¡Dios te salve María!
 

 

miércoles 28 de enero de 2009

EL PAPA A LOS SEMINARISTAS (29.11.2008)

Quisiera dirigirme ahora particularmente a vosotros, queridos seminaristas, que os estáis preparando para ser obreros en la viña del Señor. Como ha recordado también la reciente Asamblea del Sínodo de los Obispos, entre las tareas prioritarias del presbítero está la de distribuir a manos llenas en el campo del mundo la Palabra de Dios que, como la semilla de la parábola evangélica, parece una realidad demasiado pequeña, pero una vez que ha germinado, se convierte en un gran arbusto y da fruto abundante (cfr Mt 13, 31-32). La Palabra de Dios que vosotros seréis llamados a sembrar a manos llenas y que trae consigo la vida eterna, es Cristo mismo; el único que puede cambiar el corazón humano y renovar el mundo. Pero podemos preguntarnos: el hombre contemporáneo, ¿siente aún necesidad de Cristo y de su mensaje de salvación?

 

En el contexto social actual, una cierta cultura parece mostrarnos el rostro de una humanidad autosuficiente, deseosa de realizar sus proyectos por sí sola, que elige ser la artífice única de su propio destino y que, en consecuencia, cree que la presencia de Dios no influye y por ello la excluye de hecho de sus elecciones y decisiones. En un clima marcado por un racionalismo cerrado en sí mismo, que considera el de las ciencias prácticas como único modelo de conocimiento mientras que lo demás es subjetivo, y que por tanto corre el riesgo de ver la experiencia religiosa como una elección subjetiva, no esencial y determinante para la vida. Ciertamente hoy, por estas y otras razones, creer es cada vez más difícil, cada vez es más difícil acoger la Verdad que es Cristo, cada vez es más difícil gastar la propia existencia por causa del Evangelio. Sin embargo, como vemos cada día en las noticias, el hombre contemporáneo parece a menudo desorientado y preocupado por su futuro, en busca de certezas y deseoso de puntos seguros de referencia. El hombre del tercer milenio, como en todas las épocas, tiene necesidad de Dios y lo busca quizás aún sin darse cuenta. El deber de los cristianos, de modo especial de los sacerdotes, es recoger este anhelo profundo del corazón humano y ofrecer a todos, con los medios y los modos que mejor respondan a las exigencias de los tiempos, la inmutable y siempre viva Palabra de vida eterna que es Cristo, Esperanza del mundo.


De cara a esta importante misión, que seréis llamados a llevar a cabo en la Iglesia, asumen gran valor los años de seminario, tiempo destinado a la formación y al discernimiento; años en los que, en el primer lugar, debe estar la búsqueda constante de una relación personal con Jesús, una experiencia íntima de su amor, que se adquiere sobre todo a través de la oración y el contacto con las Sagradas Escrituras, interpretadas y meditadas en la fe de la comunidad eclesial. En este Año Paulino, ¿cómo no proponeros al apóstol Pablo como modelo en el que inspiraros para vuestra preparación al ministerio apostólico? La experiencia extraordinaria en el camino de Damasco lo transformó, de perseguidor de los cristianos, en testigo de la resurrección del Señor, dispuesto a dar la vida por el Evangelio. El era un fiel observador de todas las prescripciones de la Torá y de las tradiciones hebreas, pero, después de haber encontrado a Jesús, "estas cosas que para mí eran ganancias- escribe en la Carta a los Filipenses - las he considerado una pérdida con motivo de Cristo". "Por él - añade - he perdido todas estas cosas y las considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él" (cfr 3,7-9). La conversión no ha eliminado cuanto había de bien y de verdadero en su vida, sino que le permitió interpretar de forma nueva la sabiduría y la verdad de la ley y de los profetas y de ser así capaz de dialogar con todos, siguiendo el ejemplo del Divino Maestro.

 

A imitación de san Pablo, queridos seminaristas, no os canséis de encontrar a Cristo en la escucha, en la lectura y en el estudio de la Sagrada Escritura, en la oración y en la meditación personal, en la liturgia y en toda actividad diaria. En este sentido, queridos responsables de la formación, es muy importante vuestro papel, pues sois llamados a ser para vuestros alumnos testigos aún antes que maestros de vida evangélica. Los Seminarios Regionales, por sus características típicas, pueden ser lugares privilegiados para formar a los seminaristas en la espiritualidad diocesana, inscribiendo con sabiduría y equilibrio esta formación en el más amplio contexto eclesial y regional. Vuestras instituciones deben ser también "casas" de acogida vocacional para imprimir mayor impulso a la pastoral vocacional, cuidando especialmente el mundo juvenil y educando a los jóvenes en los grandes ideales evangélicos y misioneros.

 

Queridos amigos, mientras os agradezco por vuestra visita, invoco sobre cada uno de vosotros la maternal protección de la Virgen Madre de Cristo, que la liturgia de Adviento nos presenta como modelo de quien vela en espera de la vuelta gloriosa de su divino Hijo. Confiaos a Ella con confianza, recurrid a menudo a su intercesión, para que os ayude a permanecer despiertos y vigilantes. Por mi parte os aseguro mi afecto y mi oración diaria, mientras os bendigo de corazón a todos.

viernes 28 de noviembre de 2008

ABANDONO DE LA VOCACION

CRISIS DE LA VOCACION

a. La existencia de una crisis anterior a la ordenación, que el sujeto no ha manifestado con suficiente claridad, o que ha podido ocultar o que ha sido insuficientemente valorado en los escrutinios ordinarios, apelando a un criterio amplio y flexible.
Hay indicios que preludian el anterior abandono. Tal vez el más significativo por su reiteración es el progresivo abandono de los compromisos comunitarios y espirituales de una manera ordinaria. Incluso la permisividad con la que se afrontan aquellos casos de personas que arrastran serias dudas vocacionales.
Ante estas situaciones es preciso fortalecer los mecanismos formativos de maduración humana y de discernimiento, cuidando mucho el trato formativo personalizado.

b. El enfriamiento vocacional previo en la mayoría de los casos a los problemas afectivos. No se puede decir que de forma inmediata la causa del abandono sea un determinado problema afectivo. La dinámica es esta otra: Una serie de causas (dejación de la oración, del ministerio, ideologías, pérdida de identidad ministerial, activismo y subsiguiente cansancio, incluso diferencias y conflictos con el Obispo y los superiores…) provocan en la persona un “vacío” que induce a la soledad. El punto débil es la soledad. Se precisa llenarla con algo, o mejor con alguien. La consecuencia afectiva, por consiguiente es resultante, ordinariamente, aunque no causa de abandono.

c. La fragilidad de las nuevas vocaciones. Se trata de un dato cultural presente en otras esferas sociales y no sólo del ministerio ni de la vida consagrada tan solo. Este fenómeno viene además acompañado de la extendida crisis familiar que desestructura a las personas y del retraso de la edad de ingreso, que hace menos dúctil la personalidad del candidato a la hora de asumir los contenidos formativos exigidos para la ordenación. Este conjunto de circunstancias concomitantes desemboca en situaciones en las que la crisis aparece con bastante adelanto (en los cinco primeros años de ministerio) por encima de lo que solía ocurrir hace algunos años (se situaba a partir de los diez primeros años…).

ALGUNAS PROPUESTAS PARA COMBATIR LA CRISIS DE ABANDONOS

a. En el clero diocesano se promueve actualmente la necesidad de adoptar algún tipo de “vida en fraternidad ministerial”, que puede adquirir una diversidad enorme de planteamientos y de figuras, pero que debe expresar la existencia de una comunicación, relación afectiva, vida familiar y compartir real. La difcultad que entraña esta nueva manera de plantear la vida ministerial estriba, además de las dificultades lógicas de tipo formativo, familiar, pastoral,… incluso geográfico, de darse con frecuencia la situación de presbiterios en los que falta el grupo de la mediana edad. Esto dificulta más la convivencia por la diversidad de mentalidad que se da entre presbíteros de mas de 70 años con el grupo de menos de 40.

b. Mantener y fomentar un claro sentido de identidad ministerial, como motivo de referencia para las nuevas vocaciones al ministerio y para su perseverancia. En este sentido, la Vida Consagrada no ha alcanzado aún aquella cuota de identidad deseable que permita invertir la tendencia a la disminución; cosa que entre el clero diocesano estadísticamente ya se ha conseguido. El clero diocesano ha tocado fondo ya en la crisis y está comenzando actualmente una lenta pero clara remontada de incorporaciones.
La Vida Consagrada no es aún capaz de presentar una fisonomía propia y específica que le permita identificarse de forma adecuada, clara, atrayente y consistente.

c. Proyectar una mirada esperanzadora en el futuro por diversas razones: Donde se trabaja la Pastoral Vocacional con seriedad, rigor y perseverancia, florecen las vocaciones; donde se cuidan los procesos de acompañamiento con fidelidad y cercanía… se prevén dificultades y crisis; donde la formación es más integral y no se reduce solamente a lo académico formal, sino que incluye una formación humana, afectiva, espiritual, relacional… se pone una base bastante firme para asegurar los procesos de fidelidad; donde se presenta la imagen comunitaria de la vida consagrada con su propia identidad carismática, se consigue vincular e identificar más a los llamadas… etc. Son todas propuestas que no por sabidas conviene olvidar.

(Resumen de la conferencia impartida por el P. Fernando Guimaraes, redentorista brasileño, actual director de la oficina de la Congregación del Clero, en la Curia Generalicia el 14 .de marzo de 2007)
 

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