueva unidad. El Papa cree que los siglos tienen su propia fisonomía; por eso espera que los grandes hundimientos de este siglo y sus lágrimas, como él mismo decía, se apacigüen y se conviertan en un nuevo comienzo. Tenemos que lograr la unidad de la humanidad, la unidad de las religiones y la unidad de los cristianos, para que pueda dar lugar a una época positiva. Hay que tener sueños como éste. Es un sueño que nos anima y nos invita a todos a ponernos en marcha en esa dirección. La inagotable energía con la que se mueve el Papa tiene su origen, precisamente, en esta esperanza suya. Sería lamentable que nosotros nos dejáramos llevar por un simple desaliento o por un cálculo pesimista, en vez de por una ilusión con un contenido altamente positivo y significativo, Sería lamentable que no tuviéramos valor suficiente para caminar en esa dirección. Pero que esta gran ilusión sea pronto una realidad, evidentemente, está sólo en manos de Dios; yo, de momento, no la vea demasiado próxima. 4. Iglesia, estado y sociedad Con la separación de la Iglesia y del Estado, el siglo XIX veía la fe como algo subjetivo y sólo la entendía como un asunto privado. Muchos creen que el actual y progresivo proceso de secularización es una seria amenaza para la supervivencia de la fe y de la Iglesia. Una vez acabado aquel tiempo en el que el Estado establecía la religión, ¿no podría ser este fin de siglo una nueva ocasión para la fe de la Iglesia? "Es propio de la naturaleza de la Iglesia", aclaraba usted mismo con respecto a esta relación, "estar separada del Estado y que su fe no sea impuesta por el Estado, sino que dependa del libre convencimiento". La idea de la separación de la Iglesia y del Estado se debe al cristianismo. Antes del cristianismo había una identidad entre la constitución política y la religión. En todas las culturas se aceptaba el Estado como algo sagrado y, por tanto, era también el mejor guardián de lo sagrado. Esto ya era así en la prehistoria del cristianismo, en el Antiguo Testamento. En Israel estaba, al principio, entremezclado. Pero, cuando la fe del pueblo de Israel pasó a ser la fe de todos los pueblos, su identificación política se disolvió y se convirtió en un elemento que sobrepasaba las diferencias y separaciones políticas. Y ese fue, en realidad, el punto de confrontación entre el cristianismo y el imperio romano. El Estado había tolerado las religiones privadas pero siempre con la condición de que se reconociera el culto al Estado, la cohesión del cielo de los dioses bajo los auspicios de Roma, y de que se pusiera el máximo énfasis en la religión del Estado. Pero el cristianismo no aceptó esas condiciones; suprimió el carácter sagrado del Estado y, con ello, cuestionó la construcción fundamental de todo el Imperio romano es decir, del antiguo mundo. Así que, después de todo, esa separación es, en su origen, un legado cristiano al mismo tiempo que un factor determinante para la libertad. El Estado, por tanto, ya no es un poder sagrado, es un orden limitado por una fe que, a su vez, tampoco la proporciona el Estado, sino que es un don de un Dios, que está por encima de él y que, además, es su juez. Eso era algo nuevo y se podía explicar de diversas formas según la situación de cada sociedad. La evolución de ese modelo de separación entre Iglesia y Estado, a partir de la Ilustración, se ha realizado, en este sentido, de forma positiva. Lo negativo ha sido que los tiempos modernos, además de reducir la religión a subjetivismo, volvieron al absolutismo del Estado, que se advierte claramente en Hegel. El cristianismo, por su parte, nunca quiso ser considerado religión de Estado, al menos al principio; quería distinguirse del Estado. Estaba dispuesto a rogar por el emperador, pero no a ofrecerle sacrificios. Además, había conquistado derechos públicos, es decir, ya no era solamente un sentimiento subjetivo, -"todo es sentimiento", decía Fausto-, sino que había conseguido ser una realidad de la cual podía hablarse abiertamente y que establecía sus propias normas de conducta y, en cierta medida, también obligaba al Estado y a los poderosos de este mundo. En ese sentido, yo creo que el desarrollo de la Edad Moderna trajo consigo lo negativo del subjetivismo, pero también tuvo su lado positivo, que es la combinación de una Iglesia libre en un Estado libre, si se puede hablar así. De ese modo se podía fundamentar la fe libremente y con mayor profundidad, pues había que seguir predicando la Palabra de Dios en público, estando bien preparados para luchar contra el subjetivismo. Pier Paolo Pasolini vio una oportunidad para la Iglesia que consistía en pasarse al papel de radical oposición. En el verano de 1977, escribió una carta al Papa Pablo VI en la que le decía: "En el marco de una perspectiva radical, o tal vez utópica, o de un período que termina, ahora se puede ver con claridad lo que la Iglesia debería hacer para escapar a un final vergonzoso. La Iglesia debería pasarse a la oposición. Podría concentrar sus fuerzas para luchar -dicho sea de paso, puede volver la vista atrás a una larga tradición de luchas del papado contra el imperio secular- ahora contra un nuevo imperio, el del consumismo que no quiere someterse a ella. Ante semejante insubordinación , la Iglesia podría convertirse en nuevo símbolo de oposición y de rebelión, y volver así a su primitivo origen". Hay mucho de verdadero en eso. El anacronismo de la Iglesia, que, por una parte, significa debilidad -se la empuja para que se aparte-, también puede ser su fortaleza. Los hombres tal vez piensen que, para luchar contra ideologías tan banales como las que ahora predominan en el mundo, necesitamos la sólida oposición de una Iglesia moderna, cuando la Iglesia más bien parece ser antimoderna y oponerse a todo lo que se dice. La Iglesia necesita ejercer un papel de oposición profético, que debería tener el coraje de representar. Aunque al principio parezca lo contrario, su mayor fuerza está, precisamente, en el coraje de la verdad, a pesar de que, impidiendo una arbitrariedad, pueda parecer que la Iglesia se está encerrando en un ghetto. Pero yo no definiría el cometido de la Iglesia como el de una oposición, en general. Porque la Iglesia siempre está participando en la construcción de algo positivo. Siempre está colaborando de modo constructivo para que todo adquiera su mejor forma, la más justa. Y tampoco se puede replegar al papel de una oposición sistemática porque la Iglesia sabe lo que tiene que hacer, cuándo tiene que presentar una objeción y cuándo debe colaborar y participar en algo; sabe cuándo puede decir que sí y cuándo debe decir que no, defendiendo su propia naturaleza. 5. Ecumenismo y unidad Antes comentaba que una ilusión del Papa Juan Pablo II es la unidad de los cristianos al finalizar este milenio. La Iglesia católica romana ha hecho ofertas de apertura, ha planteado diálogos interconfesionales en el plano teológico. En la encíclica publicada en mayo de 1995, "Ut Unum sint",, sobre el ecumenismo, el Papa expresa la esperanza de que "en el umbral de un nuevo milenio ... momento excepcional ..., la unidad entre todos los cristianos crezca hasta alcanzar la plena comunión". Porque, "el cisma contradice manifiestamente la voluntad de Cristo, es una contrariedad para el mundo ... ". ¿Es posible esta unidad de todos los cristianos? Porque en esa misma encíclica se dice también que se debe evitar absolutamente, "cualquier forma de reduccionismo o de fácil acuerdo". La cuestión sobre los posibles modelos de unidad es seria y difícil de resolver. Lo primero que habría que hacer sería preguntarse: "¿qué podemos hacer?", "¿qué podemos esperar y qué no debemos esperar?". Y la segunda pregunta sería: "¿y qué es mejor realmente?". Yo no me atrevo a esperar una unidad absoluta en la historia interna de la cristiandad. Porque incluso ahora, que se está llevando a cabo la unificación, se está viendo que siguen produciéndose fraccionamientos. Por un lado, por la constante aparición de sectas, muchas de las cuales ocultan su sincretismo con elementos paganos y no cristianos, pero, sobre todo, por los continuos movimientos espirituales que aparecen en el interior de la Iglesia y que cada vez son mayores. Y, además, también están las iglesias de la Reforma que tienen un cisma, bastante profundo, entre algunos elementos evangélicos y los movimientos modernos (y en el protestantismo alemán, la discusión entre las dos ramas también es evidente). Y también en la Iglesia ortodoxa. Aunque ahí se podría decir que la unidad no es tan importante, porque ellos desean ser autocéfalos. Pero también tienen sus diferencias y, por tanto, como vemos, nos encontramos con que en todas partes está actuando el mismo germen. Con respecto a la propia Iglesia católica, hay también algunas divergencias tan fuertes, que, a veces, da la impresión formal de que haya una Iglesia dentro de otra Iglesia. Hay que considerar esta cuestión bajo esos dos aspectos; por un lado, hay un acercamiento de los cristianos separados, pero, por otro, en el interior de la Iglesia se siguen apreciando movimientos de desunión. Por eso no conviene abrigar demasiadas esperanzas. Lo que realmente importa es que siempre tengamos presente lo esencial. Que cada cual procure huir de sus propias sombras e intente acercarse al auténtico núcleo de la fe. De momento, si no surgen más movimientos de desunión en el interior de la iglesia, y si entendemos que dentro de la separación también podemos estar unidos en muchos aspectos, ya hemos conseguido mucho. Yo no creo que se pueda llegar, pronto a grandes "uniones confesionales". Pero, me parece más importante que eso, que sintamos respeto mutuo, que nos amemos mutuamente, que nos reconozcamos cristianos e intentemos dar al mundo un testimonio conjunto en lo esencial, tanto para una recta conformación del orden secular, como en respuesta a las grandes cuestiones acerca de Dios y del hombre, de dónde viene y a dónde va. 6. El Islamismo Cierto romanticismo ha creado una imagen de Oriente y del Islam que no siempre responde a la realidad. No obstante, no se puede negar que el Islam se distingue especialmente por su forma de juzgar los principios de la sociedad occidental. La posición del individuo o la igualdad del hombre y la mujer se valoran de forma muy diferente en Oriente y en Occidente. El terrorismo islámico desacredita de nuevo al Islam, y en Europa crece el miedo a los homicidios fanáticos. Nadie se atrevería a negar que es muy necesario un mejor conocimiento y comprensión entre las culturas. Pero, ¿en qué fundamentos se podrían basar? Esta es una pregunta muy difícil. Pero yo diría que aquí también conviene empezar aclarando que el Islam no es una realidad uniforme. No cuenta con una autoridad uniforme, y por eso el diálogo con el Islam sólo puede llevarse a cabo con un determinado grupo islámico. Nadie habla en nombre del Islam en conjunto, no tiene una ortodoxia ordenada y común a todos. Y, además, se presenta con diversas variaciones, además de dividirse en chiítas y sunitas, claro está. Hay, por una parte, un Islam "noble", representado, por ejemplo, por el rey de Marruecos, y un Islam extremista, terrorista, que tampoco deberíamos identificar con todo el conjunto islámico, porque no sería justo. El Islam, efectivamente, tiene estructuras para la convivencia social, para la política, para la religión, totalmente diferentes. Cuando hoy en día se discute en Occidente la posibilidad de establecer facultades de teología islámica, o presentar el Islam como corporación de derecho público, se presupone que todas las religiones están estructuradas de igual forma; que todas se adaptan a un mismo sistema democrático con sus ordenamientos jurídicos y con los espacios libres propios de ese ordenamiento. Pero la esencia misma del Islam lo contradice. Porque el islamismo no admite, en absoluto, esa separación de los ámbitos político y religioso, que, desde el principio, caracteriza al cristianismo. El Corán es una ley íntegramente religiosa que regula la totalidad de la vida política y social islámica, y de ahí se sigue que todo el ordenamiento de vida, en general, sea como dice el Islam. El Corán marca a la sociedad desde el principio hasta el final. Le da libertad, pero sólo parcial, para que no pueda hacer de ella una meta y diga "bien, ya somos una corporación de derecho público, ya estamos presentes en la sociedad como los católicos y los protestantes". El Islam no ha llegado aún a su punto exacto, es todavía un punto de distanciamiento. En el ordenamiento vital del Islam hay una totalidad que abarca absolutamente todo, con planteamientos muy distintos a los nuestros. Hay un claro sometimiento de la mujer al hombre, y, en su concepción de la vida, existe un sistema ordenado de derecho penal, que continuamente se contrapone a nuestro concepto de sociedad moderna. A ese respecto interesa distinguir claramente que no se trata de una simple confesión religiosa incluida en los espacios libres de una sociedad pluralista. Si se entiende así, cosa que sucede con cierta frecuencia, se estaría juzgando el Islam como un modelo cristiano disminuido y no según su propia naturaleza. Por eso, evidentemente, el diálogo con el Islam es mucho más complicado que un diálogo en el interior del cristianismo. Podríamos formular la pregunta en sentido contrario: ¿qué puede decir el consolidado islamismo universal al mundo cristiano? Esta consolidación islámica es un fenómeno de muchas caras. Para empezar, está en juego el aspecto financiero. El inmenso poder económico conseguido por los países árabes les permite la construcción de enormes mezquitas, y otras muchas maneras de mantener la presencia islámica en las culturas de todo el mundo. Pero eso, claro está, es sólo un factor. El otro es una identidad cada vez más consolidada, una conciencia de sí mismo cada vez más fuerte. En la situación cultural del siglo XIX y principios del siglo XX, hasta entrados los años sesenta, la superioridad industrial, cultural, política y militar de los países cristianos era tan grande que el islamismo tuvo que dividirse en dos ramas, y el cristianismo -o al menos las civilizaciones fundadas en el cristianismo- quedó como el gran poder vencedor de la historia universal. Pero entonces tuvo lugar la grave crisis moral del mundo occidental en la que también se encontraba el mundo cristiano. Ante la profunda contradicción moral del mundo occidental y su confusión interior, y ante la reaparición del poder económico en los países árabes, el alma islámica despertó: "nosotros también valemos algo", "nuestra identidad vale más que otras", "nuestra religión se mantiene firme, mientras que de la vuestra ya no queda nada". Este es el sentimiento del mundo islámico: "los países occidentales no tienen mensaje moral, lo único que pueden ofrecer al mundo es un know how"; "la religión cristiana ha abdicado, ya no le queda nada de auténtica religión"; "los cristianos no tienen moral ni tienen fe, sólo les quedan restos de ideas de una Ilustración moderna"; "nosotros, en cambio, tenemos una religión firme y segura". El islamismo tiene la convicción de que su religión es la más fuerte, que tiene recursos para resistir y perdurar en el mundo. El Islam cree tener algo que decir al mundo: "sí, nosotros somos la fuerza esencial de la religión". Se ha acabado la charlatanería anterior y ahora se presenta al mundo con seguridad y arrogancia. Y eso ha originado un nuevo empuje, ha despertado un fuerte e intenso deseo m. Y su fuerza consiste en que: "nosotros tenemos un ininterrumpido mensaje moral desde los profetas y podemos decir al mundo cómo se ha de vivir; los cristianos no pueden decirlo". Por tanto, nosotros ahora debemos ocuparnos de esa energía del Islam, que ha lascinado a muchos, incluso en círculos académicos. 7. El Judaísmo Vamos ahora al tema más importante de aquella larga lista que hicimos. Durante mucho tiempo se ha creído que el conflicto entre el judaísmo y el cristianismo estaba planteado en las entrañas de la religión. Pero ahora el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe católica comprueba que: "La estrella señala a Jerusalén. Se extingue y luce nuevamente en la Palabra de Dios, en las Sagradas Escrituras de Israel. " ¿Qué quiere decir con esto? ¿Es algo así como una relación radicalmente nueva con el judaísmo? Indudablemente, nuestras relaciones con el judaísmo tienen que ser otras, pero eso ya está también en marcha. Todavía no se han eliminado las diferencias, más bien al contrario, en cierto modo, tal vez ahora las notemos más que antes. Pero hemos de vivirlas basándonos en un profundo respeto mutuo y en nuestra unión interior. Y en eso sólo estamos a medio camino. Me refiero concretamente a que, siendo el Antiguo Testamento parte de la Biblia cristiana, siempre ha habido un parentesco entre el judaísmo y el cristianismo. Pero, precisamente, eso mismo ha sido un punto de escisión, pues los judíos creían que nosotros nos habíamos apoderado de su Biblia, aunque no la viviéramos bien. Ellos eran los auténticos propietarios. Y en el cristianismo, por el contrario, siempre ha existido un sentimiento de que los judíos no leían bien el Antiguo Testamento, porque sólo se lee bien si se está abierto y se da entrada a Jesucristo. Ellos se cerraron interiormente en sí mismos, digamos, y continuaron su propia dirección. Y el cristianismo, en muchas ocasiones, ha utilizado la posesión del Antiguo Testamento en contra de los judíos, argumentando, "vosotros tenéis la Biblia, pero no la utilizáis bien, tenéis que dar un paso más". A partir del siglo II después de Cristo, surgieron algunos movimientos espirituales en el cristianismo que intentaban prescindir totalmente del Antiguo Testamento, o, al menos, reducir mucho su significado. Aunque esa actitud nunca ha sido la del Magisterio de la Iglesia, lo cierto es que, a lo largo de la historia, el Antiguo Testamento fue perdiendo valor entre los cristianos. Si sólo se lee la antigua ley o alguna de sus historias -en parte bastante inhumanas-, lógicamente se puede pensar: "¿es esta mi Biblia?", y con pensamientos como éste o parecidos, se fue dando pie a una opinión antijudáica. Y cuando los cristianos de la Edad Moderna se apagaron de la interpretación alegórico con la que los Padres de la Iglesia habían "cristianizado" el Antiguo Testamento, lógicamente volvió a darse un desconocimiento del libro, con el resultado final de que nosotros, ahora, deberíamos intentar leerlo de nuevo con atención. Para que ellos caminen en la dirección de la fe que nosotros vivimos, tendríamos que compartir mejor ese patrimonio común de la historia de Abrahán -que es punto de separación al tiempo que punto de unión entre nosotros-, respetando que los judíos no lean el Antiguo Testamento con los ojos puestos en Cristo, sino en la promesa del que aún ha de venir. Y, por otra parte, nosotros esperamos que los judíos comprendan que cuando nosotros leemos el Antiguo Testamento, lo leemos bajo una luz distinta a la suya, pero en la misma fe de Abrahán, y que, por tanto, podemos ayudarnos mutuamente. ¿Por qué tardó tanto el Vaticano en reconocer el Estado de Israel? La fundación del Estado de Israel después de la segunda guerra mundial se debió a una resolución de las Naciones Unidas y al derecho que el pueblo judío poseía de tener su propio Estado en su propia tierra. Pero, como es sabido, la situación de sus fronteras era bastante discutible; un gran número de árabes abandonaron el nuevo Estado y ahora viven refugiados en otros Estados en una situación extremadamente problemática y jurídicamente poco clara. En casos como estos, el Vaticano siempre espera a que las relaciones jurídicas evolucionen. Algo parecido sucedió, por ejemplo, con las zonas del este de Alemania. El Vaticano esperó a que la Ostpolitik, la política del régimen de Willy Brandt, aclarara las cuestiones conflictivas entre Polonia y Alemania, para crear allí nuevas diócesis; con la República Democrática de Alemania las relaciones diplomáticas hubieran sido imposibles. En Israel existía, además, el problema de Jerusalén. Era muy dudoso que la Ciudad Santa pudiera ser la capital de tres religiones, de tres Estados, cada uno de ellos fuertemente marcado por su propia religión. Pareció más conveniente esperar a que las cosas se aclarasen. Y también era conveniente asegurar un entendimiento más claro acerca de la situación jurídica de los cristianos y de sus correspondientes organizaciones. La Iglesia admite con facilidad que Jesús era judío. Pero entonces, ¿no sería mejor que, en vez de decir "Y Dios se hizo hombre" se dijera "y Dios se hizo judío."? ¿La fe cristiana no debería reconocer al judaísmo en su propio mensaje histórico? Es importante recordar que Jesucristo era judío. Y añadiré algo más. En tiempos de los nazis yo iba todavía a la escuela y me correspondió vivir una época en la que predominaba la tendencia a hablar de "cristianos alemanes". Con eso se quería dar a entender que Cristo era de raza aria: si era galileo, no era judío. En nuestras clases de religión y en las predicaciones se nos decía lo contrario, había interés en subrayar: "eso no es cierto; Cristo era hijo de Abrahán, hijo de David, era judío, forma, parte de la promesa y forma parte de nuestra fe" Qué duda cabe que se trata de un elemento muy importante de unión entre judíos y cristianos. Por eso, también es importante esa otra expresión: "y Dios se hizo hombre". El Nuevo Testamento contiene dos árboles genealógicos de Jesucristo muy interesantes. El de San Mateo empieza en Abrahán y nos muestra a Jesucristo hijo de Abrahán, hijo de David y, por tanto, como cumplimiento de la promesa hecha a Israel. Y el árbol genealógico de San Lucas, que empieza en Adán, nos muestra a Jesucristo, ante todo, como hombre. Que Jesús se hizo hombre y vivió y murió por todos los hombres, es una cuestión particularmente importante. Eso hace que la promesa del legado de la fe de Abrahán tenga significado para toda la humanidad. Por eso es muy importante y significativa aquella primitiva frase: "Jesús se hizo hombre". Y finalmente, también hay que reconocer que Jesús, como judío, fue fiel a la ley, pero también la transgredió dando una nueva y más fiel interpretación a todo el legado de la fe. Éste es el punto realmente conflictivo. Respecto a esto se están manteniendo diálogos de gran interés. Me refiero, sobre todo, a un precioso libro del rabino americano Jakob Neusner, que hace un comentario muy correcto sobre el Sermón de la Montaña. Destaca las contraposiciones de aquel sermón, pero lo hace tratándolas con mucho amor y respeto, para acabar, finalmente, poniendo de relieve la respuesta afirmativa a aquel Dios vivo. No debemos rechazar ninguna de esas contraposiciones. Sería elegir el peor camino, pues los caminos que conducen a la verdad nunca son de paz. Las contrariedades existen, están ahí. Y nosotros, debemos aprender a buscar, precisamente en cada contradicción, el amor y la paz. El holocausto no tuvo lugar en plena Edad Media de la Iglesia, sino cuando la Iglesia ya se había apoderado definitivamente de los corazones de los hombres. Por eso debemos reflexionar y preguntarnos una y otra vez, cómo pudo tener lugar aquella catástrofe en suelo cristiano. No está lejos la hora en que aquí, en Europa, haya menos católicos que judíos había antes de la guerra y cuyas muertes no debemos olvidar Tiene razón al recordar ese episodio como un grave y oscuro capítulo de la historia. Pero es bueno también recordar que el holocausto no fue debido a los cristianos ni se llevó a cabo en nombre de Cristo: aquello se produjo por un movimiento anticristiano y como paso previo al exterminio del cristianismo. Yo viví aquella época siendo aún niño. Por entonces se insistía mucho en la existencia de un cristianismo-judaizante, y en una judaización de todo lo germano debido al cristianismo, más concretamente relacionado con la Iglesia católica. El palacio arzobispal de Munich también sufrió la llamada "noche de los cristales". El lema empleado por los agresores decía: "después de los judíos, los amigos de los judíos". Todavía se puede leer en las propias fuentes -en el Stürmer, por ejemplo- que el cristianismo, en su forma católica sobre todo, era visto como un intento de intervención del poder judío que buscaba la "judaización" de la raza germana, como se decía entonces, y que, para vencer totalmente aquel judaísmo, algún día habría que deshacerse también del cristianismo; sólo así se podría dar paso a un, digamos, cristianismo positivo de Hitler. La circunstancia de que la persecución de Hitler a los judíos también tuviera carácter anticristiano es muy significativa y no debemos silenciarla. Pero eso, desde luego, no cambia nada del hecho de que los responsables de todo aquello fueran, sin embargo, hombres que habían recibido el bautismo. Aunque las SS fuera una organización criminal atea, y entre ellos apenas hubiera cristianos creyentes, lo cierto es que, de todos modos, eran hombres que habían sido bautizados. Es innegable que el antisemitismo tenía muy bien preparado el terreno. Ya había un antisemitismo cristiano en Francia, Austria, Prusia y en todos los países, y hubiera podido brotar igualmente de cualquiera de todas esas raíces. Esto, de hecho, debe ser continuo motivo de examen de conciencia. ¿Siguen siendo los judíos, la cuestión principal para el futuro del mundo, como lo fueron en la Biblia? No sé muy bien a qué lugar de la Biblia hace referencia con su pregunta. En cualquier caso, los judíos aparecen siempre como los primeros portadores de la promesa -Y por tanto como el pueblo que vivió la fase más fundamental de la historia bíblica- y, sin duda alguna, siempre se encuentran en el punto central de la historia universal. Siendo un pueblo tan pequeño se podría pensar que no es muy importante. Pero lo cierto es que en todas las épocas de la historia, y en la nuestra de modo especial, se ha demostrado que las grandes decisiones de la historia del mundo tienen siempre n alguna relación con los judíos. Algo pasa con este pueblo. 8. ¿Un nuevo concilio? Fuera del Vaticano, hace tiempo que se dice que hay un nuevo Concilio en ciernes. Se necesitan nuevos mensajes de salvación, y por todas partes se habla de nuevos dogmas de fe. ¿Necesita la Iglesia un tercer Concilio Vaticano para aclarar más sus indicaciones? Yo diría que en un futuro próximo, no. Podría relatarle una pequeña historia. El Cardenal Cordeiro, de Pakistán, me contó con ocasión de una asamblea sinodal que alguien le había comentado al Cardenal Döpfner que veía necesario un Concilio Vaticano III. Y Döpfner, entonces, con una pronta reacción de enfado, alzó las dos manos y dijo: "Not in my lifetime!", ¡no, mientras yo viva! Tenía suficiente con la experiencia de un Concilio. Döpfner estaba convencido de que las experiencias conciliares son interesantes sólo después de transcurrido largo tiempo y cuando están muy distanciados. De hecho, un Concilio es un acontecimiento de la Iglesia atractivo y renovador, como bien puede apreciarse, pero que requiere mucha dedicación de tiempo para poder llevarlo a cabo. Todavía no hemos superado el Concilio Vaticano II. Un tercer Concilio no seria la mejor receta para acabar de poner todo en práctica. En cambio, me parece que sí debería haber Sínodos episcopales con más frecuencia. A mí me parecen instrumentos más adecuados, y a una escala también más realista. Se trata de una reunión de unos doscientos obispos de todos los lugares del mundo, que presentan sus respectivas conclusiones y que, una vez reunidos, tratan entre todos de estudiar y determinar las modificaciones necesarias en cada situación. Un Concilio ecuménico es de proporciones gigantescas y, por tanto, casi imposible de organizar. Hay que coordinar a tres mil o cuatro mil obispos. Todo transcurre a base de grandes cifras y casi nunca se llega a mantener una conversación eficaz, un intercambio de ideas real y efectivo. Esto supone que, para llegar a las conclusiones finales más convenientes y saludables, deben estar previamente ya muy preparadas. Un Concilio no es un Deus ex machina, donde rápidamente sale una decisión que parece oportuna, y luego todo sigue su ritmo regular. En un Concilio sólo se puede estudiar las conclusiones que ya estaban previstas y reorganizarlas como convenga. Así que, lo primero de todo, requiere tener mucha paciencia durante todo su desarrollo, mucha paciencia para la estructuración del tiempo que se necesita para tratar todas las cuestiones antes de que sean fundidas en las conclusiones y en los textos finales. Yo no creo que en un Concilio se pueda lograr algo semejante a un remedio milagroso. Más bien, al contrario, suele producir crisis que, naturalmente, sirven para buscar soluciones concretas a las cosas. Actualmente, aún estamos ocupados en las reformas del Concilio Vaticano II. 9. El futuro de la Iglesia y la Iglesia del futuro Señor Cardenal ¿le queda todavía al pontificado de este siglo alguna indicación por hacer cara al futuro de la Iglesia? ¿Algo parecido a una reforma, por poner un ejemplo? En caso afirmativo, ¿cuál le parece que podría ser? Yo pienso que, por parte del Papa, podemos esperar todavía una larga lista de asuntos. Al Papa le interesan mucho las cuestiones sobre la unidad de los cristianos y el diálogo entre las religiones; estos son dos grandes temas para él, y, por supuesto, toda la problemática que se plantea en el ámbito de la ética social y de la política. Pero, antes que nada, le interesa mucho el ámbito del propio Evangelio que debe predicarse constantemente y que, cuando sólo se tiene ante los ojos los productos que la publicidad ofrece continuamente, podría quedar ensombrecido con facilidad. Los planes más próximos que tenemos son un Sínodo panamericano y otro asiático. Van a ser dos acontecimientos importantes, creo yo. Si el Papa, conociendo las diferencias de las dos Américas, convoca un Sínodo panamericano es porque quiere que esos dos grandes continentes, a pesar de sus diferencias, encuentren la forma de complementarse; que sepan rectificar lo que sea necesario para obtener una fuerza común para continuar la evangelización. Ahí estarán presentes las diversas problemáticas de las culturas latinoamericanas, la cuestión de la pobreza, el problema de las culturas antiguas y el debate sobre su propia identidad cultural, así como la búsqueda de un acomodo de estas culturas con la anglosajona y norteamericana en el catolicismo, de modo que, juntas, puedan recorrer un mismo camino. A mí me parece que esto será un gran acontecimiento. En el Sínodo asiático se planteará la cuestión del desarrollo del cristianismo en el contexto de las religiones asiáticas: cómo aunar las fuerzas de esas religiones con la de la religión cristiana en este fin de milenio. En mi opinión, estos dos sínodos se llevarán buena parte de nuestro trabajo. Ahora mismo tenemos el programa de la preparación del año 2000 durante tres años, tal como el Papa ha proclamado: un año cristológico, en el que hay que poner la figura de Cristo en el centro de todo, un año dedicado al Espíritu Santo y un año dedicado a Dios Padre. Serán tres años para tener especialmente presente la fe en Dios y que estarán muy vinculados a una honda conmemoración del bautismo y a la profunda reflexión sobre la eucaristía. Después, todo desembocará finalmente en el año 2000, con un encuentro de toda las comunidades cristianas, y otro encuentro con las comunidades judía e islámica, es decir, con las religiones monoteístas. Este programa - los dos Sínodos continentales y los tres años de preparación para el año 2000, que tienen como punto central a Dios, a Dios trino, más los encuentros con todos los que creen en Dios- creo que es un programa que aborda temas realmente relevantes para el mundo. En el año 1970, usted pronunció una conferencia sobre "Fe y futuro", hablando de una Iglesia futura que tendría nuevos oficios. Dijo algo así como que los cristianos adultos en la fe podrían ser ordenados sacerdotes. Yo, en aquella época, ya había previsto que la Iglesia podría empequeñecerse, por así decir. Me parecía que, tal vez, algún día, se convertiría en una Iglesia de minorías y, por tanto, no estaría integrada en los espacios en los que subsisten las grandes organizaciones, sino que tendría que conformarse y reducirse a algún espacio más modesto. Y también pensaba que, además de los sacerdotes preparados para ser ordenados desde su juventud, también podrían ser llamados a esa vocación hombres formados profesionalmente para cumplir diferentes oficios. Yo creo que llevaba razón con respecto a que la Iglesia, poco a poco, debe hacerse a la idea de estar en una situación minoritaria, y que su actual posición en la sociedad ya no es la que tenía antes. Y también creo que tenía razón en pensar que las ordenaciones de varones procedentes de otras profesiones irían incrementándose. Pero, quién es el vir probatus, quiénes y cuántos serán los hombres probados que, procediendo de otros oficios puedan estar disponibles, esa ya es otra cuestión. Pero hay que decir que en la antigua iglesia ya había experiencia del vir probatus, cuando aún no existían los seminarios de sacerdotes. Eran hombres que habían ejercido un oficio y que eran llamados al sacerdocio, y que, en cualquier caso, a partir del siglo II o III renunciaban acto seguido al matrimonio. Ahora queda abierto para su estudio qué nuevas formas y oficios puedan surgir. Sin embargo, la irremplazabilidad del sacerdocio, y la profunda correspondencia interna que existe entre celibato y sacerdocio, permanecerán siempre igual. ¿Podría producirse en el interior de la Iglesia una nueva cultura después de la desaparición de una generación? ¿Podrán darse otras formas de vida eclesial dentro de la Iglesia? Yo cuento con ello. Todo cambio cultural importante produce nuevas formas de vida en la Iglesia y nuevas culturas de la fe. Piense, por ejemplo, en el románico, en el gótico, en el renacimiento, en el barroco y en el rococó, en la cultura de la Iglesia en el siglo XIX, y en las distintas formas de vida eclesial que surgieron con los nuevos movimientos. Lo sucedido actualmente, después del Concilio Vaticano II, también se podría definir como una cultura revolucionaria, si pensamos en el falso exceso de celo que desamuebló las iglesias, y en el clero y las órdenes religiosas que cambiaron de cara. Ahora muchos lamentan esas precipitaciones. Pero en una Iglesia viva siempre se darán nuevas formas de expresión, estoy seguro de eso. Ahora mismo, ese movimiento sigue todavía en marcha. Todavía -como sucede siempre en todo proceso de lucha- hay que separar el grano de la paja, como dijo el Apóstol: "No extingáis el Espíritu ... Examinad todo. Retened lo bueno,,. (1 Tes 5, 19-21) ¿Piensa que el papado seguirá siendo como es ahora? En su núcleo central, seguirá siendo igual. Es decir, siempre se necesitará un hombre que sea el sucesor de San Pedro, y la persona titular de la última responsabilidad, en apoyo de la colegialidad. Tener un principio personal para que todo no se esconda en el anonimato, y que esté representado en la persona del párroco, o del obispo, que son la expresión de la unidad en el conjunto de la Iglesia, es propio de la naturaleza del cristianismo. Eso permanecerá siempre igual, así quedó definido en los Concilios Vaticano I y II, como responsabilidad del Magisterio para la unidad de la iglesia, de su fe y de su ordenamiento moral. Pueden cambiar las formas de llevar esto a cabo, si las comunidades hasta ahora separadas se incorporasen a la unidad con el Papa. Por lo pronto, el pontificado de nuestro actual Papa, con todos sus viajes alrededor del mundo, ya es completamente diferente al del Papa Pío XII. Pero yo no puedo adelantar nada, ni tampoco quiero hacerlo con respecto a las variaciones que pueda haber en el futuro. Nosotros no podemos prever qué puede pasar en el futuro. ¿Serían posibles nuevos descubrimientos teológicos que produjeran cambios sensibles en la Iglesia e hicieran la fe mas comprensible o, por el contrario, más difícil aún de aceptar? |
![]() |